Un lector numérico del blog sugería en uno de sus comentarios que no había que preocuparse demasiado por las liturgias parroquiales contemporáneas. Las guitarras, los aplausos, los canticos insulsos, las creatividades presbiterales y demás abusos, de ningún podían condicionar nuestra asistencia y participación a esas misas, dado que lo importante era que el sacerdote realmente consagrara el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. “Si allí está el Santísimo, es suficiente”, decía el lector. Y aún más, hasta podía considerarse la asistencia a tales actos como una nueva y original cruz, adquiriéndose de ese modo un bonus para la vida espiritual: no sólo saldríamos con la gracia sacramental propia de la eucaristía sino también con el mérito de haber soportado una cruz extra; y la conciencia tranquila.
Simplificando, para el lector de marras, lo importante en la Misa es que el sacerdote confeccione la eucaristía, que las palabras mágicas (de magia verdadera en este caso) sean pronunciadas; lo demás, el rito, los movimientos, las palabras, los cantos, los ornamentos, las velas, la arquitectura del templo, etc. no son más que accesorios que podrán embellecer más o menos la ceremonia, pero accidentes prescindibles al fin. Si lo sustancial está (la fabricación de la eucaristía) no vale la pena hacer tanto bochinche por lo accidental. En definitiva, el lector postula un culto poiético, según el cual la liturgia se ordena exclusivamente al hacer de un objeto exterior aunque santísimo, cual es la eucaristía. La Santa Misa sería entonces no más que poiésis eucarística.
Esta postura no es exclusiva del lector numérico del blog. Se la he escuchado a varios amigos, con más o menos matices, pero idéntica en lo sustancial. Y debo admitir que se trata de amigos pensantes, y que merecen mi más profundo respeto intelectual. Por cierto que es una postura cómoda que evita complicaciones: no es necesario pelearme con el cura de la esquina, ni viajar varios kilómetros los domingos para ir a una misa decente, ni hacerme malasangre. Por otro lado, me ahorro un frente de conflicto y vengo de misa con un mérito de yapa debido a la original cruz que cargué. Sin embargo, me parece que se trata de una postura errónea o, mejor, de una concepción renga de la liturgia.
La cuestión es si la liturgia es exclusivamente poiésis eucarística. Si así fuera, mis amigos tendrían razón y, en todo caso, podríamos discutir la mayor o menor belleza del rito, y los mayores o menores márgenes de vulgaridad tolerables. El problema litúrgico quedaría reducido, por tanto, una cuestión de sensibilidad o de gusto, y como de gustibus non disputantur, no se opondrían a la liturgia tradicional pero tampoco le darían más importancia que la que le dan a la preferencia de Bach sobre Mozart. Se trata de una postura similar a la de muchos conservadores de la curia romana favorables a la liberación de la misa de San Pío V: en el zoológico de la Iglesia postconciliar, es bueno tener una jaula para los tradicionalistas, como tenemos otras para los carismáticos, para los neocatecumenales y para los focolares. De ese modo la Iglesia muestra los altos estándares de pluralidad y tolerancia que posee.
Pero la liturgia no es sólo poiésis eucarística; es también teofanía. Apelo, para desarrollar este concepto, a la catolicidad de la Iglesia que se expresa no sólo en el espacio sino también el tiempo. La particularidad de nuestra liturgia latina y el sello contrarreformista que poseemos, nos restringe en la apreciación de la Santa Misa a sólo algunos aspectos de ella, descuidando o desconociendo otros que sí son valorados, en cambio, en las liturgias orientales que, vale aclararlo, son tan católicas y venerables como la nuestra, reconociendo todas ellas origen apostólico.
Ayer, domingo 1 de julio y fiesta de la Preciosísima Sangre, el curita nos recordaba en su módica homilía, que la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio redentor del Señor, y tenía razón. Pero la Santa Misa es mucho más que eso. Dionisio Areopagita, a partir de su teología apofática, asegura que la liturgia es uno de los modos privilegiados de manifestación de la Divinidad, puesto que en ella la Santísima Trinidad nos da a conocer veladamente sus misterios a través de los símbolos propios del culto. Se trata de una teofanía maravillosa: es Dios quien abre a los mortales una pequeña rendija del cielo para que podamos observar, y participar, del culto esplendoroso que los ángeles le tributan desde toda la eternidad. “Nosotros, que representamos místicamente a los querubines... y cantamos el himno tres veces santo a la Trinidad que da la vida, apartamos de nosotros ahora todo cuidado terreno, de tal manera que podamos dar la bienvenida al Rey de todas las cosas que viene escoltado por ejércitos invisibles de ángeles ¡ Alleluia. Alleluia. Alleluia!”, canta la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo en el Gran Ingreso. La liturgia, además de sacrificio, es también la participación de nosotros, simples hombre pecadores, en la liturgia celestial. Es el ingreso del cielo en la tierra, de la eternidad en la temporalidad; es el momento privilegiado en el que las jerarquías angélicas descienden y, al rozarnos con sus alas, aceleran el proceso místico de transformación del alma, metamorfosis de divinización que el Dios Altísimo nos ofrece.
La liturgia es "el cielo en la tierra, el lugar donde el Dios de los cielos habita y se mueve"; donde el hombre puede "estar apartado de toda preocupación terrena" para "dar la bienvenida al Rey del Universo". Es el santuario celeste "donde hombres y mujeres, según su capacidad y deseo, son adentrados en el acto cultual del cosmos redimido; donde los dogmas no son abstracciones infecundas, sino himnos de oración exultante”, como dice San Germán de Constantinopla. En la Santa Misa Él viene; se hace presente con los coros angélicos para derramar sobre nosotros los manantiales de su luz, a fin de aumentar nuestra esperanza y nuestra fortaleza, y avivar nuestro deseo de contemplarlo cantando eternamente con los querubines el himno al tres veces santo.
Después de la comunión la liturgia bizantina canta: “Hemos visto la luz, hemos conocido la salvación...” La pregunta es si nuestras liturgias parroquiales, aún realizando la poiésis eucarística, son capaces de hacernos ver la luz y de mostrarnos mínimamente algo de la liturgia celestial; si más allá del ex opere operato del sacramento, son capaces de acercarnos a la divinización; si más allá de la presencia real, son realmente una teofanía transformante.
Creo que en la mayoría de las hodiernas liturgias parroquiales hay poiésis eucarística pero, ciertamente, en ellas no hay teofanía. Claro, cada uno es dueño de asistir a una liturgia renga, si quiere.
gibelino@hotmail.com
Simplificando, para el lector de marras, lo importante en la Misa es que el sacerdote confeccione la eucaristía, que las palabras mágicas (de magia verdadera en este caso) sean pronunciadas; lo demás, el rito, los movimientos, las palabras, los cantos, los ornamentos, las velas, la arquitectura del templo, etc. no son más que accesorios que podrán embellecer más o menos la ceremonia, pero accidentes prescindibles al fin. Si lo sustancial está (la fabricación de la eucaristía) no vale la pena hacer tanto bochinche por lo accidental. En definitiva, el lector postula un culto poiético, según el cual la liturgia se ordena exclusivamente al hacer de un objeto exterior aunque santísimo, cual es la eucaristía. La Santa Misa sería entonces no más que poiésis eucarística.
Esta postura no es exclusiva del lector numérico del blog. Se la he escuchado a varios amigos, con más o menos matices, pero idéntica en lo sustancial. Y debo admitir que se trata de amigos pensantes, y que merecen mi más profundo respeto intelectual. Por cierto que es una postura cómoda que evita complicaciones: no es necesario pelearme con el cura de la esquina, ni viajar varios kilómetros los domingos para ir a una misa decente, ni hacerme malasangre. Por otro lado, me ahorro un frente de conflicto y vengo de misa con un mérito de yapa debido a la original cruz que cargué. Sin embargo, me parece que se trata de una postura errónea o, mejor, de una concepción renga de la liturgia.
La cuestión es si la liturgia es exclusivamente poiésis eucarística. Si así fuera, mis amigos tendrían razón y, en todo caso, podríamos discutir la mayor o menor belleza del rito, y los mayores o menores márgenes de vulgaridad tolerables. El problema litúrgico quedaría reducido, por tanto, una cuestión de sensibilidad o de gusto, y como de gustibus non disputantur, no se opondrían a la liturgia tradicional pero tampoco le darían más importancia que la que le dan a la preferencia de Bach sobre Mozart. Se trata de una postura similar a la de muchos conservadores de la curia romana favorables a la liberación de la misa de San Pío V: en el zoológico de la Iglesia postconciliar, es bueno tener una jaula para los tradicionalistas, como tenemos otras para los carismáticos, para los neocatecumenales y para los focolares. De ese modo la Iglesia muestra los altos estándares de pluralidad y tolerancia que posee.
Pero la liturgia no es sólo poiésis eucarística; es también teofanía. Apelo, para desarrollar este concepto, a la catolicidad de la Iglesia que se expresa no sólo en el espacio sino también el tiempo. La particularidad de nuestra liturgia latina y el sello contrarreformista que poseemos, nos restringe en la apreciación de la Santa Misa a sólo algunos aspectos de ella, descuidando o desconociendo otros que sí son valorados, en cambio, en las liturgias orientales que, vale aclararlo, son tan católicas y venerables como la nuestra, reconociendo todas ellas origen apostólico.
Ayer, domingo 1 de julio y fiesta de la Preciosísima Sangre, el curita nos recordaba en su módica homilía, que la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio redentor del Señor, y tenía razón. Pero la Santa Misa es mucho más que eso. Dionisio Areopagita, a partir de su teología apofática, asegura que la liturgia es uno de los modos privilegiados de manifestación de la Divinidad, puesto que en ella la Santísima Trinidad nos da a conocer veladamente sus misterios a través de los símbolos propios del culto. Se trata de una teofanía maravillosa: es Dios quien abre a los mortales una pequeña rendija del cielo para que podamos observar, y participar, del culto esplendoroso que los ángeles le tributan desde toda la eternidad. “Nosotros, que representamos místicamente a los querubines... y cantamos el himno tres veces santo a la Trinidad que da la vida, apartamos de nosotros ahora todo cuidado terreno, de tal manera que podamos dar la bienvenida al Rey de todas las cosas que viene escoltado por ejércitos invisibles de ángeles ¡ Alleluia. Alleluia. Alleluia!”, canta la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo en el Gran Ingreso. La liturgia, además de sacrificio, es también la participación de nosotros, simples hombre pecadores, en la liturgia celestial. Es el ingreso del cielo en la tierra, de la eternidad en la temporalidad; es el momento privilegiado en el que las jerarquías angélicas descienden y, al rozarnos con sus alas, aceleran el proceso místico de transformación del alma, metamorfosis de divinización que el Dios Altísimo nos ofrece.
La liturgia es "el cielo en la tierra, el lugar donde el Dios de los cielos habita y se mueve"; donde el hombre puede "estar apartado de toda preocupación terrena" para "dar la bienvenida al Rey del Universo". Es el santuario celeste "donde hombres y mujeres, según su capacidad y deseo, son adentrados en el acto cultual del cosmos redimido; donde los dogmas no son abstracciones infecundas, sino himnos de oración exultante”, como dice San Germán de Constantinopla. En la Santa Misa Él viene; se hace presente con los coros angélicos para derramar sobre nosotros los manantiales de su luz, a fin de aumentar nuestra esperanza y nuestra fortaleza, y avivar nuestro deseo de contemplarlo cantando eternamente con los querubines el himno al tres veces santo.
Después de la comunión la liturgia bizantina canta: “Hemos visto la luz, hemos conocido la salvación...” La pregunta es si nuestras liturgias parroquiales, aún realizando la poiésis eucarística, son capaces de hacernos ver la luz y de mostrarnos mínimamente algo de la liturgia celestial; si más allá del ex opere operato del sacramento, son capaces de acercarnos a la divinización; si más allá de la presencia real, son realmente una teofanía transformante.
Creo que en la mayoría de las hodiernas liturgias parroquiales hay poiésis eucarística pero, ciertamente, en ellas no hay teofanía. Claro, cada uno es dueño de asistir a una liturgia renga, si quiere.
gibelino@hotmail.com
Post post: Dejen de hacer quinelas acerca de mi identidad. No soy ninguno de los que dicen que soy, y mucho menos el más obvio de ellos.