viernes, 30 de noviembre de 2007

Ronald Knox y la Guerra Civil Española


En mi adolescencia fui un gran admirador de los mártires de la Guerra Civil Española. Durante esa época leí todo lo que pude al respecto y llegué a escribir alguna cosita ilustrada con fotografías y comentarios triunfalistas. Para mí, los mártires, la guerra, Franco y “Cara al Sol” eran parte indisoluble de una misma cruzada.
Mi admiración y respeto por esos mártires se mantienen, y aún más hoy cuando la Iglesia los ha reconocido como tales.
Sin embargo, con el paso de los años, me asaltó una duda. ¿Cómo era posible que el triunfo de la religión católica y su apoteósica primacía durante los más de cuarenta años de gobierno franquista se hubiesen desvanecido en pocos meses? Recuerdo todavía el escándalo que provocó a una tía que viajó a España dos o tres años después de la muerte del Caudillo el estado de corrupción que encontró en una sociedad española desbordada ya por la pornografía y la droga, entre otras cosas.
Y me seguí preguntando por qué cuatro décadas de gobierno confesional católico habían dejado un fruto tan magro o casi inexistente. Sin duda alguna, algo había funcionado, o se había hecho, muy, pero muy mal. Nunca supe a quién o a qué atribuir tamaño error, hasta que leí a Ronnie.

Ronald Knox nunca se interesó en la política. Según su biógrafos, porque cualquier partido que tomara significaba indisponerse con un grupo de católicos a quienes pastoralmente debía atender. Sólo una vez predicó un sermón “político”, y fue en ocasión de la Guerra Civil Española. Recordemos que este acontecimiento había dividido a los católicos de todo el mundo entre quienes apoyaban el levantamiento de Franco y aquellos que lo consideraban un atentado a la sacralidad democrática.
Era un domingo en Oxford, y tocaba el evangelio en el que se narra que Santiago y Juan piden al Señor que haga descender fuego de cielo para consumir a sus enemigos. Ronnie dijo en su sermón: “Durante el último año, los católicos españoles, invocando la protección del apóstol Santiago en sus estandartes, no se han contentado con pedir que descienda fuego del cielo, sino que ellos mismos han arrojado fuego sobre sus hermanos... ¿Estuvo el general Franco justificado... al tomar sobre sí la más grave responsabilidad que puede ser imaginada, al empujar a su país a los horrores ciertos de una guerra civil para evitar los horrores posibles del comunismo o de una dictadura anárquica? No tengo ninguna duda de que, efectivamente, estuvo justificado”.
Ronald Knox apoyaba la Guerra Civil Española y el accionar franquista sin dejar de señalar, sin embargo, la gravedad de la situación. Tomar las armas era una situación extrema; la Iglesia así lo enseñaba. Por tanto, se imponía rezar por la paz. Por que la paz “hará posible que la Iglesia pueda hacer su trabajo sin obstáculos. (La Guerra Civil Española no puede ser querida)... para venganza de los enemigos (de la Iglesia), pues eso se lo dejamos a Dios. Tampoco por una reacción clerical, que intentaría restaurar el lugar de la religión (en la sociedad) forzando su observancia con la fuerza de las armas seculares. Este triunfo de la Cristiandad tendría una vida muy corta”.
Creo que Ronnie dio en el clavo. Los obispos y los clérigos españoles, junto al gobierno de Franco, quisieron restaurar la España católica a la fuerza. No sirvió.
La reflexión obvia que se impondría aquí es: Las sociedades católicas se fundan y crecen sobre las espaldas de los santos que las engendran. Pero, ¿cuántos miles de mártires tuvo España en su Guerra Civil? ¿Es que su sangre no fue suficiente para la restauración? No lo sé. La única explicación que se me ocurre es que el Katejon ya había sido quitado, y debían desaparecer todas las compuertas que impidieran su accionar.
Lo cierto, e históricamente comprobable, es que el proyecto de Franco y del Cardenal Gomá fracasó. Sobró voluntad, faltó inteligencia.


gibelino@hotmail.com

lunes, 26 de noviembre de 2007

Ronald Knox y la urgencia del apostolado


Proemio: Leyendo y releyendo las obras y la biografía de Ronald Knox he decidido publicar en el blog una especie de Ronnie´s Highlights, que vendrían siendo, en este caso, una reflexión de problemas actuales a la luz de los textos de Knox.
Guardo una profunda admiración por Knox y por todo lo que Carpenter denomina The Brideshead Generation, es decir, las dos generaciones formadas en Oxford antes de la Segunda Guerra Mundial. Fue aquella la última manifestación de cultura y civilidad cristiana con orígenes medievales. La Gran Guerra acabó con la mayoría de ellos; la Segunda Guerra con casi todos los que quedaban y el Concilio Vaticano II terminó de liquidar los restos.
Me pregunto por qué Ronald Knox es tan poco conocido en Argentina. La razón más importante reside, sin duda, en la casi inexistencia de traducciones de su obra, lo cual no responde la pregunta, sino que la patea... para atrás. ¿Por qué no hubo, y no hay, interés en traducirlo? Supongo que las razones son varias: Ronnie es demasiado inglés para los nacionalistas, demasiado mundano para los piadosones (y para “Panorama Católico Internacional”), demasiado literato para los teólogos, demasiado sospechoso para los sabuesos de herejías, demasiado finoli para los kukús, en fin, demasiado libre para quienes no lo son.

La urgencia del apostolado: Hace un tiempo, en una charla de amigos, uno de ellos inició su perorata con la siguiente afirmación: “Para nosotros, de formación jesuita, que entendemos la importancia y urgencia del apostolado...”. Con horror me di cuenta que tenía razón y, lo que es peor, que yo caía en semejante tropa de soldados ignacianos. A partir de ese momento, mis esfuerzos de deserción se apresuraron e intensificaron.
Pensando luego en tal situación vinieron a mi memoria anécdotas o conversaciones que ilustraban la triste verdad pronunciada por mi amigo. Por ejemplo, recuerdo un día haber subido a un ómnibus de larga distancia al que también ascendió un seminaristillo ensotanado que luego supe pertenecía al seminario de San Rafael. Lo primero que hizo el cachorro de cura fue entregarle amablemente a la azafata (¡) un DVD con alguna película piadosa a fin de impedir que proyectaran las que habitualmente proyectan en ese tipo de viajes. ¿El muchachito temía que algunas escenas alteraran su virtud? Es probable, pero más temía, o se sentía responsable, de los eventuales pecados que el resto de los pasajeros cometeríamos al ver y escuchar escenas reñidas con la decencia (Los seminaristas de Hobbes tienen licencia para ver películas que muestren cualquier tipo de violencia, sangre, piñas y asesinatos, pero ninguna que pueda acarrear la más mínima perturbación carnal. Es decir, hay que cuidarse de caer en los pecados propios del apetito concupiscible [los del sexo solamente; se puede comer y beber sin problemas], pero con los propios del irascible, no hay cuidado; en todo caso demuestran que somos machitos).
Recordaba también una frase escuchada a un amigo sacerdote, que me impresionó: “He comprobado que lo que más fruto apostólico dio fue aquello que hice espontáneamente, sin ningún esfuerzo o planificación”.
Vayamos ahora a Knox. Luego de una infructuosa estancia como profesor en el irremediable seminario de St. Edmund, Ronald fue designado capellán de los estudiantes católicos de Oxford. Durante los trece años que permaneció en esa función se mantuvo alejado de los estudiantes que no eran católicos. Sentía que su misión no era convertirlos. Explicaba que él era el cayado del pastor y no el anzuelo del pescador. Tampoco se sentía obligado a hablar de temas religiosos o morales cuando lo invitaban a disertar en algunas de las sociedades literarias u otros foros universitarios oxonieneses. Nunca se constituyó delante de sus colegas universitarios en un campeón de la fe, como sí lo hacía el P. Martindale, S. J.
Además, reprobaba lo que él llamaba spinal. Se refería a la manía jesuita y opusdeiana, de no dejar de introducir temas piadosos en cualquier conversación. En las conversaciones sociales no debían buscarse fines edificantes, sino comportarse como un caballero, es decir, evitando temas de religión y política. Lo piadoso y edificante lo reservaba para su labor pastoral, particularmente las homilías y conferencia de los días domingo en Old Palace, la sede de su capellanía.
Más de un lector del blog se escandalizará por estos hechos y habrá ya maldecido y condenado al pobre de Ronnie. A mí me tranquilizan, y me producen una enorme paz interior. Yo no salvo a nadie; soy completamente incapaz de iniciar siquiera mi propia salvación. Quien salva es Dios, y Dios no me necesita. En todo caso, me podrá usar en algunas ocasiones, y las más de la veces, sin que yo mismo me dé cuenta. Mis maquinaciones y planificaciones apostólicas, en general, son infructuosas, y muchas veces hacen daño. Así de inútil soy.
Lo más que puedo hacer, es hacer lo que hago: Age quod agis. No se me pide más. Y con esto, a veces Dios hace maravillas.


gibelino@hotmail.com

The Wanderer




Oft him anhaga
are gebideð,
metudes miltse,
þeah þe he modcearig
geond lagulade
longe sceolde
hreran mid hondum
hrimcealde sæ
wadan wræclastas.
Wyrd bið ful aræd!




A veces el solitario
encuentra gracia para sí
en la misericordia del Señor.
Aunque, con el corazón apesadumbrado,
debe continuar remando
por mucho tiempo,
por largos ríos
y helados mares,
caminando los senderos del exilio.
¡Las cosas siempre suceden como deben ser!








(Así comienza un poema anglosajón del siglo XI, titulado The Wanderer)

miércoles, 21 de noviembre de 2007

El Lobo y los fariseos


Lupus otra vez nos instruye con sus reflexiones castellanianas. Prosit!


El Arcipreste no quiere repetirlo, pero yo me lo voy a permitir: "El fariseísmo es el gusano de la religión; y después de la caída del Primer Hombre es un gusano ineludible, pues no hay en esta mortal vida fruta sin su gusano ni institución sin su corrupción específica". Es Castellani en "Cristo y los fariseos", obra que recién conocimos en el centenario de su nacimiento, donde estudia (horada, devela, desnuda) al antagonista principal de Cristo y, por ende, al principal antagonista de su propia vida. Obra capital, superior, imprescindible, que se puede leer aun desde joven, pero teniendo el cuidado de no dejar de leerlo una y otra vez al paso de los años. Es un libro como una muñeca rusa, pero al revés: cada vez es más grande, cada vez mejor magisterio.
No se asusten si me permito completar a Castellani, pero lo hago con sus propias palabras, dos páginas después: "Las desviaciones de la carne son corrupciones, pero las desviaciones del espíritu son perversión". Las instituciones católicas son principalmente instituciones religiosas. Luego, no hay institución católica sin su perversión específica. Así también la Iglesia, en lo que tiene de "institución católica", pues está claro hasta dónde llegará la "abominación de la desolación".
¿En qué consiste esa perversión? En copular consigo mismo, pecar contra el Espíritu, verse divino a sí mismo y considerar divinas las propias acciones, palabras y proyectos. Y dar muerte (manifiesta o sigilosa) a lo que hay de Dios en otros creyendo hacerle un obsequio a Dios.
¿En qué consiste la perversión específica de cada institución? Lo sabrán los miembros de cada una. Tiene que ver quizás con la vanagloria, la identidad reforzada en base al contraste con las "inferioridad" de otras, la obsecuencia, etc.; o con la progresiva anulación del entendimiento, la falta de formación, etc; o con los chanchullos típicos de todo conjunto humano, la capitalización por parte de los vivillos de un "bien común" fantasmal y siempre excedente a las realidades particulares, etc.; o quizás también con cierta atmósfera reglamentaria, cierto tono de impermeabilidad al pecado en el refugio. Lo que sea.
Si hay algo que no quiero hacer es faltar el respeto a quienes adhieren a un bien o un ideal común. Para llegar a lo que es, hay que saber sortear lo que parece que es, aquella máscara que se fue masillando con la mezcla inevitable de trigo y cizaña. De ese modo, en cualquier caso, se pueden entender los buenos motivos, las mejores intenciones, la bondad originaria, si existieron. La suma de los bienes particulares no resulta en bien común (¡cuántas crueldades sin embargo se amparan en esta sentencia!), pero, inverso modo, la suma de errores, injusticias y pecados puede resultar en una máscara común. Una institución no elige representantes para que asistan anualmente al confesionario llevando los pecados de todos, y sin embargo no se nos ocurre negar la importancia y validez de la confesión particular, porque no se nos ocurre negar la frecuencia del pecado en nuestras vidas. Ninguna institución queda indemne ante los pecados de sus miembros.
La perversión específica de una institución tiene que ver con el deterioro de la inteligencia, el grado de convertibilidad de la gracia en magia, la hinchazón de las estructuras, la torcedura o la desmesura de sus propios fines y, por supuesto, con el calibre espiritual de sus miembros, cúpula o tropa, así como la perversión específica de las parroquias es resultado de la acciones y omisiones de los curas malos o mediocres, los superlaicos omnipresentes y los ritos amorfos. No digo que esto ocurra en todos los casos ni en la mayoría de los casos; digo que es sumamente importante no negar que ocurre. Está claro, por supuesto, que mi compendio es limitado e incompleto. No obstante, también es muy incompleto mi conocimiento de los bienes y virtudes personales que allí se encuentran.
No me puedo exceptuar de este "vicio espiritual" que es el fariseísmo. Para evitar la sensualidad me vuelvo puritano y para evitar el puritanismo me vuelvo sensual. Para no ser burro me convierto en erudito y para no ser sentencioso me conformo con ser elemental. En este bamboleo compartido le damos forma a la "cristiandad" moderna. Quienes privilegian la acción, de algún extraño modo empiezan desconfiando y terminan despreciando a los intelectuales; quienes luchan por ubicar a la inteligencia en el lugar que le corresponde, por inentendibles razones confrontan con los voluntariosos. Quienes se obsesionan con los enemigos de afuera, descuidan los de adentro, y quienes privilegian los de adentro... Y de acuerdo a la superioridad que escogemos definimos a los demás, que siempre resultan inferiores, malos o imbéciles. Sólo una cosa en el planeta tierra es tan fácil como catalogar pecados ajenos, y es inflar las propias virtudes. Del mismo modo que uno ensalza su talento solitario, otros realzan su estilo participado. Tratamos de no descuidar nada y hacer acopio de certezas, de mantenernos en gracia y perfeccionarnos, de llegar a la jerarquía perfecta y a la síntesis precisa. Pero viene el Bufón y en vez de palomita sale urraca.
Castellani, al desarrollar la parte esencial de su doctrina sobre los fariseos, trató de eliminar, como correspondía, toda referencia actual a los prototipos farisaicos que le tocó enfrentar. Eso, sin quererlo él, como no lo quiere ningún maestro, a veces nos impele a nosotros, que lo leemos, a forzar las pinturas individuales que consideramos necesarias.
A Castellani, ya establecidos los argumentos centrales y el cuadro general, al llegar a la periferia, al dar nombres y ejemplos concretos, o sea, al pasar (en otras páginas, además de éstas) de la inteligencia a la militancia, le cayeron encima del modo que anticipaba y sabía, y conoció la crueldad farisaica todavía un poco más. No lo crucificaron porque eso ya no se usa, y porque ante el ejercicio de la verdad siempre se hace presente, renovada, experimentada, la mentira. Con sigilo, con la Escritura en la mano y el odio en el corazón. Pero no quería menos. (En realidad, desde la primera vez que leí "Cristo y los fariseos" pensé que a Castellani no lo crucificaron literalmente porque la Providencia dictó que este libro se publicara recién cuando estuvo muerto, y así Dios lo libró de la penuria completa, y a la vez permitió que el libro llegara hasta nosotros.)
Es fácil imaginarse a Anás o a Caifás pensando "ése que está ahí, ése que se cree hombre divino y dios humano, tiene que desaparecer, tiene que recibir una humillación máxima y una muerte emblemática, y antes de ser olvidado tiene que ser recordado como la peor aberración, que es la de haberse enfrentado a mí, que estoy en el mundo en nombre de Dios". Ése es el fariseo: lo que Dios sabe, yo lo sabo; lo que yo quiero, Dios lo quiere. Esa sima de ignorancia, bestialidad y soberbia. Esa podredumbre soterrada y potente. Pero lo que quisieron, no lo lograron. Ayudaron a que se logre todo lo contrario. La recompensa de su padre es una auténtica muñeca rusa: una sucesión de reducciones engañosas, y en el final, el vacío insignificante y oscuro.
No son tantos los fariseos. No son fariseos todos aquellos que están en una institución, cualquiera que sea. No son fariseos todos aquellos que no están en una institución, cualesquiera que sean.
El espíritu farisaico que nos mantiene tensos y vigilantes no habita en cualquier lado, sino donde reside Dios. De la Sinagoga pasó a la Iglesia. No anda al garete, ni va a inventar una nueva religión. Antes bien, siempre buscará apoderarse de la religión verdadera y de la única Iglesia, de la que todos los católicos formamos parte. Ese espíritu, cuanto más voraz y penetrante, más brumoso. No podemos decir: "no está con nosotros porque lo tienen aquellos", ni en plural ni en singular. Lo mejor es luchar para que no lo tengan ni aquellos ni nosotros.
(Releo lo anterior y encuentro cien huecos; pero bueno, va igual, apreciado Wanderer, no deja de ser una conversación entre amigos.)

Lupus

viernes, 16 de noviembre de 2007

Vientos de cambio



Este post se compone de una entrevista, dos columnas de opinión periodística y algunos comentarios personales.
La entrevista es al Secretario de la Sagrada Congregación del Culto, Mons Albert Malcolm Ranjith Patabendige, y fue realizada por Bruno Volpe y publicada el 5 de noviembre. Aquí está la traducción que publica el blog colega Secretum meum mihi:

-Excelencia, ¿qué acogida ha tenido el Motu Proprio de Benedicto XVI que ha liberalizado la Santa Misa según el rito tridentino? Algunos, en el seno de la Iglesia, han respingado sus narices
"Ha habido reacciones positivas e, inútil negarlo, criticas y toma de posiciones contrarias, también de parte de teólogos, liturgistas, sacerdotes, Obispos y aún Cardenales. Francamente, no comprendo esta forma de alejamiento y, ¿por qué no?, de rebelión al Papa. Invito a todos, sobre todo a los pastores, a obedecer al Papa, que es el sucesor de Pedro. Los obispos en particular, han jurado fidelidad al Pontífice: sean coherentes y fieles a su compromiso".
.En su opinión, ¿qué causa estas manifestaciones contrarias al Motu Proprio? ."Usted sabe que ha habido, de parte de algunas Diócesis, también documentos interpretativos que intentan inexplicablemente limitar el Motu Proprio del Papa. Dentro de estas acciones se esconden por una parte prejuicios de tipo ideológico y por la otra, el orgullo, uno de los pecados más graves. Repito: invito a todos a obedecer al Papa. Si el Santo Padre ha resuelto promulgar el Motu Proprio, ha tenido sus razones, las cuales comparto en pleno".
-La liberalización del rito tridentino decidida por Benedicto XVI parece como el remedio justo a tantos abusos litúrgicos registrados tristemente después del Concilio Vaticano II con el 'Novus Ordo'...
."Vea, Yo no deseo criticar el 'Novus Ordo'. Pero me causa gracia cuando oigo decir, incluso entre amigos, que en una parroquia un sacerdote es Santo por la homilía o por cómo habla. La Santa Misa es sacrificio, don, misterio, independientemente del sacerdote que celebra. Es importante, incluso fundamental, que el sacerdote se haga parte: el protagonista de la Misa es Cristo. No comprendo, entonces, las celebraciones Eucarísticas transformadas en espectáculo con baile, canto o aplausos, como frecuentemente sucede con el Novus Ordo".
-Monseñor Patabendige, Su Congregación ha denunciado muchas veces estos abusos litúrgicos ...
."Cierto. Hay tantos documentos, los cuales sin embargo permanecen como letra muerta, terminando en gabetas polvorientas o, peor aún, en el cesto de la basura".
-Otro punto: muchas veces se asiste a homilías larguísimas ...
."También esto es un abuso. Estoy en contra de bailes y aplausos en el curso de las Misas, que no son un circo ni un estadio. En cuanto a la homilía, debe referirse, como lo ha delineado el Papa, exclusivamente al aspecto catequético evitando sociologismos y chácharas inútiles. Por ejemplo, a menudo los sacerdotes la emprenden contra los políticos porque no han preparado bien la homilía, que debe, en cambio, ser escrupulosamente estudiada. Una homilía excesivamente larga es sinónimo de escasa preparación: el tiempo justo de una predicación debe ser de 10 minutos, como máximo 15. Se debe saber que el momento culmen de la celebración es el misterio Eucarístico, que no significa menospreciar la liturgia de la Palabra sino aclarar cómo se debe aplicar una correcta liturgia".
-Volviendo al Motu Proprio: algunos critican el uso del latín durante la Misa...

."El rito tridentino hace parte de la tradición de la Iglesia. El Papa ha explicado debidamente las razones de su medida, un acto de libertad y de justicia hacia los tradicionalistas. En cuanto al latín, deseo delinear que no ha estado abolido, y lo que es más, garantiza la universalidad de la Iglesia. Pero repito: invito a los sacerdotes, Obispos y cardenales a la obediencia, dejando aparte todo tipo de orgullo y prejuicio".

Comentario:
Sinceramente, hace tiempo había perdido toda esperanza de que los funcionarios vaticanos volvieran a hablar en lenguaje claro. Mons. Ranjith lo ha hecho. Es un viento de cambio. Espero que no amaine.
Queda claro, además, el hecho innegable del “cisma de baja intensidad” del que hablaba algún comentarista del blog. Mons. Ranjith se los dice con todas las letras: Son desobedientes y pecan gravemente por orgullosos. Clarito, (¡y qué alejado del confuso discurso wojtiliano! Cuánto daño hizo, ¿no?)
Curiosidad:
A ver si los curas amigos y enemigos leen con atención: a las homilías hay que prepararlas y no pueden durar más de 10 o 15 minutos. Por favor, ¡no nos martiricen los domingos!

Opinión 1
El periódico católico The Tablet publicó un furioso (con furia inglesa, claro) comentario sobre las declaraciones de Mons. Ranjith. Puede leerse en este vínculo:
http://www.thetablet.co.uk/articles/10590/
El The Tablet es un viejo y prestigioso semanario inglés que publica la arquidiócesis de Westminster. Una especie de “Cristo Hoy” inglés, con todo lo que inglés significa. Es decir, con un alto nivel intelectual, aunque asquerosamente modernista. Puede conseguirse por £ 1,50, que se deben depositar honestamente en una alcancía, a la salida de la catedral de Westminster ("I went into the new R.C. Cathedral at Westminster, and wasn´t shocked", escribía Ronnie Knox a los 16 años a su madrastra), en cualquier quiosco de revistas de la cercana Victoria Station y en muchas partes más.
Comentario:
Destacable esta frase: “El rito tridentino refleja la teología de la Contra-Reforma que surgió del Concilio de Trento, y el Concilio Vaticano II marcó el momento en que la iglesia católica decidió, definitivamente, que la época de la Contra-Reforma había terminado”.
Totalmente de acuerdo. ¿Vieron que nos podemos poner de acuerdo con los progres?
Destacable también esta otra frase: “Los obispos tienen el deber de impedir que los espíritus desobedientes y anti-conciliares se desparramen. Ellos ya están presente en algunos seminarios, donde un porcentaje de jóvenes estudiantes para el sacerdocio parecen particularmente atraídos por un estilo anticuado de catolicismo que era familiar en las novelas de Evelyn Waugh”.
Tienen miedo. Se dan cuenta ded que los progres se están poniendo viejos. Y, en cambio, muchos jóvenes tienden a un conservadurismo o tradicionalismo.
Me llama la atención la innecesaria y descalificatoria referencia a Evelyn Waugh. Encuentro tres razones para la misma:
1) Es políticamente correcto descalificar a Evelyn Waugh quien pobló sus novelas sólo de representantes de las clases altas y despreció siempre a la clase media, de la cual se nutren hoy los obispados y cancillerías.
2) Odian a Evelyn Waugh por su defensa de la Misa tradicional. Toda su obra literaria fue un lamentarse de la pérdida de la belleza que él percibía en el mundo, pero su consuelo era saber que la Iglesia aún la conservaba. El Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica fue para él un duro golpe y una de las causas más importantes de la depresión que lo llevó a la muerte.
3) No hay que olvidar el contencioso histórico entre el The Tablet y el novelista. Poco tiempo después de su conversión, Evelyn Waugh escribe “Black Mischief”, una novela en el que incluye párrafos un poco irreverentes para algunos espíritus mojigatos como una escena en la que una señorita entra sola en el dormitorio del protagonista mientras éste come una parte de otra señorita que había sido cocinada en un festín caníbal o la referencia a un monasterio nestoriano cuya cruz había caído del cielo durante la comida de un viernes santo. Frente a estas pasajes, el director de The Tablet de ese momento, Ernest Oldmeadow (nada que ver con los Olmedos de Bella Vista), escribió en la editorial de la revista: “Si el Sr. Waugh se considera todavía católico, The Tablet no lo sabe, pero ciertamente es así considerado por libreros, bibliotecarios y lectores en general. Sin embargo, nosotros aquí afirmamos que la lectura de su última novela sería una desgracia para cualquiera que profese el nombre de católico”. Diatribas similares fueron escritas también por el arzobispo de Westminster, el Cardenal Bourne, digno sucesor de Manning. Evelyn Waugh escribió una hilarante respuesta que no fue publicada y sólo la leyeron algunos amigos, pero acusó el duro golpe y le costó recuperarse de la estupidez de los santulones católicos que comenzaba a conocer.
Curiosidad:
Para ayudar a Evelyn Waugh a superar este episodio, el P. D´Arcy lo invitó a un crucero por el Mediterráneo griego al que iría también su amigo Alfred Duggan, que había perdido la fe, a fin de que tratara de llevarlo nuevamente al buen camino. Este Duggan era argentino y había sido compañero de Evelyn en Oxford. Era de los mismos Dugganes paquetes que viven por acá cerca. Evelyn, además, logrará que su hermano Hubert Duggan, luego de una larga enfermedad, muera con los sacramentos de la Iglesia, a pesar de la resistencia de su familia, y será esta muerte la que tomará como modelo para la de Lord Marchmain en Brideshead revisited.

Opinión 2
Un interesante comentario fue publicado por el Telegraph de Londres. Puede leerse en este vínculo:
http://www.telegraph.co.uk/opinion/main.jhtml?xml=/opinion/2007/11/16/do1605.xml
Comentario
Me ha dejado muy contento y tranquilo esta lectura. Nunca pude dar muchas razones, pero desde siempre me gustó la liturgia tradicional, siempre defendí a los anglo-católicos (¿se puede hacer otra cosa luego de asistir, por ejemplo, al diario Evensong en St. Paul´s Cathedral o Christ Church, recordando nuestras católicas misas cotidianas?) y los ortodoxos siempre me resultaron simpáticos (entre un obispo ortodoxo y Romanin, ¿con cuál me quedo?). El artículo señala que, en Benedicto XVI, estos tres elementos están presentes y que la restauración de la liturgia tradicional es fundamental para la unión con la iglesia ortodoxa y ella le sirve, además, para flirtear con la Comunión Anglicana Tradicionalista que nuclea a unos 400.000 fieles y obispos y que el mes pasado han solicitado la unión con Roma, para horror y escándalo de los obispos católicos progres que prefieren el diálogo con los anglicanos oficiales.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Pablo, el Lobo y Gruñón



Pablo de Rosario, Lupus y Gruñón han escritos magníficos comentarios. Para seguir con la costumbre, facilitar la lectura y ahorrarme trabajo, los publico en forma de post. Salut!




Estimado Caminante:


Uno de los defectos intelectuales del ambiente tradicional es la «visión unidimensional» de las cosas. Las distinciones entre fe y razón, filosofía y teología, ética social y sociología, filosofía de la historia e historiografía, se desdibujan y dejan de ser operativas para esta visión. Si usted hace una descripción sociológica de un período histórico determinado, llueven las críticas unidimensionales que se formulan, en el mejor de los casos, desde la sola dimensión de una «teología de la historia» propia y, en el peor, desde una suerte de «revelación privada», en virtud de la cual se censuran sus opiniones como si hubiese puesto en duda algún dogma de fe.


Otro defecto es el «endurecimiento epistemológico» de las ciencias particulares. Aunque la cuestión ha sido debatida por muchos tomistas, para demarcar la filosofía de las ciencias particulares hay que tener en cuenta que mientras la primera alcanza conclusiones ciertas, las segundas no pasan de conclusiones probables o de conjeturas abiertas a una posible refutación posterior. Y así, mientras la filosofía de la historia permite arribar a conclusiones ciertas, de carácter abstracto y universal, la historiografía no alcanza tal certeza en sus generalizaciones. Y digo más: respecto de las grandes síntesis históricas, o de la interpretación de grandes series de hechos, la historiografía sólo puede llegar a unas conjeturas generales, siempre sujetas a revisión y por tanto siempre discutibles. Sobre los hechos singulares, cabe un conocimiento que se aproxima a la certeza, fundado en una evidencia extrínseca, que proviene de la fiabilidad de los testimonios y de otras fuentes que puede recolectar el historiador. Sirva de ejemplo el caso de aquel Zar respecto del cual la historiografía siempre sostuvo fue enterrado en una catedral, mientras la leyenda popular dijo que simuló su muerte para escaparse a peregrinar por Siberia y ahora resulta que, desde hace pocos años, gracias a los exámenes de adn, la leyenda popular ha devenido en la hipótesis histórica más probable.


Sería una grave confusión dotar de certeza filosófica o teológica a las afirmaciones que habitualmente hacemos sobre hechos o procesos históricos concretos. Y lo mismo hay que decir del conjunto de opiniones que componen las corrientes historiográficas.


Por tanto, el revisionismo histórico argentino, en cuanto corriente historiográfica, ni goza de certeza filosófica, ni es dogma de fe; la historia profana no tiene «hechos dogmáticos», ni «interpretaciones auténticas» ni «Santo Oficio» encargado de guardar la pureza doctrinal. ¿O es que vamos a evitar la «papolatría» para terminar cayendo en la «revisiolatría»?


Lo anterior no obsta a que yo piense que el revisionismo es la corriente historiográfica científicamente más seria de la Argentina. Pero opinable, revisable, discutible y matizable, siempre, so pena de dejar de ciencia para convertirse en mito o en tabú.


El tercer problema es el rigorismo moral de los «cazacómplices». No existe en las inteligencias de éstos una teoría que les permita deslindar las acciones que constituyen una verdadera cooperación (formal) en el pecado o en el error, de las acciones que tienen sólo razón de una mera cooperación material. Con esta deficiencia in mente, creen que el mal, o el error, son entidades substanciales, con las cuales no se puede tener ningún tipo de contacto, so pena de caer en una suerte de «impureza legal» veterotestamentaria. En base a meras apariencias exteriores, o a un casuismo que se carga la virtud de la prudencia, levantan el dedo acusador contra hermanos en la fe, acusándolos de complicidades morales inexistentes.


¿De dónde vienen estos defectos intelectuales? Conjeturo –no dogmatizo- que del racionalismo en sus diversas formas.


Cordiales saludos.


Pablo (Rosario)






Lo cierto es que existieron peronismo y peronistas, como también, gracias a Dios, monarquías y monárquicos. La crianza, la educación, los amigos, los parientes, la época, la vida misma, le van indicando caminos e ideales superiores, medianos o peores a las personas.


Veámoslo de dos lados. Leer a Aristóteles y a Santo Tomás, un par de buenos maestros y de buenos amigos, hace que las aspiraciones sean de un determinado modo y se mantengan tales. Así también, leer poco y nada, escuchar largas prédicas cambiantes y pedorras, tratar de satisfacer necesidades, compartir apetitos, hace que... hace lo mismo. Que uno quiera lo que aprendió a querer, lo que le enseñaron o le obligaron a querer. La realidad, de una punta a la otra, viste a las gentes de una ropa determinada.


Contra una cosmovisión, sólo una revolución. El éxito queda asegurado bajo la condición de que sea maldita.


Uno de nuestros principales problemas es que todas las posturas pierden rápidamente su quicio y se entrecruzan, se mezclan, cambian la ropa. Los argentinos, más que ser monárquicos o peronistas, en general fueron monarquistas y perónicos.Lo peor que le pasó a Perón fue volverse peronista. Cuando Perón se volvió peronista, los peronistas se volvieron perónicos.


Lo creyeron infalible, eterno, lo sintieron rey. ¿Él también lo quiso así? No con estos términos, pero sí, claro. El poder. ¿Su natura era así? No lo sé. Esa discusión la llevan aquí por otros carriles. No voy a detenerme ni siquiera en las posibles bondades de su proyecto y su gobierno. Lo único cierto es que peronismo ya no hay (sé que Wanderer dirá: y menos mal), quedan nada más que peronistas sueltos, algunos interesantes semivivos, como Fermín Chávez o Julio González, además de los muertos ilustres como Pepe Rosa. Habrá más, pero la mayoría, el grueso del sistema, se llaman tales y nunca fueron nada, y no saben cómo hacer para resucitar aquella clase de poder. Los perónicos invocan los fantasmas del rey y de la reina y tratan de remedar algo, lo que sea. Pero hagan lo que hagan, el secreto les permanece oculto. Así que, a chorear mientras dure. No hay mejores financieras que esas dos tumbas.


Los monarquistas también son melancólicos. Son los que desean que alguna vez, de algún modo, vuelva a ocurrir. Algo como una monarquía restauradora, o alguna aristocracia, para empezar, y antes de la parusía. Pero están agotados de olfatear rastros de sangre noble y ya son viejos. Les queda el suspiro y la tarea intelectual. Yendo más atrás, muchos de los "padres" de la patria primero no terminaban de decidir qué corona lustrar, y algunos, cuando lo decidieron, decidieron que la mejor estrategia era la fábula épica de la independencia. Transgresores de todo, como somos, nuestra moraleja no terminó nunca.


No sé qué es lo que se puede ser acá, además de buen cristiano. Quizás sea una ventaja que tenemos: en la Argentina sirve cualquier cosa, menos el Pensamiento Único. La Argentina es un quilombo mental, desde aquella vez. Al par de algunos reservorios cada vez más reducidos y bizantinos, una multitud de nanocerebros. Piolas, eso sí, siempre. Cada vez hay menos puntos fijos o centrales de coincidencia e incidencia.


La otra cosa que hemos definido a costa de mucho esfuerzo es la dirección de nuestra marcha. Podemos decir que somos un país de Movimiento Único. Hacia abajo.


No sé cómo pega esto con nuestra forma criolla de ser, pero pega. Somos mateadores, asadores, telúricos, bucólicos, campestres, gauchitos. Somos un país agrícola y agreste. Un país natural. Un país en bolas.


Desde aquella vez.




Lupus
Caminantes:
Me pregunto y le pregunto al emboscado: ¿y de qué moléculas aquellos polvos?; ¿y de qué átomos aquellas moléculas? ¿Cuándo empezó todo? ¿Simplemente con Caseros? ¿Y la revolución de Mayo? ¿Y no será tal vez con Carlos III, o con Colón? ¿Por qué no con el fracaso de las Cruzadas? ¿Y no serán los primeros polvos generadores de lodo, la caída del Imperio Carolingio, o del Imperio Romano?
Creo que es un exceso cargar las tintas sobre la Generación del 80, como si fuera la culpable de todos los males argentinos. Cada época tiene sus causas y responsabilidades, y la del 80 me parece que no es tratada con ecuanimidad suficiente. Con el peronismo en cambio, se es siempre benevolente, no me explico bien por qué. Inconscientemente, creo, muchos caen en el tópico común de que el peronismo se salva por su sensibilidad social, cuando la realidad demuestra que dejó un país mucho más empobrecido y empequeñecido que el que recibió. Se le reconoce a Perón su pretendida postura anticapitalista, y acabó consumando sucios negociados ferroviaros y petroleros, con la flor y nata del capitalismo mundial. Se le atribuye un romántico fervor antioligárquico y de defensa de los desposeídos, y dio lugar a una nueva clase gobernante (¿élite?) mucho peor, más inepta, corrupta, ruin, resentida y estúpida que la clase terrateniente y conservadora que pretendió reemplazar. Algunos creen ver que el justicialismo representaba a la doctrina Social de la Iglesia, y la realidad es que terminó quemando templos. Su jefe huyó cobardemente para retornar luego rodeado de una mezcla grasa y explosiva de brujos y marxistas, y se murió no sin dejarnos de regalito a su pintoresca e impresentable mujer. Los del 80, en cambio, tenían otra grandeza, y pese a sus graves errores y naufragios morales, no me parece que buscaban sólo su enriquecimiento personal; muchos de ellos actuaron de buena fe, haciendo lo que creían era lo mejor para la Patria, a la que por lo menos, hicieran que se la respetara en el mundo, y la convirtieron en la nación hegemónica de la región. Si a los argentinos nos pintan todavía hoy como orgullosos y arrogantes, es porque teníamos con qué, y por qué serlo. Por supuesto que la Generación del 80 no dio la grandeza a la nación que sí le dio Rosas, pero preferir al peronismo o a la cretinización generalizada y descastada de la actual caterva gobernante, que mantienen, fermentaron y profundizaron todos los defectos y lo peor de aquella generación, me parece por lo menos, una grave desatención. No señores, aunque no les guste, Roca o Ricchieri no son comparables con un pelele como Bendini; el dúo Fernández no puede ser comparado con Bernardo de Irigoyen, con Pellegrini, o con Roque Sáenz Peña. Cancilleres como Di Tella, Bielsa, o Taiana, no resisten cotejo con Estanislao Zeballos, Luis María Drago o José Terry ¿Alguien prefiere historiadores como Piglia o Lanata, en vez de Saldías o Quesada?. Cierto que estos últimos eran ideológicamente opositores al poder de turno, pero también formaban parte de la denostada Generación del 80, y la existencia de muchos otros como ellos aunque no ejercieran poder efectivo, contribuyeron igualmente a la conformación y grandeza nacional. Por ultimo, las defecciones religiosas que se reprochan a aquellos, ¿en qué polvos se iniciaron? Si casi todos provenían de familias cristianas y de colegios religiosos.
El tema es demasiado complejo como para simplificarlo tanto y decir ligeramente prefiero esto a aquello. Por último, el patriciado, si existió, algún día tenía también que terminar. Si ya no existe la milenaria nobleza europea, (ni en el poder ni en ningún lado) no debe extrañarnos que tampoco queden patricios argentinos. ¿Será el inevitable camino hacia el fin de los tiempos?
Saludos
Gruñón