Hace algunas semanas se cumplieron dos años del inicio del Wanderer.
Durante este tiempo hemos recibido casi setenta y cinco mil visitas únicas, lo cual es bastante.
Se impone una breve reflexión sobre el blog que, como siempre, espera las valiosas reacciones de todos sus lectores.
El blog nació casi como un juego para probar qué era eso de las bitácoras y cómo funcionaban y, a la vez, divertirse un poco con las noticias y sucesos que acaecían en el mundillo católico argentino. Pero muy pronto dejó de ser, propiamente, un blog unipersonal para convertirse en una suerte de foro donde se publican los comentarios, reflexiones y breves ensayos de muchos amigos, conocidos y desconocidos, que encontraron aquí un medio para expresarse, o para conversar y discutir, sobre los temas más diversos que nos preocupan a todos.
El blog, sin quererlo, pasó a ser una jardín inmenso y casi universal, donde las habituales reuniones de los fines de semana regadas con whisky o, cuando el calor porteño arrecia como en estos días, con gintonic, se expandieron y superaron las pampas y los mares. Porque, en realidad, aquí se dan cita lectores de una amplísima diversidad de orígenes: basta ver el indicador azul colocado a la derecha de la pantalla.
Fuerza es decir, sin embargo, que sería conveniente alcanzar un federalismo mayor de los comentaristas y autores de posts. Salvo el lúcido Pablo de Rosario, algún mendocino que muy de vez en cuando aparece, el monje del (tupung) Athos y algunos amigos del interior pero trasplantados en Buenos Aires, el porteñismo es el que descuella. Están todos invitados a participar aunque, por cierto, las contribuciones pasarán por una estricta censura.
El Wanderer no es más que un humilde lugar de discusión del cristianismo disidente argentino. Disentimos con el catolicismo progre, con el catolicismo conservador y con el catolicismo tradicionalista. Es decir, disentimos con todos, y ni siquiera entre nosotros estamos de acuerdo. Pero el ejercicio neuronal que implica fundamentar nuestro disenso vale la pena. Seguir a la manada es algo bueno y saludable para la mayoría, pero no para todos, y cuando se cae en la cuenta de la imposibilidad de sumarse al rebaño, inmediatamente se es consciente del compromiso de consolidar las propias posiciones y, prudentemente, darlas a conocer. Una función casi docente.
No más que eso pretende ser Mr. Wanderer.