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lunes, 16 de marzo de 2015

Don Gabino y las espaldas de Dios

- Se fue a hacer un responso – respondió don Gabino a sus amigos cuando le preguntaron por el hombre del balandrán.
- Muy inteligente se ve ese cura –arriesgó Pablo Paz para ver si el viejo largaba alguna información sobre su extraño amigo.
- Inteligente y culto –respondió- y ha tenido suerte a pesar de todo.
- ¿Por qué? ¿Le pasó algo?
- Y, le pasó lo que le pasa a todos los curas: se topan con la Iglesia. Él estudiaba filosofía y teología, un poco en la Universidad y otro poco por su cuenta, como un simple y piadoso laico. Era una gran promesa pero, en un momento, no sé bien qué le pasó y abandonó su formación religiosa para entrar al seminario. Y allí las cartas ya estaban jugadas: cayó en manos de los obispos.
- No serán tan malas esas manos después de todo – dijo Alvear, tratando de suavizar un poco.
- Son las manos más perversas y malvadas que usted pueda imaginarse… Lo mejor, es mantenerse alejado de ellos si quiere conservar la fe –dijo tajante don Gabino.
- Pero no todos los obispos serán así…
- No sé si todos, pero los argentinos seguro que sí.
Y en eso apareció el cura con su sotana negra en la que se podían contar, como siempre, algunos lamparones. Todos se callaron y siguieron armando sus pipas.
Y mientras el cura bebía con atraso su té, con atraso también llegó Enrique Fierro a la reunión semanal. No venía esta vez con su sonrisa optimista sino más bien con rostro apesadumbrado.
- Algo le pasó –dijo despacio Bulgarovich al Poeta.
- ¿Por dónde anduvo en estos días que no se lo veía? –preguntó éste.
- Por la ciudad nomás… -dijo Fierro sin muchas ganas de hablar.
Viajaba mucho por sus negocios y tenía la enorme habilidad de combinarlos con la crianza de una familia irresponsablemente numerosa, con sus clases en la universidad, el liderazgo de un grupo de jóvenes católicos que más de un párroco envidiaba y el pasatiempo de integrar un conjunto dedicado al canto folclórico. Un chatría.
- Y la ciudad cada vez está peor. Llegué a la mañana temprano. El sol estaba asomándose sobre el río e iluminando los edificios, los negocios abrían sus puertas, los hoteles lujosos mostraban su opulencia. Las veredas transitadas por quienes iban a sus trabajos y por los trasnochadores que regresaban de sus juergas; por adolescentes ensimismados en sus celulares y jóvenes absortos en la música que llevaban a cuestas en sus auriculares. No puedo definirlo, pero la iniquidad está escrita en las paredes y hasta en el aire de la ciudad. Si parecía que los ángeles me advertían que huyera, que jamás habitara allí y que no hiciera alianza con sus habitantes.
- Me pasa algo parecido cuando voy –dijo Costa- Es como una fuerza negativa que exige custodiar los sentidos, y no solamente para no caer en tentación sino para caer en el terror y el asco.
- Las grandes ciudades de hoy son ciudades entregadas a la idolatría- aseguró el hombre del balandrán- y los ídolos, que son demonios, no pueden si no crear esa atmósfera a un corazón cristiano. Como dice el Apóstol, es “fuego, un mundo de iniquidad, indomable, el mal sin descanso, un veneno mortal”.
Todos se quedaron callados unos minutos mientras fumaban sus pipas y pensaban que, en su pueblo, la idolatría aún no se había instalado del todo.
- Tuve una sensación parecida –dijo el Profesor de Worms-, sensación rara, no sé si de horror o de asco, pero escuchando la radio. Un periodista entrevistaba a un tal Mons. García, obispo de San Justo. Se plegó a todas las propuestas del mundo que le largaban y, peor todavía, cuando le preguntaron por los sectores de la Iglesia que se resisten a los cambios que se están cociendo en Santa Marta, no hizo más que menospreciarlos y tratarlos de miedosos y, en el fondo, de estúpidos.
- Sí, es una sensación fea –dijo don Gabino-. Es la sensación de la soledad. Fíjense que estamos viviendo dos niveles de soledad. Los cristianos, casi siempre, tuvieron que resistir la soledad del mundo: no es posible congeniar con el mundo. Si no estamos solos en el mundo, es mala señal: no somos buenos cristianos, digan lo que digan los del Opus Dei. Pero a nosotros nos ha tocado estar solos también en la Iglesia, o sentir que la estructura de la Iglesia nos expulsa, nos deja solos y se burla de nosotros, y esa es una soledad que patea más fuerte.
- ¿Se burla de nosotros? ¿Le parece que es para tanto don Gabino? – dijo Alvear.
- Semipelagianos, pepinillos en vinagres… y ¿cuántos epítetos más? Somos los pobres necios que nos hemos quedado aferrados a formas de una Iglesia estancada. Ahora la Iglesia es movimiento, puro movimiento, y el que no se mueve con ese ritmo, se termina muriendo.
- ¡Qué panorama nos pinta usted don Gabino! Solos y cascoteados desde todos lados…
- Solos y cascoteados, sí, incluso por los que creíamos que eran nuestros amigos. Casi casi como Rolando: Païns ont tort et Chrétiens ont droit
- O casi como Syme y sus amigos… - dijo el cura.
El Profesor de Worms sonrió. Él era uno de los amigos de Syme, el Hombre que fue Jueves.
- No entiendo –dijo Bulgarovich, sospechando que la conversación derivaría en códigos que él no había estudiado.
- Es que la vida consiste en perseguir permanentemente a Dios, a quien siempre vemos de espaldas, como el grupo de Syme, persiguiendo al gordo Domingo –respondió el hombre del balandrán- “¿Quieren que les diga el secreto del mundo? Pues el secreto está en que sólo vemos las espaldas del mundo. Sólo lo vemos por detrás, por eso parece brutal. Eso no es un árbol, sino las espaldas de un árbol, aquello no es una nube, sino las espaldas de una nube. ¿No ven ustedes que todo está como volviéndose a otra parte y escondiendo la cara? Otra cosa sería si pudiéramos salirle al mundo de frente…”
- Tiene razón el preste –dijo don Gabino- No hay otra. Perseguirlo a Dios, corriendo por los caminos o metiéndose al mar; a caballo, en carro o en auto, o incluso a campo traviesa cuando a Él se le ocurre montarse a un globo aerostático. Y claro que vamos a sentirnos solos y a recibir cascotazos de todas partes mientras dure la persecución. Pero hay un secreto para pasar el trago amargo. Usted debe saberlo Profesor…
Y sonriendo de Worms asintió.
- El secreto es no desviar la mirada de las espaldas de Dios – dijo- porque Él, de vez en cuando, muy de vez en cuando, se da vuelta y nos mira un segundo, y lo vemos sonriendo, como divertido por la corsa que no está dando. Era eso lo que hacía el Domingo. Y ese segundo vale por años de carrera, de soledades y de cascotazos.
- Así es señores. No queda más que seguir corriendo, hasta el final. Lo raro y hermoso es tocar la meta; lo fácil y vulgar es fallar –remató don Gabino.
Volvió el silencio serpenteando con el humo de las pipas. No había más que decir. Sólo había que llegar.

14 comentarios:

  1. Bien dicho, una sonrisa para el domingo de Laetare...

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  2. D-I-R-E-C-T-A-M-E-N-T-E

    Gracias don Gabino,

    Don Bilbo

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  3. " ... abandonó su formación religiosa para entrar en el seminario... "
    Vaya tela

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  4. Gracias a Dios apareció Don Gabino nuevamente...siempre nos saca una sonrisa este hombre che,ya sea de felicidad o de consuelo,pero sonrisa al fin..que importante es conservarla...
    Gracias Don Gabino;go on!!

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  5. Muy bueno, as usual.

    Y hablando de GKCh, ¿alguien sabe si la versión rusa para el cine de esta novela se puede encontrar en algún lugar accesible? Digo, por la Argentina...

    Gracias al que sepa.

    Atentamente

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  6. Dice San Gregorio Nacianceno, en su discurso 28, sobre la teología:

    "Yo corrí como el que deseaba alcanzar a Dios y así subí a la montaña y penetré en la nube, metiéndome en su interior, lejos de la materia y de las cosas materiales, y concentrándome en mí mismo cuanto me era posible. Y cuando miré, apenas puede ver las espaldas de Dios, y eso a pesar de que yo estaba todavía protegido por la roca, es decir, por el Logos hecho carne por nosotros."

    Se trata, por lo visto, de un juego que Dios lleva jugando desde antiguo.

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  7. En esto de "estar solos también en la Iglesia, o sentir que la estructura de la Iglesia nos expulsa, nos deja solos y se burla de nosotros, y esa es una soledad que patea más fuerte", en el Paraguay no estamos mejor: La Conferencia Episcopal hasta el recuerdo quiere borrar de Mons. Rogelio Livieres (Cf. http://realidadcatolica.blogspot.com/2015/01/de-nuevo-la-cep-borra-mons-livieres-de.html) y desde los altos mandos de la “Obra” no solo lo han dejado solo (es miembro del Opus Dei desde hace medio siglo) sino que le han bloqueado toda ayuda económica necesaria para que el obispo y su madre de 90 años, que está en silla de ruedas, puedan sobrevivir… "Amor al mundo", que le llaman!

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  8. La Iglesia duele.
    Y nada hay tan divino como amar intensamente sin ser correspondido.

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  9. ¡Ay, don Gabino! Que bueno que, al menos, uno pueda compartir esta soledad y este camino de retorno. Al fin y al cabo -hablando de Chesterton- nos hemos hecho peregrinos para curarnos de nuestro destierro. Y eso, por la nostalgia de Dios, el sentimiento más puro, subterráneo y límpido del hombre. Sin el cual, no se puede vivir en el mundo sin ser del mundo; ni se puede perseguir a Dios a campo traviesa.
    Y, por supuesto, cuánta razón tiene el Profesor en sugerirnos no desviar la mirada de las espaldas de Dios...mire si terminamos con cara de pepino!
    Gracias. Su amigo.-

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  10. Hay que perseguirlo a Dios todo el tiempo, pero con honestidad. Don Gabino lo expresa muy bien cuando dice: hasta el final. De otra manera es muy fácil engañarse.
    Saludos

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  11. Agustín, crearon el monstruo de las conferencias episcopales y ahora no hay quien lo pare. Es parte de la revolución francesa en la iglesia.
    libertad=libertad religiosa
    igualdad=colegialismo
    fraternidad=guillotina ecumenista....
    guillotina para los tradis por supuesto.

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  12. El Profesor de Worms17 de marzo de 2015, 16:57

    Absolutamente genial. Muchas gracias por compartir el texto, don Wanderer.

    ¿Se viene la edición física de los Diálogos de Don Gabino?

    Tendríamos que charlar sobre las regalías, aunque le adelanto que con algunas copitas de Talisker quedaríamos a mano... Eso sí, después de Semana Santa.

    El Profesor de Worms

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  13. El Profesor de Worms17 de marzo de 2015, 17:33

    Estimado Bulgarov:

    La Iglesia como Madre sí corresponde a nuestro (flojo, pobre, inconsistente) amor. Incluso el amor que derrama es superabundante en tanto los dones que provienen de su Cabeza Divina así lo son.

    La que no nos ama es cierta estructura cancerosa de dicho cuerpo que no se limita a ser pecado como todos nosotros, sino que trabaja constantemente por "desdivinizar" el cuerpo entero con sus palabras, obras y "gestos".

    Esa estructura no nos ama, pero tampoco goza de amor no correspondido. Al menos no del mío. El único amor que tengo (o intento tener) por ella es aquel al que nos obliga el mandamiento de la Caridad: rezar por los que nos persiguen, por su conversión y para que no sean piedra de escándalo para los demás.

    El Profesor de Worms

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  14. Muy buen Don Wanderer.

    ¿Sabe?

    Esa novela me la encontré tirada en el piso, en la Avenida Rivadavia, en Primera Junta...una noche fría...era una de esas ediciones de bolsillo que sacaba el diario...¡Crónica!

    La leí en "instantes", no podía parar.

    ¿Se da cuenta?

    Entre los edificios y los demonios, se esconde siempre la sonrisa de Dios.

    Que junto con su Madre lo guarde y bendiga

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