Hace dos días falleció en Madrid el ya nonagenario maestro de la Resistencia, don Blas Piñar. Aquí la reflexión de un amigo y el recuerdo de su nieto:
Los que me conocen bien saben de mi reticencia a la
idolatría de las personas, alergia a los gurús, y desconfianza de los
"líderes"; en definitiva: que soy medio iconoclasta. Con éste, sin
embargo, no puedo más que hacer una excepción: lo traté personalmente con
cierta asiduidad. Dicen que no hay gran hombre para su ayuda de cámara... tal
vez habría que hacer la salvedad de los que no lo son ante sí mismos, los que
no se toman en serio, los que no toman la "pose" de grandes
defendiendo sus ideas de modo patético... esos, creo que se agigantan. Si supo
ser altisonante, elocuente, si mostró indignación, es porque la tenía, la
sentía y la sufría. Uno puede estar de acuerdo o no con sus posturas y
simpatías concretas (yo no siempre las comparto), pero no eran pose, ventaja
material o combustible del narcisismo. Y dentro de sus posturas
"extremas" supo ser sensatamente moderado cuando era razonable serlo.
Era capaz de ser amigo de sus oponentes doctrinales, pero no para "sacar
chapita" de "abierto" (lo que por otra parte en esa época y contexto
no servía de nada) o para "usar" tortuosamente esa amistad como
herramienta política. De Bandrés (mencionado en el texto de abajo) me habló más
de una vez y no lo hacía como mostrando al descuido su magnanimidad para que
uno lo admire sino como el que rememora divirtiéndose con ingenuidad infantil
las travesuras que hacía en la escuela. Perdió un puesto importante en el gobierno
franquista (Director del Instituto de Cultura Hispánica que le permitía viajar
constantemente por toda América) por escribir en la portada de ABC un artículo
muy políticamente incorrecto contra los yankees, en un momento en que el
gobierno estaba haciendo esfuerzos por crear una amistad con el Big Brother,
artículo que tituló escuetamente "Hipócritas!".
Los personajes públicos que tanto hemos conocido acaban
por resultar personas absolutamente desconocidas. Porque la vida está llena de
matices y anécdotas, de recuerdos y experiencias que normalmente desconocemos.
Quisiera recordar hoy lo que quizá no conociera de mi abuelo Blas, porque suele
ser lo que mejor describe a un ser humano, más allá de los tópicos y, por
supuesto, de los prejuicios, normalmente interesados…
Mi abuelo era un poeta: vivió la vida escribiendo versos de los dramas y flores
de su vida. En la Guerra Civil, cuando liberaron el Alcázar o liberaron Madrid;
constantemente al amor de su vida, mi abuela Carmen o cuando un nieto se casaba
o cuando nacía un bisnieto. También hubo versos para la política, la fe y para
España y su historia, todas ellas vocaciones de una persona leal e íntegra, de
vida pública y privada ejemplar. Sin distinciones.
Mi abuelo era un teólogo: leía y escribía sobre la fe, sobre la Virgen María y
sobre los ángeles. Vivió la transformación eclesial del Concilio Vaticano II
sin dejarse llevar por los vientos de la confusión pero sufriendo las
incomprensiones de quienes dirigían un cambio cuyas consecuencias aun notamos
y, sobretodo y a pesar de todo, manteniendo la fe y transmitiéndola de forma
ejemplar.
Mi abuelo era un profeta: su papel público supo adelantarse a los tiempos y,
viendo en primera línea los acuerdos soterrados de la Transición, quiso
avisarnos –poniéndose en la diana de los que engañaban- de muchos de los males
que hoy padecemos los españoles en forma de crisis económica, institucional,
nacional y, sobretodo, moral.
Mi abuelo era un Político con mayúsculas: independientemente de su ideas, en la
Transición se comportó lealmente frente a tantos que cambiaban sus principios
por los cargos, tentación permanente de quienes quieren servir a lo público y
acaban por servirse de lo público. Jamás habló de sus adversarios como algunos
hablaron de él. Fue leal a los principios y respetuoso con las personas. Hasta
el punto de construir y mantener desde los escaños de la primera legislatura de
la democracia una entrañable amistad, todo un símbolo de reconciliación, con
Juan María Bandrés. Sirvió a España de forma desinteresada viajando por medio
mundo como Director de Cultura Hispánica, hablando de nuestra mejor historia,
defendiendo nuestra cultura, nuestras contribuciones y nuestra particular forma
de estar en el mundo.
Mi abuelo era un humorista: no dejaba de sacar punta a las situaciones, de
contar anécdotas graciosas e inventar chistes. Mi abuelo era un gran abuelo y
aún mayor bisabuelo: cariñoso, detallista, cercano, sensible y siempre
emocionado con las vidas nuevas que la familia recibía…
Mi abuelo ha sido ejemplar hasta en su propia enfermedad.
Que algún día, cada vez que un gran español nos
deja, sepamos los españoles aprender de todo lo bueno, para lograr así la
nación que merecemos volver a ser, por encima de las ideas y por encima de los
prejuicios.