jueves, 15 de abril de 2010

Let it be


Las últimas discusiones del blog me han hecho recordar la cuestión del combo, el famoso e irrevocable “sale con fritas”. Parecería que algunos han establecido una suerte de analogatum princeps a partir del cual debe estructurarse el resto de los estados de vida propios y saludables del cristiano, codificando una jerarquía descendente en la que, los últimos grados, apenas si podrían ser considerados dignos de mención.

De ese modo, entonces, la vida del cristiano sobre la tierra admite dos, y sólo dos posibilidades: la vida consagrada y la vida matrimonial. Dejaremos de lado la primera, y nos abocaremos a la segunda. El cristiano que ha sido llamado a este estado -consideran- debe elegir una esposa entre las tímidas y mansas doncellas de la tradición, que usará mantilla y polleras largas perpetuamente. Ella no deberá trabajar sino que su ocupación consistirá en el cuidado de la prole, que será numerosa, pues engendrarán todos los hijos que Dios les mande. Vivirán, en lo posible, alejados de la ciudad, en una casa con jardín o parque que permita retozar a los cachorros, y en las cercanías de un buen colegio católico que, aunque costoso, garantizará en buena medida la formación cristiana de los hijos. Esa formación no comprenderá sólo las humanidades y las ciencias, sino que también deberán hablar lenguas –francés e inglés, por ejemplo-, ejecutar algún instrumento y hacer música en familia durante las veladas de invierno, antes del rosario y reunidos todo frente al fuego del hogar. En verano, en cambio, el padre o la madre leerá un buen libro a la prole, mientras las niñas tejen al crochet y los varoncitos prestan atención, ataviados con polo, bermudas y medias Argyle.

¿Es que este estilo de vida que acabo de describir está mal? No, todo lo contrario. No sólo es bueno sino que, diría yo, es excelente. El problema es que no existe más que en las novelas de Enid Blyton. Me parece bien plantearlo como ideal, pero no establecerlo como el combo determinante exclusivo de la vida cristiana.

Hace algunos años visité a un amigo en la nueva e idílica casa que había comprado. Rodeada de árboles, se levantaba sobre una pequeña colina que le permitía jugar con terrazas y senderos por donde correteaban felices sus numerosos hijos. Me pareció que mi amigo no podía ser más feliz con la familia y la casa que tenía, alejada del mundanal ruido y apartados de la malicia del mundo contemporáneo. Le transmití mis impresiones mientras tomábamos un gin&tonic en un atardecer de otoño. Mi miró sonriente y me dijo: “Detrás de esos árboles hay un boliche. De jueves a domingos no podemos dormir hasta la 5 de la mañana”. Allí aprendí que el paraíso sólo existe en el cielo. Mientras estemos en la tierra, todo estado de vida tendrá sus dificultades, muchas o pocas, pero nunca será el ideal.

Y, si esto siempre fue así, lo es mucho más hoy en día, cuando la vorágine de la civilización que nos ha tocado vivir hace todo más difícil. Por eso mismo, me parece que no es lo adecuado imponer recetas o establecer combos a los que necesariamente deban ajustarse todos aquellos que pretendan vivir cristianamente, relegando a los que no lo compran a personajes sospechosos y de cuidado. En esto me sumo a la idea de Psique y Eros, quien afirma que la cuestión es indicar por dónde no es el camino, pero decidir cuál es el camino de cada uno, será cuestión de la prudencia y de la libre decisión de cada cual. Y debo hacer, por eso mismo, un mea culpa, porque algunas veces creo haber vertido en el blog algún tipo de recetas, sino positivamente, al menos descalificando decisiones que creía equivocadas.

Por otro lado, la idealización de los estados de vida y la pretensión de vender ese paquete, me parece peligroso, en tanto que desanima a muchos jóvenes, y no tan jóvenes, cuando ven que su vida concreta, por las circunstancias que fueren, no se adaptan a los estándares recibidos y, por tanto, los asalta la tentación de tirar todo por la borda, “Total –piensan- perdido por perdido…”.

Propongo dos ejemplos. J.R.R. Tolkien se equivocó, creo yo, en su matrimonio. Por las carencias afectivas de su prematura orfandad o por la sabia prohibición del cura que lo educó, se quedó fijado en su amor adolescente hacia la mucama de sus tíos, mayor que él y de otro nivel y origen cultural. No sé si fue feliz o no lo fue, pero lo cierto es que su mujer jamás pudo adaptarse a la función de esposa de un scholar oxoniense, jamás entendió el trabajo y la misión de su marido y se comportó, en muchos momentos de su vida al menos, como una tilinga, como cuando se le ocurrió irse a vivir a Bournemouth, el balneario de moda para los jubilados de la época. El Normando podrá decirme si estoy equivocado.

El segundo ejemplo es el caso del amigo de Tolkien, C.S. Lewis, solterón empedernido, que mantuvo durante décadas una relación afectiva tortuosa y extraña con Jane King Moore, la madre viuda de su amigo muerto en la Primera Guerra Mundial, y terminó casándose, a los cincuenta y nueve años, con una judía-americana divorciada. El Desahuciado diría que Lewis tenía serios problemas de relación con los demás –por eso permaneció soltero-, y que su pasión por el estudio y la literatura en realidad eran el modo con el que sublimaba su situación de angustia. Probablemente tenga razón, ¿y qué?, me pregunto yo. La situación ideal no existe, y tanto Jack como Tolkien zafaron como pudieron de las consecuencias de los azares de su vida y de sus propias decisiones.

Me parece que, en vez de prescribir combos, habría que simplemente decir con los Beatles: Let it be. Hace poco volví a tomar contacto con un conocido de la adolescencia que era dado a las cuestiones genealógicas. Resulta que ahora ha descubierto que desciende en línea directa de Carlomagno y dedica varias horas de sus días a participar en foros de heráldica e intercambiar información genealógica con dudosos príncipes y condes, descendientes todos en línea directa de Adán. Sin embargo, mi amigo es un buen cristiano, trata de hacer las cosas que le corresponden del mejor modo posible y se ha mantenido fiel a la fe y la buena doctrina durante décadas. No ha podido comprar, por cierto, el combo y tiene sus delirios nobiliarios pero, creo yo, es justamente esta “locura” la que le permite mantenerse a flote. Entonces, let it be.

Otro conocido, soltero para solterón, tiene un trabajo decente y en sus ratos libres se dedica a preparar un buen coro que participa en la misa tradicional y a enseñar gregoriano. Algunos machos del palo lo consideran un marica escondido y, por detrás, se burlan de él, satisfechos como están de lo óptimo de su estatus. Probablemente a mi amigo le cueste relacionarse con los demás, probablemente la música sea su escape y probablemente también cargue con alguna cruz más pesada aún, pero me consta que lleva una vida ordenada y piadosa. Es caritativo, buena persona y amigo fiel. Se mantiene a flote. Entonces, let it be.

Estamos en medio de la tempestad y cada uno se agarra de la tabla que puede. Son pocos, poquísimos –miremos a nuestro alrededor- los que han logrado sobrevivir y siguen respirando. No es cuestión de ponerse a descalificar porque uno se agarro de una tabla media podrida, el otro de una olla que andaba a la deriva y el de más allá de un simple remo, mientras que yo me paseo feliz a bordo de un bote recién pintado.

Let it be. La cuestión es seguir flotando.

martes, 13 de abril de 2010

Reflexiones sueltas


Algunas reflexiones sueltas acerca de la ultimísima situación de la Iglesia y la discusión del blog:

1. Alguien escribía en un comentario que el “destape” de los curas pederastas traerá otros destapes más graves aún, pero que todo eso servirá para una gran purificación de la Iglesia. La idea es buena, pero yo creo que no hay tiempo. Resetear a la Iglesia y volver a empezar exige la existencia de un buen número de hombres, en el sentido pleno y natural del término. Pero, como bien dice Ludovicus, ya no hay ni siquiera hombres capaces de nada. Justamente, la incapacidad ya no digamos de ser cura célibe, sino de tener una sustancia antrópica indemne para llegar a ser algo, nos está hablando de un suceso apocalíptico y se trata de un vaciamiento óntico que augura el fin. No sé cuándo será, pero me parece que no queda tiempo para rebootear.

2. ¿Hasta dónde va a llegar la prensa en su encarnizamiento con la Iglesia y con el papa? Más allá del terrible escándalo que significa la pederastia de los sacerdotes, el enemigo está aprovechando. ¿Qué pasará en Argentina? Seguramente en nuestro país habrán varios periodistas husmeando en todas partes y buscando carne podrida. Es verdad que ya se dieron una buena panzada de carroña con el cura Grassi, pero nunca se sacian. Si destaparan la otra olla, aunque no pudieran aducir delito, se harían un festín igualmente porque caería la “derecha”.

4. El periódico alemán Der Spiegel elaboró una expresión que enamoró a algunos medios locales: el papado fallido de Benedicto XVI cuando ha sido este pontífice, justamente, quien ha tomado el toro por la astas y enfrentado el problema. ¿No será que, si hubo un papado fallido, fue el del Magno? Claro que ninguno se animaría a decirlo porque él fue el papa mimado de los medios, pésimo signo y obstáculo, creo yo, para su improbable canonización. Y muchos lectores del blog se enojará porque hablo mal de Juan Pablo II y no se enojarían tanto, quizás, si las críticas fueran para Benedicto. Fue el Papa Polaco quien tapó todos los casos de pederastia, comenzando por el de Marcial Maciel, el más escandaloso de todos. Pero el magno pontificado fallido se debe medir, me parece, con otros parámetros. ¡Cuánto se podría haber hecho en veintisiete años! Y qué poco, o casi nada, se hizo. Pensemos que, en cinco años, Benedicto XVI ha sido capaz de “normalizar” el rito extraordinario, al menos en muchos países europeos y en Estados Unidos, cambiarle la cara a la liturgia vaticana y poblar la Curia de cardenales y funcionarios de buena línea. Polonio viajó, viajó y viajó. Y llenó tomos y tomos de discursos, ninguno de ellos memorables, y otros vergonzosos como su pedido de perdón por lo que orgullosamente habían hecho sus antecesores. Y no fue fallido solamente su pontificado, sino también su milagro: la monja a la que “curó” de Parkinson se volvió a enfermar. Parece que el efecto Wojtila es de corto alcance, tan corto como sus multitudinarias y circenses Jornadas Mundiales de la Juventud, que amontonaba jóvenes en París o en Tor Fornicata para cantar abrazados “Color de esperanza”, junto a Diego Torres y el Polaco, y después volvían a sus ciudades tan paganos como habían salido.

4. Es curioso cómo a veces se tienen coincidencias profundas con los enemigos más encarnizados de la fe. Tanto ellos como nosotros queremos que todo el escándalo termine de salir de una vez. Nosotros, para que una vez desechado el pus, la herida sane. Ellos, para que, al desechar el pus, se mate al enfermo. Me ocurre lo mismo con Horacio Verbinsky, bicho malo y satánico si es que los hay. Acordaba en todo con él y su estrategia que planteaba en Página 12 del domingo pasado destinada a enlodar a JB y escupirle la sopa de sus aspiraciones pontificias pero, por otro lado, las motivaciones mías y las de él no pueden ser más contradictorias. ¿Será la coincidentia oppositorum?

domingo, 11 de abril de 2010

Reset


Me parece oportuna una conclusión a la discusión que hemos dado la semana pasada sobre la formación y el celibato sacerdotal.

Propongo hacerla a partir de la siguiente hipótesis:

El celibato propio de los sacerdotes de la iglesia latina surgió como fruto de una situación histórica concreta. Sin restar el valor y la importancia que tiene esta norma en sí misma, las nuevas circunstancias históricas recomiendan adoptar la disciplina vigente en las iglesias orientales, en las que co-existen presbíteros casados y otros célibes que hacen vida de estilo monástico.

Reconozco que la misma enunciación de la hipótesis nos produce escozor porque ha sido levantada como bandera de la progresía internacional y de toda prensa enemiga de la fe. Pero eso no obsta para que pueda ser válida –no es cuestión de ignorar el mensaje por malvado que sea el mensajero- y, además, creo que es lo que propone Castellani en Juan XXIII (XXIV), si no me equivoco, y el papa Benedicto XVI ha concedido también esta disciplina a los clérigos anglicanos que pasan a la iglesia católica.

Pero, veamos, qué se solucionaría con la liberalización del celibato:

1. El caso de los curas que encuentran alguna catequista, o separada, o viuda, y se escapan con ella. Se evitarían, en resumen, los Gastón Dedyn. O, dicho de otro modo, se daría un remedio a la concupiscencia del presbítero.

Más o menos. Se evitaría un porcentaje de este grupo de sacerdotes que se lían con una mujer, pero nada obsta para que un sacerdote casado como Dios manda, no encuentre igualmente una catequista, o separada, o viuda que lo vuelva loco, y abandone no solamente el sacerdocio, sino también a su mujer y a sus hijos, lo cual sería más grave.

Yo creo que un cura que es capaz no sólo de dejar el sacerdocio sino de romper una familia, fugándose con la mujer de otro, por ejemplo, por más insoportable que le haya resultado la carga del celibato, posee un plus de inescrupulosidad que jugaría siempre un rol importante en sus decisiones. Es decir, ese tipo traicionaría al sacerdocio y a su esposa, si fuera el caso.

2. La descompensación afectiva lógica que debe afrontar una persona que vive en soledad.

Sí, pero… Objeto dos “peros”: Esto sucedería siempre y cuando el matrimonio funcionara porque, de otro modo, la descompensación afectiva sería peor. Y los matrimonios no siempre funcionan bien o, mejor dicho, muy pocas veces funcionan bien, al menos hoy en día. Hace tiempo que vengo observando que los matrimonios de muchos, pero muchos de mis amigos (un 80% de ellos me atrevería a decir), no funciona bien. Y son todos matrimonios católicos, del palo, que cumplieron todas y cada una de las reglas previstas en el noviazgo y en la vida matrimonial, y sin embargo, la cosa no va. No digo que se vayan a separar, pero su vida se les hace cada vez más difícil. Podría ser esta una observación muy personal y limitada, pero hace poco me encontré con un cura amigo, de los buenos curas, poseedor de una fina inteligencia y conocimiento de las personas y me confirmó el diagnóstico, sólo que para él los números suben al 90%. Con lo cual, por más que el cura se casara con la chica más piadosa de la parroquia, que rezaran juntos el rosario y hasta el oficio todos los días, no garantizaría el equilibrio afectivo invocado.

Y, en segundo lugar, si bien es cierto que la persona que vive en soledad necesita un esfuerzo extra para mantener su equilibrio afectivo, no es imposible. Conozco a muchos solteros, y cada vez más, en Argentina y en otros países, que viven una vida ordenada y sin graves problemas de la afectividad. A algunos les será más fácil que a otros; sublimarán con el arte, el estudio o coleccionando estampillas, pero lo logran. Casi me animaría a decir que la vida de oración, por ejemplo, de muchos de ellos es superior a la de muchos curas y monjas, y sin ser aparatos o poner cara de buey en misa.

Veamos ahora, qué no solucionaría la flexibilización del celibato:

1. Los curas pedófilos. El cura que abusa de un niño tiene un problemita mucho más grave que una simple presión de la concupiscencia. El abusador seguiría tan abusador como siempre, estando casado o siendo célibe. Es posible, reconozco, que la perversión existiera de un modo muy embrionario en la persona y que no se hubiese desarrollado si hubiera tenido una vida afectiva equilibrada, sino que fue justamente este desequilibrio el que disparó la perversión. Pero convengamos que alguien que tiene, aunque sea larvadamente, una pizca de perversión es mejor que no se haga cura, ni casado ni célibe.

2. Los curas homosexuales. En estos días es importante aclarar que mi hipótesis hace referencia a que los curas se casen con una mujer, y no con otro hombre. Este tipo de curas estuvieron, están y estarán en la Iglesia.

Finalmente, qué complicaría tener curas casados en la iglesia latina:

Complicaría mucho. Primero, vencer la carga cultural, porque a cualquiera nos resultaría bastante desagradable ver al cura de sotana abrazando a su esposa y rodeado por sus hijos. Algo más serio sería lo práctico-práctico: ¿Adónde viviría la familia? Sólo algunas casas parroquiales podrían albergar a esposa e hijos, y de un solo cura. ¿Qué hacemos con la familia de los dos vicarios? ¿Tres familias en una casa? Imagínense las peleas entre las esposa de los tenientes curas con la del párroco, que sería la que usaría la mejor blusa. O los posibles enamoramientos cruzados entre esta convivencia que convertiría a las parroquias en espacios peores que conventillos.

Podría sugerirse que vivieran en casas aparte, como cualquier hijo de vecino. Pero, ¿quién pagaría? El obispo se haría el sota, como siempre. Y con las colectas no creo que le alcanzara al pobre cura matrimoniado. Y ese es, justamente, el otro problema: si ahora, en la mayoría de las diócesis de nuestro país, los curas apenas si se pueden mantener a sí mismos, a veces miserablemente, no sé cómo se las arreglarían para mantener a una familia. Si ahora a los fieles les cuesta bastante poner $20 por semana para que el cura pueda comprarse algo para comer y para vestirse, creo que les costaría bastante más poner dinero en la canasta –que la pasaría la mujer del cura y pispiaría cuánto pone cada uno- para que ella fuera a la peluquería, las hijas se compraran pintalabios y el hijo adolescente, cigarrillos.

Como resultado de lo expuesto, creo que la hipótesis inicial no puede ser validada, y la Iglesia latina debe mantener el régimen del celibato para sus sacerdotes.

- ¿Y qué hacemos Wanderer con los problemas que tenemos ahora?

- La solución habrá que buscarla en la formación que se da en el seminario. Será allí donde los futuros curas deberán aprender a manejar su afectividad y su sexualidad, y a vivir como monjes urbanos, como dice el Pelado Locke.

- Pero todos sabemos que eso no ocurre, ni en San Rafael ni en Devoto, ni en ningún otro seminario. Son muy pocos, poquísimos, los curas capaces de formar de ese modo a los seminaristas.

- Habrá que cerrar entonces a todos los seminarios, y hacer uno solo para todo el país, que reúna a esos poquísimos curas capaces.

- Ups, esa es la solución que proponía Castellani hace sesenta años. No hemos avanzado nada desde entonces.

- No sólo no hemos avanzado, hemos retrocedido. Por eso yo sería más radical que Castellani: habría que abolir también a todas las órdenes y congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, excepto las monásticas que acreditaran más de ochocientos años de historia ininterrumpida.

- Está loco Wanderer! ¿Qué hacen los curas religiosos?

- Se incardinan en alguna diócesis que les guste y que los reciba.

- ¿Y las monjas?

- Se les levanta el voto de castidad, se buscan un marido y, si son muy feas o están muy rayadas, se dedican a tejer calceta en sus casas, y a cuidar a sus padres ancianos y sus sobrinos insoportables.

- ¿Y qué hacemos con los colegios católicos?

- Nómbreme cuántos colegios católicos en manos de congregaciones religiosas brindan educación católica. No creo que sea más del 10%. No vale la pena tener curas que enseñen una religión deformada, cuando no herejías. Se cierran, y que se encargue el Estado de educar a los niños y jóvenes.

- ¿Y qué hacemos con las propiedades de los religiosos?

- Pasan al obispo del lugar quien debe buscarles una utilidad. Y si no la encuentra, se venden y el dinero se reparte a los pobres, como enseña el Evangelio.

- Pero nos quedaríamos con muy poco curas. ¿Quién salvaría a las almas?

- A las almas las salva el Espíritu Santo, no el cura. Ya se encargaría Él de solucionar la cosa. Más vale pocos, poquísimos, curas y buenos, que muchos y mediocres, que terminan siendo malos.

- Eso sería como resetear a la Iglesia. Barajar y dar de nuevo… ¿Lo cree posible?

- No. Ya no hay tiempo.

viernes, 9 de abril de 2010

Aún sobre la vocación. Castellani y Locke


Estimado Teen: Ud. se ha dado cuenta de lo evidente -cosa que no todo los lectores del blog hicieron-, es decir, que su pregunta, en todo caso, quedó respondida con los dos o tres primeros comentarios al primer post. Será cuestión de su propia subjetividad, prudencia y consejo si debe entrar al seminario o no, cuándo y dónde.
Pero se habrá dado cuenta también que su pregunta fue el disparador de una discusión necesaria -y en estos días más que nunca-, acerca de los medios para la formación sacerdotal y de la necesidad de mantener, reformar o abolir los seminarios. No se enoje entonces. Todo lo que se ha dicho y se seguirá diciendo en el blog, no es para Ud. En todo caso, es para nosotros, es para la Iglesia y es para un teen imaginario.

Una vez arregladas las cosas con nuestro oportuno teen, sigamos con la discusión.
Jack Tollers me envía un imperdible texto de Castellani sobre el tema. Se trata de unas conferencias truncas que Castellani dictó en 1945, en Devoto, poco antes de que el cardenal Coppello lo echara. Se habla de un tal Mazzolo: era un cura que colgó por aquel tiempo y constituyó un escándalo como pocas veces se había visto en Buenos Aires. Claro que, comparado con Gastón Dedyn y el cura mendocino que se hizo modelo gay, es nada.
Por otro lado, el Pelado Locke ayer dejó un breve comentario que considero esencial para la discusión. Lo agrego al post, porque de otro modo se perdería.

“La educación de los sentimientos es sumamente importante; y ¡oh Dios mío! Cómo está de ausente o descuidada en la escuela pública, empezando por el Seminario. Cuando fui profesor del Seminario quise dar 5 conferencias sobre la educación de los sentimientos (por lo mismo que yo me sentía un ineducado en ellos) y el Rector oyó la primera y no me dejó seguir; todavía conservo los papeles. Claro que es fácil querer reformar el mundo sin reformarse a sí mismo primero; pero en fin, las conclusiones de mis conferencias eran ciertas y conformes a la ciencia psicológica. Eran siete conclusiones, que son aplicables a todo el mundo:

1. El seminarista necesita una fuerte educación intelectual; si es casa de estudios que se estudie.

2. El seminarista necesita educación artística: el arte es uno de los caminos más obvios de la “sublimación de los instintos”.

3. El seminarista necesita aprender a hablar en público: la oratoria es un arte, arte necesario al sacerdote.

4. El seminarista necesita teatro: para aprender oratoria y para expresar las emociones, que es la manera de educarlas.

5. El seminarista necesita vida familiar.

6. El seminarista necesita menos meditaciones y más liturgia, menos disciplina farisaica y más comunicación con el “staff” del seminario; menos piedad palabrera y sentimentaloide y más obras de misericordia corporales.

Es un buen programa de “educación de los sentimientos” (que no es educación sentimental) que se resume en definitiva en estos sencillos principios psicológicos:

1. Para sentir bien, lo primero es pensar bien; los sentimientos son pasiones intelectualizadas.

2. La expresiones de las emociones es el medio natural de la catarsis de las emociones; si usted reprime demasiado la expresión de las emociones, los instintos se repliegan sobre sí mismos.

3. La sublimación no se produce si los dos términos que han de unirse están demasiado lejos; por ejemplo, con pura devoción a la Virgen, y sin deportes, amor a la familia, amistad fraterna, poesía y trabajo, no formará usted la castidad, necesaria al sacerdote. Aparecerá Mazzolo; y si no se repara los de Mazzolo, no se destruye la imagen de Mazzolo, aparecerá otro Mazzolo. Nada lo impide: el amor al Ser Absoluto SOLO no impide a Mazzolo.

Y el amor al Ser Absoluto, el amor al Ser Absoluto, el amor al ser absoluto… necesita fundamentarse sobre otra cantidad de amores para ser simplemente posible; el amor al Ser Absoluto solo, es falsificado.

Leonardo Castellani, Psicología Humana, Cap. IX.


El comentario de Locke es el siguiente:

Si la Iglesia latina por tradición inmemorial exige a todos sus sacerdotes el celibato, a diferencia de las Iglesias orientales que permiten el matrimonio del clero secular y mantienen el celibato para los monjes, esto sólo puede significar una cosa: que el clero latino, incluso el secular, debe tener algo de monástico. O sea que en el seminario deben adquirirse hábitos tales que permitan llevar una vida "monástica" en el mundo. Y no "formar" gente de mundo que simplemente no se case. Esto significa oración, estudio, huida del activismo estéril, en una palabra, contemplación. Si no, créame, el celibato como una simple cuestión ascética, por lo menos en el estado actual del mundo, no se sostiene. Y con el celibato cae el sacerdocio a él unido. El que quiera ver, que vea.

miércoles, 7 de abril de 2010

¿Son necesarios los seminarios?


Estimado Teen: No te podés quejar. En un día, tuviste un montón de respuestas a tu consulta. El resultado ha sido: No entres al seminario antes de terminar tu carrera. Y ahora, luego de leer tu último comentario de agradecimiento, te lo repito: Ni se te ocurra entrar antes de formarte, no sólo en derecho y filosofía y teología, sino también en disciplinas más humanas.

A raíz de la pregunta del Teen, el enigmático lector Psique y Eros me envía una interesante reflexión acerca de la necesidad, o no, de los seminarios. Concuerdo con él en todo lo que dice, a pesar del lenguaje psicologísta que utiliza. Les recomiendo, por tanto, a los lectores del blog, que despejen esas expresiones y se queden con el fondo de la cuestión que expone.

Confieso que la primera vez que leí en el Blog de Wanderer que los “seminarios son males necesarios” me escandalicé un poco y me dije no puede ser que toda la Iglesia de algún modo se esté equivocando. Pero fue solo el primer impacto sobre algo que no había pensado antes en absoluto. Más pienso en el tema y me siento cada vez más inclinado a ir un poquito más lejos que mi primigenio escandalizante y cuestionar el adjetivo “necesario” de la frase de más arriba.

¿Son necesarios los seminarios?

¿Es necesario someterse entre 7 u 8 años a un montón de profesores improvisados a años luz de un investigador serio?

¿Es necesario privarse de la potentísima luz de un investigador de vocación (o de un equipo de investigadores que presupone una universidad) que me hace ahorrar años de leer estupideces, o cosas importantes pero en el tiempo y momento no adecuado (por ejemplo a mí en lo personal en primer año de filosofía un iluminado fundador me aconsejó leer la Metafísica de Aristóteles y el comentario de Santo Tomás al de Anima de Aristóteles, obras ambas asistemáticas si las hay, con lo cual todo el esfuerzo que invertí en ello fue totalmente inútil, porque no era lo que necesitaba en ese momento)?

¿Es necesario después de haber tenido una fecunda experiencia universitaria volver a tomar apuntes obligatoriamente porque el improvisado profesor no tiene un medio más seguro de “sentirse seguro” o de asegurarse la atención de su audiencia?

¿Es necesario sentirse de nuevo en un secundario cuando una mente fecunda ansía profundidad llamémosle (para poder entendernos, en realidad cabrían otros adjetivos) “universitaria”?

¿Es necesario entrar en un sistema paternalista donde unos son los “formadores” y otros los “formados” donde se pretende transmitir la imagen y semejanza de sí mismo, o como decía Lacan (¡O qué horror citar a Lacan!), “el imperioso (voraz diría yo) deseo de imprimir nuestra imagen en el mundo”, en vez de la milenaria sabiduría socrática de intentar desaparecer como mayeuta al punto que el ideal de formador (al menos en la intención del formador otro problema es el resultado efectivamente acaecido) es el que logra que no se le reconozcan los méritos y que el formando (nótese el cambio de participio pasivo a activo) se lo atribuya a sí mismo (Para mayor información sobre este punto leer Posdata definitiva a las Nonadas Filosóficas, Soren Kirkegaard, si se tiene la paciencia necesaria y una formación filosófica mínima de 4 o 5 años)?

¿Es necesario someterse a una banda de narcisistas que son incapaces de aceptar la infinita diversidad del juego de la soberana libertad del alma con Dios y sus infinitas posibles respuestas, y que en su ceguera sólo pueden juzgar como bueno nada más que lo que es lenguaje propio y proyección de la imagen de sí en el otro?

¿Es necesario que corra el riesgo imprudente de sentir la euforia de vivir con compañeros que comparten un mismo ideal, en una etapa evolutiva de mi psiquis en la cual se rige principalmente por la consagración de sí respecto de los ideales y que proyecte toda esta euforia en una futura vida, que en realidad será de una soledad descarnada y de una “no pertenencia” desgarrante, de la cual no tenía ni la más (perdonen la palabrota, mi calentura no me deja usar otra cosa) puta idea?

¿Es necesario que imprudentemente no pase por la condición evolutiva que me hace pasar de la vida adolescente a la vida adulta a nivel psicológico que es el aprender a autoabastecerme totalmente o lo que es lo mismo saber ganarme la vida?

¿Es necesario que por haber ignorado la condición necesaria (ser capaz de autoabastecerse) del paso de la adolescencia a la vida adulta se cargue con la inmadurez de exigir que todo el mundo subsidie nuestros problemas en virtud de haber hecho el sacrificio de consagrar la vida a Dios?

¿Es necesario permanecer en un claro narcisismo por no haber hecho la experiencia de valerse por sí mismo (recuerdo que una vez le consulté a una canonista que trabajaba en una curia sobre el narcisismo de los sacerdotes, diciéndole que muchos me parecían narcisistas, y lacónicamente me corrigió “todos son narcisistas, por eso me harté y tuve que renunciar a mi trabajo en la curia”)?

¿Es necesario que me refugie en una cómoda asimetría de obediencia y en la cual todo desencuentro se resuelve fácilmente por el irresponsabilizante “el que obedece nunca se equivoca” y en ese estado elija para siempre una supuesta vocación, cuando en realidad todo el resto de la vida sacerdotal se desarrollará en el pesado fardo de la responsabilidad simétrica de juicio respecto de los pares, del Obispo y hasta del Papa en cuestiones opinables?

Perdónenme, no quiero pecar de soberbio, pero si Dios es bueno, no creo que sea necesario todo lo anterior, tal vez puedan existir los seminarios, no estoy absolutizando el que no existan, pero frente a estos problemas se vuelve irrelevante si San Rafael, el IVE, San Luis o La Plata porque tengan un poco de doctrina buena, en general carecen de una antropología práctica (y también teórica) adecuada al mundo moderno. La gracia supone la naturaleza (como se desgañita gritando por todas partes el buen amigo Wanderer) y en cuanto hace a la naturaleza la antropología aristotélico-tomista, si bien es correcta y vuelvo a ella con indecible gozo cada vez que me cae un texto en las manos, debo decir que es incompleta y no da respuesta a la infinidad de dificultades del mundo actual, y probablemente no haya dado todas las respuestas en otras épocas tampoco, pero era lo único que había y por eso se juzgaba únicamente según esa perspectiva. Pero estamos llamados a dar respuestas hoy en día en primera persona contrastando y filtrando a la luz de la fe y de una buena filosofía realista (por qué no aristotélico-tomista [según mi gusto personal añadiría otra rayita –kirkegaardiana]) todo el torrente de antropología práctica o psicología que el siglo XX ha aportado a la humanidad: psicología conductual, cognitiva, cognitivo-conductual, humanística, existencial, gestáltica y por qué no (¡qué horror, qué escándalo!) psicoanalítica (se cuentan en miles las corrientes sólo nombro las más influyentes). Cientos de miles de investigadores han dedicado su vida a conocer al hombre durante el siglo XX ¿nada servirá de todo lo que han descubierto?. Ciertamente que sería una locura afirmar eso y también es locura prescindir cómoda y orgullosamente de todos esos contenidos, como también sería locura digerirlos todos sin ningún discernimiento. Veo el apego en este blog de Wanderer y compañía por Newman, Lewis, Bouyer (me quedé pasmado al leer la citación de Wanderer, punto por punto es de una sabiduría arrolladora), etc y me alegró tal inclinación, hemos llegado a las mismas verdades por caminos muy diferentes. Pero lo esencial es que son autores que dicen cosas nuevas para tiempos nuevos en coherencia con una fe siempre vieja y siempre nueva y con una filosofía perenne, y que es fruto de una sabiduría y experiencia expresada en primera persona.

Por lo que respondería irónicamente al teenager: lea todo lo que se ha escrito respondiendo a su pregunta y cuando pueda entender todo (supone varios años de estudio) tome una decisión.

domingo, 4 de abril de 2010

Haec dies


Haec dies quam fecit Dominus
Verdaderamente, este es el día que hizo el Señor.
Este es el día que da sentido a toda nuestra vida.
Este es el día por el que nuestras agonías y nuestros triunfos se justifican.
Nada sería de nosotros, más que tinieblas y desesperación,
si no fuera por este bendito y glorioso día.
El Señor ha resucitado de entre los muertos, venciendo con su muerte a la muerte, y dando la vida a los que estaban en el sepulcro.
Exsultemus et laetemur in ea!