Carlos V, imperial comentador de este blog, descalificó recientemente al teólogo Louis Boyer con esta argumentación: “Era pastor protestante, se convirtió al catolicismo pero parece que no dejó de protestar. El obrar sigue al ser: los protestantes protestan”. Un modo muy fácil y elemental de resolver los problemas y, además, falacia que pretende probar la verdad o falsedad de las conclusiones de acuerdo a quién es el que las afirma. Es muy fácil matar al mosquito de un cachetazo, tan fácil como callar a Bouyer recurriendo a su pasado protestante. Claro que no es válido, que es poco inteligente y, sospecho, Carlos V es lefe.
Pero no caigamos en la misma falacia imperial, y analicemos a fondo lo que subyace en la argumentación. No puede negarse la realidad: Louis Bouyer fue pastor luterano, párroco de una iglesia de esa denominación ubicada en las cercanías de las galerías Lafayette y de la estación parisina de St. Lazare, desde donde salen los trenes que van a Normandía. Se convirtió a la Iglesia católica e ingresó al Oratorio de Francia, donde fue ordenado sacerdote. Ejerció su ministerio pastoral en colegios y, fundamentalmente, en la educación universitaria en los buenos tiempos del Institut Catholique de París, y en otras universidades inglesas y americanas.
Carlos V ontologiza el protestantismo original de Bouyer. En efecto, introduce en su argumento un principio filosófico - El obrar sigue al ser – por el cual adjudica al ser de Bouyer el ser protestante de un modo sustancial, pareciera, porque no acepta en él la conversión al catolicismo. Es decir, Bouyer era sustancialmente protestante y, por tanto, no pudo convertirse en católico, como un perro no puede convertirse en gato. Carlos V no acepta la posibilidad de redención, y corta la cizaña antes del tiempo conveniente, cortando junto con ella al trigo, y al trigo de la mejor especie. Quizás le convendría leer un poco más de filosofía y, también, los pasajes evangélicos en los que se aconseja no aplicar una medida demasiado estrecha a los otros, porque con esa misma medida seremos juzgados nosotros.
Pero dejemos de lado las zopenquerías y veamos la otra cara de esta argumentación falaz. Pareciera que el buen católico no protesta. Es decir, hay que callarse, disimular, mirar para el otro lado pero no protestar. Si hay curas pedófilos, hay que callar; si hay monjas díscolas, hay que disimular; si hay obispos herejes, no hay que levantar la perdiz. “Le damos letra al enemigo”, argumentan. La cuestión es obedecer calladitos al superior de turno, y no protestar. ¡Qué ejemplo más grande de humildad!, piensan.
No sé si callar es un signo de humildad. Sí tengo por cierto que callar es mucho más cómodo que protestar. No se corren riesgos de ningún tipo. Y no me refiero aquí al riesgo de perder el trabajo o de ser asesinado (que a veces existen también), sino al riesgo que implica la fidelidad a uno mismo o, dicho de otro modo, al riesgo de ser testigos fieles de lo que vemos. Aquí me parece que está la clave: algunos vemos cosas que los otros o los muggles no ven.
¿Y por qué vemos? Porque somos profetas. Es este el sentido propio del profeta: ver lo que está delante.
¿Y por qué somos profetas? Porque en el momento de nuestra unción bautismal hemos sido hechos sacerdotes, profetas y reyes.
¿En qué sentido? Puesto que, al recibir el don de la fe, somos capaces de ver lo que quienes no tienen fe no pueden ver.
Admito que mi argumentación, tal como está expuesta, es peligrosa. Es la misma que usaron muchos, o todos, los herejillos e iluminados de la historia del cristianismo. Si pensamos en George Fox, fundador de los Quakers, o en los anabaptistas, habrán seguido seguramente esta idea. Pero, arguyo, es una verdad vuelta loca. Es decir, salida de madre. Tanto Fox como Wesley como cualquier otro, ejercieron su profecía fuera de la Iglesia, aunque no sé hasta qué punto poseían la verdadera profecía. Más bien creo que era puro fundamentalismo alocado. Y, además, no sabían.
Como esa, esta particular profecía, que puede expresarse como una protestar, debe hacerse siempre dentro de la Iglesia, que no es lo mismo que decir dentro de la clerecía. Muchas veces los protestos tendrán como objeto a los mismos clérigos, y no a la Iglesia. El ejemplo cercano y típico es Castellani. Él mismo afirma que vio, y por eso protestó, y así le fue con los obispos y los jesuitas. Kierkegaard también protestó, y así le fue con los obispos daneses. Y San Pablo también protesto contra los judaizantes, y así le fue con San Pedro. Jesús también protestó contra los fariseos, y así le fue con el Sanedrín.
- ¿Y cualquiera que ve puede protestar?
- No. Solamente los que saben.
- Es decir que en nuestro país podrían protestar solamente los intelectuales católicos argentinos que, según Ud. y Ludovico, no existen.
- Así es.
- ¿Y será que Ud., Ludovicus, Tollers, los curas barbados y todos los demás viven protestando porque saben?
- Nosotros no sabemos. Apenas si somos unos pocos poligrillos haciendo pininos. Pero sabemos que si no hacemos esos pininos, probablemente no nos salvaremos.