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lunes, 30 de septiembre de 2024

El Sodalicio y la Gestapo vaticana

  


Conozco poco y nada de Derecho Canónico, y conozco menos aún del Sodalicio de Vida Cristiana y de los tejes y manejes de su fundador y de algunos de sus miembros. Sin embargo, el sentido común me dice que todo acusado, antes de ser condenado, tiene derecho a defenderse y, aún más, que nadie puede ser condenado sin antes haber sido imputado de un delito concreto, conocidas las pruebas de sus acusaciones y tenido la oportunidad de defenderse.

    Sabemos que durante el sinodal pontificado de Francisco el Código de Derecho Canónico ha sido, de hecho, abrogado, y que en la Iglesia se hace solamente lo que el tirano quiere. Y es eso mismo lo que ha ocurrido la semana pasada con las expulsiones públicas, humillantes y sin ninguna explicación que sufrieron diez miembros del Sodalicio de Vida Cristiana. No se trata de opinar sobre el caso de Luis Fernando Fígari, fundador de esa sociedad y acusado de abusos sexuales y de autoridad. El mismo Sodalicio reconoció los cargos. Ni tampoco de otros sodalites, que hace ya tiempo dejaron la institución o han muerto. La cuestión es con los otros nueve miembros, entre ellos un arzobispo, que fueron condenados con Fígari por voluntad directa del Papa Francisco, lo cual implica que no tienen posibilidad alguna de recurrir la sentencia.

Estamos en presencia de un nuevo caso —y ya son muchos— de comportamiento despótico y, como tal, caprichoso del tirano gloriosamente reinante. Se hace lo que él quiere y se acabó, sin discusión alguna; sin procesos judiciales, sin audiencias, sin sentencias de tribunales y sin posibilidad de apelación.  Y luego de firmar la condena, Bergoglio se dirige a la basílica de San Pedro a pedir perdón por los pecados contra la sinodalidad. Ni la comedia más absurda de Ionesco ni la más chusca de Molière podrían haber albergado un personaje como Bergoglio. Sus autores lo habrían considerado demasiado grotesco. Sin embargo, nos ha tocado a nosotros no solamente asistir a la comedia sino también sufrirla.

La decisión de Francisco sobre el Sodalicio confirma, además, la vocación que tiene el pontífice romano por hurgar en congregaciones e institutos religiosos de corte conservador. Desconozco si alguna vez ha tomado decisiones como la que comentamos o como las tomadas contra los Franciscanos de la Inmaculada por ejemplo, contra algún tipo de grupo de corte progresista. Da la impresión que, más que verdades y justicia, lo que busca son revanchas y satisfacción de viejos resentimientos.

Sin embargo, hay un detalle que es preocupante y que los canonistas podrán decir hasta qué punto constituye un hecho que sienta precedente. El décimo de los condenados es Alejandro Bermúdez, periodista ampliamente conocido en los medios católicos de linea conservadora. Bermúdez era —a tenor de lo que dijo luego de conocida su expulsión ya no lo es más— el arquetipo de lo que aquí llamamos neocon. Y sin embargo, fue expulsado por el Papa Francisco del Sodalicio, por «abuso en el ejercicio del apostolado del periodismo». Para un lego en derecho como soy yo, la acusación suena a disparate, pero no despierta sonrisas sino preocupaciones. 

La preocupación más evidente pero menos peligrosa sería que la Gestapo vaticana -integrada por Mons. Charles Scicluna, comisario político todo terreno de Bergoglio, y Mons. Jordi Bertomeu, sacerdote catalán con ambiciones de convertirse en el próximo arzobispo de Barcelona-, comience a buscar, y encontrar, otros casos del mismo tipo de abuso. No sólo caería en sus manos este servidor, sino otros muchos y más importantes: Aldo Maria Valli, Marco Tosatti, la Cigüeña de la Torre, John-Henry Westen y tantos otros. Es verdad que, en estos casos, no tendrían los sucesores de Heinrich Himmler institución de la que expulsarnos porque somos apenas unos pobres y simples laicos. En todo caso, nos tendrían que expulsar de la Iglesia —es decir, excomulgarnos— lo cual pareciera exagerado. ¿Exagerado? Hoy se ejecutará la sentencia de excomunión dictada por el Papa Francisco contra dos laicos peruanos -Giuliana Caccia Arana y Sebastián Blanco-, comprometidos con la defensa de la familia y de los valores de la fe, y activos en las redes sociales, por cinco razones inconsistentes; son conservadores y no son amigos de sus amigos; entonces, excomunión [Edificante la valentía de ambos].

Pero más preocupante aún es que se aplique este nuevo tipo de delito canónico a otros casos. Por ejemplo, un sacerdote —que es el más indefenso ante el poder episcopal y pontificio— podría ser expulsado del estado de vida clerical por el delito de «abuso en el ejercicio del apostolado de la confesión» si niega la absolución a una persona que no reúne las condiciones requeridas, o de «abuso en el ejercicio del apostolado de la eucaristía» si niega la comunión a un pecador público, o de «abuso en el ejercicio del apostolado de la misión» si bautiza a un musulmán que se convirtió a la Iglesia católica. La imaginación de cada uno podrá encontrar muchas otras aplicaciones que, con seguridad, ya están almacenadas en la imaginación papal. 

Estas mismas líneas yo no las habría escrito algunos años atrás. Siempre dije quién era Bergoglio y lo que le esperaba a la Iglesia con su pontificado. Pero nunca sospeché que su  desparpajo y desvergüenza iban a ser tan monstruosos. Será cuestión, nomás, de soportar la tempestad hasta que el buen Dios se digne levantarnos el castigo que, seguramente, merecemos por nuestros pecados. 


No puede dejar de mencionarse en este contexto un hecho recientísimo. Mientras los miembros del Sodalicio de Vida Cristiana son expulsados sin ningún tipo de proceso y dos laicos conservadores y defensores de los valores cristianos son excomulgados, al sacerdote Ariel Principi se le levanta la condena. Este sacerdote de la diócesis de Río Cuarto fue sometido a un proceso canónico que duró varios años y en el cual resultó condenado por abuso sexual de menores en dos instancias judiciales. La sentencia que le impuso el tribunal fue la expulsión del estado clerical, y de tal modo fue comunicado hace una semana por el obispado. Y Mons. Uriona afirmó que: "Ahora estamos esperando la notificación del dicasterio de Doctrina de la Fe", que no haría más que confirmar las dos sentencias previas. 

    Pero no fue así. La comunicación fue firmada por el Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Edgar Parra Peña, de frondoso prontuario, y en ella se dice que si bien el P. Principi ha tenido comportamientos inadecuados, le hacen un chas chas en la cola, y nada más. Se deja sin efecto la sentencia previa y el P. Ariel Principi, condenado por abuso sexual de menores, sigue siendo sacerdote y ejerciendo, con algunas limitaciones, su ministerio. 

    Me preguntó dónde ha quedado la política de "tolerancia cero" tan cacareada por el Papa Francisco, y a la cual acaba de apelar en su viaje a Bélgica. 

    Resulta curioso, además, que quien entendió en el caso por competencia y porque así lo declaró el obispo de Río Cuarto, es el cardenal Víctor Tucho Fernández, prefecto de Doctrina de la Fe. Llama la atención que este purpurado sea coetáneo y de la misma diócesis de origen del P. Principi, compañero de seminario y, además, amigo muy cercano, tan cercano y querido que fue su asistente o "padrino" en su consagración episcopal. Simples coincidencias. 


jueves, 26 de septiembre de 2024

Recomendaciones

 

Uwe Michael Lang, Breve historia de la Misa Romana, Vórtice - St. Augustin of Canterbury, Buenos Aires, 2024.

El P. Uwe Michael Lang, del Oratorio de Londres, es ciertamente uno de los liturgistas más importantes de la actualidad. Su libro The Roman Mass. From Early Christian Origins to Tridentine Reform publicado por Cambridge University Press en 2022, es el estudio más actualizado sobre la liturgia romana, superando al clásico, y discutible, texto de Jungmann El sacrificio de la misa

Se trata, sin embargo, de un libro académico y pensado para un público erudito, dedicado al estudio de la liturgia. Sin embargo, el P. Lang escribió también una suerte de síntesis de esa obra pensada para el gran público que, sin ser especialistas en el tema, les interesa acercarse a la historia de la misa propia del rito romano, que es la más extendida en el mundo católico. Es así que surge el libro Breve historia de la misa romana, que publicada a comienzos de este año en francés por Desclée y en español, traducido por Rubén Peretó Rivas, por Cristiandad. Sin embargo, es una hecho importante que acaba de aparecer una edición argentina, en co-edición de Vórtice y el Centro de Estudios de Liturgia Comparada “San Agustín de Canterbury”. 

El libro, en veinte breves capítulos, hecha un vistazo sobre la historia del núcleo estable del rito. Comenzando con los orígenes de la Eucaristía, permite identificar la estructura básica de la Misa romana y su evolución a lo largo del tiempo, buscando responder a cuestiones como: ¿por qué la estructura de la Misa es cómo es?, ¿cómo se desarrolló?, ¿cómo se unieron las piezas?

Dice el autor en el prólogo: “El rito romano es, con mucho, el rito litúrgico más utilizado en la Iglesia católica. La forma de la misa que la mayoría de la gente conoce en la actualidad ha sido moldeada de manera decisiva por la Sede Apostólica de Roma en contacto e intercambio con otras iglesias locales a lo largo de los siglos. Este libro pretende ofrecer un panorama general del desarrollo del Rito Romano de la misa desde sus orígenes en los comienzos del cristianismo hasta nuestros días. La comprensión de esta rica y compleja historia ayudará no sólo al clero en su ministerio sacramental, sino también a los laicos a participar fructíferamente en la liturgia de la Iglesia”. Altamente recomendable. Puede encontrarse más información en el sitio de Vórtice, y en sus redes sociales: Blogger y Facebook. Seguramente, las librerías de Argentina que habitualmente venden libros de Vórtice pronto tendrán el libro en sus escaparates. 


Santo Tomás de Aquino, Comentario al libro de Job, trad. Damián Correa, Ediccc, San Rafael, 2023.

El Libro de Job es una obra magistral de la literatura bíblica que aborda cuestiones profundas sobre el sufrimiento humano, la justicia divina y la fe. Narra la historia de Job, un hombre justo que es puesto a prueba por Satanás con la pérdida de sus bienes, su familia y su salud. A lo largo de la obra, Job se enfrenta a la incomprensión de sus amigos y a su propio dilema sobre por qué Dios permite su sufrimiento, a pesar de su inocencia. El libro destaca la complejidad de la relación entre Dios y el hombre, y subraya que la justicia divina trasciende la comprensión humana. 

Las dos primeras semanas de septiembre se leen en el Breviario romano el libro de Job, y dice el martirologio romano el 10 de mayo: "En tierra de Hus, san Job, Profeta, varón de admirable paciencia". Además hay una Misa y un Oficio propio del santo Patriarca.

San Jerónimo en el prólogo al libro de Job dice que “explicar a Job es como intentar tener en las manos una anguila o una pequeña morena: cuanto más se la aprieta, más velozmente se escapa de la mano”. Resulta entonces interesante proponer diversos autores de fuste que intentaron profundizar en el conocimiento de este libro.

El comentario más importante de la patrística es el San Gregorio Magno, con su Moralia in Iob. Antes que él, San Zenón de Verona escribió un breve tratado Sobre Job. También San Agustín trató este libro en sus Anotaciones al libro de Job. Muchos consideraron como un comentario definitivo el de San Gregorio Magno. Luego Santo Tomás de Aquino compuso su exposición literal sobre el libro de Job.

Este libro del Antiguo Testamento fue también tratado por autores modernos. Así encontramos a Chesterton que escribió un magnífico prólogo al libro, reportado luego en su obra Maestro de ceremonias. Mons. Juan Straubinger en 1945 publicó Job, el libro del consuelo, con un Tratado sobre el mal, el pecado y la muerte. También le dedica un capítulo Jean Danielou en Los santos paganos del Antiguo Testamento. Por último hay que señalar a Peter Kreeft que en su Tres filosofías de vida, trata sobre el libro de Job.

Del comentario de San Gregorio Magno la editorial Ciudad Nueva emprendió una edición en 6 tomos. Por ahora publicó solamente los 2 primeros volúmenes y no se sabe si seguirán esa edición.

Santa Tomás de Aquino dedicó parte de su tiempo y de su genio a comentarlo. Y así, escribe una profunda reflexión sobre la justicia divina y el sufrimiento. Tomás se centra en el diálogo entre Job y sus amigos, resaltando la paciencia y la virtud de Job frente al sufrimiento injusto. A través de su análisis, ofrece una visión teológica que destaca la naturaleza de la providencia divina, argumentando que el sufrimiento humano, aunque incomprensible, tiene un propósito en el plan de Dios. Este comentario es una valiosa guía para entender el dolor desde una perspectiva cristiana.

Lamentablemente, el comentario no estaba traducido al español. Y nos venimos a enterar que apareció el año pasado, en una pequeña editorial de provincia, una magnífica traducción, según el juicio de un buen conocedor del tema, realizada por el P. Damián Correa. Qué importante sería que este libro tuviese una mayor divulgación no solamente en Argentina, sino también en otros países de lengua hispana. 

Los interesados, pueden solicitar información en el Instagram de la editorial EDICCC


martes, 24 de septiembre de 2024

El Papa Francisco en "el túnel de la amistad" (y II)

 


En segundo lugar: hay algo decididamente infame en el mensaje bergogliano de un diálogo que excluye sistemáticamente la disputa sobre la verdad. Es manipulador y autoengrandecedor. Este mensaje lo es porque desacredita un nivel que él mismo ocupa y, al desacreditarlo, lo hace simultáneamente inatacable de dos maneras. Desacredita el principio de «doctrina», es decir, una teoría que aparece de forma conceptual. Ya no se trata de racionalidad argumentativa, sino de sensibilidades. Pero este descrédito proviene a su vez de una doctrina. De hecho, no existe la libertad de la teorías; es absolutamente imposible para el hombre. Por su parte, el aparentemente libre de teorías Francisco está atiborrado de teorías; todas sus declaraciones, incluidas las relativas al diálogo interreligioso, son el resultado de una determinada posición teológica. Esta teoría es miserable, pero es, al menos rudimentariamente, una teoría. En la medida en que esta teoría considera que las disputas argumentativas no sólo son irrelevantes sino destructivas, se inmuniza contra el cuestionamiento argumentativo de sí misma. El teórico que argumenta en contra de esta teoría es insultado por esta teoría antiteórica como teórico teorizante y eliminado del juego. En otras palabras, la posición bergogliana realiza descaradamente una autocontradicción performativa sobre la que se niega notoriamente a ser iluminada en el círculo de esta autocontradicción. Uno se queda estupefacto ante esta impertinencia y se inclina a decir con Aristóteles: «Hay gente que ya no merece argumentos, sino sólo reprimendas.»

Esta peculiar autoinmunización de la doctrina bergogliana se corresponde con el descrédito moral de sus oponentes. Si se observan las declaraciones bergoglianas sobre el diálogo con una mirada más aguda, se ve que el nimbo moral de grandeza que rodea al diálogo antiargumentativo produce exactamente este efecto de deslegitimación moral de sus críticos. Cualquiera que no participe en el diálogo de Bergoglio y en su lugar reclame el diálogo socrático debe ser un sujeto malvado, es decir, un fundamentalista racionalista, solipsista, duro de corazón, divisivo y rigorista. Es francamente sacrílego. En cualquier caso, se le considera antijesuánico [contrario a Jesús]. Estos tenebrosos no quieren un «túnel de amistad», se niegan a «experimentar la fraternidad». Y, de hecho, no faltan advertencias en los discursos del Papa sobre estos «rígidos» perturbadores de las relaciones, que también son bien conocidos en el creativo vocabulario bergogliano como los indietristi (retrógrados).

Uno debe preguntarse por qué la posición bergogliana rechaza tan obstinadamente el dia-logos socrático y no teme utilizar incluso los medios más maliciosos para desacreditar a sus oponentes. Foucault llama a esto «medidas de policía del discurso». A estas medidas sólo recurre una posición que todavía no está completamente segura de su poder, que todavía no lo ha penetrado todo y que, por tanto, todavía tiene que volverse represiva, evitar la luz de la razón y hacer despreciable la discusión argumentativa.

Creo que está bastante claro cuál es el punto crítico subyacente, el núcleo de referencia secreto, de la exuberante teoría bergogliana del diálogo. Es Cristo. El diálogo se concibe precisamente de tal manera que ya no se puede hablar de Él, ni se puede hablar de Él. Porque Aquel que dice de sí mismo «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es por Mí» (Juan 14:6), eo ipso hace estallar el diálogo liberado de toda tradición de fe particular, cuyo objetivo es encontrarse en el túnel bajo las confesiones dogmáticas y celebrar allí el “Dios único para todos”.

¿Por qué todas las enseñanzas y tradiciones religiosas han de considerarse «riquezas culturales» y, sin embargo, han de ser insignificantes en sustancia? Cristo, con su singular autoproclamación en la historia de la religión, es sólo el caso más molesto de las pretensiones de verdad absoluta de las tradiciones religiosas que no pueden traducirse lógicamente unas en otras. ¿Por qué es tan importante para Jorge Bergoglio que las diversas doctrinas de salvación —y por tanto también el Cristo— sean sólo «dialectos», en principio intentos iguales de acercarse al «único Dios para todos»? ¿De dónde viene este celo por la demolición de la dogmática religiosa y la apoteosis de la subterránea One-World-Religion?

Lógicamente, sólo puede haber una respuesta: Porque esta perspectiva ya no se ocupa principalmente de la religión como tal, sino de un motivo distinto de la religión, que se declara entonces como el motivo principal de la religión en general. Y este motivo rector es la promoción de la «única familia humana global» [Ref.], es decir, la fraternidad natural universal a la que las religiones tienen que servir. El concepto rector de la religión de Jorge Bergoglio es estrictamente funcionalista. Todo el pontificado bergogliano se ha puesto —incluida su complicidad con las altas finanzas globalistas y el Foro Económico Mundial— al servicio exclusivo de la familia humana natural y de la protección de la «Madre Tierra». Las religiones sólo pueden prestar sin problemas este servicio eco-humanitario si relativizan sus respectivas dogmáticas y se contentan con el abstracto «Dios para todos», que ya no reclama nada para sí y, por tanto, puede definirse en función del eco-humanitarismo. Esta autorrelativización es el objetivo de la propaganda dialogante de alta carga moral que pretende sugerir a las religiones que el imperativo religioso central es dedicarse primordialmente al cultivo de la fraternidad natural universal.

Sin embargo, Bergoglio sólo tiene acceso directo a la Iglesia católica. Hace un amplio uso de este acceso, ya que el Papa quiere que la Iglesia se convierta en el faro eco-humanitario para todas las religiones. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco se ha dedicado intensamente a la remodelación de la Iglesia en una función integradora para la «hermandad de todas las personas», una remodelación que, en su punto más importante, debe hacer que el Cristo joánico sea irreconocible, porque Cristo simplemente no puede ser funcionalizado para fines que se encuentran fuera de sí mismo. Cristo sólo se preocupa de que todas las personas crean en su santo nombre, lo adoren y encuentren así su salvación eterna. Pero, ¿cómo se puede dejar atrás esta cristología? Un Papa sólo puede hacerlo indirectamente. Cristo debe hacerse irreconocible mediante la táctica de marginarlo como tradición religiosa secundaria. Se le da el estatus de un bonito ornamento cultural.

Sin embargo, deshacerse de Cristo de esta manera es un proyecto difícil. Hay mucha resistencia; los residuos tradicionales son persistentes. Aún no tiene sentido para todos que Cristo no sea más que una mera formación de la tradición. Y tampoco tiene sentido para todos el Jesús de la misericordia sin límites, que acoge «a todos, a todos, a todos» sin condiciones previas y cuyo mensaje debe consistir únicamente en hablar de la fraternidad natural de todos y de un Dios que acepta todo y a todos amablemente —excepto a los rígidos. Así pues, todavía quedan en la Iglesia los últimos ecos de esta inquietante creencia en la persona divina de Cristo. Hasta que estos vestigios de la memoria queden completamente paralizados, aún queda mucho por hacer. Ningún elefante se descompone en un día. Por eso el papa Francisco intenta con gran energía instrumentalizar para su ideología actual, en particular, a la juventud religiosa del mundo a través de su proyecto de diálogo interreligioso; por eso promueve en la Iglesia obispos poscristianos; y por eso se esfuerza en implementar estructuralmente círculos de silla antiargumentativos llamados sínodos, y, además, en marcar el rumbo del papa Francisco II.

¿Qué debemos hacer? Debemos identificar con precisión la ideología bergogliana; analizar la maquinaria de manipulación de este pontificado; ver a través de sus políticas de poder, estrategias de autoprotección retórica y maquinaciones de vigilancia del discurso. Y luego debemos oponernos sin reparos a la prohibición papal de la razón y la palabra, y hablar con precisión, y cada vez más alto, sobre aquel de quien no se debe hablar: Jesucristo, el único y verdadero Logos de Dios.

lunes, 23 de septiembre de 2024

El Papa Francisco en el "túnel de la amistad" (I)

 



Reproduzco aquí, en dos entregas, un imprescindible —e insisto, imprescindible— artículo de Vigilius, un notable teólogo alemán que me honra con su reconocimiento.  Él mismo me ha pedido que salude especialmente a los lectores del blog y le transmita su admiración por el alto nivel intelectual que suelen tener las discusiones que damos en esta bitácora. 

Luego de leer detenidamente su artículo, se ve con claridad aún mayor de la que aparece diariamente en los estropicios de Bergoglio, la profundidad del daño que está provocando en la Iglesia. 


por Vigilius


El Papa Francisco estuvo completamente en su elemento durante su viaje al sudeste asiático. Esto se debe a que una vez más pudo entablar con entusiasmo el «diálogo interreligioso». Si se leen los discursos ya publicados del Papa, este diálogo goza de un estatus casi sagrado de grandeza, que se nutre de impresionantes predicados morales. Pues el diálogo pretendido apunta en su esencia a la unidad, la fraternidad, la armonía y el acuerdo. Un elemento central del concepto bergogliano de diálogo es la «detección de lo que nos une», es decir, todo aquello que nos acerca permitiéndonos descubrir lo que en verdad siempre es ya idéntico, como simboliza el «túnel de la amistad» subterráneo entre la mezquita Istiqlal y la catedral de la Asunción de Yakarta.

Sin embargo, el concepto bergogliano de diálogo aún no está suficientemente definido por la experiencia de lo común en común. No sólo en contextos explícitamente interreligiosos, sino en todos los contextos en general, Francisco entiende el dia-logos en un sentido muy amplio, como un encuentro en que los interlocutores están sentados en sillas en forma de círculo, en el sentido de la yuxtaposición de puntos de vista y sentimientos sin prejuicios de lo que es personalmente importante para cada uno. Estos puntos de vista pueden diferir en cuestiones fundamentales, pero la diferencia es irrelevante. Pues se trata ante todo de «vivir juntos, mezclarse con los demás, encontrarse, abrazarse, apoyarse, participar en esta multitud un tanto caótica que puede transformarse en una verdadera experiencia de fraternidad» (Evangelii Gaudium, 87).

Sin embargo, existe aquí el peligro de enturbiar la euforia. Una vez que la elevación moral de la mente generada por la doctrina papal de la concordia se ha calmado un poco y se permite que el pensamiento se agite de nuevo, podría surgir en una u otra persona la pregunta, por ejemplo si recuerda sus clases de griego, de si «diálogo» no tiene clásicamente la connotación de discurso y contra-discurso.... Pero es precisamente esta connotación la que se borra en el concepto bergogliano de diálogo; falta el momento central del diálogo socrático, que viene determinado por la disputa intelectual de tesis y antítesis, es decir, por la argumentación racional, porque sólo así puede transmitirse el conocimiento de la verdad. La verdad en sí misma, sin embargo, no es en absoluto la síntesis de lo lógicamente irreconciliable, ni se encuentra necesariamente en el medio. Si así fuera, no habría necesidad de luchar por ella. Está donde está y hay que descubrirla.

Francisco excluye explícitamente la definición teórico-verdadera básica del diálogo: «El túnel se construyó para crear un vínculo entre dos lugares diferentes y distantes. Esto es lo que hace el túnel: conectar, crear un vínculo. A veces pensamos que el encuentro entre religiones consiste en buscar un terreno común entre doctrinas y creencias religiosas diferentes cueste lo que cueste. Sin embargo, ese planteamiento puede acabar dividiéndonos, porque las doctrinas y los dogmas de cada experiencia religiosa son diferentes. Lo que realmente nos acerca es crear una conexión en medio de la diversidad, cultivando lazos de amistad, cuidado y reciprocidad». [Ref.]

Esto es exactamente lo que Francisco repitió en su «encuentro interreligioso con los jóvenes» en Singapur: «Una de las cosas que más me ha impresionado de los jóvenes aquí presentes es vuestra capacidad para el diálogo interreligioso. Esto es muy importante, porque si empezáis a discutir: ‘Mi religión es más importante que la tuya…’, o ‘La mía es la verdadera, la tuya no es verdadera…’, ¿a dónde nos lleva esto? Que alguien responda. [Un joven responde: «A la destrucción»] Así es. Todas las religiones son caminos hacia Dios. Utilizaré una analogía, son como diferentes lenguas que expresan lo divino. Pero Dios es para todos y, por tanto, todos somos hijos de Dios. ‘Pero mi Dios es más importante que el tuyo’. ¿Es eso cierto? Sólo hay un Dios, y las religiones son como lenguas, caminos para llegar a Dios. Unos sijs, otros musulmanes, otros hindúes, otros cristianos. ¿Entendido?». [Ref.]

Creo que hemos entendido el mensaje. Quizá lo hayamos entendido incluso mejor que el autor de la pregunta.

Por eso me gustaría hacer dos comentarios.

En primer lugar: Sócrates y Platón se preocupan fundamentalmente de que alcancemos el conocimiento de la verdad porque es la verdadera realidad-ser. La naturaleza espiritual del hombre le orienta hacia esta realidad verdadera, es el objeto de su anhelo más profundo. Lo verdadero es también el bien; ambas dimensiones pueden trazarse sin solución de continuidad. Y como, según Aristóteles, nadie puede evitar querer el bien para sí mismo, es decir, su propia felicidad, el hombre busca la verdad y se esfuerza por la disolución de las apariencias. Pues intuye muy claramente que quien vive fuera de la verdad, en el mundo engañoso de la ilusión, nunca encontrará la felicidad y, por tanto, nunca se encontrará a sí mismo. Comprende que fuera de lo verdadero sólo hay devastación en lo inauténtico, en el vacío. El vacío también significa la destrucción de la comunidad. No puede haber unidad en la mentira, porque en la mentira ninguno de nosotros se encuentra en la verdadera realidad, sino que sólo nos confirmamos unos a otros en diversas perspectivas ilusorias. Fuera de la verdad, sólo hay separación, que sigue siendo separación aunque todos en el círculo de sillas parezcan unirse armoniosamente y coloquen sus posibles ilusiones unas junto a otras sin criticarse.

Por esta razón, el dia-logos de la metafísica griega está esencialmente orientado a que nos esclarezcamos sobre la falsedad. Esto ya llevó a Sócrates a la muerte. Él exige que los participantes en la conversación se trasciendan juntos hacia la verdad y estén dispuestos a abandonar sus respectivos mundos aparentes. Este diálogo no ve a priori ningún valor en la comunidad en lo común. Pues podría ser que algunos o todos los participantes del diálogo coincidan precisamente en la falsedad y se atrincheren mutuamente con el reconocimiento respetuoso de sus posiciones falsas, moralmente elevados en lo vano. Eso no sería más que una soledad compartida. Por ello, los griegos se preocupan por un diálogo en el que los interlocutores se respeten precisamente al cuestionarse sin concesiones y ser cuestionados a través del medio, epistemológicamente indispensable, del discurso y la réplica. Tienen esta voluntad porque desean esforzarse por su propia autoesclarecimiento, lo que no significa otra cosa que, precisamente por el bien de su propia felicidad, desean trascender hacia la verdad. Mientras que en el concepto bergogliano de diálogo no ocurre ninguna autotrascendencia común, ya que por consideraciones sentimentales de concordia falta la disputa argumentativa sobre la verdadera doctrina, y por tanto, todos permanecen en sí mismos y en sus posibles errores. El concepto socrático de diálogo no solo contiene la posibilidad de una auténtica autotrascendencia, porque los interlocutores se preocupan por honrar la verdad, sino también la oportunidad de alcanzar una verdadera comunidad en el sentido literal de la palabra, precisamente porque es fundada por la verdad misma.

La insinuación de Bergoglio de que de la disputa sobre la verdad sólo se deriva necesariamente la destrucción es sencillamente falsa. La destrucción sólo se produce si los dialogantes no están unidos desde el principio en el deseo de reconocer la verdad. La voluntad de entablar una disputa argumentativa que sirva para reconocer la verdad es algo muy distinto de la mera voluntad de triunfar sobre otro. Estas dos voluntades son opuestas; la primera es desinteresada, la segunda egocéntrica. En consecuencia, el Papa debería invitar ante todo a sus oyentes, que pertenecen a religiones diferentes, a esa abnegación que es la condición necesaria para una disputa productiva sobre la verdad, que es la única que ofrece la posibilidad de que los interlocutores encuentren su libertad con respecto al engaño en el conocimiento de la verdad transmitida por la disputa y, de este modo, se unan realmente.

Dirigiéndose en particular a los cristianos, el Papa podría animarles a utilizar en el diálogo interreligioso todos los argumentos que hacen razonablemente plausible la doctrina cristiana: ¿Es concebible el monoteísmo abstracto? Si Dios está vivo, ¿no debe engendrar diferencias en sí mismo? ¿No es la doctrina de la Trinidad el requisito previo para definir la naturaleza de Dios como amor? Aparte de Cristo, ¿es siquiera concebible que el hombre obtenga una participación interior en la vida divina sin ser destruido en su condición de criatura? ¿No fue precisamente a través del discurso cristiano sobre Dios como descubrimos nuestra propia persona y, por tanto, el estatuto ontológico específico y la dignidad inalienable de la individualidad humana? La lista de estas preguntas podría ser interminable. ¿Por qué habría que privar a los demás de los logros argumentativos de esta doctrina?

Por el contrario, los cristianos podrían aprender del Islam la importancia duradera de la theologia negativa. Pues el hecho de que Dios se haya hecho hombre no significa en absoluto que haya perdido su trascendencia y majestad incondicional, su incomprensibilidad e incontrolabilidad esenciales. Los excesos sacrílegos de la teología liberal y el intrusismo pasmoso con el que la deidad se cosifica y se somete al control humano en el ámbito del cristianismo con referencia al Dios fraternal podrían necesitar un correctivo interreligioso. Por lo tanto, un auténtico diálogo interreligioso podría ser sumamente atractivo. Desgraciadamente, la idea de diálogo de Jorge Bergoglio lo impide completamente.


Fuente:  Einsprüche

jueves, 19 de septiembre de 2024

El obispo castrense de Argentina prohibe las guitarras durante la Misa

 


Sí, tal como suena: Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de la República Argentina, a través de un comunicado, ha prohibido el uso de las guitarras en las misas que celebran los sacerdotes de su diócesis. Pero no nos apresuremos; se trata de las casullas guitarritas y no del instrumento musical. Cualquier persona sensata puede percatarse de que se trata de un disparate propio de un obispo chusco y bananero como el de Mayagüez, que hizo lo propio en 2021. 

No puede dejar de alabarse la preocupación del obispo castrense para que su clero cumpla con las prescripciones del Concilio Vaticano II pues, en muchos casos, celebraban la santa misa sin los ornamentos prescritos por las normas recurriendo a varias excusas: hace mucho calor, están de viaje, están de maniobras… Excusas, por cierto, que reflejan su pereza y falta de piedad, pues podemos ver fotografías en las que durante la primera y segunda guerra mundial, los capellanes militares armaban dignos altares en el campo o sobre un jeep, y celebraban revestidos con todos los ornamentos prescritos. A partir, entonces, de la comunicación del 13 de septiembre de 2024 no habrá excusa alguna para los capellanes que pretendan celebrar la Santa Misa sin la casulla o aún sin ornamentos.

Lo sorprendente y absurdo es que Mons. Olivera estipule en su comunicado lo siguiente:“recuerdo que en nuestro Obispado no está permitida, como se llama comúnmente, las guitarritas, manípulos, etc.”. Esta prohibición provoca varios interrogantes, entre los que menciono:

1. ¿Con qué autoridad un obispo puede determinar el estilo de ornamentos que pueden o no pueden usar sus sacerdotes? ¿Será que Mons. Olivera es el Ante Garmaz del episcopado argentino y, en cuanto tal, árbitro de la moda litúrgica? 

2. ¿Participará Mons. Olivera con corazón compungido de la celebración penitencial en la apertura del sínodo durante la que se pedirá perdón por el “pecado contra la sinodalidad / falta de escucha”? Es claro que el obispo castrense no es muy sinodal con respecto a sus sacerdotes, a los que persigue no solamente para que le envíen lo recaudado en las colectas sino también a causa de sus lícitas preferencias litúrgicas.

3. ¿Qué le diría Mons. Olivera al Papa Benedicto XVI que usaba frecuentemente casullas guitarrita en las celebraciones pontificias? Ya dio su respuesta: “El Papa Benedicto no está más”, dijo a la objeción planteada por sus sacerdotes. ¿Seguirá, entonces, cancelando todo lo que usaba, hacía y decía el Benedicto XVI porque “no está más”? ¿Hará lo propio con Juan Pablo II y León XIII, por ejemplo, que tampoco están más? ¿Y lo hará también cuando el Papa Francisco deje ya de estar?

4. ¿Con qué autoridad Mons. Olivera exige a sus sacerdotes más de lo que exige la Iglesia en las rúbricas del misal romano? Allí, en el número 337, se dice: “La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que se relacionan directamente con la Misa, es la casulla, a no ser que se determinara otra cosa, vestida sobre el alba y la estola”. ¿Será que, para Mons. Olivera, las casullas romanas, mal llamadas guitarrita, no son casullas y sólo lo son las góticas? No podemos aceptar que un obispo sea tan bruto como para sostener semejante burrada.

5. Es llamativo el celo de Mons. Olivera en obedecer algunas normas litúrgicas: prohibe el uso del manípulo que, efectivamente, no está previsto en las rúbricas. Y nos preguntamos si el mismo celo lo llevará a reconvenir a Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires y ex-primado de Argentina, a quien se lo suele ver celebrar la santa misa revestido solamente con alba, estola…. y palio, pero sin casulla. (Las malas lenguas dicen que no se quita el palio ni para ir al baño; no es cuestión de andar despojándose de los signos del poder jurisdiccional que posee). 

6. Nos preguntamos, finalmente, qué es lo que ha llevado a Mons. Olivera a cometer semejante imbecilidad. ¿No tiene el obispado castrense y su clero problemas mucho más graves de los que ocuparse? Podría proponer aquí un listado de ellos. ¿Será, efectivamente, que lo mueve su celo por la moda litúrgica? Ciertamente no es ese el motivo. Nos animamos a aventurar que la razón se encuentra en el terror que le produce que sus “hermanos en el episcopado” lo reconvengan por los estilos de sus sacerdotes, y le vayan con cuentos al mandamás de Roma.


lunes, 16 de septiembre de 2024

La patologización de la diferencia

 


El blog Una católica (ex) perpleja publicó hace unos días una interesante noticia: el rector del seminario de Barcelona, P. Salvador Bacardit, había dicho en una entrevista que “han detectado un giro a la derecha entre los seminaristas”, pero “nos llega la gente que nos llega y tampoco podemos decir ‘No’ a los jóvenes más reaccionarios”. No sorprende la opinión de mosen Bacardit. Algo parecido había dicho hace un tiempo su colega, el ahora ex-rector del seminario de Buenos Aires —fue reemplazado hace pocos días por un cura villero—, y no podemos esperar otra cosa pues la evidencia es aplastante: la mayor parte de los candidatos a la vida religiosa son “de derecha”, es decir, son conservadores en el amplio abanico de especies que integra esa fauna.

La explicación que da el P. Bacardit del fenómeno es también interesante: “(el giro a la derecha) que hemos detectado también se detecta, según varios estudios, en los adolescentes y jóvenes actuales fuera del ámbito de la Iglesia. Las nuevas generaciones, en momentos de crisis como los de ahora, han buscado una seguridad, y se la han dado estos estilos, estas tendencias más integristas, más conservadoras”. No me consta que los jóvenes que están fuera de la Iglesia sean más integristas: más bien me parece lo contrario. Seguramente el mosen se ha valido de algún estudio improvisado que le viene bien para diluir su parte de responsabilidad en la situación de caos que atraviesa la Iglesia, pero lo interesante es el recurso que utiliza: el de patologizar a los jóvenes “de derecha”. Para él, un seminarista “integrista”, es decir, que reza el rosario, gusta vestir de clergyman o sotana, prefiere el latín y el canto gregoriano y ve con buenos ojos la liturgia tradicional es, definitivamente, una persona enferma; lo aqueja una debilidad psicológica a la cual compensa buscando seguridades que encuentra en esos estilos anticuados. Tampoco esto es novedad alguna. Como lo señala la (ex) católica perpleja en su blog, Bacardit y muchos otros sacerdotes entrados en años como él no hacen más que repetir a Sigmund Freud que dijo exactamente lo mismo hace un siglo en Totem y Tabú. Pero también lo ha dicho el Papa Francisco en varias ocasiones —por ejemplo acá— y no se ha cansado de mofarse de este tipo de seminaristas: tienen problemas serios que sofocan adoptando estilos conservadores pero que, a la larga, la enfermedad aflorará de alguna manera.

Veamos el negativo de la foto: para el P. Bacardit, como para buena parte de los formadores de los seminarios del mundo y para el mismo pontífice romano, los seminaristas normales son los seminaristas modernistas, es decir, los que no tienen apego alguna por los estilos “de derecha” y se mimetizan con los jóvenes del mundo. El problema es que este tipo de seminarista es muy escaso —los seminarios que se resisten a admitir a jóvenes de corte conservador están casi vacíos— y los ejemplares que conocemos no son precisamente un dechado de integridad psicológica. Pueden ver, por ejemplo, esta ceremonia de ingreso al postulantado de un candidato de los hermanos de Lasalle, o pueden pasearse por las páginas de diócesis y congregaciones religiosas donde se despliega el muestrario de normalidad de la que gozan los candidatos que pueblan sus ralas casas de formación.

Pero concedámosle al P. Bacardit y a Bergoglio su premisa: los jóvenes “conservadores” (y utilizo esta palabra para simplificar englobando en ella al amplísimo arco de seminaristas que va de los Legionarios a la FSSPX) adoptan ese “estilo” porque necesitan seguridades. La cuestión está en por qué estos personajes añosos consideran que la búsqueda de las seguridades que ofrecen el tipo de estructuras conservadores es algo negativo. O dicho de otra manera, ¿por qué es patológico adoptar los “estilos” que ofrecen, en este caso, grupos “conservadores”? El análisis que propongo deja de lado la cuestión teológica y litúrgica; veámoslo desde un punto de vista puramente humano. 

A mi me parece muy normal que los jóvenes, y no tan jóvenes también, que adhieren a una fe como la nuestra, que comporta duras exigencias morales, entre otras cosas, que son severamente cuestionados por el ambiente que los rodea, busquen identificarse con grupos cuyo sentido de pertenencia se los da, además de un estilo de vida contracorriente, una serie de signos exteriores que, efectivamente, les brinda seguridad. Y apelo a un ejemplo. Newman, en su novela en buena medida autobiográfica Perder y ganar, relata muy detalladamente el proceso de conversión a la Iglesia católica que siguió un grupo de jóvenes anglicanos oxonienses —entre los que estaba él mismo— que comienza a adoptar “estilos” católicos: rezo del breviario romano, "misas" celebradas con bellos ornamentos, utilización de velas e incienso, veneración de imágenes en las iglesias, etc., para diferenciarse de la indiferenciación teológica en la que había caído el anglicanismo convertido casi en una religión evangélica.  ¿Sería Newman un enfermo psiquiátrico, o un joven “de derecha”?

Dicho de otro modo, estos “jovenes de derecha”, según la expresión de Bacardit, buscan la definición para escapar de lo a-morfo; buscan establecer los límites o fronteras de su territorio a fin de no perderse en la indefinición del caos. El libro del Génesis nos dice que “la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”, y la acción divina consistió en diferenciar —la luz de las tinieblas; la tierra seca de las aguas, etc.— lo que antes no tenía diferencia ni forma; lo que era amorfo. Y si nos ponemos en aristotélicos, diríamos que ese es el modo de adquirir la existencia, pues es la forma la que individualiza la materia y constituye la sustancia . Y si nos ponemos foucoultianos, diríamos que es el modo que esos jóvenes tienen de terminar de constituirse como sujetos. Y si lo decimos más llanamente, Juan, para ser propiamente Juan y no un joven más del montón indiferenciado de jóvenes que pueblan el mundo, necesita definirse y asegurar su identidad, y lo hace incorporándose a grupos que lo ayudan a preservar, en este caso, su identidad de cristiano. Yo no veo nada malo en eso; todo lo contrario, es lo más natural y sano. Caso contrario, Newman, Froude y decenas de miles de católicos que pueblan la historia de la Iglesia habrían sido afectados por una patología psiquiátrica que en estos tiempos luminosos es certeramente diagnosticada por genios tales como Bacardit y Bergoglio.

Pero demos un paso más. La opción ideal para estos personajes de la decadencia, sería que a los seminarios y casas religiosas ingresaran jóvenes indiferenciados, es decir, carentes al máximo posible de trazos que los distinguieran de los demás; jóvenes “normales” y no “de derecha”, diría el insensato de mosen Bacardit. Se trata de la pretensión de establecer una suerte de “iglesia globalista”; una iglesia in-diferenciada, en la que no existan los contornos que delimitan unos de otros, la verdad del error, lo bueno de lo malo. ¿Exagero? Tenemos la escandalosa —en el sentido propiamente evangélico del término— afirmación que hizo Francisco en Singapur el viernes pasado: “Cada religión es un camino para llegar a Dios. Hay diferentes lenguajes para llegar a Dios pero Dios es Dios para todos...Sikh, musulmán, hindú, cristiano, son caminos diferentes”. Pueden ver el impresionante (y apocalíptico) video aquí. “¿A dónde nos lleva —se pregunta Francisco— la discusión entre las religiones?”. Y la respuesta es clara: nos lleva a la diferenciación; a distinguir la verdad del error. Simplemente a eso. Y si eso está mal, como lo dice con todas las letras el pontífice, entonces la Iglesia estuvo equivocada durante casi dos mil años y se espabiló recién en 1963 gracias a un magno acontecimiento llamado Concilio Vaticano II, que algunos todavía tienen el desparpajo de defender.

Los “jóvenes de derecha” del cura catalán y los “jóvenes con debilidades psicológicas” del Papa Francisco no son más que jóvenes católicos, que buscan con corazón noble y generoso, diferenciarse del caos y de la indefinición del mundo. La Iglesia sólo tiene posibilidades de sobrevivir si esos jóvenes se afianzan en sus filas sea en el estado de vida consagrada o como laicos; mientras el poder de gobierno y de magisterio continúe en manos de orates como Bergoglio, estamos perdidos. 

jueves, 12 de septiembre de 2024

Los estragos del personalismo

 



Emmanuel Mounier, uno de los principales pensadores del personalismo, de hecho el mismo que acuñó el término «personalismo», deja claro que no se puede dar una definición precisa de la persona. Escribe en su libro más representativo, titulado Personalismo: «Cabría esperar que el personalismo comenzara por una definición de la persona. Pero sólo se pueden definir objetos situados fuera del hombre y que el hombre puede colocar ante sus ojos. En cambio, la persona no es un objeto: al contrario, es precisamente lo que en cada hombre no puede ser tratado como un objeto». (E.Mounier, Il personalismo, Garzanti, Milano 1952, p.7).

Por tanto, si no se puede dar una definición precisa de persona, significa que la metafísica clásica, lo que nos gusta llamar «filosofía natural y cristiana», está equivocada. El propio Severino Boecio (475-525) se equivocaría cuando afirma que la persona es: «Rationalis naturae individua substantia», es decir: «Sustancia individual de naturaleza racional», donde la persona viene dada por ser una sustancia completa, individual, y sobre todo capaz de razonar. No. Mounier y los personalistas no están de acuerdo. Para ellos, la persona sería un conjunto de emanaciones y manifestaciones psicológicas, en las que los sentimientos, las emociones, los estados de ánimo... serían centrales.

Usted se preguntará: ¿por qué semejante creencia ha influido en la crisis actual de la Iglesia y de la fe católica? Para responder a esta pregunta, recordemos lo que el modernismo teológico y el neomodernismo (que son la verdadera «alma» de la crisis actual) dicen sobre la fe. Ya no debe concebirse como un asentimiento del intelecto a las verdades reveladas, sino más bien como una forma de sentimiento religioso que brota de las profundidades de la subconsciencia.

Hoy en día, los católicos «razonan» paradójicamente apartando la razón en el acto de fe. Esto (la fe) sólo sería una creencia ‘ciega’, mejor aún: una creencia en el absurdo. Al contrario, uno se convence de que cuanto más se crea en el absurdo, más meritorio sería el acto de fe. Pero esto no es un razonamiento católico: es un buen razonamiento protestante. En resumen, ser católico significaría ante todo «sentirse» como tal, no estar inteligentemente convencido de serlo. Si se preguntara hoy a muchos católicos: ¿Por qué lo es usted? La respuesta sería muy probablemente: “Soy católico porque siento que lo soy”. Se trata, en definitiva, de una reducción de la fe a «experiencia». Por supuesto, no se puede negar que la fe es también una experiencia de vida con Dios, pero una cosa es decir que la verdad juzga la experiencia y otra muy distinta decir que es la experiencia la que juzga la verdad. Si «sentirse bien» bastara para justificar la propia fe, ¿qué decir del musulmán que puede decirnos: “yo también me siento bien siendo musulmán”? Y de hecho, es precisamente esta reducción de la fe a la «experiencia» lo que ha abierto aún más la puerta al sincretismo religioso y al relativismo que promueven cada vez más los modelos aperturistas del llamado «diálogo interreligioso».


El amor debe juzgarse a sí mismo
Otro punto en el que la influencia del personalismo es evidente en la crisis actual del catolicismo contemporáneo es el relativo a la concepción del amor. Para comprenderlo, hay que partir siempre de la concepción «fluida» de la persona que hace que ésta sea vista predominantemente bajo el aspecto psicológico. También aquí hay que hacer una aclaración: una cosa es decir que hay que dar importancia también a la dimensión psicológica y otra muy distinta pretender definir a la persona sólo bajo el aspecto psicológico. Si se cae en este error (la persona es predominantemente una dimensión psicológica), resulta consecuente que el amor, que es una pasión, ya no tiene que someterse al imperio de la razón para ser juzgado por ella, sino que se convierte en un criterio por derecho propio. Dejemos hablar a Mounier: « (...) el acto de amor es la certeza más firme del hombre, el cogito existencial irrefutable: amo, luego el ser es, y la vida vale la pena (vivirla)» (ib., p.37). Esto explica por qué tantos católicos de hoy ya no se sienten obligados a corregir a quienes viven en estado de pecado grave debido a condiciones de vida como la cohabitación extramatrimonial u homosexual. No son pocos los católicos (incluso practicantes) que comentan estos casos diciendo: ¿Qué hay de malo? Si se aman…


La fe reducida a un «encuentro»

Como decíamos antes, la concepción auténticamente católica de la fe es ésta: el asentimiento del intelecto a las verdades reveladas. Así, hay asentimiento y hay implicación del intelecto en Dios que se revela. Es evidente que la fe se finaliza viviendo con Dios, eligiéndole, abrazándole; pero todo ello es el resultado de un asentimiento, de una comprensión, de una adhesión a Aquel que se revela. En el neomodernismo actual, en cambio, el encuentro ya no es el resultado lógico del acto de fe, sino que se convierte en su conjunto exclusivo; provocando así esa deriva experiencialista de la fe de la que hablábamos antes. Esta convicción, por desgracia, también ha sido llevada adelante por realidades tendencialmente positivas (pero por cierto también influidas por el personalismo) que inicialmente querían contrarrestar cierta deriva neomodernista. Pensemos, por ejemplo, en la teología de Don Luigi Giussani, fundador del movimiento Comunión y Liberación. Leamos con atención estas palabras suyas, tomadas de su All'origine dell'esperienza cristiana: «El objeto primario de mi fe no consiste en una lista de verdades, inteligibles o no. (...) es el abrazo de una Persona viva (...) Eso es lo esencial, el objeto revelado no se concibe como una serie de proposiciones (…)»  (L.Giusssani, All’origine dell’esperienza cristiana, Jaca Book, Milano 1988, p.56.).


El olvido de la apologética

El olvido de la apologética que caracterizó las décadas postconciliares no es sino la consecuencia de todo esto. Los catecismos de antaño eran de una claridad sublime, una claridad que dejaba clara la diferencia entre la verdad y el error. Entonces no se entendía nada más (en el sentido literal del término), porque no se entendía nada más. Los catecismos modernos (perdón: modernistas), y no nos referimos sólo a los locos de la teología holandesa, lo presentan todo de forma vaga, intelectualista (intelectualismo es lo contrario de inteligencia) y sentimental. Precisamente porque había que acabar con la apologética, había que acabar con ella para promover la deformación del concepto de fe de la que hemos estado hablando.


Olvido de la mortificación y de las virtudes pasivas en favor del activismo

Hay un punto del personalismo que no hemos tocado hasta ahora, a saber, que la persona se realizaría abriéndose necesariamente a los demás. También aquí hay que hacer una aclaración. Una cosa es decir que la persona es un ser naturalmente social y que tiene la obligación moral de abrirse a las necesidades de los demás; otra muy distinta es afirmar que ontológicamente lo necesita. Tal afirmación, de hecho, convierte la relación en la sustancia misma de la persona, haciéndola aún más evanescente. Pues bien, esta convicción se ha reflejado en la forma de pensar de muchos católicos que ahora parecen estar convencidos de la inutilidad, cuando no de la franca nocividad, de las virtudes llamadas «pasivas»: mortificación, ayuno, templanza, castidad... ¿De qué sirven las monjas de clausura? ¡Mejor las que están en la calle ayudando a los pobres!


La Iglesia en su dimensión horizontal

Y llegamos al último punto: cómo ha afectado el personalismo al concepto de Iglesia tal y como ha «evolucionado» (perdón: «involucionado») en el neomodernismo dominante. Hemos dicho que en la concepción de la persona de Mounier y sus asociados, la relación se eleva a sustancia, por lo que la apertura a los demás se convierte en el ser mismo de la persona. Si es así, la Iglesia acaba siendo considerada esencialmente como ‘comunidad’ y ya no como el ‘Misterio de la presencia de Cristo en la historia humana’. Lo que hace que la Iglesia sea ‘Iglesia’ ya no sería Cristo, sino la unión de los hombres. Esto explica que hoy se piense que el problema más grave no es rechazar a Cristo con el pecado, sino todo lo que pueda amenazar la convivencia pacífica entre los hombres (conflictos, guerras...) o su salud física (contaminación ambiental, enfermedades...). Pero no sólo: si la Iglesia es predominantemente «comunidad», si la Iglesia es ante todo un «misterio de apertura al otro» más que de unión con Cristo, entonces todos los hombres, en tanto que hombres, son automáticamente hijos de Dios y ya estarían «salvados» en cierto sentido. Este es el ‘cristianismo anónimo’ de Karl Rahner.


Fuente: Missa in latino


[Nota histórica: Estaríamos tentados en decir que Francisco es un personalista. Sería demasiado. Quién sí fue personalista fue Juan Pablo II. Y eso explica muchas cosas, por ejemplo, el encuentro de Asís y muchos otros disparates que tanto daño hicieron a la Iglesia].