Los criterios de almacenamiento de recuerdos que posee nuestra memoria son extraños. En general, conservamos solamente aquellos asociados a los acontecimientos más importantes de la vida, aunque el mismo concepto de “importante” suele ser incomprensible. Y por eso, casi misteriosamente, recordamos acontecimientos a los que nunca le habríamos asignado el carácter de importantes, y lo hacemos con un asombroso nivel de detalle. Sospecho que tales eventos fueron, mal que le pese a nuestra imperfecta conciencia psicológica, realmente importantes e incluso definitorios para nuestra vida, y en todo caso providenciales.
No recuerdo el día. Recuerdo solamente la tarde, o una fracción de ella. Era primavera, yo tendría no más de viente años y, cuando me disponía a estudiar, descubrí que había llegado a la biblioteca del lugar donde hacía mis estudios una donación. Alguien había muerto y sus hijos, en vez de vender los libros de su padre por kilo o por metro, habían tenido el buen tino de donarlos. Eran varias cajas que el bibliotecario estaba desarmando y ubicaba los libros desordenadamente en los anaqueles con cierta expresión de fastidio por el inesperado y polvoriento trabajo que le había llegado. Movido no por la caridad sino por el placer —uno de los placeres más grandes al que podía y hoy puedo aspirar—, me ofrecí a ayudarle. Me resultaba fascinante ir sacando libros, leer sus portadas, acariciar sus cubiertas y respirar el olor a moho y a viejo que comenzaba a envolver el ambiente.
Habían libros sobre diversos temas: historia, política, mucha literatura y también muchos de teología y de espiritualidad, la mayoría de los cuales habían sido publicados en la primera mitad del siglo XX (Recuerdo que allí descubrí El marqués, una deliciosa novela de Francisco Seeber, editada privadamente en 1978, y que el autor tuvo a bien reglarme un ejemplar tiempo más tarde).
No sé bien por qué me detuve en un libro pequeño, de insípida tapa de cartoné blanco, cuyo título en letras doradas decía: El paraíso blanco, lo que no era mucho decir y menos me decía aún el autor: Pieter van der Meer de Walcheren. Posiblemente el libro me llamó la atención porque se anunciaba una “Introducción de Jacques Maritain” y estaba editado por Desclée de Brouwer. Lo hojee. Eran poco más de ciento cincuenta páginas en papel duro, intercaladas con algunas pocas fotografías en blanco y negro y pésima definición que mostraban distintas vistas de una cartuja cubierta de nieve.
Por alguna misteriosa razón, decidí leer el libro y comenzar en ese mismo momento. Abandoné mis servicios al bibliotecario y me instalé en uno de los sillones de la galería que daba a un jardín con palmeras, detrás del cual corría un canal siempre rumoroso. Y me quedé allí, atrapado, hasta que terminé el libro, sin pensar siquiera en levantarme o distraerme. A medida que iba pasando sus páginas, se iba despejando un mundo que siempre había presentido pero jamás otorgado la posibilidad de existencia. Era como ir apartando los trajes, vestidos y gabanes que colgaban del ropero hasta llegar al fondo y comenzar a ver, cual Narnia, los resplandores de otro eon que, sin embargo, no transcurría en la imaginación sino en esta misma instancia y que era más real que lo hasta ese momento había considerado como real.
Desde mi temprana adolescencia había estado agobiado por una espiritualidad jesuítica decadente e improvisada, espesada con retiros ignacianos anuales y mensuales, mal entendidos y peor predicados, y con la voluntarista consigna: “Debes hacerte santo”. Un despliegue diario de oraciones, meditaciones, adoraciones y exámenes de conciencia, me ahogaban y hacían el camino no ya difícil sino casi imposible. Fue en ese momento que un ángel vino en mi ayuda y me hizo conocer El paraíso blanco que me mostró que en la iglesia católica había muchas moradas; que se podía ser buen católico sin seguir la espiritualidad jesuita y que el camino del progreso espiritual, aún cuando fuera siempre arduo, era también esplendoroso y capaz de dar al alma un gozo y una paz que jamás antes había siquiera sospechado.
Me resultó muy difícil conseguir nuevamente el librito. Estaba agotado y aunque había una edición de Lohlé hecha en los '60, era imposible dar con ella. Finalmente, varios años después, conseguí un ejemplar de segunda mano en una librería de viejo de la calle Santa Fe y, con ella, otros libros del mismo autor. La editorial Frónimos acaba de publicar en formato electrónico El Paraíso Blanco. Recomiendo a todos su lectura. Puede ser comprado en Amazon.
La figura de Pieter van der Meer, lamentablemente, se va disolviendo en el tiempo. Nació en Utrecht en 1880, hijo de una familia noble de origen protestante pero atea en la práctica. Su entorno familiar, su formación artística y humanística y una inclinación natural hacia el bien lo condujeron tanto a la literatura como a la política de izquierdas. En 1911, y a raíz de la amistad con León Bloy y Jacques Maritain, se bautizó junto a su esposa Cristina y su hijo Pieterke. Formó parte de la generación de escritores que conformaron el efímero resurgimiento del pensamiento católico en Francia y Holanda en la primera mitad del siglo XX. Su vida no estuvo exenta de tragedias: además de atravesar las dos guerras mundiales, perdió a un pequeño hijo y a su hijo de treinta años siendo monje benedictino. A la muerte de su esposa en 1953, ingresó al monasterio de Oosterhout, en Brabante, donde permaneció hasta su muerte en 1970. Su vida está narrada en sus diarios: Nostalgia de Dios, Hombres y Dios, Magnificat y La verdad os hará libres.
En mercado libre hay 6 "El paraíso blanco" desde 450 pesos
ResponderEliminar• Muy bueno, "sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas", ni que hablar los eon; y muchas, muchas más sorpresas nos seguirá dando nuestro Padre Dios.
ResponderEliminar¡Buena experiencia estimado Mr. Wanderer!
ResponderEliminarGracias por compartirla con nosotros.
Es muy bueno darse cuenta de cómo la Divina Providencia utilizando alguno de Sus múltiples instrumentos (¡benditos sean!)interviene en nuestra vida.
En todo momento.
Y en forma gratuita e inmerecida que no siempre sabemos agradecer -somos pecadores - como deberíamos.
¡Gratias hagamus Domino Deo nostro!
Wanderer, usted dice que tenía poco más de 150 páginas, pero en Amazon tiene 57 páginas... Le faltará un pedazo?
ResponderEliminarNestor
Néstor, la versión de Amazon está entera. Lo he comprobado.
ResponderEliminarLo que ocurre es que la edición impresa siempre ocupa más páginas. Por otra parte, recuerde que la versión Kindle pueden tener las páginas que usted quiera: basta que agrande o achique el tamaño de fuente.
Prosit!
Mr. Wanderer: Leí El Paraíso Blanco con algo más de treinta abriles. Su lectura (y su préstamo generoso de otros títulos del mismo autor, no sé si recordará), me hicieron conocer a Pieter. Se discutirá si su pluma fue poética, pero su alma y vida lo fueron, definitivamente.
ResponderEliminarEste libro me hizo acordar a otro que leí hace un tiempo: La Gran Aventura. Más breve, igual de límpido y estremecedor. No sé que dice ud.
Tengo pendiente el de San Benito de Nursia... bienvenidas las referencias.
Bueno, la marea se agita y rumorea.
Se despide y lo abraza,
Capitán Dalroy.-
Estimado Wanderer, yo también me sumo en la gratitud del Capitán por haberme hecho conocer al ya entrañable Peter por medio de su precioso libro que nos está recomendando. Confieso que para mí también, al leerlo casi a la edad que lo leyó Usted, fue toda una novedad maravillosa, una verdadera buena nueva. De mano de Pieter fui llevado por caminos vírgenes e inexplorados que, como bien dice, jamás había sospechado. Pero al toparme con ese mundo mágico, me di cuenta inmediatamente que ese era "mi" mundo, que allí quería permanecer. Si a Usted le debo por hacerme conocer al holandés, también le debo infinitamente al hermano mayor Peter por haberme presentado a los Cartujos y al universo monástico. Y no imaginé en su momento que, años después, pasaría a encontrarme en una situación parecida a la del escritor cuando escribió su precioso diario cartujano.
ResponderEliminar"La gran aventura", "La hora de Dios", "Hombres y Dios" y su desconocida novela "La vida oculta" han sido verdaderas guías para mi alma, y un combustible que siempre ha inflamado e inflama el corazón peregrino.
Gracias por este post, y gracias por subirlo en estos momentos negros...
Y para mí, sí: Peter fue todo un poeta católico, desde donde se lo mire.
Suyo, y aguardando vuestro destilado,
Mr. Pale
¡"El Marqués" de Francis Seeber! Pensé que nadie más que sus sobrinos, y sobrinos nietos, lo hubiesen leído (full disclosure, son los Mihura Seeber).
ResponderEliminarLibrazo, no sé si a la altura del "Paraíso Blanco", pero muy buena lectura.
J.T.
Difundan vídeo: "CON SÓLO TRES PALABRAS TE SALVAS" (P. Jorge Loring -Fácilmente localizable por internet-) Especialmente útil, ahora que estamos sin asistencia Sacramental.Nos Jugamos la Vida Eterna.
ResponderEliminarAnda dando vueltas la versión de que lo cesarían al obispo argentino de una pequeña diócesis de San Luis, y que se trata de un obispo como Dios manda. Que no sería por maldades suyas, sino por sus virtudes. Los argentinos, ¿qué sabéis de esa especie ?
ResponderEliminarNos piden que no insistamos con ir a Misa y nos dicen que participemos de la Misa por facebook. Y me pregunto. Si dijeran "oir Misa" como antes se decía, podemos imaginarnos que por radio oimos Misa.
ResponderEliminarPero la actuosa participatio por facebook?
Me parece bastante farisaica la propuesta.
Tuve la misma experiencia: recuerdo perfectamente la tarde en que encontré ese libro por obra de la providencia, con 16 años, en la mesa de una librería en la calle Tucumán. Me abrió un mundo que me preservó de algunos efectos de mi formación jesuita (otra coincidencia con su experiencia) y después del insistente proselitismo del Opus Dei. Hoy con 50 años me sigue acompañanado, lo he leído quizás diez veces, y su post de hoy me inspiró volver a hacerlo, lo cual será seguramente importante en tiempos difíciles como estos. Le agradezco su post. Cordialmente, Marcelo Herrera.
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