Durante el último gobierno militar yo era un adolescente.
Terminaba mi colegio secundario cuando llegaba la democracia salvadora que mi
formación católica nacionalista me hacía mirar con desconfianza. No tenía idea
de los desaparecidos ni de sus reivindicadores. Un día asistí a una conferencia
en la que hablaba Antonio Caponnetto. Lo único que recuerdo de ella es que,
refiriéndose a las Madres de Plaza de Mayo, les dijo “adefesios de pañuelos
blancos”. De allí en más, la Bonafini y todo su aquelarre no fueron para mí más
que adefesios, generosamente financiados por organismos internacionales, que
buscaban reintroducir en nuestro país el marxismo. Con la llegada de los K y
sus efluvios de izquierda que ocuparon el gobierno, acentué mi idea de que no
eran más que resentidos en busca de venganza por una guerra que perdieron. Terroristas
reciclados en funcionarios.
Por otro lado, los militares protagonistas del Proceso eran
patriotas argentinos, con más o menos defectos, pero que habían tenido la
valentía y grandeza de salvar a la Patria del peligro marxista. En su accionar
se habían cometido excesos, como en todo conflicto armado, pero de ninguno modo
podía darse fe al mito de los vuelos de la muerte, torturas y otras
exageraciones frutos de la propaganda de izquierda. Los militares eran casi
héroes, y más de una vez me metí en aprietos, que podrían haber sido graves,
por defenderlos.
Pero leí las confesiones de Videla (Disposición final, de Ceferino Reato). Y debo admitir que fui
sorprendido en mi buena fe. Me engañaron. Los zurdos tenían razón.
Videla confiesa con claridad cuáles eran las cuatro etapas
del método represivo que aplicaron: 1) Detención o secuestro del objetivo; 2)
interrogatorios en lugar secreto, donde la persona quedaba a merced de sus
captores; 3) ejecución sumaria y, 4) desaparición del cuerpo.
Bárbaros; comparables, quizás, a las hordas vándalas o la
NKVD de Beria. Se erigieron mesiánicamente en defensores del Occidente
cristiano y utilizaron para sus fines métodos que socaban los pilares del mismo
Occidente que pretendían defender. Todo acusado tiene derecho a un juicio en el
que pueda ejercer su legítima defensa. Juicio sumario, si es necesario por las
circunstancias, pero juicio al fin. Este principio básico del derecho romano
les fue negado a “7000 o 8000 personas que había que matar”, en palabras de
Videla.
La ausencia de ese juicio -sustituido por un interrogatorio
cuyo objetivo no era determinar la inocencia o culpabilidad del detenido sino
obtener información bajo tortura-, convierte a las ejecuciones en asesinatos. Es
así, aunque nos cueste admitirlo y aunque la mayoría de los muertos hayan sido militantes
del ERP o Montoneros: los militares involucrados fueron asesinos.
Y, finalmente, les negaron la sepultura a los muertos, lo
cual constituye una violación atroz de las leyes más íntimas y profundas de la naturaleza
humana. Basta leer a Antígona y conocer, por la historia, cómo aún los pueblos
más primitivos, cuando estaban en guerra, declaraban treguas en las batallas a
fin de enterrar a sus muertos. Los defensores de la cristiandad, en cambio,
prefirieron arrojarlos al mar o algún río o quemarlos bajo un montículo de
neumáticos, negándole a la familia el consuelo de la sepultura del hijo muerto.
¿Por qué hicieron esto? Videla responde que no podían
fusilar a 8000 personas porque la población “iba a pensar que era Cuba”. Lo
triste es que fue peor que Cuba, porque allí los fusilaron con nombre y
apellido; aquí los “desaparecieron” como NN. Argentina fue un Gulag soviético
en miniatura.
Terrorismo marxista contra terrorismo de Estado.
Sigo pensando que Bonafini y las suyas son adefesios de
pañuelo blanco financiados por la izquierda internacional. Pero ahora sé que
tienen motivos para hacer lo que hacen.
Sigo creyendo que los miembros de la patota K son resentidos
en busca de venganza. Pero ahora sé que hay una causa cierta que alimenta esa
sed vindicativa.
Excursus 1: Reato no se mete demasiado con la Iglesia. Pero
resulta claro que tanto Videla como muchos otros de sus colegas eran católicos
practicantes y habrán consultado varias veces a obispos y sacerdotes acerca de
la licitud moral de sus métodos. Recuerdo el testimonio directo de uno de los
sacerdotes consultados: los aprobaban. ¿Se habrá opuesto Tortolo? ¿Se habrá
opuesto Bonamín? No lo creo. Sospecho que habrán tranquilizado sus conciencias
asegurándoles que todo era para la mayor gloria de Dios y bien de las almas.
Excursus 2: He comenzado a leer Montoneros. Soldados de Massera. Y parece que, en muchos casos, la
cosa era peor. El objetivo no era la defensa del Occidente cristiano sino los
millones de dólares de Born.