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domingo, 31 de enero de 2010

Más allá del exilio


El pescado de Karl Rahner (lo de “pescado” no es un insulto sino una muestra de afecto. Cuando en los ´90 se publicó el diario de su amante, allí nos enteramos que, en la intimidad, ella llamaba al P. Carlos, su “pececito de colores”) acuñó una frase que, nos gusté o no, era esclarecedora de una situación real. Decía que debíamos acostumbrarnos a la Iglesia vive hoy en el “exilio”. La nuestra es una Iglesia que ha sido “exiliada” de todas las funciones que, hasta hace algunas décadas, le pertenecían, como la educación, la cultura, la salud, etc. Seguramente la expresión se ajustaba a la realidad de los ´60 cuando fue pronunciada, pero creo hoy que necesita un update.

La aceleración de la historia y el vertiginoso frenesí del cambio al que nos hemos acostumbrado y, por eso mismo, nos pasa desapercibido, exigen la actualización constante de juicio como del de Rahner. En estos días vacacionales he estado viendo algunos episodios de la serie “Lark Rise to Candleford” que describe la vida cotidiana de dos pequeñas poblaciones rurales en la Inglaterra de fines de siglo XIX. Habría sido absolutamente inimaginable para esos hombres, y también lo es ahora para nosotros, suponer cambios tan profundos en las estructuras sociales en tan sólo cien años. Otro ejemplo que he estado considerando últimamente: recuerdo que una de mis primas, ahora comenzando sus ´50, cuando comenzó a noviar, su novio, y ahora esposo, pidió formalmente la mano a su padre, en una reunión de caballeros a solas, y jamás salió con él sin la compañía de alguna chaperona, que solía ser su hermana menor. Hoy, las hijas de mi prima se van de vacaciones con sus novios sin problemas ni escándalo para nadie. Reconozco que la familia de mi prima era old fashioned, no artificialmente sino de un modo natural surgido del medio rural en el que vivían pero, igualmente, el cambio de costumbres, morales en este caso, es muy pronunciado para darse en el transcurso de sólo una generación.

No cabe duda que semejantes transformaciones sociales y culturales han impactado en el papel real que la Iglesia juega en las sociedades. Si en los ´60 se hablaba de una Iglesia exiliada, hoy debemos hablar de una Iglesia desaparecida. El exiliado, a pesar de su ausencia física, sigue estando presente en sus sociedades de origen. Pensemos en Perón durante su exilio madrileño o, más recientemente aún, en Zelaya exiliado de Honduras. La Iglesia hoy, en las naciones desarrolladas, no tiene ni siquiera la presencia de un exiliado. Está, literalmente, desaparecida.

Cuando se viaja fuera del país y se tiene la oportunidad de hablar con gente “normal”, es decir, gente común y corriente, y no contracorriente como nosotros, se aprecia claramente la desaparición de la que hablo. Las menciones que, ocasionalmente, uno puede hacer sobre Dios o sobre la vida de la Iglesia, que para nosotros son tan cotidianas y usuales, a ellos le suenan como si a mí me hablaran del cultivo de los geranios: sé que los geranios existen y que son una flor, pero su existencia no roza a la mía en lo más mínimo; son una “desaparición” de mi existencia.

Dios y su Iglesia han desaparecido de la vida de los hombres. No existen ni siquiera para ser odiados. Se trata de una indiferencia radical y constitutiva que ha transformado a las sociedades occidentales, particularmente la europea, en tierras devastadas. No queda más que el vacío de Dios.

Esto es, me parece a mí, el terreno más adecuado para que venga él, el Hijo de perdición, el Hombre de pecado. No es su terreno el de la persecución, pues en ese terreno ya fue vencido y, en definitiva, quien persigue reconoce la fuerza de la existencia del perseguido. Su terreno es el de la indiferencia y el de la negación.

Cuando leo o escucho el tipo de discursos apocalípticos como el que estoy haciendo en este momento, pienso que el autor exagera porque miro a mi alrededor y digo: “No es para tanto”. Pero creo que miro en un derredor demasiado inmediato. ¿Cuántos somos los que nos preocupamos, y sufrimos propiamente, por estos temas? Muy pocos en realidad, si tenemos en cuenta la totalidad de la humanidad. Quizás nos seamos más que el pequeño rebaño que Él encontrará cuando vuelva.

Esperemos estar todos dentro del aprisco. Nadie puede estar seguro de eso.

jueves, 21 de enero de 2010

Asco


Un culpable aburrimiento de vacaciones me tentó a comprar la revista Noticias. Nada interesante, más allá del asunto Redrado (un amigo está ya sentado en su ventana esperando ver pasar el cadáver) y del deporte de pegarle a Cristina K. al que se han hecho adeptos los panqueques de la política argentina. Luego, lo in y lo out en las playas argentinas, y las consabidas páginas con fotos donde aparece la gente famosa argentina que frecuenta las fiestas top, los paradores topísimos de las playas y lo eventos fashion que menudean en estos tiempos y donde ellos la pasan bomba.

La sensación luego de leer por arriba la revista, y sobre todo referida a estas últimas secciones, no es ya de aburrimiento, de desinterés o de escándalo. Es, lisa y llanamente, de asco. Ese despliegue de superficialidad y frivolidad produce nauseas, y estoy seguro de que es la sensación que experimenta la mayor parte de los lectores de este blog. Se trata de una sensación que provoca que uno deje de leer la revista, la deje abandonada en un bar o en el subte, y se arrepienta luego por los 10 pesos que pagó y el tiempo que perdió.

¿Por qué nos ocurre eso? Sólo se me ocurre pensar en esas bellísimas palabras de Scoto Eriúgena en su extraño Peri physeon que Benedicto XVI recordó en una de sus catequesis: No se debe desear otra cosa sino la alegría de la verdad, que es Cristo, ni evitar otra cosa sino el estar alejados de él, pues esto se debería considerar como causa única de tristeza total y eterna. Si me quitas a Cristo, no me quedará ningún bien, y nada me asustará como estar lejos de él. El mayor tormento de una criatura racional es estar privado de él o lejos de él”. El mundo que nos presenta la revista Noticias y todos sus innumerables congéneres, gráficos y televisivos, son una muestra del alejamiento de Cristo. No se trata sólo de una situación de pecado más o menos evidente; se trata, más bien, de un estar alejado del Señor, al punto tal de ignorarlo por completo, y que Él ya no signifique nada para ellos. Por eso, quienes intentamos, con su ayuda e inspiración, estar cerca suyo, la manifestación del alejamiento sólo puede producir tristeza, susto y tormento, como dice Eriúgena, o asco, como digo yo.

Se me ocurren dos reflexiones:

1) Nuestra situación de segregación y aislamiento del mundo es cada vez mayor. Aún podemos comprar y vender, pero apenas si compartimos algunas pocas cosas con el mundo, las que nos pesan pero nos resulta casi imposible deshacernos de ellas porque se nos pegan.

2) ¿Es posible que una catoliquísima institución como el Opus Dei se dedique a promocionar este mundo frívolo y alejado de Cristo con revistas como Telva? “Hijas mías, influiréis en el mundo de la moda”, había dicho el ahora santo (¿?) prelado, y allá corrieron ellas, sus numerarias, a crear una revista “de alta calidad, dedicada a las clases pudiente”. (Si no me creen, vean aquí).

Ya no sé bien qué da más asco.

miércoles, 13 de enero de 2010

viernes, 8 de enero de 2010

Qué susto!


Mientras imprimía la homilía que el papa Benedicto XVI pronunció durante la misa de Epifanía, me llevé un susto: aparecía citada la Lumen Gentium!!! Se me venía abajo el Mago Blanco. Pero era una falsa alarma, o una de las avivadas del Tedesco.
En ese texto cita, además de las Escrituras, a San Juan Crisóstomo, San Gregorio Nacianceno, a San León Magno y al Dante. Cita también varias veces al magisterio reciente: la encíclica Spe Salvi, de su autoría, jejeje.
Y del Vaticano II toma un párrafo. Dice: "Pero su alegría (de la Iglesia),..., es precisamente ser signo e instrumento de Aquel que es lumen gentium, luz de los pueblos (cf. Lumen Gentium, 1). Muy astuto.

Mientras tanto, nuestros obispos promueven la devoción a Nuestra Señora Gaucha del Mate, que ya fuera aprobada en 1993 por ¿quién creen Uds.? Sí señores, por el Magno.