Páginas

viernes, 15 de mayo de 2015

El rey está desnudo

El poeta Juvenal se lamentaba, en su tercera Sátira, de que el Orontes hubiera desembocado en el Tiber, es decir, que la marejada de los pueblos sirios hubiese invadido en Roma. La misma imagen la usó Ralph Wiltgen cuando escribió su libro El Rin desemboca en el Tiber, narrando el desembarco de los teólogos alemanes en tierras romanas durante el Vaticano II. Y los problemas fluviales de la Urbe no terminaron allí ya que, últimamente, lo que ha desembocado en ella es nada menos que el Riachuelo del cual es afluente el Río Cuarto, como nos enteramos hace poco. Sin embargo, esta inesperada inundación ha traído algunos beneficios de los que no siempre somos conscientes. Concretamente, el pontificado del papa Bergoglio tiene ventajas ya que ha permitido que toda la suciedad y los desechos que circulaban por los albañales de la Iglesia de Roma haya salido a la luz, y es muy difícil ya hacerse el distraído sobre la realidad de esta situación, a no ser, claro, que se pertenezca a la cándida raza de los lectores de Infovaticana.
El problema viene de lejos; ya lo hemos dicho muchas veces en este sitio. Focos de incendio se diseminaban por toda la Iglesia desde comienzos del siglo XX y el papa Juan XXIII no tuvo mejor idea que juntar a todos los focos y provocar así, previsiblemente, una enorme y voraz que hoguera que consumió en años, o en meses, gran parte de la Iglesia. La hoguera, claro, fue el Concilio Vaticano II. Fue un suceso que aún muchos celebran como “la primavera de la Iglesia” cuyas consecuencias meteorológicas hoy más que nunca están a la vista. Ejemplo de ello es que la arquidiócesis de Córdoba, una de las más grandes e importantes de Argentina, ha recibido este año un solo seminarista en su Seminario Mayor. Así de raquíticas, o aún más, están las órdenes y congregaciones religiosas, los seminarios y las parroquias. Y sin embargo, muchos aún siguen felices en esta Iglesia que “canta y camina”, viviendo en la fantasía de que todo está mejor que nunca. 
A nivel macro, sin embargo, la calamitosa situación de nuestra Iglesia no era tan visible. El Papa Pablo VI, responsable de haber continuado el Concilio y sancionado sus enseñanzas –los polvos de donde vienen estos lodos-, estaba envuelto en un áurea de intelectual refinado y aristocrático, y todos confiaban en su criterio, aún viendo los desastres que se suscitaban en los ’60 o ’70. 
Después vino Juan Pablo II, con su insoportablemente extenso pontificado, que hizo un dogma de la línea media: no más progresismo que este, pero tampoco más tradicionalismo. Un fundamentalista del Vaticano II que, habiendo tenido el poder para retroceder e impedir la avalancha, prefirió seguir la farsa. Caminó por el medio, evitando “extremos” y, con su convocante carisma, haciendo creer a muchos que reuniones multitudinarias en las que se cantaran “Juan Pablo II te quiere todo el mundo”, era prueba suficiente de que la primavera, efectivamente, había estallado, y la Iglesia estaba en su mejor momento.
El breve pontificado que lo siguió se envolvió en el prestigio teológico de quien ocupó la cátedra de Pedro, el papa Benedicto XVI, que intentó hacer lo que pudo, que fue más bien poco. No mucho se podía hacer ya con las plantas mustias y agostadas que había recibido como presente primaveral de un Concilio del que él mismo fue parte y al que, inexplicablemente, reivindicó en el último discurso de su ministerio. Pero sus lúcidas palabras, sus gestos y el boato que lo circundaba nos nublaba aún la vista a varios que queríamos creer en la posibilidad de una restauración.
Y después vino el fruto más maduro que pudo producir el Vaticano II: el papa Bergoglio que es, sencillamente, la manifestación clara y rotunda de lo que significó ese concilio para la Iglesia. Y esa es justamente la ventaja de este grotesco pontificado: deja totalmente claro cuáles son las consecuencias de la irresponsabilidad mayúscula del Papa Bueno. 
Para ponerlo en imágenes del infante don Juan Manuel: hasta la llegada del Papa Francisco, nadie se había animado a decir que el rey estaba desnudo. A Pablo VI, a Juan Pablo II y a Benedicto XVI los vimos desnudos pero la cosa era aún vidriosa, no muy clara y, razonablemente en muchos casos, era mejor callarse como los súbditos del rey moro: quizás era verdad que el rey estaba finamente vestido y que era nuestra miopía e impureza la que nos impedía ver sus atuendo y nos mostraba, en cambio, la desnudez del soberano.
Pero la llegada de Bergoglio cambió todo: el rey está, evidentemente, desnudo. Y cada vez hay menos modos de negarlo ya que que el monarca se empeña todos los días en hacer cabriolas con sus partes pudendas al aire. No querer ver la desnudez del rey no es problema ya de inocencia o de prudencia. Es problema de pertinacia.  

16 comentarios:

  1. El problema es que hemos llegado a una instancia donde la mayoría de los fieles dirá "¿y qué problema hay con que esté desnudo?"

    ResponderEliminar
  2. Ja! tiene razón Ludovicus. La mayoría de los fieles dice sin tapujos -Si estamos todos en bolas, era hora que tuviéramos un rey que también-.
    W

    ResponderEliminar
  3. Sí, es verdad. Tiene razón Ludovicus. Somos pocos los que aún nos preocupamos por usar corbata y nos dolemos que nuestros líderes apenas si lleven, con suerte, un taparrabos.
    La gente está feliz en andar desnuda por la calle y se pone aún más feliz cuando ve que el clero, las monjas y el mismo Papa los imitan.

    ResponderEliminar
  4. Por suerte también está ayudando a limpiar un poco el ambiente neocon, obligando a estos "neos" a tomar partido.

    Aunque, claro, aún existen los que (todavía hoy) quieren hacernos creer que el Rey no tiene la culpa, que está rodeado de sastres malditos, y que nosotros debemos creer que está vestido aunque nuestros ojos digan otra cosa...

    ResponderEliminar
  5. Además del problema que la gente no encuentre problema con el rey desnudo, esta el de quienes dicen que la culpa de esta situación es que el CVII no fué completamente actuado y quieren más concilio para que haga los vestidos del rey.

    Blas

    ResponderEliminar
  6. Hay un problema mayor que EL GHOBIERNO DE LA IGLESIA.

    Hay un problema mayor QUE ESTA EN LA BASE de la cuestión de gobierno.

    Hay un problema mayor, y es EXEGETICO. Pues en los mismos seminarios se enseña una eclesiología, una dogmática, una cristología y una moral que tira por la borda toda la Tradición y el Magisterio anterior al Vaticano 2

    O sea que el problema no es simplemente Bergoglio.

    ResponderEliminar
  7. Gracias, Wanderer, por tus ultimos posts.
    Me da que pensar algunas opiniones que dicen que Bergoglio dejó que se expongan en el Sinodo los ultra progre para (ahora, Magister dixit) sea el Papa el que ponga freno a los excesos. Ahora, si es cierto que se mataba de risa viendo como los cardenales y obispos se agarraban en los medios sobre estas cuestiones, es lamentable.
    Pero lo otro que me deja pensando es la ecumaníaca obsesión de Bergoglio. Que ahí si la destrucción de la poca fe que queda va a ser arrasadora. Esto de equiparar (y rebajar) a la Iglesia a cualquier grupo/secta/herejía luterana, pentecostal, evangélica es una bomba de efecto mucho más dañino. La "Dominus Iesus" va a quedar para recoger los restos que deje Bergoglio si sigue así. ¿Hasta cuándo? No se si ya no hizo lo suficiente. Como dec{ia Omar Bello, Francisco tiene como objetivo quedarse como ejemplo de la renovación (misericordiosa, lo de antes no sirve) para que el que venga no pueda hacer nada... o como mucho terminar su obra de devastación.

    ResponderEliminar
  8. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  9. SOBRE LA CUESTION EXEGÉTICA, o interpretación de la Biblia, les paso unos links valiosos con escritos de Ratzinger al respecto

    https://www.google.com.ar/?gws_rd=ssl#q=la+exegesis+ratzinger

    .

    ResponderEliminar
  10. Coincido en que el Vaticano 2 tuvo mucho que ver, pero la decadencia generalizada también es parte de un proceso mucho más complejo que incluye la globalización y los graves conflictos que afectan a la humanidad. Pensemos en las grandes catástrofes humanitarias que estamos presenciando cada día, y el impacto emocional que nos causan tandas desgracias, tanta inseguridad, tanta falta de amor en el mundo. Mientras nosotros hacemos disquisiciones filosóficas, hay millones sumergidos en la pobreza y la desesperanza. El problema del mundo es demasiado complejo.

    ResponderEliminar
  11. NO SE PIERDAN EL ARTICULO DE HOY DE SANDRO MAGISTER

    Los dos Francisco, el de los medios de comunicación y el real

    Cada vez más distantes entre ellos. La crónica pública sigue pintando al Papa como un revolucionario. Pero los hechos prueban lo contrario


    VER
    http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1351047?sp=y

    .

    ResponderEliminar
  12. GASTON: Excelente su análisis y no menos excelente el análisis del análisis de LUDOVICUS

    ResponderEliminar
  13. Me parece que el nudo del problema radica en la forma en que la Iglesia ha venido afrontando las cuestiones que le generaba la realidad.
    Ha sido común que se intentase tapar las dificultades procediendo como si nada pasara o si fuera malo el escándalo, no advirtiendo que lo malo era -precisamente- el motivo mismo del escándalo y no éste.
    Ese modo de proceder, muy lejos del Evangelio y de sus claras y perennes directivas y enseñanzas, fue generando mayores complicaciones como no era difícil de imaginar.
    En definitiva, de lo que se trata es de la eterna lucha de las fuerzas del mal contra Dios y su Obra.
    Si no se aceptan los errores propios, si no se está convencido de que hay que cargar con la Cruz y seguirlo a Nuestro Señor a riesgo de ser odiados por el mundo y su príncipe, las consecuencias no podrían haber sido otras que las que se observan, las que vemos o las que intuimos.
    Si a todo ello se agrega nuestra dosis (importante por cierto) de hipocresía, cobardía y deseos de no confrontar en el buen combate -por temor a ser políticamente incorrectos o por no soportar el trato de "inadaptados" en este mundo, nunca más mundo- la meta a la que se ha arribado no podía haber sido otra muy distinta de ésta, que tanto nos preocupa.
    Creo ver las señales de la higuera que anticipan la llegada del verano.
    También la de nuestras indudables flaquezas.
    Quiera Dios que no nos sorprenda como a las vírgenes imprudentes.
    Es la hora de reflexionar y también la de actuar. Comenzando, claro está, por uno mismo. Que con eso tenemos una tarea ímproba y enorme.

    ResponderEliminar
  14. Dos Franciscos (a cuál peor)15 de mayo de 2015, 21:17

    A mí el argumento apologético de los dos Franciscos no me convence en absoluto. Me recuerda muchísimo al de los dos Concilios (ya saben: que la letra era católica mientras que el supuesto espíritu del Concilio, tan heterodoxo, era un invento de la prensa). Lo conozco bien porque yo mismo lo repetí como un lorito amaestrado durante mucho tiempo. ¡Claro que hay dos Franciscos! (como había dos Concilios), pero los dos son malos, nefastos, y si me apuran el peor de los dos es el Francisco real: el que al final no se atreverá a autorizar abiertamente la comunión a los amancebados —adúlteros, fornicarios o sodomitas—, pero no lo hará por defender la santidad del Matrimonio ni de la Sagrada Eucaristía, ni por apartar a las almas de la perdición, ni por fidelidad a la enseñanza expresa del mismo Cristo, ni por temor de Dios que le ha de juzgar. Lo hará a su pesar y por miedo a la oposición que ha suscitado dentro de la Iglesia: porque es un cuco acomodaticio y sin principios. Y lo hará mal, arteramente y con doblez, tornando lo que era una cuestión definida en una cuestión disputada, sembrando una confusión que hará mucho daño a las almas y de la que le será muy difícil recuperarse a la Iglesia.

    Los dos Franciscos son deletéreos, pero el peor de los dos es el Francisco real: el que tratamos de elucidar aquí. Porque —parafraseando el argumento ontológico de San Anselmo— a la mala doctrina, la mala voluntad, la mala condición, las malas mañas, la poca cultura y la poca vergüenza, añade la odiosa cualidad de que «existe realmente». Y no solo existe: además —a semejanza de los escribas y fariseos del tiempo de Cristo, que se habían sentado en la cátedra de Moisés— este hombre impío ha plantado su gordo culo de demagogo en el trono de Pedro, para desgracia nuestra, y sin duda propter scélera nostra.

    ResponderEliminar
  15. Wanderer. ¿Qué sentido tiene publicar los giles histéricos que andan recomendando mirar para otro lado o alguna otra b o l u d e z para acusar a quienes lo acusan a jorgito el panqueque (no el alfajor) de crímenes que realiza con alevosía?

    El tipo es un maldito, y en eso no cambia que se vista con sotana blanca, porque no se comporta como si fuera quien puede hacerlo.

    Un "papa" como este atenta contra todo lo que desde su fundación defendió el Papado. Me cuesta comprender el miedo de decirlo o asumirlo.

    La situación actual no es que el rey esté desnudo, porque ya es toda una dinastía nudista, sino qué carajo tienen los súbditos en los ojos (o la cabeza) para seguir simulando que nada cambió y está todo bien.

    Ser giles no es atenuante para el Juicio Final.

    Gerardo de Haedo

    ResponderEliminar
  16. Días después de que el Vaticano publicara el feo y ambiguo logo para el “Año de la Misericordia”, 2015-16, el Vaticano ahora ha dado a conocer el logo para el viaje de Jorge Bergoglio a los Estados Unidos de América en septiembre de 2015. Véase arriba el logotipo tal como fue dado a conocer por la llamada “Conferencia Episcopal de Estados Unidos”.

    En general, el logotipo tiene una apariencia bastante sosa, sin que la figura que le da a Ud. la espalda dé un mensaje claro. En realidad, el Dalai Lama podría sustituir a Francisco, y el logo se ajustaría igual. Pero eso es lo correcto porque si nos visitara el Dalai Lama, el mensaje sería sustancialmente el mismo.

    Es curioso, sin embargo, que en este logo Francisco dé la espalda al que lo mira. ¿Pero no nos han estado diciendo desde la década de 1960 que el dar la espalda a la gente [en la misa] es poco educado y ofensivo? ¿O es que esto tendría aplicación sólo cuando se da la espalda al sagrario?

    Aunque este diseño es mucho menos malo de lo que uno podría esperar, si echamos la vista atrás (recuerden lo sucedido en las Filipinas), nos damos cuenta de la sorprendente ausencia de un crucifijo, o al menos una cruz – ya sabe, ese pequeño detalle que nos dice que la cosa no va con Francisco sino con Cristo (“Nosotros predicamos a Cristo crucificado…” [1 Corintios 1: 23]). Ah sí, de acuerdo, eso entonces sería publicidad engañosa, así que realmente es algo bueno que no haya nada ni remotamente parecido a una cruz, para que nadie por error tenga que asociar el naturalismo del Francisco masónico-modernista con el cristianismo.

    El lema oficial que va con este logotipo es “El amor es nuestra misión” –v¡ojalá fuera así! La ausencia de un crucifijo o una cruz es el primer signo de que el “amor” de la misión de Francisco no es el amor de una auténtica caridad cristiana (recordemos también su “misión” con los rabinos aquí). No, la misión de Francisco no es el verdadero amor, el amor que mandó Dios acerca de la caridad hacia Él y a nuestro prójimo por amor a Él (cf. Mt 22: 36-40); no, Bergoglio predica una versión corrupta de la caridad, no el “amor”, “love” sino el “luv” [palabra que sugiere “lust”, amor sensual y carnal].

    Hemos escrito sobre esto antes: Su “luv” se compone de una compasión superficial, espontánea y mundana que se centra sólo en las necesidades del cuerpo, mientras que con astucia se deja con hambre al alma. Por supuesto, las necesidades del cuerpo son importantes, pero están subordinadas a las necesidades del alma, que son de mucha mayor importancia. El pan que demos a las personas sin hogar no les hará ningún bien si no se les ayuda también espiritualmente a alcanzar la salvación eterna. Pues el cuerpo necesariamente terminará en la corrupción de la tumba, a su tiempo, pero el alma vivirá toda la eternidad (con el cuerpo resucitado, ya sea para la gloria o para el oprobio –ver Jn 5: 29–. “Y no temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma: temed más bien a aquel que puede arrojar alma y el cuerpo al infierno“ (Mt 10:28)

    https://radiocristiandad.wordpress.com/

    ResponderEliminar