Missale Sarum, ed. Dickinson, 1861, p. 595. |
Uno de los problemas que tuvo, y que tiene, el tradicionalismo católico en su sentido más amplio y en el aspecto litúrgico, es que hay escasa gente formada en esa disciplina. Se suele hablar de oídas, o hacer referencias a autoridades que pueden serlo en la teología o en la espiritualidad pero no en la liturgia, o bien se tapan los ojos para no ver las evidencias que no pueden ni saben explicar. Es lo que ocurrió durante los años del posconcilio. Con el Breve examen crítico —que no lo escribió ni el cardenal Ottaviani ni el cardenal Bacci, como dice la leyenda— no se solucionaba el problema; improvisados en cuestiones litúrgicas no podían discutir con académicos que, aunque progresistas, sabían de lo que hablaban. Y esta situación se sigue repitiendo en la actualidad.
Lo hemos visto en algunos comentarios al último post. Nadie duda de la buena intención de los comentaristas; el problema es que hacen afirmaciones que muestran ignorancia sobre cuestiones muy básicas. Veamos algunos ejemplos:
- El tema de la concelebración en el rito romano es un tema complejo. Se acaba de realizar en Roma, por ejemplo, un coloquio sobre ese tema. Si bien en algún momento de la Iglesia hubo concelebración del Papa con los presbíteros de Roma, esa práctica se abandonó en la temprana Edad Media. Se mantuvo en algunas diócesis, como Lyon, pero la opinión mayoritaria de los estudiosos es que se trataba de una concelebración ceremonial; es decir, el único que ofrecía el sacrificio era el obispo, y los sacerdotes sólo acompañaban ceremonialmente. Y lo mismo ocurría con la misa de ordenación sacerdotal, donde los neo-sacerdotes “concelebraban” de rodillas y con las casullas plegadas. Invocar, entonces, de modo descontextualizado, datos tomados superficialmente de aquí y allá, no sirve para una discusión seria. Todo lo contrario. Confunde y hace daño.
- La cuestión de la participación de los laicos en el sacrificio de la misa. Eck, en su artículo, menciona evidencias de que esa participación existe, y una de ellas es el Orate fratres. Un lector dijo, sin mencionar ninguna fuente, que la expresión ut meum ac vestrum sacrificium, se refería a los sacerdotes que concelebraban con el Papa, y por eso se dice en voz baja, y no hacía referencia a los fieles laicos que asistían a la misa. La cuestión es que misales muy antiguos —algunos de fines del siglo VIII— dicen otra cosa. Por ejemplo el misal de Sarum, que es un uso el rito romano del siglo XIII, dice lo que pueden ver en el recorte: Orate fratres et sorores, es decir, Orad hermanos y hermanas. ¿Es que concelebraban con el Papa, o con el obispo, sacerdotisas? Estaríamos en un problema mucho mayor. La expresión indica que los laicos —varones y mujeres— participan de alguna manera en la ofrenda de la víctima, aunque no del modo propio en que lo hace el sacerdote, tal como queda claro en la respuesta que se daba: “Que la gracia del Espíritu Santo ilumine tu corazón, y el Señor se digne aceptar este sacrificio de alabanza de tus manos, por nuestros pecados y ofensas”. Más aún, la rúbrica dice Responsio clerici, es decir, los que respondían eran lo clérigos -diáconos y subdiáconos y, en su defecto, el monaguillo- y no los sacerdotes como debería ser si fuera cierto lo que dice el comentarista. Pero la posición de muchos tradicionalistas poco formados —al menos algunos que enviaron comentarios que no publiqué— es simplemente acusar de modernismo al autor del artículo y, por elevación, a los que usaban el misal de San Dennis o de Sarum.… Se trataría de un modernismo que comenzó, al menos, con Carlomagno. Y después acusan de arqueologismo…
Y en cuanto al recurso al tono de voz, no tiene ningún asidero, porque las misas bajas se rezaban siempre en silencio; es decir, el sacerdote hablaba en un tono de voz bajo para que lo escuchara solamente su ayudante, y no el pueblo. Más aún, en muchos casos habría sido inútil hablar en voz alta por los fieles tampoco lo escucharían dadas las dimensiones de las iglesias y la distancia que separaba el presbiterio de las naves. Las “misas dialogadas” como las que tenemos habitualmente, en las que el pueblo responde junto con el acólito a las palabras del sacerdote, comenzaron a utilizarse en la década de 1950, con reticencia de la Santa Sede, y fueron promovidas por los que consideramos modernistas. Es decir, para ser claros, las misas actuales, sean de la FSSPX o de cualquier otro instituto o sacerdote, han adoptado una “práctica modernista”. En el único país donde aún sigue la misa siendo silenciosa es en Inglaterra. Y aclaro que me parece muy bien que la misa sea dialogada; creo que fue una iniciativa positiva, más allá de que haya provenido de quienes más tarde terminaron fabricando el novus ordo.
- Un comentarista dice: "¿La misa "dialogada" recentísima? Está por demás de atestiguado que en la liturgia patristica el pueblo respondía en voz alta. Sólo cuando el pueblo dejó de saber latín empezó a no responder". La primera objeción es de dónde saca tan importante certeza sobre el modo en que se celebraba la misa en la "liturgia patrística" (habría que ver qué quiere decir con esa expresión tan difusa). No tenemos ningún formulario u ordinario de la misa de esos primeros siglos. A lo más, está la anáfora de Estrasburgo y la anáfora de Barcelona, ambas del siglo IV y de origen alejandrino, pero como toda anáfora -o plegaria eucarística diríamos hoy-, la rezaba solamente el sacerdote.
La segunda cuestión es sobre la lengua. En Roma se utilizó el griego para la celebración de la misa hasta el siglo IV. Luego, se introdujo el latín pero no en un afán de que el pueblo entendiera. Estimo que quien comenta ha leído a Christine Mohrmann. Y para abundar, le copio lo que dice Uwe Michael Lang, uno de los liturgistas más respetados de la actualidad, en su recentísimo libro: "La formación de un lenguaje litúrgico latino, que integraba este amplio esfuerzo, no puede describirse simplemente como la adopción de la lengua vernácula en la liturgia, si por “vernácula” se entiende “coloquial”. El latín del Canon, de las oraciones colecta y de los prefacios de la misa era una forma de hablar muy estilizada, diseñada para expresar ideas teológicas complejas, y no habría sido fácil de seguir para el cristiano romano medio de la antigüedad tardía. Además, la adopción de la latinitas hizo que la liturgia fuera más accesible sólo para la mayoría de los habitantes de la península itálica, pero no para los de Europa occidental o del norte de África cuya lengua materna era el gótico, el celta, el ibérico o el púnico". (Breve historia de la misa romana, Buenos Aires, Vórtice, 2024, p. 48).
- Y sigue el comentarista: "Y permanece mi objeción, porque el monaguillo no responde ni oye completamente el orate frates ut..." ¿De dónde saca usted eso? ¿Acolitó alguna vez en una misa tradicional? A no ser que sea sordo, el monaguillo oye esas palabras, y a ellas responde.
- Y sigue: "Lo de sorores es una muestra de reinterpretación de la oración". ¿Qué significa esta re-interpretación? ¿Quién la re-interpretó? ¿Cómo lo prueba? ¿Es factible que la re-interpretación haya ocurrido tan tempranamente como en el siglo VIII? Me suena al típico recurso de recurrir a un término indefinido, aparentando conocimiento, cuando no se tienen respuestas.
- Y concluye: "En otros rituales la oración reza ut meum ac vestrum pariter (!)... Imposible de aplicar al pueblo ese pariter." Fíjese usted que en el misal -y no el ritual- de Sarum se aplica el pariter a los hermanos y a las hermanas. ¿Por qué es imposible aplicarlo al pueblo?
- Finalmente, un lector preguntó cómo era la participación de los fieles en la misa antes del Concilio de Trento. Pues era exactamente igual que después, porque el “misal de Trento” o “misal de San Pío V” no cambió prácticamente nada del rito romano tal como se celebraba desde hacía varios siglos. Sobre este tema publicaré un artículo en los próximos días.
En conclusión, como demuestra el libro de Ives Chiron Histoire des traditionalistes, sobre el que escribí una reseña, muchos de los problemas de hoy se deben no sólo a las malvadas maquinaciones de los modernistas sino a las torpezas de los tradicionalistas.