¿Por qué,
pues, no comprendéis mi lenguaje?
Porque no
podéis sufrir mi palabra.
Jn. 8:43
Los que
han de perderse en retribución
de no
haber aceptado para su salvación
el amor a
la verdad.
II Tes.
2:10
Esto que quiero decir es difícil. No porque no esté
clarísimo que las cosas son como voy a decir; no porque se requieran grandes
luces para entenderlo; no porque no se haya dicho, de distintas maneras, una y
otra vez; no, nada de eso: esto es difícil porque entre nosotros muy poca gente
quiere hablar de esto.
Quizás porque son muchos a los que les cabe el sayo.
Pero, como fuere, el hecho de que nadie quiera hablar de esto, es, en sí mismo,
díganme si no, interesante.
Me refiero a la envidia; pero a una envidia muy
específica, muy particular.
Y muy argentina.
En una era dominada por el igualitarismo, algunas
diferencias todavía se aceptan sin discusión: por ejemplo, que hay quien tiene
más dinero que otros (y que eso no tiene nada de malo); o que en tal deporte
sobresale fulano mientras que zutano no tanto; o que esta canta mejor que esta
otra. Es más, aún en esta época sumergida en este veneno del igualitarismo,
todavía se producen torneos y competencias deportivas, hay premios y
reconocimientos públicos para los actores más destacados, para los periodistas
más acreditados, para los mejores escritores, para las chicas más lindas, para
el mejor tenista. Con el criterio que sea, pero todavía hay Premio Nobel,
todavía hay Oscar en Hollywood (y acá, todo siempre un poco más grasa, el
"Martín Fierro", je).
Pero el fenómeno al que me quiero referir subyace
debajo de todo esto y rara vez muestra su verdadero rostro—como, por ejemplo,
cuando las chicas feas de un colegio le pegan a la linda porque es linda, o
"cheta", o simplemente diferente.
Claro, eso sólo pasa en la Argentina, esta envidia que
nos caracteriza, esta envidia tan nuestra.
En "Escrutopo propone un brindis", Lewis
supo identificar el fenómeno con su habitual agudeza:
En
realidad, ninguno de los que dicen "soy igual que tú", se lo cree del
todo. Si así fuera, simplemente no lo diría. El San Bernardo nunca se lo dice
al caniche, ni el intelectual al tonto, ni el trabajador al holgazán, ni la
mujer bonita a la fea.
Solamente
reclaman igualdad [...] aquellos que de algún modo se sienten inferiores. Y lo
que con eso se expresa es precisamente la picazón, la herida, la conciencia
retorcida de una inferioridad que se niegan a aceptar justamente los que
padecen esta afección.
Y
que por tanto resienten. Así, el que padece esto resiente todas y cualquier
forma de superioridad en la persona de otros; la denigran; desean su
aniquilación. Muy pronto llegan a sospechar que cualquiera diferencia, por
pequeña que sea, ha de ser, de parte del otro, una especie de reclamo de
superioridad.
El texto se las
trae y es, claro, muy actual.
Por lo demás,
cabe anotar que el diablo de Lewis pone gran cuidado en que su paciente nunca
use, nunca adquiera conciencia de que lo que padece es simplemente envidia: esa
palabra no debe usarse nunca: será reemplazada por igualdad, democracia o
cualquier otra que a mano venga.
Envidia, la palabra "envidia" debe relegarse
al olvido.
Es un pecado diabólico (por la envidia del diablo
entró el pecado al mundo) y es uno de los pecados capitales. Pero para el
diablo su uso tiene una dificultad, y es que apenas detectada, la envidia desaparece.
Si uno se entristece por el bien ajeno y cae en la cuenta de eso mismo,
sanseacabó el pecado. Verlo y exorcisarlo sucede en el mismo instante.
Ahora, si el paciente no se da cuenta, el problema
persiste (y de allí, la sutil caracterización que hace Lewis del fenómeno: "la picazón, la herida, la conciencia
retorcida de una inferioridad que se niegan a aceptar").
Hasta aquí está todo claro y no creo que uno solo de
mis lectores disienta con Lewis o conmigo.
Sí, bueno, esperáte un poco.
Claro, en el ámbito social, en el entramado de las
distintas clases sociales, el resentimiento, el esnobismo invertido, es cosa
conocida y fácil de ver. Luis D'Elía es más fácil que la tabla del uno. Y el resentimiento
del "nuevo rico" es demasiado viejo como para no ser facilísimo de
detectar, en las impostaciones que suscita, en la notable ridiculez
subsiguiente. Como también el
resentimiento del pobre, sobre todo cuando se encuentra potenciado por la ideología
socialista que lo ha formulado con una claridad irresistible: "yo no tengo
plata porque la tienes tú".
Pero aquí me quiero referir a otra cosa, más sutil,
más difícil de identificar, una corriente que subyace, como digo, debajo de
todo eso, una corriente subterránea que en nuestra país se encuentra en todas
las clases sociales, en todas las instituciones, en los colegios y en las
universidades, en los episcopados y en los seminarios.
Aquí no vale distinguir entre progresistas o
tradicionalistas, segual, en la Iglesia Argentina se lo hallará, esto que digo,
este fenómeno, en todas partes.
Se trata de una envidia encubierta, solapada,
persistente, artera, nunca reconocida, jamás formulada, siempre escondida,
siempre al acecho, que se conserva en las sombras, que siempre se hallará cuidadosamente
oculta, disfrazada de mil maneras, apenas perceptible, siempre sutil. Y esta
envidia tan particular a la que quiero referirme se ha extendido de tal modo,
se ha impuesto tan exitosamente, reina tan indiscutible que en los días que
corren el solo denunciarla apareja innumerables denuestos, inquinas y enemigas
sin cuento.
Es la envidia del que tiene más inteligencia que yo,
del que se muestra más inteligente.
Pues bien, aquí conviene precisar un poco más. No me
refiero a la erudición, ni a los títulos académicos, ni a la acumulación enciclopédica
de conocimientos, ni siquiera al mucho estudio… nada de eso.
Me refiero al que es más inteligente en el sentido
original de la palabra: se trata del que "lee adentro" de la realidad,
que ve más lejos, que con su mirada cala más hondo en la realidad de las cosas.
Y al que hace buen uso de su inteligencia se
convertirá en sabio, en el sentido medieval del término: sabio es aquel a quien
las cosas le parecen tal cual son. Y en estos precisos términos, por
disposición divina, no hay dos personas iguales pues algunos son más
inteligentes que otros, algunos más sabios que los demás.
Y hay otros que no tanto, que son menos inteligentes.
Pero como digo, el argentino infectado con esta
envidia que digo no lo reconocerá jamás. En primerísimo lugar porque en este
país hay muy poco amor a la verdad (si primara el amor a la verdad naturalmente
la inteligencia resultaría sumamente apreciada, que es lo que sucede en otros
lares, que es lo que sucedió en otros tiempos).
Y se dirán otras cosas, y se cambiará de tema, y se
cubrirá este "escándalo" con la excusa que fuere: que lo de la
inteligencia no tiene importancia, que lo importante es la humildad; que fulano
no es más inteligente, sino que es más engreído, más jactancioso, más
presumido, pero no, nunca más inteligente que yo. No lo reconoceré jamás.
Para sostener semejante sandez, se llegan a decir
disparates sin cuento: qué sé yo, por ejemplo que San José, el Patrono de todos
los santos, no era inteligente, y que para ser lo que fue, no necesitaba
semejante cosa. O que los santos más grandes eran humildes (lo cual es cierto),
en tanto que los inteligentes (Tomás de Aquino o San Agustín, por caso), no
tanto. Non sequitur.
Claro, los que sostienen esta clase de estupideces,
son precisamente los menos inteligentes: y por eso andan con bronca, y por eso
dicen tonterías.
Porque no aman la verdad.
Lo cual, uno diría, no tendría demasiadas
consecuencias.
Pero en la Argentina las tuvo (y las tiene). Poco a
poco, lentamente, en la Iglesia argentina los más inteligentes fueron desoídos,
perseguidos, desplazados, denostados, olvidados. Y empezamos a tener obispos
más brutos, y profesores más ignorantes, y escritores más mediocres y
"pensadores" más estúpidos.
Porque nadie puede ser más inteligente que yo, ese es
un escándalo que no estoy dispuesto a reconocer. Y por tanto no me voy a dejar
guiar, ni dejar enseñar por el que sabe más. Ni siquiera voy a reconocer que ese
sabe más, que "docilitas" ni qué ocho cuartos.
(Esto es un poco al margen, pero digámoslo igual: no vamos
a negar que a los más inteligentes esta persecución les vino muy bien, que Dios
siempre saca bienes de los males: es que innegablemente el más inteligente
padece una fuerte inclinación a la soberbia, al orgullo y a despreciar al que
es menos inteligente. Y a fuerza de palos, quizás adquiera la humildad. Pero si
es inteligente de veras, también sabrá cómo vencerse en eso también. Y será el
más inteligente de todos. Lo que en modo alguno justifica a los que le dan
palos por ser inteligentes, que un
día serán apaleados, no te quiero decir cómo).
La inteligencia es el don más grande que le dio Dios
al hombre. Y el cristiano dotado de inteligencia ha de hacerla fructificar como
lo exige la parábola de los talentos. Cristo era supremamente inteligente y de
los siete dones del Espíritu Santo, cinco se refieren a esto.
Podría seguir y seguir, pero ¿para qué?, si ustedes me
entienden o por el contrario me malentienden (y entonces no hay tutía).
Pero, sí, da vergüenza este país, que no tenemos un
Joseph Pearce, un Peter Kreeft, un Scott Hahn, un Roberto de Mattei, un
Alejandro Gnochi, un Martin Mosebach o un Chris Ferrara. Por lo menos no en las
cátedras, no en las revistas, no en los puestos de gobierno, no en los medios
de comunicación.
Eso no es casualidad.
Y está a la vista para quien quiera ver. Al argentino
más inteligente que Dios envió a este país, a Castellani, lo echaron de la
Compañía de Jesús, lo suspendieron "a
divinis", censuraron su obra y se empeñaron con alma y vida en
cubrirlo de olvido.
Al otro jesuita argentino que todos conocemos, al
ignorante, al que no estudió, al que no reconoció nunca a nadie más inteligente
que él, al resentido, a ese lo hicieron Superior de la Compañía, obispo
auxiliar, cardenal primado y finalmente Papa.
¿Y Castellani?
Bien, gracias (jamás reconoceremos que él era el más
inteligente de todos).
Pero no quiero dejarle al lector el sabor
inevitablemente un poco amargo de estas reflexiones. Mejor, mucho mejor, sería
recomendarle las cuatro máximas de San Felipe Neri (cuya fiesta se celebró en
estos días):
a) Despreciarse a sí mismo.
b) Apreciar a los demás.
c) Despreciar al mundo, y
d) Despreciar el ser despreciado.
Eso sería lo más inteligente de todo.
Jack Tollers
Muchas gracias Tollers, excelente. Es verdad lo que dice: Gloriae et virtutis invidia est comes.
ResponderEliminarSaludos
Ud. no entiende y tiene juicio propio porque piensa distinto, o sencillamente piesa. Eso esta mal, el obediente es ciego y buchón -por caridad siempre, se entiende... un botonea por el bien del otro para que lo hagan bosta y yo que tengo la posta trepe.
ResponderEliminarSi Ud. piensa por si mismo es peligroso. Puede tener conclusiones que no responden al interes comunitario y desafiar el status quo de la primavera y la nuebe de pedos... indispensable para la correcta eclesiologia actual.
De ese que Jack Tollers, dice: "Al otro jesuita argentino que todos conocemos, al ignorante, al que no estudió, al que no reconoció nunca a nadie más inteligente que él, al resentido, a ese lo hicieron Superior de la Compañía, obispo auxiliar, cardenal primado y finalmente Papa", un profesor que estudió con él, me comentó "que no podía entender las procesiones divinas en la Santisima Trinidad".
ResponderEliminarNo voy a dar el nombre de dicho Doctor en Filosofía, porque cuando fue elegido el "Otro", para ocupar la silla de Pedro, lo llamé para recordarle lo que me había contado en otro momento y le dije que realmente es "La bestia de la tierra", pero no quiso seguir hablando.
Y este profesor y doctor es mucho mas inteigente que yo.
Don Wanderer, muy bueno lo de Tollers. Excelente radiografía.
ResponderEliminarCuando vi el título me acordé de Maurras. Pero se aplica perfectamente.
Hace como veinte años leí un libro de un español cuyo nombre no me acuerdo. Se llama “La envidia igualitaria”. Si la memoria no me falla otra vez, afirmaba que había ocasionado la decadencia española. Y creo que Laín Entralgo también se refirió al tema. Pero que esta mención no sirva para echarles la culpa de nuestros males actuales –y pretéritos.
Muchas gracias
ResponderEliminar¿.....Cuáles son las razones (oficiales , y reales o pretextos )del " suspens a Divinis del Padre Castellani ...?
Creo que hay un error. El último punto de San Felipe Neri es "NO despreciar el ser despreciado". Aviso por si se puede corregir en la nota original.
ResponderEliminar
ResponderEliminarLa mediocridad es una virtud....
Calderón Bouchet decía en sus charlas sobre marxismo, que el comunismo tiene en su base el pecado de la envidia...
ResponderEliminarTollers, con gran admiración, excelente reflexión.
ResponderEliminarUy, ¡qué tema! Excepto, tal vez, la enumeración de "inteligentes", creo que suscribo todo.
ResponderEliminarEn cualquier caso, sí es cierto que, en nuestro medio, no contamos con oradores o, mejor dicho, periodistas --en el sentido castellaniano del término-- como los nombrados.
Y esta envidia de la inteligencia, como bien dice Tollers al pasar, también está muy presente en nuestro medio, donde lo primero parece ser el clasificar a alguien como zurdo, facho, tradi, neocon, modernista, progre, etc., antes de cualquier consideración sobre si lo que el sujeto en cuestión dice es o no verdadero.
Deberíamos, supongo, mirar más y mejor a los que llamamos nuestros "maestros". Castellani tenía amigos entre (bastante) gente que no era del palo, fuese un político zurdo o un cura progre poeta. Meinvielle, aunque no termino de decidirme si era inteligente o simplemente estudioso, no dudó en darle a Borges la cátedra de literatura anglosajona de su colegio.
Como excepción, se me ocurre una. Algunos de entre los nuestros tienen alguna forma de admiración por Dolina, si bien no sé si es inteligente o simplemente ingenioso.
En fin, todo un tema.
"en el país de los ciegos al tuerto lo mataron porque veia" (Castellani)
ResponderEliminarHay un sino trágico en esta situación, que hace muy difícil (imposible ?) que salgamos de ella. Si un envidioso lee o recibe esta reflexión, la atribuirá a que es producto de un soberbio resentido porque no le dieron tal cargo. Sobre todo en el ambiente clerical la camarilla de ignorantes y necios en el poder, cualquier reflexión de este tenor la atribuyen (por argumento ad hominem) "dice (n) esto porque está (n) dolidos por no haber sido nombradois x X..."- Conclusión: la veo fulera ....
ResponderEliminarLa cita inicial de 2 Tes 2, 10 es errónea. El original es "amor de la verdad". Reemplazar "de" por "a" cambia el sentido de la expresión, que en el original se refiere al amor de Dios, la Verdad, hacia nosotros.
ResponderEliminarBiblia de Jerusalén (versión en la web):
los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado.
Nácar-Colunga:
los destinados a la perdición por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría.
Biblia de la Univ. de Navarra:
los que se pierden, puesto que no aceptaron el amor de la verdad para salvarse.
Biblia del P. Junemann (traducción literal en las palabras y su posición):
los que perecen; por cuanto la caridad de la verdad no abrazaron para salvarse.
Estimado Tollers, su entrada parece calcada -no se ofenda- de ... José Ingenieros.
ResponderEliminarÉl también la atribuyó como por antonomasia "a los argentinos" de "este país", junto a una mediocridad que, no por advertida y denunciada, dejó de aguijonear su propia alma ya bastante atormentada.
Si despachamos hacia su lugar propio todas la imbecilidades habituales ("los argentinos somos ....", o "aquí no hay...", o cosas así) queda en pie que en nuestro pais hay, como en el resto del orbe, gente buena y humilde que se ve obligada a convivir con mediocres, los cuales por carecer de talento para casi todo se dedican a la política desde antaño y, por lo tanto, engominan nuestro camino terrenal con sus propios y desafortunados defectos. Como papito gobierno está por todas partes, los mediocres andan también por todas partes donde exista alguna posibilidad de relumbrón, que es lo único perdurable que, ellos creen, sacarán de esta vida; y peor todavía, poniendo a sus iguales en lugares importantes, porque el envidioso no es tonto: es esencialmente pragmático. Sabe que otro envidioso será tan mediocre como él y no le hará sombra.
En la casa de quienes profesan ideologías lo hemos visto con mucha frecuencia.
La envidia forma parte de la natura humana caida; la asedia es envidia pasada por alumbre, lo que redunda en la tristeza del envidioso por los bienes ajenos. No es propiedad exclusiva de los naturales del país, puedo asegurarlo, sino de toda la humanidad.
En todo caso, sí puede asegurarse que por aquí sucede con todo esto algo muy extraño: nos damos cuenta de su existencia y la mediocridad y la envidia son inmediatamente detectadas. Y como afirma con tanto acierto, don Tollers, esto es vacuna noble para los justos y causa de tristeza para los ... otros.
De modo que podríamos afirmar sin equivocarnos que aquí, lo que sí hay, es más vacunados que enfermos.
No lo he visto igual en Francia o en España ni en Alemania, donde la mediocridad parecería tan generalizada que la envidia, finalmente, ha sido derrotada simplemente por la ausencia notoria de candidaturas eficaces a "objeto propio". Desde luego, como son sociedades más antiguas en cuanto a su organización, los no-envidiosos asumen con gallardía su triste suerte. Acá en cambio, protestan contra los peronistas; y no sin razón.
Así por ejemplo, un ilustre catedrático español de derecho, que debió haber sedido en Salamanca, esperaba su jubilación mientras enseñaba algunas horitas en una modesta Universidad fronteriza. Es el único que ha estudiado en profundidad la ley natural en castellano. Fíjese que inútil....
Concuerdo con el artículo, pero no con la atribución tan particularizada en nuestro pueblo.
Y por eso, no quería dejar de decírselo a don Jack, porque para este fin-final que se nos viene encima, se merece algo mejor que una amarga tristeza tan bien escrita.
J.
He vivido muchos años en España y Argentina, y no creo que Argentina se caracterice particularmente por la envidia.
ResponderEliminarAquí hay más compañerismo en la corrupción que envidia directa, en comparación con otros países es muy raro que aquí un empleado le hable al jefe mal de otro empleado por envidia, nuestros códigos mafiosos, como el concepto de buchón, evitan esas situaciones.
Hay más resentimiento entre grupos que envidia entre personas en mi opinión.
Aunque no descarto que el ambiente de los curas o el de Wanderer (a quién no conozco) sea distinto al de la clase media inmigrante típica.
http://www.taringa.net/posts/noticias/17835212/Papa-Francisco-apoya-chip-RFID-marca-Bestia-666.html
ResponderEliminaralerta parece que bergoglio apoya la imposición del verichip
Excelente Jack!
ResponderEliminarPara el Anónimo de las 19:34,
ResponderEliminarLo cotejé por las dudas: "Despreciar el ser despreciado" es correcto.
Significa, bien entendido, que uno desprecia el hecho de ser objeto de desprecio, no que desprecia a quien lo desprecia. Bien mirado hace juego con la primera máxima que quiere el desprecio de uno mismo (como si dijéramos: si a eso se quiere sumar fulano, ¡bienvenido!).
De paso, les cuento que lo saqué de acá:
http://catholicexchange.com/12-sayings-st-philip-neri
una página espléndida de la que aprendo cosas nuevas todos los días.
Auguri.
J.T.
El hombre mediocre.
ResponderEliminarNietzche el famoso "loco de Weimar" definió al HOMBRE MEDIOCRE (que también posee una envidia igualitaria (VENENO DE LOS SISTEMAS ATEOS) malsana.
"El hombre inepto, torpe, vitalmente fracasado, va por el mundo con su corazón resumando desestima de si mismo.Como no logra acallar ese menosprecio de sí, que sopla en bocanadas de su propio interior y no le deja vivir se produce en él una reacción salvadora, que consiste en cegarse a todo lo valioso que hay a su alrededor.
Ya que no puede estimarse a si mismo tenderá a buscar razones para desprestigiar toda excelencia; no verá sino los defectos, los errores, las ineficiencias de los hombres mejores, cuya presencia equivale para él una constante humillación. De este modo obtendrá una apariencia de equilibrio entre los demás y él.
Emboscado en su resentimiento, espiará a todo héroe con el ojo fiero del cazador furtivo, complaciéndose en subrayar sus abandonos y sus descuidos."
Testa magnun
EL GUARANGO ARGENTO QUE TAMBIEN ES ENVIDIOSO A SU MANERA
ResponderEliminarOrtega y Gasset que algo conoció a los argentinos nos define magistralmente.
“La palabra argentina a que me refiero es guarango [.,.] El guarango o la guaranga siente un enorme apetito de ser algo admirable, superlativo, único. No sabe bien qué, pero vive embriagado con esa vaga maravilla que presiente ser. [,.,| Mas como la realidad de su vida no corresponde a esa imagen, y no le sobrevienen auténticos triunfos, duda de si mismo deplorablemente. I...)
El guarango es agresivo, no por natural exuberancia de fuerzas sino, al revés, para defenderse y salvarse. Necesita hacerse sitio para respirar, para poder creer en sí. dará codazos al caminar entre la gente para abrirse paso. [...] fingirá tácitamente no reconocer miramientos, ni distancias, ni rangos, ni reglas de trato.
Si es intelectual, su producción no consistirá en la expresión de ideas sustantivas, sino en ataques vacíos y sin congruencia con lo atacado, a veces meros insultos. [...] COMO SE VE ES EL GUARANGO ES LA FORMA DESMESURADA Y MÁS GRUESA DE ESA PROPENSIÓN A VIVIR ABSORTO EN LA IDEA DE SI MISMO QUE PADECE EL HOMBRE ARGENTINO.” [Fuente: José Ortega y Gasset. "El hombre a la defensiva", en Lewatd H. Ernest. Argentina: análisis y auto análisis. Buenos Aires. Sudamericana. 1969)
Testa magnun
Pd bien podría llamarse "la déKada guaranga"
En Argentina, y más en los grupos neocones, despreciar al inteligente es ser humilde, sin advertir que la parábola es fácilmente intercambiable en sus personajes.
ResponderEliminarComo si dijera:
"Y así oraba un humilde al fondo del templo que con temor de levantar la cabeza decía:
-Gracias te doy, Señor, porque me has hecho humilde e ignorante; no como aquél Científico-Filósofo-Inteligente que se cree que por formado puede venir a hablarme de las cosas que vos has reservado sólo a nosotros, que no osamos poner en riego nuestra alma al usar nuestra cabeza, sino que Tu has de guiar cada paso para que caminando así no tropiece-
-Y sentado muy cerquita del sagrario, con la cabeza erguida y los ojos abiertos de par en par, el Inteligente oraba diciendo: Gracias te doy Señor por esta cruz de poder ver, ayudame a hacer ver a los demás a pesar de mi miseria, que no crean que hablo por mis méritos, sino en virtud de lo que Tú me has hecho conocer y que no soy digno de ello-
Por supuesto, el Papa, que había confesado a ambos, a ambos justificó; pero al primero lo nombró secretario en la Congregación para la Doctrina de la Fe Popular."
Dummitry Dummienov
Anónimo de las 0:38.
ResponderEliminarNo entiendo su corrección del texto
bíblico.
La cita está sacada de Straubinger, que no será el más elegante pero sí siempre muy preciso.
Por las dudas, insisto:
"Los que han de perderse en retribución de no haber aceptado para su salvación el amor a la verdad."
es correcto.
Aunque quizás se pudiese rendir como "retribución por no haber aceptado para su salvación el amor a la verdad".
J.T.
Anonimo de las 6:29, esa noticia es falsa, originada en National Report, que viene a ser una especie de revista Barcelona.
ResponderEliminarDon Kurtz:
ResponderEliminar¿Borges enseño en el colegio de Meinvielle? Interesante el asunto, ¿podría explayarse un poco, dar algún dato más, algún libro en que se relate la cuestión (aclaro que no leí la biografía de Castellani por Tollers)?. Desde ya le agradezco lo que pudiera informar.
Marcial Bonaire
Ustedes se van a reír,¿ pero saben qué funciona?
ResponderEliminarPara alcanzar la sabiduría, me dijeron alguna vez, hay que volver con toda simpleza a los viejos catecismos.
Prueben, tomen un Catecismo de San Pío X, al tiempo el de las no sé cuántas preguntas, luego el de Trento, el de algún sacerdote viejo, y así.
Si da vergüenza no lo cuenten. Reencuéntrense con las viejas enseñanzas de tiempos de la primera comunión contadas simplemente.
Se van a llevar más de una sorpresa.
Posiblemente con esto lleguemos a tener alguna efímera sabiduría.
¿Y aquí los inteligentes vienen a ser ustedes?
ResponderEliminarMuy interesante lo de Tollers, como siempre. Magnífica reflexión.
ResponderEliminarNo obstante, le hago una consulta:
Si para la anatomía de la envidia parte de lo universal con cita evangélica y paulina, sigue con lo universal con Lewis, y termina con lo universal (!) con San Felipe Neri, ¿cómo hace para caracterizar este tipo de envidia a partir de lo particular argentino?
Creo sí, que existe en la Argentina una envidia atroz que atraviesa nuestra historia sin que podamos terminar de patentizarla y explicarla. A ella se han referido unos cuantos, Castellani la trató y caracterizó dentro del fariseísmo y Jauretche la intentó explicar desde su sociología sesgada. Y es la envidia al afuera, aunque no a cualquier afuera.Casi siempre ese "afuera" es Europa y casi siempre implica "leer dentro" en cualquier idioma que no sea en lengua de Castilla. Lo penoso, lo ruinoso, lo repetido hasta la nausea, es que esa envidia conlleva una doble patología óptica: la dispercepción de lo ajeno y la apercepción de lo propio. En fin...saludos.
Don Marcial,
ResponderEliminarPor algún lado lo comenta Castellani. Y Sánchez Sorondo (padre) en la entrevista-biografía se refiere a esto.
Si no recuerdo mal, dicho "colegio" funcionó en los '50 durante un tiempo pero no logró reconocimiento oficial. Lo pagaba Meinvielle de su bolsillo y calculo que --como sucedió con el similar de Etcheverry Boneo-- el proyecto se desinfló tras la pastoral del Episcopado que dio inicio a lo que sería la UCA.
La soberbia, el intelectual y la mentalidad vulgar
ResponderEliminar-meditación-
1. La mentalidad vulgar es apriorística
La mentalidad vulgar piensa que la persona que tiene una inteligencia fuera de lo común es soberbia por el simple hecho de tener una inteligencia fuera de lo común. Nunca lo va a formular de esta manera. Pero no lo va a formular de esta manera, simplemente porque es incapaz de reflexionar seriamente sobre los presupuestos tácitos de su comportamiento, de sus reacciones y de sus juicios.
2. La mentalidad vulgar es socrática
Es, efectivamente, una mentalidad socrática, porque no distingue inteligencia y voluntad. La soberbia es un vicio que no reposa sobre la inteligencia, sino sobre la voluntad.
3. La mentalidad vulgar es soberbia
La mentalidad vulgar no advierte de hecho –quizás en el fondo de este no advertir hay un tácito “no querer advertir”– que el intelectual, por ser precisamente una persona que tiene una inteligencia por lo menos un renglón arriba de lo común, conoce más a fondo y mejor las propias limitaciones. Y por eso, en principio, debe ser menos soberbia.
En realidad, lo que ocurre es que en el fondo la mentalidad vulgar estima que el intelectual no tendría que tener el don que tiene. Pensamiento en el cual se oculta una magna soberbia, ya que sólo a Dios le corresponde decidir a quién le da lo que quiere dar.
[Si es verdad lo que presenta la película Amadeus, podemos decir que ésta es una experiencia “mozartiana”. Es ciertamente semejante a lo que pasaba con Mozart: molestaba que siendo un hombre “vulgar” hiciera semejante música. Amadeus respondía repitiendo la acusación: “Yo seré un hombre ‘vulgar’; pero mi música no es vulgar”. El problema de base era que los demás no soportaban que esa música la hiciera “él”. Les molestaba.
Ahora bien, sea lo que sea de la historicidad del hecho, la observación conserva todo su valor].
A la mentalidad vulgar le molesta que el que tiene una inteligencia un renglón por arriba de lo común tenga una inteligencia un renglón por arriba de lo común
...continúa...
La soberbia, el intelectual y la mentalidad vulgar
ResponderEliminar-meditación-
(2ª Parte)
4. La mentalidad vulgar es envidiosa
Para hacer sentir su desacuerdo, la mentalidad vulgar hará notar “subrayado y con mayúscula” cualquier error que cometa la persona de inteligencia no común. Disfrutará como una victoria personal el error del prójimo.
[Esto lleva a la mentalidad vulgar a malentender cualquier situación por haber adoptado ya una perspectiva afectada. Por ejemplo: cuando escuche que el intelectual diga ‘no entender’ un texto que un egipcio le presenta para evaluar, va a dejar escapar en voz alta la frasecita “y, los filósofos también son humanos”. Ni se dará cuenta de que lo que el filósofo en ese caso no entendía era… la letra; pero, más allá del hecho, es claro que el punto –aún cuando ciertamente, haya algo que efectivamente supere al intelectual–, el punto siempre será que se “saborea” y se “paladea” el no saber del otro].
En consecuencia, pondrá de relieve siempre que pueda el defecto ajeno, para rebajar su fama ante los demás. No sólo eso, sino que aún en propia cara lo humillará y rebajará, diciendo –públicamente y/o en su interior–: “le hace falta”. La mentalidad vulgar con esto no nota que es ella la que se autoerige en jueza y superiora, cometiendo un grueso acto de soberbia.
Rebajar al prójimo, sea quien sea, sin tener competencia para hacerlo, sencillamente porque se cree que tenerlo bajo los propios pies es una garantía de la humildad ajena, es una actitud, por lo menos, no cristiana; mucho menos, religiosa.
5. La mentalidad vulgar piensa en abstracto
La idea es de Hegel; y es correcta. Las mujeres del pueblo cuando ven un hombre que va al cadalso dicen: “¡Qué pena!… Era tan lindo…”. Este comentario espontáneo procede de que las mujeres del pueblo espontáneamente ven al hombre desde la perspectiva de su belleza masculina y no con todas las determinaciones concretas que lo hacen un criminal.
Es decir, la mentalidad vulgar siempre va a conceder en abstracto que el intelectual sabe más; pero en concreto, en la vida real, en las cosas de todos los días, NUNCA le dará la razón. Incluso en las discusiones de temas abstractos que se pueden dar todos los días.
6. La mentalidad vulgar es precrítica
La mentalidad vulgar se va a amparar en los recursos conocidos desde la época de Tales de Mileto. No le va a conceder jamás al filósofo la posibilidad de caerse en una piscina porque es un hombre que se puede caer en una piscina, sino que lo va a obligar a caerse porque es un filósofo. Lo que pasa es que como el filósofo piensa cosas inaccesibles para la mentalidad vulgar, la mentalidad vulgar cobra su revancha imponiéndole al filósofo su propio pequeño mundo –el de la mentalidad vulgar– como inaccesible.
La objeción fundamental, formulada teóricamente, es: “el filósofo tiene mucho entendimiento especulativo; pero nada de entendimiento práctico”… Y la mentalidad vulgar va a disfrutar de este principio –per se notum para ella– como de algo que ya le asegura ab initio la victoria en cualquier circunstancia particular, sin detenerse siquiera un instante a considerar su verdadero valor. Con lo que queda inequívocamente confirmado el carácter vulgar, porque mitológico y precrítico, de la mentalidad vulgar: es incapaz de examinar con sinceridad el propio contexto y, por lo mismo, incapaz de modificar la propia perspectiva.
Pero cuando la mentalidad vulgar afirma ese principio, lo hace sin darse cuenta de que la inteligencia del filósofo, además de penetrar en los libros…penetra, precisamente, por ser la inteligencia de un filósofo, interpretativamente en la realidad. Por eso en el principio vulgar se confunde la eventual incapacidad para el trabajo manual, la falta de destreza técnica, con la incapacidad de evaluación del mundo concreto en concreto.
Así está el planeta.
Johannes de Silentio, 15.06.00
Muchas gracias Kurtz por responder, es interesante el tema.
ResponderEliminar¿Para cuándo un post de Wanderer sobre la relación Borges/catolicismo-nacionalismo?.
Porque Borges habrá sido lo que quieran, pero creo nadie duda que era inteligente.
Marcial Bonaire
Estimado Tollers, la corrección que le ha hecho Anónimo de 0:38 es muy pertinente.
ResponderEliminarDe hecho, no siempre Straubinger es muy preciso, y en este caso no parece que lo sea. El texto griego dice literalmente «amor "de" la verdad» (ten agapen tes aletheias), en genitivo. En español es posible poner una construcción con "de" para indicar el objeto directo, incluso algunos verbos la requieren ("cuidar del hijo", donde el hijo es el objeto del cuidado). Podría parecer que «amor "de" la verdad» fuera ese mismo tipo de uso, y justificaría intercambiarlo por «amor a la verdad» para dejar más clara la expresión; pero eso supondría que se tiene bien en claro que la expresión original significa «amor a la verdad» y no significa ninguna otra cosa.
Ahora bien, que la expresión original no significa claramente «amor a la verdad» surge de muchos indicios, no menor son dos variantes de manuscritos que dicen respectivamente "el amor de Dios" (que va en la línea de la corrección de Anónimo), y otra que dice "el amor de la verdad de Cristo" (que parece ir en la línea de "el amor a la verdad").
Daría la impresión de que las dos variantes han tratado de aclarar (cada una hacia un lado) un concepto percibido como oscuro en su redacción habitual. Naturalmente la redacción aceptada es esta variante mayoritaria «amor "de" la verdad», con toda la ambivalencia (quizás riqueza de significado) que comprenda. Pero si luego, al traducirla, se pasa redondamente por encima del problema y se le da un significado unívoco que no reproduce esa riqueza original, ¿se caracterizaría esa traducción como precisa o como reductiva?
Gracias Abel.
ResponderEliminarMuy interesante, por cierto.
Habrá que ponerse a estudiar un poco más.
J.T.
Les puedo asegurar que parte de la contínua persecuta al famoso Urrutigoity es que le tienen envidia. Salvo tres obispos que supieron apreciarlo: Williamson, Timlim y Livieres
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