Damos la bienvenida a don Francisco José Soler Gil, de Sevilla, a quien esperamos tener como asiduo colaborador de este blog.
El verano es el tiempo de las largas tertulias nocturnas, a cielo abierto, con la familia o los amigos. Las amables temperaturas de la noche invitan a demorarse en todo tipo de especulaciones, quizás ante una buena mesa, en la que no faltará la botella de vino refrescante. En el campo o en la playa, a la luz de las estrellas, se aceptan preguntas que podrían ser tomadas como impertinentes en cualquier otro contexto.
Así, por ejemplo, si en un marco como éste un amigo me preguntara qué es lo que me parece peor del pontificado de Francisco, no lo llamaría al orden, ni le recordaría doctrinas de respeto filial, sino que, sin dudarlo ni un momento, simplemente le respondería que lo peor son los preparativos que, a todas luces, se están tomando para enmendarle la plana al mismo Jesucristo, de cara a agradar al mundo. Y es evidente que me refiero, muy en primer lugar, a la admisión a la comunión a los divorciados que vivan en adulterio. Que es algo que el Papa Francisco parece empeñado con firmeza en implantar, y posiblemente lo consiga, cosechando grandes aplausos de los enemigos mortales del cristianismo.
Pero si este insistente amigo me preguntara luego qué es lo segundo peor del actual pontificado, confieso que me pondría en un aprieto: ¡Hay tanto donde escoger!
Podría mencionar quizás la frase que quedará para eterna memoria de Francisco I: «¿Quién soy yo para juzgar?». Una frase que, además, por lo que llevamos viendo, sólo se aplica en determinadas direcciones, y preferentemente a favor de los deseos arcoiris.
Pero podría mencionar en su lugar el reverso tenebroso de esa frase, que son las continuas «misericordiaciones» de voces críticas ante el deterioro doctrinal que está sufriendo la Iglesia. Del benemérito cardenal Burke hacia abajo, la lista se va haciendo muy larga ya.
Y podría mencionar también las entrevistas aéreas del Papa, la verborrea inagotable, las madres conejas, los pepinillos en vinagre, las ostentaciones de humildad, la opción preferencial por los políticos, actores y futbolistas, el populismo de tres al cuarto, la intromisión en temas científicos y económicos ajenos a su competencia,... Verdaderamente, ¡hay tanto donde escoger!
Ahora bien, ante tan exuberante variedad, lo mejor es guiarse por las propias preferencias. Ya que nos hallamos en medio de la gran feria de los despropósitos, escoja cada cual el que más le moleste. A mí me molesta mucho que me tomen por imbécil, y por eso, una cosa que me cuesta especialmente soportar es la pedagogía para ovejas del Papa Francisco.
Como cada maestrillo tiene su librillo, el actual pontífice también usa, una y otra vez, de ciertos procedimientos que parecen ser de su agrado. Lo malo es que estos procedimientos presuponen ―o la menos esa impresión me da a mí― que la grey a su cargo está formada por ovejas estultas.
Mencionaré un único ejemplo, por no ser prolijo. El más reciente que se me ocurre. Estos días pasados hemos asistido a la enésima exhibición del método pedagógico bergogliano, en concreto durante la audiencia general del pasado día cinco. ¿Qué nos explicó el pontífice en esta ocasión? Habló de los divorciados que viven en adulterio, si bien en otros términos: «los que tras la ruptura de su vínculo matrimonial han establecido una nueva convivencia». Bien, esta terminología resulta un poco más larga que la empleada por Nuestro Señor, pero, atendiendo a la enseñanza de Cristo, las dos son equivalentes. No obstante, cada uno es muy libre de escoger las palabras con las que quiere expresarse, de manera que volvamos al núcleo del asunto: ¿Qué nos explicó el pontífice sobre los divorciados que viven en adulterio? Pues que no están excomulgados. Ni más ni menos.
Como era previsible, los medios de comunicación del mundo entero titularon que el Papa dice que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar. Y, como era no menos previsible, los medios católicos salieron enseguida a responder que eso era una malinterpretación, cuando no una manipulación, de las palabras del Papa. Puesto que no es lo mismo no estar excomulgado que poder comulgar. Lo de siempre. Ocurrió lo de siempre. Lo que viene ocurriendo a lo largo de todo el pontificado.
¿De verdad no podía saber de antemano el Papa que sus palabras serían interpretadas del modo en que lo fueron? Por supuesto que lo sabía, ¿cómo no lo iba a saber? En realidad se trata ―junto con las destituciones y nombramientos― de una de sus maneras preferidas de influir en el desarrollo de una discusión: Realizar una declaración ambigua, que dé alas al bando heterodoxo que desea impulsar, al tiempo que dé pie a los católicos fieles a pensar que nada nuevo se ha dicho. Y así, la culpa del desaguisado la tiene siempre la prensa, que no entiende. Pero sí que entiende. ¡Vaya si entiende!
Por eso, si yo pudiera pedirle un favor al Sumo Pontífice, le pediría que, puesto que tiene muy claro a dónde quiere llegar, al menos no recurra a tales procedimientos, que, a fuerza de reiteración, presuponen ya la estupidez de los católicos que tratan de mantenerse fieles a las palabras de Cristo. Y que además convierten el camino en lento y tortuoso. Dicho con otras palabras: Lo que vas a hacer, hazlo pronto.
Francisco José Soler Gil