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jueves, 29 de julio de 2010

La huida


Sin quererlo casi, hemos caído en un tema interesante para discutir: frente al ya claro y violento desembarco de los orcos, ¿debemos permanecer en la ciudad o conviene huir conforme al consejo evangélico? Dice San Marcos en el capítulo 13: “Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda a la casa, ni entre para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa”. La pregunta hoy es si no sería una buena idea “irnos al campo”, como decía algún comentarista, y abandonar la abominación porteña o de las ciudades del interior.
Hace algunos años, cuando era más joven y recién había terminado de leer el libro de John Senior, no habría dudado en decir: “Sí, lo mejor es huir”. Ahora no estoy tan seguro, y esto por varios motivos.
En primer término, las experiencias que conozco en este sentido, han sido, justamente, “desoladoras”. El KKK (Kukú Kantry Klub), establecido en vecindades de la Finca sanrafaelina, nunca pasó de ser un polvoriento sueño febril del Arconte en el exilio, y el Catholic Village de Fr. U. terminó, justa o injustamente, envuelto en aires de estafa y corrupción. No conozco de cerca, ni de lejos, el caso de Pichimahuida, pero se trata, más bien, de una experiencia familiar y no sé si puede ser extrapolada a una comunidad “vecinal”. No conozco otras experiencias, y quizás las haya y exitosas.
Sin embargo, soy de desconfiar de este tipo de proyectos que tienden a construir de un modo previo y racional lo que, en la realidad, ha surgido casi siempre de un modo natural. En Europa, por ejemplo, los pequeños e idílicos pueblitos surgieron en los albores de la Edad Media, en torno a un monasterio (“en torno al sagrario”, diría Senior), que se había establecido allí con un propósito muchas veces misional. Diríamos, casi, el tañer de las campanas conventuales convocaron a los pobladores de la aldea. Si el proceso es a la inversa –construyo racionalmente el proyecto y lo ejecuto- es bastante probable que termine fundando “Fantasilandia”, que tendrá una duración limitada, y se convertirá, en el mejor de los casos, en una suerte de Disneyworld católica o en una pintoresca comarca menonita, de la que saldrán todos peleados y maldiciendo.
Es que, para vivir en una comunidad de ese tipo, todos necesitan de un inusual equilibrio psicológico, desde el cura que los atiende espiritualmente, hasta el peón que ordeña las vacas, para afrontar y resistir las tentaciones que sobrevendrán, y que serán varias, no siendo la menor la tendencia permanente a caer en un espíritu sectario que termine llevando a los pobladores al autoconvencimiento tranquilizador de que son el grupo de los elegidos.
¿No hay que huir entonces? No lo sé. Quizás todavía no sea el momento para la huída física y debamos comenzar con una huida espiritual. No significa esto desconocer los grandes beneficios que tiene el vivir en contacto con la naturaleza, como bien decía un comentador. El vivir en la tierra, en contacto con el reino vegetal y el reino animal, es una vuelta a la orígenes y a la realidad profunda del hombre y, necesariamente, el Padre de la Mentira odia a la realidad (y no “odia a la materia”, como decía el mismo comentador con exceso de ímpetu, según mi modo de ver). Es decir, la vida en el campo, si bien vivida, es terapéutica en sí misma. Pero lo mejor suele ser enemigo de la bueno.
Una solución de mínima sería tratar de vivir –y creo que todos los que nos juntamos en este espacio lo hacemos de un modo u otro-, como “monjes urbanos”, y con esto quiero decir reservándonos espacios de tiempo, e incluso espacios físicos, diariamente para hacer vida de monje, o de apartamiento del mundo y de contacto personal e íntimo con el Señor, a través de la oración, la lectio, la lectura, etc. Si se tiene posibilidades, puede ser una buena idea disponer de una suerte de oratorio en la propia casa: una habitación pequeña transformada en “capillita”, donde el ambiente y el silencio inviten y favorezca esa vida “monástica” urbana.
Otra medida podría ser adoptar el homeschooling, que posee una larga trayectoria y altas tasas de éxito en Estados Unidos, y que en nuestro país se están dando experiencias muy buenas. No es fácil, ciertamente, pero es posible, y habrá que ver a largo plazo cómo resultan los niños educados con ese método. Conozco casos actuales que sorprenden por la madurez y “normalidad” que alcanzan algunos de estos “alumnos”, y que es mucho más alta que la de sus congéneres formados en colegios convencionales. Una vez más, por supuesto, los padres y educadores necesitan una dosis extra de sentido común y equilibrio psicológico porque, caso contrario, se puedan arruinar vidas con bastante facilidad.
Una solución de máxima podría ser “copiar” el método medieval y comenzar a reunirse “naturalmente” en pequeñas “poblaciones” en torno a monasterios por los cuales uno sienta una particular atracción: algunos se irán a Chivilcoy con los Reparadores; otros al Cordón del Plata con los Orantes, y otros a Open Door con las monjitas. Pero claro, no es nada fácil; más bien, es bastante difícil.
De cualquier modo, y como todos sabemos, es sólo cuestión de tiempo. Nos buscarán, y aún en medio de las montañas, nos encontrarán. Oremos para que, al menos, nuestra “huida no sea en invierno; porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá”.

martes, 27 de julio de 2010

La caja de Pandora

La legalización del sodomio no es sólo un reconocimiento de los derechos de una minoría. Es la apertura de una impensada caja de Pandora que termina, rápidamente, conculcando los derechos de la mayoría:

miércoles, 21 de julio de 2010

Ay de nosotros!


En estos momentos, fresca aún la derrota sodomítica que sufrimos, nos acecha un peligro mucho más grave que la legislación que hoy promulgará Kristina. Es una idea que me vuelve con frecuencia y de la que hace unos días nos alertaba una sensata lectora del blog.
Cuando nuestros principios y nuestra fe se ven atacados como viene sucediendo en los últimos tiempos, la salida que tenemos frente a esta situación es recurrir a la virtud de la esperanza. Yo lo acotaba en un post anterior y el Séptimo Rey Mago lo sintetizó con la expresión bienaventurada: "Cristo viene". Y esta es, efectivamente, la razón por la que, a pesar de las derrotas y de las luchas, seguimos caminando con alegría. Sabemos que el Señor está a las puertas y que en algún momento, volverá.
Se trata de la salida sobrenatural que nos indica nuestra fe, y se trata también de un escape psicológico. En efecto, la convicción de esa realidad nos alivia y tranquiliza en el plano psicológico. Como enseña la teología, lo natural y lo sobrenatural no se contraponen, sino que se complementan.
Sin embargo, aquí mismo, a mi entender, radica el peligro, porque fácilmente podríamos convencernos de que, como somos del grupo de los cristianos que saben de la venida próxima de su Señor, y que por Él luchan yendo a la marcha y vistiéndose de naranja porque tiene razones para ello, o no yendo porque no las tienen; y porque no sólo sabemos la realidad sino que también la vemos; y porque pertenecemos a los grupos de élite de la cristiandad, y por muchas cosas más, ya "estamos salvados".
Y no se trata del "estar salvados" en el sentido en el que defendimos esa proposición a partir del memorable post de Ludovicus, sino de un "estar salvados" porque, con todos esos actos buenos, nos parece que hemos comprado, de alguna manera, la salvación. Frente a la debacle política, moral y social que estamos viviendo en estos días, nosotros permanecemos fieles a las verdades y, podría ocurrir, que esta convicción nos llevara a pensar que, por eso mismo y automáticamente, estamos del lado de los corderos, mientras que los K., toda su runfla legislativa y los sodomitas de la plaza y del Obelisco, están del lado de los cabritos. Se trata, claro, de una idea tentadora y reconfortante.
Pero resuenan las palabras evangélicas: "Ay de vosotros, porque las prostitutas y los gay os precederán en el reino de los cielos".
Cuidado. El lugar a la derecha del Trono no se compra asistiendo a una marchas, vistiéndose con de naranja, juntándonos todos los días a tomar un café en este blog o en otro, leyendo a Newman o a Bouyer. Ese lugar, definitivamente, no se compra. Apenas se recibe como un regalo que el Padre los distribuye como quiere, a los de la hora temprana, y también a los de la hora postrera.
Nos queda, solamente, hacer lo que nuestra conciencia nos manda, y esperar en la misericordia de Dios.

lunes, 19 de julio de 2010

Newman nunca más oportuno




Leí hoy un sermón de Newman que finaliza con un párrafo nunca más oportuno para estos días. Aquí va:

Aprovechemos de aquello que cada día, que cada hora que pasa nos enseña. Aquello que nos parece sombrío en un momento, reflejará al Sol de Justicia cuando haya pasado. Y todo esto que pasa nos da una enseñanza para el futuro, que es tener fe en lo que no vemos. El mundo parece seguir con su tren acostumbrado. No hay nada de celestial en nuestra sociedad, ni en las noticias del día, en en los rostros de la multitud, de los ricos y de los poderosos, y en la masa de hombres que se afanan; ni en las palabras de las gentes de letras, en las acciones de los grandes, en los consejos de los sabios, las decisiones de los soberbios, el fasto y la pompa de los opulentos. Pero, sin embargo, el Espíritu de Dios, bendito por siempre, está aquí. La presencia del Hijo Eterno, diez veces más glorioso y más potente que en los días de su carne, está con nosotros. Tengamos siempre presente en nuestro interior esta verdad divina: cuanto más secreta es la mano de Dios, más poderosa es; cuanto más silenciosa es, más temible es. Vivimos bajo el temible ministerio del Espíritu, y cualquiera que habla contra Él arriesga mucho más de lo que pudiera pensar; y cualquiera que se aflige pierde más gracias y de gloria de lo que podría imaginar.
PPS 4, 265.

domingo, 18 de julio de 2010

Si el Templo existiera...


Muy interesante el rabino Levin. Como acota Lupus, tiene dos aristas, pero dice las cosas como son. Otra que Alessio. Vale la pena escucharlo:

sábado, 17 de julio de 2010

Crónicas callejeras - Día Segundo, por Lupus


Jueves 15 de julio, 20:30 hs. De nuevo estoy acá, avenida Entre Ríos frente al Congreso, Buenos Aires. Somos, según mis cálculos tentativos (de a poco le voy agarrando la mano), algo más de doscientas personas, varones y mujeres: casi todos jóvenes, más unos quince o veinte adultos. La iniciativa fue de la muchachada: se convocaron unos a otros por facebook, por celular, por mail... toda herramienta se aprovecha ahora. Hay bufandas naranjas todavía, un par de tambores, metales ruidosos.

Cortamos el tránsito frente al Parlamento Inicuo. Los muchachos tuvieron el tino de traerse algunos pasacalles. Uno muy largo, de color amarillo, con la leyenda “Defendamos la vida desde la concepción”, sirve para atravesar la avenida de punta a punta y dividir las aguas. Hay otro que dice “No a la matanza de niños inocentes” y uno más que asegura “Esto no termina acá”. Cuatro o cinco agentes de policía, acostumbrados, aseguran el perímetro, desvían el flujo mecánico de la avenida y se mantienen al lado nuestro para “evitar incidentes”. Un auto blanco da vueltas y vueltas en torno nuestro; se detiene cada tanto, las ventanillas cerradas. Nos desentendemos de todos los vigilantes.

Se acercan a enfrentarnos una docena de muchachones, balbuceando cantitos peronistas. Son de la JJKK, la juventud jodida por los kaka. Criados como el tuerto manda, nos desafían con insultos y gestos groseros... Los muchachos y (pucha, tendrían que verlas) hasta las chicas se les van al humo, pero los frenamos, y le pedimos a uno de los agentes que saque a los orquitos porque los nuestros quieren arrasar la avenida. Es lógico: el día anterior, maldito 14 de julio, la banda mariposa había expulsado de la zona a varias mujeres, jóvenes y curas que se habían detenido a rezar el rosario al costado de la turba degenerada, sus banderas multicolor y sus penes gigantes. De plástico. Los escupieron, les tiraron botellas, los golpearon. Esas cosas no se olvidan, no se dejan atrás.

Miren, recién estoy aprendiendo este oficio de corresponsal urbano y confieso que en este momento algunas cosas me cuestan bastante: por un lado, mantener la mirada periodística sobre el suceso; por otro, proteger, aconsejar y controlar a las jovencitas y a los muchachos; y, por último, no abandonar esas dos vocaciones para empezar a dar roscazos. Con un amigo custodiamos la frontera del pasacalle y nos damos voces de tranquilidad el uno al otro. El viento zamarrea la tela, la palabra concepción me acaricia el rostro.

Los muchachos respetan nuestras órdenes pero avanzan sin pausa, descargando todo el alfabeto barriobajero. Vamos aflojando: vale, aconsejamos, pero de a uno contra uno... Nos miran con ojos alegres. El pasacalle cae al piso. La policía lo advierte y obliga a retroceder a la bandita. Nuestros muchachos aprietan el paso y la doble jota kaka se retira despacio de prisa. Saludan irónicos, a lo lejos. Se llevan puesta una puteada de órdago. Hasta pronto, si Dios quiere.

Acá, con estos varones, con estas mujeres, vuelvo a sentirme igual que el martes 13 de julio. El día antes, el día después. Pensaba que sí, pero no es tan fácil explicarlo: son aire limpio, permiten respirar. ¿Qué, si no, me agranda el pecho? Tengo la certeza de que somos muchos. No sé cuántos. Muchos más. Para empezar, sumo mentalmente a aquellos que, cuando lean la pobrísima crónica que les voy a ofrecer, tal vez envidien mi lugar.

Pasadas dos horas hacemos una ronda grande sobre la avenida para nombrar a Jesús y a María a voz en cuello, para proclamar la adversidad visceral del viva la patria contra el viva la pepa, para cantar el himno. Es un desorden, es lo que nos sale: un grito atragantado y furioso. Dos fotógrafos dan vueltas por adentro del círculo y disparan sin descanso sus máquinas botonas, deteniéndose en cada rostro. Los dejamos, los ayudamos. Es esa hora privada en que ninguna precaución tiene importancia. Hace mucho frío, pero del lado de afuera del alma. Adentro hace otra cosa.

Comenzamos a retirarnos muy lentamente, conversando, ocupando todavía la calle. Permanecemos ajenos al resto del mundo, trepados a una misteriosa sensación de fe, de ilusión invicta, de combate. Habitamos otras certezas, a cien mundos de distancia de los políticos, de los actores, de los músicos, de los periodistas, de todos los que destinaron sus riquezas, sus talentos mundanos y sus famas minúsculas a la postración de nuestra gente.

Hablamos entre nosotros sobre las estrategias preparadas para impedir la inminente ley del aborto. Un amigo me pasa un proyecto en ciernes que propone duplicar la asignación por hijo durante el embarazo; en una parte se refiere a “la Argentina por nacer”. Imaginamos de qué modo se podría declarar el 13 de julio como el Día de Algo que sea Todo lo Contrario a Esto que resolvieron nuestros “representantes”: Reconquista, Resistencia, Defensa... los nombres son rumores, evocaciones, deseos. Esas cosas. Al irme, paso al lado de uno que guarda las banderas. Lamento no tener una cámara, como correspondería a un verdadero cronista. Pero me detengo para mirar bien y fijarlo en la memoria: “Esto no termina acá”.

Déjenme distinguir algo en forma indebida (ya saben, estoy aprendiendo periodismo a la buena de Dios): llamaré patria a lo que nadie puede matar ni cambiar; llamaré país a lo que sí puede cambiar, a la materia que muta de acuerdo al paisaje humano que se imponga. Pues bien, acá y ahora siento que así empiezan las horas recias de la patria sublevada contra los miserables, contra el desprecio de lo divino, contra la negación de lo creado, contra la deshonra de la familia y el sufrimiento de los niños. La crucifixión de la patria contra la putifixión del país.

[...]

Hasta ahí mis apuntes, apenas corregidos. Ahora, con la sangre calmada, abandonada sobre el escritorio la credencial de cronista callejero, viene a darme el tostón aquel otro tipo realista, escéptico, ese otro yo mismo que me tengo merecido.

Desprovistos de casi todo, ¿qué podemos conseguir? La Argentina es un erial devastado por la molicie y la malicia. ¿Suena cursi, resobado? Quien pueda que lo diga en forma más elegante. Quedan islotes de resistencia, de familias, de amigos, pero ¿qué se puede hacer con eso, tan esencial para sus poseedores y tan invisible para todos?... Estamos solos, sin guía ni pastor. Amigos y hermanos en la fe, pero todos solos. ¿Una nación cristiana? Habría que desarmar tantos tugurios, tanta tropa imbécil... ¿Cuántas generaciones se necesitarían? ¿Hay ganas? ¿Hay tiempo? Ya termina la historia...

Ahora nos aplauden por ser “el primero de la región” en llevar la libertad al pináculo... con lo que venimos a ser, en la región, la pieza clave, el primogénito de un imperio podrido. Pero si intentamos rehusarnos a tan grande honor, no tenemos aldea donde organizarnos, ni monte donde armar la defensa. Superiores no se ven. ¿Y cuántos miopes, otra vez, querrán ponerle su propia etiqueta a cada tibio éxito mental?

En torno a la última marcha hubo demasiadas torpezas y ahora hay demasiados desencantos. Mejores posibilidades y mejores personas fueron siendo descartadas, durante estos días, a manos de ese estúpido y turbio ballet de la tilinguería catolicosa. Hasta los símbolos ya se están diluyendo, por propia inconsistencia. Tal como parece estar disolviéndose tanto entusiasmo provisorio. Pero ¿cómo puede ser que me tumbe esta impotencia, esta tara casi congénita y, al rato, el fervor de esta muchachada me haga tomar las calles por asalto, trepar por los muros, salir a cazar orcos, encenderme otra vez de ilusiones?

Yo qué sé. Yo no sé cuántas clases de tipo soy. Lo único que sé es que leí sobre fines y causas, sobre misteriosos surgimientos, virtudes desapercibidas y presencias poderosas. Y supe, por las cosas que leí y medité, que muchas horas mejores comenzaron del mismo modo: en soledad, masticando afrentas y derrotas, sin planes, sin provisiones y sin jefes a la vista.

No hay más que tinieblas donde debería haber un poco de luz. No hay más que descensos donde deberíamos encontrar la altura suficiente... ¿Y si todavía tarda en volver?

Usted y yo aprendimos, paciente lector, en presencia de los vivos y por la voz de los muertos, que en las horas terribles, para encontrar la fuerza y el señorío, hay que ir a buscarse el destino más arriba.

Lupus

viernes, 16 de julio de 2010

Tollers renovado


La página de Jack Tollers, "Et voilà!" se ha renovado y cambiado su alojamiento. Pueden visitarla en : http://www.cuadernas.com.ar/etvoila.php
Como siempre, la mar de traducciones de Newman, Belloc, Duquesnes, Waugh et alii, más su célebra Catena argentea, más Castellani y otros tantos textos.

jueves, 15 de julio de 2010

Quomodo cantabimus canticum Domini


Era cuestión de tiempo. Hoy, o dentro de un año, íbamos a perder. Como dice Lupus, quizás haya sido mejor perder ahora. Quizás sea mejor que todo acabe pronto y pase rápido y, como dice Teseus, una vez caído el maquillaje de la meretriz, todos vean su fealdad y, matándola, vuelva a brillar el Sol de Justicia.

Comparto el comentario del Anónimo Normando, y hago el mea culpa que me corresponde.

En un blog, y en la vida, no siempre se puede ser brillante. A veces se es mejor, a veces se es peor, y a veces se es malo. Es así.

En un primer momento pensé no discutir en el blog el tema del sodomonio. Me pareció que había otros temas más importantes, como el del Magisterio, que deberemos retomar. Pero ahí nomás me empezaron a caer los comentarios afirmando que era un tema importante y que, si no lo discutíamos, permaneceríamos en nuestro eterno onanismo intelectual. Lo tratemos entonces, me dije.

Mi juicio sobre la marcha quizás fue precipitado. Quizás juzgue solamente las imágenes anaranjadas, el cantito de Shakira y las sandeces de los locutores. No vi a los miles de cristianos cabales que lucharon como su conciencia se los ordenaba y que salieron reconfortados. Porque, evidentemente, ha sido así. Más allá de las naranjas organizadoras y de los popes violetas y púrpuras que estaban detrás, todos salieron alegres y reconfortados, seguros de que algo queda: es el pabilo humeante del que nos habla Ludovicus, que no hay que dejar que se apague porque, confía Teseus, en algún momento volverá a encenderse. Y por ellos, y por los cartoneros Ferreyra, vale la pena vestirse de naranja, como afirma Lupus.

Uno de los comentarios que más me “llegó” es el de un lector que me decía que había que dar esperanzas a toda esa gente, y este blog, aunque bueno, bajoneaba mucho. Y se me vino enseguida el salmo: Quomodo cantabimus canticum Domini in terra aliena. Cómo podemos cantar el cántico del Señor en tierra extranjera. Sencillamente, no podemos. Estamos en tierra extranjera y, aunque lícito y necesario desear una patria y un mundo católico, no son ellos nuestra morada definitiva, sino que son, siempre, un país extranjero.

¿Dar esperanzas? Claro que sí. Pero no en la construcción de una patria cristiana porque, si alguna vez existió, ya pasó. Veamos algunos datos que aparecieron ayer en la prensa:

- La Corte Suprema de Estados Unidos rechazó el reconocimiento a una asociación universitaria de estudiantes cristianos porque, en sus estatutos, se prescribía que no podían pertenecer a ella homosexuales.

- Durante el gobierno laborista, en el Reino Unido, se discutió un proyecto de ley en el que se obligaba a la Iglesia a aceptar que sus sacerdotes se casaran, fueran mujeres, homosexuales o promiscuos. Caso contrario, era rea de discriminación.

- El gobierno español ya obliga a colegios estatales y privados –más allá de la resistencia que genera-, a contratar un porcentaje determinado de profesores homosexuales; una especie de “cupo” obligatorio.

- Persecución abierta: un profesor de la Universidad de Illinois fue despedido por enviar un mail a sus estudiantes en el que afirmaba que los actos homosexuales son contrarios a la ley natural. O bien, a partir del próximo año académico, las escuelas de todos los niveles de Gran Bretaña llevarán un registro de los “crímenes de odio”, en el que se anotaran todas las expresiones homofóbicas que realicen los alumnos.

A esta avalancha de orcos, no la detenemos con marchas, ni con solicitadas, ni con nada. Es el katejon que ha sido quitado. Y está escrito que nos vencerán. Esperanzas terrenas no hay, o al menos yo no veo ninguna.

Por eso, esperanza, sí, pero no en una victoria terrena. La única esperanza posible es en la victoria final del Señor, y en reinar junto a Él por toda la eternidad.

Dice uno de los salmos de laudes de hoy: Flumina plaudent manu, simul montes exsultabunt a conspectu Domini, quoniam venit iudicare terram. Judicabit orbem terrarum in justitia et populos in aequitate. Los ríos aplauden y también los montes se alegran en la presencia del Señor, porque viene a juzgar la tierra. Juzgará al orbe de la tierra en la justicia y a los pueblos en la equidad.

Me parece que la única esperanza –y es la más bella de todas-, es la de los ríos y la de los montes que se alegran porque el Señor viene y emitirá su juicio.

"Ciertamente vengo pronto. Amén: sí, ven Señor Jesús". (Ap. 22, 20)

Reporte de un martes 13, por Lupus


Volvió Lupus. Que no se vaya!

Antes de que den las... soné, son las 23:40, ya es miércoles 14 y en pocas horas se trata la ley. Apurémonos, a ver si emboco una profecía posta. Me asesoré como corresponde: la unión civil voló... por un rato. Sólo queda pitufimonio y primera partusa KK del año. ¿Arrasa en senadores? ¿Cagazo político-divino de algunos y vuelta a diputados? ¿Últimos 5 metros palo y palo? ¿Cuarto intermedio polar para unas buenas charletas en El Calafate?... El tiempo vuela y no definí mi lamentación. Veamos los apuntes.

Plaza del Congreso, 19 horas. Ya estoy acá, con parte de mi familia. Con varios amigos y parte de sus familias. "¡Nada de colores protestantes!", le digo a mi mujer, y me sopla una vuvuzela naranjeta en el tímpano. Pero me entiende, acompaña mi desasosiego. Yo, su fervor. De entrada me definí algo: esta batalla es primero para ellas. Matrimonio, niños, sexos... O las mujeres se calzan las botas o estamos sonados. Eso me dije.

Naranja color de... ¿por qué no el azul de la fidelidad, por ejemplo?... "Mamá y Papá": mi amor, ¿no te suena un poco boludo?... ¿Y los evangelistas que tienen que ver acá, si ellos ya hicieron la suya?... Ya está todo jugado: organizadores, estrategias, planes. Y cada vez me gusta menos. "Dejate de rezongar –me dijo–, si es para joder, quedate en casa leyendo". Ma sí... ¿qué hay que hacer?, le pregunté con docilidad.

Me encontré de todo. En realidad, se lo encontró ella. Yo no hice un pomo. Los párrocos, un par de sorpresas de lujo; el grueso, una vuelta gratis en el tren fantasma. Los directivos de colegios, idem, más algunos decididamente enemigos. Los padres de familia, varios se despertaron como fieras, miralos vos; otros dudaron, otros desaparecieron, otros en babia con el mundial. Muy desparejo. Un grupo de mujeres, de aquí y de allá, se juntaron en casa; no conocía a ninguna. Decían bien, decían fuerte. Empezaron a darle al teléfono, a caminar, a convencer, a arrastrar. Los jóvenes a la carga, como corresponde: a esa edad tenés fibra, buscás rosca. Pero hay que saber adónde ir. Lo sabían. Esto no va tan mal, reconocí (calladamente).

Se largaron a los foros, al facebook: discutieron, pensaron, aprendieron. Por cada cinco de los nuestros había veinte de los de ellos, las 24 horas. La táctica, obvia: tipear tipear tipear, hacer que te vayas para abajo, sacarte de la pantalla. Bien, que se curtan; de este lado no pagamos para tipear tipear tipear. Lo hicieron en horas libres, entre exámenes, y después a la calle, a pegar afiches, a repartir folletos, a juntar firmas, a responder preguntas, a aguantar puteadas. De parte de mujeres, sobre todo de viejas. Los bravucones pro-homo no aparecían por ningún lado. Mala suerte, no hubo piñas.

Después la organización se fue enrareciendo: los mejores buscaron el claro para respirar; los torpes se revolvieron en los comités; los malos empezaron a desbordar de arriba abajo. El objetivo está firme, la fecha también, y el color, los panfletos, las consignas, las instrucciones. ¿Quién mandaba? En algún momento la batuta la agarró el Replay (¿así se dice?). Claro, siempre hay unos que tienen el sello y otros que esperan la ascensión del obispo. Digo, la asunción. Se quedaron mirando para arriba. ¿A quién buscan? Éste que parece que subió, bajó. Hubo Corpus, hubo Tedeum, hubo Proprio, y antes de eso tantas cosas, tantas veces...¿El diablo, ahora?

Pero yo estoy aquí. No de naranja, de negro. ¿Dije que me molestan los amontonamientos? Clásico: un padre con el hijo a cococho, y otro, y otro más. Por ahí pasa el enano de CQC, cara de guachín, micrófono en mano, el de la cámara apuntándole al tujes; va agachado, para agarrar a alguien de sorpresa. Qué pillo el enano, pero no sé para qué se agacha. Le pierdo el rastro. Más jodido es el micrófono del escenario. Y lo usan, vaya si no. Pedazo de hijos de Júpiter. ¿Podemos ser tan...? Podemos, me susurra Lampone. Escuchamos juntos: yo estaba preparado, mi mujer masomeno. Hacete hombre, le digo... Traspié; me zampa la vuvuzela.

"¡Ciento cinc... noo, doscientos mil!", dice el locu-laico, romano o de orange, no sé. Un amigo me dice: "cuatro por metro cuadrado". Lo miro, me mira. Sacate la cuenta, pienso. Lo hace: "15 mil, poco más". Suena sabio. Me hago el macho, arriesgo 20 mil... ya que estamos. TN dice que sí: 200 mil. Clarín: masivo. La Nación: multitudinario. Zambomba. Del lado de Yrigoyen las cuentas de mi amigo cierran bien. Del lado de Rivadavia no. Me paro en la esquina de El Molino y empiezo a contar; en el puesto de choripán pierdo la cuenta... Los del micrófono siguen hablando, uno tras otro. Ojalá tenga razón mi amigo y los asistentes sean pocos, me ilusiono. Y sordos.

Uno de la murga del Centro Evangelístico [sic] Dios es Amor casi me arranca la oreja con un paragüas azul y amarillo; pienso que es uno de la Doce y me la banco. ¿No era todo de naranja? Un muchacho amigo me cuenta del quilombete en el escenario: quién sube, cuánto tiempo lo dejan quedarse, cómo lo bajan. Sabido. El pibe se rompió el lomo laburando y me da pena. Y orgullo. Ya lo dije: a los 20 y pico no estás para lustrar el Migne. Lo veo pasar a mi hijo, caminando rabioso: casi se agarra con un policía que lo quiso bajar de la reja del congreso... "¿A qué viniste acá, a agarrarte a piñas?", lo reprendo. "No, para eso me voy a al obelisco", me responde el maleducado. Pibe pernicioso.

En 5 metros me encajan 5 volantes, uno por metro: ¿merece moraleja matemática? Uno del Display (¿era así?) se pone a leer algo: "¡Argentinos y argentinas...!". Recórcholis. Se lo ve muy tenso, la voz chillona, pollo en la garganta. Sigue con: "las uniones homosexuales no son iguales a...". ¿Las “uniones” homosexuales? ¿Cuac? Ah, ya sé... la carta bajo la manga, unión civil e impedimentos dirimentes. Igual ya no sirve, ¿o sí?... Sigue gimiendo, se le llena la garganta. Ya no escucho, miro las caras. Muchos amigos, muchos conocidos. ¿Que es eso que leen ahora sobre la ternura y la diversidad, de quién es? ¿Del card...? Éstos ya negociaron todo, pienso embroncado. Otra vez. ¿De qué me sorprendo? No maduro más. Si entra el trolimonio, vamos derecho al aborto en horas... ¿En el horno decís?... ¡Hace rato que estamos en el horno! Desde Menem, desde el divorcio, desde Alfonsín, desde la gloria de la mujer y el voto, desde Sarmiento, desde Caseros, desde Cabeza de Tigre... ¡Pará un cacho, que esto es un problema religioso! Sí, claro. Mi mujer se acerca muerta de risa: se encontró con la reportera estrella, la que se dedica a informarnos sobre estas cosas desde hace años; más valiente, más jodida y más gruñona que yo, pero con bufanda anaranjada.

De repente folklore. No me gusta lo qué, pero acá me suena bien. Igual no sé si da: esto es rock & pop oikomene... Suena una zamba, parece que los guitarristas entran en calor. De repente los bajan: tenía razón el joven amigo. Qué zamba ni ocho cuartos: chévere. ¡Argentina, canta y sacúdete! ¿Problema religioso? Uf, sí, todo es problema religioso. Pero ¿esto?... Esta cosa es distinta, muy nuestra, muy autóctona. Es lo que hay. Falta consistencia, falta gravedad, falta seriedad. ¿Todo listo y a punto para las llamas? Mirá, esa carta jugátela vos. Yo de a ratos miro con los ojos de los demás.

Todos los cuerpos apuntan al imán del escenario, aplauden, pero me da que no escuchan: se miran entre sí, hablan entre ellos. Nos hacen mirar hacia el congreso para decirles no sé qué a los excelentísimos. Uno larga una oración tremolante y obtiene la aclamación final. Listo, pasaron poco menos de tres horas, terminada la march. La encuentro a mi mujer: salta y grita no sé qué con una amiga (sí que sé... si serán bestias). La miro: "¿Ya está?"... Lo pienso, no se lo digo. Buscamos a los chicos y nos vamos caminando hasta la parada. La batucada evangelística levanta el volumen sobre la placita. En el camino charlamos con un boga, un recolector, una barra de pibes. Miro, escucho. Noto algo como alegría, pecho inflado. Antes de subir al bondi terminé el resumen. En silencio.

Cafecito en casa, charla descansada. Trabajo un rato en este reporte. Por la mañana me levanto a rezongar. La costumbre. Mi mujer de acuerdo en todo. Es decir, en nada. Está todo jugado, lo sabemos, por varias generaciones, o por siempre... Pero, pero... Tiene razón y se lo digo: no está mal pelear así, con lo que se tiene. Aprenderemos de los errores, tal vez. Los que no se debiliten, los que no se tuerzan, se harán más fuertes, tal vez. Poco a poco, gastando energía en las acciones nobles que se presenten (que no son pocas). Estudiando, sí; rezando, sí. Se van a ir dando cuenta, van a aprender. Que cada vez importan menos los planes y las asambleas. Que se trata de resistir. Que hay que tener huevos para equivocarse. "Perdón –me corrijo rapidito–, eso lo dije por mí, que no hice un pomo... bajá la vuvuzela".

Ahora vamos a ver trolos y alessios por todos lados. ¿Que ya los veíamos? Náaa... ¿¡Cuántos fuimos!? ¿¡Veinte mil!? ¡¡Noo, argentinos y argentinas, fuimos...!! Otra que doscientos mil vas a ver ahora... ¿Que no puede empeorar decís? Prendé la radio, leé el diario. Grande, la foto de Messi: “Por mí, que siga Diego”. ¿Querés que te diga lo que le importa a la mayoría de los argentinos? Me acuerdo lo que me dijo otro amigo: "Si se hacía el plebiscito perdíamos, ¿no?". Si tenés ganas, lector, respondele vos.

Ahí había gente sencilla, con una pretensión pequeña, sólida. Lo dice muy bien el Normando. Como el cartonero Ferreyra, La Nación del domingo, página 20 abajo: "Para algo Dios creó al hombre y a la mujer y el matrimonio. ¿Qué va a pasar con esos chiquitos si los adoptan padres gay?"... Te lo voy a poner de este modo: por Ferreyra me pinto de naranja y me pongo a inflar globos, rezongando y carajeando. Y sí, me importa el número de los que estuvimos ahí, y en el Chaco, y en Tucumán, y en San Juan, y en Mendoza, y en Rosario, y en Córdoba, y en Mar del Plata, y en Bariloche, y en... Hubo que empujar, hubo que convencer, hubo que trabajar. Importa el número de los que quieren conservar los sentidos, entre ellos el común, como Ferreyra el cartonero.¿Quién me cuenta a los sencillos? En muchas casas argentinas el tema continúa, a la par del increíblemente estúpido debate de los senadores. Lo siguen las esposas, lo siguen los hijos, todos los que estuvieron en cada una de estas revolutas de bronca y hastío.

¿Macanas? Bastantes. Pero mucho laburo bueno también. Algunos en la mesa de ahí arriba, haciendo lo que podían en ese entorno episcopalista del Fairplay (¿lo dije bien?); muchos adolescentes y jóvenes, con la seguridad innata de la buena crianza o el ímpetu de la formación recibida; muchas mujeres bravas, bien plantadas; bastantes sacerdotes del llano que, según temperamento, decidieron empujar o se limitaron a aconsejar. Muchas señoras grandes, no del rubro viejas: del tipo señoras. Y unos cuantos que se vinieron desde el interior. Y los que siguieron con la planta firme en sus lugares. No, claro que no fue poco. Poco hubiera sido nadie ayer, o en las otras jornadas. ¿Saben qué? Fue bastante. Por cómo está este país, con su política sin clase y su episcopal conferencia, es mucho más de lo que podíamos esperar.

Problemas religiosos serios sólo hay de dos clases: cuando todo es un problema religioso, cuando nada es un problema religioso. La Argentina hace rato entró de lleno en la peor de sus posibilidades. Ni fú ni fá. Esta ley, salga o no salga, sólo en parte tiene que ver con eso.

Escucho fragmentos del debate, buscando ahí o allá alguna zona de la inteligencia que conserve actividad: ¿cómo hacen estos primates alcahuetes para no terminar nunca de debatir, no habiendo empezado nunca a pensar? Pero de verdad que son representantes: si sale lo mejor, ganamos apenas un poco de tiempo.

Siendo las 23:40 hs. doy por terminado este reporte, a veinticuatro horas exactas de haberlo comenzado. Van palo y palo y me juego: se aprueba. Pero lo peor puede ser lo mejor. No es una sola batalla, como corresponde a una verdadera guerra. Ahora que lo recuerdo, ahora que lo relato, me siento un poco más tranquilo, no tengo tantas ganas de rezongar, se me infla el pecho. Hubo algo mejor ahí.

Lupus

Especial para The Wanderer, suplemento Turismo

miércoles, 14 de julio de 2010

El aluvión cívico


"El aluvión cívico". No son palabras mías. Son palabras de los conductores del masivo acto de ayer. Nunca mejor definida la manifestación organizada por el Episcopado.
Inconsciente e ingenuamente, yo había albergado la esperanza de que la gravedad de los hechos -aunque un poco inflada creo yo, porque hay cosas más graves que se negociaron-, iba a provocar que aflorara el cristalino sensus fidei del pueblo cristiano que sobrepasara la sobreactuación episcopal.
Nada de eso sucedió. Los fieles fueron alegres y convencidos de participar de un acto de civismo asimilado a un acto de fe. Y lo hicieron con la mejor buena fe. Casi como si se tratara de una nueva religión: cristianismo y valores democráticos amalgamados para la construcción del nuevo mundo anaranjado.
Y no quedaba todo en los ideales, sino también en los medios. Fue bien claro que el estratega era un miembro del Opus por su capacidad de utilizar los medios del mundo, pero elevados ya a un nivel casi exponencial. Un color identificador, merchandising gratuito, pantallas gigantes, música pegadiza y de moda, clima de festejo y alegría, optimismo por el mundo mejor de hermanos que se viene, etc.
Hasta anoche no había caído en la cuenta de la gravedad de la situación. ¿Dónde está el resto fiel?
Estamos en el horno.

martes, 13 de julio de 2010

Perdimos


Y se hizo la manifestación contra el sodomonio. Doscientas mil personas para los organizadores; quince mil para el cronista de América TV.
Muchas dirán: "Dimos la batalla"; "Peleamos por la Iglesia y por la Patria"; "Defendimos la fe". Y no. Así no era la cosa.
No se pelea por la fe con animadores que dicen a cada rato: "Bajemos los carteles para que se vea cuantos somos. Somos muchísimos. ¿Vieron qué muchos somos?". La ley del número no es evangélica.
No se pelea por la fe cuando se elije como himno oficial de la convocatoria un cantito insulso con la música del himno del mundial de fútbol. Sólo faltaba Shakira en bikinis cantando, con veinte negros bailando detrás de ella.
No se defiende la fe cuanto todos los católicos que al azar fueron reporteados por los noteros de TV comenzaban su discurso diciendo: "No estoy en contra de nadie. Amo a los homosexuales que deben tener regulados sus derechos. Pero no pueden adoptar". Curiosamente, los evangélicos solían ser más escuetos y claros: "Estoy en contra del matrimonio gay porque la Escritura dice que el matrimonio es entre el hombre y la mujer".
Después de esta marcha, he quedado con la sensación de derrota. No porque mañana se gane o se pierda la votación -cosa que no es importante-, sino porque, me parece, la manifestación de hoy no ha hecho más que "manifestar" el estado de postración en el que se encuentra la Iglesia de hoy, aunque pareciera lo contrario. Los laicos, el pueblo de Dios, está ganado por el espíritu del mundo y aún cuando concurran a demostraciones como estas, ya ha incorporado definitivamente a su discurso y a su modo de ver el mundo las leyes de la democracia, de la tolerancia, del respeto por la pluralidad, entre otros engaños.
Si a ello añadimos el testimonio preocupante de los responsables de la educación católica de varias diócesis argentinas, según los cuales, cuando los organizadores de la marcha concurrían a los colegios para promoverla, encontraban buena acogida por parte de los directivos pero, en cambio, era tibia u hostil por parte de los alumnos que estaban convencidos del derecho a casarse que tienen los homosexuales, el panorama se ensombrece aún más.
Es triste pero, una vez más hay que decirlo, la batalla está irremediablemente perdida. Y la derrota es muchos más profunda de la que puede provenir de una simple votación parlamentaria.

¿Verdad o poder?


Los diarios de hoy, sin distinción entre liberales o progresistas, agotan rabiosamente todas las posibilidades de presión en favor del "matrimonio igualitario". Es claro que, más allá de sus diferencias políticas ocasionales, están unidos en una lucha mayor. Todo esto nos viene bien como pre-anuncio de lo que será cuando el hijo de la iniquidad finalmente llegue.
Quiero destacar, sin embargo, la columna del Washington Uranga en Página 12. Por supuesto, no es más que mentira sobre mentira, pero entre toda esa basura hay una afirmación que, se non è vera, è ben trovata. El periodista especializado en asuntos religiosos sostiene que muchos obispos no están procurando que se respete el orden natural en la sociedad sino que se respete la cuota de poder que poseen o creen poseer.
No me simpatiza ciertamente tener que coincidir con este personaje, pero creo que algo de eso hay. Me resulta muy extraño que los obispos argentinos estén protagonizando una movida -para usar el término cardenalicio- tan grande para impedir la aprobación de la ley que, aunque ciertamente grave, no lo es tanto como otras que afectan al conjunto de la sociedad como las que tienen que ver con la educación.
En otras palabras, me cuesta mucho creer que JB esté tan preocupado por defender el orden de la naturaleza y el orden de Dios. Yo creo que el está preocupado por mostrarle a K su poder y, de paso, anotarse un puntito entre los más conservadores para el próximo cónclave.
El mismo Página 12 revelaba en su edición de ayer que el episcopado había contratado a un think tank español, cercano al Opus Dei, para que diseñara la campaña de oposición que está llevando a cabo la Iglesia, al mejor estilo de lo que hacen los partidos políticos, ONG o empresas comerciales. Y esta movida también huele muy mal. Definitivamente, no se pueden utilizar los medios del mundo para alcanzar fines buenos. Entiendo que esa fue, y sigue siendo por lo que se ve, la estrategia clásica de los jesuitas. Pero, a la larga (o a la corta, si tenemos en cuenta lo que sucedió en España donde el mismo estratega logró reunir un millón de personas en una manifestación y la ley se aprobó igualmente) no da resultados.
Como dije en un post anterior, se trata de una batalla que hay que dar y resulta ejemplar el testimonio de los cientos de miles de católicos que se han enrolado en ella. En todo caso, lo mío es una crítica a las estrategias y a los estrategas.
Quiera Dios que, a pesar de ellos, triunfemos, por más efímera que sea la victoria.

viernes, 9 de julio de 2010

Magisterio


Habíamos hablado la semana pasada acerca de una necesaria discusión acerca del Magisterio. Finalmente, un amigo conocer del tema, me ha hecho llegar su escrito que, como verán, es revelador. Casi no plantea interpretaciones u opiniones personales. Simplemente, enumera una serie de hechos históricos, bastante recientes, que han provocado la exageración del magisterio romano que ahora tenemos.

Mi amigo el Wanderer me ha pedido algunas reflexiones acerca del Magisterio. Evidentemente no sabe en lo que se mete pues me temo que todo esto no haga sino aumentar el ya nutrido grupo de enemigos que se ha ganado en estos años de provocación virtual.

La tesis que quiero presentar es muy simple y es la siguiente: en el curso de los siglos y, sobre todo a partir del posconcilio de Trento, se pasado de una noción objetiva de la Tradición como depósito revelado a una noción subjetiva que insiste sobre todo en el órgano que propone la verdad, o sea el Magisterio. En términos escolásticos, un tránsito del quod al quo.

¿Cómo llegué a esta cuestión? Simplemente un día saltó a mis ojos, estudiando la Suma, que el método teológico que Santo Tomás aplica no es el que según los manuales modernos debe seguirse para probar una proposición teológica, o sea prueba por el Magisterio, prueba por la Escritura, prueba por la Tradición. En Santo Tomás no existe la prueba por el Magisterio; para él las auctoritates son la Escritura y los Padres. Las citas de Papas o Concilios son escasas. O, por ejemplo, si tomamos el Denzinger, los primeros trece siglos de la Iglesia, vgr. hasta la muerte de Santo Tomás, sólo cubren un quinto del total de las intervenciones del Magisterio. Y podemos seguir añadiendo datos significativos: la palabra Magisterium no aparece en el Concilio de Trento. La noción comienza a tomar forma a partir de Stapleton a fines de siglo XVI y sobre todo en los tratados del siglo XVIII: Mayr, Gotti y Billuart.

Todo esto obviamente no significa, y es importante aclararlo, que pongamos en duda el primado de la Sede Romana sino simplemente notar que antes de la época moderna ésta no ha ejercido el magisterio activo de definiciones dogmáticas y formulación constante de la doctrina católica que sí ejerce desde el pontificado de Gregorio XVI y sobre todo de Pío IX.. En la antigüedad la Sede Romana funcionaba más bien como una corte suprema de última apelación –que incluía a las Sedes Orientales, es muy bueno notarlo, antes de la paulatina separación luego del siglo XIII, y que sólo actuaba una vez que la cuestión en disputa había sido estudiada y desmenuzada por doctores, escuelas teológicas, universidades y concilios locales.

Podemos decir a grandes rasgos que en los primeros siglos y hasta bien entrado el segundo milenio, la Regula fidei era objetiva o sea la misma doctrina recibida de los Apóstoles, y los Papas, Concilios y Obispos cumplían una función de conservación y de testificación del hecho de que una doctrina había sido siempre mantenida, que se remontaba a los orígenes y pertenecía por tanto a dicha Regula fidei.

Por razones que sería largo relatar –hasta donde el entendimiento humano puede penetrar en las razones de la historia y sobre todo en los designios de la Providencia, se ha ido produciendo, lentamente luego del comienzo del segundo milenio y más aceleradamente en los últimos siglos, una especie de reducción de la Tradición al Magisterio. Se fue produciendo la transición de una concepción de la Tradición como contenido del depósito apostólico, a la de Tradición considerada desde el punto de vista del órgano transmisor, estimado como residente en el Magisterio de la Iglesia. El siguiente paso fue hablar, a partir probablemente del siglo XIX, de la Tradición y la Escritura como reglas remotas de la fe, mientras que el Magisterio es la regla próxima. Los teólogos de principios del siglo XX hablarán del Magisterio como desempeñando una función formal en relación con el depósito objetivo. Finalmente se critica la noción de regla remota y se concluye por atribuir exclusivamente al Magisterio viviente la calidad de regla de fe. Se ha introducido así al Magisterio en la definición misma de la Tradición. Dicho en forma exagerada, se cree en la Tradición porque así lo manda el Magisterio. Y así en la actualidad, y esto es propio del imaginario colectivo de todo buen católico, todos estamos esperando que el Papa se expida sobre tal o cual asunto. Yo no sé si esto está bien o está mal; lo que sí sé es que no fue así durante quince siglos. Cuando el Papa, o el Concilio con el Papa, hablaban era porque las papas verdaderamente quemaban: crisis arriana, nestorianismo, monofisismo, protestantismo, jansenismo, modernismo, etc.

Para ser totalmente objetivo, aclaro que desde el mismo Magisterio del último siglo y medio es posible reconstruir la noción antigua de Tradición como norma objetiva para dicho Magisterio. Pero esto no quita el movimiento general descrito en cuanto a la reflexión teológica, y la consecuente y anteriormente citada percepción del imaginario colectivo católico, incluso a pesar de explícitas aseveraciones del Papa actual quien tiene esto muy claro, si uno sabe leer entre líneas.

A propósito de las voces que seguramente se van a alzar, querido Wanderer, contra todo esto, simplemente quiero terminar diciendo que todos estos son hechos constatables y bien conocidos por los tratadistas. Más allá de la evaluación que se pueda hacer, y que me he cuidado de hacer, las cosas ocurrieron tal como he relatado y cualquiera puede reconstruirlas y mejorar la descripción con una buena biblioteca. En definitiva, es lo que hay.

Ignotus Inceptor


Nuevo material en el Arcón: La alegría del amor de Dios, de Müller, y el primer capítulo de La restauración de la cultura cristiana, de John Senior.

miércoles, 7 de julio de 2010

¿Ganamos o perdimos?


Había preferido no tratar el tema del gaymonio en el blog porque no es un tema importante. Se trata, como dije en otra oportunidad, de una batalla perdida y, en el mejor de los casos, se podrá atrasar un par de años la derrota a costa, claro está, de claudicar en los principios. Como dijo Ludovicus, la batalla se perdió “con el universal desacatamiento de la Humanae Vitae. A partir de ese momento, como lo ha remarcado lúcidamente el Mago Blanco varias veces, se trata sólo de seguir extrayendo conclusiones de una premisa mayor entronizada como axioma: el sexo no está en función de la procreación, sino de las motivaciones "personalistas" de las "personas" humanas, unidas por el amor con prescindencia del denostado determinismo biologista. Contra este sólido fundamento racional,el "sentido común" del burgués o del cristianuchi medio (los nenes con las nenas)es tan lábil como una temporada de Tinelli”.

En ese sentido, me animo a decir que son más sólidos los argumentos a favor de la adopción por parte de parejas homosexuales, que los que se plantean en contra. O, mejor dicho, los argumentos “católicos” son muy débiles y fácilmente rebatibles. Por eso mismo, plantear la batalla con el “Queremos una mamá y un papá” es, en el mejor de los casos, un manotón de ahogado.

En definitiva, plantearon una batalla nominalista: si se llama matrimonio, perdemos; si se llama unión civil, ganamos. A los efectos, es lo mismo. Entregamos el principio.

Cuando en la P.D. 1 del post anterior anotaba que ellos “perdieron”, lo hacía en el contexto del medio televisivo y en relación a la entrada precedente. Es decir, mientras que el domingo se veía al enemigo en actitud triunfalista, ayer se lo percibía triste y derrotado, y eso me produce cierta alegría.

De cualquier modo, era una batalla que había que dar, aunque estemos seguros de la derrota. A quienes le tocó comandarla, eligieron esa estrategia que no me parece la más adecuada. Yo, en su lugar, no sé qué hubiese hecho. Quizás lo mismo; quizás nada.

En cualquier caso, mis respetos a ellos y a todos los que se sumaron a la cruzada.

Nota bene al post anterior


A raíz del comentario de Benigno, reconozco que es necesario dar al menos una breve explicación de lo que sería, según mi entender, una visita.
No me refiero, por cierto, a una aparición. No soy dado a las apariciones, aunque las respeto y reconozco. Mi referencia es más bien hacia algún tipo de signo, público o privado.
Un signo público es el que todos pueden ver, pero que sólo la verdadera Iglesia es capaz de reconocer como tal. Por ejemplo, me parece que la elección de Ratzinger a la cátedra de Pedro y su su nombre Benedicto, fue un signo. La unión de la iglesia católica romana con la iglesia ortodoxa sería, creo yo, otro signo.
Hay también signos interiores, y a eso me refiero con "místico", tomando el concepto en un sentido lato. No se trata ciertamente de éxtasis ni transverberaciones, sino de algún tipo de iluminación (no encuentro otra palabra) en la que el Señor nos concede una cierta certeza sobre un tema determinado; certeza que viene acompañada de una profunda paz y gozo espiritual.
Este último es un tema complejo, que hay que pensar y ser muy cuidadoso, porque se camina en el límite de caer en el "entusiasmo" de Knox.

P.D. 1: Anoche volví a ver un rato de televisión, y la sensación fue diversa. Perdieron, y están sangrando por la herida. Se les va a ser muy difícil imponer otros temas.
P.D. 2: Hay nuevo material en el Arcón de Wordpress. Se trata de "La descomposición del catolicismo", de Bouyer. Altamente recomendable.

martes, 6 de julio de 2010

La visita


Se me dio anoche por mirar un poco de televisión nacional y, como de costumbre, fue una experiencia breve y repugnante. Pero esta vez tuvo un plus de asco y, sobre todo, de tristeza ocasionada por la descarada defensa de todos los medios de comunicación, periodistas y actores de la ley del homomonio. No sabemos si saldrá o no saldrá pero, como sea, es sólo cuestión de tiempo; se trata de una batalla perdida. Ciertamente, había que darla y batirse con gallardía, pero sabiendo que más pronto que tarde la perderemos. Pero, en fin, no me interesa hoy hablar de eso. Muy bien lo ha hecho un amigo cuyo texto podrán encontrar en el Arcón de archivos de Wordpress.

El dolor y la orfandad propia de los discípulos que miran al cielo en el monte de los Olivos, y que muchos de nosotros sentimos cada día con mayor intensidad en la persecución que el mundo envalentonado inflige a la Iglesia de Cristo y a sus hijos, me lleva a preguntarme “¿Hasta cuándo?”. Es lícito, como lo hacían los primeros cristianos, desear y suplicar con vehemencia por la segunda venida del Señor y rezar cada día: ¡Maranatha!. Sin embargo, no está en nosotros conocer el momento de ese día venturoso y, por eso, creo que bien podemos pedir una visita o un signo que nos ayude a seguir.

La pregunta que me hago es quiénes podrán reconocer esa visita. En el Antiguo Testamento, las “visitas” son reconocidas por los perseguidos, los solitarios y los despreciados, no sólo del pueblo, sino también de los sacerdotes judíos. Tal es el caso de Elías que reconoce al Señor en la brisa, refugiado como estaba en el desierto debido a la persecución de su pueblo, y tal es el caso de Daniel, único capaz de reconocer al arcángel Gabriel.

En esta segunda etapa de la historia de la salvación, quien reconocerá al Señor será, ciertamente, la verdadera Iglesia. Y aquí está el problema, porque no podemos identificar sin más a la verdadera Iglesia con la Iglesia católica como estructura. En efecto, creo yo que la mayor parte de nuestros obispos son incapaces de reconocer al Señor. ¿Alguien, por ventura, puede imaginar al cardenal de Buenos Aires reconociendo al Señor y a sus signos? Yo creo que en la verdadera Iglesia hay muy pocos obispos, muchos sacerdotes y muchísimos laicos (me queda la duda si habrá alguna monja). Entiendo que esta afirmación es peligrosa porque muchos podrían estar tentados a dejar la Iglesia oficial, o la estructura de la Iglesia, lo cual sería un error. Mal que nos pese, necesitamos de los obispos y ellos tienen una función que cumplir, aunque resulten, como sucede con frecuencia, los constantes y peores traidores del mensaje evangélico.

Pero, entonces, ¿quién sabe cuál es la verdadera Iglesia y quiénes están en la verdadera iglesia? Sería también muy fácil decir: “Yo estoy, porque soy del grupo de los buenos”. Es esta otra actitud peligrosa, porque si yo soy del bando de los buenos, Dios está conmigo y todo lo que yo y mis amigos hagamos estará bien. Y de aquí a una secta, hay muy poco trecho. Ciertamente, hay una certeza interna, que no es luz, de que estamos en la verdadera Iglesia y de que seríamos aptos para reconocer al Señor cuando venga. Pero, ¿hay algún modo de comprobar esa pertenencia? O, al menos, ¿algún modo de falsarla? No lo sé; me parece que solamente queda la opción de creer, es decir, de caminar a ciegas.

La tercera pregunta que me hago es de qué manera reconocer la visita del Señor. Como dice Newman, todas sus visitas, sea para destruir a sus enemigos, sea para librar a su pueblo, son silenciosas, súbitas e imprevisibles para los hombres del mundo, pero comprendidas de un cierto modo y esperadas por su verdadera Iglesia. Es casi como la imagen de Holman Hunt que ilustra este post. En medio de la noche y en silencio, el Señor golpea la puerta. Y será, quizás, que lo reconocemos por la luz tenue que lleva en su candil o por la paz inconmensurable que deposita en el alma.

Yo creo que es esto último, justamente, la fuente de las certezas relativas que podemos tener: reconocemos al Señor porque nos “toca” el alma. ¿Postulo un fenómeno místico? No lo sé. En todo caso, es un tema que merece otro post.