Reapareció el Athonita con una bellísima reflexión acerca de la litrugia. Aquí se las dejo. Vale la pena leerla.
Pero ya le voy adelantando, don Athonita, alguna objeción: 1) Todo muy bien lo suyo, pero me parece que le escapa al bulto. Todo lo lindo y bello que Ud. dice de la liturgia, ¿tiene lugar en el Novus Ordo? Lo dudo, al menos tal como se celebra habitualmente, aún en San Nicolás.
2) Ud. habla del "ite Missa est", del "Sanctus", del "Agnus Dei" pero, por lo que sé, Ud. nunca pronuncia esas palabras sino sus equivalentes castellanas. A mí me cuesta entender, discúlpeme, que Uds., monjes de vida contemplativa, recen la liturgia es castellano. ¿Es qué no saben latín? ¿O es que lo desprecian? ¿O es que son políticamente correctos? ¿O es que le tienen miedo al arzobispo?
Tu que puedes, vuélvete
“Sólo el divino Redentor, como Hijo predilecto del Padre Eterno,
de quien conocía el inmenso amor,
pudo elevarle un digno himno de acción de gracias.”
Pío XII, Mediator Dei 91
“Todos nosotros, íntimamente unidos a Cristo,
debemos tratar de sumergirnos en su Alma Santísima y unirnos a Él
para participar así en los actos de Adoración
con los que El ofrece a la Trinidad Augusta el homenaje más grato y aceptable,
en los actos de Alabanza y de Acción de gracias que El ofrece al Padre Eterno.”
Idem, 159
“El Verbo de Dios, al tomar la Naturaleza humana,
introdujo (inveho) en el destierro terreno
el himno que se canta en el Cielo desde toda la eternidad.
Él une a Sí a toda la comunidad humana
y se la asocia en el canto de este himno de alabanza.
Idem 179
Hablando de Liturgia… se me dio por remontar el curso del Río hacia su Fuente (“el Jordán se volvió atrás…”) en busca de la Liturgia primordial, el Arquetipo. Y mientras andaba pensé en esa muchedumbre de testigos del Apocalipsis… y no: al llegar a ellos, el agua ya venía bajando. Y pensé en el triple Sanctus de los ángeles ante el Trono… y no: había más curso, aguas arriba. Y escuché del mismo río: “Tú que puedes: vuélvete… Los cerros que tanto quieres –me dijo- allá te están esperando.”
Y me le animé al cerro. Y estaba allí Nuestro Señor en oración.
Jesús reza.
El dato nos resulta tan cierto como sabido y trillado. Una seña más -de las tantas- con que armamos nuestro identikit del Señor. No obstante, la oración de Jesús es como una ‘puerta-trampa’. Pasando por uno de tantos detalles más de su vida, cuando la abordamos con ingenio y esmero, descubrimos que lo que parecía parte del decorado es una abertura que nos hace caer de bruces en un ambiente muy otro: inmenso, insospechado, abisal. Lewis acotaría -como en su acceso a Narnia- que a esta comarca no se entra caminando: más bien se cae adentro (en inglés se emplea mucho esto de caer-en; por ejemplo “enamorarse” no es una acción programable sino que se “cae en el amor”).
Y me acordé de un monje que decía que la genuflexión al entrar a una iglesia es la expresión externa de un indominable y torpe caerse íntegro del alma al acceder al ámbito divino. Y me acordé del “cayendo el alma en la cuenta” de san Juan de la Cruz y qué bien explica el Santico la maravilla de este gerundio, del estarse cayendo sin fondo…
Y me acordé de Borges, y su “tuve vértigo y lloré” al acceder a su inmenso Aleph, Origen y Arquetipo también.
Y nosotros, ¿en qué país de maravillas caemos si hallamos el fondo del armario del Cristo en oración? Titila el cursor... Muchos nombres válidos se amontonan en forcejeo por acaparar la respuesta. ¿A cuál darle primacía? Todos los nombres lo dicen con verdad y todos dejan lo más por decir... (Como remata su Comedia Dante: qué poco expresa la palabra ‘poco’ lo poco que logramos de Dios decir).
Estamos ante el mundo de Dios, es Dios mismo en su inmenso espacio interno. Se trata de un país de Fuego y Luz, donde el Amor -que nosotros entendemos como consigna- es ámbito y aliento. No hay tiempo, pero ocurren cosas. Todo es conocido, pero a nada le falta asombro y novedad. Todo es más añejo que el Orbe, como fresco y primordial. Todo es paz y calma, pero hay un Drama, un Celo voraz que hace añicos la apatheia griega y el nirvana oriental... Hay Vida, Fuego, Asombro, Pasión, Amor: ojos grandes que se miran y se entregan enteros en la mirada del Otro. Todo esto se da (ocurre y se entrega) no “más-allá” sino “más-adentro” de la plegada plegaria de Cristo. Quien encuentra esta “puerta” accede -tras incorporarse- a un maravilloso y vertiginoso viaje por el interior de Dios.
Es la Liturgia intratrinitaria.
Sí. El Manantial de toda Liturgia, la eterna Fonte –que mana y corre- es un Canto eterno de Amor que se entregan y reciben las Tres Personas divinas, desde antes de la Creación del Mundo. He aquí el Arjé de la liturgia, el irremontable Arquetipo litúrgico. (Quien lo expresa bien en Occidente es Isabel de la Trinidad, por ejemplo).
Y a esta Fiesta trinitaria accedemos por una sola Puerta (Jn 10,9), que es la oración de Cristo. Ratzinger en su “cristología espiritual” dirá: “Quién es Jesús sólo puede verse si se ve a Jesús orando”. Por eso, abordar su oración tiene ese extraño poder de hacernos caer dentro Suyo, a su más profundo Centro. Nos transporta sin escalas del “qué dicen ustedes que hago” al “quién dicen que Soy”. Y porque Pedro lo vio orar, responde sin riesgos: Tú eres un Hijo. Un Hijo de cara al Padre. En Eterna Alabanza.
Sí. Dentro de Cristo hay un mundo. Un mundo litúrgico de vínculos. Un Logos en Dia-logos. Un pulso espiritual que es la sangre misma en que vive, se mueve y existe su eterna condición de Hijo. Previa incluso a su Sacerdocio.
¿Su Rito? Su rito es un ritmo: un ritmo cordial. Que se ejerce desde toda la eternidad y que a partir de la Encarnación, se traduce en Carne de Uno de Ellos. Veamos: a cada instante -“así en la tierra como en el Cielo”- una Voz, que es fecundidad y poder, Eros y Ágape, Trueno inefable, dice “Tú eres mi Hijo, Yo te engendro ahora” y el Hijo recibe -a cada instante- el Ser filial. El Ser Dios de Dios, Luz de Luz.
Y a ese diástole sin principio, responde con un sístole de gozo, de admiración, de entrega, de asombro. Y con ternura inefable, completa el pulso divino con su ritmado: ¡Abbá! Tú eres mi Padre! Y así, la Vida de Dios -llamada Trinidad- irriga su insondable interior.
Y el Rojo fluir del Amor de Uno a Otro es tan “Sí mismo”, que es Otro a ambos. Es Persona: es el Espíritu Santo, Quien sondea los abismos de esta Liturgia de vértigo sin nunca hallar el fondo en Ninguno. Saltando de un Abismo a otro Abismo, con estruendo inefable, cual Maestro de ceremonias, despliega en rúbricas de Gloria la eterna Fiesta del Amor increado.
He aquí -descripta con la torpeza propia del escuálido idioma humano- la Vida misma de Dios. La Vida interna de Dios, como Liturgia primordial.
Nuestro amado Mago alemán, con más ciencia y pluma, lo ha resumido así: “la Liturgia es participación en el Diálogo trinitario entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; sólo así no es un ‘hacer’ nuestro sino un Opus Dei, acción de Dios en nosotros y con nosotros.”
Es en ese “Narnia” donde hay que intentar caer. Pero ese Narnia sempiterno es -en principio- inaccesible a toda criatura… hasta que, en Cristo, el armario se desfondó.
Cuando los discípulos sorprendieron al Maestro encendido en oración y le pidieron ser parte, lo que en verdad ocurrió fue un milagro mucho más asombroso que la seca enseñanza del Padrenuestro. Lo que pasó fue que este Verbo Eterno decidió compartir su en principio intransferible condición de Hijo Único. Como diciendo: cuando oren, oren desde mi propia condición. O más: cuando oren, oren en Mí. Y así, entrar-caer en Cristo es ingresar en su Mundo de vínculos, de fuegos y pasiones, de vértigos inefables y proyectos divinos. ¡Esa es la oferta oracional del Maestro! De esa Liturgia son sacramento nuestras liturgias terrenas, en su admirable variedad de ritos. Allí el tiempo se suspende, y el espacio cósmico se discontinúa. Se interrumpe –se expropia- una coordenada mundana para incrustar allí Lo eterno y Lo infinito en una parcela ínfima: un lote a mitad de cuadra, una esquina de manzana… transformada en desmesurado Aleph sin principio, que todo lo contiene.
Ingresar a ese ámbito de plegaria divina, implica participar como dioses, como ciudadanos del Cielo, como miembros del Mundo interno de Dios, de su Sacrum Convivium.
Celebrar la Liturgia será así subirse a una corriente de Amor mutuo que ya está en ebullición cuando llego y sigue cuando tras el “ite Missa est”, dejo sin dejarlo.
La Liturgia cristiana no es el titubeo humano por hacer y decir algo digno de Dios. Es Acontecimiento -y Acontecimiento divino- que me invita a tomar parte. Mira: Yo pongo ante ti la Plegaria (la del Hijo Único): escógela y vivirás de ella. Pues ella vivirá en ti.
Es que Bulnes no es Bulnes. Ni San Nicolás es tal. Ni el Athos, ni Venezuela ni Narek. “¡Suyos son sólo los atrios!”, canta un antiquísimo tropario antioqueno. Tras ese umbral, el ámbito que se abre ante el genuflexo, ya no es de este Mundo. Expropiado, arrancado de sus entrañas, las iglesias son parcelas de Cielo; pero más aún, son los interiores de Dios incrustados en la coordenada cósmica.
Dios nos conceda a todos, antes de partir, escuchar del Río: “tú que puedes, vuélvete”. Y así “tener vértigo y llorar” ante la Divina Liturgia, ante un Kyrie, un Sanctus, un Pater o un Agnus Dei puestos en nuestros labios cual brasas ardientes, cual exceso y desmesura de un Dios pródigo, que en su extrema locura, nos ha donado la Oración de su Hijo.
El Athonita