Estaba yo por responder el comentario de nuestro buen amigo el Gallo, cuando Pablo Rosarino se despachó con un comentario que, necesariamente, debo publicarlo como post. Suscribo todas y cada una de las palabras que escribe.
(Es notable el federalismo de este blog: Tenemos un Juan Mendocino, un Pablo Rosarino, varios porteños, ¿y qué más...?)
Estimado Gallo:
Todas mis opiniones son discutibles. Si me molestara el disenso, debería dejar de opinar en este blog.
No olvido que «las piedras desprendidas de la roca aurífera son también auríferas» (Pío XI). Pero a esa roca rusa, le falta romanidad. Y yo soy católico romano.
La ausencia de romanidad puede verse como una carencia objetiva, que sin duda lo es, pues falta la plena comunión. Pero también, bajo cierto aspecto, per accidens si se quiere, con la separación la Iglesia Ortodoxa ha conservado algunos bienes. Porque las formulaciones religiosas dependen en buena medida de las culturas en que se realizan; la institucionalización de la Iglesia, en su parte humana y mudable, incorpora elementos del ambiente cultural que envuelve a pastores y fieles en cada época histórica. Y, para bien o para mal, la institucionalización del catolicismo romano posterior al concilio de Trento, asumió muchos elementos decididamente modernos, y no medioevales. ¿No es la teología moral de Alfonso María de Ligorio moderna en su formulación? ¿No es el Código de Derecho Canónico de 1917 y su teoría del consentimiento matrimonial algo bien moderno?
«Tengo la impresión de que esto que llamamos comúnmente Iglesia, y que no nos parece responder a las descripciones deslumbrantes del rey David, o de San Pablo, es una "estructura temporal" ya cansada y gastada, nacida en la Contrarreforma, y llamada a finar con ella, y que la nueva época que se viene, si es que se viene, exige imperiosamente que se barra un poco, si no del todo. Pues es de saber que varias "estructuras temporales" se fabricó para sí la religión de Cristo y su Espíritu, en el curso de la Historia.» (Castellani, Carta a Leónidas Barletta, 12)
Soy de la opinión que el catolicismo post-tridentino, por los supuestos culturales que asimiló y por las numerosas adherencias ajenas a la revelación que institucionalizó, terminó en formulaciones de un rigorismo creciente y a veces agobiante. Rigorismo que confundió -¿y todavía confunde?- el bien sobrenatural con un «prestigio institucional» de índole temporal, análogo a la «razón de Estado», en virtud del cual se legitima el triturar personas concretas, en nombre de la obediencia.
«…Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la "política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista...» (Castellani, Apéndice II en "Cristo y los Fariseos")
Notemos que Castellani habla de atropellar a la persona humana. ¿Personalismo maritainiano? ¿La difícil ortodoxia de Castellani, que diría un historiador cuyano? No lo creo. Pero cuidado, porque cierto antipersonalismo reactivo va a parar a un autoritarismo bien moderno, tomado de monarquías absolutas sin los límites medioevales al poder y muy en boga entre ciertos «peluqueros» en su función de gobierno eclesiástico.
Esta cáscara rigorista no podía dejar de proyectarse en la espiritualidad de Occidente. Sería largo hacer la historia de todo esto. Baste con mencionar la devotio moderna, primero, y el voluntarismo semipelagiano, después.
Pues bien, mi estimado Gallo, debo decirlo: me temo que esa formulación del catolicismo romano posterior a Trento es nociva para muchos, ha dejado un tendal de personas rotas por el camino –Newman, Castellani, et al-, y a mí me produce una alergia interior irrefrenable.
Me entristece que algunos crean que el tradicionalismo consiste en un simple retorno a ese catolicismo vetusto, y no vean la imperiosa necesidad de renovarse en las fuentes occidentales y orientales. Si la tradición pasa por volver al voluntarismo de ciertos «ejercicios» piadosos; si la piedad se encierra en cuadrículas y esquemas; si se trata de quitar imágenes tercermundistas, indigenistas o bobaliconas, para reemplazarlas por el arte sulpiciano; y si Anselm Grum dejará su puesto editorial al P. La Puente, SI; entonces, mi estimado, prefiero buscar al Señor en los Santos Iconos, en la Divina Liturgia, en los relatos del peregrino, en los escritos de Silvano del Monte Athos y en el ejemplo de esas madrecitas de cabeza cubierta, y piedad sencilla; por lo menos, hasta el día en que el tradicionalismo occidental tenga una formulación inteligente y depurada de lo peor de la modernidad para ofrecer a los hombres de hoy.
Cordiales saludos.
Pablo (Rosario)
Todas mis opiniones son discutibles. Si me molestara el disenso, debería dejar de opinar en este blog.
No olvido que «las piedras desprendidas de la roca aurífera son también auríferas» (Pío XI). Pero a esa roca rusa, le falta romanidad. Y yo soy católico romano.
La ausencia de romanidad puede verse como una carencia objetiva, que sin duda lo es, pues falta la plena comunión. Pero también, bajo cierto aspecto, per accidens si se quiere, con la separación la Iglesia Ortodoxa ha conservado algunos bienes. Porque las formulaciones religiosas dependen en buena medida de las culturas en que se realizan; la institucionalización de la Iglesia, en su parte humana y mudable, incorpora elementos del ambiente cultural que envuelve a pastores y fieles en cada época histórica. Y, para bien o para mal, la institucionalización del catolicismo romano posterior al concilio de Trento, asumió muchos elementos decididamente modernos, y no medioevales. ¿No es la teología moral de Alfonso María de Ligorio moderna en su formulación? ¿No es el Código de Derecho Canónico de 1917 y su teoría del consentimiento matrimonial algo bien moderno?
«Tengo la impresión de que esto que llamamos comúnmente Iglesia, y que no nos parece responder a las descripciones deslumbrantes del rey David, o de San Pablo, es una "estructura temporal" ya cansada y gastada, nacida en la Contrarreforma, y llamada a finar con ella, y que la nueva época que se viene, si es que se viene, exige imperiosamente que se barra un poco, si no del todo. Pues es de saber que varias "estructuras temporales" se fabricó para sí la religión de Cristo y su Espíritu, en el curso de la Historia.» (Castellani, Carta a Leónidas Barletta, 12)
Soy de la opinión que el catolicismo post-tridentino, por los supuestos culturales que asimiló y por las numerosas adherencias ajenas a la revelación que institucionalizó, terminó en formulaciones de un rigorismo creciente y a veces agobiante. Rigorismo que confundió -¿y todavía confunde?- el bien sobrenatural con un «prestigio institucional» de índole temporal, análogo a la «razón de Estado», en virtud del cual se legitima el triturar personas concretas, en nombre de la obediencia.
«…Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la "política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista...» (Castellani, Apéndice II en "Cristo y los Fariseos")
Notemos que Castellani habla de atropellar a la persona humana. ¿Personalismo maritainiano? ¿La difícil ortodoxia de Castellani, que diría un historiador cuyano? No lo creo. Pero cuidado, porque cierto antipersonalismo reactivo va a parar a un autoritarismo bien moderno, tomado de monarquías absolutas sin los límites medioevales al poder y muy en boga entre ciertos «peluqueros» en su función de gobierno eclesiástico.
Esta cáscara rigorista no podía dejar de proyectarse en la espiritualidad de Occidente. Sería largo hacer la historia de todo esto. Baste con mencionar la devotio moderna, primero, y el voluntarismo semipelagiano, después.
Pues bien, mi estimado Gallo, debo decirlo: me temo que esa formulación del catolicismo romano posterior a Trento es nociva para muchos, ha dejado un tendal de personas rotas por el camino –Newman, Castellani, et al-, y a mí me produce una alergia interior irrefrenable.
Me entristece que algunos crean que el tradicionalismo consiste en un simple retorno a ese catolicismo vetusto, y no vean la imperiosa necesidad de renovarse en las fuentes occidentales y orientales. Si la tradición pasa por volver al voluntarismo de ciertos «ejercicios» piadosos; si la piedad se encierra en cuadrículas y esquemas; si se trata de quitar imágenes tercermundistas, indigenistas o bobaliconas, para reemplazarlas por el arte sulpiciano; y si Anselm Grum dejará su puesto editorial al P. La Puente, SI; entonces, mi estimado, prefiero buscar al Señor en los Santos Iconos, en la Divina Liturgia, en los relatos del peregrino, en los escritos de Silvano del Monte Athos y en el ejemplo de esas madrecitas de cabeza cubierta, y piedad sencilla; por lo menos, hasta el día en que el tradicionalismo occidental tenga una formulación inteligente y depurada de lo peor de la modernidad para ofrecer a los hombres de hoy.
Cordiales saludos.
Pablo (Rosario)
A a ver como me sale. Recuerdo que en algún momento de mi "iter" espiritual (si no es demasiado presuntuoso ponerlo así), hastiado de todas esas cosas que enumera Pablo, y de otras más, "giré" hacia Oriente a ver qué había. Y claro, me topé con la Filocalia y San Vladimir, los íconos, Tatiana Goricheva y la Pustinia. Todo eso me encantó, cómo no. Pero muchos años después ví en Volkoff que a ellos les pasa otro tanto: y un ruso bien puede comentarle a otro, "Ché, pero este San Bernardo no está del todo mal". Y el otro contestarle, "Mirá, no me animaba a decírtelo, pero Tomás de Aquino tiene lo suyo". Y ambos bien pueden coincidir que hay demasiado corrupción, desviaciones, etc... en su propia Iglesia Oriental.
ResponderEliminarLe pasa a todos. Fíjense que en la bibliografía del "Jesús" de Ratzinger: cita la Migne griega---y omite la latina!
¿Está mal? No. Claro que lo mejor sería una síntesis integradora y que todos fueran uno.
Un día va a pasar, pero me temo que antes va a tener que aparecer el Anticristo, como conjetura el mismísimo Solovieff.
Ahora... ahora... si me apuran, creo más o menos secretamente que la oración sacerdotal de Cristo, et unum sint, se realizará por obra e iniciativa de la Iglesia nuestra, la Romana.
Porque, mal que mal, conservó la ortodoxia más y mejor que la Ortodoxia.
(Y si lee esto algún Ortodoxo, seguramente se enojará un tanto y quizá habremos dado otro paso atrás en la intentona ecuménica, qué le vamos a hacer).
Pero, bueno, decir lo que realmente creemos, es un comienzo. Y cualquier otra intentona ecumenista que relativice las diferencias está condenada al fracaso.
Valeas,
J.T.