El Papa, desde la logia central de la Basílica Vaticana, el día de Navidad, con muceta y estola. Nada de capa pluvial, mitra o báculo, tratándose de una bendición solemne que no comporta un particular rito litúrgico. Muceta y estola solamente.
Así lo han seguido cientos de millones de personas de todas partes del mundo. ¿Una elección de sobriedad y sencillez? No, simplemente una búsqueda de orden, de limpieza, también en los ornamentos, en la era de la globalización mediática. Benedicto XVI presta atención también a estos particulares, atento a no generar confusiones, sobre todo a no diluir el misterio o la celebración de los sacramentos en la trituradora de imágenes. Pero es sobre la liturgia donde la atención papal es del todo particular. Bastaba seguir, apenas unas horas antes, el solemne rito de la Misa de la noche de Navidad para darse cuenta. La “Kalenda” al final de la vigilia y antes de la liturgia; los largos silencios; los fieles recibiendo la Comunión de rodillas; el crucifijo en el centro del altar y de los candeleros, bellos pero tal vez molestos para las tomas televisivas, el homenaje floral de los niños puesto al final de la Misa.
Y los cambios no terminan aquí. En esta delicada partida, tiene a su lado un monseñor joven (43 años) y “sutil” como Guido Marini, licenciado en derecho canónico. Desde hace catorce meses es el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias. Ha sustituido al obispo Piero Marini, quien ha estado por años al lado de Juan Pablo II. Sacerdote genovés modesto, un poco tímido, pero con las ideas claras y lúcidas. Un hombre piadoso, dulce y con una sonrisa desarmante que lo hace inmediatamente simpático. Ésta es una de sus primeras e inusuales entrevistas.
Cuando ingresé al seminario, era arzobispo el cardenal Giuseppe Siri. He sido ordenado sacerdote por el cardenal Canestri. Siete años como secretario de Canestri y siete con el cardenal Dionigi Tettamanzi. El cardenal Tarcisio Bertone me ha nombrado responsable de la oficina de las escuelas de la arquidiócesis, director espiritual en el seminario donde enseñaba derecho canónico. Luego canciller de la curia y prefecto responsable de la catedral. Con el cardenal Tettamanzi he dado mis primeros pasos como ceremoniero.
Ha sido un amor juvenil en el sentido de que mi vocación tiene sus raíces en la liturgia; el amor por el Señor ha sido también amor por la liturgia como lugar de encuentro con el Señor. En Génova siempre ha habido un importante movimiento litúrgico.
Sí, la propuesta me ha llegado por medio del cardenal Bertone. “El Papa – me dijo – está pensando en tu nombre”.
Es algo más profundo en la línea de la continuidad, no de la ruptura. Hay un desarrollo en el respeto de la tradición.
El cambio es diversificado. Uno ha sido la colocación del crucifijo en el centro del altar para indicar que el celebrante y la asamblea de los fieles no se miran sino que miran juntos al Señor que es el centro de su oración. El otro aspecto es la Comunión distribuida por el Santo Padre a los fieles en la boca y de rodillas. Esto es para poner en evidencia la dimensión del misterio, la presencia viva de Jesús en la Santísima Eucaristía. También la actitud y la postura son importantes porque ayudan a la adoración y a la devoción de los fieles.
Como usted dice, el báculo papal es la férula, la cruz sin el Crucificado, dándole un uso regular y habitual, y no sólo extraordinario. Junto a estas consideraciones, se ha impuesto una cuestión práctica, un báculo más ligero, y lo hemos encontrado en la sacristía papal.
No sería tan drástico y ni siquiera me gusta la expresión, usada por algunos, de “saneamiento litúrgico”. Es un desarrollo que valoriza ulteriormente lo que ha hecho ilustremente y por tantos años, como maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, mi predecesor, el obispo Piero Marini. Las cuestiones que usted menciona acerca del cambio del signo de la paz y otros asuntos no le competen a mi oficio sino a la Congregación para el Culto Divino y al nuevo prefecto, el cardenal Antonio Cañizares. Yo tengo el deber de esforzarme para que se realice, de un modo ejemplar, la unidad y la catolicidad de todos aquellos que participan en las celebraciones de la Santa Misa papal.
No lo sé. Muchos fieles se han servido de esta posibilidad. Decidirá el Papa, si lo cree oportuno.
Lo he propuesto yo. La Capilla Sixtina es un cofre de tesoros. Parecía forzado alterar la belleza, construyendo un palco artificial, postizo. En el rito ordinario, éste celebrar “de espaldas al pueblo” es una modalidad prevista. Pero lo subrayo: no se da las espaldas a los fieles sino que celebrante y fieles se dirigen juntos hacia el único punto que importa que es el crucifijo.
Decir “elegante”, en el lenguaje de hoy, parecería significar un Papa que ama los aspectos exteriores y mundanos. Un ojo atento advierte que hay una búsqueda que une tradición y modernidad. No es la lógica de un inaceptable retorno al pasado sino un reequilibrio entre pasado y presente. Es la búsqueda, si se quiere, de la belleza y la armonía que son revelación del misterio de Dios.
(Ríe). Recién ahora estamos preparando el viaje. Buscaremos poner juntamente lo que vale para todos con las tradiciones locales. Con su sola presencia, el Papa refiere a la Iglesia una, santa, católica. Encontraremos la síntesis entre lo que une a la Iglesia en el rito romano y los aspectos típicos, las sensibilidades culturales. Inculturación de la fe y de la liturgia, y dimensión universal.
Muy sencillo. El Papa es consultado en las cosas relevantes y antes de una celebración tiene todos los textos. Por lo general, le enviamos notas escritas y él responde por escrito, de su puño.
Sí, es una experiencia fuerte. Me ha impresionado el viaje del Papa a Estados Unidos. Siendo mi primer viaje internacional con el Santo Padre, estaba el sabor de la novedad. Un viaje emocionante por el afecto y la calidez, por el clima espiritual. Y me ha impresionado la entrega del palio a los metropolitanos, en junio. Un arzobispo metropolitano, de rodillas, se ha dirigido así al Papa: “Padre Santo, vengo de una diócesis en la que mi predecesor ha sufrido el martirio por la fe. Rece por mí para que también yo pueda ser un mártir”. He comprendido aún más qué significa ser Iglesia.
De mi parte es absoluta.
Combina una excepcional altura intelectual con una grandísima sencillez y dulzura. Es un trato característico de su figura espiritual y humana. Es una realidad que compruebo y toco con la mano. El hecho de estar cerca del Papa, de este Papa, es una gran gracia para mi sacerdocio.
"Un ojo atento advierte que hay una búsqueda que une tradición y modernidad" -dice Marini. Yo agregaría respecto al ojo: atento y honesto. Sin lo segundo, la hemiplejía con que ver sólo lo que se quiere ver es bochornosa.
ResponderEliminarPatricio