1º Reflexión: No sé si será que el cambio de estación me
pone pesimista, pero me parece que en el país la cosa se está espesando, valga
la cacofonía. Hoy, en varios sitios de noticias de Internet, hablan ya de la
posible postulación de Máximo Kirchner para suceder a la madre que lo parió en
2015. Si tal cosa sucediera, creo que extrañaremos los años de la Viuda. ¿Qué
otra solución más que Moyano? O, tal vez, una rebelión generalizada de “polacos
patas sucias”, que han sido los únicos capaces de enfrentarse al demente de
Moreno, porque los empresarios y el “mundillo financiero” es cobarde, y solo
piensa en sus millones, sin importarle los agravios que recibe ni el honor
personal, cosa que todavía valoran los “rusos” de Misiones.
Pero
más allá de la previsible, según parece, crisis económica, hay otra más grave,
y es la destrucción de los pilares más íntimos del orden natural. Crisis
graves, se cuentan varias en los últimos siglos. Ciertamente, los católicos
europeos de las primeras décadas del siglo XIX pensaron que se caía el mundo
cuando Napoleón desarmó Europa y la volvió a armar a su gusto, destruyendo el
orden político tradicional. Y cosa similar les habrá ocurrido a los católicos
franceses cuando, a comienzos del siglo XX, Émile Combes expulsó a las órdenes
religiosas de Francia. Éstas, como muchas otras crisis, socavaron o derribaron principios
o instituciones importantísimas pero secundarias. En el fondo, la estructura
propia del orden natural se mantenía: no hay que matar al inocente; el
matrimonio es entre el hombre y la mujer; se debe ser fiel a la palabra; etc.
Pero el
ataque del gobierno actual no es contra instituciones más o menos primarias. No
es tampoco contra la Iglesia, y esto no porque la respete, sino porque la
desprecia y la ignora, sino que es contra los principios mismos del orden
natural. Y lo peor de todo es que ganarán, porque no hay modo de oponérseles, y
por dos motivos. En primer lugar, porque la prensa juega para ellos, y hoy es
la prensa la que le da existencia a las cosas y a los acontecimientos. La
semana pasada, tanto en Mendoza como en San Juan, se organizaron marchas
multitudinarias contra el fallo de la Corte sobre el aborto. Los medios de
prensa apenas si las reportaron y, cuando lo hicieron, advirtieron que eran “unas
cuatrocientas personas”, organizadas por “facistas”. Aunque se juntarán decenas
de miles, nada pasaría porque, al no ser visibilizadas, no existirían.
Por
otro lado, los que estamos de este lado, somos pocos. Leí hace pocos días que
en una encuesta reciente, el 67% de los entrevistados opinaba que el hecho más
importante y favorable del gobierno de CFK había sido la ley del matrimonio
igualitario. Me cuesta creerlo, pero el hecho es que a la gran mayoría de los
habitantes del país les importa exclusivamente el bolsillo, y que se desentienden
completamente de cualquier otra cuestión. No creamos que somos muchos; somos
muy pocos y, para colmo, huérfanos, porque nuestros pastores nos dejan solos.
2ª Reflexión: que, en realidad, es de Javier. Comentaba
hace unos días lo siguiente:
“¿Es lícito
preocuparse tanto por la Argentina y su política?. Como católicos tenemos que
cumplir los Mandamientos y salvar nuestras almas. Predicar la venida de Cristo,
la conversión y la Salvación. Pero no tenemos ningún deber de construir una
entidad política que se llame la Argentina (o Brasil, o Chile).
Tengo la
impresión de que el aborto va a llegar, gobierne quien gobierne. Y va a llegar
porque la sociedad argentina es Pagana. Como lo constata cualquiera que se tome
la molestia de salir a la calle. Mejor dicho, es Neopagana. Es idólatra, del
dinero, del placer, del éxito, y de la fama. Conceptos como Pecado, Sacrificio,
Penitencia, le resultan ajenos e incomprensible. Y la agreden. Y por tanto, que
se mantenga la prohibición del aborto en esta sociedad, es circunstancial.
Me parece
que siendo este el estado de cosas, deberíamos tratar de ser más intensamente
católicos, salvar nuestras almas, y las de nuestros seres queridos. Y respecto
de los paganos, una vez que rechazan la prédica, como lo han hecho, no queda
mucho más que rezar por ellos, dejarlos hacer, y apartarse de ellos para que no
nos arrastren en su caída al infierno.
Creo que
deberíamos enfocarnos en nuestra salvación de modo serio. Tratar de que la
sociedad pagana no nos contamine. No ver televisión, de ser posible, no comprar
las revistas de los paganos que nos rodean. No ver sus espectáculos, ni
participar de sus discusiones obscenas. Estudiar nuestras Escrituras. Tratar de
cumplir nuestros mandamientos. Que la castidad no sea una rareza entre los
católicos. Que la caridad tampoco lo sea. Convertirnos en un grupo que salte a
la vista por castidad, generosidad, amor y caridad entre ellos, porque entre
ellos no haya ni pobres ni snobs que se van todos los años a esquiar a Gstadt.
Porque entre ellos no haya viejos solos a los que nadie les da pelota,
arrumbados en un geriátrico.
Si todo el
catolicismo nominal argentino se comportara como una sociedad cristiana
apostólica del siglo I, otro gallo cantaría. Estamos como estamos porque la
gran masa de católicos hace mucho que se enfrió, y los paganos lo saben y toman
nota”.
Y yo creo que Javier tiene razón. Lo que él propone, en
definitiva, es que aceptemos la realidad: perdimos la batalla, y de este hace
ya mucho tiempo. La Argentina, y el mundo, ya no es más nuestra; ya no somos de
ella; la perdimos. Ahora es de los paganos, y nosotros nos encontramos viviendo
entre ellos. Por eso, los consejos que mejor nos quedan, no son los que nos
empujan a la construcción de una estructura política cristiana: give up! Se acabó, abandonemos la idea.
Los consejos que debemos escuchar son los que San Pablo daba a sus comunidades:
“Ustedes son cristianos pero viven en medio de los paganos. No se contaminen,
porque todo lo de ellos es impuro”. Al Apóstol no se le pasó por la cabeza que
sus fieles debían formar un partidito para hacerse con el gobierno de Corinto o
de Éfeso. Lo que le importaba era que se salvaran y, para eso, debían
mantenerse apartados de las contaminaciones paganas, y mirar al cielo, que es
lo único que importa.
Lo mismo vale para nosotros. Deberemos seguir haciendo,
quizás, marchas contra el aborto, pero sabiendo que perderemos. Ya no somos
parte de ellos. No les pertenecemos. Vivamos el Evangelio que es,
fundamentalmente, ágape, es decir, caridad. Si es que aún hay tiempo para la
conversión del mundo, lo que lo va a convertir no es un nuevo partido político
con “Sancho gobernador. Cristina presidenta”, o “Cosmín presidente”. Lo único
que lo va a convertir, hoy como ayer, es el amor.