Páginas

sábado, 27 de noviembre de 2021

La deposición de un obispo y otros actos vergonzosos

 


[Las reacciones a Traditiones Custodes siguen causando asombro y revelando el verdadero rostro de muchos pastores católicos. La semana pasada, el cardenal Sarah dio una nueva muestra de coraje y parresía. Declaró a Le Figaro: « Creo que el papa Francisco ha explicado claramente su intención en las diversas visitas ad limina de los obispos franceses y polacos.  Su objetivo no es de modo alguno suprimir la liturgia tradicional. Él es consciente de que numerosos jóvenes y familias están profundamente unidos a ella. Y él está siempre atento a ese instinto de la fe que se expresa en el pueblo de Dios”. Le faltó aclarar al cardenal africano, que esa particular atención para detectar el instinto católico del pueblo de Dios, Bergoglio lo usa para exterminarlos. 

Y a continuación, una interesante reflexión de nuestro columnista Eck sobre la actitud misericordiosa del obispo de Córdoba (España) para con los sacerdotes y fieles apegados a la liturgia tradicional.]






por Eck


De internis neque Ecclesia

(Adagio preconciliar)


Introducción


Presentamos aquí un pequeño comentario de un texto que es en sí mismo anodino. En ella un obispo depone testimonio de su aplicación particular del Motu papal. No contiene grandes análisis canónicos como si hubiesen salido de la mano del propio Graciano, ni la caricatura desopilante de los obispos de Costa Rica, esos grandes moderadores de la liturgia, capaces de ordenar, llevados por su furor antitridentino, que la liturgia se celebre en quechua antes que en español, descendiente del preconciliar y malvado latín. A pesar de todo, tiene su interés precisamente por su intrascendencia, pues nos muestra de manera más marcada las grandes fallas de la actual iglesia en España y el mundo y de su forma mentis sin florituras ni sutilezas varias.

El decreto puede leerse aquíFue publicado por el actual obispo de Córdoba (España) Demetrio Fernández y dado a conocer en varios medios de España.


Comentario


Prólogo


Como podrá ver el lector, el prólogo es un párrafo refrito de la Traditionis Custodes en sus afirmaciones de que los obispos son custodios de la Tradición y de su función de moderadores y promotores de la liturgia en sus diócesis encomendadas, teniendo la exclusiva competencia de autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 si el tiempo clerical lo permite y con permiso de la  autoridad incompetente. La única falsedad que se encuentra aquí es llamar "orientaciones" a lo que son reglas de obligado cumplimiento, típica fraseología hipócrita para encubrir una norma autoritaria bajo la "voluntariedad" de quienes tienen el deber de cumplirlas sino quieren ser castigados por rebeldes.  


Cánones


Los cánones son una mera trasposición del Motu pero contienen algunas añadiduras de gran precio de la mentalidad episcopal sobre sacerdotes y fieles. De la alta cultura jurídica de su composición, tan digna de Treboniano, puede dar constancia la comparación entre los cánones 1, 2, 3 y el 8 tan contradictorios entre sí. En uno se autoriza la celebración de la misa solamente a un sacerdote o su sustituto, designado por él o su vicario; otro artículo determina un lugar y hora fijos para toda la diócesis y después pasa exponer sin solución de continuidad que el art. 5 de la Carta obliga a cualquier sacerdote que desee continuar con las celebraciones del Misal Tradicional a tener que contar con la autorización del obispo cuando... él mismo las revocó en los artículos anteriores.


La primera perla va a los sacerdotes:

"Nº4 El sacerdote (...) debe estar dispuesto a celebrar la Eucaristía utilizando el Misal Romano de Pablo VI (...) cuando la necesidad lo requiera (sic). Si tiene dificultad de conciencia para celebrar con el Misal de Pablo VI, no tendrá licencia en esta diócesis para celebrar la Santa Misa con el Misal Romano de 1962."


La demasía y exorbitancia de este obispo le supura por los poros con este mandato tan contrario a la libertad de conciencia, tan cacareada en otros menos nobles ámbitos. Mientras S. Agustín proclama in necesariis unitas, in dubiis libertas et in omnibus caritas, este Tirano Banderas con ínfulas se entromete en la conciencia de los sacerdotes y sin encomendarse ni al Diablo prohíbe la celebración a quienes tengan dificultad de conciencia. Con ortodoxos y anglicanos u otras religiones no se tienen estos tiquismiquis ni escrúpulos y hasta se les ceden templos para sus cultos heréticos o idolátricos. Eso sí, mientras también los catequistas y profesores de religión españoles enseñan de acuerdo con los criterios y libros de la Conferencia Episcopal que hacen que el Catecismo Menor de Lutero sea un dechado de pura ortodoxia y Calvino un Padre de la Iglesia. Aquí sí que no hay dificultades de conciencia al parecer...


Segunda perla se refiere a los fieles:

"Nº 5 Aliento a este grupo de fieles de la Diócesis para que vivan su singularidad sin excluir la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del C. Vaticano II y del Magisterio de los S. Pontífices (art. 3). Prueba de ello es que en otras ocasiones asistirán también a las celebraciones de la liturgia renovada por S. Pablo VI y S. J. Pablo II."


Hemos tenido en Andalucía y en el resto de España presidentes y juntas de cofradías y asociaciones religiosas llenas de adúlteros, homosexuales activos y políticos abortistas, pero nunca ningún obispo ha levantado su vocecita aflautada contra esta conculcación pública de la moral cristiana delante de todo el pueblo católico y, sin embargo, se obliga a unos fieles a la asistencia obligatoria a las liturgias renovadas para probar su trágala a los deseos episcopales. En verdad, es una humillación pública a los fieles amantes de la misa tradicional el ordenar dar esta muestra de sumisión tan innecesaria como humillante al poner en duda su fidelidad a la Iglesia y más viniendo de un obispo perfectamente conocedor de su lealtad. Además del ridículo pues supone que, para comprobarlo fehacientemente, se tuviera que pasar lista de los asistentes a ambos ritos como en la escuela y de que se iría al guano la libertad de los Hijos de Dios para adorar al Altísimo como deseen con cultos legítimos de la Iglesia. Quizás en esto se encuentre la "singularidad" de la que se habla, sobre todo tras el Diktat del Vaticano II...


Tercera perla de este collar:

"Nº 7 (el sacerdote encargado del grupo de fieles) facilitando la comunión eclesial a aquellos católicos que se sienten vinculados a unas formas litúrgicas anteriores y no a otras posteriores"


Mal se puede facilitar una comunión eclesial cuando se tiene ya plena por ser fieles católicos de pleno derecho y provenientes en su gran mayoría del Novus Ordo. Es decir, nada de sentimientos de vinculación a un pasado desconocido sino plena elección de lo que consideran mejor para su salud espiritual. La presencia lefebvriana en España es tan testimonial y desconocida que es más fácil encontrar un ba´hai, al que buscan con lupa para su aquelarres ecuménicos, que a miembros de S. Pío X pero hay que arrear y poner la sombra de la sospecha y del cisma en fieles normales y corrientes que quieren dar culto a Dios como esos miles de mártires lo hicieron en tiempos muy cercanos y a los que estos fariseos les elevan ahora sepulcros, ceremonias y libros mientras ayudan a terminar la obra de descristianizar España de sus perseguidores y asesinos con su inanidad, cobardía y mutismo.


Conclusión


Este testimonio episcopal depone un gran ejemplo de la obra y maneras de la mayoría de los antistites españoles, palidísimos reflejos lunares del Vaticano, incapaces tanto del gesto gallardo de desacuerdo, dando todos los permisos posibles, como del convencido con las intenciones patentes de Francisco, prohibiendo por entero la Misa Tradicional con trompetas. Ni siquiera se acercan a una mera obediencia a la letra dejando las cosas como estaban, sino que quieren demostrar su obediencia felpúdica pero guardando las buenas apariencias burguesas de Tartufo. Por ello su mayor odio es para quienes destapan su doble juego y para las víctimas inocentes que con su mera existencia les incomodan en el disfrute de sus merecidísimos cargos funcionariales. En tres palabras, tibios, zotes y fariseos.

Pero lo más grave es su pretensión de entrometerse en las conciencias de sacerdotes y fieles de esta manera tan sectaria en cuestiones prudenciales y donde no hay ni sombra de pecado ni herejía, juzgando, poniendo a prueba a fieles y sacerdotes con trágalas injustos contra su libertad y conciencia cristianas y castigando a los recusantes injustísimamente mientras pasan olímpicamente de conductas y prácticas escandalosas donde si tienen el deber de aplicar la vara dada por Dios en defensa de Su rebaño. Por ello pongo que el adagio tan conocido como preconciliar porque estos si juzgan de las cosas internas, reservadas sólo a Dios y ahora, inspirados por cierto espíritu conciliar, quizás haya cambiado el tema...por mucho que se diga: "Quien soy yo para juzgar".




[Preguntas que se me ocurren: ¿Por qué los sacerdotes que celebran la misa tradicional deben demostrar su fidelidad a la Iglesia concurriendo algunas veces al años a la misa renovada y, en cambio, los sacerdotes que sólo celebran la misa renovada no deben demostrar su fidelidad a la Iglesia de más veinte siglos, y que no se fundó en 1970, celebrando ocasionalmente el rito de S. Pío V? Porque si este es el criterio que tiene don Demetrio, debería ser aplicado también a otros ámbitos. Por ejemplo, para demostrar que los sacerdotes latinos no tienen ninguna objeción contra el matrimonio, debería convivir con una mujer more uxorio, al menos una semana por año, aunque creo que es mejor no dar ejemplos que pueda ser oídos en la curia parisina].

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Estrategias

 


    Desde el comienzo del pontificado de Francisco, en este blog propiciamos, en materia litúrgica, una estrategia de perfil bajo, de no hacer olas, o de hacernos los muertos para que no nos mataran. Y lo hicimos basados en un hecho que conocíamos muy bien como argentinos: a Bergoglio no le interesa la liturgia y es absolutamente incapaz de entenderla. Por tanto, nunca iba a tener un problema doctrinal con la cuestión litúrgica. En todo caso, el conflicto podía darse si los defensores o protectores de la liturgia tradicional le ocasionaban un problema que sí fuera válido para él. 

    Y la estrategia funcionó por más de ocho años: Bergoglio no hizo nada contra la liturgia tradicional e incluso favoreció en lo que pudo a la FSSPX. Y lo hizo resistiendo presiones fuertes del episcopado italiano —completamente bugniniano— y de lobbistas más o menos impresentables como Andrea Grillo. 

    Con Traditiones custodes el panorama cambió rotundamente. Bergoglio no solamente decidió el exterminio de la liturgia tradicional sino que lo hizo adoptando los fundamentos más extremistas, y también menos sólidos, del mencionado Grillo. Algo pasó en el medio y sólo podemos hipotizar qué fue. Estimo que habrán sido varios factores: a las presiones italianas se sumó que los obispos americanos son, en su mayoría, valedores de la liturgia tradicional, y el Papa los considera sospechosos o abiertos enemigos de su pontificado (como buen peronista con un fuerte ingrediente del nacionalismo argentino sabe que todos los americanos son malos. Yankee, go home!). No sería raro que Traditiones custodes haya sido una represalia jesuítica de causar daño a los americanos —obispos y fieles—, a los que tanto detesta. 

    En las últimas semanas hemos conocido la carta del Mons. Roche al cardenal Nichols, y la prohibición casi total de las celebraciones tradicionales en Roma por parte del cardenal vicario Angelo de Donatis. Estos dos hechos son significativos por su gravedad. Se trata de aplicar la  solución final, la desaparición completa de la liturgia tradicional. Esto supone, entre otras cosas, el estrangulamiento o el exterminio a través de otros medios no menos crueles, de los institutos que nacieron orientados a esa liturgia, como la Fraternidad San Pedro, el Instituto Cristo Rey de Gricigliano o el Instituto del Buen Pastor. Hace poco tiempo, Bergoglio dio alguna pista al respecto al alertar a los obispos italianos acerca de un gravísimo peligro: los seminaristas rígidos. Dijo: "Hemos visto con frecuencia seminaristas que parecían buenos, pero rígidos. Y la rigidez no es del buen espíritu".  Pareciera que el Romano Pontífice prefiere seminaristas guarros y mundanos, que no parezcan buenos. De ese modo, los superiores se garantizarán que sea un joven flexible y fofo, alejado de cualquier tipo de peligrosas rigideces, como rezar el rosario diariamente o el oficio divino en latino, si es que no se le ocurre usar sotana. 

    La aniquilación de los institutos tradicionales significará también dejar a la intemperie a decenas de miles de (rígidos) fieles de todo el mundo, que son incapaces de adaptarse a los nuevos aires eclesiales. Si esto sucediera, y la lógica indica que debe suceder, el Papa Francisco podría competir con Enrique VIII sobre quién eliminó la mayor cantidad de monasterios e iglesias católicas durante su reinado.

    Esta situación ya la vivió la Iglesia durante el pontificado de Pablo VI. Y la única reacción en esa ocasión fue la de Mons. Lefebvre y de quienes lo siguieron, que pasaron a ser considerados perros impuros por todos los católicos, jerarquía o simples fieles. Era preferible un mormón o un musulmán a un lefebvriano. ¿Pasará lo mismo en esta ocasión?

    No me parece. Creo que habrá un resistencia mucho mayor y más numerosa. Un primer hecho a tener en cuenta es que en esta ocasión los obispos tienen un mayor poder de decisión, y en su mayoría, sea por el motivo que fuere, son más bien remisos en la aplicación de Traditiones custodes. No vemos, salvo excepciones como la de Roma, que estén construyendo cámaras de gas para encerrar a los tradicionalistas y aplicar la solución final exigida por los oficiales vaticanos. Y esto ocurre, a mi entender, porque los obispos se están tomando un poco más en serio su función de maestros y pastores de su grey y aumentando su conciencia de que no son meros delegados del obispo de Roma. Paradójicamente, están volviendo a la posición tradicional —la que sostuvo la Iglesia hasta bien entrado el siglo XIX—, del poder y autonomía de los obispos.

    En segundo lugar, las exigencias de Bergoglio aparecen cuando su pontificado ya está ajado y su credibilidad se ha disuelto. Ya todo el mundo sabe quién es el porteño ramplón que logró encaramarse al solio petrino sin tener las menores cualidades para tamaña función, y aplicarán con cuidado las indicaciones que vengan de Roma, no sea que, por obedecer al Papa, causen un daño enorme a las almas que les fueron confiadas. Y lo cierto es que aún hay muchos obispos que conservan la fe.

    Finalmente, hay un hecho que tampoco puede pasarse por alto. Bergoglio está acelerando la intensidad de su poder destructor, y la liturgia tradicional no es más que un aspecto de esa, su obra. Y esto causará reacciones católicas en muchos, más allá de que no sean simpatizantes de la liturgia tradicional. Specola nos ilustró la semana pasada sobre dos hechos que están sucediendo y de los que no se habla mucho. En primer término, la orden de destruir la vida contemplativa que, para Bergoglio, no tiene ya ningún sentido en el siglo XXI. Las órdenes contemplativas no gustan, se presentan como inútiles y desde los organismos del Vaticano pretenden eutanasiarlas ante su resistencia a desaparecer. Aconsejo la lectura de esta entrada, que revela la gravedad de la situación. Y en segundo término, y como allí mismo se explica, la intención es el exterminio también de los movimientos. Ya lo hizo con el monasterio de Bose —y convengamos que era de los más afines a Francisco—, lo comenzó a hacer con Comunión y Liberación hace pocos meses, y no tengo dudas que pronto será el turno del Opus Dei.

    Si Dios, en su sabiduría infinita e incompresible para los hombres, sigue manteniendo con vida a Bergoglio y éste continúa con su plan destructor, seguramente será hora de pensar en otras estrategias. 

domingo, 21 de noviembre de 2021

La liturgia, la comunión en la mano y un cuento de Navidad. Entrevista a Natalia Sanmartín Fenollera




Hay quienes piensan, entre ellos algunos intelectuales católicos, que el tiempo que nos toca es el mejor tiempo posible para vivir. ¿Qué opina sobre esa afirmación?

Depende de cómo se interprete la frase. Todos vivimos en el tiempo en el que debemos vivir, porque todo nuestro ser, incluidas las circunstancias en las que hemos nacido, forman parte de la voluntad de Dios, así que en ese sentido no tengo problemas con la idea. Pero si ese “mejor” se extiende a la época en sí, a la idea es que esta es la mejor de las épocas, entonces no estoy de acuerdo. Es muy difícil juzgar el momento en el que uno vive, nunca hay perspectiva suficiente, pero me parece evidente que estamos inmersos en una época cada vez más oscura, hostil y brutal, aunque se defina a sí misma como tolerante y civilizada, en la que todo el orden cristiano se está derrumbando con enorme rapidez. Esta especie de veneno ha penetrado también en la Iglesia mediante una labor de desgaste, confusión y secularización que no ha comenzado hoy, pero que se está acelerando cada vez más. Es una crisis que tiene una característica inquietante, el hecho de que hay una enorme cantidad de gente que no la ve.


¿No es una visión demasiado pesimista o incluso desesperanzada?

Creo que es una visión dolorosa, sí, pero realista, y que no tiene nada que ver con la desesperanza, sino con abrir los ojos y ver dónde estamos y qué es lo que tenemos delante. Me parece fundamental asumir que vivimos en una cultura que no solo ha dejado de ser cristiana, sino que apenas es ya cristianizable, que no solo es indiferente a la fe, sino radicalmente hostil a ella. Pero esto no excluye la esperanza, porque nada de lo que sucede ni en el mundo ni en la Iglesia es gratuito; Dios lleva las riendas de la historia. A nosotros nos toca lo que siempre ha tocado a los cristianos, preservar lo que se nos ha dado, conservar la fe de los apóstoles, no una nueva fe, sino la fe que la Iglesia ha custodiado a lo largo de los siglos, y hacerlo para nuestra salvación y la de los que vengan detrás de nosotros.


Usted da una gran relevancia a la liturgia y ha hablado en muchas ocasiones de la misa tradicional, que está muy presente en este cuento de Navidad. ¿Qué relación hay entre fe y liturgia y por qué es tan importante?

La Iglesia enseña que lo que se reza es lo que se cree, por eso la liturgia ha expresado a lo largo de los siglos la fe milenaria de la Iglesia, lo que ésta siempre ha creído, y por eso es tan importante protegerla y preservarla. La liturgia se nos ha dado en primer lugar para rendir culto a Dios, pero también es una escuela de fe y de piedad para nosotros. Eso explica, y puedo decirlo porque lo he vivido personalmente, la fuerza de conversión que tiene la liturgia tradicional, el modo en que expresa las grandes verdades cristianas. Para mí la misa tradicional es inseparable de mi fe, descubrirla me trajo de vuelta a la práctica religiosa y puso luz donde las clases de religión, las catequesis y las convivencias escolares pusieron confusión. Su reverencia, su misterio, su riqueza y su fuerza enseñan con mucha más claridad que el mejor de los catecismos verdades eternas, como la presencia real, el valor sacrificial de la misa o la sacralidad del culto a Dios.


El motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco ha limitado recientemente la misa tradicional. ¿Cómo ha recibido en su caso esa decisión?

Con estupor, con dolor y una enorme sensación de impotencia. Como la mayoría de los que amamos la liturgia tradicional, yo nací después de la reforma litúrgica y descubrí la antigua misa casi por casualidad, en la medida en que un cristiano puede creer en la casualidad. He madurado mi fe gracias a ella y gracias también a los esfuerzos del Papa Benedicto XVI, que quiso ponerla al alcance de todos los fieles como el tesoro de la Iglesia que es. Él recordó que lo que la Iglesia católica ha considerado sagrado en el pasado tiene que seguir siendo sagrado. Por eso, a poco que uno tenga presente el principio de no contradicción y no abdique de la razón, la primera reacción ante lo que está ocurriendo es como mínimo de incredulidad.


En el motu proprio se habla de los fieles como nostálgicos de otros tiempos, pese a la juventud de una gran parte de los católicos de misa tradicional y el creciente número de vocaciones. ¿Se puede sentir nostalgia de una misa que no se conoció?

Es evidente que no. Y que basta con abrir los ojos para ver que esa descripción no se corresponde con la realidad. Tengo una relación muy estrecha con monasterios benedictinos, como Clear Creek o Le Barroux, que celebran la liturgia tradicional, me he encontrado con muchas personas de muy distintas procedencias, muy diferentes entre sí, en muy distintos países, que acuden a misa tradicional, algunos en sus parroquias, otros en monasterios y otros en lugares con presencia de institutos sacerdotales tradicionales, como es mi caso en Madrid. Hay una enorme cantidad de familias y de jóvenes, generaciones de católicos que ya han sido bautizados y educados en la antigua liturgia, escuelas, universidades, congregaciones y seminarios que aman y celebran esta misa, la misma que santificó a tantos grandes santos de la Iglesia. Y hay también un creciente número de seminaristas y sacerdotes diocesanos que quieren conocerla y celebrarla. Afortunadamente, la mayor parte de los obispos conocen que esta realidad y están siendo prudentes al aplicar el motu proprio en sus diócesis. Pero no hay duda de que vienen tiempos difíciles, que exigirán mucha oración, mucha fe y fortaleza.


¿Cree que Traditionis Custodis acabará con la misa tradicional?

Creo que hay un elemento importante que TC no ha tenido en cuenta. Los católicos tradicionales no pertenecen a ningún movimiento, no forman una organización, no es una realidad homogénea, no es una estructura que se puede disolver, hay todo tipo de personas entre ellos, como es propio de la Iglesia. Pero la mayor parte de ellas tienen algo en común: han sacrificado mucho por la misa, han pagado un precio alto por un tesoro que han encontrado enterrado en el campo, y están acostumbrados al esfuerzo. Mi experiencia es que una vez que conoces la misa tradicional no es sencillo volver atrás, no se vuelve atrás. Y en último término, las cosas son bastante simples si se miran con perspectiva: pese al daño y el dolor que ha generado el motu proprio, y las dificultades que vendrán, los cristianos nacemos y morimos, los pontificados comienzan y se acaban, pero la antigua liturgia de la Iglesia permanece. Ha sobrevivido a los siglos, y no dudo de que seguirá haciéndolo.


En una entrevista reciente, usted se ha posicionado en contra de la comunión en la mano. ¿Por qué?

Creo que la historia de la comunión en la mano es la historia de un caballo de Troya. Siempre me llama la atención que se hable tanto sobre las tensiones que vivió el Papa Pablo VI por la encíclica Humanae Vitae y tan poco sobre las que le produjo este conflicto y sobre el modo en que intentó reconducirlo. Durante su pontificado, él reafirmó la que sigue siendo la ley general de la Iglesia en este ámbito, la comunión en la lengua, y estableció un indulto, una excepción, para resolver el problema de algunas regiones donde la comunión en la mano se practicaba en abierta desobediencia a Roma, entre ellas Bélgica, Holanda y Alemania. La decisión le produjo mucho sufrimiento, porque no era partidario de la medida, como tampoco lo fueron la mayoría de los obispos que consultó antes de tomarla. Temía que hacerlo debilitase la fe en la presencia real de Cristo en el sacramento, un temor que él mismo confirmó más tarde y que le llevó a limitar el indulto, aunque no logró evitar que la práctica se generalizase. Lo terrible de todo esto es que lo que nació como una respuesta pastoral a una desobediencia se ha convertido en una práctica generalizada y hasta impuesta, como hemos visto en esta pandemia, en la que se ha aplastado de forma intolerable la piedad y los sentimientos religiosos de todos los fieles que comulgamos como prescribe la ley de la Iglesia.


¿Y qué supone personalmente para usted?

Para mí es una cuestión fundamental de adoración y de veneración a Dios. Si se cree no solo intelectualmente, sino también, por decirlo así, con las entrañas, que Cristo está realmente en el sacramento, la única actitud posible es postrarse de rodillas ante Él y recibirlo como hicieron los grandes santos, los mártires y la inmensa mayoría de los cristianos que nos han precedido.


En su cuento de Navidad una madre le explica a su hijo que la muerte no es el final, sino «un despertar». En un mundo que no quiere pensar en el misterio de la muerte, ¿tiene sentido tratar de explicársela a un niño?

Es cierto que la muerte es un misterio, pero también lo es que la revelación y la doctrina de la Iglesia arrojan luz sobre ese enigma, no es una realidad de la que no sepamos absolutamente nada. A mí me parece que en la educación de un niño cristiano la muerte tiene que ocupar su lugar, porque sin ella no se puede explicar qué es el hombre, por qué es como es y por qué debe ser redimido y salvado. ¿Cómo se explica la redención o el pecado original sin hablar de la muerte? Hay un temor natural a la muerte, pero creo que a un niño puede explicársele, en su lenguaje y poco a poco, lo que sabemos de ella y de lo sucede tras ella. Sin esa explicación, la vida humana es un rompecabezas sin sentido.


Su cuento de Navidad es un cuento sacramental, lo ha explicado en más de una ocasión. ¿Es posible contemplar el mundo de forma sacramental?

Simone Weil dice en uno de sus escritos que resultaría absurdo que cualquier iglesia, construida por manos humanas, esté repleta de símbolos, y que el universo no esté infinitamente lleno de ellos. Sólo hay que leerlos. Yo creo que es así y que esa es la manera correcta de contemplar la creación, el orden que Dios ha impreso en el mundo, el secreto de un mundo que vemos de espaldas, en esa imagen tan hermosa de Chesterton. El cuento de Navidad, que escribí para los benedictinos de Barroux, cuenta la historia de un niño que le pregunta insistentemente a Dios, durante tres años, si la Navidad existe, si es real, y de cómo Dios escucha y responde a esa voz.


En el cuento se reza, y se reza en latín. ¿Por qué?

Mi madre y mi abuela me enseñaron a rezar las letanías del rosario en latín, no los misterios, pero sí las letanías, y para mí es natural hacerlo así; rezarlas en vernácula me resulta extraño. También es lo más natural en el contexto del cuento, porque es la historia de un niño criado en un entorno católico tradicional. El latín sigue siendo la lengua de la Iglesia, es un idioma dulce y musical, con un significado que no cambia, y eso es parte de su belleza.


En el cuento vuelva a plantear la idea del alejamiento del mundo, de un mundo en el que cada vez es más difícil educar en el fe cristiana, pero del que pocos pueden separarse. ¿Cómo afrontar ese reto?

Es una pregunta muy difícil de responder. La Iglesia ha enseñado siempre que un cristiano debe tener una sana distancia con el mundo, vivir en el mundo, pero no pertenecer a él. Esto me parece muy evidente ahora, cuando la secularización, el error y la confusión han roto todos los diques fuera y dentro de la Iglesia. Hoy no basta con elegir un colegio católico o enviar a los niños a catequesis, porque muchos colegios católicos transmiten algo que ya no es posible considerar catolicismo, y lo mismo ocurre en un buen número de parroquias. Yo creo que son las familias, y en especial las madres en los primeros años, las que deben asumir esa función, las que deben inculcar y transmitir la fe. Un niño católico debería crecer en un entorno de piedad católica, con toda su fuerza, su poesía y su belleza, y con una liturgia que le acerque al misterio y la adoración.


¿En algún momento se propone evangelizar desde la literatura o esta idea está lejos de su pensamiento cuando escribe?

No me propongo evangelizar al escribir, sino simplemente hablar de cosas que me parecen buenas, valiosas y verdaderas, que son importantes para mí y creo que es importante defender, y son pocas. El cardenal Newman cuenta en sus diarios que nunca escribió una línea sin una razón, sin un motivo que en su opinión justificase hacerlo. Yo creo en ese principio, y trato de seguirlo.


Fuente: Infovaticana.

jueves, 18 de noviembre de 2021

La suprema autoridad de la Congregación para la Doctrina de la Fe no puede ser desafiada por una declaración

 


por Roberto de Mattei


Una declaración que se opone a "la licitud moral de las inyecciones experimentales de COVID-19 contaminadas por el aborto" (en adelante, Declaración) lleva varios días circulando entre los católicos, a título particular, para recoger firmas de religiosos y laicos en oposición a la "recepción de estos productos moralmente contaminados, peligrosos e ineficaces, junto con los injustos mandatos para su recepción que se imponen a millones de estudiantes y trabajadores en todo el Occidente cristiano". 

Lo que nos impulsa a criticar esta Declaración antes de su publicación es la estima que tenemos por algunos de los promotores de la iniciativa. En efecto, estamos convencidos de que la declaración según la cual los que se vacunan cometen un pecado representa un grave error que se opone a la Congregación para la Doctrina de la Fe y al consenso de eminentes teólogos morales y bioéticos (entre ellos, S.E. el Cardenal Willem Eijk, el P. Ezra Sullivan O.P., el Prof. Josef Seifert, el Dr. Joseph Shaw, el National Catholic Bioethical Center, el P. Arnaud Sélégny). Además, es una opinión que siembra problemas de conciencia injustificados y representa un verdadero “gol en contra", como define el periodista italiano Francesco Boezi las frágiles tesis del segmento antivax del mundo tradicionalista. Estos católicos, según Boezi, amenazan con comprometer la credibilidad de todo un frente, dejando a los progresistas la vía libre para el futuro.

La Declaración, tal y como ha llegado a nosotros, se compone de veinticuatro puntos introducidos con el término jurídico "considerando", seguidos de una breve conclusión que, basándose en el preámbulo, presenta las razones para el rechazo de la “licitud moral de las inyecciones experimentales de COVID-19 contaminadas por el aborto".

Los dos primeros puntos de la Declaración se refieren a los pasajes de la constitución Gaudium et Spes (51 §3, 27) y de Evangelium Vitae (nº 58) que reafirman la condena del aborto. Habría sido bueno precisar que se trata de una condena que forma parte del Magisterio de la Iglesia desde tiempos inmemoriales y que es confirmada por estos documentos.

El cuarto y el quinto preámbulo se refieren a la Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas anti-Covid 19, publicada el 21 de diciembre por la Congregación para la Doctrina de la Fe (Nota). 

Según este importante documento, "es moralmente aceptable recibir vacunas Covid-19 que han utilizado líneas celulares de fetos abortados en su proceso de investigación y producción" (nº 2, énfasis en el original). "La razón fundamental para considerar moralmente lícito el uso de estas vacunas es que el tipo de cooperación al mal (cooperación material pasiva) en el aborto provocado del que proceden estas líneas celulares es, por parte de quienes hacen uso de las vacunas resultantes, remoto. El deber moral de evitar esa cooperación material pasiva no es obligatorio si existe un peligro grave, como la propagación, de otro modo incontenible, de un agente patológico grave —en este caso, la propagación pandémica del virus SARS-CoV-2 que causa el Covid-19. Por lo tanto, debe considerarse que, en tal caso, todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y eficaces pueden utilizarse en conciencia con la certeza de que el uso de dichas vacunas no constituye una cooperación formal con el aborto del que proceden las células utilizadas en la producción de las vacunas. Hay que subrayar, sin embargo, que el uso moralmente lícito de este tipo de vacunas, en las condiciones particulares que lo hacen, no constituye en sí mismo una legitimación, ni siquiera indirecta, de la práctica del aborto, y supone necesariamente la oposición a esta práctica por parte de quienes hacen uso de estas vacunas" (n. 3). La Nota de la Santa Sede añade que "la razón práctica hace evidente que la vacunación no es, por regla general, una obligación moral y que, por tanto, debe ser voluntaria. En cualquier caso, desde el punto de vista ético, la moralidad de la vacunación depende no sólo del deber de proteger la propia salud, sino también del deber de perseguir el bien común (n. 5, énfasis en el original). A falta de otros medios para detener o incluso prevenir la epidemia, el bien común puede recomendar la vacunación, especialmente para proteger a los más débiles y expuestos. Sin embargo, quienes, por razones de conciencia, rechazan las vacunas producidas con líneas celulares de fetos abortados, deben hacer todo lo posible para evitar, por otros medios profilácticos y un comportamiento adecuado, convertirse en vehículos de transmisión del agente infeccioso. En particular, deben evitar cualquier riesgo para la salud de aquellos que no pueden ser vacunados por razones médicas o de otro tipo, y que son los más vulnerables".

La Declaración resume la Nota de la Santa Sede, estableciendo que "afirma explícitamente que sigue existiendo el 'deber moral de evitar tal cooperación material pasiva' en el crimen del aborto mediante el uso de dichas inyecciones; sin embargo, explica que este deber 'no es obligatorio' en presencia de un 'grave peligro' que puede ser evitado por la 'vacuna', y cuando no se dispone de una terapia alternativa 'éticamente irreprochable Covid-19'". Esto permite al autor de la Declaración añadir al punto 6: "Mientras que en ausencia de al menos estos criterios sigue siendo moralmente ilícito recibir dichas inyecciones". Esto no es exacto si se lee atentamente el texto.

Implícitamente se reconoce a la Congregación para la Doctrina de la Fe como autoridad suprema en el ámbito de la fe y la moral, pero en el preámbulo posterior (nº 6) se afirma que: "A pesar de que la Nota expresa la opinión de que la actual "propagación pandémica del virus SARS-CoV-2 que causa Covid-19" constituye el "grave peligro" necesario para justificar el uso de vacunas contaminadas por el aborto, tal juicio está más allá de la competencia de los obispos para emitirlo de forma autorizada, ya que su competencia se define como propia de los ámbitos de la fe y la moral (LG 25)".

Con estas palabras, la Declaración intenta socavar la credibilidad de la Nota de la Santa Sede, afirmando que la competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe se limita al ámbito de la fe y la moral y no se extiende al de la medicina. Por lo tanto, la Nota carecería de valor, ya que se basa en datos científicos falsos o inexactos. A partir de este punto, o del preámbulo no. 7 al núm. 21, la Declaración reúne una serie de datos científicos según los cuales la pandemia del Covid-19 no constituye un peligro grave y las vacunas son un instrumento ineficaz e incluso perjudicial para detenerla.

Argumentando de este modo, los redactores de la Declaración afirman haber llegado a conclusiones morales opuestas a las de la Congregación para la Doctrina de la Fe, basándose en datos científicos, al tiempo que acusan a la Congregación para la Doctrina de la Fe de ser incompetente en el ámbito científico. La pregunta es obvia: ¿cuál es la competencia científica de quienes redactaron el documento? ¿Y por qué es lícito que los particulares formulen un juicio moral basado en datos científicos si la Congregación para la Doctrina de la Fe no puede hacerlo?

Los datos en los que se basa el juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe son los universalmente aceptados por las autoridades sanitarias de todas las naciones del mundo. ¿Son los datos falsos? Si partimos del principio de que todas las instituciones nacionales o internacionales mienten, toda la medicina moderna y la atención hospitalaria se derrumban. ¿Cómo la sustituimos? De hecho, la existencia de una pandemia, con innumerables millones de casos confirmados y millones de muertes en el mundo es un hecho que entra dentro de la experiencia concreta de cada uno de nosotros, incluso antes de tener en cuenta los datos de la OMS que indican que ha habido 250 millones de casos confirmados y 5 millones de muertes. Y la evidencia es la base de cualquier juicio filosófico y moral. Por otra parte, los antivacunas que hoy niegan la gravedad de la enfermedad suelen ser los mismos que durante mucho tiempo negaron su existencia (y en parte siguen haciéndolo). ¿Cómo es posible imaginar que algo que no existe es, al mismo tiempo, poco grave? 

Tras esta larga e impropia intromisión en el mundo científico, los preámbulos 22, 23 y 24 de la Declaración vuelven a proponer como verdad indiscutible la tesis de la ilegitimidad moral de la vacunación contra el Covid-19, basándose en un texto del padre Michael Copenhagen (ya refutado a fondo por el doctor Joseph Shaw): "Considerando que un análisis moral más profundo revela una objeción prohibitiva al observar que el receptor de cualquier inyección de este tipo se convierte en "un participante inmediato en la comisión del robo continuo de restos humanos obtenidos mediante el asesinato deliberado, su profanación mediante la explotación y el tráfico, así como la omisión final de enterrarlos respetuosamente".

La Declaración concluye con estas palabras "Nosotros, los abajo firmantes, afirmamos por la presente que, incluso suponiendo que una persona se oponga plenamente a que estas vacunas basadas en genes estén contaminadas por el horrendo crimen del aborto, que debido a la presencia de cualquiera de las tres condiciones siguientes referidas anteriormente, sigue siendo objetivamente ilícito que una persona acepte estas vacunas:

  • la ausencia manifiesta de un "peligro grave" que suponga el COVID-19
  • la disponibilidad positiva de terapias seguras y eficaces "éticamente irreprochables del COVID-19", y 
  • la ausencia de datos de prueba adecuados que son moralmente necesarios para intentar siquiera calcular un análisis de riesgo/beneficio para tales terapias genéticas experimentales".

Así pues, después de negar a la Congregación para la Doctrina de la Fe el derecho a utilizar datos científicos y de utilizar datos (pseudo)científicos para emitir una declaración de verdad moral, ha llegado el momento de que los redactores de la Declaración ocupen el lugar de la Congregación para la Doctrina de la Fe como autoridad moral suprema y lo proclamen en Internet a los católicos de todo el mundo. 

Sin embargo, como enseña San Pío X en la encíclica Pascendi, el Magisterio de la Iglesia no nace de las conciencias individuales y no tiene forma democrática. La regla de la fe y la moral reside en la Tradición de la Iglesia y no en las firmas recogidas en la web. Y el sensus fidei sólo es verdaderamente tal cuando percibe un contraste directo entre lo que proponen los eclesiásticos y lo que la Iglesia ha enseñado siempre. No es el caso de la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe que nos tranquiliza sobre la legitimidad moral de la vacunación. 


Fuente: The Voice of the Family






lunes, 15 de noviembre de 2021

Desconcierto

 

Eugene de Leastar, Amoris letitiae. Colección privada

La semana pasada festejamos a San Martín de Tours, uno de los grandes santos de la Cristiandad latina, equivalente en muchos aspectos al San Nicolás de los orientales. Y el breviario romano incluye allí una antífona que dice: Dixérunt discípuli ad beátum Martínum: Cur nos, pater, deseris, aut cui nos desolatos relinquis? Invadent enim gregem tuum lupi rapaces (“Dijeron los discípulos a San Martín: Padre, ¿por qué nos abandonas y nos dejas desolados? Los lobos rapaces invaden tu rebaño”). Nosotros no somos discípulos de San Martín y ni siquiera tenemos la posibilidad de poder dirigirnos a un “padre” en busca de auxilio, aunque, como ellos, vemos también como el rebaño del Señor es invadido por lobos feroces, que son bienvenidos por los pastores que deberían ser los custodios de la majada.

Son los tiempos que nos tocan vivir, difíciles y duros, pero son los nuestros y no podemos escapar de ellos, y es deber nuestro estar alertas y advertir la llegada del enemigo. Y lo cierto es que vigías no faltan; internet ha facilitado enormemente las comunicaciones y todos saben, en mayor o menor medida, lo que está ocurriendo. Y los primeros que lo saben son los obispos y los sacerdotes. Y es aquí justamente donde aparece mi primer desconcierto: ¿cómo es posible que no reaccionen? Descuento que muchos de ellos son hombre virtuosos, que conservan la fe católica y, sin embargo, callan; se hacen los distraídos o sencillamente se retiran. Sería la conducta previsible para los obispos argentinos, caracterizados por su mediocridad y cobardía, pero me extraña mucho que suceda lo mismo en el resto del mundo. 

La imagen que ilustra este post, aunque un poco grosera, muestra una realidad: el Papa Francisco es aclamado por su corte de cardenales y obispos adictos cuando, olvidando la temible realidad del pecado, oficializa el adulterio y abstiene su juicio con respecto a las prácticas homosexuales. Y el mismo seguimiento obsecuente obtiene cuando cambia el anuncio del Evangelio de Cristo por el evangelio de Greta, y sus últimas intervenciones son grititos de horror ante los daños ecológicos producidos por la malvada humanidad, y no por los horrendos pecados que se comenten y ofenden al Dios del cielo y de la tierra. 

La semana pasada, el canalla del cardenal De Donatis, vicario del Papa para la diócesis de Roma, prohibió la liturgia tradicional en toda la Urbe con la única excepción de la iglesia de la Trinità dei Pellegrini, pero prohibiendo aún a ésta celebrar el Triduo Pascual en el rito tradicional. Y todos los sacerdotes de la diócesis que quieran celebrar la misa que celebró la Iglesia por más de mil quinientos años, deberán recibir una autorización expresa y por escrito del mismo cardenal. Yo me pregunto si Mons. Zanchetta, procesado en Argentina por abuso sexual a sus seminaristas y que se encuentra protegido y con puesto oficial (y ciudadanía incluida) en el Vaticano, pidió permiso escrito a algún cardenal para realizar sus prácticas. O si Mons. Ricca, también vivito y coleando en Santa Marta pidió permiso a la Secretaría de Estado para retozar con jovenzuelos uruguayos cuando se aburría de su amigo suizo. O si Mons. Luigi Ventura, nuncio apostólico en París, tenía permiso del Sustituto para manosear a los jóvenes camareros en las recepciones diplomáticas a las que era invitado. Esta es la situación de la Iglesia actual: se prohibe terminantemente dar culto a Dios y se ampara a los pecadores públicos.

Y mientras todo esto ocurre, la enorme mayoría de quienes deberían hablar, es decir, los obispos, callan. El pobre cardenal Burke, uno de los pocos que hablaban siempre que fuera necesario, sigue recuperándose —y Dios en su misericordia quiera que lo logre totalmente—, del ataque de un virus que no existe, y de los otros cardenales, mejor es olvidarse. He quedado sorprendido por las declaraciones del cardenal Sarah, a quienes muchos —sobre todos los neocones estilo Opus Dei o Legionarios de Cristo— veían como la esperanza del papado… no ha sido más que un bluff. Hace algunas semanas apareció el libro titulado From Benedict’s Peace to Francis’s War y editado por Peter A. Kwasniewski, donde se reúne una amplia serie de estudios sobre el motu proprio Traditiones custodes. Entre ellos, un escrito del cardenal Sarah, y otro también del arzbosipo Viganò. Y Sarah ha salido a decir que se sentía “traicionado” puesto que él no sabía en absoluto de qué trataría el libro y quiénes serían los otros autores que lo acompañarían. No vaya a ser, claro, que el Papa Francisco se enfade al verlo firmar junto a su archienemigo Viganò. Sin embargo, el autor de este blog también participó de ese libro con dos capítulos, y cuando fue consultado al respecto por Kwasniewski, se le explicó exactamente de qué trataría el volumen y que tipo de autores serían incluidos. Si esto hizo el editor con un personaje completamente secundario como soy yo, cuánto más habrá hecho con el cardenal Sarah. La valentía y la coherencia no parecen ser cualidades del purpurado guineano. A Dios gracias, el peligro de que fuera elegido Papa ya pasó. 

Y el problema no termina con los malos sino que se extiende también a los buenos. La torpeza que demuestran los amigos es de antología. Y el último caso es de no creer. Hace algunas semanas, el cardenal Nichols, arzobispo de Westminster, envió una serie de consultas acerca de la aplicación de Traditiones custodes, a Mons. Roche, prefecto de la Congregación del Culto Divino. Y la respuesta, que no se hizo esperar, fue catastrófica con respecto a las extremas restricciones que exige Roma con respecto a la celebración de la misa tradicional. En primer lugar, yo me preguntó quién filtró esa carta. ¿Fue un progre? ¿Fue el mismo Roche? Yo, conociendo el paño, creo que fue un tradi. Y me pregunto cómo justifica en conciencia ese acto. Es verdad que podría haberse tratado de una respuesta —la de Roche— escrita ex profeso para hacerse pública, pero no pareciera ser el caso. Y si era una carta personal, el único que tenía derecho a su lectura era su destinatario y aquellos que en razón de su oficio debían tomar conocimiento de ella. La violación de correspondencia puede ser un acto moralmente grave, y en este caso lo es, y con consecuencias canónicas también graves. ¿O será que para los católicos tradicionalistas el fin justifica los medios, y todo está permitido para alcanzar el fin que ellos consideran bueno? 

Pero la cuestión es la torpeza demostrada. Si alguien tuvo acceso a esa carta y decidió hacerla pública, debería haber repensado su estrategia. Al dar a conocer a todos los obispos y sacerdotes del mundo la interpretación oficial de algunos puntos de Traditiones custodes que habían quedado en la nebulosa y con los que se podía jugar a nuestro favor, no han hecho más que advertir a los obispos que la cosa es seria y que debe extremadamente severos y restrictivos con las autorizaciones, pues la el motu proprio se orienta a la solución final: el exterminio lo antes posible del rito tradicional. No entiendo tanta ineptitud. ¿Qué ganaron? ¿El scoop o la primicia? ¿Dar a conocer al mundo entero la maldad de Roma, como si la supiéramos ya de sobra? Flaco favor le están haciendo a la causa de la Tradición.

Pero ya que tenemos la carta de Mons. Roche publicada, me quiero detener un momento en una de sus afirmaciones. En el punto f.) afirma refiriéndose a la liturgia tradicional: “[…] una liturgia que no calza con la reforma conciliar (textos que, de hecho, fueron abrogados por el papa san Pablo VI), y una eclesiología que no es parte del Magisterio de la Iglesia”. ¿Algún obispo tomará cuenta de la gravedad de esta afirmación? En primer lugar, una flagrante contradicción con lo declarado por el Papa Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum, donde afirmó: “En cuanto al uso del Misal de 1962, como forma extraordinaria de la liturgia de la Misa, quisiera llamar la atención a que este Misal nunca fue derogado legalmente y, en consecuencia, en principio, siempre estuvo permitido”. Pero hay algo más grave, y basta un simple silogismo para darse cuenta: el Magisterio de la Iglesia es el testigo de la Revelación y, por tanto, su función será custodiar el desarrollo armónico de la enseñanza ya contenida en la Escritura y en la Tradición. Pero ese desarrollo debe ser armónico (San John Henry Newman establece siete reglas para corroborar que así sea) y nunca contradictorio con lo afirmado anteriormente. La liturgia tradicional fue parte del Magisterio durante más de mil quinientos años; y si ya no lo es, implica que ese Magisterio cambió en contradicción con el anterior. Y creo que es lícito suponer que un cambio radical de este tipo, que contradice abiertamente lo dicho unánimemente durante siglos anteriores, no es más que el reflejo de una nueva iglesia. Será cuestión de cada uno decidir de cuál de las dos iglesia forma parte, si de la de siempre o de la que, según Mons. Roche, prefecto de una congregación romana, nació con el Vaticano II. (Recomiendo la breve pero contundente carta del P. Paul J. McDonald, un sacerdote canadiense sobre el tema).

Y en cuanto a recomendaciones, es de lectura imperdible la carta del sacerdote dominico polaco Wojciech Gołaski, que acabo de publicar en este mismo blog 

Es verdad que ante tanto caos y dolor, hay algunos lenitivos. En primer lugar, toda esta situación se da durante un pontificado totalmente desprestigiado y cuyo fracaso es evidente ya para todo el mundo. Y por eso, es cuestión de paciencia.  Los gerontes que gobiernan la iglesia y que, en su obcecada senilidad, estulticia y maldad siguen hablándonos de las bondades del Vaticano II y de sus reformas, morirán pronto. Y otros los reemplazarán. Y éstos, en general, son mejores. Es muy elocuente y esperanzadora la encuesta del Austin Institute a la que hizo referencia Specola hace algunos días. 

Y albergo también la esperanza de estemos atravesando una situación como la que describía el cardenal Newman a Pusey, y que en algún momento tendrá solución:  “Sabe que hay mucho de lo que puede llamarse moda en las opiniones y prácticas, según las circunstancias de tiempo y lugar, según la política actual, el carácter del Papa del momento o de los prelados más importantes de un país en particular, y sabe también que las modas cambian. […] los que hablan a los gritos son propensos a salirse con la suya en la Iglesia, como en cualquier otro lugar, mientras que las personas tranquilas y concienzudas habitualmente tienen que ceder”. (Letter to Pusey).


Vaya mi recuerdo y mis oraciones —y pido las suyas a los lectores de este blog— por el alma de fra’ Matthew Festig, quien fuera Gran Maestre de la Orden de Malta, y a quien tuve el placer y la gracia de encontrar varias veces en Inglaterra, y que siempre me causaba la misma impresión: un verdadero hombre de Dios. Fue desposeído de su cargo por el Papa Francisco, empeñado en destruir la Orden melitense y, desde ese día, su salud comenzó a decaer. Falleció inesperadamente en Malta. 


sábado, 13 de noviembre de 2021

Carta abierta a propósito de Traditiones Custodes

 



El 17 de agosto de 2021 un fraile dominico polaco (Wojciech Gołaski O.P.) dirigió una extensa carta abierta al Papa, a raíz del motu proprio Traditiones Custodes, que se podría dividir en tres partes. Por razones de espacio y porque nos concierne a todos, aquí traduciremos la parte del medio (por medular) en la que el teólogo reflexiona sobre el Motu proprio. El resto de la carta versa sobre cómo dio este fraile en conocer la Misa Tridentina, la devoción que le tiene y una decisión privada que toma como consecuencia del motu-propio. Esa decisión, lo habrán adivinado ustedes, consiste en agregarse a las filas de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Una cosa innecesaria, si bien se mira, pues no creo que a este fraile le impidan celebrar la misa según el ritual dominico, que es la misa que celebraba… pues, San Pío V. Pero, en fin, vaya uno a saber… 


Jack Tollers 


Las palabras del Motu proprio y vuestra Carta a los Obispos dejan enteramente claro que se ha tomado una decisión que ya se está implementando, de quitar la liturgia tradicional de la vida de la Iglesia para echarla al abismo del olvido: no puede celebrarse en las iglesias parroquiales, no deben formarse nuevas asociaciones para eso, Roma debe ser consultada si sacerdotes recientemente ordenados desean celebrarla. Los obispos ahora son efectivamente Traditionis Custodes, “custodios de la tradición”, mas no en el sentido de guardianes para protegerla, sino más bien en el sentido de constituirse en guardianes de una cárcel. 

Permítame expresar mi convicción de que eso no va a pasar y que la operación toda va a fallar. ¿Cuáles son las razones de tal convicción? Un análisis cuidadoso de las dos cartas del 16 de julio acusan cuatro notas a destacar: hegelianismo, nominalismo, la creencia en la omnipotencia del Papa y la cuestión de la responsabilidad colectiva. Cada una de estas notas constituyen un componente esencial de vuestro mensaje y ninguna resulta conciliable con el depósito de la fe católica. Y puesto que no pueden reconciliarse con la fe, no serán integradas a ella, ni teórica, ni prácticamente. Examinémoslas por separado.


Hegelianismo

El término es de uso convencional: no refiere literalmente al sistema del filósofo alemán Hegel, sino a algo que se deriva de su sistema, más que nada una inteligencia de la historia como un proceso de cambios continuos, un proceso bueno, racional e inevitable. Este modo de pensar tiene una larga historia, comenzando por Heráclito y Plotino, pasando por Joaquín de Fiore hasta llegar a Hegel, Marx y sus modernos herederos. Quienes adoptan esta perspectiva suelen dividir a la historia en fases, de tal modo que el comienzo de cada nueva fase es anexa al final de la fase que la precede. Los intentos de “bautizar” al hegelianismo no son sino otras tantas intentonas de nimbar estas fases supuestamente históricas con la autoridad del Espíritu Santo. Se presume que el Espíritu Santo le comunica a la siguiente generación algo de la que no le ha hablado a la precedente, e incluso que puede impartir algo que contradiga lo que dijo antes. En este caso, se nos obliga a aceptar una de tres cosas: ora durante ciertas fases de la historia la Iglesia desobedeció al Espíritu Santo, ora el Espíritu Santo es sujeto de mutación, o bien simplemente es un ser contradictorio. 

Una consecuencia adicional de esta manera de ver al mundo consiste en cambiar el modo de comprender a la Iglesia y la Tradición. La Iglesia ya no se considera como una comunidad que une a los fieles trascendiendo al tiempo, tal como lo sostiene la fe católica, sino como un conjunto de grupos pertenecientes a distintas fases. Estos grupos ya no comparten un lenguaje común: nuestros ancestros no tenían acceso a lo que el Espíritu Santo nos dicta hoy. La mismísima Tradición ya no transmite un mensaje estudiado por las sucesivas generaciones; más bien consiste en mensajes renovados permanentemente por el Espíritu Santo y que exigen nuevo estudio. Así es que venimos a ver alusiones en vuestra carta a los obispos, Santo Padre, a “la dinámica de la Tradición”, a menudo aplicado a acontecimientos específicos. Un ejemplo de esto es cuando escribe que pertenece a esta dinámica “la última etapa del Concilio Vaticano Segundo, durante el cual los obispos se reunieron para escuchar y discernir el camino que el Espíritu Santo le estaba mostrando a la Iglesia”. En la línea de semejante razonamiento, queda implícito que esta nueva fase requiere formas litúrgicas nuevas, puesto que las anteriores eran apropiadas para la fase anterior, que ha perimido. Toda vez que esa secuencia de estadios es homologada por el Espíritu Santo a través del Concilio, aquellos que se aferran a las viejas formas a pesar de tener acceso a las nuevas, se oponen al Espíritu Santo.

¿Y bien? Semejantes pareceres se oponen a la fe. La Sagrada Escritura, norma de la fe católica, no suministra basamento alguno para semejante comprensión de la historia. Por el contrario, nos enseña una cosa enteramente diferente. El rey Josías, habiéndose enterado del descubrimiento del antiguo Libro de la Alianza, ordenó que desde entonces se celebrara la Pascua conforme a él, por mucho que había mediado una interrupción de medio siglo (IV Reyes, XXIII:3). De igual modo, cuando vueltos de la cautividad en Babilonia, Esdras y Nehemías celebraron la Fiesta de los Tabernáculos observando estrictamente los registros de la Ley, a pesar de las muchas décadas pasadas desde su última celebración (Neh. VIII:13-18). En cada uno de estos casos, después de un período de confusión, se volvió a los antiguos documentos de la ley para renovar el culto divino. A nadie se le ocurrió exigir cambios en el ritual sobre la base de que habían arribado nuevos tiempos. 


Nominalismo

Mientras que el Hegelianismo incide sobre nuestra comprensión de la historia, el nominalismo afecta nuestra comprensión sobre su unidad. El nominalismo interpreta que una unidad exterior obtenida por medio de una decisión administrativa jerárquica exterior, equivale al logro de una unidad real. Esto es porque el nominalismo da de mano con la realidad espiritual, buscando en cambio obtenerla mediante medidas regulatorias materiales. Ud. escribe, Santo Padre, que: “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo en la obligación de quitar la facultad concedida por mis predecesores”. Pero para obtener tal objetivo—una unidad verdaderavuestros predecesores tomaron medidas opuestas, y no sin razón. Cuando uno entiendo que la verdadera unidad incluye una cosa espiritual e interna (y que, por tanto, difiere de una unidad meramente externa), uno ya no la quiere obtener simplemente imponiendo una uniformidad a base de signos exteriores. No es así como se obtiene una verdadera unidad, sino que, más bien, un empobrecimiento y lo contrario de la unidad: la división. 

La unidad no se obtiene a fuerza de la quita de facultades, la revocación de autorizaciones y la imposición de límites. El rey Roboam de Judá, antes de resolver cómo tratar a los israelitas que deseaban les mejorara la suerte, consultó con dos grupos de consejeros. Los más ancianos recomendaron indulgencia y una reducción de las cargas de aquel pueblo: la ancianidad, en la Sagrada Escritura, a medida significa madurez. Los jóvenes, que eran contemporáneos del rey, recomendaron que se les incrementara las cargas y se los tratara con dureza: la juventud, en las Escrituras, a menudo equivale a inmadurez. El rey siguió el consejo de los jóvenes. Esto no sirvió para unir a Judá e Israel. Al contrario, comenzó una difición del país en dos reinos (III Reyes, XII).  Nuestro Señor remedió esta división con mansedumbre, sabiendo que la falta de esta virtud había sido la causa de la fisura.

Antes de Pentecostés, los apóstoles querían lograr la unidad siguiendo criterios externos. Fueron corregidos por el Salvador mismo, quien, contestando a las palabras de San Juan, “Maestro hemos visto a un hombre expulsando espíritus malignos en tu nombre y no se lo permitimos porque no es uno de los nuestros”, diciendo “No impidáis, pues quien no está contra vosotros, por vosotros está” (Lc. IX:49). 

Santo Padre, usted contaba con varios centenares de miles de fieles que “no estaban en contra suyo”. ¡Y ha hecho tanto para hacerles difíciles las cosas! ¿No habría sido mejor pegarse a las palabras del Salvador recurriendo a fundamentos más profundos, más espirituales de la unidad? El Hegelianismo y el nominalismo frecuentemente aparecen como aliados, puesto que parten de una comprensión materialista de la historia que conduce a la convicción de que cada una de sus etapas caduca irremediablemente.


Creencia en el poder omnímodo del Papa

Cuando el Papa Benedicto XVI otorgó mayores libertades para el uso de la forma clásica de la liturgia, se refirió a costumbres y usos multiseculares. Esto fortalecía su decisión con un sólido fundamento. La decisión de Vuestra Santidad carece de tales fundamentos. Por el contrario, revoca algo que ha existido y durado durante mucho tiempo. Usted, Santo Padre, escribe que encuentra respaldo en las decisiones de S. Pío V, mas él aplicó criterios exactamente opuestos a los vuestros.  De acuerdo a él, lo que ha existido y durado durante siglos así continuaría sin imperturbablemente; sólo lo que fuera más nuevo quedaría abolido. Por tanto, el único fundamento que le queda para respaldar su decisión consiste en la voluntad de una persona con autoridad papal. Y sin embargo, ¿puede esta autoridad, por grande que fuera, impedir que la continuación de antiguas costumbres litúrgicas fuera la expresión de la lex orandi de la Iglesia romana? Santo Tomás de Aquino se pregunta si Dios puede causar que algo que alguna vez existió, no existiese nunca. La respuesta es no, porque la contradicción no forma parte de la omnipotencia de Dios (S. Th. I, q. 25, art. 4). 

De igual modo, la autoridad papal no puede hacer que rituales tradicionales que durante siglos han expresado la fe de la Iglesia (lex credendi), de repente, un día, dejen de expresar la oración de esa misma Iglesia (lex orandi). El Papa bien puede tomar decisiones, pero no unas que violen la unidad que se extiende al pasado y hacia el futuro, mucho más allá de su pontificado. El Papa está al servicio de una unidad mucho más grande que la de su propia autoridad. Pues esa unidad es un don de Dios, no tiene orígenes humanos. Por tanto, es una unidad que precede a la autoridad y a su vez ninguna autoridad la precede.


Responsabilidad colectiva

Al indicar los motivos de su decisión, Santo Padre, hace usted varias y graves acusaciones contra los que se valieron de las facultades reconocidas por el Papa Benedicto XVI. No se especifica, con todo, quiénes perpetraron los tales abusos, o dónde, o cuántos eran. Sólo nos topamos con las palabras “a menudo” y “muchos”. Ni siquiera sabemos si se refiere a una mayoría. Lo más probable es que no sea tal el caso. Y sin embargo, todos los que se valieron de las mencionadas facultades se han visto afectados por estas sanciones penales draconianas. Se han visto privados de su camino espiritual, ora inmediatamente, ora en un tiempo futuro no especificado. 

Por cierto que hay gente que usa mal los cuchillos. ¿Debería por tanto prohibirse la distribución de cuchillos? Vuestra decisión, Santo Padre, resulta mucho más gravosa que el hipotético absurdo de una prohibición universal de producir cuchillos.


Fuente: https://rorate-caeli.blogspot.com/2021/11/open-letter-by-dominican-theologian-fr.html