lunes, 31 de marzo de 2014

Dall'ombra del coppolone

El Wanderer tiene un corresponsal en Roma que, de cuando en cuando, le manda alguna noticia parida a la “sombra de la cúpula” de San Pedro:

En los ambientes curiales de Roma despertó - en su momento- mucha curiosidad saber quién era ese tal Víctor Fernández citado por Francisco en la Evangelli Gaudium. Causó sorpresa y dejó atónitos a varios identificar a un joven prelado argentino vivo. Es el famoso Tucho de la UCA. En la medida en que se lo puso en el candelero apareció su biografía y surgió la versión de que el mismo Fernandez colaboró en la redacción del documento papal. Es decir que participó en autocitarse en un documento de tan alta jerarquía. Muy impropio y desubicado. Pero nada sin la aprobación de Francisco. Ahora lo ha nombrado miembro del Pontificio Consejo para la Cultura. En la Iglesia Argentina de Roma, donde hay curas de todo el país, se comentaba el viernes -cuando se supo la noticia- que el Tucho no tiene calado cultural. Es un profesor de teología (uno más), colaboró en Aparecida, es de confianza de algunos obispos, pero no tiene una producción teológica importante ni una cultura amplia. Mas bien muy de parroquia y muy obsequioso con los obispos (por eso llegó). Los curas argentinos comentaban que allá en el país hay muchos sacerdotes de mayor envergadura teológica, filosófica y artística que representarían mejor a la Argentina en el Consejo Pontificio (cada uno citaba un par con consenso de los otros contertulios). No es el caso de los miembros de la CEA, que son de escaso desarrollo en general. Otra vez Francisco muestra que tiene afectos muy fuertes y que los juega a fondo. Qué resulte de las tareas .... no es el tema. 

Y para terminar, el comentario de un jesuita –del que mejor no dar nombre- sobre la transformación de Jorge en Francisco:


En  realidad Francisco sigue siendo Jorge.  Dice  que no hay que predicar moral y todo el tiempo hace  llamados a conversiones morales, en materia de solidaridad social, y nunca de sexto y noveno mandamientos. Dice que los obispos deben proponerlos en la región, y está sembrando el país de amigos y discípulos porteños según su gusto.  Dice que hay que favorecer el pluralismo dejando actuar al Espíritu Santo, y proyecta todo el tiempo  como único su estilo y su visión de las cosas. Dice que hay que ser acogedor y respetuoso, pero ironiza y maltrata a los que considera fuera de tono con los (SUS) tiempos... Et via dicendo.

viernes, 28 de marzo de 2014

Supplementum I al Diccionario de Respuestas


Cada vez que uno critica al Papa, o a un cardenal, o a un obispo, o a algún otro truhán que ha olvidado las verdades más básicas del catolicismo, siempre corremos el riesgo de toparnos con alguien que repita puerilidades tales como
¿No sería mejor que dedicaras tu tiempo a mejorar tu propia vida en lugar de andar criticando constantemente al Papa?, etc.
La respuesta correcta a esto es:
Pues bien, entonces ¡dejá de criticarme a mí por criticar al Papa! ¿No sería mejor si te dedicaras a mejorar tu vida en lugar de criticarme a mí?
Entonces puede que se calle (cosa que hará si es medianamente sensato; aunque en general esta clase de gente no lo es, pues sólo los bobos hablan repitiendo puerilidades) y a lo mejor insiste, con la esperanza de escapar de una situación difícil:
—Sólo estaba diciendo que…
Enjuagar y repetir el procedimiento.
Los floripondios tienen una rara habilidad para evitar tomar partido y a la vez quedar bien parados. Para ellos, nada mejor que tomar nuestra riposta y repetirla una y otra vez. Asegurarnos de que la han digerido bien. No se olvidarán de la cosa fácilmente.

*

Pero, a todo esto, funciona de otras maneras también. Cuando vuestro oponente se queda sin argumentos, generalmente recurrirá a etiquetarnos con uno de estos dos epítetos favoritos: "intolerante" o "falto de caridad".
1.- Resulta absurdo acusar a alguien de "falto de caridad" (en el sentido políticamente correcto) sin exponerse uno mismo a la acusación de estar con eso, precisamente, faltando a la caridad. Eso simplemente no tiene salida.
—¡Estás faltando a la caridad!
—¿Cómo puede ser caritativo el acusarme de falto de caridad?
—Pero… pero… pero ¡lo eres! ¡estás faltando a la caridad!
—¿No lo ves? Vos estás faltando a la caridad.
—¡Pero, es que, esto es porque estás tan, pero tan equivocado!
—¿De manera que me estás sugiriendo que resulta justo faltar a la caridad con alguien que está equivocado?
—¡Sólo estoy corrigiéndote!
—Pues eso, justamente, ¡es lo que estaba diciendo cuando empezaste con todo esto de la "falta de caridad"!
—¡Yo sólo estaba corrigiendo un error tuyo!
—¡Y yo estaba haciendo lo propio con un error de otro!
Enjuagar y repetir el procedimiento. No tiene por dónde escapar. Cuánto más insista, más comenzarán a sonreír los presentes.
Hasta la gente sonsa sabe reconocer quién ganó el argumento.

2.- Es imposible acusar a nadie de ser "intolerante" sin exponerse uno mismo a la acusación de ser intolerante.
—¡Sos un intolerante!
—¿Y por casa cómo andamos? ¿Acaso vos no lo sos también?
—¡Por supuesto que no!
—Bueno, entonces, sé tolerante conmigo también…"
—Pero, es que… ¡vos sos un intolerante! Yo soy una persona muy tolerante, excepto con los que no lo son, excepto con los intolerantes.
—Esa constituye la definición misma de la intolerancia.
—¡Entonces admitís que sos un intolerante!
—No he admitido nada. Vos sí que lo has hecho. Sólo te estoy diciendo que practiques lo que predicas. Repito, sólo estoy diciendo que te estás mostrando intolerante otra vez.
Enguagar y repetir el procedimiento. No den cuartel. Cuando el zorro se halla en el fondo del pozo, el buen perro se acerca para liquidarlo de una vez.
Es una lástima que no me conozcan personalmente. Tengo discusiones como estas muy a menudo, sobre todo porque los que no me conocen creen que van a salirse con la suya a fuerza de puerilidades y lugares comunes, y que me van comer crudo.
Con esto, los que sí me conocen, las más de la veces se muestran muy divertidos.
Mundabor

y traducido por Jack Tollers)



martes, 25 de marzo de 2014

Breve diccionario de respuestas


Se trata de un Breve Diccionario, que puede ser completado y perfeccionado, con las respuestas a las argumentaciones papolátricas de los católicos neocones.

1) “A mí no me gustaba Bergoglio cuando estaba en Buenos Aires. Pero, desde que es papa, debemos ser fieles a él y obedecer y aceptar todo lo que enseña, incluso en nuestra interioridad, aunque no siempre estemos de acuerdo o comprendamos el motivo por el que dice algunas cosas”.
Esta es la objeción típica de un neocon, particularmente popularizada por el Opus Dei y sus epígonos. Lo que postulan, en definitiva, es la abdicación de la inteligencia y del juicio crítico. Así, con la inteligencia vedada, queda la sola voluntad que, como sabemos, es ciega. El que “ve” por nosotros no es nuestra inteligencia sino el papa. Abdico, entonces, de mi función y del deber impuesto por mi propia naturaleza humana de ver y juzgar por mí mismo y se la entrego al pontífice romano, o al obispo, o al superior.
No podemos negar que se trata de una posición muy cómoda. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, y es así. “Inteligencia que no juzga, cristiano sin problemas”, podríamos traducir, porque soportar día a día las sandeces que se dicen y se hacen en la colina Vaticana cuesta y provoca dolor, sufrimientos, malasangre, depresiones y problemas cardíacos. Y muchos saben que no exagero. Si yo no veo cómo preparan las empanadas en la rotisería de la esquina, las como con gusto. Si, en cambio, veo la calidad de la carne, el estado de las cebollas y las condiciones de higiene del lugar, nunca más volveré a comprar empanadas allí y tendré que caminar quince cuadras para encontrar otra rotisería. Es más cómodo no ver.
Nuestra fidelidad como cristianos no es al papa, que es un personaje circunstancial, sino que es a Cristo y al Evangelio. Por cierto, Cristo designó a Pedro como la piedra sobre la que edificó a su Iglesia, y Francisco es el sucesor legítimo de Pedro. Pero ha sido la misma Iglesia la que, a lo largo de los siglos y basada en la Tradición y las enseñanzas apostólicas, nos ha señalado en qué aspectos debemos ser fieles al Vicario de Cristo. Y todos sabemos que la fidelidad estricta se refiere exclusivamente a los actos magisteriales que comporten definiciones dogmáticas, es decir, el magisterio extraordinario. También debemos observar y respetar las enseñanzas del magisterio ordinario y no cuestionarlas porque se nos ocurra o porque no nos gusten. En todo caso, deberemos tener razones muy fundadas para hacerlo.
Pero, por ejemplo, las homilías diarias de Francisco en la Casa San Marta, ¿son acaso parte del magisterio petrino? Por cierto que no lo son, y ningún católico está obligado a seguirlas. Más aún, si alguien, en uso de su inteligencia juzga que están equivocadas, no debe seguirlas porque no puede ir contra lo que el mismo Dios le ha dado como parte de su naturaleza, vale decir, el uso de capacidad intelectual.
¿Francisco ha hecho uso del magisterio apostólico en este primer año de su pontificado? No lo sé con certeza, pero sospecho que no. Ciertamente, no hay actos de magisterio extraordinario. Y con respecto al ordinario, podría discutirse si la exhortación Evangelii gaudium lo es. Y pareciera que no. Es esa la opinión que ha expresado públicamente el cardenal Burke que es, justamente, la persona más apropiada en el mundo para expedirse sobre el tema: es el Prefecto de la Signatura Apostólica, es decir, la cámara que interpreta el derecho canónico.
Decía el beato cardenal Newman que, con exigirles a los hombres que adhirieran a los artículos de la fe contenidos en el Símbolo niceno-constantinopolitano, ya era mucho. Y tenía razón. La inteligencia es una cosa seria, y no es cuestión de pedirle a cada rato que cierre los ojos para que la voluntad adhiera a algo que no ve. Yo le puede pedir a mi inteligencia que no emita juicio frente a lo incomprensible que implica la existencia de un solo Dios y tres personas distintas, y que deje que la voluntad adhiere a este dogma de fe. Pero no puede pedirle que cierre los ojos y considere, por ejemplo, que los cristianos no podamos juzgar la conducta de los homosexuales cuando veo claramente que se trata de actos que van contra la naturaleza humana y que han sido condenados por la Escritura y por la Tradición.

2) “Lo que pasa es que ustedes siguen viendo en el papa Francisco al cardenal Bergoglio. Pero éste no existe más. Ahora es Francisco”.
Afirmación tan cierta como el cuento de Caperucita Roja. Apto para ser contado a niños de jardín de infantes y a allegados del Opus Dei que, de esa manera, seguirán ocupados en sus negocios y en hacer dinero y se evitarán problemas, y también que sus dudas con respecto al papa pueda influir en los montos del cheque mensual que depositan en las alcancías de la Obra.
Yo pregunto, ¿de dónde sacaron tal afirmación? ¿Qué santo doctor de la Iglesia la propuso? ¿Qué Concilio Ecuménico la sancionó? Muéstrenme que forma parte de la Tradición de la Iglesia….
Son preguntas que quedarán sin respuestas, a no ser que consideren alguna charlita de don Josemaría como divinamente revelada. Y esto por una sencilla razón: el único modo de salvar una afirmación de ese tenor sería, cuanto menos, postular la existencia de un octavo sacramento. Ocurre que nada a nivel natural y metafísico puede transformarse en otra cosa. Juan no puede transformarse en Pedro (aunque ahora, con la ley de género y según nos advierte el vicario general de la diócesis de La Rioja, puede transformarse en Solange Lisette) y Bergoglio no puede transformarse en Francisco. Quiero decir, no puede haber cambio de forma sustancial. Francisco sigue siendo el mismo Bergoglio vivito y coleante que conocimos como arzobispo de Buenos Aires, aunque se haga llamar con otro nombre.
Los sacramentos de la Iglesia, por virtud del Espíritu Santo, sí tienen poder de transformación, y es así, por ejemplo, que en la Santa Misa el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo, y que en el sacramento de la confesión nuestra alma sucia por el pecado como la grana se convierte en blanca como la nieve. Pero no existe el “sacramento del papado”. No hay transformación luego de la elección del Romano Pontífice.
Seguramente argüirán lo siguiente: “Tiene la gracia de estado”. Por supuesto que es así, y se trata de la misma gracia de estado que asiste a Juan cuando se casó para ser un buen esposo, y María, cuando dio a luz, para ser una buena madre. Pero la doctrina católica es muy clara al decir que la gracia, en absoluto, no supone ni una extinción de nuestra libertad anterior por efecto del pecado original y sus consecuencias ni, menos todavía, una pura y simple sustitución de nuestra libertad. Es decir que, si el papa Francisco quiere seguir rosqueando para que Massa no pueda ser el próximo presidente de Argentina, para lo cual recibe al muchachito de La Cámpora encargado de la redacción del nuevo código penal y le dice que está preocupado por las tendencias punitivistas que observa en algunos políticos del país, por más toneladas de gracia de estado que le echen encima, no se conseguirá nada, porque primero está su libertad, y Dios la respeta.  

3) “Al Papa lo elige el Espíritu Santo”.
Otro cuento para niños de jardín y para neocones. Al papa lo eligen los cardenales luego de roscas, intrigas, pactos y cotilleos. Y siempre fue así. Y antes era peor, porque para librarse de un enemigo no hacían como el cardenal Sandri, que repartió a los conclavistas el curriculum oculto de Bergoglio –y no le valió de nada-, sino que directamente lo envenenaban o lo encarcelaban, o le pinchaban la rueda del auto –o le quebraban la pata al caballo- para que llegara tarde al cónclave.
El Espíritu Santo, en todo caso, actúa consecuentemente a la acción de los hombres. “Eligieron a este pelmazo. Veamos qué podemos hacer con él”, y hace lo que puede.
“Yo no diría que al papa lo elige el Espíritu Santo. De hecho, hay papas que el Espíritu Santo nunca habría elegido”. Estas no son palabras mías sino del cardenal Ratzinger como pueden leer aquí.

4) “Puede ser que ustedes en varias cosas tengan razón, pero somos católicos y, por tanto, debemos cerrar filas con el papa y no criticarlo, para no dar pasto al enemigo”.
Justamente, somos católicos o, mejor aún, somos cristianos, y debemos cerrar filas con Cristo, y no con el papa que, repito, es un personaje circunstancial. Si se trata de cerrar filas con el papa, o con el obispo, en definitiva no somos religiosos; somos afiliados a un partido político. Lo mismo hacen los peronistas: cierran filas con su líder humano, aunque no se lo traguen, porque si no, los radicales les ganan las elecciones.
La fe y la religión cristiana tienen un solo líder, que es Cristo. No tienen un caudillo, que podría ser el papa, el obispo o el fundador de la congregación. Claro que es mucho más fácil tener caudillo, porque lo veo, lo escucho, lo toco y me provoca el constante entusiasmo triunfalista como podemos ver, por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud o en las obscenas audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro: cientos de miles de personas vitoreando a un caudillo, llámese éste Francisco, Benedicto o Pío, lo mismo da. Yo no veo mucha diferencia con las multitudinarias reuniones de Nüremberg en los años ’30 o con las plazas de Mayo abarrotadas de los ’40 o ’50.
En general, seguir a Cristo no provoca entusiasmo. Quizás al principio y después, de vez en cuando, cuando Él lo quiere. Si no, es caminar y caminar en el Bosque Oscuro, con claros de a ratos, y no mucho más que eso. Y si no me creen, pregúntele a Santa Teresita, que lo dejó escrito no como Tolkien en una saga, sino en su Historia de un alma.

5) “Yo prefiero seguir los tres amores blancos de los que habla San Juan Bosco: la Eucaristía, la Virgen y el Papa”.
Con todo el respeto y afecto que me merece Don Bosco, no es infalible, y esto la pifió. Poner en el mismo nivel al Señor realmente presente en la Eucaristía, a la Santísima Virgen y al Papa es, casi casi, una superchería propia de una tribu africana o de los budistas que consideran que el Dalai Lama es una encarnación divina.
Ciertamente, la expresión puede ser bien entendida y, estoy seguro, que el santo la explicaba muy bien en las “buenas noches” que diariamente impartía a los niños de sus hogares.
Dicho de otro modo, es una frase para provocar devociones sanas a grupos de niños y adolescentes sacados de las calles de Turín en la segunda mitad del siglo XIX. Y no más que eso. Y es muy fácil entender el porqué: eran justamente los piamonteses quienes, liderados por Garibaldi y otros masones, marchaban por eso años sobre los Estados Pontificios para acabar con el papa y lograr la unificación italiana. Por eso motivo, y como propaganda política, se presentaba al papa y al papado como los enemigos de la “patria” italiana, tan enemigo como lo era el emperador austro-húngaro o los Borbones del reino de Nápoles. Es decir, politiquería y patrioterismo o, en otros términos, manipulación de las conciencias. Frente a eso, Don Bosco propone una “devoción” por el papa, exagerándola a mi entender, para contrarrestar las palabras e intenciones de los garibaldinos.  
Pero eso no justifica a adoptar tal cual la expresión en épocas contemporáneas.



miércoles, 19 de marzo de 2014

Las quinielas de Francisco

Uno de los efectos del pontificado de Francisco es la propensión que se observa en muchos ambientes conservadores a participar de quinielas. Se apuesta sobre cuál será el próximo desatino que pronunciará el pontífice desde los balcones vaticanos, qué nombramiento sorprendente publicará L’Osservatore Romano o qué nuevo santo será canonizado por fuera del proceso ordinario (Al respecto, puede leerse este artículo de S. Magister. ¿Serán los próximos santos fast track el P. Mugica o Mons. Angelelli?). Sin embargo, en las últimas semanas, las apuestas giran en torno al próximo sínodo sobre la familia y las expectativas que esta reunión ha generado. Las últimas declaraciones, o la bravuconada, del cardenal Kasper han hecho subir exponencialmente los montos que se ponen en juego. Recordemos que el purpurado alemán afirmó que, si el sínodo no modifica la disciplina de la Iglesia sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar, es mejor que tal reunión no se haga.
Resulta claro que Kasper le está recordando a Bergoglio que debe pagar sus facturas. Tal como explicaba Tosatti la semana pasada en su artículo de La Stampa, el cardenal porteño se encaramó al trono petrino empujado por la franja progresista del colegio cardenalicio ayudada por una facción resentida de la Curia Romana encabezada por el cardenal Bertone. Por cierto, la ayudita tenía un precio, y ahora están pidiendo que lo pague.
Concretamente, ¿cambiará el papa Francisco la doctrina sobre la admisión a la comunión de las personas divorciadas y vueltas a casar? Apuesten…. Aquí va la mía:
Francisco no cambiará la doctrina, pero no precisamente porque tenga mentalidad católica, sino porque, de hecho, la doctrina ya está cambiada y se terminará de cambiar con las operaciones de prensa pre y post sínodo. Lo alertaba Sandro Magister a fines de febrero y ya sabemos lo que pasó durante el Vaticano II cuando la prensa se difundía principalmente en papel, con la enorme limitación en la distribución de las ideas que ese medio físico posee. Pero hoy la cosa es mucho más elemental. Como dice Jack Tollers, la doctrina es de la época de Gütemberg. Hoy se trata de titulares digitales, o de tweets. Veamos:
Bergoglio es un gobernante peronista o, lo que es lo mismo, populista. Muy bien lo desentrañó su antiguo compañero de seminario y excura tercermundista, Domingo Bresci en esta entrevista.  A él le importa lo que diga o piense el pueblo y no la elite de los teólogos y, mucho menos, la de los restauracionistas semipelagianos entre la que nos contamos. Ya sabemos lo que el General Perón pensaba de la “oligarquía vacuna” argentina; lo mismo piensa Jorge Mario de la oligarquía teológica. Además, no olvidemos que, como el mismo pontífice lo ha dicho, su mentor teológico fue Lucio Gera y su “teología del pueblo”, según la cual “el pueblo” no es sujeto a evangelizar sino sujeto evangelizador. Se entiende de ese modo, más allá del innegable afán populista, que el primer gesto de Bergoglio al asomarse a la loggia vaticana el fatídico 13/3/13, haya sido pedir la bendición del pueblo. Y eso explica también el por qué ordenó una encuesta al pueblo para conocer su opinión sobre la familia y otras cuestiones de moral sexual. El pueblo enseña.
Y todos sabemos que el pueblo no lee doctrina ni se interesa por las discusiones teológicas ni tiene muy en cuenta lo que dicen los teólogos, por más obispos o curas que sean. El pueblo lee titulares y sigue y cree lo que esas cinco palabritas en letras de molde le señalan, y con eso le basta. Y Francisco, que no es tonto, eso lo sabe muy bien.
Bergoglio nunca haría la estupidez de cambiar formal y solemnemente la doctrina católica sobre, por ejemplo, las relaciones homosexuales. Eso le acarrearía la condena de muchísimos sectores de la Iglesia, posibles cismas quizás encabezados por el papa Benedicto y un sinfín de problemas más, amén de que pasaría a la historia como un papa herético o cercano a la herejía. ¿Para qué hacerse tanto problema si la cosa se puede solucionar con un “¿Quién soy yo para juzgar a los gays?” Los medios de prensa se dedicaron a difundir la frasesita, que apareció en todos los portales, y en la lectura popular significó que el papa no se oponía a los amores invertidos; en la lectura de los periodistas que, de ahora en más, cualquier obispo que hiciera una mínima crítica a la homosexualidad sería un opositor al papa como puede verse aquí; en la de los neocones, que se estaban manipulado las expresiones pontificias porque él no quiso decir lo que dijo, y en la de los manfloros, que su estilo de vida ya tiene bendición pontificia lo cual implicó, entre otras cosas, que lo incluyeran como tapa de su revista “Advocate”. Hagámosla corta: el mal ya está hecho.

No creo que a Francisco le interese mucho en qué terminará el sínodo. No creo que se arriesgue a una catarata de problemas intestinos por jugarse a una apertura moral sobre la que no tiene fundamentos ni le interesa tenerlos. Para él serán suficiente los titulares, y sobre eso trabaja. Ya lo vimos en el pasado consistorio: al discurso aperturista de Kasper, respondió que eso era “hacer teología de rodillas”. ¿Qué otra cosa es necesaria para consagrar las palabras del cardenal alemán como los deseos del pontífice?  

miércoles, 12 de marzo de 2014

Las nostalgias de don Gabino



- ¿Se enteró lo que andan diciendo en el pueblo de usted y de nosotros sus amigos? –le preguntó Bulgarovich con vehemencia a don Gabino.
- No lo sé. Dígamelo usted si tanto le preocupa– respondió éste con estudiada indiferencia.
- Más que preocuparme, me indigna. Dicen que somos todos unos pobres tipos tristes y desesperados, que nos encerramos en una sala oscura a ver películas en blanco y negro, porque es así como vemos al mundo y a la Iglesia: en penumbras.
- Y todavía más –lo interrumpió Costa-, dicen que usted es un poeta que destruye y no un poeta que promete. Es decir, que usted es un centinela del pesimismo.
Don Gabino sonrió y les sirvió a sus amigos una copita de licor de hierbas Ruavieja, que hacen en Santiago de Compostela y llama la atención por su profundo color verde. Había comenzado la cuaresma y en las reuniones dominicales beberían solamente ese caldo penitencial.
- Como decía doña Lulú Thiberville –dijo don Gabino-, no hay centinelas pesimistas u optimistas. Hay centinelas despiertos y centinelas dormidos. Y la función del centinela es la de dar aviso de lo que ve, le guste o no a los que lo escuchan.
- ¿Y quién es esa Lulú? –preguntó con picardía Costa.
- Es una venerable anciana que me presentó hace un tiempo mi amiga la señorita Prim –respondió el viejo enigmáticamente.
- Pero al final ¿estamos tristes y desesperados, como en penumbras, por todo lo que vemos? –dijo insistente Bulgarovich.
- Y mire, don Bulgarovich, yo creo algo de razón tienen. Estamos en penumbras y es a través de esa oscuridad como vemos el mundo y lo que nos pasa. Pero eso ya lo decía San Pablo: “Ahora vemos por un espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara”. Si ellos ven luminosamente, será porque ya encontraron su paraíso, un paraíso en la tierra, porque el Apóstol nos asegura que ese modo de conocer luminoso solamente se alcanzará en el cielo…  Pero seguro que el Poeta tiene más para decirnos –dijo don Gabino mirando al Poeta del grupo que, callado, sonreía.
Y simplemente, el Poeta comenzó a recitar:

- O! Wanderers in the shadowed land
despair not! For though dark they stand,
all woods there be must end at last,
and see the open sun go past:
the setting sun, the rising sun,
the day's end, or the day begun.
For east or west all woods must fail...

- ¡Dígalo en castellano! – gritó uno desde el fondo. Era un nacionalista que se resistía a estudiar la lengua de la pérfida Albión.
Don Gabino tradujo:

- ¡Oh caminantes de las tierras de sombras!
No desesperéis. Porque aunque las tinieblas estén allí,
el bosque finalmente terminará,
y verán nuevamente al sol atravesar el firmamento,
el sol poniente, y el sol naciente,
el fin del día y el inicio del día.
Por el este o por el oeste, el bosque debe acabar…

- Es la canción que Frodo entonó cuando la Compañía del Anillo atravesaba desalentada y triste la Old Forest, -continuó don Gabino- cuando caminaban en el Valle de Lágrimas, como caminamos nosotros ahora. Pensar que la vida del cristiano es pura cháchara y diversión es una mentira que conduce necesariamente a la decepción.
-Entonces somos unos tristes y desesperados personajes nomás – dijo Bulgarovich.
-Para nada –retrucó el viejo-. Lo seríamos si no tuviéramos la certeza de la luz que nos espera.
- ¿Y por qué dice usted que tenemos esa certeza? –preguntó Costa dubitativo.
- Porque hemos escuchado la voz –dijo don Gabino mientras servía una segunda ronda de licor verde.
Los integrantes del grupo se miraron con cierta alarma.
- ¿Es que usted escucha voces don Gabino? –preguntó despacio Pablo Paz.
- Claro que sí, como las han escuchado ustedes también. ¿O creer que son cristianos porque se les ocurrió? Somos cristianos porque hemos escuchado una voz y hemos respondido a ella. Recuerden el evangelio de San Juan: “Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen”.
- Más que de escuchar voces, creo que se trata de voluntad –dijo Costa.
- De ambas cosas. La voluntad es la que permite que respondamos a esa voz y la sigamos, pero primero tenemos que oírla… Pero no se asusten, no se tratan de andar alucinando. La voz se escucha de muchos modos. Algunas veces –muy pocas en la vida, quizás- Dios nos la da a escuchar de un modo muy claro y fuerte, en el momento más inesperado –arriba de un avión volando sobre los Pireneos o leyendo un texto de San Agustín-, y dura pocos segundos pero son suficientes para dejar anclada la nostalgia en el corazón. Las más de las veces, la voz se escucha al modo humano de conocer, es decir, a través de la razón. Vemos la Verdad y adherimos a ella. Pero la Verdad primero se muestra, o la voz primero se deja escuchar.
Los del grupo se quedaron callados, sorbiendo el licor de hierbas y no muy convencidos.
- Recuerden lo que dice Alcibíades hacia el final del Banquete, cuando elogia a Sócrates: “Cuando nosotros oímos a algún otro, aunque sea muy buen orador,  pronunciar otros discursos, a ninguno nos importa, por así decir, nada. Pero cuando se te oye a ti quedamos pasmados y posesos. (…) Efectivamente, cuando te escucho mi corazón palpita mucho más que el de los poseídos por la música de los coribantes, las lágrimas se me caen por culpa de tus palabras y veo que también a otros muchos les ocurre lo mismo”. Nosotros no hemos escuchado a Sócrates. Hemos escuchado a Cristo, y estamos como poseídos o encantados.
- Encantados… -dijo Bulgarovich.
- Sí, hemos sido encantados, así como las cobras quedan encantadas cuando oyen la flauta del encantador. Pero nosotros hemos dado con el agathón epodón
- Otra vez hablando en inglés –interrumpió el nacionalista del fondo.
El que estaba al lado le dio un codazo mientras le explicaba que no era inglés, sino griego.
- … un encantador o ensalmador eficaz. Y es eficaz porque ha sido capaz de dejar dentro nuestro la nostalgia de lo que hemos tocado pero no poseído.
Nuevamente el grupo quedó en silencio. Nadie se atrevía a hablar. Más aún, les parecía que cualquier palabra que pronunciaran arruinaría sin remedio el clima que se había creado y la certeza que había renacido.
Sólo el Poeta se animó a alzar la voz:

Still with unhurrying chase,
And unperturbed pace,
Deliberate speed, majestic instancy,
Came on the following Feet,
And a Voice above their beat--
'Naught shelters thee, who wilt not shelter Me.'

Nigh and nigh draws the chase,
With unperturbed pace,
Deliberate speed, majestic instancy;
And past those noised Feet
A voice comes yet more fleet--
'Lo! naught contents thee, who content'st not Me.'

But not ere him who summoneth
I first have seen, enwound
With glooming robes purpureal, cypress-crowned;
His name I know, and what his trumpet saith.
Whether man's heart or life it be which yields
Thee harvest, must Thy harvest-fields
Be dunged with rotten death?

All which thy child's mistake
Fancies as lost, I have stored for thee at home:
Rise, clasp My hand, and come!'
Halts by me that footfall:
Is my gloom, after all,
Shade of His hand, outstretched caressingly?
Cuando terminó su recitado, volvieron a quedarse en silencio. Don Gabino fue el primero que habló:
- Muy acertada la selección de los versos de Francis Thompson, Poeta. “El lebrel de Dios”, uno de los más bellos poemas jamás escritos. Y tradujo:

Persecución sin prisa, imperturbable,
majestuosa inminencia. En las veredas
dejan los Pasos que la Voz me hable:
- "Nada te hospedará si no me hospedas"
Y noche a noche afuera
oigo los Pasos que me dan alcance
con medida carrera,
deliberado avance,
majestad inminente,
que deja oír la Voz de la otra parte:
- "Nada podrá llegar a contentarte
mientras no me contentes."
Aun sin poder reconocer sus reales,
su púrpura, su cetro, su guarida,
le conozco y le entiendo. Se apresura;
quiere mi corazón, quiere mi vida,
quiere mi podredumbre,
quiere mi oscuridad para su lumbre.
Lo que tú crees perdido está en mi casa
levántate, toma mi mano y pasa.
Los Pasos se han quedado junto al vano.
Acaso ¡oh tú, tiniebla que me ofusca
seas sólo la sombra de Su mano!


Era cuaresma. Sólo dos copitas se permitían en ese tiempo sagrado y penitencial. Ya las habían bebido. Se levantaron y casi sin hablar se despidieron de don Gabino quien, solo, se quedó con sus nostalgias.


(La traducción de los versos de Thompson no es de don Gabino sino de Carlos Sáenz)