(viene de la entrada anterior)
por Erick Audouard
II. El alma de Castellani
Más que el genio, más que numerosos talentos, Castellani poseía una virilidad espiritual innata – que se caracterizó principalmente por la imposibilidad física de mentir, sobre todo de mentirse a sí mismo. Ustedes conocen su sentencia tan ingenua como escandalosa: “Todo el mundo sabe que tengo razón, incluso su eminencia; todo el mundo sabe que no me la darán, incluso yo”.
Hoy en día, la virilidad espiritual es un estado excepcional que no es un buen augurio. Los mismos cristianos rechazan la virilidad espiritual como la peste, como si fuera el retorno del machismo, del fascismo y de las Waffen-SS… Pero, hoy en día, aún la verdadera salud mental huele mal. Es un hecho: apesta. A lo mejor, es una mala señal. En el peor de los casos, es un chancro, una ulceración que ataca tal como un ácido el buen funcionamiento de la sociedad moderna o post-moderna.
No se preocupen, no voy a dar una definición de la salud espiritual que tiene ciertas otras características espantosas, como respetar naturalmente la ley natural, por ejemplo, o amar a Dios con todas sus fuerzas, o amar a su prójimo como a sí mismo, sentirse el guardián de su hermano, no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros, – en fin, todas estas polvorientas antigüedades bíblicas, tan poco rentables, tan poco lucrativas... Basta saber que ahora la llaman “fango”, la llaman “locura”, incluso la llaman “integrismo” o “fundamentalismo”, – lo que no deja de ser instructivo, de parte de una sociedad que carece absolutamente de integridad y fundamento… Basta ver los modelos que propone la visión tecnológico-espiritual del totalitarismo actual, su higienismo hedonista, su medicina correctiva que busca y encuentra todos los medios para reducir el alma humana a la eficiencia mundana, tratando de eliminar el dolor y todo sufrimiento (incluso, y sobre todo el sufrimiento que resulta del conocimiento de uno mismo) que es precisamente lo que eleva al hombre, que produce la virtudes, el coraje, la dignidad, la nobleza, la caridad, la superación de sí mismo, etc.
En mi opinión, lo que se descubre principalmente en la biografía de Sebastián, es una imagen polimórfica de esta virilidad espiritual integral, una encarnación múltiple de su gesto, la efusión perpetua y los acontecimientos mortificantes de un alma profundamente sana en un mundo profundamente enfermo.
Si me permiten, ahora me gustaría enfocar un poco esta « profundidad » del alma de Castellani. Hoy en día, solemos confundir profundidad y complejidad, simplicidad y simplismo. Esta confusión es una obra maestra: la obra maestra de la superficialidad…
Soy poeta, y a los poetas le gustan las imágenes (a veces demasiado). Entre muchas, en la segunda parte del libro de Sebastián, yo elijo casi al azar una que, además de ser fortísima, tiene un contenido muy profundo. A propósito de algunos de sus enemigos y detractores, Sebastián escribe esto: “Castellani es, todo él, un torpedo que les pega bajo la línea de flotación.”
Hermosa y poderosa imagen: a la manera de Castellani, expresa y muestra muchas ideas en pocas palabras. Vemos la trayectoria perfectamente rectilínea, perfectamente silenciosa, de su verbo en forma de misil; vemos la fuerza de choque y la eventración de la carcasa blindada de la mentira; oímos el ruido sordo, distante, de este choque bajo el nivel del mar, y vemos la vía de agua salada llenando el pañol, inundando la sala de máquinas y la caldera de la falsedad – todo esto mientras los pasajeros, tomando el sol en la cubierta, no se dan cuenta que fueron golpeados hasta la muerte… Pero más allá, existe la idea que la gran mayoría de los hombres viven en la superficie, como en un gran buque trasatlántico: en la superficie se levantan, duermen, beben, comen, se aman, se pelean, nacen y mueren… Hasta nosotros creemos, tan a menudo, que algo importante puede ocurrir en la superficie. Y que podemos respirar el aire de Dios restante en el exterior, tranquilamente tumbados en las sillas de la cubierta. Que es posible conocer el medio divino sin otro esfuerzo que dejarse flotar en la superficie de las cosas.
Esta ilusión, Castellani no la permite. No la condena – la superficie existe, la frivolidad existe, – pero él no permite que dure y continúe como ilusión, que se extienda y se presente como algo distinto de lo que es; él no permite que sea llamada profundidad o salvación, por ejemplo… Es una de las razones – para mí tal vez la más importante – por la cual su obra, su palabra, su verbo, no ha tenido el éxito que merecía. Era un verbo profundo, era una mirada profunda. Y cuanto más profunda es una mirada, tanto más pasa desapercibida por aquellos que justamente mira. Cuanto más profundo es un pensador, tanto más pasa desapercibido por quienes él mira.
Pero es menester precisar una cosa: resistir la atracción de la superficie es difícil. De hecho, es una cosa muy rara, es una cosa singular no seguir los ojos de la multitud cuando miran la superficie, cuando millones y millones de hombres miran ansiosamente la superficie, cuando miran con esperanza y se dejan fascinar por lo que sucede allí, o por lo que se dice que sucedió, o por lo que se dice que debería estar sucediendo… La mayoría de las veces, el esencial no florece en la superficie. El esencial sucede en lo invisible. Comienza a aparecer donde empieza el reino de la profundidad – bajo la línea de flotación… Y, como lo escribe Sebastián, Castellani pega bajo esta línea, – una línea que se podría llamar “la frontera de la Opinión Pública”, o “el punto ciego del campo de visión colectivo”. Castellani pega y golpea con insistencia – como un santo submarino acostumbrado a la respiración bajo el agua – para torpedear sus enemigos, sin duda, pero sobre todo para hacer sentir la existencia y la presencia de la realidad hundida, para despertar y abrir los ojos de los hombres a la realidad oculta bajo esta línea.
Esta realidad profundamente hundida está llena de inmensas bellezas, pero también de hechos terribles. Está llena de cadáveres, por ejemplo – cadáveres de víctimas y mártires, inocentes criaturas expulsadas por la comunidad de una manera o de otra, sacrificadas por la comunidad que necesita – para seguir flotando sin problemas – olvidar sus nombres, o peor: que necesita afirmar que fueron ellos los verdugos…
Eso, es lo que han dicho todos los profetas hebreos. Es lo que ha dicho el Hijo de Dios. Es lo que han experimentado los verdaderos santos cristianos, contra el poder de la multitud y la ceguera de las comunidades, cuales que sean. Y todos pagaron un alto precio por decirlo.
Nadie duda aquí que Castellani era un profeta, un hombre nacido para ser un filósofo y un escritor, pero forzado por una vocación superior, forzado por la llamada trascendente, a convertirse en testigo de la verdad. Testigo de esta Verdad y de esta Luz que nunca fue de origen humana y que los hombres que viven en la superficie siempre rechazaron.
En el tiempo que viene, es decir ahora mismo, la luz y las tinieblas están luchando en una guerra sin gracias. Esta guerra que comenzó hace más de dos mil años está experimentando una rápida aceleración en el circo tragicómico que conocemos hoy en día. En este circo de lo Paródico, donde nada escapa a la parodia, este circo donde la violencia crece entre los grupos y crece entre las personas, este circo donde la preocupación por la verdad desaparece en beneficio de las fantasías individuales y colectivas, las tinieblas movilizan los hombres superficiales contra la realidad y contra el resto fiel.
Este resto fiel va a tener más y más necesidad de la Palabra verdadera de los apóstoles como Castellani, esos verdaderos hombres que parecen haber nacido como magnetizados por la grandeza, – últimas brújulas de Occidente que nos recuerdan a los puntos cardinales en la noche, que nos indican infaliblemente, durante el reino de la Barbaridad, los grandes polos magnéticos del pensamiento y de la Civilización– entre Atenas, Roma y Jerusalén.
Et voilà !, como dice Jack Tollers, el hermano siamés, o mejor dicho, el Dioscuro británico de Sebastián.
Les agradezco mucho por haber soportado mi pobre castellano y el crujido de mis dientes de leche. Que Dios los bendiga y nos ayude.
Erick Audouard
Combs-la-ville, France, juin 2017
Para adquirir el segundo tomo de la biografía de Leonardo Castellani: Sebastián Randle, Castellani maldito, 1949-1981 (Buenos Aires: Vórtice, 2017). 712 págs., pueden dirigirse a la librería y editorial Vórtice.
Magnífico lo del Francés. Ya quisiera yo tener su "pobre castellano".
ResponderEliminarVladimir.
Todo llega a su tiempo. El reconocimiento y la justa apreciación del legado de Leonardo Castellani tenía que llegar... Y llegó. Y de la mejor manera. No el reconocimiento publicitario que levanta figuras de cartón pintado, sino el de hombres de talento e inteligencia que han sabido ver la directriz divina que rige su vida y su obra. Primero, con la bellísima, profunda y sincera biografía del Señor Randle. Luego, su verbo es oído allá en La Piel de toro. Y ahora un hijo de la admirada Francia. "Que los que saben alaben a los que valen, no sea que vengan los que no saben y se hagan los dueños del mundo" (Camperas)
ResponderEliminarhttp://www.amisdechesterton.fr/2016/01/01/pour-commencer-lannee-g-k-chesterton-vu-par-leonardo-castellani/
¿Se podrá conseguir desde Chile? Soy de Santiago de Chile y me gustaría comprar un ejemplar.
ResponderEliminarJorge de Chile
ResponderEliminarSolamente por info ....
Recien mirando el canal de Venezuela , dieron como info , que Leopoldo López , en su juventud , militaba en la T.F.P.
Estimado Guánder, le recomiendo la recensión que en su momento hizo el Pato Sequeiros del primer tomo.
ResponderEliminarCordial abrazo