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domingo, 27 de febrero de 2011

Borrachera


Mientras trato de conseguir el libro recién aparecido de Roberto De Mattei, Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta, me puse a leer, y releer en algunos casos, los cuatro tomos de José Luis Martín Descalzo Un periodista en el Concilio, que tienen la virtud de narrar periodísticamente y sin tapujos por la inmediatez de los hechos, lo que iba sucediendo durante ese funesto acontecimiento de la Iglesia.

Aquí comento algunas conclusiones, todas ellas discutibles por cierto, pero ese es el objetivo del blog:

1. El autor del libro es toda una revelación. José Luis Martín Descalzo fue un cura español, de pluma fácil y agradable. Siendo adolescente leí uno de sus primeros libros, que encontré en la insondable biblioteca de mi abuelo, junto a las obras completas de Theilard de Chardin, titulado Un cura se confiesa. Es un buen libro, y cuenta las impresiones del autor mientras era seminarista. Pensamiento clásico de cualquier católico español de los años ´50. Apenas cuatro o cinco años después, el P. Descalzo prácticamente reniega de muchas de las cosas afirmadas en ese librito de juventud embotado como está con las novedades del Concilio. Más allá de que el cura haya sido medio corto de entendederas, lo cual es fácil de comprobar, es una buena muestra de la borrachera del momento. Algún lector español del blog quizás pueda ilustrarnos un poco más sobre el P. Martín Descalzo (no confundir con el homónimo argentino).

2. Los cardenales que más daño hicieron fueron: Frings (alemán), Leger (canadiense), Alfrink (holandés), Doepfner (alemán), Koenig (austríaco), Meyer (estadounidense), Suenens (belga), Silva Henríquez (chileno), Lercaro (italiano) y otros. Exceptuando los dos primeros, el resto fueron creados cardenales por el Juan XXIII.

3. No hay duda que algo había que hacer. La cosa venía mal y era necesario repensar muchos aspectos de la Iglesia. Había que salir de la Iglesia de la Contrareforma –como se decía en los ambientes conciliares-, dejar de ser una iglesia anti-protestante y volver a ser la Iglesia de Cristo. Por ejemplo, el Santo Oficio debía dejar de ser la oficina de persecución y de sospecha universal tal como era desde hacía siglos y, necesariamente, el cardenal Ottaviani debía ser alejado del puesto de prefecto, por más simpático que nos caiga el gordo transteverino debido a su supuesta autoría del “Examen crítico al Novis Ordo” (Es sabido que Ottaviani es autor sólo de la carta de presentación de ese librito escrito por Guérard de Lauriers, y si su nombre apareció juntos al del cardenal Bacci fue por una “operación” que los tradicionalistas realizaron a través de la princesa Pallavicini, como bien lo afirmó el mismo damnificado en la explicación que se vio obligado a publicar). Pero fue insensato acometer tamaña reforma llamando a un concilio de 2500 obispos. Como algunos dicen, en los ´50 existían importantes focos de incendio desperdigados en algunos países europeos y en Estados Unidos. El Concilio los junto todos en Roma y, entonces, el incendio fue incontrolable. Fue un catastrófico error de cálculo y de oportunidad política. Un error, en definitiva, imperdonable para quien tiene la responsabilidad de gobierno.

4. ¿Qué pensar de Juan XXIII? Era un buen hombre; quizás un santito; hasta me animaría decir que bastante tradicional, pero pasmosamente ingenuo, es decir, limitado. Una persona que debería haber continuado su función de visitador apostólico de los búlgaros o de obispo de alguna diócesis rural italiana, pero nunca papa. La jugarreta de la Secretaría de Estado al nombrarlo nuncio en París terminó vistiéndolo de blanco. Como dice un amigo, el Pastor et nauta de Malaquías, de tan gordo que era, terminó hundiendo a la góndola de la Iglesia.

5. Resulta francamente difícil de creer el ambiente de optimismo que se vivía. Copio algunos párrafos del P. Martín Descalzo escritos durante la tercera sesión del Concilio (1964):

“Juan XXIII dijo que el Concilio sería una nueva primavera de la Iglesia. Pues bien: aquí tenemos ya la primera golondrina: la reforma litúrgica. Tras ella vendrán los almendros florecidos del esquema ecuménico, los frutos de la colegialidad y tal vez de la unidad de los cristianos. Buen verano se le acerca a la Iglesia,…”.

“Contamos ya con una innegable realidad: el movimiento ecuménico no se detendrá ya nunca, día a día, semana a semana, el clima gira, cambia. Y cambia en Roma, en Constantinopla, en Londres, en todos los rincones del planeta”.

¿Es posible pensar que gente grande y formada en teología pudiera tener esta actitud tan estúpida e insensata? ¿Cómo podían estar tan seguros que el ventarrón de cambio que corría era el Espíritu Santo y no algún otro spiritus? Más que las rendijas, le habían abierto las puertas de par en par sin preguntarle siquiera el nombre.

6. La mayoría estaba convencida de que el cambio que se avecinaba era un cambio radical. Era una nueva forma de ser cristianos. Es decir, eran conscientes de la brutalidad del cambio, y lo aceptaron, y era motivo de gozo Escribe Martín Descalzo:

“Y me parece ver a la Iglesia como una colegiala o como una niña de primera comunión aprendiendo sus lecciones del nuevo catecismo, del nuevo modo de ser cristiano hoy”.

“¿Cómo es posible que las ideas estén progresando a este ritmo casi vertiginoso en el rapidísimo curso de dos años? El clima ha cambiado: de la contrareforma hemos pasado al diálogo; del racionalismo de texto escolar hemos ido a un mundo vital y personalista”. El problema, don José Luis, es que, efectivamente, abandonaron ese mundo estático y cristalizado pero se arrojaron a otro gelatinoso y sin substento.

“Si algunos de los temas que se tratan no llegan a estar a punto para el Vaticano II, lo estarán para el Vaticano III. Y lo proclamarán 3000 obispos que aún no han nacido”. Me recuerda a la decisión de los papas post-vaticano de llamarse Juan Pablo…

7. Estaban todos convencidos de que la unidad con los “hermanos separados” sería cuestión de muy pocos años y que ellos, prácticamente, eran lo mismo que nosotros: daba lo mismo ser luterano que católico. Luego de la votación sobre el ecumenismo, escribe: “¿Qué sacerdote se hubiera atrevido a afirmar todo esto en un púlpito hace un par de años? Hoy era aprobado por 2051 votos contra 57”.

8. Afirmaba un sacerdote francés: “Nos extrañamos de que haya tan pocos asistentes a las misas de los domingos. Más bien habría que admirarse de que vengan tantos cuando la inmensa mayoría no entiende latín”. Pobre ilusos.

9. Una perlita. Ya en esa época había que desconfiar de la sensatez de la teología polaca. Dijo el cardenal Wyszynski en una de las sesiones: “Los obispos polacos hemos pedido al Papa la definición dogmática de la maternidad de María sobre todos los católicos”.

10. Otra perlita: Desde aquí podrán bajar la significativa carta pastoral que escribiera a sus feligreses milaneses el cardenal Montini a inicios del Concilio y las insensatas expectativas que se habían puesto en ese acontecimiento.

11. Otra perlita más: En este vínculo podrán acceder a una serie de ocho videos de Youtube sobre el tema. Se trata de una muy buena y completa documental de la Rai Tre con filmaciones de época.

12. Y la última perlita de hoy: un lector me manda este vínculo para bajar un libro más que interesante: la "Guía del Antiguo y el Nuevo Testamento", escrita por Eugenio Zolli, el rabino de Roma convertido a la Iglesia católica en tiempos de Pío XII.

viernes, 25 de febrero de 2011

Imagine


Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child o Diez modos de destruir la imaginación de nuestro hijos. Un libro de Anthony Esolen

Un título provocador que sugiere desde el inicio que Esolen eligió para su libro la estrategia de C. S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino. Sarcástico y, por tanto, pleno de esperanzas, con su obra quiere despertar a los padres y choquearlos a fin de darles fuerza en su tarea educadora.

Publicado por Isi Books, en noviembre de 2010, es un libro para no dejar de leer. ¿Con cuántos niños nos hemos cruzado en los últimos tiempos que se lancen gozosamente bolas de nieve antes de que algún padre les arruine la diversión por temor a que comentan algún exceso? Decimos que amamos a nuestros hijos –contesta Esolen-, pero hacemos lo posible para privarlos de todo lo que tienen necesidad. Negamos su naturaleza profunda. No solamente planificamos su concepción a fin de tener el menor número posible sino que, además, los tratamos desde que nacen como una extensión egoísta de nosotros mismos. Desde la cuna hasta los “asilos públicos” -las escuelas-, los video juegos con perversiones sexuales pasando por un encadenamiento incesante de actividades supervisadas, terminamos ahogando su inocencia, su capacidad de admiración y su iniciativa en un universo artificial, ruidoso y narcisista. Pero hemos encontrado algo mejor: dejar que desarrollen su creatividad!!!

Pero construir la imaginación de un niño requiere otra cosa. El autor del libro muestra que una imaginación sana tiene necesidad de contacto con la Creación. Necesita tiempo, silencio, soledad para observar, soñar y explorar. Necesita de la voz y las rodillas de alguien; de la madre por ejemplo. Necesita héroes para imitar, una patria para amar, una bella iglesia para rezar y un cielo lleno de estrellas para contemplar durante una noche de verano.

Nuestro mundo se ríe sarcásticamente de todas estas cosas y recomienda lo inverso. Mantengan a los niños ocultos porque es más seguro. Embrutézcanlos e inícienlos en el mundo adulto, pero sin proponerles virtudes varoniles ni femeninas porque todos somos iguales. Ninguna palabra sobre el sentido de la unión conyugal puesto que lo primero es el placer. No dejen que nunca se acerque a un jardinero, a un artesano o a cualquier persona que ame su trabajo. Sugiéranle más bien, que prepare su carrera universitaria. Háganle saber que las generaciones anteriores estuvieron compuestas por conquistadores corruptos y crueles esclavistas; un televisor ubicado en el cuarto del niño será una gran ayuda para esta tarea.

En fin, un libro que puede ayudar en la tarea cada vez más ardua de educar a los hijos.

(Se consigue en Amazon por U$ 18)


PD: Gracias Dummy por despertarme.

martes, 15 de febrero de 2011

Qué problema ¿no?


Resulta que siete obispos ucranianos un poco díscolos y otro poco pasados de vuelta, que hace poco más de un año conformaron la iglesia católica greco-ortodoxa ucraniana, le han dirigido una carta al Santo Padre exponiendo una serie de razones por las cuales Juan Pablo II no puede ser proclamado beato.
El problema es que no encuentro modo de rebatir a estos obispos rebeldes. A ver si entre todos podemos taparle la boca y responder a las objeciones que argumentan.

Pueden escuchar la carta en Gloria TV, o bien leerla a continuación:

¿Porqué Juan Pablo II no puede ser proclamado beato?

¡Santo Padre!

Antes de cada canonización se debe examinar todas las obras del candidato, si están de acuerdo con la doctrina católica. Su predecesor, Juan Pablo II hizo unos delitos contra la fe. El fruto fue la apostasía en masa de Cristo y de la Iglesia. Su crímenes consisten en lo siguiente:

1. Gesto de Asís contradice esencialmente a la Revelación Divina, a la Tradición de la Iglesia, y es totalmente herético. Este gesto hace pensar que el cristianismo y el paganismo son los caminos equivalentes de la salvación, y esto es la herejía máxima.

2. El no defendió la fe y la moral. Causó la propagación de las herejías del método histórico-crítico. Estas herejías niegan la inspiración divina de la Sagrada Escritura, la divinidad de Cristo y todos los milagros.

3. El abolió la excomunión de los masones. Así les posibilitó acceso a los cargos ecclesiásticos.

4. El permitió que los sacerdotes con el espíritu del mundo fueran elegidos a los obispos. El resultado es el estado catastrófico de la Iglesia.

¿Qué la Sagrada Escritura dice de Asís? “Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no querría que vosotros fueseis partícipes de los demonios” (1Cor.10, 20). Dios no permite el sincretismo, es decir, un falso respeto por las religiones paganas.

Las consecuencias de beatificación falsa:

a) la infalibilidad del Papa en asuntos de la fe y de la moral con esto es abolida.

b) todas las beatificaciónes anteriores de los mártires y de los mismos apóstoles también con esto son abolidas. ¿Por qué? Porque ellos preferirían morir antes que hacer una falsa paz con el paganismo.

c) La Iglesia Católica cessarà a ser católica. ¿Por qué? ¡Porque las herejías habrán sido beatificadas!

Santo Padre, el Papa Juan Pablo II no debe ser beatificado, mas al revés él debe ser excomulgado.

La aserción del sacerdote Ortodoxo: “Si Juan Pablo II no será excomulgado, pero será beatificado, se abrirán las puertas a la dominación mundial del anticristo”.

Santo Padre, ¡Usted o se volverá un mártir o un traidor! El apóstol Pedro en Roma derramó su sangre por Jesús. ¡Siga Usted al primer Papa!

Santo Padre, rezan por Usted siete obispos del Sínodo de la Iglesia ortodoxa Griego-Católica Ucraniana.

Leopolis, 27.01.2011


lunes, 14 de febrero de 2011

¿Quién fue Louis Bouyer?


El blog de Natalio Ruíz, en su última entrada, cuestiona al P. Louis Bouyer y lo ubica dentro de los sospechosos peritos conciliares que tanto daño hicieron a la liturgia y a la Iglesia. Y sobre esto quiero decir algo.

Ciertamente, no es el caso de Natalio, pero me temo que muchos sospechan de Bouyer porque leyeron algún librito que decía que había que sospechar de Bouyer, pero nunca leyeron a Bouyer. Es decir, repiten lo que algún gurú teológico escribió o dijo en alguna ocasión.

No voy a ponerme yo a defender a Bouyer, que bastante bien se defiende solo. Por otro lado, no es mi intención convertir a Bouyer en un gurú al que se debe seguir a pie juntillas, actitud que siempre hemos criticado en este blog. Efectivamente, en algunas cuestiones de liturgia tiene posturas que no me convencen. Es preciso decir, sin embargo, que todas ellas fueron dichas antes de la reformadel Vaticano II, en una suerte de ingenua esperanza. Pero cuando muchas de esas ideas provenientes del Movimiento Litúrgico se malaplicaron por Bugnini, Montini y los suyos, Bouyer saltó como una fiera.

Como testimonio de todo esto, les copio una sección de un artículo titulado La liturgie rénovée, publicado en “La France Catholique” el 6 de noviembre de 1964, en pleno Concilio Vaticano II, y cuando acaba de aplicarse en Francia la reforma litúrgica. Insisto: estas durísimas palabras fueron escritas en la portada de un semanario que, en esos momentos, tenía una enorme tirada, pertenecía a la Acción Católica francesas y estaba monitoreado por los obipos galos y, además, el mismo año en que se comienzan a aplicar las reformas del Concilio.

Como podrán ver, Bouyer es más nuestro de lo que muchos creen.

La misa cara al pueblo: una cuestión perimida

Digámoslo de una vez para disipar una quimera: el altar “cara al pueblo”, aunque legítimo por una tradición eminentemente respetable, no es primitivo. Como en todos los banquetes de la antigüedad, Jesús y los primeros cristianos celebraban la “cena” en una mesa (sin duda sobre caballetes), en la que todos los comensales se encontraban en el mismo lado. Este es el único modo de celebrar la Eucaristía que Oriente conoció y el único que fue casi universal en todo Occidente. La misa “cara al pueblo” era una particularidad de las basílicas romanas y nunca tuvo en sus orígenes nada en común con la idea de una mesa redonda en torno a la que se sientan los comensales. Parece provenir simplemente del uso de las basílicas helénicas, que se continuaron utilizando tal como se hacía durante su uso profano, con el trono del magistrado (ahora el del obispo) en el fondo, y el pueblo separado de él y de los oficiantes por la balaustrada. El altar cristiano, entonces, se ubicó entre esos dos grupos, separados y opuesto, por lo que el obispo celebraba “cara al pueblo”. Pero esto no se hacía para estar “más unido” al pueblo, sino todo lo contrario: estaban totalmente separados. Y tampoco para ser visto por ellos, porque en las basílicas romanas antiguas se colocaba una cortina que ocultaba el altar. Por otra parte, como afirma el Prof. Cyrill Vogel, la noción moderna de liturgia espectáculo era totalmente desconocida y la idea misma, todavía viva, de participar de una acción común era opuesta a ella.

(Continúa Bouyer que la única razón que él habría considerado para permitir la misa cara al pueblo era que, según las antiguas rúbricas, las lecturas debían leerse desde el altar, y no resultaba muy lógico que el sacerdote lo hiciera dando la espalda al pueblo). “Pero ahora que las lecturas en todas las misas pueden ser hechas desde al ambón, lo cual es positivamente recomendado por las nuevas rúbricas, puede considerarse que la única razón que podía militar en favor de un cambio tan radical del altar, ha desaparecido”.

Una semana antes, el 30 de octubre de 1964, escribía en el mismo semanario una enfurecida columna denunciado lo que muchos sacerdotes de Francia estaban haciendo en sus templos con el pretexto de aplicar las instrucciones de Roma: destrucción de los retablos, venta de ornamentos y libros litúrgicos, de-formación de los templos, etc. Afirma que su accionar es peor al de las “bandas negras” que se entregaron al pillaje de las iglesias luego de la Revolución y, con su acostumbrado cinismo, afirma: “Nadie tiene el derecho de vender lo que no le pertenece, ni siquiera para comprar un televisor comunitario a fin de poder ver la Tour de France o los concursos de bikinis, que ahora son “más pastorales” que un breviario “trágicamente inadaptado”.

Y continúa algunas párrafos más adelante: “Pero es mucho más escandaloso… que algunos clérigos incultos pero arrogantes… no solamente liquiden precipitadamente todos los tesoros del arte religioso francés, sino que busquen reemplazar el culto tradicional de la Iglesia por una mélanges de didactismo fastidioso y pueril y de manifestaciones de masa, copias ridículas de los meetings políticos, y todo esto bajo el pretexto de “adaptación pastoral”.

jueves, 10 de febrero de 2011

Protohistoria III, y última


Pero a Dios nunca se le agotan sus recursos. La revelación de las posibilidades creadores de su amor no tiene término. Así como había recuperado al mundo en un primer momento recreando la imagen divina, una segunda vez Dios va a recuperar al hombre haciendo aparecer el eterno modelo de esta imagen: el Verbo en persona. Este retorno de la creación que el hombre había inaugurado, esta reforma de la línea creadora que descendía de Dios a la materia por el espíritu creado, va a proseguir. Es el Espíritu increado el que va a llevar a la humanidad al cielo. Así como el hombre, espíritu encarnado, había nacido en la inocencia de la materia profanada por el espíritu puro, de la humanidad contaminada va a nacer el Hijo de Dios hecho carne, de la carne misma del pecado pero escapando a su contaminación. El Espíritu divino trabaja a la humanidad culpable como había trabajado a la materia oscurecida. Como Yavé había plantado en un mundo hechizado de presencias maléficas el jardín del Edén, y como había hecho florecer al hombre creado a su propia imagen, ahora aparece en la humanidad arruinada por la falta de Adán, ese “paraíso animado” que es la Virgen María, como la llaman los Padres. La sombra del Espíritu se posa sobre ella, y así como la materia se había convertido, en el origen de la humanidad, en madre del hombre, así María se convierte en Madre de Dios, al darle su carne a la humanidad celestial. Y así será salvado el hombre nacido del primer Adán y el mundo caído con él será rescatado por el segundo.

Como tan amarga había sido el fracaso de la primera iniciativa salvadora de Dios en Adán, tanto más fulgurante será el éxito de la segunda iniciativa en Jesús. No solamente los hijos de la tierra, y la tierra misma en ellos y con ellos, serán elevados hasta el coro de los ángeles para completar la brecha satánica, sino que el Hijo del hombre, reuniendo en sí a toda la humanidad, recuperando en ella a toda la creación, se identifica con el eterno Corifeo, con el Verbo, con la eterna alabanza del amor del Padre. La creación, definitivamente, separada del Creador por Satanás, se encuentra reunida en Cristo. A su término, ella ha regresado a su fuente, no para absorberse en ella sino para alcanzar finalmente un florecimiento inacabable.

He aquí no solamente restaurada sino reunida con su divino ejemplar a la liturgia cósmica. Por la encarnación del Verbo en la humanidad, ella misma encarnación del espíritu creado, todas las cosas son recapituladas en su divino modelo y el coro de los espíritus es reunido en el corazón de la divinidad. Jesús reconduce a la humanidad al paraíso terrestre por la resurrección; por la ascensión, Él la transfiere a la esfera angélica de la que el príncipe de este mundo había sido expulsado. Finalmente, penetrando en el santuario celestial, Él nos hace sentar a la derecha de Dios, nos hace entrar con Él, y a todo el universo con nosotros, hasta el seno del Padre del cual procede toda paternidad. En el Cristo total, en la humanidad celestial de la que Jesús es el príncipe, el hombre, asociado al coro de los ángeles, es iniciado en el propio cántico del Verbo. Esta divinización que el orgullo de Satanás había ambicionado, que su mentira nos había prometido, se encuentra realizada aquí, pero en otro sentido, por la humanidad del Hijo eterno.

Es de este modo que esta vocación de ángel de reemplazo que da sentido a la misma creación del primer hombre, a pesar de la prevaricación de éste, finalmente se ha cumplido. En una perfección inseparable, por la nueva creatura, Dios se hace hombre para divinizar al hombre.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Protohistoria II


Sin embargo, allí mismo se encontraba la raíz de la salvación del mundo descarriado. El mundo material, porque estaba ordenado esencialmente al mundo espiritual, le fue positivamente donado a éste en virtud del designio del creador. La suerte de uno está ligada a la del otro, pero no se confunden. Toda creación, sea el mundo espiritual como el material, es obra solamente de Dios. Sólo la divinidad puede dar el ser autónomo al pensamiento angélico como a su propio pensamiento y otorgarle al espíritu creado su espejo en las criaturas sensibles, del mismo modo que Él mismo se había reflejado al comienzo en ellas.

Queriendo Dios salvar al mundo caído bajo el imperio del diablo, va simplemente a dar a la creación del mundo una prolongación inesperada por los ángeles. Dios va a animar el rostro de los espíritus creados que se reflejaba en las aguas puras y transparentes de la materia primitiva al que el narcisismo de Satanás había inclinado hasta la caída. Confiriendo la existencia autónoma a aquello que la materia tenía de espíritu en potencia, Dios suscita en el seno mismo de la creación física apestada por el espíritu puro caído, un espíritu carnal cuya inocencia pudiera restaurar el universo.

Sin duda, la caída del diablo arrojó un velo de sombra sobre todo el mundo del que había sido príncipe desde el origen. Pero este mundo que le había sido confiado se le escurrió porque, al igual que todo ser, el mundo sensible pertenece a Dios. Sólo Dios sabe lo que puede nacer de Él en este reino usurpado por otro.

Y no solamente el mundo escapa a ese otro sino que escapa también, precisamente, aquel a quien más amaba: su propia imagen. Dicho de otra manera, aquello que tenía espíritu en potencia en la materia va a tomar vida bajo el vuelo del propio Espíritu de Dios. Nuestra tierra, arrancada del caos, reflorece en un nuevo jardín de Dios y, en ese Paraíso, aparece el Hombre. Restaurando directamente en el mundo la imagen divina que su príncipe ciego había desfigurado, el hombre es creado como el salvador posible del mundo.

Este momento segundo de la creación es el principio de un nuevo orden. Hasta entonces, del Espíritu increado había procedido el espíritu creado, luego la materia, espejo del espíritu finito, lo había a su vez prolongado como otro infinito. Ahora, aparece un orden inverso preparado para derrotar al primero. Un nuevo espíritu se libera de la materia y se remonta hacia su creador. Al conducirla en el movimiento ascensional de su propia creación, la restablece en el circuito, bloqueado por Satanás, de la acción de gracias y de la eucaristía cósmica. De este modo, el Mundo caído con su príncipe, será liberado de la noche y de la muerte por el propio hijo de la tierra, introducido en el coro de los hijos de Dios.

Satán, sin embargo, no quedó desarmado frente a esta respuesta del Creador. En virtud del designio primero de Dios, que no se arrepiente, el mundo en el cual surge el hombre continúa perteneciéndole. En toda la realidad carnal en la que el espíritu del hombre ha florecido, y aunque incapaz de tocar los resortes profundos de su inteligencia y de su libertad, el diablo tiene espacio para tentarlo. Él pudo libremente desarrollar la sugestión inicial del Mal en este nuevo espíritu que es el hombre. Y va a instilar en él el espejismo de los deseos sensuales.

Y el hombre cederá. El redentor posible de la tierra será la conquista suprema del espíritu rebelde. Esta libertad que Satán había sentido brotar por encima de él, como una repetición posible por parte de Dios del imperio que él le había arrebatado, era demasiado, y se mostrará capaz de seducirla. Este es el segundo drama, prolongación del primero: la caída del hombre, eco de la caída de Satán. El mundo, en lugar de ser arrancado por el hombre del imperio del diablo, se encuentra arrojado por el hombre en la esclavitud del pecado y de la muerte.

Se ve entonces como, en el universo, el hombre aparece con un ángel de reemplazo. Nuevo Lucifer, él debía tomar el lugar dejado vacío por el primero en el coro de la eucaristía universal. Nacido en el mismo mundo al que su primer príncipe había llevado a la perdición, el nuevo dueño de la tierra que era Adán estaba destinado a reintegrarlo al pléroma del amor divino y a reintroducirlo en el reino de la luz y de la vida.

Abdicando su libertad al imperio del demonio, le otorgó a éste una conquista inesperada y una dominación más íntima sobre las cosas. De hecho, es a causa del hombre que la tierra es positivamente maldita.

martes, 8 de febrero de 2011

Protohistoria I


Louis Bouyer escribe en el primer capítulo de uno de sus mejores libros - Le sens de la vie monastique, aún no traducido al español - un relato de lo que podríamos llamar la "protohistoria", es decir, la "historia primordial" que precedió a la creación del hombre.

Muchos se preguntarán en qué libros está escrita y qué documentos la atestiguan. No es el caso. "Entonces, es puro mito", dirán. Ciertamente, pero un mito verdadero.

Y mito, que no fábula, y que se inscribe en la más profunda tradición judía y, aún más, es la protohistoria que están suponiendo los Apóstoles y los Padres en sus escritos.

Quizás les pase como a mí, que después de leer este relato, entendí muchas de las expresiones de San Pablo y de San Juan en su Apocalipsis.

Es un poco extensa. La publicaré, entonces, en tres post diarios, para facilitar su lectura.


Continuando con la antigua tradición rabínica y teniendo siempre presente el cuadro cósmico y supra-cósmico en el que se inscribe la visión que San Pablo o San Juan tienen del drama de la redención, la tradición de los Padres nunca admitió la existencia de un mundo material separado de una creación más amplia, es decir, de un universo espiritual. Más exactamente, para ellos, el mundo es inseparablemente materia y espíritu. Lo que nosotros llamamos mundo material es solamente el reflejo de un reflejo. El mundo es, en principio, una proyección viviente y libre de las Ideas de Dios, las que se encontraban reunidas hasta ese momento en su Logos divino. Estas Ideas sobre las que el Espíritu de vida se posó, fueron animadas de una vida propia y son los espíritus creados. El coro que forman es como la imagen creada de la imagen increada del Padre eterno, es decir, el Logos.

Pero ellas, a su vez, piensan, y en esto son imagen de su Creador. El fiat del Padre, entonces, se extiende a los pensamientos de sus pensamientos como a los suyos propios, y los proyecta a su vez fuera de sí y fuera de ellas. Y este es el mundo visible, objetivación común, podemos decir, de los múltiples pensamientos angélicos, como el mundo invisible es una objetivación de los múltiples aspectos de un único pensamiento del Padre. De este modo, el Verbo es a la vez el monogénito en la eternidad y el primogénito en la creación.

Será necesario, por tanto, representarnos el universo material como un espejo ofrecido a lo espiritual, como un jardín de los espíritus a los que se asemeja y a los que está confiado, porque fue hecho a imagen de ellos. Es como la orla de su vestido, y las brumas de su luz son como el tenue resplandor del manto ondulante con el que el Creador ha querido vestir a su criatura invisible. Es así que esta idea, que se remonta a la más antigua tradición judía y ya que aparece en el Éxodo, indica que todas las cosas de aquí abajo son la reproducción de los modelos celestiales. Y aquí se injerta la otra idea, tan frecuente en San Pablo, que se refiere a la misteriosa relación entre los ángeles y los elementos de nuestro mundo. Es a los ángeles, dice la epístola a los Hebreos, que está sometida la economía presente. Ellos son los rectores del cosmos, los arcontes –es decir, los príncipes- del siglo presente.

El universo establecido, entonces, reposaba en el gozo durante esta primera aurora de la Creación que es evocada en el libro de Job: “Cuando las estrellas de la mañana cantaban en coro y todos los hijos de Dios la aclamaban”. De hecho, la antigüedad cristiana se representaba el mundo primordial sobre la imagen de un coro inmenso resonante de la gloria divina, en la unanimidad del amor orquestado por el Verbo. En este universo todo espiritual, todo era canto en el origen. A la jerarquía de las potencias creadas en la unidad, correspondía la simpatía y la sinfonía de la liturgia cósmica en la que se canta el grandioso panegírico que glorifica con una sola voz al Creador, tal como lo expresa la epístola a los Hebreos

A través de esta cadena continua de la Creación, en la que la sociedad trinitaria de las personas divinas se ha como extendido y propagado, va y viene el flujo del agapé creador y de la eucaristía creada. Descendiendo del ser próximo al más próximo, hasta alcanzar el último confín de la nada, el amor creador de Dios revela toda su potencia en la respuesta que Él mismo provoca, en la alegría del reconocimiento por el cual, en la primera mañana de su ser, las creaturas fluyeron libremente hacia Aquel que les había dado todo. De esta manera, este coro inmenso se nos aparece como palpitante de una incesante sístole y diástole, difundiendo en amor paternal la gloria divina y luego recogiéndola sin cesar hacia su inalterable fuente de amor filial.

Sin embargo, una disonancia se introdujo en esta universal armonía, porque surgió un obstáculo que quiso detener en la creación el frente desbordante de la infinita perichóresis divina. Todo un sector de las criaturas espirituales se separó y, de alguna manera, se desgajó de la gran rosa mística que florecía en torno a la Trinidad. Como jefe de ellos se encontraba una de las más altas, sino la más alta, de las potencias creadas, Lucifer, el astro de la autora por excelencia, el príncipe de este mundo sensible en el que resonaba el último eco de la gran eucaristía. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué es lo que intervino? Simplemente, el orgullo. Elevado tan maravillosamente por la gracia del Creador, tan cercano al centro y a la fuente de todo, el espíritu creado quiso hacerse a sí mismo el centro, como si él mismo fuera la fuente. Con él, aquellos que lo siguieron, apartando su mirada del divino modelo del cual procedían, se sumergieron en el espejo de las cosas, deseando amar solamente su propia imagen.

Pero, desde que se produjo esta nefasta detención, desprendidos de la fuente del amor, desviados del centro de la gloria, la porción del universo comandada por el espíritu del orgullo se estrelló y se derrumbó sobre sí mismo. Las primeras tinieblas se extendieron con el vuelo del ángel maldito. Dejando el coro donde palpitaba la vida eterna, el mundo, nuestro mundo, entró en el frío reino de la Muerte.

Lucifer, pretendiendo ocupar el lugar del Verbo en el coro cósmico y, finalmente, invadir incluso el lugar del Padre, consumó la primera y fundamental mentira, y se convirtió, según las palabras de Cristo, en el padre de la mentira. Queriendo capturar para sí el movimiento de la vida, él no puede transmitirla, sino sólo fingirla. Y así, se ha convertido en el propagador y causante del mal en el mundo material sobre el que aún tiene un especial poder.

jueves, 3 de febrero de 2011

Engañadores y engañados


La alerta que me hiciera ayer un lector del blog acerca de que estaría disminuyendo mi inteligencia y el atinado comentario de Mary Lenox, sugieren un post acerca de lo que plantean. Parecería, en efecto, que estamos cayendo en un burdo sofisma, aquel que extiende las propiedades de la parte al todo, cuando tratamos el tema de los movimientos neocon y sus fundadores. Algo así como:

El fundador de los Legionarios, del Sodalicio y de Miles Iesu han tenido una vida desordenada y han abusado, de un modo u otro, de sus seguidores.

Los Legionarios, el Sodalicio y los Miles Iesu son movimientos neocon.

Los fundadores de todos los movimientos neocon son abusadores.

E, inmediatamente, el siguiente silogismo:

El Evangelio dice que todo árbol bueno da frutos buenos.

El “árbol” de los movimientos neocon es malo.

Sus frutos, es decir, los miembros de los movimientos neocon, son malos.

Resulta claro que es un argumento sofístico. Y en él pueden haber caído algunos o, según parece, nos achacan a nosotros haber caído también en él.

Es cuestión, entonces, de hacer algunas distinciones. Y en primer término, el principio general:

Es el que claramente estableció Ludovicus en su comentario de ayer. El problema de los movimientos neocon no es su fundador o sus miembros sino su estructura. Allí está la madre del cordero. Se trata de una estructura cuyas características han sido bien establecidas en la Editio princeps del Diccionario Neocon y que no voy a repetir aquí. Podría definirse como el jesuitismo llevado a sus últimas consecuencias, o bien, la conclusión última que en recta lógica se desprende de la infeliz frase ignaciana perinde ac cadaver.

Se trata de un sistema establecido sobre un volutarismo irracional –tan irracional como un cadáver o como un bastón- que supone la inspiración perpetua y continua de los superiores a los cuales se les debe, por ese motivo, obediencia ciega. Esto es una monstruosidad, con superiores santos o con superiores pecadores. En el primer caso, producirán autómatas rezadores, celebradores de ceremonias, portadores de cilicios y adictos a las azotainas. Pero, si el caso es el de un superior pervertido o con algún problemita –casos que, como estamos viendo, son mucho más frecuentes de lo que pensábamos-, la cosa es gravísima, porque la estructura ha establecido que no hay límites que detengan a la omnímoda y siempre inspirada voluntad del superior. Nada se interpone entre él y su súbdito. Es por eso que Maciel pudo hacer lo que hizo durante décadas sin que nadie lo frenara. Es que, necesariamente, esas estructuras crean en torno al superior, una corte de aduladores y encubridores que impiden las reacciones de los siervos. Y, cuando estas suceden, tienen abundantes recursos para detenerlas o escamotearlas; recursos que llegan, incluso, a comprometer a altas esferas del poder eclesiástico. Ejemplo de sobra tenemos con nuestro Big fish autóctono que, haciendo caso omiso de la orden pontificia de clausura monacal, sigue desplazándose por mundo.

Pero es necesario hacer ahora la segunda precisión, la de Engañadores y Engañados. Es fácil reconocer la categoría en la que se encuadran Maciel, Doig, Karadima, el Big fish y otros más. Pero están los otros, que son miles, y que, como dice Mary, hacen el bien engañados como están. Yo puedo dar testimonio de algunos cientos de ellos, como lo he dicho varias veces en el blog, que son gente de buena fe, que soportan su situación, conscientes o no de ella, y que hacen el bien.

A ver, aquí hay algo que varios han dicho en los comentarios del blog y que yo rescato: a la monjita de un movimiento neocon, que entregó su vida a Dios con generosidad pasmosa, y pasa sus días alimentado e higienizando a niños y adultos postrados y a ancianos desvalidos, qué le puedo decir yo que, como me achacan, me paso el día sentado escribiendo en una computadora. Ante esta monjita y tantísimos otros casos similares, chapeau.

Pero la existencia de estos casos ejemplares, no implica que debamos seguir con la venda puesta, negando la realidad y permaneciendo en silencio obsequioso. Los múltiples casos que han saltado, y los todavía saltarán, exigen que seamos descarnados en el diagnóstico: lo que no funciona son las estructuras neocon, que están hechas para que cualquier pervertido pueda usarlas para sus fines oscuros. Lo que no funciona es el jesuitismo a ultranza y es la obediencia ciega. Lo que no funciona, en definitiva, es el voluntarismo en las organizaciones religiosas, aunque las víctimas funcionen, a costa de su sangre.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Y cayó otro neocon. ¿Cuántos van?


Hace unas horas, un lector escribió el siguiente comentario: "La categoría de los neocon, bolsa donde se quiere meter a muchos católicos, vive en la mente de Wanderer, Ludovico y otros delirantes. Esta categoría esta hecha de mentiras, calumnias y medias verdades que pretenden extenderse como mancha denigrante a millones de católicos. Según tal imbecilidad los que Wanderer y Ludovico identifican como neocon defienden y encubren a Maciel en sus crímenes, y los no neocon son los únicos lúcidos que lo condenan. Simplificaciones estúpidas para cerebros minúsculos, deseosos de autoafirmación en su "pose" (no pasa de eso) católica".
Pues bien, pareciera que no hay tanto delirio porque acaba de caer otro fundador de un movimiento neocon. Se trata de Germán Doig, fundador de los Sodalicios de Vida Cristiana, a quien en las últimas horas le suspendieron el proceso de beatificación por abuso de tres jóvenes. Pueden leer la noticia aquí.
Lo curioso, y típico además, es que numerosos obispos y líderes políticos se dehicieron en loas a tal personaje "cuya vida no fue ejemplar", en palabras del P. Len, superior de los Sodalicios. El cardenal Karlic, por ejemplo, decía en una homilía en el quinto aniversario de su "tránsito": "Hoy queremos celebrar el amor de Dios en Germán. Queremos meditar su sabiduría, queremos meditar su amor, queremos meditar su persona, y así entender el misterio de su muerte, como debemos procurar entender el misterio de la Muerte de Jesús, " (El texto completo aquí) La página del Sodalicio se ha apurado en borrar todos los testimonios de nuestros pastores que, iluminados por el Espíritu Santo como corresponde a todo obispo según el diccionario neocon, reconocían en Germán un ejemplo de vida para los laicos católicos. Pero al Wanderer y sus amigos nada se les escapa y aquí pueden Uds. leer el caché, y enterarse de los consejos de nuestros pastores. By the way, el Sodalicio fue invitado a instalarse en Buenos Aires por el primado Bergoglio.

En fin, siguen cayendo. Y todavía faltan. Y falta el autóctono, aquel que pidió que destruyeran una fotografía porque podía entorpecer su futuro proceso de beatificación.

Un regalo para Perpleja


Jack Toller me acerca la traducción de unas líneas del Card. Newman como obsequio para nuestra amiga Perpleja, cuyos comentarios movieron a la reflexión a más de uno:

El recuerdo de quienes nos precedieron

Por otra parte, mientras de esta manera el recuerdo de los muertos nos da tiento, también constituye un gran consuelo, especialmente en esta época del mundo, cuando la Iglesia Universal ha caído en errores y se encuentra divida, rama versus rama.

¿Qué cosa sostendrá nuestra fe (por la gracia de Dios) cuando tratamos de adherir a las verdades antiguas, y pareciese que quedamos solos? ¿Qué sostendrá al “centinela sobre los muros de Jerusalén” contra el menosprecio y celos del mundo, las acusaciones de querer llamar la atención, de ser fantasiosos, extravagantes e insensatos? ¿Qué nos mantendrá interiormente tranquilos y pacíficos cuando se nos acusa de “inquietar a Israel” y “profetizar desgracias”? ¿Qué cosa sino es la visión de los santos de todas las edad, cuyos pasos seguimos? ¿Qué cosa sino la mística imagen de Cristo estampada sobre nuestros corazones y recuerdos?

¡Los tiempos de primigenia pureza y verdad no han pasado! ¡Aún están presentes! No estamos solos, por mucho que lo parezca. Pocos de los que ahora están vivos están en condiciones de comprendernos u homologarnos; pero aquellas multitudes del tiempo primitivo, que creyeron, y enseñaron, y adoraron, tal como lo hacemos nosotros, todavía están vivos en la presencia de Dios, y en sus gestas del pasado y sus voces actuales, exclaman desde el Altar. Nos animan con su ejemplo, nos dan vivas mientras nos acompañan, están a nuestra derecha y a nuestra izquierda, los mártires, los confesores y otros santos, que recurrían a los mismos credos, y celebraban los mismos misterios y predicaban el mismo evangelio que nosotros. Y a ellos se les unió, a medida que pasaban las edades, incluso en épocas oscuras, o, peor aún, incluso en tiempos de divisiones, nuevos testigos de la Iglesia de aquí abajo.

En el mundo de los espíritus no hay diferencias de partido. Por cierto que claramente constituye nuestro deber, mientras estamos en este mundo, argumentar y pelear hasta por los detalles de la Verdad, según los veamos con las luces de las que disponemos; y por cierto que hay una Verdad más allá de la discordancia de nuestros pareceres. Pero a la larga, aquella Verdad es discernida sencillamente por los espíritus de los justos; los agregados humanos, las instituciones humanas, las cosas humanas, no les hacen mella, allí en el estado, invisible para nosotros, en el que están. Han sido segregados de la carne. Grecia y Roma, Inglaterra y Francia, no le otorga color a esas almas que han sido lavadas en un solo bautismo, alimentados por un solo cuerpo, y moldeados en una sola fe. Si han caminado en el Espíritu Santo los adversarios de antaño, ni bien muertos, inmediatamente se ponen de acuerdo. Las armonías se combinan y llenan el templo, mientras que los compases discordantes y las imperfecciones desaparecen. Por tanto, buena cosa es inclinarnos hacia el mundo invisible, “qué bueno es estar allí”, y edificar tabernáculos para aquellos que hablan “un lenguaje puro” y que “sirven al Señor con unánime sentir”; por cierto, no para quitarlos de sus seguros santuarios, no para honrarlos supersticiosamente, ni atribuirles más poder que el que tienen, sino para contemplarlos silenciosamente para nuestra edificación y de ese modo, alentando nuestra fe, avivando nuestra paciencia, protegiéndonos de los pensamientos que tenemos acerca de nosotros mismos, impidiendo que confiemos en nosotros mismos y obligándonos a vernos (como realmente debiéramos siempre vernos) como sólo seguidores de la doctrina de quienes nos precedieron, sin prestarle la menor atención a los maestros de novedades, a los fundadores de nuevas escuelas.