Varios lectores del blog preguntaron, al leer la entrada anterior, quién era Hooper. Y la pregunta es razonable, ya que nadie está obligado a leer Retorno a Brideshead y, aún habiéndola leído, es posible que se les haya pasado desapercibido.
Hooper es un personaje periférico de la novela pero, a la vez, es un personaje central. Como acotó Ludovicus en su comentario, Hooper es el arquetipo del hombre común que introduce la nueva era del mundo que se abrió con el fin de la Primera Guerra Mundial, y en la que aún vivimos: la era del hombre común y del hombre plebeyo.
Hooper, en la novela de Waugh, es un hombrecillo que tiene un marcado acento vulgar y su vocabulario y modismos son equivalentes al que hoy denominaríamos el “lenguaje tinellizado”, y así representa el autor al homúnculo que hoy puebla, no solo las páginas de Retorno a Brideshead, sino mundo entero. Refiriéndose a los millones de jóvenes que murieron durante la Gran Guerra, dice Waugh en boca de Charles Ryder: “Esos hombres debían morir a fin de construir un mundo para Hooper; eran aborígenes, una plaga según lo establecía la ley, destinados a ser tranquilamente fusilados a fin de que las cosas fueran más seguras para el viajante de comercio, con sus anteojos ajustados, su apretón de manos húmedas y rechonchas y su sonrisa de dentadura postiza”. Los Hoopers son hombres que conocen el precio de todo pero el valor de nada, y cuya única progenie es la religión secular del comercio.
Por eso, Hooper hace pareja con otro de los personajes de la novela: Rex Mottram, el marido de Julia Flyte. Ella misma lo describe como alguien “tan absolutamente moderno y actualizado que solamente pudo ser producido por esta horrorosa época. Un hombre pequeño e insignificante que pretende ser todo”. Tal como el hombre contemporáneo, es alguien incapaz de ver la vida en su aspecto espiritual, y tampoco la ve en el material. Todo en Mottram se reduce a la razón y a la actividad incesante, a calcular y a hacer cosas, muchas cosas. En él no hay espacio para la contemplación ni para la vida intelectual.
Los Hooper y los Mottram no son hombre malvados. Simplemente, les falta curiosidad o deseo intelectual y piedad natural, y esta carencia los transforma en “hombres pequeños e insignificantes”, es decir, en hombres comunes.
¿Qué es, en definitiva, un “hombre común”? Es el hombre del montón, que no se distingue de otro. Por eso, nuestra época es la época del hombre común en la que no hay espacio para el “hombre distinguido”. Y con esta expresión no me refiero a un hombre refinado y ni siquiera a un hombre culto, sino al hombre que se “distingue” de los demás hombres por lo que es y por lo que tiene, lo cual, en la actualidad, es una empresa casi imposible. Más aún, vivimos en una época que ha enseñoreado al hombre común en los pináculos del poder, proponiéndolo como el paradigma a seguir. ¿Qué impresión causa en los hombres comunes que son nuestros vecinos la patética imagen del papa Francisco subiendo las escalerillas del avión con un portafolios negro en la mano? Que es un hombre común, que viaja por trabajo, como viaja por trabajo el viajante de comercio que hoy se hace llamar “ejecutivo de ventas”. Éste viaja para intercambiar baratijas; aquel para vender la fe a precio de misericordia. No se distinguen, ni quieren distinguirse.
El hombre de antaño -y me refiero al que vivió antes de la Primera Guerra Mundial-, era un hombre distinguido, aunque fuera pobre. Se distinguía de los demás hombres porque vivía en una pequeña aldea que tenía sus costumbres propias, sus fiestas propias, sus santos propios y hasta su propio lenguaje y modos de hablar. También las cosas que tenía en su pobre casa lo distinguían del resto, porque las cuatro sillas, la mesa y el arcón estaban hechos de la madera de un árbol que un leñador que él conocía había talado en un bosque cercano, y un carpintero, con nombre y apellido, pacientemente, había construido y tallado. Por eso, su silla, su mesa y su arcón eran distintos y se distinguían de los de su vecino.
Hoy, todo es lo mismo y todo es común. La perversidad de las comunicaciones destruyó la distinción en el habla y en los modismos del lenguaje, como también en las modas del vestir. Todos los hombre se visten iguales y hablan iguales. Comen los mismos platos que compran en las mismas cadenas de supermercados, sea que el hombre común viva en Buenos Aires, La Rioja, París o Moscú. Los hombres comunes tienen las mismas sillas y las mismas mesas, que ya no están hechas de madera por un artesano, sino de plástico por el autómata de una fábrica. Despersonalizado, festeja las mismas fiestas que el resto de los hombres comunes y venera a los mismos santos que ya no figuran en el calendario y se llaman Shakira, Messi y Francisco.
Este es Hooper y esta es la era de Hooper.
Nota bene: Aunque no es obligatorio leer Retorno a Brideshead, es muy recomendable, como también es recomendable ver la serie que se filmó en 1981 y que es puntillosamente fiel al texto de de Evelyn Waugh. Son once capítulos y está en Youtube. No es recomendable, en cambio, la película del mismo nombre que se estrenó en 2008. Distorsiona la novela y destruye lo que el autor quiso transmitir.
Recomiendo también la película El árbol de los zuecos, de Ermanno Olmi, que no tiene un argumento consistente por la sencilla razón que relata la vida diaria en una pequeña aldea italiana de fines del siglo XIX. Es un excelente y rápido modo de entender lo que era un hombre distinguido, en el sentido que le he dado a la expresión en esta entrada.
Ya veo, hoy se puede ser más o menos hooper, pero no nada hooper.
ResponderEliminarEscuchan cumbia hasta las clases altas (solo que los cantantes que se usan para ese sector del mercado tienen más pinta de estudiante de la UCA que de muchacho de Lugano). Creo que uno de estos grupos se llama Marama. Espíen un poco y que levante la mano quien no tenga un hooper en su casa.
Vieron a los chicos de la UCA?
Mi madre!
Papini.
No encuentro la serie en youtobe, sólo el tráiler de al película.
ResponderEliminarAquí la serie completa en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=sD0nrC-vfaY&list=PLD6CA9B1AEB65A899
ResponderEliminarEs necesaria una reflexión que no sé si podré plasmar con claridad, pero es la que sigue:
ResponderEliminarEs claro que la I Guerra trajo como coronación de la sociedad al mercachifle y con ello a los subalternos y necesarios clientes. Esto se llama sociedad de consumo o de masas y tiene la pendiendte y velocidad que cualquier observador atento puede ver.
Pero es muy peligroso el modo incorrecto de su contrataque: por el 1900 los niños aprendían música, latín, griego, historia, leían clásicos y jugaban al rugby sin ensuciarse tanto como ahora. Y los de clases más bajas tenían algunas actividades menos pero el mismo pathos.
El error lo veo en tratar de lograr aquello con los niños de ahora. Hay ciertas disciplinas que además de un conocimento extra son especialmente modeladoras del espíritu, y un vez que se modela... Hubo un tiempo en que espíritus modelados de un modo determinado encontraban en la sociedad a otras familias incursas en las mismas inquietudes y educación.
Cuando esas familias ya no están, hacer de un chico del Conurbano un Newman puede ser una muy mala idea. No encontrará pares, quedará solo timorato.
Evidentemente, a los chicos habrá que prohibirles Marama, facebook y mil cosas más, pero no formarles el espíritu de un modo que luego no encuntre cabida entre estos negros.
Hay lugares donde esta educación aun puede no ser nociva, pues se encuentra allí una porción minúscula de la sociedad integrada al menos por unas mil familias que servirán de sostén y terreno a estos primores, como por ejemplo sucede en Francia. En los lugares donde esto no es así, cierto bagaje de excelencias no solo es antinatural y forzado, sino además inconveniente y generalmente el capricho de padres orgullosos.
Conformémosnos en transmitirles la Tradición y el buen olfato.
Me pregunto si el menos Hooper de nosotros no lo sería completamente si nos llevasen en la máquina del tiempo cien años atrás, cuando los hombres no usaban pantalones cortos y ni por las tapas desabrochaban dos botones de su camisa si hacía calor (ni que hubiesen estado de safari en Africa). Para pensarlo.
ResponderEliminarEl hombre plebeyo o aplebeyado, de acuerdo. El hombre inferior, en cuanto caído o degradado, también. En fin, hay varios modos de adjetivar a Hooper, incluso como hombre ordinario, en el peor sentido. Pero no creo que necesariamente confronten el hombre distinguido y el hombre común. Ambas clases de hombres pueden coincidir en sinnúmero de virtudes y tareas; incluso algunas son más características del común que del distinguido. Hooper no es el hombre común, sino el aplebeyado o degradado, el mistongo. En todo caso, todos somos Hooper, aun muchos de los que se consideran distinguidos. Hay que precisar. Salvado lo cual, queda clara la figura de esta magnífica novela de Waugh.
ResponderEliminarAlex
Es curioso que --especulo-- cuarentones o cincuentones se rasguen las vestiduras por la "cumbia cheta" de Marama o Agapornis o la que sea. Al fin y al cabo el vulgar, impúdico (y hasta carcelario) tango ¿no triunfó en París y en la alta sociedad argentina?
ResponderEliminarY por si el tiro por elevación no despedazó completamente al segmento deseado, por las dudas se la agarran con los de la UCA. Le aviso que en la UCA hay muy buenos pibes, muchos de los cuales incluso (sí, incluso) van a peñas y tocan música neo-folklórica. Sí, de ese "folklore" reflotado en los años '40, no el de los Huayra (pero también).
Dejémonos de hinchar.
Masa es el hombre medio. De este modo se convierte lo que era meramente cantidad -la muchedumbre- en una determinación cualitativa: es la cualidad comun... es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres sino que repite en sí un tipo genérico.
ResponderEliminarPara formar una minoría, sea la que fuere, es preciso que antes cada cual se separe de la muchedumbre por razones especiales, relativamente individuales.
La masa puede definirse como hecho psicológico sin necesidad de esperar a que aparezcan los individuos en aglomeración. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo (en el bien o en el mal) por razones especiales, sino que se siente "como todo el mundo" y sin embargo no se angustia se siente a sabor al sentirse idéntico a todos los demás.
Imagínese un hombre humilde que al intentar valorarse por razones especiales advierte que no posee ninguna cualidad de excelente. Este hombre se sentirá mediocre y vulgar, mal dotado; pero no se sentirá masa.
El hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logré cumplir en su persona esas exigencias superiores.
Y es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad de esta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas. Boyas que van a la deriva.
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Ortega y Gasset
Hooper es un personaje secundario pero, al mismo tiempo, fundamental. Porque así como Brideshead es una novela (digamos así) melancólica que describe la implosión de la clase alta británica (cuyos mejores hombres murieron ametrallados en la Gran Guerra, como Asquith, el amigo de Belloc), Hooper es el arquetipo de la era que se avecina. No por nada Waugh llama a este personaje con un nombre que suena a langosta en inglés. Una plaga que, a su paso, arrasará con todo vestigio de sociedad tradicional. A nosotros nos toca hoy caminar por el desierto que han dejado los Hooper a su paso, un cementerio plasticoso y grasiento, acaso para hacer un poco de arqueología y rescatar los pedazos y ruinas de una historia ya ida mientras esperamos, como sugería Newman, mejores momentos.
ResponderEliminarUn Hooper no es mas que el Homo Festivus que describe Philippe Muray.
ResponderEliminarhttp://filosofaralos16.webnode.es/%C2%BFque%20ciudadanos%20para%20que%20politica-/homo-festivus/
UCAguy, ordene sus ideas y no se sienta atacado. Le falta madurar para leer este blog.
ResponderEliminarAlcides
El argumento ad hominem, gratuito. El desorden, sepa disculpar la escasa redacción que pueda salir de un smartphone.
EliminarQuisiera saber si ud a los 23 años se empapaba de la info que se maneja acá.. No bardee a la generacion que va cargar su féretro. Y que van a ocupar o crear espacios como este (con suerte) cuando la generación de 40 a 60 de ahora no esté más.
Salutti
Cuando en el comentario anterior decia que hooper representa la decadencia moderna, tal vez debí decir que representa la decadencia que la modernidad implica en sí misma, como proyecto fallido. Hooper no es moderno, es posmoderno.
ResponderEliminarSaliendo de la aburrida explicación, quiero decir que algo que siempre me sorprendió es el sacrificio ejemplar de la clase alta británica en las dos guerras mundiales. Es cierto lo que dice un comentarista más arriba, que muchos de ellos, tal vez los mejores, murieron en la contienda. Pienso en el hermano de Chesterton, por ejemplo. Pienso en nuestra "clase alta" y en quienes combatierion en malvinas, y es como dicen por ahí la corrupción empieza por la cabeza.
Muy bueno. Y una gran lucha, sobre todo para padres y maestros.
ResponderEliminarLewis a su modo también habló sobre el tema, vale la pena leerlo: https://www.google.com.ar/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&ved=0ahUKEwiC-tequJDLAhWMEZAKHT4NA8gQFgghMAE&url=http%3A%2F%2Fwww.novalectio.solutionsplaza.net%2FLewis%2FEl%2520diablo%2520propone%2520un%2520brindis.doc&usg=AFQjCNHwKzoow-XbmHFkP7uQFg37nvdjDg&sig2=KX7eEBasDM0Cju6fBLXxvQ&cad=rja
Excelente análisis y descripción de los hoopers.
ResponderEliminarEl selecto de Ortega podría equipararse al noble que describe Castellani:
ResponderEliminar"-¿Qué es un noble?- dijo Sancho:
- Difícil de definir, señor. Eso se siente y no se dice.
- Es un hombre de corazón saltaron en el grupo voces por todos lados-. Es un hombre que tiene alma para sí y para otros. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son los que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen. Son los capaces de obedecer, de refrenarse y de ver. Son los que odian la pringue rebañega. Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe ". ("El Nuevo Gobierno de Sancho", Pag.294. P. Leonardo Castellani).
Puede ser. No conozco a todos. Pero a los chicos de la UCA que conozco (que no deben ser más de 15 o 20), los conozco por relaciones del palo. Vienen de familias católicas, numerosas, etc, y son un desastre.
ResponderEliminar"Una plaga que, a su paso, arrasará con todo vestigio de sociedad tradicional."
ResponderEliminarCoronel, si así se refiere a los Hoopers, ¿con qué términos describe a los invasores musulmanes de Europa?
De paso recomiendo el ultimo artículo del blog "Que no te la cuenten", en la lista de la derecha.
Muchas gracias Wanderer por las dos últimas entradas y a los intervinientes por los excelentes comentarios.
ResponderEliminarHabiendo dejado de fumar hace 12 meses, me gusta más la actual foto de portada pues la anterior todavía me recordaba demasiado al bendito vicio que sigo echando mucho de menos.
Acerca de lo que se ha venido comentando de hombre masa e indiferenciado, me ha venido a la cabeza lo que cuenta un querido amigo que tiene negocios inmobiliarios en ese país, Polonia, que cada vez más se configura como la reserva espiritual de Occidente.
Cuenta mi amigo que allí los pisos (departamentos los llaman en Argentina, ¿no?)de nueva construcción los entregan a medio terminar, en un estado que sería inaceptable en, posiblemente, todo el resto de Europa: suelos de hormigón o cemento sin cubrir, paredes sin pintar y cocina sin siquiera lavadero o fogones.
La razón es, me dice mi amigo, que es así como lo quiere el polaco medio, el cual desea terminar él mismo de construir su hogar (piso) poniendo el suelo, pintando paredes y armando la cocina a la manera que se le antoje. Dice mi amigo que la uniformidad comunista tiene mucho que ver con esto, y que ahora la gente desea tener un hogar verdaderamente hecho por ellos mismos a su gusto y estilo, distinto de los demás.
yo fui alguien capaz de ver la vida en su aspecto espiritual desinteresado del material. Cultive la Fe más que la razón comercial con su actividad incesante, no calculé tanto y apliqué el principio económico de buscar las cosas de Arriba ya que las de abajo las obtendría por añadidura, dejando entonces de hacer muchas cosas. Mi espacio estuvo ocupado por la contemplación y la vida intelectual. ¿y qué sucedió? me fuí a la ruina material. Las obligaciones no se cancelan con filosofía, si uno no tuvo la fortuna de nacer en una familia aristocrática o semi con el poder económico de los personajes de la novela de Waugh (que por supuesto leí). Conclusión: cambio de frente en mi vida hacia el Hooperismo. O me comían los piojos.
ResponderEliminarfilósofo en chancletas.
Anónimo de las 9:13,
ResponderEliminarAlgo de eso hay. Aunque en la Segunda Guerra, las cosas cambiaron un poco.
A propósito de eso, Waugh tiene un libro genial: Espada de honor (en castellano, Ediciones Cátedra la tradujo como trilogía), donde justamente --en el contexto de la Segunda Guerra Mundial-- se refiere a la corrupción de la clase alta británica (en personajes como Ian Kilnannock, Mrs. Stitch, Ivor Claire) y cómo los pocos "buenos" (el protagonista Guy Crouchback, su padre Gervase, el Brig. Ritchie-Hook, etc.) van quedando completamente relegados, frente a "los pillos" (Gustave Trimmer/McTavish, el Major Ludovic, etc.) que son "el futuro".
[Una aclaración, los Chesterton, si bien eran de buen pasar, no eran "clase alta" (en el sentido británico).]
Don Wanderer : las dos ultimas entradas son memorables. Le pido disculpas por haber pensado abandonar el blog despues del articulo sobre Macri...
ResponderEliminarcriollo y andaluz
Ni piña tienen que ver musulmanes con hoopers, ni el blog aquel con este. Dejá de embromar con la propaganda.
ResponderEliminarcomentario sobrador el del sr Alcides. el ucaguy dijo lo que dijo, y le podra gustar o no, pero si quiere rebatirlo hagalo con argumentos y no mandado a la otra persona a acomodar las ideas
ResponderEliminarsaludos
pablo
ResponderEliminarIona...
http://footage.framepool.com/shotimg/qf/674805256-isla-de-iona-celta-islas-hebridas-interiores-abadia.jpg
Alcides, también vale lo que dice Ingenieros sobre el mediocre; o Julián Marías en cualquier entrevista. Es un fenómeno del siglo XX, observable y descriptible. Que después el observador se amolde más o menos a las ideas de uno es, para el caso, de importancia secundaria.
ResponderEliminarUCAguy, el tango no es impúdico, quizás (solo quizás) es erótico -que es otra cosa- y nada, absolutamente nada tiene de vulgar.
ResponderEliminarTriunfó en la alta sociedad porque es música criolla -aunque la toquen, compongan y escuchen los italianos- y a todos los argentinos viejos siempre nos gustó y la amamos, unánimemente.
La alta sociedad poblababa puteríos y tenía sus gustos carnales. Las minas no eran feas y el tango era una hermosa música.
Sds.
El Tango
ResponderEliminar¿Dónde estarán?, pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.
¿Dónde estará (repito) el malevaje
que fundó, en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones,
la secta del cuchillo y del coraje?
¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?
Los busco en su leyenda, en la postrera
brasa que, a modo de una vaga rosa,
guarda algo de esa chusma valerosa
de los Corrales y de Balvanera.
¿Qué oscuros callejones o qué yermo
del otro mundo habitará la dura
sombra de aquel que era una sombra oscura,
Muraña, ese cuchillo de Palermo?
¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
mató a su hermano el Ñato, que debía
más muertes que él, y así igualó los tantos?
Una mitología de puñales
lentamente se anula en el olvido;
una canción de gesta se ha perdido
en sórdidas noticias policiales.
Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de la daga silenciosa.
Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.
En la música están, en el cordaje
de la terca guitarra trabajosa,
que trama en la milonga venturosa
la fiesta y la inocencia del coraje.
Gira en el hueco la amarilla rueda
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda,
en un instante que hoy emerge aislado,
sin antes ni después, contra el olvido,
y que tiene el sabor de lo perdido,
de lo perdido y lo recuperado.
En los acordes hay antiguas cosas:
el otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
el Sur guarda un puñal y una guitarra.)
Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
los atareados años desafía;
hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
menos que la liviana melodía,
que sólo es tiempo. El tango crea un turbio
pasado irreal que de algún modo es cierto,
un recuerdo imposible de haber muerto
peleando, en una esquina del suburbio.
*Borges, J. L. (1964).
El Otro, El Mismo. Emecé Editores