lunes, 28 de enero de 2008

Gnosis


Con el permiso, y bajo el riesgo, de Lord Tollers, publico su traducción de la entrevista a Borella sobre la Gnosis.

Viene bien para tranquilizar las conciencias de todos aquellos a quienes, alguna vez, nos llamaron gnósticos. Y viene bien también para noticia de aquellos que creen que la fe es un silogismo, que los hay, y muchos.



Breve y necesaria aclaración acerca deLa Gnosis

por Jean Borella.



La palabra “gnosis” está tan cargada de negatividad, tanto en los ambientes de izquierda como en los de derecha, que resulta imposible usarla sin suscitar un incoercible movimiento de sospecha y de condenación. Y este rechazo no cesa de amplificarse. Se califica de gnosis a todo: basta con pronunciar la palabra para tachar de infamia a un libro, a una tesis, a un pensamiento. Hay una excepción: el Padre Louis Bouyer, que ha escrito un excelente libro intitulado Gnosis. Mas no todo el mundo tiene el coraje y el saber del Padre Bouyer. En cuanto a mí, me he encontrado como blanco de críticas tanto de parte de los guenonianos de estricta obediencia cuanto de parte de los católicos barrulianos [referencia al Monasterio Benedictino de Le Barroux). Me habría gustado que ambos afinasen sus violines. Pero esto parece poco probable.

Con todo -y es un hecho incontestable- San Pablo con toda certeza, y tal vez San Lucas, han recurrido al uso de la palabra gnosis en un sentido muy preciso, y la tradición patrística los ha seguido. Resulta más fácil ignorar este dato y repartir virtuosas invectivas que refutarlo y extraer las consecuencias. Es que de otro modo, la Encarnación no sería plena ni total y se caería en el docetismo. O bien el mundo, el cosmos, es lisa y llanamente aquello que nos dice el científico materialista y entonces los milagros de la vida de Cristo son imposibles (la Ascensión, por ejemplo); o bien, por el contrario, hay que admitir que en la naturaleza misma del cosmos existe una potencia sacral actualizada por la venida de Cristo. Es cierto que uno puede contentarse con afirmar que aquellos milagros son efecto exclusivo de la potencia divina -lo que resulta incontestable; pero con eso no podemos sino ir a parar a un sobrenaturalismo que se nutre de fideismo. Más tarde o más temprano, estas actitudes conducen a la negación de la Encarnación - cosa que se ve en ciertas sectas del luteranismo. Tal el primer interés que tiene este asunto, teológico, de un conocimiento de las diversas manifestaciones de los sagrado.

El segundo interés estriba en lo relativo a la liturgia, o, dicho de otro modo, al arte sacro. Admitir que el cosmos posee una objetiva potencialidad sagrada equivale a afirmar que existen en el mundo, en los seres, ciertas relaciones, ciertas cualidades cósmicas más apropiadas que otras para incorporar al proceso de sacralización -y por tanto más apropiados para expresar las realidades divinas y comunicar su virtud mientras que otros resultan menos apropiados para eso, cuando no por completo inadecuados. El arte sacro (del cual la liturgia es el centro), esto es, la reglamentación con recurso a los elementos del mundo de las realidades supra-formales y supra-mundanas, en una palabra, “sobrenaturales”, el arte sacro, digo, implica por tanto la posesión de una ciencia objetiva, perfectamente rigurosa, que debería llamarse la ciencia sagrada del simbolismo. No existe hoy en día una ciencia más desconocida. Todo el mundo está persuadido de que las formas litúrgicas son cuestión de sensibilidad y talento. Nada más falso. En realidad, la producción de formas litúrgicas obedece a leyes rigurosas cuyo conocimiento parece haberse perdido. Basta con comparar una catedral gótica o un aleluya gregoriano a una iglesia moderna (incluso una “genial”), o a un alelulya moderno, incluso uno mozartiano, para darse cuenta. En el lenguaje neo-testamentario y en la patrística, la gnosis designa un modo particular de conocimiento, aquel en el que la fe se profundiza, comienza a convertirse en una intelectualidad sagrada, una fruición mística, y por tanto otra cosa que no una simple especulación racional. Consiste- por lo menos en ciertos aspectos -en una cualidad contemplativa de la intelección teológica, esto es, en una capacidad que tiene la inteligencia vivificada por el amor para contemplar los conceptos teológicos que nos traen al espíritu Realidades trascendentales y superinteligibles. Puesto que son símbolos, estos conceptos también deben ser superados y así la gnosis positiva debe convertirse en gnosis negativa, “nesciencia”: ahora bien, incluso esta superación ha de hacerse bajo la guía del símbolo conceptual.
La palabra “gnosis” puede también entenderse no en sentido activo, sino pasivo u objetivo: aquello que se conoce. Por tanto puede designar a la ciencia o doctrina que contiene los objetos más o menos misteriosos que la gnosis alcanza en acto. De tal modo que se podría dar el caso de hablar de aquello que en realidad se ignora: he allí la “gnosis que infla” y que no significa nada al lado de la mirada de la caridad. Y ha sido el caso, por fin, de muchos soberbios y herejes, que fascinados por el aura misterioso que rodeaba este modo de conocimiento, llegaron a usurpar su uso y se llamaron a sí mismo “gnósticos”. En efecto, he demostrado en un estudio sobre “La gnosis verdadera” que este adjetivo jamás ha calificado a una secta, un movimiento, o una escuela, si no que refiere a un estado espiritual que se pretende poseer y en nombre del cual se pretende una dispensación de las reglas morales y la ley común. Resultaba sin duda imprudente emplear un término tan comprometedor cuanto comprometido.

Pero no me arrepiento. No soy yo, es toda la Tradición cristiana que ha designado con el término gnosis a la inteligencia de la fe, particularmente a aquella que mana, bajo la gracia del Espíritu Santo, de la lectura de las Escrituras. Y antes que nadie San Pablo que todo lo tiene por nada “comparado con la suprema gnosis de Jesucristo, mi Señor” (Fil. II:8). Hará falta pues que este conocimiento sea algo más que un conocimiento común; y el hecho de que sea distinto no sólo en lo que se refiere a su objeto, lo que resulta evidente, sino también en su modo, esto es, en cuanto conocimiento. De otro modo, cuando hacen teología, no habría ninguna diferencia intrínseca entre la inteligencia de un ateo y la de un creyente. El cristiano moderno ignora esta distinción de modos. Dice bien que la fe es un conocimiento, mas, aunque se profese tradicionalista de hecho es un luterano y en el fondo no cree en esta dimensión cognitiva de la fe, del acto propio del intelecto en la fe. En el fondo, concibe a la fe como alimentándose exclusivamente de la voluntad y de la gracia, no de la inteligencia- y así la palabra “conocimiento” no tiene, en tal contexto, más que una dimensión metafórica. La fe nos revela la existencia de realidades sobrenaturales que aceptamos (o rechazamos si la fe desfallece)- mas en este caso no hay ninguna experiencia cognitiva. Semejante preconcepto implícito de la fe no se corresponde con la verdad de las cosas, sino que refleja los hábitos epistemológicos del mundo moderno para el cual no hay más conocimiento que el empírico y el científico. En tal concepción de las cosas, lo que excede esto equivale a ingresar en los resbalosos dominios de las creencias. No es éste el parecer de San Pablo, de los Padres y de los Doctores. Más allá del conocimiento empírico y científico hay lugar para un conocimiento metafísico, y más arriba todavía, para un conocimiento sacral o místico. Esta posibilidad de un conocimiento sobrenatural no se actualiza más que cuando actúa la gracia de la recepción del objeto de la fe. Por tanto es negada por aquellos que rechazan este objeto. Por lo demás, la concepción epistemológica moderna- la concepción dominante- en realidad equivale a una verdadera mutilación de la posibilidad cognitiva. Aquí tocamos un punto fundamental, el de la capacidad naturalmente sobrenatural de la inteligencia, y esto ha hecho correr ríos de tinta. Me contentaré pues con hacer tres muy breves observaciones. Solamente diré que la inteligencia, en su esencia pura, supera el orden de la naturaleza, por más que en el acto cognitivo ordinario dependa de la experiencia de las creaturas. Pero la inteligencia está, en sí misma, ordenada a lo Trascendente; está hecha para horizontes divinos e infinitos toda vez que en sí misma, en tanto desprovista de forma, es capaz de recibirlas todas porque es incircunscriptible. Ninguna creatura podría actualizar la potencia propia del intelecto. Sólo el conocimiento de la fe está en condiciones de actualizar su capacidad sobrenatural, o, por lo menos, de conducir a la inteligencia hacia la producción de un acto cognitivo que empiece a revelarle a la propia inteligencia su propia naturaleza deiforme. Un conocimiento tal es un conocimiento intermedio entre el conocimiento natural y el conocimiento beatífico del intelecto deificado. En relación con el conocimiento natural, al principio éste parece oscuro y tenebroso y da la impresión de que se nutre más bien del amor y de la voluntad y no de una clara visión. Y sin embargo se trata de un verdadero conocimiento dotado de una verdadera inteligibilidad a poco que esta inteligencia se habitúe a vivir, por la oración, los sacramentos y la lectura de las Escrituras, en el universo de las realidades reveladas. Y esto no puede carecer de relación con aquello que se ha dado en llamar “contemplación adquirida”. Porque ocurre que la verdadera gnosis, este conocimiento en la fe, no debe ser concebido como una infusión de una gracia particular, como un acontecimiento místico extraordinario y que sólo el alma podría realmente recibir. Fuera así y no se podría hablar de “conocimiento” en el sentido propio y activo del término. No es por súbita y efímera “iluminación”- aunque la gnosis puede incluir relámpagos intelectuales- de ese tenor, ya que el Espíritu sopla cuando y donde quiere. Mas aquellos relámpagos no constituyen “visiones”, sino que son como “rendiciones ante la evidencia”, “comprensiones”, “tomas de conciencia”. Seguramente que comparado con el conocimiento beatífico la “gnosis en la fe” no es más que oscuridad e ignorancia. Y sin embargo, desde otro punto de vista, bien puede decirse que en la fe se nos otorga el Cielo entero, aunque no lo sepamos.

Hoy en día la idea misma de gnosis, de conocimiento sagrado, resulta completamente ignorado o violentamente combatido. Y sin género de duda es combatido por razón de una ignorancia acerca de su verdadera naturaleza. No pensaban así- y de allí que usaban otro lenguaje- los Apóstoles, los Padres y los Doctores. Ninguna historiador serio y objetivo puede negar que la Tradición cristiana reservó la palabra “gnosis” para designar este conocimiento específico, obra del Espíritu que, por el “don de la gnosis” (o “don de ciencia”) realiza el “don de la inteligencia”, esto es, que al otorgar la gnosis, rinde la inteligencia a sí misma, para que la actualiza y por tanto la revela su propia capacidad sobrenatural. En mi libro, “La Profanación de la Caridad” he dado en llamar esta operación como “la neumatización del intelecto”. San Pablo le pedía a sus discípulos que se llenaran de este conocimiento (Rom. XV:14) y el mismísimo Cristo le reprocha a los Doctores de la Ley haber robado “la llave de la gnosis”:

“¡Ay de vosotros!, hombres de la Ley, porque vosotros os habéis apoderado de la llave del conocimiento; vosotros mismos no entrasteis, y a los que iban a entrar, vosotros se lo habéis impedido” (Lc. XI:52).

Reconocer a la gnosis, suministrar la llave de la gnosis, consiste antes que nada en creer en su existencia y creer en la inteligencia y su capacidad sobrenatural. Reducir la gnosis a una exclusiva designación de herejía como se hace hoy en día equivale a ratificar la victoria del diablo sobre la más alta posibilidad del espíritu humano; equivale a darle la razón a los falsificadores e impostores del conocimiento sacral. La respuesta a la proliferación de sectas puede reducirse a dos palabras: restaurar el orden litúrgico y la belleza de su misterio; y reabrir, en la inteligencia de la fe, la puerta de la gnosis.




Traducción de Jack Tollers de la última parte de una entrevista
concedida a Jean Borella, cuyo original se hallará en
http://jean.borella.neuf.fr/intelligencesets.htm.

sábado, 5 de enero de 2008

Retruco, de Pablo y Wanderer


Estimado Gallo:
Tal vez por apresuramiento no me he expresado bien. Creo que las matizaciones que me hizo Jack Tollers y éste, su post, ayudan a ver que tenemos –no hablo por el Caminante- visiones complementarias.
Ciertamente no es el tiempo en que una doctrina es formulada o en el que un uso o una costumbre se generaliza, lo que permite juzgarlas. Las edades históricas, como la herencia, se aceptan con beneficio de inventario. Y a quien toca aportar los criterios de juicio para discernir lo bueno de lo malo de las herencias es a la Iglesia.
Mi opinión es que a algunas formulaciones del catolicismo post-tridentino se le adhirieron elementos culturales de la modernidad que considero han sido nocivos para muchos. Elementos que no forman parte de la Revelación. Y que por efecto de la separación, esos elementos no entraron en las iglesias orientales, lo que no impide que los ortodoxos se cargaran de otros errores.
Para Ud. todo ello puede ser un efecto del fariseísmo -enemigo siempre al acecho- y es posible que tenga mucha razón. No lo discuto.
La moral de San Alfonso daría para un largo debate. Comparada con la nueva moral, y sus «Marcianos», queda bien parada. Pero comparada con la Summa ¿cómo queda? ¿Es una ciencia de las virtudes a practicar o un repertorio de los pecados a evitar? [Un detalle sobre San Alfonso: mientras Tomás de Aquino guardó silencio sobre el tema de la tortura, San Alfonso dijo expresamente que en caso de existir semiplena prueba de la culpabilidad del reo, el Juez civil puede torturarlo.]
Sobre el CDC de 1917 podrían decirse muchas cosas. La teoría del consentimiento matrimonial tiene un fondo de racionalismo problemático. No encuentro manera de exponer brevemente esta cuestión, pero creo que un libro de Pithod «El alma y su cuerpo», en un capítulo referido a las bases preconscientes de la vida moral, nos brinda un buen panorama de cosas que el legislador de 1917 no vió. La crítica de los lefes al CDC de 1983 en esta materia es para mí buen ejemplo de que algo no estaba bien en la legislación de 1917. [Otro detalle del CDC de 1917 está en la tutela penal de las verdades enseñadas por el Magisterio: cometida la infracción externa, se presumía el dolo –mala fe- del equivocado. El CDC de 1983 presume la imputabilidad, es decir que la acción ha sido realizada de modo humano, pero no la mala fe. ¿No podríamos decir que una presunción legal de mala fe es un instrumento apto para ejercer el autoritarismo clerical y triturar almas como las de un Newman?]
Es una gran verdad que en Occidente diferenciamos mucho mejor –especulativamente, al menos- lo temporal de lo espiritual. Pero en la práctica, tenemos problemas serios, por exceso y por defecto, desde el medioevo: agustinismos políticos, cesaropapismos, clericalismos varios, regalismos, y un largo etcétera.
Debo insistir en que no tengo nada contra el Concilio de Trento y los cánones promulgados. La crítica es a unas añadiduras para-magisteriales que muchas veces los teólogos hicieron pasar por Magisterio. En especial, han jugado aquí un triste papel varios teólogos de la benemérita Compañía de Jesús.
Creo que la forma más breve de explicar lo que entiendo por «catolicismo vetusto» estaría en ejemplificar con algunas personas o instituciones. Pero no debo hacerlo. En una Gladius, Patricio Randle publicó una reseña a un libro del P. Bouyer («La descomposición del catolicismo») que describe bien eso que llamo «catolicismo vetusto», integrismo cerril de corto vuelo intelectual, voluntarista, rigorista y estéticamente desagradable. Pero aquí mi crítica no debe ser fuerte. Sólo puedo decir que ese catolicismo me produce alergia interior. [Por ejemplo: puedo entender que otros le tengan devoción a una imagen acaramelada del Sagrado Corazón; pero, para mí, eso no es arte sacro, no me mueve a ninguna devoción; hay algo que me dice que esa imagen no expresa el Misterio; y que es una foto deslucida de la tradición.]
Sobre la reforma litúrgica del Vaticano II, no cuestiono su validez y mis críticas no van más allá de las que hizo Ratzinger. He asistido a liturgias occidentales según el novus ordo, en castellano y en latín, celebradas con unción y espíritu de profunda sacralidad; si tuviera en mi ciudad una misa tridentina estable y digna, asistiría sin reparos; también he asistido al rito maronita, en castellano y arameo, y en mi ciudad asisto regularmente a un rito greco-melkita. Sólo he participado activamente en ritos orientales en comunión con Roma. A los ritos ortodoxos, los he visto desde fuera, como observador externo; los admiro, pero no participo activamente en ellos.
No propongo que nadie se haga ortodoxo. Sería un grave error. Oriente es para mí, principalmente, un remanso de paz interior, el lugar de una sacralidad que en nuestras iglesias brilla por su ausencia, un ámbito en el que podríamos recuperar cosas que en Occidente hemos perdido. Oriente es para mí un modo de encontrarme con Cristo que no me agobia, ni me disipa; que me recuerda y me hace presentes unos misterios tremendos y fascinantes. Hoy, no podría hacer «ejercicios espirituales» estructurados en pláticas de más una hora; me agobiaría leer las meditaciones del P. La Puente y encontrarme con todos esos «puntos», «propósitos», «afectos», «exámenes», «cuadrículas»…
Mi esperanza está en que el tradicionalismo occidental sea capaz de renovarse en las fuentes. En todas las fuentes, y no sólo en las de Oriente. Y que pueda ofrecer a los hombres de hoy un catolicismo depurado de las malas adherencias de la modernidad. Si lo anterior no es posible, al menos reivindico el derecho de buscar refugio en Oriente SIN hacer cisma.
Cordiales saludos.


Pablo.


N.B.: lo de Pithod es un artículo: El trasfondo no-consciente de la vida moral, publicado en Ethos (1983). El libro de antropología, que cité, enfatiza la importancia de la afectividad en los actos humanos. Una antropología filosófica que ignore o infravalore la incidencia de las pasiones en sobre los actos libres, cosa que se hizo por influencias modernas, se proyecta sobre la teoría del consentimiento matrimonial.



Dado que en el primer comentario de Pablo sobre este tema me adherí a todas sus afirmaciones, quiero ahora también agregar algo mío:

1. No me parece que haya sido intención de Pablo, y muchos menos mía, sugerir o alentar a los católicos romanos a "hacerse" ortodoxos. Me animo a decir que la iglesia ortodoxa tiene más problemas que la latina, aunque de distinto tipo: desde las luchas internas, feroces e implacables, hasta los bochinches teológicos que tienen en sus cabezas los dirigentes. Los curas ortodoxos, sobre todos los de algunas iglesias de Asia Menor, no saben bien en lo que creen. De hecho, los dos teólogos de la ortodoxia más importantes en la actualidad son un monje y un laico conversos del catolicismo. El reconocer estas miserias, sin embargo, no quita valorar lo que ellos supieron conservar.

2. San Alfonso María de Ligorio es Doctor de la Iglesia. Por algo habrá escrito lo que escribió en el momento en el que lo hizo, aunque a mí no me guste. Quizás convenga recordar algo que dije anteriormente: eran momentos históricos donde la prudencia aconsejaba la cristalización de la doctrina, en este caso moral, pero esto provocó su esclerotización. Lo que me parece grave es lo que hicieron con las enseñanzas de San Alfonso los que vinieron detrás de él. A veces pienso, exageradamente, que fueron todos buenos curitas con el nivel de profunidad teológica que tienen los actualues miembros de la FSSPX. Imagínense. Para la mayoría de ellos la vida cristiana consiste en evitar el pecado, y entonces, es lógico que anden con la reglita mediendo hasta dónde sí y hasta dónde no. Quienes frecuentan sus Misas, hagan el ejercicio de tomar nota de la cantidad de veces que hablan del pecado y de las veces que lo hacen del amor de Dios o de las virtudes. Como alguna vez conté en el blog, he escuchado a curas distintos y en prioratos diversos, homilías en las que se preguntaban cual era el límite del robo para que dejara de ser pecado venial y pasara a ser mortal. Según la tablita del Gordo, era, en ese momento, de $ 10. Supongo que ahora, con la inflación, estará en $ 13, por lo menos. Otro especímen hizo una prolija disquicisión de más de cinco minutos acerca de los grados centígrados que alcanza el fuego del infierno.

Así, no hay santo ni doctor que resistan.


EL WANDERER

viernes, 4 de enero de 2008

El cacareo del Gallo (Cascarudo)


Y el Gallo Cascarudo le cacareó a Pablo:


Estimado amigo Pablo: En el marco general del juicio a la iglesia postridentina, Ud. alude a temas vinculados sin duda, pero bien diversos, y tan interesantes que me parece cada uno daría para un debate. “A cuenta” del cual hago aquí unos comentarios.

Antes que nada, coincidimos en el amor a la Edad Media y en que la modernidad es una cabal porquería. Ahora bien; también concordamos en que en el medioevo hubo adelantos de la modernidad, y que en los últimos siglos hubo enérgicas defensas de la Tradición. Es decir que para juzgar una doctrina, o una costumbre, no basta con considerar el momento de su origen. Es necesario distinguir; pero, si no entendí mal, Ud. y nuestro huésped Wanderer rechazan ciertas doctrinas, costumbres o actos sin expresar otra causa fuera de que serían (cronológicamente) modernas y no medievales. No concuerdo con eso como método.

Voy a los ejemplos que Ud. da en su comentario: San Alfonso y el Código de Derecho Canónico (bc, CDC).

Aún que en algún sentido pueda considerarse moderna a la obra de San Alfonso: ¿qué tiene ella de objetable? ¿Quién puede decir con justicia que es rigorista, o juridicista o apegada a la letra? Ojalá los curas hoy día conocieran la moral como la enseñó San Alfonso ¡Cuantas tonterías se ahorrarían, y cuanto bien harían a los fieles, y hasta al bien común temporal! Pero no; conforme a la oficial nueva teología los curas vagan en morales “pneumáticas”, difusas y sentimentales entre las cuales van a los tumbos, sin paz para ellos ni para los feligreses. De lo cual, para peor, culpan a San Pablo.

Con respecto al CDC, brevemente. Estaremos de acuerdo en que la moda napoleónica de la codificación moderna se vincula con un método jurídico congruente con el iluminismo. Cierto. Como también es cierto que ha habido códigos, compilaciones y sistematizaciones desde la antigüedad, y también durante la Edad Media; recordemos al paso a las Partidas del buen Rey Alfonso. Así las cosas, la verdad es que no le entiendo el reproche al CDC a menos que Ud. diga que tiene de malo el Código, más allá de su novedad.

Dicho ello, voy al asunto del juicio negativo que le merece a Ud. la iglesia postridentina. En más o en menos todos aquí estaremos de acuerdo en que la Iglesia militante va cargada hace tiempo de voluntarismo, pietismo, rigorismo... entre otras lacras. Como se dijo anteriormente en éste blog, citando al RP Castellani, todo eso tiene el nombre común de fariseísmo y es más viejo que la misma Iglesia, como que atacó duramente a Israel. Con diferentes matices, es por lo tanto tan postridentino como pretridentino. La carnalidad “política”, el amor desordenado por la estructura y su prestigio; todo eso que Ud. rechaza a justo titulo es farisaico, todo eso es la tentación eterna de la Iglesia, tanto de Occidente como de Oriente. Y acaso en algún punto es peor en Oriente.

Ud. menciona al problema de la obediencia. A veces, en los hechos, en la iglesia romana se ejerce el despotismo y se pide el suicidio en nombre de la obediencia. Cierto, es el caso del Padre Castellani y de otros. Pero al menos tenemos diferenciado al señor temporal del espiritual, lo que no siempre es el caso de los ortodoxos. Lamentablemente, los Patriarcas Ecuménicos han ejercido el despotismo más horrible a favor del Turco; lamentablemente, la iglesia rusa dio una jefatura que no le correspondía al Zar. Es decir a veces –como en el caso de Pedro- a un verdadero mounstruo. ¿No es eso fornicar con los poderosos de éste mundo?

En cualquier caso, aún que las antedichas lacras fueran especialmente atribuibles a los últimos siglos de la iglesia de occidente, la causa de ello no puede estar en el tridentino, ni en la moral de San Alfonso, ni el Código de Derecho Canónico. Ni en el tomismo, del que se ha debatido ya en éste blog.

La Iglesia Católica promulgó los cánones del tridentino como de un Concilio Ecuménico; levantó a Santo Tomás como Doctor Común y a San Alfonso María como Doctor y maestro de la moral. Un Pontífice canonizado promulgó el Código. Si –lo que no creo- el balance de ello fuera negativo; si ello ha sido la causa de grandes males; si aún fuera que nos han cargado de consignas innecesarias, entonces Pablo la cuestión es tremenda pero sencilla: habría que descreer de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica no se puede equivocar tanto, durante tanto tiempo.

Como mera opinión personal, supongo posible que en un momento preparusíaco no exista ya iglesia visible y jurídica, pero no tengo ciencia ni gracia como para comentar el famoso párrafo del RP Castellani que Ud. transcribe. En cualquier caso, me parece que el Padre se refería a tal posibilidad como algo futuro (aunque cercano a sus días) e incierto (aunque probable). No se refería, ciertamente, a la iglesia postridentina, con respecto a la cual decía, si no recuerdo mal, que lo único que podía hacer era conservar lo que había recibido, como lo había recibido. De allí una posible respuesta a otra pregunta retórica de Pablo: si el tradicionalismo consiste en el simple retorno a un catolicismo vetusto. Póngalo en los términos que quiera, pero la realidad es que el tradicionalismo no puede cribar lo que recibió, ni innovar; eso lo hace la Iglesia jerárquica o no lo hace nadie. Al margen; no sé si es su caso, Pablo, pero me resulta incomprensible la actitud de muchos buenos amigos que huyendo de la neoliturgia serían capaces de ir a Misa con los coptos sin mayor problema pero levantan no sé que abstrusas cuestiones y prevenciones contra los lefes.

En fin; como quiera que sea, y aún adoptando los puntos de vista más drásticos con respecto a la Iglesia Católica, ciertamente no creo que haya que hacerse ortodoxo. Muchas cosas buenas se pueden encontrar entre los ortodoxos, no tengo duda. Y muchas malas. Cualquiera que conozca algo del “mundo ortodoxo”, conoce también el desprecio -cuando no, enfrentamiento violento- que suele haber entre ellos. Entre griegos y rusos, entre las autocéfalas con Constantinopla; y aún dentro de los rusos. Fíjese el agua que corrió bajo los puentes entre la ROCOR y el Patriarcado. Heridas que no cierran, al menos del todo; como testimonia el caso del Omofor Valentín. Acusaciones tremendas de unos a otros que, o son calumnias, o son verdades.

De verdad que no quiero exponer miserias que se dan entre ellos como entre nosotros. Ellos son en muchos casos virtuosos y santos. Pero así y todo, creo advertir, Pablo, que su simpatía hacia los ortodoxos –simpatía que no critico- lo lleva a tener una visión idealizada de ellos. Ud. menciona a las madrecitas de cabeza cubierta que asisten a la divina liturgia; las que merecen todo mi respeto, y más aún, mi mayor simpatía. Dios las bendiga. Pero no sólo ellas acuden al Templo, ni de ellos es el monopolio de la virtud. Es feo mencionarlo, y ojalá no hubiera sido así; pero aquí mismo, en Buenos Aires, cierta prestigiosa iglesia ortodoxa ha tenido su caso Maccarone.

Si, por la Gracia de Dios, podemos tener alguna lucidez con respecto a las heridas de Nuestra Madre la Iglesia Católica, de modo de no tragar ciertos sapos ¿hemos de cambiar una leyenda rosa por otra? Dios no lo permita.


El Gallo Cascarudo

jueves, 3 de enero de 2008

Respuesta al Gallo (de Pablo)


Estaba yo por responder el comentario de nuestro buen amigo el Gallo, cuando Pablo Rosarino se despachó con un comentario que, necesariamente, debo publicarlo como post. Suscribo todas y cada una de las palabras que escribe.
(Es notable el federalismo de este blog: Tenemos un Juan Mendocino, un Pablo Rosarino, varios porteños, ¿y qué más...?)


Estimado Gallo:
Todas mis opiniones son discutibles. Si me molestara el disenso, debería dejar de opinar en este blog.
No olvido que «las piedras desprendidas de la roca aurífera son también auríferas» (Pío XI). Pero a esa roca rusa, le falta romanidad. Y yo soy católico romano.
La ausencia de romanidad puede verse como una carencia objetiva, que sin duda lo es, pues falta la plena comunión. Pero también, bajo cierto aspecto, per accidens si se quiere, con la separación la Iglesia Ortodoxa ha conservado algunos bienes. Porque las formulaciones religiosas dependen en buena medida de las culturas en que se realizan; la institucionalización de la Iglesia, en su parte humana y mudable, incorpora elementos del ambiente cultural que envuelve a pastores y fieles en cada época histórica. Y, para bien o para mal, la institucionalización del catolicismo romano posterior al concilio de Trento, asumió muchos elementos decididamente modernos, y no medioevales. ¿No es la teología moral de Alfonso María de Ligorio moderna en su formulación? ¿No es el Código de Derecho Canónico de 1917 y su teoría del consentimiento matrimonial algo bien moderno?
«Tengo la impresión de que esto que llamamos comúnmente Iglesia, y que no nos parece responder a las descripciones deslumbrantes del rey David, o de San Pablo, es una "estructura temporal" ya cansada y gastada, nacida en la Contrarreforma, y llamada a finar con ella, y que la nueva época que se viene, si es que se viene, exige imperiosamente que se barra un poco, si no del todo. Pues es de saber que varias "estructuras temporales" se fabricó para sí la religión de Cristo y su Espíritu, en el curso de la Historia.» (Castellani, Carta a Leónidas Barletta, 12)
Soy de la opinión que el catolicismo post-tridentino, por los supuestos culturales que asimiló y por las numerosas adherencias ajenas a la revelación que institucionalizó, terminó en formulaciones de un rigorismo creciente y a veces agobiante. Rigorismo que confundió -¿y todavía confunde?- el bien sobrenatural con un «prestigio institucional» de índole temporal, análogo a la «razón de Estado», en virtud del cual se legitima el triturar personas concretas, en nombre de la obediencia.
«…Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la "política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista...» (Castellani, Apéndice II en "Cristo y los Fariseos")
Notemos que Castellani habla de atropellar a la persona humana. ¿Personalismo maritainiano? ¿La difícil ortodoxia de Castellani, que diría un historiador cuyano? No lo creo. Pero cuidado, porque cierto antipersonalismo reactivo va a parar a un autoritarismo bien moderno, tomado de monarquías absolutas sin los límites medioevales al poder y muy en boga entre ciertos «peluqueros» en su función de gobierno eclesiástico.
Esta cáscara rigorista no podía dejar de proyectarse en la espiritualidad de Occidente. Sería largo hacer la historia de todo esto. Baste con mencionar la devotio moderna, primero, y el voluntarismo semipelagiano, después.
Pues bien, mi estimado Gallo, debo decirlo: me temo que esa formulación del catolicismo romano posterior a Trento es nociva para muchos, ha dejado un tendal de personas rotas por el camino –Newman, Castellani, et al-, y a mí me produce una alergia interior irrefrenable.
Me entristece que algunos crean que el tradicionalismo consiste en un simple retorno a ese catolicismo vetusto, y no vean la imperiosa necesidad de renovarse en las fuentes occidentales y orientales. Si la tradición pasa por volver al voluntarismo de ciertos «ejercicios» piadosos; si la piedad se encierra en cuadrículas y esquemas; si se trata de quitar imágenes tercermundistas, indigenistas o bobaliconas, para reemplazarlas por el arte sulpiciano; y si Anselm Grum dejará su puesto editorial al P. La Puente, SI; entonces, mi estimado, prefiero buscar al Señor en los Santos Iconos, en la Divina Liturgia, en los relatos del peregrino, en los escritos de Silvano del Monte Athos y en el ejemplo de esas madrecitas de cabeza cubierta, y piedad sencilla; por lo menos, hasta el día en que el tradicionalismo occidental tenga una formulación inteligente y depurada de lo peor de la modernidad para ofrecer a los hombres de hoy.
Cordiales saludos.

Pablo (Rosario)