(Este texto lo escribí yo, pero las ideas no son mías. Salieron en una mágica conversación, entre rodaballos y vinos gallegos, hace pocos días. Los créditos a quien le corresponden)
Luego de golpear la puerta con cierta
insistencia, la mucama de don Gabino hizo pasar al profesor Worms y a Pablo Paz,
pero les pidió que esperaran en el recibidor porque debía “preguntarle al señor
si podía atenderlos”. Los dos se miraron extrañados. La mujer sabía que el
viejo estaba siempre dispuesto a recibir a sus amigos y no era necesario conseguir su permiso para hacerlos pasar a las zonas más familiares de la casa.
Al poco rato regresó la boliviana, fiel y laboriosa
como pocas, y los condujo a una sala grande que raramente veces se usaba.
Estaba casi a oscuras. Sólo una lámpara alumbraba a don Gabino que estaba
sentado junto a una pequeña mesa sobre la que se destacaba una botella de Laphroaig
y un enorme y antiguo proyector de cine. El viejo tenía apiladas en un armario
decenas de latas con películas de la primera mitad del siglo XX, en 35 mm, que
se dedicaba en mirar cuando lo acorralaba la nostalgia.
- Estaba mirando algunas escenas de
“Casablanca” –les dijo a sus amigos-. Siéntese y sírvanse una copita de este single
malt que es de los mejores que existen.
Worms y Paz no estaban demasiado interesados
en la película –era en blanco y negro, pensaron- pero la perspectiva de tomar
un par de copas de Laphroaig los entusiasmó para quedarse a acompañar al
viejo. Y lo mejor, era hacerlo en silencio, mientras él miraba sus vistas
favoritas. Don Gabino encendió nuevamente el proyector y la pantalla mostró a
Ingrid Bergman cuando le pide al pianista: “Play Sam. Play ‘As time goes by’”.
Si al whiskey le sumaban la belleza de la actriz y de la canción, esa iba a ser
una tarde perfecta. Sin embargo, apenas unos segundos después de reanudada la
proyección y cuando Humphrey Bogart aparecía por el fondo a fin de reprender al
negro, el viejo detuvo nuevamente el proyector y, en la pantalla, quedó
congelado un fotograma. Al poco rato, volvió encenderlo y lo volvió a interrumpir
inmediatamente, con otro fotograma, apenas diferente del anterior. Y así estuvo
más de quince minutos, pasando fotograma por fotograma, en los que escasamente podía adivinarse a Bogart caminando en medio de su bar hacia el lugar del piano
y, de la canción, era imposible distinguir alguna cosa.
Los dos invitados no querían interrumpir a
don Gabino, pero las actitudes de éste le parecieron más bien extrañas y
prolongadas. ¿Se trataría de demencia senil, o sería que el single malt
se le había subido muy rápido a la cabeza?
- ¿Qué hace don Gabino? – se animó a
interrumpir Pablo Paz.
- Estoy tratando de entender cómo ve la vida
el hombre contemporáneo -, le respondió sin muchas ganas.
- Tiene razón –dijo el profesor Worms- y
agregó citando la canción- "The fundamental things apply as time goes by".
-No me refería a eso profesor, aunque su observación es buena. Me refería a la prosa y a la poesía, como dice una amiga mía.
Paz y Worms ya no entendían nada. El viejo deliraba o estaba ebrio. Se miraron en la penumbra asustados.
- Así como lo escuchan –les dijo sonriendo
mientras los miraba por primera vez desde su llegada- son cosas que estuve
escuchando de un ángel.
Los dos jóvenes amigos agudizaron su mirada
de consternación. Don Gabino no sólo miraba de un modo imposible las películas y decía incoherencias sino que ahora también hablaba con los ángeles. La cuestión
no podía ser más grave.
- Recién dijo que era una amiga la que se lo
había dicho –se animó a decir Worms, con la oculta esperanza de que el viejo reaccionara y saliera de su estado senil.
- Es que los ángeles muchas veces hablan a
través de los amigos. Y les digo más, son los ángeles los que nos juntan
y nos hacen amigos. ¿O ustedes creen que es casualidad que nosotros
seamos amigos? En eso tenía razón Levinas y otros personalistas, aunque se
quedaron cortos. El rostro y la mirada del otro impactan en el corazón del
hombre, pero en el caso de la amistad, no es sólo cuestión de rostro y mirada,
es cuestión de magia, o de ángeles.
- Don Gabino, deje un rato a los ángeles y
cuéntenos eso de ver la vida como la ve el hombre moderno –dijo Paz, que era un
poco ansioso y no podía desprenderse del todo de su formación positivista.
- Es que el hombre de hoy ve la vida en
fotogramas y no como una película. Si yo dejo encendido el proyector y no lo
detengo, veríamos Casablanca como una totalidad, y la entenderíamos, y
aunque quizás soltáramos algún lagrimón recordando un amor perdido, gozaríamos
del filme. En cambio, si la vemos fotograma por fotograma, en realidad no vemos
la película y, claro, no entendemos nada. Llegaremos al final, cuando parte el
avión en una noche lluviosa, y allí habrá acabado todo. Habremos pasado un
largo rato mirando fotogramas inconexos para llegar al final sin haber
entendido nada.
- A ver si entiendo –dijo el profesor Worms-.
Usted quiere decir que el hombre moderno ve la vida en momentos estáticos y no como
una totalidad y, por eso, no entiende de qué se trata.
- Así es, ve su vida como si viera los
hilos sueltos y fuera incapaz de ver el tapiz entero. Hilo por hilo; fotograma
por fotograma…
- Es por eso entonces que al hombre de hoy no
le queda más que gozar del instante, del presente, del aquí y ahora, porque no
sabe si habrá otro fotograma y qué habrá en ese próximo fotograma –dijo Paz-.
¿Qué sentido puede tener entonces cualquier perspectiva existencial? “Hoy
comamos y bebamos que mañana moriremos”…
- Ha dado en la tecla, don Paz. La cuestión
es la muerte, o el avión que se eleva entre la niebla de Casablanca. ¿Cómo se
entiende y se acepta la muerte, la propia y la de los demás, si la vida son
solamente fotogramas sueltos? Imposible. Apenas si queda un poco de
incomprensión y una enorme carga de desesperación y angustia. Y es
por eso que el hombre moderno ha “editado” la película de la vida: le ha
cortado los últimos fotogramas. La muerte ha sido expulsada de su mundo. Cuando
se muere, se muere; y a las pocas horas ya no es más que cenizas que se
amontonan en los incineratorios. No piensa en eso. Es un fotograma eliminado,
obliterado, seccionado de la totalidad…
- Menos mal que tenemos la fe y las verdades
que nos enseña la Iglesia-, interrumpió con alivio Worms.
- ¿Qué Iglesia le enseña eso profesor? La
Iglesia, o sus ministros, ya no hablan de la muerte. ¿O usted escuchó alguna
vez a la hermana Wanda referirse a esos temas en sus catequesis? ¿Y que es lo
que dice el cura cuando hace un responso, si es que hace alguno de vez en
cuando?: “Queridos amigos, no lloren ni si angustien. El finado está en el
cielo, mucho más feliz que nosotros. Dios es bueno y seguro que lo
misericordió”. Ya no existen más los ornamentos negros, ni el túmulo, ni las
lágrimas, ni las misas gregorianas. A nadie le importa, ni a los católicos, cómo
fue la vida que llevó el difunto; si fue piadoso o pecador. Todos nos salvamos.
Vivimos en un desopilante festival de misericordiaciones. Lo terrible de la
muerte, y de Dios, se eliminó con los últimos fotogramas.
- ¿No exagera un poco don Gabino? Están los
del Oh pius Dei, los del Verbo Encardinado y muchos otros grupos
de esos que usted llama neocones…
- Esos son los peores… Son los portadores de
la religión juanpablista…
- ¿Y eso qué sería?
- Se lo grafico: la religión de las Jornadas
Mundial de la Juventud. La religión que enseña que la vida cristiana es
pura algarabía y jolgorio, y pasarla y sentirse bien. Que todo es color de
esperanza, y arco iris, y amor y paz. La muerte tampoco allí existe.
- Y si se olvida la muerte, ¿qué sentido
tiene la Redención?- dijo Worms pensativo.
- Dio en el clavo –dijo don Gabino-. El Señor
nos redimió de la muerte. De la muerte del pecado, pero también de la muerte
que pudre y agusana al cuerpo. Recuerden el tropario de Pascua de la liturgia
bizantina: “Cristo resucitó de entre los muertos, y con su muerte destruyó a la
muerte, dando vida a los que estaban en el sepulcro”. Y estos versos, en la
noche pascual, los orientales la repiten cientos de veces, cantando a los
gritos, el obispo, los curas y los fieles. Porque no hay religión cristiana sin
muerte destruida y vencida. No hay cristianismo sin perspectiva y conciencia de
la muerte.
Los tres se quedaron callados un buen rato,
con cara medio tristona, mientras tomaban de a pequeños sorbos los restos del single
malt.
- “We´ll always have Paris” – dijo el
profesor Worms pensativo, citando nuevamente Casablanca.
- Sí, siempre tendremos París, pero al revés –respondió
enigmático don Gabino. -Recuerde que esa frase la dice Rick a Ilsa, su antigua
novia, antes de embarcarla en el avión que la llevará a Lisboa junto a Laszlo, su marido. Él, en cambio, sabe que será apresado por los nazis en
Casablanca, y sabe también que ya nunca más verá a Ilsa. “Pero siempre tendrán
París”; siempre tendrán la memoria de los días pasados en esa ciudad, donde se
conocieron y conocieron también la felicidad, y allí, en ese recuerdo, podrán
reunirse. Nosotros, los cristianos, también tenemos un recuerdo, que más que
recuerdo es añoranza, pero añoranza del
futuro. Nosotros siempre tendremos el futuro.
Y agregó don Gabino con solemnidad:
- “Creen que añoran el pasado, pero en
realidad su añoranza tiene que ver con el futuro”.
- ¿Y eso también se lo dijo un ángel?-, le
preguntó Paz sonriendo.
- Eso lo dijo Newman, pero a mí me lo dijo un
ángel.
Don Gabino volvió a encender el proyector y
ya no lo detuvo hasta que el avión se perdió en medio de la bruma marroquí.