Está de moda hablar del campo, y como Tollers es un tipo fashion, nos habla del campo.
Su largo comentario me viene bien como introducción a un testimonio conmovedor que he recibido sobre lo que, pareciera ser, es un asalto al campo por parte de los Miles.
(Tranquilo amigo Invisible, la semana próxima lo tendrá).
Y ahora que está de moda... hablemos, estimado Wanderer, si quiere, del campo.
Nosotros, los de la raza adamita fuimos expulsados de aquel campo que se llamaba paraíso. Varios querubines “de fulgurante espada” guardan la entrada y no podemos volver allí.
Estamos en el ostracismo, en el exilio, en otro campo, lleno de espinas y abrojos, donde hemos de trabajar.
Pero eso no quiere decir que Dios nos haya abandonado, ni muchos menos. Porque conservamos un campo en nuestro interior donde Él reina soberano. O por lo menos, querría reinar soberano. Dejémosle la palabra, por un momento, a San Juan de la Cruz:
"Es de saber que Dios en todas las almas mora secreto y encubierto en la sustancia de ellas, porque, si esto no fuese, no podrían ellas durar. Pero hay diferencia en este morar y mucha; porque en unas mora solo, y en otras no mora solo, en unas mora agradado, y en otras mora desagradado; en unas mora como en su casa, mandándolo y rigiéndolo todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar nada ni hacer nada."
Y es que, a pesar de que Él es el dueño de ese campo, en su generosidad y caridad ardiente, ha resignado su omnipotencia para que cada cual haga de su campo lo que quiera. Por lo menos durante un tiempo, el tiempo de nuestros años en esta tierra.
Es un campo secreto, aunque el Padre “ve en lo secreto” y sabe perfectamente qué hacemos allí. Está custodiado por altísimas paredes que lo protegen celosamente de los demás hombres: son las paredes del pudor espiritual. Tiene una puerta con cerradura y picaporte del lado interior: se nos han dado las llaves, le podemos , a nuestros¾¾buenos y malos¾¾abrir a quién querramos, a los ángeles . Porque durante la presente dispensación podemos¾¾buenos y malos¾¾hermanos hacer en ese campo lo que nos venga en gana. Entre otras, pasearnos con el Dueño a la oración, rezar, que es lo que produce las flores más delicadas, de sutiles Dios, que ve en lo¾¾fragancias y magníficos colores y que sólo ve el Padre secreto.
El campo está iluminado por el sol de la inteligencia, regado con las frescas aguas de la conciencia y las fecundas lluvias de las gracias las¾¾actuales y los sacramentos, y allí se enraízan las plantas que plantamos buenas y las malas obras que crecen transformándose en magníficas arboledas o en horripilantes malezas que todo lo cubre. Allí hay buen trigo, pero, si no vigilamos, allí también sembrará “el enemigo” su cizaña. Siempre que le abramos la puerta, para que pase. Ahora bien, ¡atender acá!, no puede pasar, si no lo dejamos.
Pero aquí está el asunto que quiero tratar hoy, estimado Wanderer. Hay muchos que quieren entrar al campo: no sólo el demonio, fíjese si quiere. Porque es de saber que este campo único que es el alma de cada cual, despierta una cierta concupiscencia entre nuestros hermanos, que es una refinada forma de deseo de dominación, de hacer en el campo del otro, lo que a mí me parece. O, como diría San Ignacio, ese deseo de “obligar a otros a andar por su camino”.
Se llama voluptuosidad espiritual, y es fruto del demonio. El Enemigo la tiene en grado sumo y cuando puede se vale de otros para entrar y morar allí y hacer en el alma del otro lo que le viene en gana.
Todo aquel que planta buenas plantas en su campo, y las riega minuciosamente con recta conciencia, y fortalece los muros que lo rodean con pudor espiritual y ora en aquel huerto sellado, convierte al campo en una fortaleza inexpugnable, un jardín de delicias, para consuelo de los santos que pasan por este valle de lágrimas. Qué sé yo. Pensemos en el alma de Chesterton, por ejemplo. Por acentuada que esté la voluptuosidad espiritual del Enemigo, nada puede hacer para entrar allí. Se le autorizó el ingreso al Edén y entonces consumó su mala obra. Pero ahora el edén que es el alma de cada cual tiene una sola puerta de acceso, y se nos han dado las llaves.
Afuera hay un enorme cartel, pintado con sangre divina y que reza “Verboten!”
Si no queremos, nadie entra. Depende de nosotros. Podemos convidar, cómo no, a los santos del cielo, o darle hospitalidad en el campo a tantos buenos¾¾a un amigo, o a los ángeles amigos es cosa natural y está muy bien. Pero por cada uno a quien se le franquea el acceso, más frustración, más bronca, más voluptuosidad espiritual del demonio (“¿Quién soy yo, al final, que allí entra cualquiera y a mí no me dejan entrar?”).
Y entonces, como el Enemigo no puede entrar, intentará que pasen otros, aunque la intentona no será fácil. “¡Ábreme, ábreme, soy tu Director Espiritual!” “¡Ábreme, ábreme, soy el Fundador de una Orden carismática llena de santos!” “¡Ábreme, ábreme, soy el Discernidor de Vocaciones!” “¡Ábreme, ábreme, soy un viejo y consumado jardinero y te enseñaré a cultivar tu campo!”
Y algunos incautos le abren la puerta y los dejan entrar, a estos sicarios del enemigo que rápidamente encadenan a quien les abrió, se enseñorean del campo, secan las aguas de la conciencia, pisotean las flores de la oración particular, singular, única, de cada cual, siembran cizaña y se instalan allí a tratar de calmar esa infernal sed que los consume, su voluptuosidad espiritual.
Y luego repiten la operación en otro campo, y así suman campo tras campo, como un terrateniente que siempre quiere más. Y los campos pierden su originalidad, su frescura, su gracia particular, su encanto único. Y todos se parecen, pues en todos se cultiva la misma maleza, indiferenciada, ramplona, “que no da fruto”.
Pero ellos creen que sí. Porque llaman “fruto” el conquistar otro campo más. Y habiendo sido conquistados, a otros quieren conquistar.
quizá desde el¾¾Esto se ha hecho a lo largo de muchos siglos siglo primero, vaya uno a saber. Pero en los últimos siglos, el Enemigo desarrolló una espiritualidad, una doctrina y una praxis muy eficiente para generalizar la voluptuosidad espiritual, y así se violaron conciencias, se obligó a otros a “andar por su camino”, se manipuló y se sedujeron a miles y miles de cristianos que resignaron las llaves de su campo, que derrumbaron las paredes del pudor espiritual, que dejaron secar los manantiales de su propia conciencia y que, al fin, sólo podían contemplar la gran maleza indiferenciada que había sido sembrada en su campo con orgullo: el fruto ponzoñoso de un alma sin personalidad, sin carácter propio, sin humor, sin libertad interior, sin conciencia crítica, de moral rutinaria, robotizada, convertida en réplica automática de otros, exteriorizada e inflada con la levadura del fariseísmo.
Sólo que, estimado Wandrerer, siento tener que decirlo, la voluptuosidad espiritual emborrachó al demonio. Tanto éxito tuvo que comenzó a desvariar, tantas fueron sus victorias, sus penetraciones, que perdió el tino, la paciencia.
Y ahora ya no puede esperar a que un campo se desarrolle mínimamente. Necesita violar los campos antes de que siquiera comiencen a fructificar. Son campos vírgenes, en los que las aguas de la conciencia recién comienzan a manar, en donde nadie plantó nada aún, en los que recién empiezan a florecer las primicias silvestres de la oración del niño (“Señor: que los malos y que los buenos sean simpáticos”).¾¾sean buenos
Pero al Tipo se le acaba el tiempo. Su voluptuosidad lo tiene a mal traer, está borracho, como las bestias del campo, ha olido sangre. No puede esperar, no quiere esperar. Está desesperado.
Y entonces, comenzó a penetrar a los niños cuyos campos, por definición, por razón de inocencia, todavía son impenetrables. Es que a estos niños ni siquiera les han dado las llaves aún. Y el Tipo se desespera.
No había pasado antes, pasa ahora.
Lo hace con la asistencia de centenares de almas que no cuidaron, con celo y vigilancia, su propio campo, y ahora, en ése, el campo de su alma, lo dejan a Dios solo, desagradado, como extraño en casa ajena, donde no lo dejan mandar, ni hacer nada.
Porque ha sido usurpado por otro.
Jack Tollers.
Nosotros, los de la raza adamita fuimos expulsados de aquel campo que se llamaba paraíso. Varios querubines “de fulgurante espada” guardan la entrada y no podemos volver allí.
Estamos en el ostracismo, en el exilio, en otro campo, lleno de espinas y abrojos, donde hemos de trabajar.
Pero eso no quiere decir que Dios nos haya abandonado, ni muchos menos. Porque conservamos un campo en nuestro interior donde Él reina soberano. O por lo menos, querría reinar soberano. Dejémosle la palabra, por un momento, a San Juan de la Cruz:
"Es de saber que Dios en todas las almas mora secreto y encubierto en la sustancia de ellas, porque, si esto no fuese, no podrían ellas durar. Pero hay diferencia en este morar y mucha; porque en unas mora solo, y en otras no mora solo, en unas mora agradado, y en otras mora desagradado; en unas mora como en su casa, mandándolo y rigiéndolo todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar nada ni hacer nada."
Y es que, a pesar de que Él es el dueño de ese campo, en su generosidad y caridad ardiente, ha resignado su omnipotencia para que cada cual haga de su campo lo que quiera. Por lo menos durante un tiempo, el tiempo de nuestros años en esta tierra.
Es un campo secreto, aunque el Padre “ve en lo secreto” y sabe perfectamente qué hacemos allí. Está custodiado por altísimas paredes que lo protegen celosamente de los demás hombres: son las paredes del pudor espiritual. Tiene una puerta con cerradura y picaporte del lado interior: se nos han dado las llaves, le podemos , a nuestros¾¾buenos y malos¾¾abrir a quién querramos, a los ángeles . Porque durante la presente dispensación podemos¾¾buenos y malos¾¾hermanos hacer en ese campo lo que nos venga en gana. Entre otras, pasearnos con el Dueño a la oración, rezar, que es lo que produce las flores más delicadas, de sutiles Dios, que ve en lo¾¾fragancias y magníficos colores y que sólo ve el Padre secreto.
El campo está iluminado por el sol de la inteligencia, regado con las frescas aguas de la conciencia y las fecundas lluvias de las gracias las¾¾actuales y los sacramentos, y allí se enraízan las plantas que plantamos buenas y las malas obras que crecen transformándose en magníficas arboledas o en horripilantes malezas que todo lo cubre. Allí hay buen trigo, pero, si no vigilamos, allí también sembrará “el enemigo” su cizaña. Siempre que le abramos la puerta, para que pase. Ahora bien, ¡atender acá!, no puede pasar, si no lo dejamos.
Pero aquí está el asunto que quiero tratar hoy, estimado Wanderer. Hay muchos que quieren entrar al campo: no sólo el demonio, fíjese si quiere. Porque es de saber que este campo único que es el alma de cada cual, despierta una cierta concupiscencia entre nuestros hermanos, que es una refinada forma de deseo de dominación, de hacer en el campo del otro, lo que a mí me parece. O, como diría San Ignacio, ese deseo de “obligar a otros a andar por su camino”.
Se llama voluptuosidad espiritual, y es fruto del demonio. El Enemigo la tiene en grado sumo y cuando puede se vale de otros para entrar y morar allí y hacer en el alma del otro lo que le viene en gana.
Todo aquel que planta buenas plantas en su campo, y las riega minuciosamente con recta conciencia, y fortalece los muros que lo rodean con pudor espiritual y ora en aquel huerto sellado, convierte al campo en una fortaleza inexpugnable, un jardín de delicias, para consuelo de los santos que pasan por este valle de lágrimas. Qué sé yo. Pensemos en el alma de Chesterton, por ejemplo. Por acentuada que esté la voluptuosidad espiritual del Enemigo, nada puede hacer para entrar allí. Se le autorizó el ingreso al Edén y entonces consumó su mala obra. Pero ahora el edén que es el alma de cada cual tiene una sola puerta de acceso, y se nos han dado las llaves.
Afuera hay un enorme cartel, pintado con sangre divina y que reza “Verboten!”
Si no queremos, nadie entra. Depende de nosotros. Podemos convidar, cómo no, a los santos del cielo, o darle hospitalidad en el campo a tantos buenos¾¾a un amigo, o a los ángeles amigos es cosa natural y está muy bien. Pero por cada uno a quien se le franquea el acceso, más frustración, más bronca, más voluptuosidad espiritual del demonio (“¿Quién soy yo, al final, que allí entra cualquiera y a mí no me dejan entrar?”).
Y entonces, como el Enemigo no puede entrar, intentará que pasen otros, aunque la intentona no será fácil. “¡Ábreme, ábreme, soy tu Director Espiritual!” “¡Ábreme, ábreme, soy el Fundador de una Orden carismática llena de santos!” “¡Ábreme, ábreme, soy el Discernidor de Vocaciones!” “¡Ábreme, ábreme, soy un viejo y consumado jardinero y te enseñaré a cultivar tu campo!”
Y algunos incautos le abren la puerta y los dejan entrar, a estos sicarios del enemigo que rápidamente encadenan a quien les abrió, se enseñorean del campo, secan las aguas de la conciencia, pisotean las flores de la oración particular, singular, única, de cada cual, siembran cizaña y se instalan allí a tratar de calmar esa infernal sed que los consume, su voluptuosidad espiritual.
Y luego repiten la operación en otro campo, y así suman campo tras campo, como un terrateniente que siempre quiere más. Y los campos pierden su originalidad, su frescura, su gracia particular, su encanto único. Y todos se parecen, pues en todos se cultiva la misma maleza, indiferenciada, ramplona, “que no da fruto”.
Pero ellos creen que sí. Porque llaman “fruto” el conquistar otro campo más. Y habiendo sido conquistados, a otros quieren conquistar.
quizá desde el¾¾Esto se ha hecho a lo largo de muchos siglos siglo primero, vaya uno a saber. Pero en los últimos siglos, el Enemigo desarrolló una espiritualidad, una doctrina y una praxis muy eficiente para generalizar la voluptuosidad espiritual, y así se violaron conciencias, se obligó a otros a “andar por su camino”, se manipuló y se sedujeron a miles y miles de cristianos que resignaron las llaves de su campo, que derrumbaron las paredes del pudor espiritual, que dejaron secar los manantiales de su propia conciencia y que, al fin, sólo podían contemplar la gran maleza indiferenciada que había sido sembrada en su campo con orgullo: el fruto ponzoñoso de un alma sin personalidad, sin carácter propio, sin humor, sin libertad interior, sin conciencia crítica, de moral rutinaria, robotizada, convertida en réplica automática de otros, exteriorizada e inflada con la levadura del fariseísmo.
Sólo que, estimado Wandrerer, siento tener que decirlo, la voluptuosidad espiritual emborrachó al demonio. Tanto éxito tuvo que comenzó a desvariar, tantas fueron sus victorias, sus penetraciones, que perdió el tino, la paciencia.
Y ahora ya no puede esperar a que un campo se desarrolle mínimamente. Necesita violar los campos antes de que siquiera comiencen a fructificar. Son campos vírgenes, en los que las aguas de la conciencia recién comienzan a manar, en donde nadie plantó nada aún, en los que recién empiezan a florecer las primicias silvestres de la oración del niño (“Señor: que los malos y que los buenos sean simpáticos”).¾¾sean buenos
Pero al Tipo se le acaba el tiempo. Su voluptuosidad lo tiene a mal traer, está borracho, como las bestias del campo, ha olido sangre. No puede esperar, no quiere esperar. Está desesperado.
Y entonces, comenzó a penetrar a los niños cuyos campos, por definición, por razón de inocencia, todavía son impenetrables. Es que a estos niños ni siquiera les han dado las llaves aún. Y el Tipo se desespera.
No había pasado antes, pasa ahora.
Lo hace con la asistencia de centenares de almas que no cuidaron, con celo y vigilancia, su propio campo, y ahora, en ése, el campo de su alma, lo dejan a Dios solo, desagradado, como extraño en casa ajena, donde no lo dejan mandar, ni hacer nada.
Porque ha sido usurpado por otro.
Jack Tollers.
Amigo Wanderer:
ResponderEliminar¡Qué le voy a hacer!. El post me sonó un poco voluntarista.
El Genuflexo.
Tranquilo Wanderer, el testimonio lo tengo desde hace 2 semanas. Lo que espero es un post suyo.
ResponderEliminarEstimado Genuflexo,
ResponderEliminarEl post es magnífico. Se lo digo por experiencia PROPIA. Es cierto que derrapó con un poco de jesuitismo. Pero como le leí al vengador, todos tenemos uno en el fondo.
Excelente.
El alemán.
TOLLERS, difiéndase! Lo han llamado voluntarista y jesuítico... falta que lo llamen Kukú, y se viene abajo el ídolo inglés.
ResponderEliminarAmigos, es imposible defenderse de una connotación que le pareció detectar a un lector atento.
ResponderEliminarPero, bueno es decirlo, por lo menos, prestó atención y eso no es poco.
De modo que tengo que adivinar la raíz de la inferencia.
¿Será porque digo que el dueño del alma tiene las llaves y puede abrirle a quien se le antoje?
El dueño del campo es Dios y nos da las llaves. Esto está en Santo Tomás.
En rigor, saqué la idea de esta reflexión después de una larga meditación sobre el tratado "De Angelis". (Cuando digo larga, no lo digo a humo de pajas... unos cuantos años).
La verdad es que no debe de haber cuestión más difícil que la planteada por los molinistas, la cuestión del libre albedrío y la gracia... y a fe mía no ha sido resuelta.
Pero no importa cuánto se reduzca el campo de la acción humana enteramente libre, ni cuánto se amplíe el de la gracia, lo cierto es que hemos sido creados libres. Y el Gran Partido está en ver qué nos hacemos con eso: qué nos hacemos de nosotros, con nosotros mismos... y con la gracia que nos es dispensada.
Hay, en la creación del hombre, la creación de un irreductible "yo" que tiene nombre (el mío no es Jack) y después, se nos dará un nuevo nombre escrito en un cálculo ("en adelante te llamaré por tu nombre"). Y por eso hay juicio. Porque yo soy yo y no otro y se me pedirá cuentas.
Sobre todo, acerca de lo que hice con el campo.
Eso, dicho así, no me suena voluntarista. Pero si alguien me corrige, estoy dispuesto a escuchar.
(Después de todo, también sobre eso se nos pedirá cuentas).
Saludos,
J.T.
estimado Jack: ¿como es que puedes penetrar en el alma de Chesterton para saber que nunca fue vulnerada por el demonio o sus aliados?.
ResponderEliminarSera que cuando usted frecuentaba a Kucudrilo o como se llame, le habrá dado la formula?.
Por otro lado como usted bien lo dice,el demonio entra en un alma cuando le ha sido dada la llave,llamele conciencia, libre albedrio, libertad o como quiera. Los niños estan protegidos por su inocencia. ¿Como es que "comenzo a penetrar a los niños"?.
Es usted muy temerario en sus afirmaciones. ¡Cuidado!.Quizas esten tratando de vulnerar su gran fortaleza, no le quepa duda alguna que el demonio es infinitamente mas astuto que usted. Le recomiendo Cartas del diablo a su sobrino.
Tanta elucubracion, tratar de volar tan alto es peligroso hay que abajarce un poco.
Otra cosa que me pregunto: Esta guerra contra los Kukus, ¿sera voluntad de Dios?, o serà el demonio tratando de oscurecer su alma. Cuidado Jack, cuidado.
Escrutopo
Estimado caminante:
ResponderEliminarYo no se absolutamente nada. No se si el post es voluntarista, si es jesuita y ni siquiera se porque sería malo que lo fuera.
Tan ignorante soy que me atrevo a preguntar a Ud. o al autor del post. ¿Cuidar el campo es solo nuestra responsabilidad? ¿Y si somos débiles? Yo puedo levantar paredes, alambrados, cavar pozos y llenarlos de cocodrilos para proteger mi campo, pero soy débil en muchos aspectos.
Es decir, soy muy fuerte en unos y muy débil en otros. Tengo una computadora fabulosa (hardware) pero el software esta infectado.En otras palabras. Un fariseo. No sirve para nada.
Ahí, es adonde a mi humilde modo de ver entra a jugar el antivirus de la fe.
"Tu fe te ha salvado" Creo que eso también tiene que ver con cuidar el campo. Muchas veces el humo de Satán se filtra por nuestras rajaduras y nuestra fortaleza se cae como un castillo de naipes, debe entonces tenerse en cuenta que si el castillo se cayó no sólo es porque no cuidamos el campo. También puede caerse por nuestras propias debilidades. y Solo la fe, creo yo, en ese caso permite que una a una levantemos las cartas de nuevo y volvamos a empezar. Por favor responda mi pregunta ¿rezar y tener fe, es voluntarismo? ¿Volver a empezar despues de haber caiso en tentación es jesuita? ¿Por qué hay que defenderse de esa acusación? ¿Que tiene de malo?
Saludos y muchas gracias
El Boy Scout que toca el bombo
Señor Escrutopo, ¡eh! ¡eh! no se me ponga así.
ResponderEliminarGracias por sus cautelas. Y sí, algunas cosas me dan miedo.
Las faltas de ortografía, por ejemplo. Pero, bueno, no todo el mundo es tan escrupuloso, no hay por qué abajarce a detalles tan nimios.
Saludos,
J. T.
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ResponderEliminarPerdoneme Wanderer, recién me pongo a releer mi comentario y encontre algunos horrores de ortografía que no son convenientes para este post. Ahí va corregido.
ResponderEliminarSeñor Escrutopo,
Da la impresión de que en su afán por volar alto se le han pasado un par de cosas de por alto, ¿Será que no vuela tan alto?.
Me suena paradójico que le recomiende a Jack que lea Cartas del Diablo a su sobrino. A mi me parece que usted leyó las cartas, pero no lo leyó a Jack Lewis, como le gustaba ser llamado.
Sobre el alma de Chesterton que decir, ¿Usted tiene dudas?
Y por último, que comenzó a penetrar en el alma de los niños, ¿usted lee este blog? ¿No sabe cual es la mejor arma de los kukus? De última si quiere hasta puede leer lanacion.com.ar y con eso debería alcanzarle.
Le recomiendo que lea.
El anónimo.