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martes, 30 de junio de 2009

Newman by Tollers


Jack Tollers acaba de traducir un nuevo sermón del cardenal Newman que ya está colgado de su web. Aquí va un maravilloso adelanto.
Y hablando de adelantos, adelanto que en poco tiempo más se iniciará la segunda época del Wanderer.


Él “te llama por su nombre”. Te ve, y te entiende, tanto como que te hizo. Sabe lo que tienes en tu interior, todos los sentimientos y pensamientos en particular, tus gustos e inclinaciones, tu fortaleza y debilidad. Te ve en el día del gozo y en el día de la tribulación. Simpatiza con tus esperanzas y tentaciones. Se interesa en todas tus ansiedades y recuerdos, en todas las exaltaciones y depresiones de tu espíritu. Ha contado los mismísimos cabellos de tu cabeza y sabe exactamente cuál es tu altura. Te envuelve y te abraza; te levanta y te deja caer. Se fija en tu rostro, estés sonriendo o llorando, estés sano o enfermo. Contempla tiernamente tus manos y tus pies; oye tu voz, siente los latidos de tu corazón, y tu mismísima respiración. Tú no te quieres más a tí mismo que lo que te quiere Él. Tú no puedes encogerte frente al dolor más que lo que a Él le disgusta que lo tengas que pasar; y si te carga con eso, es con la esperanza de que seas sabio y sepas que es para un bien mayor para tí, más adelante. No sólo eres Su creatura (aunque también se ocupa de los mismísimos gorriones y se compadeció del “numeroso ganado” de Nínive), también eres un hombre redimido y santificado, su hijo adoptivo, favorecido con una porción de la gloria y bendición que fluye eternamente desde Dios hacia el Hijo unigénito. Has sido elegido para ser Suyo, incluso por encima de tus compañeros a diestra y siniestra. Eres uno de aquellos por los que Cristo ofreció Su última oración, sellándola con su preciosísima sangre.

domingo, 21 de junio de 2009

Las tres ideas de Tollers y una nota intrusa


Estimado Wanderer:

No querría abusar de esta “plataforma de lanzamiento de ideas” en que se ha transformado vuestro apreciado blog, suerte de “Cabo Cañaveral” desde donde parten misiles para todos lados. Y menos que menos atiborrar al pobre lector que ya bastante despatarrado anda, como yo, con el bombardeo constante de noticias, ideas y sugerencias. Como están las cosas, ya bastante “infoxicados” estamos.

Y sin embargo, me atrevo a someter a su consideración lo que sigue, no sea que alguno se alegre con estas tres ideas que, no sé cómo, se me han ocurrido en los últimos tiempos, y (que si son buenas, no son mías). Y como esto se escribe en la Octava de la Trinidad, quizá las tres resulten ser misteriosamente consonantes.

Si llegó hasta aquí, le pido entonces al lector que preste atención: pues la primera idea requiere bastante de eso. No sé bien qué titulo ponerle, pero quizá funcione algo así como “Pensemos bien”. Así, imperativamente. Tenemos que pensar bien. Pase lo que pase. ¿Qué es pensar bien? No estoy muy seguro (y resulta considerablemente más difícil pensar bien cuando uno viaja a bordo del Titanic en medio del despelote que se está armando a propósito del run-run que corre por ahí de que el buque se hunde), pero de lo que sí estoy seguro es de lo que sigue: si nuestras consideraciones en torno a un asunto terminan entristeciéndonos, estoy seguro de que estamos pensando mal. Cuando terminamos de pensar en algo y quedamos como deprimidos, melancólicos o atribulados, entonces hay que llamarse al orden a uno mismo y si a mano viene, darse órdenes a uno mismo en tono viril, militar diría yo, a guisa de “¡Tollers! ¡Estás pensando mal!” “¡Pensá bien, ché, dejáte de embromar!” “¿Qué diablos estás pensando que terminás con ideas de este tenor?” “¿Estás loco, o qué?”. Y es ahí en ese momento donde se juega un gran partido, el gran partido contra la akedia, pues… si hemos acabado así, quiere decir que no hemos terminado nada. Y entonces, que resulta imperioso, por más fiaca que nos de, arrancar de nuevo con el hilo de ideas… hasta que terminemos contentos, con esperanza o, por lo menos, con tranquila confianza en Dios, en su Providencia, en la firme convicción de que al final, todo termina bien.

Y para esto, aquí ofrezco una pequeña receta: una manera sumamente eficaz de exorcisar este mal espíritu consiste en contestar la Gran Pregunta que, si prestamos atención, oiremos claramente, venida de lo Alto, como ésas, las últimas grandes preguntas del Libro de Job: “Cíñete los lomos, que quiero hacerte una pregunta”. Y entonces prestarle mucha atención a lo que Dios Todopoderoso nos pregunta:

“¿Señor, usted está sugiriendo que Yo hice las cosas mal?”.

¿Así que todo termina bien? Sí, por supuesto que sí: es el moderno, decía Claudel, quien cree que al final todo termina mal. Y yo no soy moderno, ni quiero serlo. Cristiano soy y eso quiero ser, como decían los mártires en Roma cuando interpelados por la autoridad. Pero se me objetará que esto parece puro voluntarismo, que lo desmiente la experiencia de los que vivieron mucho, los viejos, que miran hacia atrás con melancolía y… constatan que atrás, en el pasado, quedaron cosas feas, cosas malas, cosas que salieron mal. Y que son irrevocables.

Con lo que vamos a la segunda idea. En efecto, con el paso del tiempo, uno repasa el pasado, mira para atrás y tiene la indefinible sensación de que todo salió mal, que la historia, personal, familiar, amical, política, moral, religiosa, etc., salió mal.

¿Salió todo mal?

La respuesta correcta es: no sabemos. Sólo Dios sabe. Aquí quizá quepa recordar una ipssísima verba Jesu, ¿no?, esa su palabra cuando mandó no juzgar para que no seamos juzgados. Nosotros no tenemos derecho a hacer un “balance” sobre nuestra historia, es incumbencia específica del Justo Juez, Jesucristo, que efectivamente emitirá juicio sobre eso… en el Juicio Final, en el tiempo de la Irrevocabilidad. Pensar que nuestra vida “salió mal” constituye usurpación de una prerrogativa exclusiva de Jesucristo; y si pensamos así, de nuevo estamos pensando mal. Por supuesto, me apresuro a agregar que esto no quita el examen de conciencia, el esfuerzo por mejorar todos los días, la santificación diaria, etc… Pero “mirar cómo ando”, fijarse si las cosas salieron bien… sencillamente, no.

Así que, estimado Wanderer, ahí tiene el lector dos ideas para considerar: la primera, que si terminamos tristes es porque estamos pensando mal; la segunda, que en ningún caso hemos de emitir juicio sobre nuestra propia existencia. La primera está más o menos formulada en los “Ejercicios” de San Ignacio, la segunda, más o menos patente en la “Spe Salvi” y en el poema “Eclesiastés” de Chesterton (¿recuerdan? Una sola cosa es necesaria / Todo / el resto es vanidad de vanidades).

La tercera está en el Evangelio de San Juan.

Consiste en esforzarnos por disipar un verdadero disparate. Esta idea roma, torpe y estúpida. Que no por eso deja de ser una burrada, un devaneo neurótico, una majadería brutal y embrutecedora. No sé cómo vino a instalarse semejante sandez entre nosotros, en nuestro confundido mayín, esta cretina, fatua y ridícula memez digna de zopencos. Y sin embargo esta idea boba, obtusa, insistente, insidiosa, obsesiva, diabólica, persiste, se reproduce, anda buscando los lugares vacíos y, si nos descuidamos, por vía de usurpación se puede alojar en nuestra alma. Es una noción que flota en el aire caliginoso, que se infiere directamente de todas las comunicaciones del mundo, que se reitera hasta el cansancio, como una letanía incesante pronunciada infatigablemente por “los espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas”. Se trata de una impresión absurda, que contamina nuestras almas con su misma taradez, que nos enferma y debilita, que atenta directamente contra el Evangelio, que compromete los mejores esfuerzos, que abre la puerta a otras gansadas mucho peores: y que ha sido inspirada por el Padre de la Mentira. Es una fantasía blasfema que hemos de esforzarnos en exorcisar a diario, ganándole a Satanás allí donde con más empeño se posiciona.

La insensata idea, la peregrina noción, el insano postulado, el artero espejismo, la venenosa conciencia, la imbécil ocurrencia de que Dios no nos quiere.

Porque el cielo y la tierra pasarán, pero no esto: “El Padre os ama Él mismo, porque me habéis amado y habéis creído que Yo salí de Dios” (Jn. XVI:27).

Habría que inventar un formulario que nos pregunte por tres veces:

- ¿Renunciáis a la idea de que el Padre no os quiere?

- ¡Sí, renunciamos!

En síntesis, estimados amigos, pensemos bien. Si terminamos tristes, pensemos más, mejor, de nuevo, que si pensamos bien, el fin de nuestros pensamientos por fuerza ha de desembocar en pensamientos consoladores, gozosos y confiados. Y dejemos a Dios y para el día del Juicio que se establezca cuánto vale lo que hacemos o no y que diga Él cómo salieron las cosas.

Sé bien lo que sigue, mido mis palabras. Sé que los lectores de este blog aman a Jesucristo (un poquito, ya sé, ya sé). También sé que no tienen duda alguna de que salió de Dios.

Y que el Padre, Él mismo, los ama.

De modo que… os lo ruego, ¡sursum corda!

Jack Tollers.

Nota intrusa del Wanderer

Me parece oportuno incluir en la magnífica reflexión de Tollers un par de párrafos de Bouyer:

La nuestra “ya no es más la espera de los pecadores para quienes el juez debe venir, ni, incluso, la de los cautivos encadenados en las tinieblas donde esperan un redentor pero sin conocerlo aún, si pertenecerle aún. Es la espera de la Esposa que dice al Esposo, inspirada por el Espíritu que la prepara para la boda: “Ven Señor, ven pronto”. Por ella ya ha sido lavada en la sangre del Cordero, ya ha bebido de las fuentes de agua viva, ya ha comido el pan celestial, su frente en la que pronto lucirá la corona ya porta la unción de la alegría con la que el Esposo mismo ha sido ungido, el sello de ese Espíritu que la hace santa de su santidad, que le permite afirmar de cara a los ángeles: “Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado”.

Estamos en la última noche que nos separa del alba luego de la cual no habrá más atardecer, a la puerta misma del banquete de bodas, y el Espíritu suspira en nosotros en la espera del momento que esa puerta se abra”.

Amigos, hemos recibido las arras del Espíritu. El Señor está a las puertas. Viene pronto!

(En el sitio de Jack Tollers ya está colgada su traducción de “La misa en cámara lenta”, de Ronald Knox, corregida por un conocido traductor).

martes, 9 de junio de 2009

Provida


Es habitual, en Argentina y mucho más en otros países como Estados Unidos o Inglaterra, que los católicos conservadores y tradicionalistas se embanderen decidida y activamente en la lucha contra el aborto y la defensa de la vida humana desde sus inicios en el vientre materno. Se trata de una justa y laudable causa puesto que no se trata solamente de la defensa del inocente sino también, y sobre todo, de la santidad de la vida misma, que es don de Dios y en la que el hombre presta tan sólo su colaboración.
Y a esos mismos católicos conservadores y tradicionalistas los enfurece y escandaliza que muchos de sus pastores callen mansa – o cobardemente – frente a Mordor y sus orcos de muerte.
Esta explosión provida del catolicismo es positiva pero, en tanto que humana, riesgosa. Veamos:
No cabe duda que la actitud se apoya y fortalece en el pontificado moralista de Juan Pablo II y sus secuelas. El papa polaco centró su largo (en años y en páginas) magisterio en una visión del evangelio que destacaba los aspectos éticos (sus luchas contra el divorcio, el neoliberalismo, el aborto, la homosexualidad, etc.) y no insistía en aquellos dogmáticos que podían despertar algún resquemor o fricción con nuestros hermanos separados con quienes se había empeñado en un ecumenismo infundadamente optimista. La pregunta que me hago es qué ética o moral puede sostenerse sin una dogmática, es decir, sin una fe firme, arraigada y sostenida por el magisterio de los pastores. Es cierto que hay algunas: la de Kant, la de Scheler y la de Wojtila.
Los orígenes eslavos del providismo no lo ha librado de un gravísimo peligro en el que muchos han caído: confundir a la religión católica con la defensa de la vida, es decir, comenzar a vivir una religión biológica. Basta darse una vuelta por los sitios conservadores del catolicismo americano para descubrir hasta qué punto la lucha contra el aborto se ha mimetizado con la fe que ya no termina de saberse cuál es cuál. Todos nos enternecimos y enfurecimos cuando hace alguna semanas atrás nos pasaron el video de Youtube donde un anciano sacerdote prolife era encarcelado durante una manifestación en el campus de la universidad de Notre Dame días antes de la visita de Obama. Muchos calificaron al cura de mártir. Con todo el respeto y la admiración que me merece la actitud de ese sacerdote, debo decir que no es mártir o, en todo caso, es un mártir biológico: su valioso testimonio ha sido no de la fe católica sino de la vida humana.
Más aún. Ya es bastante común en los ámbitos católicos comprometidos y militantes la preocupante mutación del nombre de la solemnidad que festejamos el 25 de marzo: ya no es el día de la Encarnación del Redentor, sino el día del Niño por Nacer. Nadie pone en duda la buena voluntad y sinceridad de quienes así se expresan, pero nadie puede negar tampoco la gravedad del caso: nuestra fe cristiana se basa justamente en el hecho de la irrupción de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en la historia humana mediante su encarnación en el seno de la Santísima Virgen. La fe no puede reducirse, entonces, a un hecho biológico y natural como es el origen de la vida humana en el seno femenino. Casi las mismas palabras, pero una diferencia abismal. Fe cristiana y fe biológica.
Sin embargo, debo conceder que nuestra fe se basa necesariamente en la vida. La esencia misma del cristianismo consiste en la imitación de Cristo entendida como el misterio por el cual nosotros debemos ser injertados en Él para que la misma vida que reside en Él y que Él nos vino a dar se desarrolle en nosotros como en Él y produzca en nosotros los mismos frutos de santidad y de amor que produjo en Él (Fil. 2, 5; Rom. 6, 6; 6, 4; Ef. 2, 3; Rom. 9, 17).
El cristianismo es, necesariamente, pro Vida y se debe a la Vida, pero se trata de esa vida que surge del río de agua viva que se derrama sobre la tierra desde el trono del Cordero. Esa es nuestra fe.