Varios amigos del blog me han escrito en los últimos días
sugiriéndome que discutiéramos el tema Bargalló. No estaba muy convencido
porque, a fin de cuentas, sería abundar en el Perogrullo. Sin embargo, el
homenaje público que recibió ayer en su excatedral por parte del Cardenal
Primado y de su padrino y sucesor, Casaretto, sumado al cerrado aplauso de sus
fieles, me parece que imponen cierta reflexión.
Empecemos por las más fáciles: el hecho demuestra, una vez
más -y ya van muchísimas-, que el episcopado argentino es uno de los peores del
mundo. Nuestros pastores son obispos -que no ositos- cariñosos, y su cariño no
discrimina: bien puede ser una gastronómica cincuentona de zona norte, o un
remisero veintiañero y santiagueño, y podríamos agregar varios casos más que la
rapidez de reflejos ocultó, pero que muchos conocemos.
Y hay responsables de esta situación y no es, justamente, el
Espíritu Santo, y ni siquiera el Papa a quien no podemos pedir que conozca a
cada uno de los curas a los que elige obispos. Los responsables son los
jerarcas del episcopado argentino, en su momento Primatesta y Aramburu, y hoy
Bergoglio. Más de uno sabemos que el pequeñísimo puñado de buenos obispos
argentinos salieron por ganadas de mano, por efectos sorpresa, por papeles que
se perdieron y otros que se encontraron y por numerosas peregrinaciones a la
curia romana. Y si no hubiese sido por ese estos tejes y manejes, ni siquiera
tendríamos el consuelo de estos pocos pastores como la gente.
Una segunda reflexión tiene que ver con el meollo de la
gravedad del hecho. Una buena página católica publicó, incomprensiblemente, una
carta de Bargalló a sus sacerdotes que a todas luces es falsa. No hacía
falta recurrir a eso para, pero en fin... En algunos de los comentarios de ese
sitio se da por supuesto que lo más grave de la situación es la violación del
voto de castidad hecho libremente por el prelado en su momento. Disiento con
esa opinión. Casi me animaría a decir que es lo menos grave. Si miramos para
atrás, Renacimiento y Edad Media por ejemplo, encontraríamos infinidad de casos
similares, o peores. Lo más grave, creo yo, es el escándalo, en el sentido más
propio y teológico del término. Más le valdría a Bargalló atarse una piedra de
molino a su cuello y arrojarse al mar.
Es que el daño que provocan actitudes de este tipo, no a los
paganos ni a los fieles mediocres, sino a los buenos cristianos es enorme.
Porque la conclusión que se impone es la siguiente: si este hombre y la Iglesia
me piden que lleve una conducta ordenada en mi vida matrimonial, o en mi vida de
soltería o en mi vida de célibe, y él, siendo obispo con todo lo que eso
implica, se revuelca desde hace meses, o años, con una “amiga de la infancia”,
¿por qué tengo yo que seguir peleándola día a día? La primera respuesta será: “Bargalló
en un hombre de la Iglesia, pero no toda la Iglesia”. Sin embargo, digo yo,
ayer el cardenal primado afirma públicamente que el fornicario y adulterino
obispo fue un gran hombre con un fuerte compromiso con los pobres lo cual le
valió ser perseguido políticamente y de allí, entonces, que aparecieran las
malditas fotos. Es decir, lo que Bergoglio nos dice es que no importa mucho,
más bien poco si es que algo importa, lo que hagas en tu “vida privada”
-expresión que los mismos obispos utilizaron para referirse al affaire Maccarone- sino lo que hagas por
los demás. Y yo me pregunto entonces dónde quedó la fe. Porque el cristianismo
es lo que es, o es un chiste. O todo, o nada.
¡Cuántos adolescentes, jóvenes y adultos corren a confesarse
con profundo dolor luego de que por debilidad cometen algún pecado contra el
sexto mandamiento, y este pajarón que viste mitra, se da el lujo de “mantener
una relación sentimental” -fueron sus palabras- durante años y celebrando, al
mismo tiempo los sagrados misterios en pecado mortal! ¿Dónde está la fe?
Hay una objeción que bien podría hacerse y para la cual
tengo una respuesta débil. A ver si entre todos encontramos una mejor: Si lo
más grave de la situación es el escándalo y el daño que con él se causa a los
fieles, ¿por qué, aparentemente al menos, no ocurría lo mismo durante la Edad
Media y el Renacimiento, cuando los casos de obispos cariñosos eran mucho más
frecuentes? Lo más fácil sería decir que el daño se producía igual, y creo que
es verdad, pero no al nivel actual. Me parece que en la actualidad se
intensifican los efectos del escándalo debido a que la religión terminó siendo,
en muchos casos, un código de comportamiento moral, centrado principalmente en
el sexto mandamiento. Es decir, se moralizó la religión. Y así, cuando las
faltas son contra la moral, aparecen como más graves y son más dañinas. Así
como en la Edad Media causaba más desazón un obispo que cuestionara el
verdadero carácter de la filiación divina que el que tenía una querida, hoy
sucede lo contrario.
En fin, es para pensarlo.
Aviso: Nuestro amigo Jack Tollers acaba de publicar la traducción inglesa de "Cristo y los fariseos". Pueden bajarla desde aquí.