por Eck
Una función inferior es regulada
por el mero ejercicio de la función superior.
Hughlings-Jackson
Como dijimos en la primera parte, hay que pensar bien para obrar el bien. ¿Y qué es el pensamiento sino una contemplación de la verdad? La falta de mística y contemplación, de razón e intelecto, la función superior, hace que la función inferior, el instinto, tome su lugar. Cuando la religiosidad se amalgama con la pasión sexual en un sentimiento mixto da lugar a una sublimación fallida por falta de principio rector y hace nacer monstruos. Y su producto es Fiducia supplicans y la aceptación de la espiritualidad pervertida de tantos altos clérigos con su larga ristra de pecados y crímenes.
La Devotio moderna y la falta de mística
Desgraciadamente el llamado de Leonardo Castellani, ducho en psicología y espiritualidad, a una mejor educación integral en los seminarios; los ejemplos y llamados de tantos santos y el ideal del P. Arintero y Garrogou-Lagrange de rescatar la mística de su postración, fracasaron miserablemente por el hundimiento del pensamiento católico envenenado por el nominalismo. Da verdadera grima conocer la educación “afectiva” que se imparte en los seminarios, sondear las obras de teología y pensamiento, y pánico leer los libros actuales de espiritualidad. Lo extraño es que no surjan aún más Tuchos y aún peor, McCarricks en semejantes zahurdas.
La frase del gran fisiólogo Hughlings-Jackson nos da la clave. Sin el intelecto y la contemplación, Verdad y Visión, los pueblos perecen y las cabezas e instituciones descarrilan en locuras. Las exageraciones de la Devotio Moderna, parte espiritual del nominalismo teológico, con su énfasis en el activismo, su individualismo y su antintelectualismo han provocado la sequía de la mística en sus fuentes y ha dado lugar a una especie de budismo cristiano.
En el fondo, el budismo es un egoísmo en el cual, para evitar el sufrimiento, el individuo debe aniquilarse. En la Devotio moderna es la preocupación casi exclusiva por la propia salvación en el cual mi relación con Cristo es lo que cuenta, y se ve la evangelización no como un desbordamiento del amor a los demás sino como un frío método de salvación individual. Todo se vuelve instrumento para una meta personal en la cual el don y la caridad no cuentan para nada. Pero lo peor es el subjetivismo que le hace caer en el pelagianismo, aunque sea con las paradójicas galas de S. Agustín en el jansenismo o en el sentimentalismo. Así, en la espiritualidad protestante, hija de la Devotio, se cae en el puritanismo calvinista o en los arrebatos sexualistas y orgiásticos de los anabaptistas de Münster.
Y como la contemplación y el intelecto han sido destronados, es el instinto quien se convierte en rey y conduce el carro alado a la tierra, a la carnalidad. Entonces aparece el sucedáneo de la experiencia mística, la espiritualidad orgiástica y carnal: aparece la pornomística, el tantra cristiano.
Los ranters ingleses
Cada tiempo histórico tiene sus tentaciones espirituales propias. Así, en la época monástica nació el catarismo y la fundación de las órdenes mendicantes se vio acompañada del joaquinismo, fraticellis demás hierbas heréticas, mientras que en nuestra época, marcada a fuego por la Devotio Moderna, da lugar a fenómenos en apariencia contradictorios pero complementarios como son el puritanismo y ese movimiento que podemos llamar alumbradismo, donde se mezclan misticismo y sexualidad. Antaño eran los Hermanos del Libre Espíritu, anabaptistas de Münster, molinistas, alumbrados, convulsionarios, y otros especímenes más raros. Hogaño, con el “wokismo” lo tenemos fundido en una única aleación letal de libertinaje y mojigatería.
Estos estallidos de libertinaje sexual fundidos con misticismos fueron duramente erradicados tanto por católicos como por protestantes, pues sus efectos disolventes en la sociedad eran evidentes y su subversión era tan peligrosa que se cortaba por lo sano con el cauterio. Quizás por esto se fomenta tanto en nuestros días por parte de nuestras élites esclavizadoras. Debido a esta represión carecemos de fuentes de primera mano; sólo tenemos descripciones de sus represores, confesiones inquisitoriales u obras de gente de buena fe contaminada que no pasaron a estadios ulteriores como Molinos. Sin embargo, por un azar histórico han llegado hasta nosotros unos libelos que nos pueden arrojar luz: los escritos de los ranters ingleses.
Dentro de la Inglaterra puritana (1640-1668), hija de la primera revolución y la más profunda, la enriciana, surgieron diferentes sectas disidentes como los diggers o los levellers. Periodo poco conocido aún en el propio mundo anglosajón pero fundamental para entender nuestro mundo: aquí tiene origen la modernidad que conocemos con todas sus corrientes tanto terrenales como espirituales. Inglaterra y no Francia o Alemania u Holanda es el núcleo de la Gran Revolución. En esta galaxia de proyectos utópicos, religiosos y políticos se incardinan los ranters, panteístas, subjetivistas, amoralistas y contrarios a cualquier autoridad. Su paralelo con los alumbrados españoles es casi total, hasta en su mesianismo y su apocaliptismo. Sólo un elemento les diferencia, en los ingleses se transparenta su relación con la política mientras en los españoles no aparece.
Tucho entre los ranters
La piedra angular de la teología tuchiana está en este párrafo archiconocido:
Es lícito preguntarse si los actos de una convivencia more uxorio deban caer siempre, en su sentido íntegro, dentro del precepto negativo que prohíbe “fornicar”. Digo “en su sentido íntegro” porque no es posible sostener que esos actos sean, en todos los casos, gravemente deshonestos en sentido subjetivo.
El capítulo VIII de Amoris Laetitia: lo que queda después de la tormenta, p. 455.
Empieza a lo hipócrita, con una pregunta retórica que todos sabemos ya le respuesta. El contexto no es el de la ignorancia invencible de la teología sino el de las dificultades por las circunstancias. Dicho en otras palabras, sólo habrá pecado si la persona lo juzga o se lo imagina así. No importa que sepa que es pecado, sólo importa si quiere comprenderlo así:
Primero, si una mujer que sabe de la existencia de la norma, realmente puede comprender que no abandonar a ese hombre —a quien no puede exigirle por ahora una continencia total y permanente— es realmente una falta gravísima contra la voluntad de Dios.
Tucho, Ibidem
Pura subjetividad. El paso a lo afirmado por los ranters es muy fácil y lógico:
Y, sin embargo, a pesar de ese acto, o gran parte del acto que comprendes, el pecado no está en Dios, ni simplemente en ti mismo: pues, en verdad, el pecado sólo tiene su concepción en la imaginación. Por lo tanto, mientras el acto fue en Dios o producido desnudamente por Dios, era tan santo como Dios, pero después de que haya una apariencia en ti o aprensión en ti de que este acto es bueno y ese acto es malo, entonces has comido tú con Adán del árbol prohibido, del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Laurence Clarkson, A Single Eye, https://www.exclassics.com/pamphlets/pamph004.htm
La consecuencia es evidente y Tucho nos lo dice claro:
A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios.
Y los ranters nos lo confirman:
De modo que considera que cualquier acto que hagas, con luz y amor, es ligero y hermoso; aunque sea ese acto llamado adulterio, en la oscuridad, es así; pero en la luz, la honestidad, en esa luz se ama a sí misma, y por eso no puede contaminarse (…) No importa lo que digan las Escrituras, los Santos o las Iglesias, si aquello que está dentro de ti no te condena, no serás condenado .
Laurence Clarkson, Ibidem.
El problema de Victor Fernández es cómo encajar su verdadero pensamiento relativista y gnóstico dentro de la moral católica que está en su contra directamente. Para ello tiene que recurrir al subterfugio de la distinción entre lo objetivo y lo subjetivo, e invocar la condición necesaria para la imputación de un pecado de que la persona debe saber que está rompiendo voluntariamente la norma divina. Pero como él mismo dice: “Si una mujer que sabe de la existencia de la norma puede comprender (…que) es realmente una falta gravísima contra la voluntad de Dios”. Al final, sólo hay pecado cuando la persona crea que lo hay, es decir, cuando lo sienta así y no por iluminación del intelecto.
El caso Tolkien
Apliquemos las tesis tuchas al famoso caso Tolkien. Es obligación de toda persona que conozca la Verdad del Evangelio la de convertirse a la Iglesia Católica. La madre de los hermanos Tolkien, Mabel, sabía la verdad de la Fe Católica pero también comprendía las consecuencias de su conversión: la condena de su familia a la miseria y el abandono. Según Tucho, podía haberse mantenido protestante a sabiendas de que esta religión era falsa, por considerar que no podía convertirse al catolicismo por el bien de la familia y por no comprender bien que seguir siendo protestante era una falta gravísima en contra de la Voluntad de Dios, y estar en gracia de Dios. Sus hijos no estuvieron de acuerdo con Tucho, la vieron como una verdadera mártir, testigo de la Verdad, y el ejemplo de su madre iluminó sus vidas y a través de ellos a muchos otros.
Conclusión
Tucho y Francisco equiparan los bienes espirituales con los temporales y parecen negar la providencia divina, que protege a los suyos, además de afirmar que se puede estar en gracia durante una situación de pecado aunque se conozca la Ley Divina. En el fondo, su concepción del pecado es una apariencia de pecado, un maya o mara, una ilusión que solo existe si el individuo lo comprende así.
Con esta manera de pensar no es raro o inesperado que se confundan los planos místicos y sexuales. Con el Pecado Original todas las potencias y facultades del alma y las energías del cuerpo se rebelaron cayendo en anarquía. Todas estas facultades, potencias y energías vuelven a su verdadero cauce al ejercer la función superior, el entendimiento, su gobierno sobre ellas mediante el entrenamiento (ascesis) y la iluminación por la verdad y la gracia de Dios. Cuando esto sucede por la gracia divina y la colaboración humana, hasta el instinto sexual junto a todos los demás se pone al servicio de la contemplación del Altísimo en una sinfonía sublime. Las aguas pútridas de la humanidad se subliman por el calor y la luz de Dios hasta convertirse en un Arco Irís en el Cielo donde habita el Creador.
Pero cuando se cae en el subjetivismo, en el sentimentalismo, en las tesis tuchanas onanistas, el instinto sexual se confunde con las ansías contemplativas que todos tenemos. Siendo el amor humano analogía del amor divino y el amor esponsalicio el más alto de entre el amor humano, sin contemplación es muy fácil confundirlo con el místico en una inversión trágica. Dicho en plata, ya no se ve al amor humano como un reflejo desvaído del amor divino, sino al amor divino como un amor humano y, siendo el amor conyugal el más profundo, se puede sentir como divino si se mezcla con una espiritualidad degenerada y de naturaleza panteísta. Se equiparan los orgasmos a los deliquios místicos y la búsqueda en el sexo de la unión con lo divino es un paso muy fácil y que se ha dado muchas veces en la historia. Esto es el alumbradismo del cual el Tucho es uno de sus mayores gurúes católicos..