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viernes, 4 de enero de 2008

El cacareo del Gallo (Cascarudo)


Y el Gallo Cascarudo le cacareó a Pablo:


Estimado amigo Pablo: En el marco general del juicio a la iglesia postridentina, Ud. alude a temas vinculados sin duda, pero bien diversos, y tan interesantes que me parece cada uno daría para un debate. “A cuenta” del cual hago aquí unos comentarios.

Antes que nada, coincidimos en el amor a la Edad Media y en que la modernidad es una cabal porquería. Ahora bien; también concordamos en que en el medioevo hubo adelantos de la modernidad, y que en los últimos siglos hubo enérgicas defensas de la Tradición. Es decir que para juzgar una doctrina, o una costumbre, no basta con considerar el momento de su origen. Es necesario distinguir; pero, si no entendí mal, Ud. y nuestro huésped Wanderer rechazan ciertas doctrinas, costumbres o actos sin expresar otra causa fuera de que serían (cronológicamente) modernas y no medievales. No concuerdo con eso como método.

Voy a los ejemplos que Ud. da en su comentario: San Alfonso y el Código de Derecho Canónico (bc, CDC).

Aún que en algún sentido pueda considerarse moderna a la obra de San Alfonso: ¿qué tiene ella de objetable? ¿Quién puede decir con justicia que es rigorista, o juridicista o apegada a la letra? Ojalá los curas hoy día conocieran la moral como la enseñó San Alfonso ¡Cuantas tonterías se ahorrarían, y cuanto bien harían a los fieles, y hasta al bien común temporal! Pero no; conforme a la oficial nueva teología los curas vagan en morales “pneumáticas”, difusas y sentimentales entre las cuales van a los tumbos, sin paz para ellos ni para los feligreses. De lo cual, para peor, culpan a San Pablo.

Con respecto al CDC, brevemente. Estaremos de acuerdo en que la moda napoleónica de la codificación moderna se vincula con un método jurídico congruente con el iluminismo. Cierto. Como también es cierto que ha habido códigos, compilaciones y sistematizaciones desde la antigüedad, y también durante la Edad Media; recordemos al paso a las Partidas del buen Rey Alfonso. Así las cosas, la verdad es que no le entiendo el reproche al CDC a menos que Ud. diga que tiene de malo el Código, más allá de su novedad.

Dicho ello, voy al asunto del juicio negativo que le merece a Ud. la iglesia postridentina. En más o en menos todos aquí estaremos de acuerdo en que la Iglesia militante va cargada hace tiempo de voluntarismo, pietismo, rigorismo... entre otras lacras. Como se dijo anteriormente en éste blog, citando al RP Castellani, todo eso tiene el nombre común de fariseísmo y es más viejo que la misma Iglesia, como que atacó duramente a Israel. Con diferentes matices, es por lo tanto tan postridentino como pretridentino. La carnalidad “política”, el amor desordenado por la estructura y su prestigio; todo eso que Ud. rechaza a justo titulo es farisaico, todo eso es la tentación eterna de la Iglesia, tanto de Occidente como de Oriente. Y acaso en algún punto es peor en Oriente.

Ud. menciona al problema de la obediencia. A veces, en los hechos, en la iglesia romana se ejerce el despotismo y se pide el suicidio en nombre de la obediencia. Cierto, es el caso del Padre Castellani y de otros. Pero al menos tenemos diferenciado al señor temporal del espiritual, lo que no siempre es el caso de los ortodoxos. Lamentablemente, los Patriarcas Ecuménicos han ejercido el despotismo más horrible a favor del Turco; lamentablemente, la iglesia rusa dio una jefatura que no le correspondía al Zar. Es decir a veces –como en el caso de Pedro- a un verdadero mounstruo. ¿No es eso fornicar con los poderosos de éste mundo?

En cualquier caso, aún que las antedichas lacras fueran especialmente atribuibles a los últimos siglos de la iglesia de occidente, la causa de ello no puede estar en el tridentino, ni en la moral de San Alfonso, ni el Código de Derecho Canónico. Ni en el tomismo, del que se ha debatido ya en éste blog.

La Iglesia Católica promulgó los cánones del tridentino como de un Concilio Ecuménico; levantó a Santo Tomás como Doctor Común y a San Alfonso María como Doctor y maestro de la moral. Un Pontífice canonizado promulgó el Código. Si –lo que no creo- el balance de ello fuera negativo; si ello ha sido la causa de grandes males; si aún fuera que nos han cargado de consignas innecesarias, entonces Pablo la cuestión es tremenda pero sencilla: habría que descreer de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica no se puede equivocar tanto, durante tanto tiempo.

Como mera opinión personal, supongo posible que en un momento preparusíaco no exista ya iglesia visible y jurídica, pero no tengo ciencia ni gracia como para comentar el famoso párrafo del RP Castellani que Ud. transcribe. En cualquier caso, me parece que el Padre se refería a tal posibilidad como algo futuro (aunque cercano a sus días) e incierto (aunque probable). No se refería, ciertamente, a la iglesia postridentina, con respecto a la cual decía, si no recuerdo mal, que lo único que podía hacer era conservar lo que había recibido, como lo había recibido. De allí una posible respuesta a otra pregunta retórica de Pablo: si el tradicionalismo consiste en el simple retorno a un catolicismo vetusto. Póngalo en los términos que quiera, pero la realidad es que el tradicionalismo no puede cribar lo que recibió, ni innovar; eso lo hace la Iglesia jerárquica o no lo hace nadie. Al margen; no sé si es su caso, Pablo, pero me resulta incomprensible la actitud de muchos buenos amigos que huyendo de la neoliturgia serían capaces de ir a Misa con los coptos sin mayor problema pero levantan no sé que abstrusas cuestiones y prevenciones contra los lefes.

En fin; como quiera que sea, y aún adoptando los puntos de vista más drásticos con respecto a la Iglesia Católica, ciertamente no creo que haya que hacerse ortodoxo. Muchas cosas buenas se pueden encontrar entre los ortodoxos, no tengo duda. Y muchas malas. Cualquiera que conozca algo del “mundo ortodoxo”, conoce también el desprecio -cuando no, enfrentamiento violento- que suele haber entre ellos. Entre griegos y rusos, entre las autocéfalas con Constantinopla; y aún dentro de los rusos. Fíjese el agua que corrió bajo los puentes entre la ROCOR y el Patriarcado. Heridas que no cierran, al menos del todo; como testimonia el caso del Omofor Valentín. Acusaciones tremendas de unos a otros que, o son calumnias, o son verdades.

De verdad que no quiero exponer miserias que se dan entre ellos como entre nosotros. Ellos son en muchos casos virtuosos y santos. Pero así y todo, creo advertir, Pablo, que su simpatía hacia los ortodoxos –simpatía que no critico- lo lleva a tener una visión idealizada de ellos. Ud. menciona a las madrecitas de cabeza cubierta que asisten a la divina liturgia; las que merecen todo mi respeto, y más aún, mi mayor simpatía. Dios las bendiga. Pero no sólo ellas acuden al Templo, ni de ellos es el monopolio de la virtud. Es feo mencionarlo, y ojalá no hubiera sido así; pero aquí mismo, en Buenos Aires, cierta prestigiosa iglesia ortodoxa ha tenido su caso Maccarone.

Si, por la Gracia de Dios, podemos tener alguna lucidez con respecto a las heridas de Nuestra Madre la Iglesia Católica, de modo de no tragar ciertos sapos ¿hemos de cambiar una leyenda rosa por otra? Dios no lo permita.


El Gallo Cascarudo

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