Ayer, como todos los domingo, fui a misa. A pesar de mis insistentes ruegos, me tocó un cura bobo, cosa que me ocurre semanalmente desde hace dos décadas, es decir, desde que comencé a prestar atención a lo que los curas dicen en las homilías. Esta vez, la cosa no comenzó muy bien, pero tampoco era un desastre: el presbítero predicaría sobre el rezo del rosario. Yo siempre prefiero escuchar un sermón sobre la palabra de Dios, pero mal no vendría escuchar algunos conceptos y consejos acerca de una devoción tan venerable como lo es la santa corona de Nuestra Señora. De origen claramente medieval, fue propagada por Santo Domingo de Guzmán y los fraile de la orden de Predicadores a comienzos del siglo XIII, y luego enaltecida como una importantísima fiesta de la cristiandad por el papa San Pio V en acción de gracias por el triunfo de Lepanto. Y se mantuvo esta devoción inalterada a los largo de ocho siglos hasta que el Gran Toquetón Polaco tuvo que meter sus grasientas manos y modificarla.
Pero volvamos al curita bobo. Después de desarrollar las clásicas consideraciones sobre el rosario, comenzó a derrapar, es decir, comenzó a enloquecer una verdad que, en su justa medida, es saludable, pero díscola, se convierte en carga insoportable. La conclusión de su sermón podría ser sintetizada, palabra más, palabra menos, en estos términos: “Quien no reza el rosario diariamente, peligra su salvación”. Con lo cual los feligreses salieron cargados con un pesado fardo que, sin duda, servirá para aumentar los escrúpulos y problemas de conciencias que los curas bobos gustan poner sobre las espaldas de sus fieles, o de sus víctimas: para muchos de ellos, no rezar el rosario un día puede ser visto como un pecado y como una muestra de irreverente desagradecimiento a la Madre de Dios.
Me daban ganas de subirme al ambón y poner las cosas en su lugar, como hizo una amiga mía en su parroquia de la Suiza alemana, y no le fue muy bien: la echaron de la comunidad. Pero opté por la prudencia, y expresar mi malestar en el blog, a sabiendas de que ninguno de mis co-parroquianos lo leerá porque tienen prohibido mencionar siquiera la palabra Internet so pena de ser considerados merengosos jóvenes contaminados con el mundo moderno, sostenedores inconscientes del poder judío e ingenuos crédulos de los atentados del 11 de septiembre, entre otras disparatadas acusaciones.
Si seguimos con rigurosidad lógica el razonamiento del cura bobo, y tomamos su afirmación como la premisa mayor de un nuevo silogismo y proponemos como menor a la siguiente: “Los cristianos anteriores al siglo XIII no rezaban el rosario”, concluiremos que, durante doce siglos, los cristianos peligraron su salvación. Y si proponemos esta otra menor: “Los católicos de rito oriental no rezan el rosario”, concluiremos que este importante grupo de contemporáneos hermanos nuestros difícilmente se irán al cielo.
Estas conclusiones claramente insensatas, no lo son para todos ya que muchos las aceptan a rajatabla. Pienso, por ejemplo, en aquellos “misioneros” occidentales que invadieron las llanuras ucranianas luego de la Perestroika e impusieron las devociones occidentales, Sagrado Corazón y Rosario entre ellas, en las parroquias de rito oriental, lo que con justicia fue denunciado como “imperialismo latino”, y estimo que varios lectores de este blog, autodefinidos como católicoscontrareformistas, acordarán que a aquellos antiguos fieles de siglos pretéritos se les hacía muy difícil alcanzar el cielo privados como estaban de tantas devociones benéficas que nos trajo la modernidad. Esto es insensato y propio de mentecatos y obtusos.
No me meteré a hablar de la fascinante espiritualidad oriental. A mano tienen todos obras como la Filocalia de los Padres népticos, o los Apotegmas de los Padres del Desierto, o hasta el Diario de un peregrino ruso. Quiero decir, sin embargo, un par de palabras sobre la espiritualidad occidental anterior al siglo XII.
Trashumante como soy de libros y papeles viejos, encontré dos documentos interesantes que hablan explícitamente de este tema. El primero es una regla monástica escrita hacia finales del siglo VI para un monasterio conocido como Tarnant que habría estado ubicado en el sur de la Galia. Pueden encontrarla en el tomo 66 de la Patrología Latina. El autor, desarrollando todos los aspectos reglamentarios de la vida de los monjes, en el capítulo dedicado al rezo del oficio divino, deja por un momento el lenguaje legal y, como arrebatado por la poesía y la belleza del salmodia, se dirige no ya sólo a los monjes, sino también a todos los cristianos, con estas palabras: “Orationibus vacate horis et temporibus institutis, psalmis et hymnis cum Dominus exoratur, ea plantentur in corde, quae proferuntur in voce. Arator stivam tenens Alleluia cantet; sudans messor psalmis se avocet, et dum palmitem curvum tondet vinitor falce, aliquid Davidicum canat. Haec sint vestra carmina; haec, ut vulgo aiunt, amatoriae cantiones; haec pastorum sibilus; haec instrumenta culturae”. Se podría traducir de este modo: “Vacad en la oración en las horas fijadas. Orad al Señor con salmos e himnos, y plantad en vuestro corazón lo que expresan vuestras voces. Que el labrador cante Alleluia mientras sostiene la esteva; que el cosechador, bañado de sudor, se recree con el canto de los salmos; y que el viñador, mientras corta con la hoz el sarmiento curvo, entone los cánticos de David. Es así como deben ser vuestros cantos y, como se dice vulgarmente, vuestras canciones de amor. Estos son los silbidos de los pastores; estas las herramientas del agricultor”.
La espiritualidad cristiana primitiva era una espiritualidad sálmica. Dicho de otro modo, el ejercicio de piedad y la devoción por antonomasia era el rezo del oficio. Y esto es claro e indiscutible, y se mantuvo incluso hasta fines del siglo XIX. La absolutización del rosario, novenas, via crucis y demás actos piadosos, todos buenos y legítimos, como las únicas expresiones de la espiritualidad seglar es propia del siglo XX. Y pongo un ejemplo: Marcel Proust, en Por el camino de Swann, cuando describe la vida del joven protagonista a fines del siglo XIX en Combray, pueblo de la campaña francesa, dice que a la tarde iban a la iglesia a vísperas. No iban a rezar el rosario. Aún en las pequeñas iglesitas de campaña, se tenía misa a la mañana y vísperas a la tarde.
Otro ejemplo. A lo largo de los años logré “agenciarme” o “rescatar” de la destrucción, dos Liber usualis, donde se contienen los textos y melodías para los oficios litúrgicos (misa y oficio) de todo el año destinado al uso parroquial. En los dos casos, los libros se usaban en pequeñas iglesitas provincianas por curas del clero y, en ambos casos también, los libros están ajados, re-encuadernados y con algunas hojas perdidas, no por efecto de roedores, sino por el uso constante que se hacía de ellos. Con una elemental metodología de la investigación histórica, podemos lícitamente suponer que los libros se usaban habitualmente para todos los oficios litúrgicos (misa y vísperas) en esas iglesias.
Propongo otro texto. Se trata del De psalmorum usu liber, que era ya conocido hacia fines del siglo VIII, y puede leerse en el tomo 101 de la Patrología Latina. En el prólogo se hace referencia a los nueve usos de los salmos según sean los estados psicológicos del hombre y a los efectos que la recitación de los mismo provocará en su alma. Por ejemplo, el quinto uso es para cuando el cristiano encuentra que su vida presente es fastidiosa, podríamos decir, cuando la acedia o la depresión asalta su vida. En ese caso se aconseja recitar mentalmente los salmos Quemadmodum, Quam dilecta y Deus, Deus meus. Esta acción provocará que rápidamente el Dios clemente consuele el alma. Estos salmos, que son el 41, el 83 y el 62 según la numeración de la Vulgata, son un canto provocado por las añoranzas del alma que vive el destierro del Paraíso perdido. El fastidio de la vida terrena podrá superarse cuando el hombre renueve el objetivo de su vida terrenal que es alcanzar las moradas celestiales, y será este objetivo el que renovará el sentido de su existencia. Es la meta que espera al cristiano al finalizar su instancia terrena, la que ilumina todo obrar y que, iluminándolo, le otorga significación. Casi pareciera que la búsqueda de sentido como instancia de superación de los estados depresivos propuesta en nuestro días por Viktor Frankl está ya presente en la primera psicología cristiana.
El texto se inicia con una doble invocación al Dios liberador: “Liberator animarum et mundi Redemptor, Jesu Christe”. Es Jesucristo el liberador de las almas y el redentor del mundo. Ambos modos verbales refieren a la idea de un rescate que es obrado por la intervención del Hijo de Dios. Es decir, la referencia es a una necesaria intervención divina y sobrenatural como única posibilidad de superación del estado de cautiverio. La esperanza de liberación no está puesta en las fuerzas propias sino que implica una irrupción dentro de la propia existencia de una fuerza externa y superior que salva. Pero, ¿de qué modo ocurre tal intervención divina? No se trata de un proceso milagroso o portentoso, que comporta la intervención directa de las personas divinas, sino que se produce a través de una actividad plenamente humana. Se trata de la pronunciación de las palabras de los salmos: “per modulationem psalmorum”, dice el texto de la plegaria. Es la modulación de las palabras de los salmos, es decir, su variación rítmica y armónica, la que permite el proceso de liberación interior. Se modula la palabra para modular el alma. El sonido del verbo inspirado, tallado por el ritmo, la armonía y el silencio, talla, a su vez, el alma embrutecida y aprisionada en sus propias tinieblas.
La modulación sálmica posee la característica de un ritmo particular. Es la acción y reacción del espíritu y la palabra, del pensamiento y del verbo. Y así, se trata de un ritmo no sólo exterior, sino más bien interior, constituido en el movimiento de los labios y, sobre todo, del alma. Es este fluir y refluir el que, paulatinamente, permite al hombre medieval alcanzar su propia liberación.
Muy lejos de mí está el menospreciar el rezo del Santo Rosario. No sólo sería una impiedad de parte mía, sino también una insensatez. Simplemente quiero ubicar las cosas en su justo lugar y medida: el rosario es una recomendable devoción privada, querida por la Iglesia y por la Santísima Virgen. El rezo del oficio es la devoción pública de la Iglesia, originada con el mismo cristianismo, vigente en la práctica y en la espiritualidad católica hasta hace un siglo y hoy, lamentablemente, silenciada y negada.
Pero volvamos al curita bobo. Después de desarrollar las clásicas consideraciones sobre el rosario, comenzó a derrapar, es decir, comenzó a enloquecer una verdad que, en su justa medida, es saludable, pero díscola, se convierte en carga insoportable. La conclusión de su sermón podría ser sintetizada, palabra más, palabra menos, en estos términos: “Quien no reza el rosario diariamente, peligra su salvación”. Con lo cual los feligreses salieron cargados con un pesado fardo que, sin duda, servirá para aumentar los escrúpulos y problemas de conciencias que los curas bobos gustan poner sobre las espaldas de sus fieles, o de sus víctimas: para muchos de ellos, no rezar el rosario un día puede ser visto como un pecado y como una muestra de irreverente desagradecimiento a la Madre de Dios.
Me daban ganas de subirme al ambón y poner las cosas en su lugar, como hizo una amiga mía en su parroquia de la Suiza alemana, y no le fue muy bien: la echaron de la comunidad. Pero opté por la prudencia, y expresar mi malestar en el blog, a sabiendas de que ninguno de mis co-parroquianos lo leerá porque tienen prohibido mencionar siquiera la palabra Internet so pena de ser considerados merengosos jóvenes contaminados con el mundo moderno, sostenedores inconscientes del poder judío e ingenuos crédulos de los atentados del 11 de septiembre, entre otras disparatadas acusaciones.
Si seguimos con rigurosidad lógica el razonamiento del cura bobo, y tomamos su afirmación como la premisa mayor de un nuevo silogismo y proponemos como menor a la siguiente: “Los cristianos anteriores al siglo XIII no rezaban el rosario”, concluiremos que, durante doce siglos, los cristianos peligraron su salvación. Y si proponemos esta otra menor: “Los católicos de rito oriental no rezan el rosario”, concluiremos que este importante grupo de contemporáneos hermanos nuestros difícilmente se irán al cielo.
Estas conclusiones claramente insensatas, no lo son para todos ya que muchos las aceptan a rajatabla. Pienso, por ejemplo, en aquellos “misioneros” occidentales que invadieron las llanuras ucranianas luego de la Perestroika e impusieron las devociones occidentales, Sagrado Corazón y Rosario entre ellas, en las parroquias de rito oriental, lo que con justicia fue denunciado como “imperialismo latino”, y estimo que varios lectores de este blog, autodefinidos como católicoscontrareformistas, acordarán que a aquellos antiguos fieles de siglos pretéritos se les hacía muy difícil alcanzar el cielo privados como estaban de tantas devociones benéficas que nos trajo la modernidad. Esto es insensato y propio de mentecatos y obtusos.
No me meteré a hablar de la fascinante espiritualidad oriental. A mano tienen todos obras como la Filocalia de los Padres népticos, o los Apotegmas de los Padres del Desierto, o hasta el Diario de un peregrino ruso. Quiero decir, sin embargo, un par de palabras sobre la espiritualidad occidental anterior al siglo XII.
Trashumante como soy de libros y papeles viejos, encontré dos documentos interesantes que hablan explícitamente de este tema. El primero es una regla monástica escrita hacia finales del siglo VI para un monasterio conocido como Tarnant que habría estado ubicado en el sur de la Galia. Pueden encontrarla en el tomo 66 de la Patrología Latina. El autor, desarrollando todos los aspectos reglamentarios de la vida de los monjes, en el capítulo dedicado al rezo del oficio divino, deja por un momento el lenguaje legal y, como arrebatado por la poesía y la belleza del salmodia, se dirige no ya sólo a los monjes, sino también a todos los cristianos, con estas palabras: “Orationibus vacate horis et temporibus institutis, psalmis et hymnis cum Dominus exoratur, ea plantentur in corde, quae proferuntur in voce. Arator stivam tenens Alleluia cantet; sudans messor psalmis se avocet, et dum palmitem curvum tondet vinitor falce, aliquid Davidicum canat. Haec sint vestra carmina; haec, ut vulgo aiunt, amatoriae cantiones; haec pastorum sibilus; haec instrumenta culturae”. Se podría traducir de este modo: “Vacad en la oración en las horas fijadas. Orad al Señor con salmos e himnos, y plantad en vuestro corazón lo que expresan vuestras voces. Que el labrador cante Alleluia mientras sostiene la esteva; que el cosechador, bañado de sudor, se recree con el canto de los salmos; y que el viñador, mientras corta con la hoz el sarmiento curvo, entone los cánticos de David. Es así como deben ser vuestros cantos y, como se dice vulgarmente, vuestras canciones de amor. Estos son los silbidos de los pastores; estas las herramientas del agricultor”.
La espiritualidad cristiana primitiva era una espiritualidad sálmica. Dicho de otro modo, el ejercicio de piedad y la devoción por antonomasia era el rezo del oficio. Y esto es claro e indiscutible, y se mantuvo incluso hasta fines del siglo XIX. La absolutización del rosario, novenas, via crucis y demás actos piadosos, todos buenos y legítimos, como las únicas expresiones de la espiritualidad seglar es propia del siglo XX. Y pongo un ejemplo: Marcel Proust, en Por el camino de Swann, cuando describe la vida del joven protagonista a fines del siglo XIX en Combray, pueblo de la campaña francesa, dice que a la tarde iban a la iglesia a vísperas. No iban a rezar el rosario. Aún en las pequeñas iglesitas de campaña, se tenía misa a la mañana y vísperas a la tarde.
Otro ejemplo. A lo largo de los años logré “agenciarme” o “rescatar” de la destrucción, dos Liber usualis, donde se contienen los textos y melodías para los oficios litúrgicos (misa y oficio) de todo el año destinado al uso parroquial. En los dos casos, los libros se usaban en pequeñas iglesitas provincianas por curas del clero y, en ambos casos también, los libros están ajados, re-encuadernados y con algunas hojas perdidas, no por efecto de roedores, sino por el uso constante que se hacía de ellos. Con una elemental metodología de la investigación histórica, podemos lícitamente suponer que los libros se usaban habitualmente para todos los oficios litúrgicos (misa y vísperas) en esas iglesias.
Propongo otro texto. Se trata del De psalmorum usu liber, que era ya conocido hacia fines del siglo VIII, y puede leerse en el tomo 101 de la Patrología Latina. En el prólogo se hace referencia a los nueve usos de los salmos según sean los estados psicológicos del hombre y a los efectos que la recitación de los mismo provocará en su alma. Por ejemplo, el quinto uso es para cuando el cristiano encuentra que su vida presente es fastidiosa, podríamos decir, cuando la acedia o la depresión asalta su vida. En ese caso se aconseja recitar mentalmente los salmos Quemadmodum, Quam dilecta y Deus, Deus meus. Esta acción provocará que rápidamente el Dios clemente consuele el alma. Estos salmos, que son el 41, el 83 y el 62 según la numeración de la Vulgata, son un canto provocado por las añoranzas del alma que vive el destierro del Paraíso perdido. El fastidio de la vida terrena podrá superarse cuando el hombre renueve el objetivo de su vida terrenal que es alcanzar las moradas celestiales, y será este objetivo el que renovará el sentido de su existencia. Es la meta que espera al cristiano al finalizar su instancia terrena, la que ilumina todo obrar y que, iluminándolo, le otorga significación. Casi pareciera que la búsqueda de sentido como instancia de superación de los estados depresivos propuesta en nuestro días por Viktor Frankl está ya presente en la primera psicología cristiana.
El texto se inicia con una doble invocación al Dios liberador: “Liberator animarum et mundi Redemptor, Jesu Christe”. Es Jesucristo el liberador de las almas y el redentor del mundo. Ambos modos verbales refieren a la idea de un rescate que es obrado por la intervención del Hijo de Dios. Es decir, la referencia es a una necesaria intervención divina y sobrenatural como única posibilidad de superación del estado de cautiverio. La esperanza de liberación no está puesta en las fuerzas propias sino que implica una irrupción dentro de la propia existencia de una fuerza externa y superior que salva. Pero, ¿de qué modo ocurre tal intervención divina? No se trata de un proceso milagroso o portentoso, que comporta la intervención directa de las personas divinas, sino que se produce a través de una actividad plenamente humana. Se trata de la pronunciación de las palabras de los salmos: “per modulationem psalmorum”, dice el texto de la plegaria. Es la modulación de las palabras de los salmos, es decir, su variación rítmica y armónica, la que permite el proceso de liberación interior. Se modula la palabra para modular el alma. El sonido del verbo inspirado, tallado por el ritmo, la armonía y el silencio, talla, a su vez, el alma embrutecida y aprisionada en sus propias tinieblas.
La modulación sálmica posee la característica de un ritmo particular. Es la acción y reacción del espíritu y la palabra, del pensamiento y del verbo. Y así, se trata de un ritmo no sólo exterior, sino más bien interior, constituido en el movimiento de los labios y, sobre todo, del alma. Es este fluir y refluir el que, paulatinamente, permite al hombre medieval alcanzar su propia liberación.
Muy lejos de mí está el menospreciar el rezo del Santo Rosario. No sólo sería una impiedad de parte mía, sino también una insensatez. Simplemente quiero ubicar las cosas en su justo lugar y medida: el rosario es una recomendable devoción privada, querida por la Iglesia y por la Santísima Virgen. El rezo del oficio es la devoción pública de la Iglesia, originada con el mismo cristianismo, vigente en la práctica y en la espiritualidad católica hasta hace un siglo y hoy, lamentablemente, silenciada y negada.
Estimado Caminante, subscribo 100% su post. Se trata de la primacía del bien común aplicado a la vida espiritual en definitiva.
ResponderEliminarPrecisamente en la Filocalia de la Oración de Jesús, que Ud. mencionó, se insiste hasta el cansancio en algo que, en algún lugar, se ejemplificó de esta manera: el que realiza la "oración espiritual" (implica borrar todo pensamiento e imágenes y sólo invocar el nombre de Cristo con pocas palabras, del estilo "Cristo, ten piedad de mí")se parece a aquél que habla al oído del Emperador; los demás (entre los que se encuentra quien ora vocalmente, como en el Rosario) se asemejan a quienes se dirigen al emperador a través de alguno de los miembros de su corte o, peor, desde la turba que lo sigue a su paso. El Rosario es gran cosa, pero no es la mejor oración que existe.
ResponderEliminarQuizás se me escapa algo.
ResponderEliminarO sin quizás.
Seguro que algo se me escapa.
Quizás hasta se me escapa la tortuga pero...
¿Vale la pena analizar cual de las dos oraciones es mejor, cuando se reconoce en ambas gran beneficio?
Ahora resulta que los que rezamos Troparios, Teotoquios y Contaquios ponemos en peligro nuestra salvación.
ResponderEliminarY si leemos al Damasceno en vez de a La Puente, SIqué otro peligro correríamos según?
Rosmini decía que una de las cinco llagas de la Iglesia era que los curas ya no eran Maestros de la Fe, no tanto por los errores -siglo XIX- sino por la paupérrima formación intelectual. Y eso que en ese tiempo por lo menos sabían latín...
Cordiales saludos.
Pablo (Rosario)
Estoy completamente con lo que has dicho palabra por palabra.
ResponderEliminarTe añado otra reflexión: la recuperación del oficio divino para los seglares ha sido uno de los frutos del CVII. Te lo digo porque me contestaste en su día que nada bueno salió de él.
Seguiré: ora aprendiendo ora discrepando. Tu blog merece la pena.
Te invito de paso a que visites el mío.
Me autocorijo (soy el anónimo del 16.10.07 a las 17:50. Para hacer las cosas como corresponde, reproduzco mejor lo que dice la Filocalia:
ResponderEliminarAquellos cuyo espíritu aprendió a orar en verdad son comparables a quienes hablan al oído del emperador; los que oran con su boca nos recuerdan a los que se prosternan ante el emperador en presencia de toda la corte. Mas los que viven en el mundo son como los que dirigen su súplica al emperador desde la confusión de la multitud.
Esto está dentro del siguiente contexto: el que ora con la boca es aquél que no hace la oración espiritual que apenas mencioné ayer sino que "reza" un rezo cualquiera, independientemente de lo bien que lo haga. Es decir, no hace alusión a quienes sólo mueven los labios sin lograr ningún fruto. Esta es la aclaración.
Laico consagrado: ¿Vale la pena que analicemos el misterio de la Trinidad si sabemos que son tres en uno? No me diga que le quedan resabios de rechazo al rezo del oficio...
ResponderEliminarPablo: Hasta ahora venimos coincidiendo en todo. Me alegro.¨
Último: Es verdad lo que Ud. dice. Iba a escribir en el blog lo del Vaticano II y se me pasó. Creo que fue unabuena directiva del Concilio pero que no se llevó a la práctica.
Querido amigo wanderer:
ResponderEliminarAcudo con frecuencia a su espacio en mis ratos de ocio laboral para deleitarme con sus sustanciosos platos espirituales. Lo que me atrae del lugar es la variedad de gustos que, a diferencia de la mayor parte de espacios que se dedican a comidas regionales donde uno siempre encuentra lo mismo, aquí aparecen condimentos de todos lados. Aunque sin duda, el condimento que más lo define, es siempre la pimienta.
Ahora bien, aunque para mi gusto suele sobrar un poco de pimienta, admito que se trata de límites tolerables para quienes están acostumbrados. Lo que me suele resultar intolerable son algunos comentarios donde ya todo es pimienta y se pierde el resto del plato.
En particular, y sin ánimo de ofensa, es el caso del anónimo que cita la Filocalia. Absolutizando el argumento (como él mismo lo hace) sólo podremos orar mediante el uso de la monología. Por otra parte, y más allá del mencionado gusto de Juan Clímaco por la monología, no encuentro la contextualización que hace el anónimo del texto, es decir, cuándo se explica en dicho texto que la oración vocal es la del que "reza un rezo cualquiera". Con ese criterio, y en el contexto de dicho texto, tendría que disentir también el anónimo con el posteador en cuanto al rezo del oficio que está repleto de palabras (por no mencionar tantas otras oraciones). Aprecio mucho la oración del Nombre de Jesús, pero me parece que poniéndola como el único camino de oración se termina en el mismo extremo que se critica. De todos modos, en mi caso particular, prefiero que sea la voz dulce y suave de mi Madre la que pida en mi nombre al Emperador y no mi voz fea y maltrecha que, arruinada por el tabaco y la bebida, atromentaría el oído de mi Rey.
Por otra parte, y admito desde ya mi ignorancia con relación al tema, veo en el rosario un modo bastante oriental de oración en tanto se basa en la penetración por repetición. Acuerdo con el anónimo en que se puede rezar bien, mejor o peor.
En cuanto al oficio, comparto wanderer tanto su importancia y su necesidad como que tuvo un gran impulso en el CVII. Y no crea que no se llevó a la práctica, creo que se practica bastante más de lo que uno piensa aunque, como todo en estas épocas, suele frivolizarse bastante.
Abrazo.
P.L.
Estimado Caminante:
ResponderEliminarPor alguna razón que ignoro el post salió con erratas. Pero el núcleo se entendió, y es lo que importa.
Es cierto que el Vaticano II promovió el retorno al Oficio Divino. Ahora, dice un druida que es eximio latinista, que las traducciones castellanas de los himnos es deplorable... Tal vez algún Papa promueva una "reforma de la reforma" del Oficio.
Cordiales saludos,
Pablo (Rosario).
PS ¿Si no nos gusta la espiritualidad de San Alfonso Mª de Ligorio, también correremos peligro según el curita de marras? Porque a mí, la verdad, es que no me gusta ni medio; aunque fue un santazo.
No es el rechazo sino el amor por las dos formas de oración lo que me hizo preguntar.
ResponderEliminarAdemás, como adelantara, mis miras quizás son cortas para estos temas.
Salud.
Sí, acá hablan de la recuperación del oficio divino para los seglares (que por otra parte nunca estuvo interdicto), pero nada dicen de "Liturgia de la Horas" que poco tiene que ver con el Breviario Tradicional.
ResponderEliminarAlgunos druidas expertos en latines también podrían aportar algo.
Cariños
Lo del rezo del oficio por seglares no se está llevando a la prática masivamente pero sí en determinado ámbitos.
ResponderEliminarComo la mayor parte del CVII está por difundir. De ahí los frutos negativos, no del concilio sino porque bien no se ha puesto en práctica en su totalidad bien porque se ha malinterpretado, ya que la profundidad de este concilio demanda una preparación (especialmente espiritual).
La Iglesia, en mi opinión, debe caminar con más repidez y firmeza en la implantación genuina del CVII
Saludos.
¿Dónde predica su "cura bobo", Sr. Caminante?. En las Misas a las que suelo asistir tengo mejor suerte que Ud.: los curas deben de ser "vivos", pues el único rosario que pueden llegar a mentar es el que queda a orillas del río Paraná. ¿Seré más afortunado que Ud.?.
ResponderEliminar