El género biográfico se popularizó en el siglo XIX en Europa, sobre todo en Francia e Inglaterra, para luego divulgarse por el mundo entero. En efecto, una rápida compulsa mostrará que en los dos últimos siglos se cuentan por millares los libros dedicados a reconstruir la vida y obra de personajes célebres e ignotos, santos y villanos, artistas y deportistas, periodistas y políticos, médicos, historiadores, escritores, etc. Y no es mala cosa, como que una biografía bien escrita puede acercarse al milagro de una resurrección del biografiado, con lo que uno pasa a conocer al autor de lo que le interesa, y con eso, a conocer mejor lo que hizo, pensó, dijo, o escribió.
Además, una concatenación inteligente y ordenada de una cantidad de biografías sirven para escribir una historia viva de un lugar y un tiempo determinados. Yo, por ejemplo, tengo una treintena de biografías de personajes que convivieron en París en el año 1930―algunos se conocían entre sí, otros no―y nada como su concertada lectura para darse una idea de “l’air du temps”. Pensar que allí estaban, que eran contemporáneos, que algunos se conocieron y conversaron, aunque otros no: Clérrisac y Oscar Wilde, Belloc y Castellani, Josephine Baker y Stalin (creo), Bernanos y Maritain, Evelyn Waugh y Graham Greene, John Le Carré, Edith Piaf, Maurras, Thibon, Simone Weil, Bruckberger, Vladimir Volkoff, Serge Bulgakov, De Gaulle, Sartre y el cura de Toncquédec, Frank-Duquesne y René Guénon, por nombrar sólo algunos.
Como fuere, el asunto es que no hay como una buena biografía para introducirse al pensamiento o al arte de alguno. Ahora, hay que decir que en Francia se cultivó también un género menor que antecedió a la biografía propiamente dicha: “Notes pour servir a la mémoire de…” que son como apuntes sobre la personalidad del biografiado, sucesos y lances en torno a su persona que lo evocan vivamente. Algo así es el libro que nos ocupa, “una memoria” de J. B. Morton, cómo lo recuerda a Belloc: y es, anticipo, la mar de interesante. El autor fue amigo de Peter Belloc, uno de los hijos del famoso escritor, y como consecuencia de eso lo frecuentó durante casi 30 años (Peter murió en la Segunda Guerra y Morton pasó a ocupar un poco su lugar). Total que el autor de esta “Memoria” nos lleva a la casa de Belloc cuando los años ’30. Nos cuenta cómo era, qué se comía, de qué se conversaba, quiénes paraban, cómo era la familia, cómo se celebraba la Navidad, qué se tomaba, cuánto frío hacía y qué se cantaba en la mesa, antes, durante y después de comer. Describe la gran casa de Belloc, “King’s Land” en el condado de Sussex, los paseos a pie, las excursiones a la montaña, por toda Francia y España, las salidas en el famoso bote “El Nona” donde Belloc daba cátedra de navegación, de historia, de geografía, de astronomía, de religión, de matemática, artes culinarias, turismo, además de contar anécdotas de su infancia, del colegio de Newman, de Oxford, de su paso por el Parlamento Inglés, de sus lances como periodista, de sus desilusiones con tantos amigos, de sus fracasos y penas, de su viudez y de su aversión a los ricos…
Y cómo fueron sus últimos años, sus últimos días, sus últimas horas… (a veces pienso que la muerte de alguien a quien queremos mucho es tanto o más interesante que su vida. O que es, vaya puerilidad, una especie de síntesis. Espero no arruinar la película si les digo que Belloc afrontó la muerte con coraje).
No diré más―no hay lugar para más, y no hace falta. Es un libro pequeño, apenas doscientas páginas, primorosamente editado por Alejandro Bilyk, con abundantes fotos y a muy buen precio. Se consigue en la Editorial Vórtice, Hipólito Irigoyen 1970, T.E. 4952-8383.
¿Qué más? Bueno, que la traducción no es enteramente mala (corrigió Gruñón de Monfort).
Y si no me creen del todo, siempre pueden pispear el primer capítulo en: http://www.cuadernas.com.ar/retrato.php/hilaire_belloc
Valeas,
Jack Tollers.
Tenía como pendiente hacer la reseña de este hermoso libro. ¡Mil gracias Jack Tollers por esta linda traducción y por la elección!
ResponderEliminarAlguna vez se me ocurrió comenzar a escribir sobre todos los personajes que rodean a Chesterton, a Belloc y a su tiempo -- los que aparecen en dedicatorias, los que recibieron críticas elogiosas, los que se honraron con sus prólogos, los que se juntaban en algún pub de Fleet St a beber una cerveza amarga o fumar una pipa mientras discutían sobre la cantidad de acres que necesitaba una familia para subsistir o lo que hubiese sido de Inglaterra si D. Juan de Austria hubiese desposado a María Estuardo... A poco de comenzar me di cuenta que era imposible, cada uno de ellos (Bentley, Oldershaw, McNabb, Penty, Gill, Shove, Maxwell, Sheed, Ward, Jebb, Knox, Massingham, Titterton, Reckitt, Went y tantos otros) era todo "un personaje".
Esta "memoria" de Morton es una verdadera joya. Cuando leí la correspondencia de Belloc con su hija Eleanor se me descubrió un hombre de carne y hueso, con numerosos problemas y preocupaciones, soportando con verdadera fortaleza y humor toda clase de duras pruebas. Cuando leí este librito de Morton, descubrí al Belloc amigo de sus amigos y pude quizá comenzar a entender porqué esos dos amigos aparentemente tan disparejos que eran Gilbert y "Hillary", eran tan amigos.
Coronel:
ResponderEliminarSí, lo de su correspondencia con su hija Eleanor me impresionó mucho, a mí también. Tanto que traduje una de esas cartas, que está colgada en mi página.
Y aquí una pequeña historia de la vida. Busqué a Eleanor en la red y descubrí varias cosas. Primero, que enviudó pronto de Reginald Jebb. Que tuvo cuatro hijos, uno de los cuales llegó a Abad de Downside. Luego, que el menor, Julian, fue periodista brillante de la BBC, pero (posiblemente) maricón y (seguramente) falopero. Que luego se suicidó.
¡Un hijo de Eleanor se suicidó! ¡Un nieto de Belloc se quitó la vida!
Y luego, desesperadamente, intentar establecer la fecha del deceso de la vieja Eleanor... ¿supo del suicidio de su hijo menor en vida?
No recuerdo una búsqueda más afanosa en la red. Hasta que al final di con su tumba donde está la fecha de su muerte... un año antes de la de Julian.
Por lo menos...
Pero uno se queda regulando, ¿no?
La hija de Belloc, la destinataria de aquella carta sobre la bienaventuranza, el nieto de Belloc, quitándose la vida en Francia, allá por los '60...
Recemos por todos ellos (y por nosotros).
Jack Tollers.
Grata lectura la de este libro recién editado; me pareció, en su nivel, una joyita: la memoria afectuosa de un joven amigo y discípulo, el pobre Morton, de quien casi nadie conserva memoria. La edición es, como dice Tollers, primorosa. Junto con la aterciopelada traducción acompaña dignamente este espléndido librito.
ResponderEliminarMuy interesante lo que acota el Coronel. No estaría mal que vuelva a proponerse lo que pretendió aquella vez; capaz que ya no le resulta tan imposible.
(Ya le estoy agarrando bronca al Tony Perkins de Family Research; me está pudriendo oír su voz cada vez que entro a W... ¿cuánto le falta para llegar al sótano?)
ResponderEliminar¡Ah, por fin!
ResponderEliminarYo tampoco me aguanto más la voz del Perkins éste...
Gracias, Lupus, ya no me siento tan solo.
J.T.
Lupus, yo le tengo un odio infinito, tengo pesadillas con el "hello, I'm Tony Perkins". Sueño que me levanto a la mañana y me habla desde el espejo del baño. Wanderer, deshabilitá el corrido automático, te lo suplico.
ResponderEliminarEstimado Jack Tollers: ¡Qué historia la de Belloc y los suyos tan signada por la tragedia! Y aún así, libros y debates, y más libres y más debates... y humor, siempre con humor. ¡Tanto que aprender!
ResponderEliminarGracias por compartir el resultado de sus investigaciones. Ahora me siento obligado a volcar por escrito algo de lo averiguado sobre estos personajos (...y más con la indirecta del amigo Lupus). Vamos a ver; Dios mediante y tormentas amainando.
Lupus et alii: Yo tampoco lo soporto al yankee, pero no sé como hacer para mandarlo al sótano o para evitar que se reproduzca automáticamente. Haré un nuevo intento.
ResponderEliminarJé, Wanderer optó por la fácil: sopapo y afuera. Por mi parte, recién al paso de estos días entendí por qué papá Parker se larga a llorar en el final. En un principio se me dio por pensar que era por la intensa emoción de haber ido en cana.
ResponderEliminarTony Perkins le destrozó la cabeza en un par de horas de entrevista.
ResponderEliminarCoronel, yo también he pensado en escribir algo parecido y sin embargo... bueno, se lo diré.
ResponderEliminarEse vendaval de conversiones señaladas en las primeras décadas del siglo pasado me dan que pensar mucho: la lista es larga, y los nombres compiten, uno más augusto que el otro. Y no sólo literatos conversos, los grandes políticos como José Antonio, De Valera, Codreanu, Salazar.
Cuando no ambas cosas, políticos y literatos: Maurras, Brasillach y Maritain en Francia, León Degrelle en Bélgica, Ramiro de Maeztu en España, Giovanni Gentile en Italia, por ejemplo.
Todo eso fue a dar al período de entre-guerra (cuando el recuerdo de Bloy, Péguy, Psichari, Benson y otros estaba aún fresco).
Y todos esos verdaderos genios dieron un último y grandioso testimonio de la cristiandad--antes del final.
El paciente teníá cáncer. Pero ante, como en un último arrebato de salud del moribundo, exhibía las mejillas encendidas, los ojos brillantes, la sonrisa cautivante, la voz firme, los gestos elocuentes.
Pero luego...
¿Y no fue la (característica) impaciencia de Hitler lo que apresuró el final?
No lo sé de cierto.
Y ahora que tenemos cáncer, qué sé yo.
No, no voy a escribir nada sobre todo eso. Ya está.
(Pero si el Coronel se anima, aunque sea limitado a unos pocos autores ingleses, lo voy a leer con pasión, claro que sí).
J. T.
Extrañaré a Perkins, a quien todos aquí considerábamos ya uno más de la familia.
ResponderEliminarAdiós Tony, adiós.
Mire, don Tollers, me parece que el suyo hubiese sido un verdadero tratado de Teología de la Historia. Mi "scope" era más de entrecasa, comenzó como mera curiosidad, por ej. ¿quién es el Lucian Oldershaw al que GKC le dedica su "Wisdom of Fr. Brown"? o ¿quiénes eran los que firmaban en "G.K. Weekly"?
ResponderEliminarPero hay, quizá, un vínculo. Como sabrá, los jovencitos esposos Frank y Maisie (Ward) Sheed formaron, bajo la inspiración y padrinazgo del P. McNabb, "The Catholic Evidence Guild" y (con unas agallas impresionantes) se iban todos los domingos al Hyde Park, junto al frailuco, a discutir sobre religión. Hay una carta de fines de la década de 1920 o comienzos de la del '30, dirigida a los Sheed y el hermano de Maisie, en que el P. Vincent advierte de que la gente ya no quiere razonar, que ya la lógica no funciona, que ahora la gente se mueve por sentimientos, y prevé que en breve las conversiones al catolicismo se dentendrán y que más bien el catolicismo se verá infiltrado por este espíritu sentimentalista (¡40 años antes del Vaticano II!). Mire si el dominico no intuyó bien.
Viejo Jack: es Ud. incorregible. ¿Está Ud. sugiriendo, en serio, que la impaciencia de Hitler tuvo que ver, por ejemplo, con la apostasía de Maritain, y con la condena a Acción Francesa, y con la apostasía de la Iglesia, y con tantas otras apostasías que empezaron antes, durante y después del '39/'45, y que nada tienen que ver con el pobre Adolfo, r.i.p.? Un abrazo.
ResponderEliminarMe resultan bastante abstrusas las consideraciones de Jack sobre la impaciencia de Hitler (respcto de qué?) y el comentario del Anónimo sobre el "pobre Adolfo". Pero ya que estamos, por qué no hablamos también de la impaciencia de Stalin, pobre hombre?
ResponderEliminarNo soy de los que hacen ni exigen declaraciones anti nacional socialistas con cara de pedir perdón por existir, pero tampoco la pavada.
La verdad, no sé si hay muchas cosas que me hagan hervir la sangre, y ni sé si vale la pena que algo la haga hervir, pero esa especie de displicencia o complacencia de muchos "derechosos" (etiqueta simplificadora, y que comparto, pero así se entiende), percompartocon respecto a Hitler y la ideología nazi es una de ellas.
ya sé que no soy historiadora, no conozco nada sobre la II Guerra y en medio de tantos varones afectos a esos temas, me pueden descalificar cáusticamente, pero es más fuerte que yo.
Anonymous 3
Eso de establecer grados entre la peste y el cólera..., en fin.
ResponderEliminarYo me alejo de los dos por igual, por si las moscas.
Anonymous 3
He aquí su voz:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=cmCTfnNvafo
Es recomendación de J.T. en nota de pie de página n° 17 en página 40
Ludovicus dijo,
ResponderEliminarEspléndido libro, espléndida traducción la del egregio Tollers.
Leyéndolo se me ocurre que Belloc es una especie de santo patrón del católico francotirador, no clerical, con la fe a la intemperie, con una fe difícil y labrada, a años luz del conformismo incestuoso de los clericales y sectarios.
Esas reacciones tan destempladas ante las condecoraciones pontificias son antológicas.
Tollers,
ResponderEliminarPorque dignum et justum est, como dicen los más píos, se lo reitero por esta vía:
El libro quedó de perlas.
Lo sacudí en dos madrugones a cero grados centígrados, désos que garantizan que los niños duermen y se puede encontrar silencio en esta casa del infierno.
Le reitero entonces: muchas gracias.
Me trajo a la cabeza uno de los pocos libros de Belloc -que a duras penas por aquí se consigue-, el Camino de Roma, donde lo disfrutamos tomador de vino, viajero apasionado y divertido. Por ejemplo, si mal no recuerdo, contaba allí que había prometido llegar a pata a Roma, pero la cosa se le complicó y estaba frito. Lo resolvió siendo por un trayecto alcanzado en carro de caballos, pero arrastrando los pies por el suelo, para no quebrar la promesa.
Y de paso, queridos muchachos, ya que no es de los que se consiguen por estos lados ni tampoco viene mal acordarse siempre de la quijotada que supone trabajar una editorial católica, cómprense ahí mismo Campo de Batalla, también de Belloc, también de perlas.
Saludos,
El Carlista.