La derrota que hemos sufrido ha sido catastrófica y, probablemente, irrecuperable. Y hablo de “nuestra” derrota porque no solamente fue derrotada la Orden de Malta sino también una de las más esperanzadoras posibilidades de resistencia a los desmanes bergoglianos.
Es necesaria una reflexión sincera acerca de lo sucedido, que no tema ver lo que efectivamente ocurrió y los errores que se cometieron.
La Orden de Malta, como sabemos, es la única orden de caballería que sobrevive, y que posee un estatuto especial: no es solamente una orden religiosa sino también un sujeto de derecho público internacional, es decir, un país, minúsculo, pero estado soberano al fin.
Si bien hasta épocas recientes podían pertenecer a la Orden solamente nobles de sangre, con el tiempo este requisito se fue ablandando. En España, por ejemplo, según tengo entendido, se exigen aún a los postulantes varios cuarteles de nobleza, pero no ocurre lo mismo en los países del Nuevo Mundo. En ellos, como no hay nobleza, en sus comienzos integraron la Orden católicos prominentes que se distinguían por su piedad, su abolengo y sus riquezas. Desde hace algunas décadas, sin embargo, se terminó convirtiendo en un club de millonarios esnob que, sin dejar de hacer algunas obras de caridad, sus intereses pasaban más bien por la figuración social y, en que ocasiones, llegaban a lo bochornoso. En Argentina, por ejemplo, fue admitido como caballero de Gracia Magistral Esteban “Cacho” Caselli y su hijo, un joven de poco más de treinta años, nombrado embajador de la Orden de Malta en Argentina, con todas las prerrogativas -entre ellas, la inmunidad- diplomáticas. Se llegó incluso a discutir la admisión de un funebrero cuyo único mérito que podía acreditar eran que su padre había sido el encargado de proveer las pompas fúnebres a Evita. Si la Orden fuera solamente esto, estaría muy bien entonces su supresión.
Pero vayamos a otra distinción aún más importante: la Orden prevé la existencia de distintos grados de caballeros que sería muy complejo explicar. Lo importante es saber que existen Caballeros de Justicia, que son los que constituyen el primer grado, cuya particularidad es que son propiamente religiosos. Luego de un noviciado y preparación adecuada, realizan los votos de castidad, pobreza y obediencia y, aunque continúan viviendo en sus casas y con sus trabajos habituales, pasan a integrar la comunidad de un priorato o gran priorato. El Gran Maestre de la Orden siempre debe ser un Caballero de Justicia. Son ellos, en realidad, quienes aseguran el carácter religioso de la Orden de Malta, garantizando que ella no termine convirtiéndose en una ONG dedicada al bienestar público. En las últimas décadas, eran ya muy pocos los Caballeros de Justicia; quizás no más de sesenta o setenta y, en su mayoría, ingresaban a este estado personas mayores que habían enviudado y decidían pasar los últimos años de su vida sirviendo a la Orden.
Finalmente, un tercer elemento para tener en cuenta es la actividad de la Orden de Malta. Y es este un punto crucial que, a mi entender, terminó de definir la batalla con el Papa Francisco. En Argentina, la Orden tienen una casa de acogida para personas con enfermedades terminales y, en mucho países, la actividad asistencial que desarrolla es similar, es decir, mínima. Sin embargo, en otros lugares, es mucho más importante. En Italia, por ejemplo, los caballeros y los voluntarios, poseen una especie de pequeño ejército, con vehículos y uniformes militares, que se dedican a socorrer a las víctimas en ocasión de siniestros. Sin embargo, el caso más importante es Alemania. Allí, la salud pública es asegurada por el Estado nacional a través de terceras instituciones. Es decir, el Estado no tiene hospitales, sino que éstos los poseen y administran ONG como la Cruz Roja, y el Estado los financia. La Orden de Malta es allí una de las organizaciones que mayor peso posee en la salud pública y, consecuentemente, de las que mayor dinero recibe. Son los famosos Malteser.
Los hechos: Ya relatamos en este blog y en toda la blogósfera lo que ocurrió con el Gran Canciller de la Orden, Albrecht Freiherr von Boeselager. En su momento, todos nos congratulamos con el Gran Maestre y con el Cardenal Burke por haber tomado las decisiones que tomaron y por haber enfrentado valientemente los dislates pontificios. Sin embargo, no teníamos la pintura completa. En primer lugar, detrás de la expulsión de Boeselager se encontraba la decisión de Frey Mathew Festing de acentuar el carácter religioso de la Orden lo cual no era aceptado por todos. Los alemanes, que son los que mayor cantidad de dinero aportan, pretenden una orden laica, una suerte de gran ONG católica. Los ingleses, que son los que más caballeros de justicia poseen, pretendían una orden en la que primara aspecto religioso, y esa era la tarea que sea había impuesto el Gran Maestre y en la que estaba empeñado: aumentar las vocaciones a Caballeros de Justicia, que era el modo de asegurar ese carácter religioso-monástico original de la Orden.
En el Consejo Magistral, el órgano de gobierno de la Orden, la facción alemana estaba en clara minoría. Y siempre lo iba estar, toda vez que el cargo de Gran Maestre es vitalicio y que ellos poseen escasos connacionales que sean religiosos. La perspectiva era, entonces, seguir poniendo millones de euros anualmente y tener escaso margen de autonomía.
Ya con el cuadro completo, podemos darnos cuenta que expulsar a von Boeselager de su cargo no era solamente limpiarse a un progresista, era prácticamente declarar la guerra a Alemania y sus aliados, que son el episcopado alemán y el IOR, el banco vaticano, uno de cuyos directivos es el hermano de Boeselager. Todos ellos se benefician, y no poco, de los millones que fluyen mensualmente del Estado alemán hacia los Malteser.
Era previsible entonces que Boeselager chillara, era previsible que con él chillaran todos los obispos alemanes, con Kasper y Marx a la cabeza, era previsible que chillaran los financistas del IOR y era previsible también a quién iba a prestar oídos Bergoglio. Y estas cruciales previsiones aparentemente no fueron tenidas en cuenta por Frey Mathew ni por el cardenal Burke. Esa es la impresión que tengo.
Lo que estaba en juego no era solamente un puesto ceremonial dentro de la Orden; estaba en juego nada menos que el carácter que se pretendía dar a la Orden en el futuro (orden religiosa u ONG), estaba en juego el poder y estaban en juego millones de euros. Es doloroso admitirlo pero, más allá de la justicia de la causa, tanto Frey Mathew Festing como su asesor el cardenal Burke, cometieron un error garrafal: le dieron a Bergoglio y a los alemanes la excusa perfecta para tomar el control de la Orden y acabar con cualquier esperanza de reforma de la misma en sentido católico. Cuando un gobernante decide entrar en guerra, de acuerdo al sentido común y a Santo Tomás, debe tener cierta certeza ganarla, y debe prever todos los escenarios posibles de conflicto.
Al pensar en lo ocurrido, me viene a la memoria el episodio de la Guerra de Malvinas: nadie duda de la justicia de la causa, pero fue un error imperdonable la imprevisión y torpeza de los gobernantes de turno que decidieron, a tontas y a locas, iniciar una guerra nada menos que contra la OTAN. Pasada la batalla, todo fue peor que antes. Si no hubiese habido guerra de Malvinas, lo más probable es que actualmente las islas estuvieran bajo la soberanía argentina.
Las consecuencias de lo ocurrido son catastróficas. Dejemos de lado lo que ocurrirá con la Orden de Malta, y pensemos lo que ocurrirá con la resistencia a Bergoglio. Quien la lideraba, gustara o no, era el cardenal Burke. Él es quien ha sufrido la derrota más aplastante. No solamente porque Frey Mathew debió renunciar y Boeselager fue repuesto en su cargo, sino porque la Santa Sede designará un delegado apostólico para intervenir en la renovación religiosa de la Orden, lo cual significa el desconocimiento más flagrante a la figura de Burke como cardenal patrono. Burke es hoy día un Don Nadie. Una Eminencia inexistente. Sus dubia no serán respondidas ni siquiera por los monaguillos de la basílica de San Pedro. Su declarada intención de hacer una corrección pública al Papa surtirá, como único efecto, las carcajadas de todo el mundo. Los cardenales y obispos que en un principio lo seguían, desaparecerán abruptamente: nadie se encolumna detrás del mariscal de la derrota.
Peor aún, aquellos obispos, que no eran pocos, que pensaban ofrecer resistencia a los amores de Leticia dejando en claro que en sus diócesis los recasados no podían comulgar, se quedarán callados, o adoptarán la postura contraria, porque no querrán ser identificados con el cardenal leproso y derrotado.
Decíamos en un post anterior que Francisco enviaría a Burke como nuncio a alguna capital africana. No es necesario que lo haga. Más aún, no lo hará porque, en tal caso, le haría el favor de hacerlo desaparecer. Burke quedará donde está, es decir, en ningún lugar, con la única posibilidad y prerrogativa de calzarse un capelo colorado y envolverse en su cauda magna de seda escarlata.
Corolario: La maldad y astucia satánica con la que ha actuado Bergoglio en este conflicto da susto. Este hombre no se detiene ante nada. Ahora, envalentonado y sin enemigos a la vista, puede llegar a hacer más desastres aún de los que ya hizo.
Corolario: La maldad y astucia satánica con la que ha actuado Bergoglio en este conflicto da susto. Este hombre no se detiene ante nada. Ahora, envalentonado y sin enemigos a la vista, puede llegar a hacer más desastres aún de los que ya hizo.