Para terminar con una semana dedicada a Bouyer, copio un párrafo genial de La descomposición del catolicismo.
Está aquí condensado gran parte del problema que ahora estamos sufriendo: la hipertrofia del papado, lo cual nos ha convertido ya no en católicos sino en papólicos. Muchos fieles de buena fe creen que, para ser católicos, hay que afirmar la soberanía regia y absoluta del papado por sobre todo, incluso, por sobre la Tradición. La religión católica consistiría en ser la religión que sigue y obedece al Papa, y vemos, por ejemplo, que las publicaciones católicas -desde "Cristo Hoy" hasta cualquier hojita parroquial- dedica muchísimo más espacio a comentar la última payasada que hizo o dijo Francisco que a profundizar en el Evangelio o en las enseñanzas de los santos.
Yo no soy católico porque sigo al Papa. Yo soy católico porque sigo a Cristo dentro de su Cuerpo Místico que es la Iglesia, la que me enseña a través de sus Padres y Doctores. Mi fidelidad es a esa Iglesia de siempre
Sólo eso, y nada más que eso.
“La antigua teología, la de los Padres, y también la de los más grandes escolásticos, reconocía en la Iglesia un doble ministerio, aunque profundamente uno: el de enseñar la verdad divina y el de proponer su misterio vivificante en la celebración sacramental. La autoridad, concebida como esencialmente pastora, no aparecía como propiamente distinta de la función docente. Esto se debía no sólo al hecho de que entonces no se olvidaba que la verdad evangélica es verdad de vida, sino también a la concepción misma que se tenía de la ley. Santo Tomás la expresó con una maestría tal, que la exposición que ofreció de ella es una de las piezas más duraderas de su sistema. Según él, en efecto, en todo terreno, tanto sobrenatural como natural, no hay ley digna de este nombre que sea distinta de una aplicación concreta a las circunstancias, de la ley eterna que está incluida en la naturaleza de Dios y de sus obras. Por consiguiente, hacer leyes justas y velar por su aplicación no es sino una consecuencia de la capacidad de enseñar la verdad. Si, como lo pensaban ya los antiguos filósofos, los únicos políticos dignos de tal nombre sólo pueden ser sabios, en la Iglesia, a fortiori, la función de regir al pueblo de Dios no es, pues, más que un apéndice de la función de instruirlo en las cosas divinas.
Pero desde la Edad Media se manifiesta ya la tendencia a querer cambiar todo esto. Se comenzará queriendo hallar en la Iglesia las tres funciones, la regia, la doctoral y la sacerdotal, atribuidas a Cristo, y aparecerán ya esbozos de la tentación de reabsorber en la función regia las funciones doctoral y sacerdotal. El escotismo, y tras él los nominalistas, introducirán en su concepción de Dios mismo esa noción fatal de la potentia absoluta, según la cual podría Dios, con sólo quererlo, hacer que el mal fuera bien y el bien, mal. En la reacción contra la anarquía eclesiástica de la Reforma, una nueva eclesiología, que hasta entonces se iba buscando todavía, aparecerá repentinamente como la única eclesiología posible. Esta eclesiología, que es quizás el elemento más típico del catolicismo postridentino, no será prácticamente sino una eclesiología de “poder”. En estos últimos tiempos se ha citado, para reprobarla, la célebre fórmula de Belarmino: “La Iglesia católica es visible como es visible la república de Venecia”. Pero resulta curioso que lo que más parece escandalizar en esta fórmula es su afirmación de la visibilidad de la Iglesia. Sin embargo, lo que tiene de verdaderamente escandaloso no es afirmar que es visible la Iglesia, en particular su unidad, aunque no todo sea en ella visible, sino concebir esta visibilidad como la de un poder político, y precisamente de un poder que es la primera especie de dictadura política.
Desde el momento en que se entró por este camino se puede ya proclamar que la autoridad es la guardiana de la tradición, y hasta creerlo y quererlo sinceramente y por lo tanto exaltar dicha autoridad, que de hecho vino a remplazar a la Tradición. Una autoridad que, en efecto, no tiene otra norma que a sí misma, puesto que se ha hecho de ella algo absoluto, propenderá invenciblemente a decir: Stat pro ratione voluntas. De servidora de la verdad se convertirá, o estará en vías de convertirse, en su dueña. El intérprete fiel está en trance de ser sustituido por el oráculo que decide su talante”.
Aclaración: Por por problema de Blogger (es lo que yo pienso), ha desaparecido de la columna de la derecha el listado de blogs favoritos. Si en un par de días no se soluciona, los cargaré nuevamente.
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