Estimado señor,
Como habíamos mencionado en la primera carta, ahora en esta segunda pretendemos, en la medida de nuestras fuerzas, exponer brevemente el origen y manera en que creemos que sucedió esta introducción sutil del modernismo dentro de la Iglesia que es el ultramontanismo.
No pensamos que estos papas, sacerdotes, religiosos y tantos grandes autores fueran el origen o los responsables de la debacle sino que pensamos que el ultramontanismo fue, como la fiebre, una medida que tomó el cuerpo eclesial como reacción para defenderse del patógeno, pero que no es el estado normal, como muchos creen, y tampoco muchas veces ayuda a recuperar la salud, pues agravando el mal al debilitar en exceso el cuerpo, puede convertirse a su vez en enfermedad y acabar con la vida del enfermo. Tampoco creemos que se pudieran haber tomado otras decisiones diferentes, porque el mal era ya muy antiguo, oculto y arraigado. Para ello, esos papas y sus coetáneos hubieran tenido que ser verdaderos genios, haber tenido el conocimiento que tenemos nosotros década tras década de estudios, reflexiones y experiencias, y haber sido profetas mayores que los del Antiguo Testamento. Solamente a unos pocos elegidos la Providencia les mostró algo del porvenir y tras terribles sufrimientos o renuncias, como fue el caso de Leonardo Castellani o el cardenal Newman.
El comienzo relativo lo podemos retrotraer al período revolucionario (1789-1815) aunque, como decimos, creemos que sus fuentes ocultas tienen un origen mucho más antiguo. Dejando de lado el pecado original, podemos tomar como inicio el nominalismo medieval, la resistencia oculta de los poderes seculares a la reforma gregoriana, que, a su vez, nos legó un papado sobredimensionado; y también los posos gnósticos, la gran tentación antigua, desde los cátaros, el joaquinismo, los fraticelli et alii, cuya secularización dio lugar a la ideología revolucionaria. A pesar de que se pudo sortear la Protesta de 1517, sin embargo las nefastas influencias de la revolución enriciana de Inglaterra (1533) se contagió a las monarquías cristianas, sobre todo a la francesa, que ya tenía inclinaciones desde el reinado de Felipe el Hermoso (1285-1314), dando lugar al absolutismo regio, primer escalón del modernismo y del relativismo político. La Iglesia se opuso a estas pretensiones como muestran Vitoria o Suárez aunque ya tenían los gérmenes de la posterior debacle (juridicismo, voluntarismo religioso de la devotio moderna, etc.) a partir del siglo XVIII. Por paradójico que resulte, el mismo absolutismo regio defendió a la Iglesia del absolutismo papal en la teoría y en la práctica. Cuando el trono se hundió, el pontificado, única columna del viejo mundo superviviente, heredó sus poderes mientras que esta forma moderna de gobernar pasó como tradicional sin serlo y como ideal de la restauración eclesiástica y civil.
De aquí nace el ultramontanismo, la concepción del Papa como soberano de la Iglesia, con todos los atributos del Estado moderno en su persona: un Deus in terra voluntarista y, en el fondo, relativista pues lo importante es que lo diga y lo haga el Papa, y no que lo que diga o haga el Papa sea verdad o bueno.
Mientras los pontífices tuvieran convicciones personales tradicionales, la identificación entre ultramontanismo y Tradición continuaría a pesar de que esta última se impondría por mera autoridad papal y no por ser la Tradición de la Iglesia. Sin embargo, cuando por motivos de prudencia política —León XIII, o por convicción personal, Francisco— se abogase por elementos modernistas, sobrevendrá el gran conflicto por contradicción: ¿Qué elemento es el determinante: la autoridad o la Tradición cuando choquen? Con el ultramontanismo el siervo, la autoridad pontificia, se convierte en señor de quien debiera honrar y servir, de la Tradición. ¿Cómo pudo pasar esto con la Santa Doctrina, con todo el Tesoro de la Iglesia? Para algunos es algo inconcebible, impensable, piensan como De Maistre y buscan subterfugios sutiles como De Mattei, o bastos como los sedevacantistas, casicianos y otros, siempre que el peso de la Tradición sea mayor que el de su ultramontanismo o se vuelven clones, sosias en miniatura del Papa reinante, o neocones esquizofénicos si su ultramontanismo es mayor, o modernistas recalcitrantes sinodales si cambian el sujeto de esa soberanía absoluta como Lanmenais a la asamblea de la Iglesia, o new age o sinodales germánicos si adjudican esa spberanía a cada individuo o grupito.
Pero es totalmente lógico. Si se ha copiado las formas estatalistas de gobierno y la concepción voluntarista de la acción humana ¿como no se va a pensar con esos mismos parámetros? Si no vives como piensas, pensarás como vives. Bien explica esto Aristóteles y Santo Tomás con la doctrina del hábito. Si concibes a la Iglesia como un Estado moderno (auctoritas, non veritas, fecit fidem), de forma revolucionaria, todo se te volverá revolucionario por muy tradicional que sea la materia. Además no es cierta la afirmación que el aforismo “Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur” no tenga aplicación en la historia, puesto que tenemos un caso manifiesto: la Ley de Moisés. Ley santa dada por Dios en el Sinaí para que el pueblo viviera y fuera bendito (Dt.XXX, 15-20) se transformó en instrumento de muerte e, incluso, de deicidio. Esto lo dijo San Pablo en la Carta a los Romanos (Rm. VII), insiste San Agustín y lo repite Santo Tomás (I-II, q. 106, a. 1). Y Castellani escribe: “La letra de la Ley más santa puede ser instrumento de tortura o agenciamiento de muerte” (Castellani, L. Cristo y los fariseos, Ed Jauja, Mendoza, nota 14, p. 92), y en otra parte: “Cómo de hombres observantes, celosos y dedicados al estudio de la Ley pudo salir este horror (el fariseísmo) es difícil de precisar pero no imposible de concebir”, (Op. Cit. p. 78). Recuerde que los fariseos se opusieron en su origen a los judíos modernistas helenizadores, lección que debemos aprender muy bien para no caer en esta trampa letal.
Pero aún más ¿Qué diría del uso agudísimo por parte del Diablo de la misma Palabra de Dios para tentar a Cristo? Respecto a la transformación del contenido, muy floja sería la Palabra de Dios si correctamente formulada se inutiliza por razón del continente… y qué continente como podemos ver. Y, ojo, que el Malo la formuló correctamente y no fue mentiroso, pero es que se puede mentir con la verdad. Por supuesto la doctrina queda incólume a pesar de los Papas corruptos pero no sucede lo mismo con la interpretación y el uso de ella y tampoco lo que el clero y los fieles entiendan y comprendan de ella.
Lo ocurrido con Ralliement es ejemplar en este caso por varios motivos.
1) Es el primer caso en que se rompe de manera manifiesta el equívoco entre Tradición y ultramontanismo papal.
Es el propio papa quien ordena jurar lealtad a un régimen revolucionario y anticlerical, usando de manera torticera la doctrina tradicional sobre el régimen político y mandando en un tema en el que no tenía competencia política alguna, es to es, la forma de gobierno que querían los franceses. Y además por motivos circunstanciales, pues el acercamiento diplomático de la Santa Sede a Francia se hizo en contra de la Triple Alianza entre la Austria josefinista, verdadero motivo del veto de Rampolla, la Italia saboyana y la Alemania de la Kulturkampf.
2) El hundimiento del catolicismo galo es el primer triunfo verdadero del ultramontanismo con su sometimiento a la voluntad papal en vez de oponerse resueltamente..
El hundimiento político del catolicismo francés es el primer triunfo del ultramontanismo aunque paradójico, ya que era lo contrario a las pretensiones personales de León XIII. La obediencia indebida conseguida por el pontífice en la iglesia francesa mostraba hasta qué punto era profunda su rendición. No será casualidad que esta país sea uno de los bastiones del postconcilio y del sedevacantismo según la lógica del silogismo de Francisco.
3) Que sucediera en Francia, la iglesia local más debilitada de todas a causa del galicanismo (hermano gemelo y enemigo del ultramontanismo), la Revolución y lo que ella trajo, era lógico. Francia era la campeona del ultramontanismo por motivos históricos y eclesiásticos. Siglos de galicanismo, absolutismo monárquico y el hundimiento del trono en 1789 junto con la asunción romántica del Ancient Regime como modelo tradicional, hizo que el traspaso al pontífice de la concepción estatalista fuera natural y total. Nunca se les ocurrió que el pontífice pudiera ser un instrumento per accidens de la Revolución contra la Francia tradicional, como así fue.
La comparación con el caso español resalta más aún su carácter, pues el ultramontanismo, como su propia etimología indica, fue un asunto italo-francés con derivadas germanas en su origen. La situación de la Iglesia en estos tres países hicieron coincidir y confundir el ultramontanismo y la iglesia tradicional para pasar a se exportados al resto del mundo en las décadas siguientes. Y es que en este caso el Tíber desembocó en el Rin...
A España, como a Inglaterra, le fue ajeno. La mayor parte de las masas católicas españolas eran carlistas y estas habían sido abandonadas por el papado desde los tiempos de Pio IX y su concordato de 1851con Isabel II, a la cual premió con una Rosa de Oro. Desde entonces hubo un intento por parte de la alta clerecía, nombrada por los gobiernos liberales conservadores, bendecida por Roma y procedente de la burguesía conservadora enriquecida con las desamortizaciones, para encarrilar al bajo clero y a las masas tradicionalistas dentro del régimen, cosa que nunca consiguieron hasta 1936. Esta política continuó con León XIII, firme partidario de la Restauración alfonsina, con su encíclica Cum multa (1882), antecedente inmediato del Ralliement, y de la jerarquía pro-alfonsina para frenar al catolicismo tradicionalista mediante los Congresos Católicos Nacionales de España, los proyectos del cardenal Cascajares y otros en pos de la Unión Católica. Fracasaron y hasta se llegó a rezar por la conversión del Papa en aquellos años dentro del tradicionalismo español, aunque dejó una herencia envenenada que bien vio Castellani en su reflexiones sobre el caso de Verdaguer. Por esto, la política española de León XIII no produjo la ruptura moral que sucedió en Francia sino que pasó sin pena ni gloria.
Lo mejor es que lo confesó ingenuamente el propio papa en una carta a la regente Maria Cristina:
Que la Reina no olvide lo que yo vengo haciendo por ella, para que todos los católicos españoles, el Episcopado y el clero y las Órdenes religiosas prediquen la adhesión y practiquen la obediencia contra carlistas y republicanos, al Rey y a la Reina, malquistándome por hacerlo con elementos muy poderosos de fuera y dentro de España”
Carlos García Nieto,El cardenal Sancha y la unidad de los católicos españoles,
Tomo I. Madrid-Toledo, 2009, pg. 499.
Los carlistas fueron lo que se opusieron a las desamortizaciones y a las revoluciones con sus personas y haciendas en tres guerras civiles para defender a la Iglesia y a la España tradicional, y así se les pagaba el pontífice sus sinsabores… en un asunto que no era de su competencia.
Que el mal creció paulatinamente lo podemos atestiguar en la revuelta Cristera, que a un paso de la victoria fue deshecha por dos obispos norteamericanos con el apoyo de un Papa engañado. Por obediencia ciega al mandato del pontífice, los cristeros dejaron las armas y el país entero en manos de sus enemigos cuando su obligación era la contraria. O qué decir del Vaticano II cuando toda la Iglesia sacrificó en el altar ultramontano de la obediencia a Juan XXIII y Pablo VI lo que no era suyo sino de todos los siglos, toda la riqueza de la herencia de la Iglesia: litúrgica, sapiencial, artística, etc.
¡Qué contraste, qué diferente clima tenemos cuando hojeamos los libros de antaño¡ Ahí esta la Consulta Teológica de Melchor Cano, lumbrera de la teología del siglo XVI, cuando da su parecer al principe Felipe sobre la guerra contra el papa Pablo IV. O el padre Vitoria, contra las pretensiones del poder civil del pontífice en sus Relaciones. Y estamos hablando de teólogos celosos de los derechos de la Santa Sede contra cualquier sombra, como demuestra la Defensio Fidei de Suarez contra absolutistas y herejes a favor de la Sede de San Pedro.
Y es que la diferencia entre la Tradición y el ultramontanismo respecto al lugar del Papa quizás esté en lo que unas Cortes contestaron al rey Juan I de Castilla: que ellos le prestaban lealtad y no fidelidad, porque lo primero les obligaba a seguirle en el bien y a oponérsele, por su propio bien y del reino, en el mal, mientras que la fidelidad les suponía seguirle en el bien y en el mal y esto era la manera más profunda de traicionarle a él y al reino.
La conclusión es que volvemos al comienzo de estos artículos, al Salón de los Espejos de Versailles donde todo se deforma y se invierte, lo tradicional pasa por moderno y viceversa. Gracias a Dios, se están rompiendo los espejos por medio de ese vándalo llamado Bergoglio con cada acto de su magisterio. Cada encíclica, cada exhortación, cada discurso, cada entrevista de altura es una pedrada contra las lunas que nos enloquecen, imagen desvaída del verdadero sol de la verdad. Y es la Verdad y las verdades lo que necesitamos, su luz en medio de estas tinieblas ¿Y dónde se encuentra? En la Sagrada Escritura, en los Padres y Santos, en las experiencias buenas y malas, acertadas y erradas de nuestros antepasados. Por eso debemos recuperar con ojo crítico pero amoroso lo bueno para seguirlo, el ejemplo para imitarlo y lo malo para evitarlo, de lo que hicieron los papas y autores ultramontanos. Los santos pierden su virtud cuando o son adorados como ídolos, o son despreciados como basura, pero como hermanos y compañeros es poderosa su intercesión y ejemplo. La verdad nos hará libres, nos hará libres de la cadenas del ultramontanismo, hermano gemelo del modernismo.