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lunes, 24 de enero de 2022

Semana de oración por la Unidad de los Cristianos: ... Pero ¿no con los católicos fieles a la tradición?

 


Retomamos textualmente para este Correo el título del número 729 de la edición en francés de Paix Liturgique publicado el 15 de enero de 2020, que sigue siendo totalmente actual, como nos lo recuerda la tribuna de La Croix que comentamos a continuación.

 La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos fue instituida por iniciativa del padre Paul Couturier (1881-1953), en enero de 1933, para rezar por la unidad de todos los bautizados cristianos, en particular, católicos, ortodoxos, anglicanos y reformados. Después del Concilio, la Semana incluyó la organización de oraciones en común, llegando incluso a ceremonias comunes. Su preparación está a cargo del Consejo Ecuménico de las Iglesias, de Ginebra, y del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, y transcurre entre el 18 de enero, fecha en que antiguamente se celebraba la Cátedra de San Pedro en Roma, y el 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo.

 En 2020 nos hacíamos esta sencilla pregunta: quienes son fieles por fundadas razones mil veces explicadas a la celebración de la liturgia tradicional, ¿siguen siendo católicos? Si ya no son católicos, debido al cambio de paradigma, como se suele decir, operado en el Vaticano II, o al menos no lo son totalmente, es decir, si están en "comunión imperfecta" según la nueva terminología, son cristianos separados, del mismo modo que los ortodoxos, los anglicanos, etc. Y, en tal caso, los mismos principios de un diálogo comprensivo y caritativo, incluido el préstamo de edificios de culto, deben aplicarse a su pastoral. Y si aún lo son, con cuánta mayor razón deben ser tratados con caridad y respeto, como lo son los católicos de los ritos orientales o de idioma diferente del hablada en un país, quienes tienen derecho a una total libertad y a todos los medios para celebrar el culto divino según su costumbre particular.


¡Coherencia de los partidarios del ecumenismo!

 Es por todo esto que nos ha alegrado que cuatro personalidades católicas de Francia, Dom Jean Poteau, abad de Nuestra Señora de Fontgombault, el padre Pierre Amar, sacerdote diocesano, Christophe Geffroy, director de La Nef, Gérard Leclerc, escritor, valiéndose de esta argumentación, hayan publicado una tribuna el 19 de enero último en La Croix, titulada: "Guerra litúrgica: ¿si en vez de acusarnos mutuamente con preconceptos ideológicos, nos escuchásemos?". Reproducimos más abajo el texto integral.

 El tono podrá parecer un poco sentimental, o incluso demasiado irénico, cuando se piensa en la violencia desplegada actualmente por Roma contra los partidarios de la liturgia tradicional. Pero no deja de ser cierto que esta llamada al diálogo, a la comprensión, a la fraternidad, es ante todo un llamado a la coherencia dirigido a los partidarios del ecumenismo: "La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos plantea en primer lugar una cuestión interna de la Iglesia católica. El proceso sinodal que se abre nos invita a superar la verticalidad, el autoritarismo severo y el legalismo meticuloso que sólo crean situaciones insoportables y resentimientos duraderos."

Por tanto, si se es un defensor ardiente del ecumenismo ad extra, con mayor razón se lo debe ser del ecumenismo ad intra, y prodigar a nuestros hermanos no separados, sino diferentes, "respeto fraterno y caridad" como lo pide el decreto conciliar Unitatis redintegratio.

Por cierto, la tribuna de Dom Pateau, Pierre Amar, Christophe Geffroy y Gérard Leclerc, se dirige tanto a los ecumenistas como a los tradicionales, y evoca la reciprocidad que debe acompañar esta actitud. Desde el punto de vista de la caridad, que nunca se debe dejar de lado, es muy adecuada. No obstante, hay que distinguir la situación del cordero de la del lobo que se apresta a devorarlo: ¡es al lobo a quien hay que predicar primero la caridad!


Y la coherencia de los tradicionales...

Y sobre todo, es preciso que los defensores de la liturgia tradicional sean ellos mismos coherentes. A menudo, critican la manera en que se lleva a cabo el proceso ecuménico. Así, Christophe Geffroy, en una editorial de La Nef, de diciembre de 2016, pedía que el ecumenismo fuera un "diálogo en verdad". Formulaba su reflexión a raíz del viaje del papa Francisco a Suecia con motivo de la inauguración del año en que los protestantes conmemoraban el 500° aniversario de la Reforma en que Lutero clavó sus 95 tesis en Wittemberg el 31 de octubre de 1517.

Christophe Geffroy evocaba lo que se llama "el diálogo de vida", en el que se dice: "Dado que la doctrina nos separa, dejémosla de lado, y vemos más bien lo que nos une". Y continuaba: "Esto puede ser aceptable con tal de que quienes se involucran en ello sean conscientes de la realidad de las divergencias doctrinales, lo que permite entonces concentrarse en las cosas concretas de la vida que nos unen". Es así, agregaba, "como hay que leer la 'declaración conjunta' del 31 de octubre de 2016 de Lund, del papa Francisco y del obispo luterano Munib Younan. En efecto, es significativo que tal declaración no aborde ninguna cuestión de fondo (salvo unas líneas sobre la intercomunión, de la que se afirma apenas que debe 'progresar') y se quede sólo en el terreno de las generalidades.

Y el director de La Nef afirma: "el diálogo ecuménico es necesario, pero debe ser llevado a cabo en la verdad". Para ello, hay que evitar "la negación de la realidad que sólo puede conducir a la desilusión y, en definitiva, a sabotear lo que se pretende construir, al edificar sobre arena y no sobre roca...".

No se puede dejar de suscribir estos términos sin aplicarlos al diálogo "ecuménico" que Christophe Geffroy promueve entre católicos favorables a la liturgia nueva y católicos fieles a la liturgia tradicional. Estos deben ser conscientes y manifestar con toda sinceridad y respeto por la verdad, y por supuesto, con absoluta caridad, lo que separa sus prácticas litúrgicas. Mil veces, los tradicionales han manifestado que no están vinculados a la misa tridentina por razones sentimentales, sino por graves razones doctrinales, pero un diálogo apaciguado permitiría hacerlo una vez más. Escucharán con buena voluntad a sus "pares" en el diálogo litúrgico explicarles que la nueva liturgia es más participativa. A lo cual responderán que la liturgia tradicional no es ajena a la participación de los fieles, pero que la sobre-participación a la que cede la liturgia nueva erosiona el sentido del sacerdocio jerárquico. Explicarán, por su parte, que la misa nueva que intentó reemplazar la misa tradicional ha procedido a debilitar en forma considerable la teología del sacrificio eucarístico, de la presencia real, del sacerdocio jerárquico, etc., etc.

Y pedirán caritativa e incluso afectuosamente, que se les deje rezar ecuménicamente siguiendo la liturgia tradicional de la Iglesia de Roma. 


Tribuna publicada en La Croix el 19 de enero de 2022

  Guerra litúrgica: "¿Si en vez de acusarnos mutuamente de preconceptos ideológicos, nos escuchásemos"? 


Con motivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, cuatro personalidades católicas llaman a la "mutua estima" entre los católicos vinculados a la forma antigua de la liturgia y los otros. Los invitan a "tomar las riendas" de la fraternidad a la que están llamados los cristianos.

"Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los objetivos principales del Concilio" (1). Tales son las primeras palabras del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II. Desde entonces, el método ha sido aprendido: dialogar, escucharse, estimarse mutuamente. Aceptar también las diferencias, no negarlas. Rezar con frecuencia juntos. Hemos aprendido que el ecumenismo es afectivo antes de ser dogmático o jurídico. Hemos comprendido también que la unidad de los cristianos es vital para la misma credibilidad del Evangelio. "En esto todos reconocerán que vosotros sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros". (Jn 13, 35).

Tal vez Benedicto XVI tenía esto en mente cuando quiso poner fin a la división interna de los católicos alrededor de la liturgia nacida del Concilio. Antes que argumentos jurídicos o dogmáticos, propuso un diálogo. Había que "enriquecerse mutuamente". Esto suponía poner fin a la guerra litúrgica fratricida que tanto había dividido a las comunidades cristianas. En adelante, nos pedía que nos escucháramos mutuamente, que dialogáramos. ¿Lo hemos hecho? No lo suficiente, por cierto. A veces, hemos vivido lado a lado como extraños, reemplazando el enriquecimiento fraterno por la ignorancia mutua. Y hoy estamos pagando el precio.

Una forma de guerra interior

¿Es necesario, sin embargo, renunciar a esta búsqueda de la paz litúrgica? ¿Estamos reducidos al uniformismo litúrgico como único medio de unidad? El asunto es más grave de lo que parece. Porque abre también una forma de guerra interior. Es indispensable estar en paz con el pasado para avanzar. Si no somos capaces de vivir en paz con la forma anterior de la liturgia, instalamos la guerra en el corazón de lo que debería ser el sacramento de la unidad de los hombres con Dios y entre ellos.

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos plantea, ante todo, una cuestión interna de la Iglesia católica. El proceso sinodal que se abre nos invita a superar la verticalidad, el autoritarismo severo y el legalismo meticuloso que sólo crean situaciones insoportables y resentimientos duraderos.

Preconceptos ideológicos

¿Y si dialogáramos? ¿Si en vez de acusarnos mutuamente con preconceptos ideológicos, en lugar de achacar al otro intenciones inconfesables o de encerrarnos en nuestra historia, nos escucháramos? Descubriríamos afectividades heridas, corazones humillados en ambas partes. Sí, las décadas de 1960 y 1970 estuvieron a veces signadas por una politización y una radicalización de las posturas eclesiales (en particular, litúrgicas) que crearon crispaciones. Sí, tanto unos como otros recibimos en herencia actitudes culturales y sociológicas que piden ser purificadas a la luz del Evangelio. Pero, ¿cómo hacer? ¿Lanzándose anatemas mutuamente? ¡Modernistas! ¡Integristas! ¡Maurrassianos! ¡Progresistas! ¿La verdad saldrá así engrandecida? ¿Prohibiendo por vía administrativa la publicación de los horarios de misas? ¿Alguna vez se ha visto que semejantes métodos contribuyeran a la caridad y a la unidad? La multiplicación de las prohibiciones crea, por el contrario, la fascinación y el deseo de transgresión en las jóvenes generaciones de clérigos y laicos. Debería recordarse que las condenas romanas de Lubac y de Congar contribuyeron a hacerlos leer en los seminarios pero no consolidaron la confianza en la autoridad romana. Aún más, al multiplicar las medidas vejatorias de detalle contra la antigua liturgia, se corre el riesgo de ignorar lo esencial de la reforma litúrgica querida por el Concilio, al encerrarla en un nuevo rubricismo jurídico y autoritario en lugar de abrirla a la participación del pueblo de Dios.

Recemos los unos por los otros

¿Si nos animáramos a rezar los unos con los otros? Es verdad que cada uno debería dar pasos hacia el otro. Pero sería por amor y no por temor. El ecumenismo no es obra de la diplomacia y de la habilidad. Es ante todo una actitud espiritual. Abramos, pues, las puertas. Los sostenedores de la liturgia antigua, cuando puedan, por amor y no por obligación jurídica, animarse a experimentar la concelebración, la hermosa riqueza bíblica de los leccionarios del Novus ordo.

Los que practican la liturgia renovada a partir del Concilio, dejarse interpelar con alegría por las comunidades que celebran el Vetus ordo y producen bellos frutos misioneros. ¿Estamos obligados a competir? ¿La fraternidad es algo imposible? ¿Quién sabe si nuestras parroquias no obtendrían frutos de la celebración hacia Oriente o de la utilización del texto antiguo del ofertorio en ciertas ocasiones? 

Un corazón benevolente

¡Visitémonos mutuamente! Vayamos con buena voluntad a pasar un domingo con quienes celebran al mismo Señor con ritos distintos de los nuestros. Tal vez nos sintamos chocados por tal o cual manera de obrar. Pero si nuestro corazón es benevolente, descubriremos semillas del Verbo que nosotros mismos hemos olvidado.

La paz litúrgica de la Iglesia no podrá lograrse mientras una parte mantenga una actitud de sospecha hacia la otra. Ya que el papa nos lo pide, corresponde a todos, obispos, sacerdotes y laicos tomar las riendas de esta fraternidad desde la base más bien que esperar decretos que la reglamenten. El papa nos confía el riesgo de la unidad. ¿Y si nos animáramos a tomarlo en mano? ¿Si nos animáramos a tender la mano?


Fuente: Paix liturgique


21 comentarios:

  1. "Nosotros, los perros", como dijo Jean Madiran, hace medio siglo ya.

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    1. “Siempre más vale ser rechazado por lo que se es que ser aceptado por lo que no se es.” (Jean Madiran, “La Derecha y la Izquierda”, pág. 62, Ed. Iction, Buenos Aires, 1981).-

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    2. Es que cuando eres aceptado por lo que no eres, están aceptando a otra persona, no a ti.

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    3. Anónimo 25 de enero de 2022, 13:04, desde el punto de vista de quien acepta, seguramente es así.-

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  2. Esos cartujos son de la Cartuja de Santa María de Montealegre, en Tiana (Barcelona, Espanha).

    Durante el genocidio católico de la Segunda República Española fueron martirizados cinco padres y un hermano:

    Padre Celestin Fumet, 20.07.1936;


    Padre Isidoro Pérez, 20.07.1936;

    Padre Manuel Balart, ?.10.1936;


    Padre Agustín Navarro, 15.10.1936;


    Padre Luis Sellarés, 15.10.1936;


    Frei Guillermo Soldevila, ?.10.1936.

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  3. Con todo respeto y sin ánimo de ofender, los exumenistas "ortodoxos", no son considerados por muchos como tales. Son parte de la secta ecuménica, y son los que rezan (¿A quién?) por una unión meramente jurisdiccional, olvidando la verdad y la Fe. Si esto se olvida ¿Para qué unirnos? Y si esto nos separa, lo mismo.

    Vladimir

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    1. Que todos sean uno,es un mandato del Salvador.Todo lo que permita enderezar el pecado de los hombres,y conducirnos a la unidad fundada en la verdad termina llevándonos a la belleza de su Presencia.
      Sin embargo participar en algunos grupos "asisescos" o pseudo-ecuménicos equivale a recibir como cordero una invitación de los lobos para almorzar.

      El ruso blanco cautivo

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    2. También recuerdo la última reunión ecuménica que nos cuenta Vladimir Soloviev,en su Relato del Anticristo.
      El concilio oecumene entre el Papá Pedro II,el staretz Juan,y el profesor Ernest Pauli cabeza de los evangélicos.
      Todos unidos para enfrentar en el final de los tiempos al Emperador y a su mago.
      Nunca su lectura es más actual.

      El ruso blanco cautivo

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    3. Si consigue un Papa en serio, un staretz verdadero (si no fue arrebatado por los ángeles) y un evangelista verdaderamente evangélico y bíblico... bueno, ya está, o es la Segunda Venida o es el Reino de los Mil años.

      Vladimir

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  4. Estimado Wanderer: Pienso que puede haber diálogo y comprensión, caridad y afectividad pero dentro del grupo del rebaño. Pero entre ovejas y lobos es más difícil, para eso hace falta justicia (alguien que tenga dientes como los lobos pero que defiendan a las ovejas(los perros, o la ley respetada por todos). No se puede pretender dialogar con violentos agresivos que se niegan a aceptar y respetar la Ley. ¡como crece la figura de Benedicto: su ciencia, su paciencia, su bondad, en estos tiempos inmisericordes!. ¡Que el Señor nos bendiga nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna!
    Newmantino

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  5. No me gusta nada que para defender una posición ortodoxa, algunos apologistas tradis recurran a esa técnica de reducción al absurdo que impugna la posición de los modernistas poniendo de manifiesto sus contradicciones con los principios modernistas y liberales que proclaman. La misma desazón me causó el ingenioso artículo del P. Highton sobre la aplicación del Traditionis Custodes (Lo han borrado de Infocatólica pero se puede leer aquí). Aunque sea lógicamente irreprochable, me parece una forma de argumentar demasiado cínica.

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  6. ¿Qué unidad de los cristianos es la que pregona Francisco?
    No cabe duda que se trata de una falsa unidad construída sobre la renuncia a seguir creyendo en lo que la Iglesia siempre creyó, la verdad del Evangelio que la Iglesia siempre predicó y a la que Bergoglio ahora le puso bandera de remate por el precio vil de un plato de lentejas.
    Sobre este tema candente, el 20 de enero The Remnant publicó "Los frutos descompuestos del ecumenismo de Francisco", un magnífico análisis de Robert Morrison sobre el drama que hoy vive la Iglesia y que amenaza terminar en tragedia.
    Se puede leer en https://adelantelafe.com/los-predecibles-frutos-descompuestos-del-ecumenismo-de-francisco/

    Fuenteovejuna

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  7. Buscar la "vía intermedia" entre las dos posturas es inviable. Tratarse con caridad, es un deber y hay que hacerlo siempre. Pero la unidad se hace en la verdad; el unum es convertible con el verum; no es una unidad matemática de mezcla cuantitativa. No lo puede ser. Es obligación orar como se cree. Y hay que creer la verdad católica; eso no se puede abandonar y ni siquiera menoscabar.
    Que el misal de Juan XXIII sea perfectible, no lo niego. Pero no se puede partir de una consideración cual si fueran dos misales igualmente venerables o respetables.

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  8. Pongamosló así: La FSSPX aceptaba pasar a ser una prelatura personal o una orden con Benedict XVI. Asumía Francis I, les mandaba un interventor, explotaba la hermandad y se disolvía. Conclusión, mejor mantener la distancia de la Sede Romana. Eso, al margen de otras consideraciones.

    Wilson

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  9. Aunque Freud no me simpatice, creo que tenía la razón con su concepto "narcisismo de las pequeñas diferencias".
    Los odios más intensos no están dirigidos hacia los muy distintos, sino a los muy parecidos, que sólo pueden ser distinguidos por diferencias sutiles, y que otros grupos considerarían como casi indistinguibles.
    Como el odio en Irlanda del Norte, o entre serbios y croatas, o incluso el deseo de los alemanes de exterminar judíos de cultura alemana como Mahler o Einstein (el antisemitismo de Hitler nació contra ese tipo de judíos, si terminó matando principalmente judíos polacos de shtetl es porque la mayoría de los judíos alemanes escapó a tiempo)

    La antipatía de Bergoglio y gran parte del clero por los tradicionalistas, es como la antipatía de un uruguayo que gritó el gol de Goetze.

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  10. Anónimo de las 16:31: Las diferencias entre el modernismo y el catolicismo no son sutiles ni pequeñas, sobre todo cuando el que tiene la sartén por el mando es el modernismo. Por lo menos, la Encíclica Pascendi advierte contra esta herejía, la peor de la historia de la Iglesia, precisamente porque en el supuesto parecido, en esa venenosa aparente semejanza, está la destrucción de la religión, como institución y como virtud.
    Es insensato pedir cualquier clase de equivalencia o de conductas con ciertos paralelismos entre quienes están enfrentados por la causa más elevada que existe, que es la relación con Dios y la salvación eterna; y cuando uno de ellos, el que no tiene razón, tiene un poder despótico que ejerce sin ningún rubor. Porque ¡atentti! siempre hay uno que tiene razón y otro que no la tiene. No caigamos en el relativismo.

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    1. "y cuando uno de ellos, el que no tiene razón, tiene un poder despótico que ejerce sin ningún rubor", respecto de esto, admito que a veces me quedo hipnotizada leyendo los furibundos intercambios en Twiter entre católicos norteamericanos, liberales de izquierda y tradicionalistas... al igual que en la política, la nuestra y la mundial, cuando los progres-rebeldes de antaño agarran la manija, nos la revolean sin asco, y lo disfrutan también, como ahora con el tema de la suspensión de las Misas en latín.

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  11. "ROMA PERDERÁ LA FE y se convertirá en la sede del anticristo."
    Nª Sra de La Salette (1846)

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  12. Dos no bailan si uno no quiere. Además, no se puede dialogar sobre los principios. Ni se puede dialogar con alguien que no tiene honestidad intelectual. Se puede poner la otra mejilla, pero no se puede dialogar

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  13. Don Wander:
    “Dado que la doctrina nos separa dejémosla de lado, y veamos más bien lo que nos une”.

    Está claro que, si todos somos hijos de un mismo Padre, debemos comportarnos de conformidad con la filiación que nos une. Y, desde luego, esa fraternidad que es universal, se debe manifestar, de modo principal, entre los cristianos, y, de modo especialísimo, con los hermanos en la fe. Porque, ¿qué duda cabe?, a mayor grado de unidad en la fe, mayor grado de unidad en la relación fraternal entre todos los creyentes. Así lo quería el propio Jesús: “Que todos sean uno; como Tú Padreen mí y Yo en Ti […] Para que sean uno como nosotros somos uno, Yo eh ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad” (Jn 17, 21-23).
    Fue así como los miembros de las primeras comunidades cristianas se destacaron respecto de los demás miembros de la sociedad de entonces. Y lo hicieron por el heroico ejercicio de la caridad:
    Y así lo manifestaban los propios testimonios de la época inicial de la Iglesia:
    “¡Mirad como se aman!
    Mirad cómo están dispuestos
    A morir el uno por el otro”.
    (TERTULIANO, siglo II).

    Sin duda, también el mejor signo de la fraternidad entre los cristianos está dado por la caridad con la que se tratan. Pero, ¿quién ha dicho que esa caridad se manifieste a costa de la verdad de la cual todos debemos dar testimonio? ¿O acaso el mandato final del Señor tiene fecha de caducidad? No lo parece: “Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. ‘Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
    Y, ¿qué enseñó el propio Jesús?
    He aquí algunas de sus enseñanzas vinculadas con la verdad: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6). “Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. (Jn. 18, 37). “Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti” (Jn. 17,3); “Las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido” (Jn. 17, 8); “Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad” (Jn. 17, 17); “Yo me santifico para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn. 17, 19). “Yo te conocí y éstos han conocido que Tú me enviaste” (Jn. 17, 25).
    Huelga decir que el camino de la santidad, por cual todo cristiano de fuste debe transitar con paso firme, pasa por el fino cedazo de la comunión y perseverancia en la fidelidad a la doctrina enseñada por Cristo y sus Apóstoles. “No son del mundo, lo mismo que Yo no sy del mundo” (Jn. 17, 16).
    De donde se sigue la falacia de pretender dar cumplimiento al mandato del Señor “para que sean uno como nosotros somos uno” (Jn. 17, 22), pasando por alto el contenido de la enseñanza de la cual Él ha dado testimonio con su propia sangre. ¡Que tristeza me embarga si acaso el mandato de la unidad hoy se intenta cumplir al margen de la verdad enseñada por el Señor, y se excluye expresamente de la unidad a quienes, precisamente, procuran permanecer enteramente fieles a ella!
    ¡Dios protege a tu Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!

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