Jueves 15 de julio, 20:30 hs. De nuevo estoy acá, avenida Entre Ríos frente al Congreso, Buenos Aires. Somos, según mis cálculos tentativos (de a poco le voy agarrando la mano), algo más de doscientas personas, varones y mujeres: casi todos jóvenes, más unos quince o veinte adultos. La iniciativa fue de la muchachada: se convocaron unos a otros por facebook, por celular, por mail... toda herramienta se aprovecha ahora. Hay bufandas naranjas todavía, un par de tambores, metales ruidosos.
Cortamos el tránsito frente al Parlamento Inicuo. Los muchachos tuvieron el tino de traerse algunos pasacalles. Uno muy largo, de color amarillo, con la leyenda “Defendamos la vida desde la concepción”, sirve para atravesar la avenida de punta a punta y dividir las aguas. Hay otro que dice “No a la matanza de niños inocentes” y uno más que asegura “Esto no termina acá”. Cuatro o cinco agentes de policía, acostumbrados, aseguran el perímetro, desvían el flujo mecánico de la avenida y se mantienen al lado nuestro para “evitar incidentes”. Un auto blanco da vueltas y vueltas en torno nuestro; se detiene cada tanto, las ventanillas cerradas. Nos desentendemos de todos los vigilantes.
Se acercan a enfrentarnos una docena de muchachones, balbuceando cantitos peronistas. Son de la JJKK, la juventud jodida por los kaka. Criados como el tuerto manda, nos desafían con insultos y gestos groseros... Los muchachos y (pucha, tendrían que verlas) hasta las chicas se les van al humo, pero los frenamos, y le pedimos a uno de los agentes que saque a los orquitos porque los nuestros quieren arrasar la avenida. Es lógico: el día anterior, maldito 14 de julio, la banda mariposa había expulsado de la zona a varias mujeres, jóvenes y curas que se habían detenido a rezar el rosario al costado de la turba degenerada, sus banderas multicolor y sus penes gigantes. De plástico. Los escupieron, les tiraron botellas, los golpearon. Esas cosas no se olvidan, no se dejan atrás.
Miren, recién estoy aprendiendo este oficio de corresponsal urbano y confieso que en este momento algunas cosas me cuestan bastante: por un lado, mantener la mirada periodística sobre el suceso; por otro, proteger, aconsejar y controlar a las jovencitas y a los muchachos; y, por último, no abandonar esas dos vocaciones para empezar a dar roscazos. Con un amigo custodiamos la frontera del pasacalle y nos damos voces de tranquilidad el uno al otro. El viento zamarrea la tela, la palabra concepción me acaricia el rostro.
Los muchachos respetan nuestras órdenes pero avanzan sin pausa, descargando todo el alfabeto barriobajero. Vamos aflojando: vale, aconsejamos, pero de a uno contra uno... Nos miran con ojos alegres. El pasacalle cae al piso. La policía lo advierte y obliga a retroceder a la bandita. Nuestros muchachos aprietan el paso y la doble jota kaka se retira despacio de prisa. Saludan irónicos, a lo lejos. Se llevan puesta una puteada de órdago. Hasta pronto, si Dios quiere.
Acá, con estos varones, con estas mujeres, vuelvo a sentirme igual que el martes 13 de julio. El día antes, el día después. Pensaba que sí, pero no es tan fácil explicarlo: son aire limpio, permiten respirar. ¿Qué, si no, me agranda el pecho? Tengo la certeza de que somos muchos. No sé cuántos. Muchos más. Para empezar, sumo mentalmente a aquellos que, cuando lean la pobrísima crónica que les voy a ofrecer, tal vez envidien mi lugar.
Pasadas dos horas hacemos una ronda grande sobre la avenida para nombrar a Jesús y a María a voz en cuello, para proclamar la adversidad visceral del viva la patria contra el viva la pepa, para cantar el himno. Es un desorden, es lo que nos sale: un grito atragantado y furioso. Dos fotógrafos dan vueltas por adentro del círculo y disparan sin descanso sus máquinas botonas, deteniéndose en cada rostro. Los dejamos, los ayudamos. Es esa hora privada en que ninguna precaución tiene importancia. Hace mucho frío, pero del lado de afuera del alma. Adentro hace otra cosa.
Comenzamos a retirarnos muy lentamente, conversando, ocupando todavía la calle. Permanecemos ajenos al resto del mundo, trepados a una misteriosa sensación de fe, de ilusión invicta, de combate. Habitamos otras certezas, a cien mundos de distancia de los políticos, de los actores, de los músicos, de los periodistas, de todos los que destinaron sus riquezas, sus talentos mundanos y sus famas minúsculas a la postración de nuestra gente.
Hablamos entre nosotros sobre las estrategias preparadas para impedir la inminente ley del aborto. Un amigo me pasa un proyecto en ciernes que propone duplicar la asignación por hijo durante el embarazo; en una parte se refiere a “la Argentina por nacer”. Imaginamos de qué modo se podría declarar el 13 de julio como el Día de Algo que sea Todo lo Contrario a Esto que resolvieron nuestros “representantes”: Reconquista, Resistencia, Defensa... los nombres son rumores, evocaciones, deseos. Esas cosas. Al irme, paso al lado de uno que guarda las banderas. Lamento no tener una cámara, como correspondería a un verdadero cronista. Pero me detengo para mirar bien y fijarlo en la memoria: “Esto no termina acá”.
Déjenme distinguir algo en forma indebida (ya saben, estoy aprendiendo periodismo a la buena de Dios): llamaré patria a lo que nadie puede matar ni cambiar; llamaré país a lo que sí puede cambiar, a la materia que muta de acuerdo al paisaje humano que se imponga. Pues bien, acá y ahora siento que así empiezan las horas recias de la patria sublevada contra los miserables, contra el desprecio de lo divino, contra la negación de lo creado, contra la deshonra de la familia y el sufrimiento de los niños. La crucifixión de la patria contra la putifixión del país.
[...]
Hasta ahí mis apuntes, apenas corregidos. Ahora, con la sangre calmada, abandonada sobre el escritorio la credencial de cronista callejero, viene a darme el tostón aquel otro tipo realista, escéptico, ese otro yo mismo que me tengo merecido.
Desprovistos de casi todo, ¿qué podemos conseguir? La Argentina es un erial devastado por la molicie y la malicia. ¿Suena cursi, resobado? Quien pueda que lo diga en forma más elegante. Quedan islotes de resistencia, de familias, de amigos, pero ¿qué se puede hacer con eso, tan esencial para sus poseedores y tan invisible para todos?... Estamos solos, sin guía ni pastor. Amigos y hermanos en la fe, pero todos solos. ¿Una nación cristiana? Habría que desarmar tantos tugurios, tanta tropa imbécil... ¿Cuántas generaciones se necesitarían? ¿Hay ganas? ¿Hay tiempo? Ya termina la historia...
Ahora nos aplauden por ser “el primero de la región” en llevar la libertad al pináculo... con lo que venimos a ser, en la región, la pieza clave, el primogénito de un imperio podrido. Pero si intentamos rehusarnos a tan grande honor, no tenemos aldea donde organizarnos, ni monte donde armar la defensa. Superiores no se ven. ¿Y cuántos miopes, otra vez, querrán ponerle su propia etiqueta a cada tibio éxito mental?
En torno a la última marcha hubo demasiadas torpezas y ahora hay demasiados desencantos. Mejores posibilidades y mejores personas fueron siendo descartadas, durante estos días, a manos de ese estúpido y turbio ballet de la tilinguería catolicosa. Hasta los símbolos ya se están diluyendo, por propia inconsistencia. Tal como parece estar disolviéndose tanto entusiasmo provisorio. Pero ¿cómo puede ser que me tumbe esta impotencia, esta tara casi congénita y, al rato, el fervor de esta muchachada me haga tomar las calles por asalto, trepar por los muros, salir a cazar orcos, encenderme otra vez de ilusiones?
Yo qué sé. Yo no sé cuántas clases de tipo soy. Lo único que sé es que leí sobre fines y causas, sobre misteriosos surgimientos, virtudes desapercibidas y presencias poderosas. Y supe, por las cosas que leí y medité, que muchas horas mejores comenzaron del mismo modo: en soledad, masticando afrentas y derrotas, sin planes, sin provisiones y sin jefes a la vista.
No hay más que tinieblas donde debería haber un poco de luz. No hay más que descensos donde deberíamos encontrar la altura suficiente... ¿Y si todavía tarda en volver?
Usted y yo aprendimos, paciente lector, en presencia de los vivos y por la voz de los muertos, que en las horas terribles, para encontrar la fuerza y el señorío, hay que ir a buscarse el destino más arriba.
Lupus
Lupus hace bien en escribirnos, pues sabe hacerlo. Muchas gracias a él, entonces.
ResponderEliminarTambién hace bien en no caer en el quietismo suponiéndose un "hijo de la luz" llamado a fracasar en sus empresas de esta tierra.
Castellani le hubiese dado la derecha, como se puede ver en el sermón correspondiente a mañana domingo que se lee en su Evangelio de Jesucristo (parábola del Mayordomo Infiel).
Y todos nosotros haríamos bien si por el sábado o domingo leyésemos el sermón correspondiente de aquella obra de Castellani, como recomienda en fraile para ahorrarse de sermonear los domingos. "Vean lo que escribió Castellani, que allí está perfecto lo de hoy"... fraile bagoneta, que no Rabieta, pero santo varón, igual que el otro.
Vagoneta se escribe con "v" corta.
ResponderEliminarF. R.
Queda demostrado con el comentario anterior que el fraile vagoneta es bastante menos rompe p... que Rabieta.
ResponderEliminarEl anónimo de 19:20.
Estimado Lupus: Muy buena la crónica. Ahora bien, me quedó algo picando. Dice Ud.: "Quedan islotes de resistencia, de familias, de amigos, pero ¿qué se puede hacer con eso, tan esencial para sus poseedores y tan invisible para todos?... Estamos solos, sin guía ni pastor. Amigos y hermanos en la fe, pero todos solos. ¿Una nación cristiana? Habría que desarmar tantos tugurios, tanta tropa imbécil... ¿Cuántas generaciones se necesitarían? ¿Hay ganas? ¿Hay tiempo? Ya termina la historia..."
ResponderEliminarSi esto es así (más o menos dice lo mismo "proféticamente" un libro que editó Gladius hace unos meses), ¿no será tiempo de ponerse a pensar cómo hacemos para no estar tan solos, tan aislados, tan abandonados...? ¿La "acción nacionalista a corta distancia" que recomendaba Castellani no consistirá justamente en crear y mantener "redes" de resistentes, objetores, defensores, padres de familias "tradicionales", curas "del palo", "contactos" en distintas posiciones, etc.? ¿O, simplemente, nos quedamos en nuestros "islotes" mientras nos pasa el tsunami por encima?
Lupus
ResponderEliminarExcelente cronica.
Tiene razon, lo envidio.
La proxima vez avisen.
Cnel Kurtz,
Algo hay que hacer, tenemos que juntarnos, hay que organizar una posicion, hay que marcar la cancha, pero es mi humilde entender que si la Cabeza de la Iglesia no se pone los pantalones y organiza los grupos y cuadros, no va a pasar nada, mejor dicho, nos van a pasar por arriba.
No hay tiempo
Benigno
Estimado Benigno: Evidentemente no me supe explicar. Creo que si nos quedamos esperando a que los "jerarcas" den el "go!", estamos sonados. Y si realmente estamos en esos tiempos, cuando la Iglesia comience su peregrinar por el desierto --cuando debamos salir de Babilonia (Ap. 18,4)--, ya será tarde.
ResponderEliminarAhora toca organizar "la résistance" hasta que sea el Día D.
Estimado Coronel, haciendo cosas más o menos en esa dirección creo que podemos superar el desaliento y el agobio del desaliento. ¿Qué cosas? ¿Qué dirección?... Bueno, son dos preguntas jodidas, pero ud. mismo empezó a responderlas. Lo que se presente, lo que nos salga. Lo que sea que hagamos, que nos permita sabernos junto a otros, y no meramente en pelotas. Por ejemplo esas marchas de los últimos días permitieron vínculos y conocimientos personales. Y una buena calentura solidaria. Redes, contactos, consejos, decisiones, ese tejido común de los singulares, no creo que haya otro modo de resistir inicialmente. Una radio, un diario, qué sé yo, ojalá que alguien ponga el huevo y la pasta, pero que no sea con la marca de su huevo y el apellido de su pasta. Mire esto mismo de Wanderer, Coronel, ¿qué es, si no un encuentro de amigos y camaradas, una brasa, un terrado?... Lo primero, superar esta diáspora, deponer algo cada uno (figuración, vanidad, pereza, resentimiento, amargura), imponerse el respeto al otro, cuando no alcance para la amistad. Algo es seguro: cuanto más avancen estos canallas, más resistencia habrá. Hay que aprovechar ahora, que ya mostraron casi completa la jeta, los de afuera y los de adentro.
ResponderEliminarNo le falta razón a Benigno: si la Cabeza falla... Pero, Benigno... la Cabeza falló, a lo grande, varias veces. Puede ser que todo cambie acá, que nuestra Descabezada Sede obtenga al fin una Cabeza. Pero también puede ser que el Papa muera y aparezca luego el Cnal Cinzano a decirnos que el Proprio fue la ocurrencia de un viejito alemán. Por donde miremos, estamos sonados o podemos estarlo. Pero ud. y yo sabemos que si algo no sabemos es el día y la hora. Puede ponerse peor. Tiene que ponerse peor. Y puede ir para largo. ¿O qué medida de tiempo le asignamos al diablo?
En el mientras, ¿qué cara de culo nos ponemos?, ¿dónde queda el escondite perfecto?. Pienso que, al menos respecto de los menores, no podemos ser, estar y actuar como si el anticristo quedara cerca y Cristo quedara lejos. Así es como empezamos a rendirnos ante el tuerto y el cornudo.
Perdón, señalé sólo a Wanderer porque nos juntamos habitualmente a tomar café acá, pero hay una gran cantidad de blogs (como el del Coronel) y páginas en donde el pensamiento encuentra eco, hondura, respaldo, ánimo. Los amigos se re-unen a pensar, a carajear, y a veces hasta se les da por la risa. Eso también es "hacer algo", seguramente más de lo que nos atrevemos a calcular, y algo nunca es nada.
ResponderEliminarMuy bueno lo suyo Lupus. Comparto plenamente su visión.
ResponderEliminarCapitán Re-tirado
Gracias Capitán, lo esperaba. Fuerte abrazo
ResponderEliminar...he llegado a una conclusión que hace algún tiempo he venido pensando, meditando, rezando... “No existe organización católica que se encuentre a la altura de los ataques de los masones, marxistas, liberales y protestantes que avanzan de manera avasalladora, aunque casi imperceptible, sobre nuestra Madre Iglesia, nuestra amada Patria, nuestras familias y nuestras juventudes”. A pesar de que son muchos los grupos que se dedican a la formación y la acción, todo lo que hacemos resulta estéril e ineficaz. A mi entender, este estado infructuoso de nuestra acción se da por la falta de vertebración.Actuamos, sí, pero sin organización conjunta y programada, cada “islote de cristiandad”, llamados así por el Rdo. Padre Alfredo Saenz, actúa de manera separada e individual. Dicho ya, que el motivo principal de nuestra esterilidad en el apostolado es la falta de organización conjunta, preguntémonos entonces, ¿por qué esta disgregación? Aquí tiene un papel más que importante el amor propio desordenado, ya que todos actuamos para nosotros mismos, y no para quien debemos actuar, que no es mas que Cristo, el Rey de Reyes; es a Cristo a quien debemos entregarnos, es a Cristo a quien debemos responder, es por Él, con Él y en Él que debemos vivir. Y es aquí donde surge una palabra clave: ENTREGARNOS. Esto es lo que le falta a los pequeños islotes de cristiandad, la entrega sin medida al que entregó todo por nosotros. ¿Cuántas cosas ocupan nuestras cabezas, cuantas banalidades, cuantas cuestiones innecesarias, cuantas preocupaciones que no tienen sentido? ¡Que distintas serían las realidades de nuestra maternal Iglesia, de nuestra Patria, de nuestras familias y de nuestras juventudes, si viviéramos nuestros días como una generosa entrega al que derramó hasta su última gota de sangre por la salvación del mundo entero! ¡Que distinto sería todo! Si dedicáramos una hora de nuestros agitados días en pensar verdadera y sinceramente la forma de reconquistar el terreno perdido, la forma de avanzar con un ataque eficaz y lleno de frutos, y de dejar atrás esta retirada cobarde de la que somos participes, retirada ante el enemigo que ríe siniestramente al vernos retroceder vergonzosamente sin saber que hacer, sin saber donde escondernos, con muy pocas esperanzas de volver al frente con un ataque certero, por que, como está escrito arriba, estamos tirando los últimos disparos, pero tan cobardemente que no conseguimos dañar en lo mas mínimo a nuestro objetivo. Todo cambiaría si en cada ambiente, si en cada conversación, habláramos de la necesaria Reconquista, si nos preguntáramos la forma, el comienzo, el camino para reconquistar esta Iglesia, esta Patria, estas familias y esta juventud, no para nosotros, sino para Cristo, Dueño de todo lo que existe. Para todo esto necesitamos primero la entrega. Entrega sin medidas, sin especulaciones, sin calculo alguno, pero no lograremos jamás esta entrega si no empezamos por pedir que la Gracia de Dios Nuestro Señor nos trasforme, y que Cristo Jesús perdone cada uno de nuestros pecados por medio de nuestras Penitencias. Penitencias corporales y espirituales, rígidas, constantes, sin tregua, para poder vencer nuestras pasiones, nuestros defectos, y así llegar a la conversión del corazón y a la entrega TOTAL. Solo así, acompañados por estas armas, la Gracia y la Penitencia podemos pensar verdaderamente en la Reconquista. Una vez que todos logremos tal perfección, entonces tendremos el entrenamiento necesario para la batalla final por el Reinado social de Cristo. Pero mientras tanto tratemos de unir fuerzas, tratemos de juntar inteligencias, corazones y voluntades. Y una vez unidos por una Causa Común, entonces, elaboremos el Plan. El Plan es un orden preconcebido para la consecución de un fin, significa una sujeción de nuestro espíritu a normas fijas; a las que hay que atenerse para la ejecución; exige además como dijimos reflexión y sacrificio...
ResponderEliminar