por Candelaria del Solar
Peter Kwasniewski (ed.), From Benedict’s Peace to Francis’s War. Catholics Respond to the Motu Proprio TRADITIONES CUSTODES on the Latin Mass, Angelico Press, New York, 2021.
Hemos leído con sumo interés una selección de textos publicados a raíz de la publicación del motu proprio Traditiones Custodes, realizada por Peter A. Kwasniewski, un autor prolífico de libros y textos sobre la liturgia y compositor, entre otras cosas.
El libro reúne contribuciones al debate suscitado desde el mismo día de la aparición del motu proprio, el 16 de julio de 2021, hasta el 20 de septiembre. La idea de reunir en un volumen estas reacciones, que desde luego no pretende ser exhaustivo, me parece excelente, y el editor es muy claro al exponer el propósito: “Este libro no es, ni pretende ser, una presentación de ‘ambos lados del argumento’. Ofrece una variedad de críticas a este decreto profundamente imprudente y antipastoral, que adolece de fundamentos doctrinales coherentes, de graves defectos morales y jurídicos, y de implicaciones eclesiológicas imposibles”.
Si bien casi todos los autores de cada capítulo son católicos, se ha dado espacio a un artículo del filósofo ateo francés Michel Onfray. Resulta paradójico que muchas veces quienes no pertenecen a la Iglesia, pero estiman cuanto ha aportado a nuestra civilización cuyo estado moribundo deploran, perciben mejor la dependencia estrecha que mantiene la cultura con el culto. De esto también da cuenta Juan Manuel de Prada.
La situación es gravísima. Los enemigos de la tradición, sabiendo que su tiempo es limitado están apostando todo a un asalto final para eliminar los restos del “viejo catolicismo”. Pero hay muchas razones para ser escépticos con respecto al triunfo de tal empresa. Así como la década de 1970 se reveló incapaz de eliminar la liturgia tradicional, más difícil les resultará ahora, cuando hay muchos miles de sacerdotes más y millones de fieles laicos que aman el tesoro de la tradición católica y que son mucho menos ingenuos respecto a las agendas ideológicas y mucho menos papólatras de lo que eran las generaciones pasadas.
Sin embargo, como señala Maike Hickson, serán necesarias dos cosas.
En primer lugar, resulta imprescindible adquirir la mejor comprensión posible de la base teológica y el fundamento de las posiciones adoptadas por los católicos tradicionales. Este libro es un depósito vital de argumentos positivos, refutaciones de los oponentes y observaciones sobre el estado actual de las cosas.
En segundo lugar, debe existir la voluntad de comprometerse, de resistir cuando sea oportuno, y de tomar las medidas que sean necesarias para el bien de las almas y la preservación de la fe católica en su plenitud. Esto llevará, en algunas diócesis, a misas y sacramentos clandestinos. Habrá sacerdotes suspendidos que, sin embargo, seguirán ofreciendo el sacrificio a Dios y los sacramentos al pueblo, oficio para el cual fueron ordenados. Para ayudar a las conciencias en medio de esta dura y descarnada guerra de guerrillas, el Dr. Kwasniewski ha escrito un nuevo libro, True Obedience in the Church: A Guide to Discernment in Challenging Times [La verdadera obediencia en la Iglesia: Una guía para el discernimiento en tiempos desafiantes], que será publicado por Sophia Institute Press en febrero.
From Benedict’s Peace to Francis’s War contiene sesenta y nueve contribuciones de cuarenta y seis autores de Europa, América, Asia y África. En esta ocasión, presento una breve reseña de algunos de ellos.
En primer término, destaco un estudio muy completo titulado La subordinación del papa a la Tradición como límite legislativo, que constituye el capítulo 49, y cuyo autor es el editor del libro, Peter A. Kwasniewski. Allí, con abundancia de citas, recorre la historia de la Iglesia para demostrar que el papa no tiene poder para ir en contra de la Tradición de la Iglesia, y recuerda que durante 1500 años, en Occidente, los papas no intervenían para codificar la liturgia o para definir un libro litúrgico. Si finalmente San Pío V, a instancias de los padres del Concilio de Trento y sobre la base de los trabajos que ellos habían hecho y que no habían podido concluir por falta de tiempo, publicó una editio typica del rito usado en la Curia Romana, y que había alcanzado gran difusión gracias a la orden franciscana, fue más que nada buscando evitar los abusos que se podían dar con la proliferación de las misas votivas y para dar su centralidad al ciclo temporal, que podía verse obscurecido por las celebraciones de los santos. Recomiendo una lectura atenta, armado de lápiz para subrayar y tomar notas según el talante y el tiempo de cada uno, ante las injustas pretensiones de Traditiones Custodes.
Rubén Peretó Rivas, un intelectual argentino, es autor de dos capítulos. En el primero de ellos, titulado ¿Constructor de paz o pacificador? En torno a Traditiones custodes y el Papa Francisco, analiza el hecho de que con Summorum Pontificum, Benedicto XVI no quiso tan sólo buscar construir la paz con los fieles vinculados a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sino principalmente reconciliar a la Iglesia con su tradición litúrgica. Cuestión ésta que lo preocupaba desde sus tiempos de sacerdote y que buscó solucionar cuando fue elegido Papa. Por cierto, resulta difícil probar la continuidad entre el rito romano tradicional y el nuevo rito elaborado en tiempo récord por una comisión de peritos. Para resolver esto, Benedicto publicó el motu proprio Summorum Pontificum que, mediante un acto de su voluntad, liberalizó la antigua liturgia y quiso establecer una coexistencia pacífica entre las que llamó dos formas de un mismo rito. Si como sostenía Benedicto, ambas expresaban una misma fe, el rito más nuevo no tenía por qué temer la convivencia con el más antiguo. Cabe aclarar que debió confiar en los obispos —a quienes, como afirma Peretó Rivas, el papa Francisco ha recordado acertadamente su papel de custodios de la tradición— para que aplicaran con liberalidad el motu proprio. No fue el caso del por entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien desobedeció o, si se prefiere, no permitió a sus sacerdotes ni a los sufridos fieles porteños la puesta en práctica de Summorum Pontificum en su archidiócesis. De hecho, al cabo de ocho años en el solio petrino, se pretendió investido de una autoridad que le permitiría restringir severamente la celebración del culto divino y los sacramentos de acuerdo con el usus antiquior hasta su erradicación total, con el objetivo de reconducir, en el largo plazo, a los fieles ligados al uso tradicional a aceptar el nuevo rito, y así, abolir la antigua liturgia, hecho sin precedentes en la historia jurídica y litúrgica. De esta manera, se realizaría en la teoría y en la práctica lo contrario de lo sostenido por su predecesor, y sólo quedaría la liturgia reformada como expresión de la lex credendi. Francisco impondría la pacificación manu militari, basado en su poder aparentemente absoluto en una materia que, sin embargo, depende esencialmente de la tradición. En lugar de ser un constructor de paz como el papa Ratzinger, intenta forzar una paz que, en realidad, es una declaración de guerra.
Esta supuesta autoridad del papa por sobre la tradición, o de la identificación del papa con la tradición, que se reduciría a su voluntad, es el tema que propone también Rubén Peretó Rivas en ¿La tradición devorada por el Magisterio? Allí plantea la tesis de que, durante el primer milenio y hasta después de Trento, una verdad teológica era contrastada con la Escritura y los Padres de la Iglesia. El papel del papa y los concilios consistía en autentificar que dicha doctrina remontaba a los Apóstoles y había sido fielmente transmitida. En cambio, a partir de fines del siglo XVI aparece la noción de magisterium, una tercera regla de la fe, que paulatinamente, desplaza a las dos anteriores y se convierte en el órgano que expone las verdades que deben ser creídas por los fieles, quienes creen en ellas porque es el Magisterio quien las propone. Se habría pasado así de una noción objetiva de la Tradición como depósito apostólico, a una noción subjetiva que radicaría en el Magisterio.
En este contexto donde la Tradición es lo que dice el papa, se llega a aberraciones como éstas: el papa Pablo VI prohíbe el rito plurisecular de la Iglesia romana e impone en su reemplazo un rito fabricado en un laboratorio, el ritus modernus, como lo llamaba el célebre liturgista Klaus Gamber. Y cuando otro Papa intenta reanudar el vínculo roto con la tradición, viene su sucesor y deshace esta obra. Todo esto no puede sino llevar a la pregunta que se formula al final del capítulo: ¿qué legitimidad tiene el motu proprio Traditionis Custodes? ¿no corresponde ignorarlo? Y como recordamos más arriba, ¿acaso no fue esto lo que hizo Bergoglio con el motu proprio Summorum Pontificum cuando era arzobispo?
Me parece una tesis ésta que merece la atención de los estudiosos competentes, y que arrojaría luz para poder discernir qué actitud debemos tomar los fieles ante la sobreabundancia de documentos publicados por Roma desde hace un siglo y medio, y qué legitimidad tiene para exigir nuestro asentimiento cuando claramente se aleja de la Tradición, en particular, en materia litúrgica.
Habituados como estamos a un mundo dominado por el despotismo y la arbitrariedad, mientras que las enseñanzas magisteriales no presentaban grandes cambios en nuestra vida cristiana, las aceptábamos con mansedumbre. Pero desde que se nos exige en nuestra práctica litúrgica quemar hoy lo que habíamos adorado hasta ayer, sin más autoridad que la voluntad absolutista del Papa, esta cuestión ha adquirido una candente actualidad. Es algo de consecuencias muy prácticas porque no sabemos qué sanciones pueden recaer sobre quienes se resistan a someterse a la arbitrariedad y la contradicción, ni cuál sería su validez o legitimidad.