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lunes, 31 de agosto de 2009

Estamos salvados II


Ludovicus comentó una entrada. Pero su magistral comentario merece algo más que la categoría de "comment".

Kimbo, me alegro que le quiera enmendar la plana a San Pablo y a Benedicto, corrigiendoles la forma gramatical:
IN SPE FACTI SALVI SUMUS

Queda para una fe de errata de las próximas ediciones de la Encíclica.

Las reacciones contra la fórmula, así como los intentos por circunscribir la acción salvífica divina "al pasado" (¿el Calvario?)o "al futuro" (el Cielo) y no al Hoy de Dios, único ámbito en que se realiza la obra de nuestra salvación, demuestra que hay una heteropraxis galopante, específicamente voluntarista.

No se soporta que la obra de salvación ya haya sido cumplida por Dios, y se pretende que la aplicación subjetiva ("lo que le falta a la Pasión de Cristo" que dice san Pablo) sea parte necesaria de la acción salvífica de Cristo.

Más brutalmente, algún barroco habla de que la composición de la salvación es 50% Dios 50 % esfuerzo humano. Una versión "a lo divino", del edisoniano "90 de transpiración, 10 de inspiración".
Ay los occidentales, con el "triunfo de la voluntad" y la mar en coche...

Frente a esto, y provocativamente, poner fórmulas a lo Eckart es mandatorio. A ver si sirve para pensar. No me voy a molestar en transcribir a Pieper, que dice lo mismo que hemos dicho, sólo que en pacíficos renglones que se lee con anodina tranquilidad.

Que en este blog haya habido interpretaciones pueriles de la frase (como "el Infierno está vacío"), apelaciones a manuales de iniciación teológica del óptimo Pieper o alguna memez por el estilo ya es más inocente, denota cierta "theological plainness", o sancta simplicitas.
Pero cuidado con creer que Dios está en el allende la muerte. Está ahora mismo, aquí enfrente. Y es la única forma en que se te manifiesta. Hoy. Aquí.
No es un Dios de ultratumba. Está vivo, respirando encima tuyo. Y te ha salvado, te está salvando. Si no lo adviertes, no te salvarás.

sábado, 29 de agosto de 2009

Puritania


Pablo de Rosario me mandó una "Foto que habla" al estilo Nick, que se agradece.
Me advierte, además, que hay alguien muy enojado con el blog. Espermos que no sea el entrañable amigo bebedor de cerveza.

viernes, 28 de agosto de 2009

La interpelación


Estimado Wanderer, estimados todos:

Disculpen si me pronuncio demasiado a menudo, no quiero interferir tampoco con lo que otros, de más valía que yo, tengan para decir, pero es que… esto nos concierne a todos, me parece.

Y sobre todo a usted, estimado Wanderer.

Sucede que con el paso de los años me he ido aficionando más y más al Evangelio, qué quieren que les diga. Empecé a leerlo a diario hace cosa de un cuarto de siglo (creo que por influencia del maldito fraile mal pibe) y desde entonces la afición se ha vuelto algo que sólo se me ocurre calificar como de obsesión. En particular el Evangelio de Juan, y más en particular todavía, las palabras de Cristo, ipsíssima verba Iesu.

Pero luego, una cosa más específica todavía, no sé por qué. Se me ocurre que de toda la miasma, de todo el detritus y general imbecilidad de los progres pos-conciliares y sus abominables neologismos, se me pegó un solo vocablo: interpelar. Dios, la Iglesia, el texto tal… te interpela. Es una palabra fea, bruta parola, concedo, y sin embargo…

Me interpela.

A mí en particular me encantan las preguntas de Cristo, y supongo que es porque me interpelan, me obligan a contestar alguna cosa, no puedo quedarme callado, qué le voy a hacer. Y claro, así comienza una interminable conversación ¿no?

¿Pongo ejemplo? “¿Qué queréis?” (Jn. I:38). Y Señor, qué sé yo… “¿Cómo? Tú eres maestro en Israel y no sabes estas cosas?” (Jn. III:10). Es que, Señor, no sé, pero… “¿Quieres curarte?” (Jn. V:6) Y la verdad que sí Señor…

Estas preguntas de Jesús son innumerables. Claro que hay algunas que pegan más que otras. Que interpelan un poco más, ¿no? “Vosotros también queréis iros?” (Jn. VI:67), o aquella otra, tremenda: “Si digo la verdad: ¿por qué no me creéis?” (Jn. VIII:46). En efecto, en efecto, sólo que… -No me cambies de tema, te digo, te pregunto, en efecto, te estoy interpelando: “¿Por qué no me creés?”.

En ainsi de suite. Ahora, la pregunta que más me gusta no está en San Juan, sino al final del evangelio de Lucas, cuando un desconocido se les aparece a los de Emaús y les pregunta directamente: “¿De qué conversábais cuando ibais por el camino?” (Lc. XXIV:17).

A lo mejor la prefiero porque tal vez, quizá, de a ratos, me anime a contestar a guisa de “De Ti, Señor… y de tus cosas”.

Eso es lo que me gusta de su blog de usted, don Wanderer. Que mientras vamos de camino, con Lupus y Ludovico, con Juancho y el Anónimo Normando, con J.V., el Carlista, el Caníbal de Rotenburgo y tantos más, vamos hablando, no siempre atinadamente, concedo, no siempre del todo amablemente, correcto—pero más o menos vamos conversando sobre Él, en Quién tenemos puestos los ojos (casi siempre, I hope so).

Y últimamente, un poco más. Como es requetesabido (aunque re-negado una y otra vez) no tengo la menor idea de quién es usted. Y a osadas, no me interesa saberlo.

Pero en el Juicio Final sí me voy a enterar. Y en Aquella Hora, a pesar de todo lo demás, se me hace que cuando Cristo le pregunte de qué hablaba con sus amigos cuando iban de camino, va a zafar bastante bien.

Y yo no tanto, que me salió medio zalamero esto, caray con eso, porque hay otra preguntita, ¿no? “¿Cómo podéis vosotros creer, si admitís alabanza los unos de los otros?” (Jn. V:44).

-Bueno, Señor, ocurre que no me dí cuenta y en verdad lo que quería era prohijar…

Etcétera.

Sursum corda,

Jack Tollers.


Muchas gracias, Sir Jack. Espero que, como Ud. dice, en mi día esa pregunta esté más o menos bien respondido. El problema es que habrá otras de las que no podré zafar tan fácilmente.
Wanderer

miércoles, 26 de agosto de 2009

Estamos salvados


La afirmación de Ludovicus -"Ya estamos salvados"- ha dado que hablar en el blog. Era de esperar. El trasfondo voluntarista que habita en el interior de la mayoría de nosotros, debido a nuestra formación espiritual contrareformistam no va a renunciar fácilmente a su protagonismo en la vida espiritual y, en definitiva, en la salvación.
Pero lo cierto es que Ludovicus tiene razón. Solamente ha mirado la cosa sin agregados, de modo más simple y despojado. La sangre de Cristo objetivamente nos salvó de una vez y para siempre. Estamos, entonces, salvados. Tenemos que trabajar para condenarnos porque lo actual es que ya poseemos la salvación. Podremos discutir, claro, que el "trabajo" para condenarnos suele ser una labor que, vista desde afuera, parece agradable. Cuando se está en ella, sin embargo, resulta claro que no es así. Y, por el contrario, cuando vivimos la actualidad de nuestra salvación, aunque a veces no sea fácil, resulta una experiencia de gozo.
Ludovicus despejó a la realidad de agregados. Y es esa una tarea que a todos nos convendría hacer de vez en cuando. Yo diría, por ejemplo, que lo que nos tiene que importar de la religión es la religión. Muchas veces se nos va la vida en los contorni sin llegar nunca al plato principal. Nos entretenemos, y nos quedamos, en el apostolado, en restaurar la patria católica y luchar contra el aborto, pero de religión, poco y nada. Invertimos la cuestión.
El único modo que el apostolado y la restauración de la patria católica sea posible es a partir de un hombre religioso. Y éste es el que vive la vida del Espíritu.
En definitiva, es el que vive la certeza de que ya está salvado.

lunes, 24 de agosto de 2009

El cielo de un anglicano




Estimado Wanderer:

¿Querrá volver un minuto a la cuestión de los hermanos separados?

Porque está el otro lado también. De un lado el cisma de Oriente, del otro el inglés. Y Roma en el medio.

A pesar de todo, Roma es lo mejor. A mi juicio, los católicos romanos, a pesar de sus múltiples achaques y manías, desviaciones y estupideces, caídas y recaídas en el maniqueísmo, en el voluntarismo, en el quietismo o lo que fuera, tiene encima unas promesas que no fallarán.

“Yo he rogado para que tu fe no desfallezca”. Y para no desfallecer, Roma ha tenido que probarlo todo, y quedarse con lo bueno. Siempre ha sido así.

Pongo ejemplo. En este sermón de Newman que acabo de traducir aparecen las taras del anglicanismo, sus deficiencias y su fortaleza. Ningún anglicano más vigoroso que Newman—cuando todavía era anglicano. En este sermón, predicado unos veinte años antes de su conversión (¡y apenas si contaba con 25 años de edad!) nos recuerda cosas que a los católicos nos vienen bien. Ningún católico habría predicado lo que él predicó, del modo que lo predicó por la sencilla razón de que creemos una cantidad de cosas más.

Newman dice, primero, que sólo los santos entran al cielo. Indudablemente. Luego prueba su proposición (y es una risa, el argumento tiene ribetes humorísticos, además de ser perfectamente convincente).

Pero luego, en el punto primero, (¡atención señores, fíjense que vale la pena!), resuelve con unos poco trazos maestros la cuestión “fe y obras” que tanto trabajo le dio a la contrarreforma, que tan mal planteó y quiso resolver Lutero (finalmente para sostener su “sola fides” tuvo que suprimir la canonicidad de la epítsola de Santiago), que tan crípticamente abordó Kierkegaard, que tanto estudió Max Scheler sin concluir del todo, que tantos dolores de cabeza le produjo a Simone Weil, que le sacó canas verdes a Castellani (véase su excursus sobre “La Caridad” en “El Ruiseñor Fusilado”) y que a Santa Teresita le costó una vida (y un martirio) descular (no me acuerdo quién decía que “Teresita es Lutero que ha triunfado”).

Pero en el punto segundo, Newman comienza a desbarrar porque no sabe qué hacerse con los tibios, los indiferentes, los cristianos mediocres, buenitos o simplemente beatones. No tiene dónde ponerlos porque el anglicanismo había suprimido el Purgatorio.

En cambio, nosotros los católicos romanos, no sólo creemos en el Purgatorio sino en una cantidad de cosas más, obras todas de la misericordia de Dios, comenzando por el poder inmenso de la Extremaunción, las misas gregorianas, las indulgencias, el escapulario, los nueve primeros viernes, los cinco primeros sábados, la intercesión de la Iglesia por las almas del Purgatorio, etc. etc…

En sus años mozos, Newman habría dicho que todo eso no son más que supersticiones y corruptelas de la vera religión, puesto que no aparecen en la Escritura. Pero a fuerza de querer ser santo, a fuerza de empeñarse en buscar la verdad, a fuerza de oración, sacrificio y fidelidad, veinte años después llegó a puerto y fue recibido por la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y… ¡Romana!

Entonces, ¿a cuento de qué traducir este sermón.

Lo diré. No sólo porque resuelve magistralmente la cuestión fe y obras, sino porque lo central sigue siendo verdad: que si no somos santos no entraremos al cielo. Y es verdad que a veces, más o menos inconcientemente, tapamos con la consagración de San Luis María de Montfort, la muela de Santa Apolonia o los quince minutos diarios de meditación sobre la Pasión (Santa Teresita dice que con eso zafamos. Pero un amigo me señala que si lográs eso, qué piola, así cualquiera… si hacés eso es porque… ¡ya sos santo!).

Pero la obligación subsiste y está ahí. Newman la señala con incomparable lucidez. Da miedo, pero es verdad.

¿Dije miedo?

Con temor y temblor tenemos que trabajar para ser santos.

Y en esto no hay tutía.

Jack Tollers.

jueves, 20 de agosto de 2009

Expulsado por el Magno


Nutriéndome una vez de la Buhardilla de Jerónimo, publica la ya mítica entrevista a Mons. Domenico Bartolucci, de 92 años, nombrado por Pío XII Maestro "ad vitam" de la Capilla Sixtina pero alejado del cargo en 1997 por Juan Pablo II, debido a la intervención de Mons. Piero Marini, una medida que fue vigorosamente rechazada por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger.
Discutiría con Mons Bartolucci algunas de sus afirmaciones pero, aún nonagenario, tiene las ideas muy claras.

Maestro, la reciente publicación del Motu Proprio “Summorum Pontificum” ha traído un soplo de aire fresco en el desolador panorama litúrgico que nos rodea; también usted puede ahora, por lo tanto, celebrar la “Misa de siempre”.

Pero, a decir verdad, yo siempre la he celebrado ininterrumpidamente, a partir de mi ordenación… tendría dificultad, en cambio, no habiéndola dicho nunca, en celebrar la Misa del rito moderno.

¿Nunca abolida, entonces?

Son las palabras del Santo Padre, aún si algunos fingen no entenderlas y si muchos en el pasado han sostenido lo contrario.

Maestro, será necesario conceder a los denigradores de la Misa antigua que esta última no es “participada”…

¡No digamos disparates! He conocido la participación de los tiempos antiguos tanto en Roma, en la Basílica, como en el mundo, como aquí abajo en el Mugello, en esta parroquia de este bello pueblo, un templo poblado de gente llena de fe y de piedad. El Domingo, en las vísperas, el sacerdote habría podido limitarse a entonar el “Deus in adiutorium meum intende” y luego ponerse a dormir sobre el asiento… los campesinos habrían continuado solos y los jefes de familia habrían pensado en entonar las antífonas.

¿Una velada polémica, Maestro, respecto al actual estilo litúrgico?

Yo no sé si, ¡ay de mí!, han estado en un funeral: “aleluya”, aplausos, frases risueñas, uno se pregunta si esta gente leyó alguna vez el Evangelio; Nuestro Señor mismo lloró sobre Lázaro y su muerte. Aquí, con este sentimentalismo insípido, no se respeta ni siquiera el dolor de una madre. Yo les habría mostrado cómo asistía al pueblo a una Misa de difuntos, con qué compunción y devoción se entonaba aquel magnífico y tremendo “Dies Irae”.

¿La reforma no ha sido hecha por gente consciente y doctrinalmente formada?

Discúlpeme, pero la reforma ha sido hecha por gente árida, se lo repito, árida. Y yo los he conocido. En cuanto a la doctrina, el Cardenal Ferdinando Antonelli, de venerada memoria, solía decir a menudo: ¿“qué hacemos liturgistas que no conocen la teología?”.

Estamos de acuerdo con usted, Monseñor, pero es cierto también que la gente no entendía…

Queridísimos amigos, ¿han leído alguna vez a San Pablo: “no importa saber más allá de lo necesario”, “es necesario amar el conocimiento ‘ad sobrietatem’”. De aquí a algunos años se intentará entender la transubstanciación como se explica un teorema de matemática. ¡Pero si ni siquiera el sacerdote puede comprender hasta el fondo tal misterio!

¿Pero cómo se llegó, entonces, a esta distorsión de la liturgia?

Fue una moda, todos hablaban, todos “renovaban”, todos pontificaban, en la estela del sentimentalismo, de reformas. Y las voces que se levantaban en defensa de la Tradición bimilenaria de la Iglesia eran hábilmente calladas. Se inventó una especie de “liturgia del pueblo”… cuando escuchaba estas frases, me venían en mente las palabras de mi

profesor del seminario que decía: “la liturgia es del clero para el pueblo”, ella desciende de Dios y no sale desde abajo. Debo reconocer, sin embargo, que aquel aire hediondo se ha hecho menos denso. Las jóvenes generaciones de sacerdotes son, tal vez, mejores que las que las han precedido, no tienen los furores ideológicos dominados por un modernismo iconoclasta, están llenos de buenos sentimientos pero les falta formación.

¿Qué quiere decir, Maestro, con que “les falta formación”?

¡Quiero decir que queremos los seminarios! Hablo de aquellas estructuras que la sabiduría de la Iglesia había cincelado elegantemente durante los siglos. No se da cuenta de la importancia del seminario: una liturgia vivida, los momentos del año son vividos “socialmente” con los hermanos… el Adviento, la Cuaresma, las grandes fiestas que siguen a la Pascua. Todo esto educa, ¡y no se imagina cuánto! Una retórica tonta dio la imagen de que el seminario arruina al sacerdote, de que los seminaristas, alejados del mundo, permanecen encerrados en sí mismos y distantes de la gente. Todas fantasías para disipar una riqueza formativa plurisecular y para remplazarla luego con nada.

Retornando a la crisis de la Iglesia y al cierre de muchos seminarios, ¿Usted es partidario de un retorno a la continuidad de la Tradición?

Mire, defender el rito antiguo no es ser del pasado sino ser “de siempre”. Vea, se comete un error cuando a la misa tradicional se la llama “Misa de San Pío V” o “Tridentina”, como si fuese la Misa de una época particular: es nuestra Misa, la romana, es universal en los tiempos y en los lugares, una única lengua desde la Oceanía hasta el Ártico. Por lo que respecta a la continuidad en los tiempos, quisiera contarles un episodio. Una vez estábamos reunidos en compañía de un Obispo, cuyo nombre no recuerdo, en una pequeña iglesia del Mugello, y llegó la noticia de la repentina muerte de un hermano nuestro, propusimos celebrar enseguida una Misa pero nos dimos cuenta de que sólo había misales antiguos. El Obispo rechazó categóricamente celebrar. No lo olvidaré nunca y reitero que la continuidad de la liturgia implica que, salvo minucias, se pueda celebrar hoy con aquel viejo misal polvoriento tomado de un estante y que hace cuatro siglos sirvió a un predecesor mío en el sacerdocio.

Monseñor, se habla de una “reforma de la reforma” que debería limar las deformaciones que vienen de los años sesenta...

La cuestión es bastante compleja. Que el nuevo rito tenga deficiencias es ya una evidencia para todos y el Papa ha dicho y escrito varias veces que debería “mirar al antiguo”; sin embargo, Dios nos guarde de la tentación de los líos híbridos; la Liturgia, con la “ele” mayúscula, es la que nos viene de los siglos, ella es la referencia, no se la debe corromper con compromisos “a Dio spiacenti e a l’inimici sui” [que desagradan a Dios y a sus enemigos].

¿Qué quiere decir, Maestro?

Tomemos, como ejemplo, las innovaciones de los años sesenta. Algunas “canciones populares” beat y horribles y tan de moda en las iglesias en el ’68, hoy ya son trozos de arqueología; cuando se renuncia a la perennidad de la tradición para hundirse en el tiempo, se está condenado al cambiar de las modas. Me viene a la mente la Reforma de Semana Santa de los años cincuenta, hecha con una cierta prisa bajo un Pío XII ya cansado. Y bien, sólo algunos años después, bajo el pontificado de Juan XXIII (quien, más allá de lo que se diga, en liturgia era de un tradicionalismo convencido y conmovedor), me llegó una llamada de Mons. Dante, ceremoniero del Papa, que me pedía preparar el “Vexilla Regis” para la inminente celebración del Viernes Santo. Respondí: “pero lo han abolido”. Se me respondió: “el Papa lo quiere”. En pocas horas, organicé las repeticiones de canto y, con gran alegría, cantamos de nuevo lo que la Iglesia había cantado por siglos en aquel día. ¡Todo esto para decir que, cuando se hacen desgarros en el tejido litúrgico, esos agujeros son difíciles de cubrir y se ven! Nuestra liturgia plurisecular debemos contemplarla con veneración y recordar que, en el afán de “mejorarla”, corremos el riesgo de hacerle sólo daños.

Maestro, ¿qué papel tuvo la música en este proceso?

Tuvo un rol importante por varias razones. El melindroso cecilianismo, al cual ciertamente Perosi no fue ajeno, introdujo con sus aires pegadizos un sentimentalismo romántico nuevo, que nada tenía que ver con aquella densidad elocuente y sólida de Palestrina. Ciertas extravagancias de Solesmes habían cultivado un gregoriano susurrado, fruto también de aquella pseudo restauración medievalizante que tanta suerte tuvo en el siglo XIX. Cundía la idea de la oportunidad de una recuperación arqueológica, tanto en música como en liturgia, de un pasado lejano del cual nos separaban los así llamados “siglos oscuros” del Concilio de Trento… Arqueologismo, en resumen, que no tiene nada que ver con la Tradición y que quiere restaurar lo que tal vez nunca ha existido. Un poco como ciertas iglesias restauradas en estilo “pseudo-románico” por Viollet-le-Duc. Por lo tanto, entre un arqueologismo que quería remitirse al pasado apostólico, prescindiendo de los siglos que nos separan de ellos, y un romanticismo sentimental, que desprecia la teología y la doctrina en una exaltación del “estado de ánimo”, se preparó el terreno para aquella actitud de suficiencia respecto a lo que la Iglesia y nuestros Padres nos habían transmitido.

¿Qué quiere decir, Monseñor, cuando en el ámbito musical ataca a Solesmes?

Quiero decir que el canto gregoriano es modal, no tonal; es libre, no ritmado, no es “uno, dos tres, uno dos tres”; no se debía despreciar el modo de cantar de nuestras catedrales para sustituirlo con un susurro pseudo-monástico y afectado. No se interpreta un canto del Medioevo con teorías de hoy sino que se lo toma como ha llegado hasta nosotros; además, el gregoriano sabía ser también canto de pueblo, cantando con fuerza nuestro pueblo expresaba su fe. Esto Solesmes no lo entendió, pero todo esto sea dicho reconociendo el gran y sabio trabajo filológico que hizo con el estudio de los manuscritos antiguos.

Maestro, ¿en qué punto estamos, entonces, de la restauración de la música sagrada y de la liturgia?

No niego que haya algunos signos de restablecimiento. Sin embargo, veo el persistir de una ceguera, casi una complacencia por todo lo que es vulgar, grosero, de mal gusto e incluso doctrinalmente temerario… No me pida, por favor, que dé un juicio sobre las “chitarrine” y sobre las “tarantelle” que todavía nos cantan durante el ofertorio… El problema litúrgico es serio, no se debe escuchar a aquellas voces que no aman a la Iglesia y que se lanzan contra el Papa. Y si se quiere sanar al enfermo, hay que recordar que el médico piadoso hace la llaga purulenta…

martes, 18 de agosto de 2009

El Fundador


Ludovicus nos habla magistralmente del Fundador. Para leer, comentar y repartir a la salida de misa.

La clave de la neutralización de las tendencias sectarias intraeclesiales (que por otra parte, son connaturales al hombre moderno, hay tendencias sectarias hasta en una asociación filatélica o en los boys scouts) reside en el énfasis de la pertenencia a la Iglesia universal. Y, agrego, en la "objetivización" de la pertenencia al movimiento, paralelo a la "desubjetivizacion": como bien dice Tomás de Aquino, la obediencia, en una orden, no se da al Superior ni al Fundador, sino a la Regla. Cuanto más "regla" (supuesto que sea "recto" el Estatuto o la regla, y esa es otra historia bien complicada), menos personalismo del Fundador o Superior.

Recordemos a Marañón: "¿Para qué escribir un libro más?" Y contestaba el gran médico: sólo si tienes algo nuevo que decir, algo realmente valioso que puedas agregar al conocimiento general. Si no, cállate.

¿Para qué fundar? Parecería que el reino de la cantidad ha afectado lo que es más propiamente cualitativo y "subjetivo" (en el sentido de Kierkegaard): lo religioso. Curitas y monjitas anodinos -que con los años llegarán a los altares, inflación de procesos canónicos debidos al Magno mediante- se lanzan a fundar, negando el viejo axioma occamiano sobre la inutilidad de multiplicar los entes sin necesidad: Ordenes, Congregaciones, Prelaturas Personales, Cofradías, Compañías, Legiones. Cada uno con la " idea justa". Con un carisma peculiar, presentado como una invención inusitada, habitualmente el descubrimiento de la rueda: la santificación de lo ordinario - la cristianización de la sociedad - la difusión de la buena doctrina - la promoción del laicado.

Con una visión o revelación que el Fundador ha recibido. Atribuida a la Voluntad o la Obra de Dios. Una especie de mini Iglesita, con un mini Cristo. Distante de la estructura jerárquica, y para compensar, con una buena profusión de verba papolátrica bastante hueca. Con manuales, directivas más o menos secretas, secretos, cultitos minúsculos, fetichismos personalistas, culto de la personalidad, idioteces (en sentido etimológico – idiotismos, particularismos) varios: que la tía del fundador, la mamá del fundador, el benefactor del fundador...

A veces, ese carisma muta en multiplicación de carismas. El recurso enciclopédico a la “totalidad de los carismas” al que hay Fundador que apela es una versión hidropesíaca de un enciclopedismo eclesial absurdo. Al no encontrar un carácter específico, la propuesta se derrama en un barroquismo que sólo esconde el vacío de una suma de yuxtaposiciones, un Frankestein de pedazos tomados de las organizaciones preexistentes.

Un buen fraile me contaba hace poco un congreso de vida religiosa al que había asistido. Tenía dos monjitas al lado, y les pregunté en qué orden estaban. La monja le contestó: en realidad, estábamos en tal congregación, pero como no correspondía a nuestro carisma peculiar, nos fuimos y estamos buscando. Si no encontramos una organización que llene nuestro carisma, pues fundaremos. Como si de armar una sociedad anónima se tratase, una compañía comercial más.

El problema es que una vez fundada la organizacióin, sobre la libérrima voluntad del Fundador asistido habitualmente por una visión o segunda revelación, se deja el reino de la autonomía de la voluntad, del derecho privado, para pasar al régimen público más severo. Ha nacido la Organización para la cual el propio Espíritu Santo reparte perentorias vocaciones. Quien no entra en ella pierde su vocación. Quien sale de ella se condena. Quien obedece nunca se equivoca. Quien pierde su conciencia en manos del superior, la encuentra, trocada en buen espíritu. Quien intenta salvar su espíritu crítico o al menos el sentido común, se pierde para todos. Se convierte en la oveja perdida, el Hijo prodigo que no tiene Padre amoroso oteando el horizonte.

Lejos de mí negar el animo asociativo en el ámbito religioso. Pero, ¿no es una patología esta de fundar estructuras supererogatorias, con pretensiones diversas, incluso praxis y ritos diversos, a veces liturgia propia con lenguaje interno y hábitos propios, como estructuras paralelas de la Iglesia?

¿Es que no hay otras alternativas para ser católico, esto es, Singular, que entrar en una "orga", donde el único Singular termina siendo el Fundador?

¿Es que no alcanzan las tres, seis, diez órdenes monásticas, mendicantes y activas tradicionales?

El Fundador. El problema de las organizaciones es esta figura típica, que se repite hasta el hartazgo y que constituye la “forma” de estas estructuras. Culto a su persona, que promueve, permite, o tolera, qué más da, porque siempre se atribuirá al “exceso de celo” de los adeptos. Pero si hasta Augusto o Tiberio se enojaban cuando les levantaban altares. Inadmisible pretensión de moldear clones, al más puro estilo del triste estatolatrismo del siglo XX y del partido único, que repiten hasta el hartazgo anécdotas, gestos y costumbres del fundador como si fuera un nuevo evangelio.

Los ortodoxos orientales tienen un axioma: los elogios que recibe un sacerdote le serán imputados en el Juicio Final por el Señor, porque le han robado su Gloria.

Muchos querrían que el caso de Maciel y de la Legión fueran solo una singularidad negligible. Una rareza, a nosotros no nos va a pasar.

No. El caso Maciel es una red flag del Espíritu Santo a toda la jerarquía, a todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Dios ha permitido que Ron Hubbard fundara una organización católica para decirnos algo.

Organización integrista, doctrina ortodoxisima, obediencia ciega, espíritu crítico suprimido, progresistas baneados como perros en la Iglesia, devoción a full al Papa y a María, exaltación de la gracia de estado para discernir hasta qué vas a comer y prohibir por voto de criticar al superior, control de conciencias, la madre del fundador santa, trituración de los apóstatas y rebotados al grito fanático de "vocación abandonada, condenación asegurada", fundador especificando cuándo iniciar su propio proceso, Magno poniéndolo sobre los cuernos de la luna, mausoleo del Fundador cabe las tumbas de Pedro y de Pablo, etc etc.

Y en el medio de todo este despliegue, el desastre. Pederastia, drogadicción, hijos ilegítimos, vida de farabute. Y un cover up y negacionismo que se extiende durante la friolera de medio siglo, con argumentos "prepotentes" como decía Castellani: que los resentidos, que los apóstatas, que el demonio que odia la buena doctrina, que el Papa, que la aprobación canónica, que por sus frutos los conoceréis, que el apostolado....

Qué idiota el que no entiende el lenguaje de Dios, que siempre habla a través de la realidad.

"Es necesario que El crezca y yo disminuya" es el lema kenótico y aniquilante de todo Fundador.

Disminuir también en sus seguidores, porque hay Fundador que decía que era una basura, pero sus seguidores se dedicaban a guardar sus restos de uñas, muestras de orina y pelo como reliquias futuras para la canonización.

Había Fundador cuyos seguidores ponían el retrato de la mamá, y de la hermana en las sedes. Había dirigente religioso que conocí, precursor de una organización actual, cuyos seguidores tenían las "Letanías para doña..." la mamá…

Aniquilación en serio, hay casos de Fundadores que combaten continuamente el culto a la personalidad, al par que lo generan con las circunstancias objetivas de su liderazgo. No es un problema de buena o mala fe (bueno, a veces sí: Marcial Maciel), la estructura es patologica y sacrifica adeptos y fundador en el mismo altar. Contra eso, aniquilación.

Y ojo con el "show de la aniquilacion", que eso también a veces es un montaje sectario.

No basta "hacerse" el humilde: el culto a la personalidad debe ser violentamente erradicado por el Fundador, pero tambien por la organización. Por la eutanasia o el suicidio del Fundador.

Bien hicieron los franciscanos, y eso que tenían a San Francisco de fundador, al deponerlo.

El fundador ideal debería ser un iconoclasta de sí mismo. Un modesto de las formas. Un aniquilado para que la Iglesia viva, que a su vez dispusiera a su organización a aniquilarse permanentemente en la faz de Cristo y de su Iglesia

Un John Henry Newman, en definitiva. Que evaporó hasta su cuerpo. Vayan a hacer reliquias con la tierra que dejó.

Sólo así se debería fundar. O no.

domingo, 16 de agosto de 2009

Recomendada


Acabo de ver Ladies in Lavender, horriblemente traducida como La última primavera. Altamente recomendable, no tanto por el argumento, que no es malo después de todo, sino por su ambientación - un pueblito pesquero de Cornwall durante los años ´30 - y por las dos excelentes y bellísimas actrices que la protagonizan: Judi Dentch y Maggi Smith, almost in their eighties.

Regalo de Asunción

Su Eminencia, el Padre Jorge, nos hace un regalo por el día de la Asunción de María Santísima:

*VISTO *que la Comisión Episcopal de Liturgia de la CEA, en fraterna colaboración con las Conferencias Episcopales de Chile, Paraguay y Uruguay, han concluido la traducción de los libros litúrgicos que seguidamente se indican; que tales versiones al idioma castellano usual en el Cono Sur de América Latina han recibido la correspondiente /recognitio/ por parte de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede;

*CONSIDERANDO* lo que fuera aprobado por la 97ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina en su Resolución N° 11;

*ESTABLEZCO que*

1. La versión castellana del Misal Romano (3ª editio typica) y la correspondiente a los Leccionarios completos (volúmenes I al IV)
queden promulgados a partir del 15 de Agosto de 2009, Solemnidad de la Asunción de la Virgen María;

2. La /vacatio legis /se extienda hasta el 21 de febrero de 2010, Primer Domingo de Cuaresma. A partir de dicha fecha, para la
celebración de la Santa Misa (Misal Romano y Leccionarios) habrá de utilizarse el uso verbal “ustedes”, quedando derogado el uso del
“vosotros”, del “Vos” u otros.

En consecuencia, para la celebración lícita de la Eucaristía desde esa fecha habrán de utilizarse el nuevo Misal Romano y los
Leccionarios, tomos I al IV, publicados por esta Conferencia Episcopal.

Dado en Buenos Aires, a los trece días del mes de agosto del año del Señor dos mil nueve.

Cardenal Jorge Mario Bergoglio, sj
Arzobispo de Buenos Aires
Presidente
Conferencia Episcopal Argentina

Mons. Enrique Eguía Seguí
Obispo Auxiliar de Buenos Aires
Secretario General
Conferencia Episcopal Argentina

Desde mi ignorancia del derecho canónico pregunto:
1) ¿Es posible que el presidente de la Conferencia Episcopal, "ESTABLEZCA" con autoridad indiscutible pareciera, disposiciones para todos los obispos? ¿No es que los obispos deben obediencia sólo al pontífice romano? ¿Es qu hay apóstoles, además de Pedro, más apóstoles que otros?
2) Queda derogado el uso del "vosostros" y del "vos", pero ¿siguen permitidos los aplausos, las pavadas que dicen los guías de la misa, los agregados que hace cura al canon y toda la liturgia en general? ¿Tanto ejercicio de autoridad para abrogar una simple forma verbal y la vista gorda, o el aliento, para los otros disparates?
3) Si la única forma lícita de celebrar la misa es con los libros litúrgicos promulgados ayer por el cardenal Bergoglio, ¿qué pasa con los curas que inventan y quitan palabras y gestos, y agregan palabras y gestos que no están en esos libros litúrgicos? ¿Celebran ilícitamente la misa? En buena lógica, sería esa la conclusión. Pero esa ilicitud, ¿es tan ilicita como la de los sacerdotes de la FSSPX cuando celebran sus misas? ¿Y por qué, entonces, los fieles tienen prohibido asistir a estas misas ilícitas pero deben hacerlos a las otras misas ilícitas?
¿Me responderá Su Eminencia?

lunes, 10 de agosto de 2009

Religión en Rusia. El quid, según el Wanderer

El post que publiqué la semana pasada, que no hacía más que reproducir una noticia de Aica, originó muchos más comentarios de los esperados. Aquí va, entonces, un comentario personal sobre la cuestión.

Se plantea por qué el gobierno ruso no permite que una de las opciones del menú de religiones que se enseñarán en sus escuelas sea la religión católica o, como decía un comentarista, el “catolicismo”. Y creo que se impone una distinción entre las razones.

Hay, por cierto, una razón inmediata y del más elemental sentido común: el número de católicos en Rusia es ínfimo. No se justifica, entonces, crea “cátedras” católicas en cada colegio, porque quedarán sin alumnos. Comprobar esta realidad es bastante fácil, y es cuestión de buscar las cifras por Internet.

Hay, también, una razón mediata. Aún si el número de católicos fuera mayor, la iglesia ortodoxa rusa pondría el grito en el cielo si se enseñara “religión católica”. A ellos no les molesta que se enseñe el judaísmo o el islamismo porque a esas clases irán judíos y musulmanes que poseen también una etnia particular. El peligro está en el proselitismo que podrían hacer los católicos o, incluso, los ortodoxos con obediencia a otros patriarcados, si fuera el caso. Los rusos, como todo el mundo, no están interesados en que nadie vaya a pescar en su pecera.

Pero hay, en el fondo, una razón más profunda, que fue mencionada temerariamente por un comentarista y que yo, temerariamente también, me atrevo a plantear. Tendría sentido exigir que se enseñara también la religión católica en las escuelas rusas si esta fe fuera distinta de la ortodoxa. Pero, ¿se trata de religiones distintas? Yo creo que más bien estamos en el caso de un cristianismo oriental y un cristianismo occidental, que profesa la misma fe, con distintas particularidades.

Desagregemos:

1. ¿Qué hay que creer necesariamente? Los artículos del Credo niceno-constantinopolitano, más los dogmas que fueron definidos posteriormente. Sólo eso, y nada más que eso, a no ser que algún desorientado estuviera dispuesto a aceptar los delirios del rector de un seminario cuyano, que mejor ni nombrar, que sostiene que las afirmaciones del magisterio ordinario son también de fe.

- Ud. mismo se está pisando Wanderer. Los ortodoxos no creen en los dogmas posteriores, y ni siquiera en todos los artículos del Credo.

- ¿Por ejemplo?

- No aceptan el primado de Pedro.

- Yo matizaría. No aceptan el primado de Pedro tal como fue planteado en los últimos siglos por los papas romanos, que no es como se lo entendió en el comienzo.

- Momentito. ¿Está negando Ud. un dogma?

- De ningún modo. Estoy introduciendo la necesaria perspectiva histórica. La supremacía de Pedro fue entendida en el primer milenio de la fe como la de un juez de suprema instancia, y nunca como un poder de jurisdicción inmediata sobre cada uno de los bautizados, lo que me parece una barbaridad y que, en el fondo, mina la apostolicidad de la Iglesia. Creo que esta es la línea del papa Benedicto: revisar el concepto de primado.

- Ya me viene Ud. con cuestiones históricas. Pero los ortodoxos ni siquiera aceptan el “Filioque”, que es parte del Credo largo.

- Ya un comentarista explicó muy bien la cuestión. El “Filioque” no fue parte del Símbolo, sino que fue introducido cuatrocientos años después, en territorio hispano para contrarrestar la herejía adopcionista, y con fuertes reticencias del papa de Roma. Tanto es así que, si Ud. va a la liturgia de algunas iglesias católicas de rito oriental, verá que no rezan el “Filioque” en el Credo. Simplemente dejaron el Símbolo tal como salió de los concilios ecuménicos que lo redactaron, sin agregados posteriores.

- ¿Pero es que Ud. está negando que el Espíritu Santo procede también del Hijo y no sólo del Padre?

- Yo no niego nada y creo todo lo que la Iglesia me manda creer. Pero, sinceramente, ¿quién puede saber de qué tipo son las relaciones internas de la Trinidad? Y, aún más, ¿tiene algún sentido hoy discutir y mantener un cisma por ese motivo? Me parece que la procesión va por otro lado.

- Pero no me va a negar que los ortodoxos no creen en dogmas definidos con posterioridad como la Inmaculada Concepción o la Asunción de la Virgen.

- Estoy de acuerdo con Ud. No creen en el dogma de la Asunción, pero creen en la Asunción de la Virgen. No veo un problema grave en eso.

1. Me parece que muchas de las prevenciones que tenemos los latinos con respecto a los ortodoxos proceden de un cierto espíritu sectario que se infiltró en la Iglesia luego del Renacimiento.

- ¿Se refiere Ud. a que el catolicismo es sectario?

- Ud. lo ha dicho. Creo que a los latinos nos sobra bastante catolicismo y nos falta un poco de catolicidad.

- A ver, a ver, explíquese y no me venga con bizantinismos.

- Es claro. El catolicismo, como ideología y apelativo, nace con Trento y la Contra-reforma. Antes, durante la Patrística o la Edad Media, lo que existía era la Cristiandad (recuerde la tesis del Dr. Florencio Hubeñak, su profesor en la UCA) y los que la habitaban eran cristianos. La catolicidad era, y es, una nota de la Iglesia, paralela a la apostolicidad o a la santidad, y no la definición de una pertenencia a un determinado grupo de cristianos.


- Ahí lo agarré. ¿Por qué entonces el papa nombró a Fernando e Isabel “reyes católicos”?

- Por la misma razón que nombró al rey de Hungría “rey apostólico”. Y déjeme seguir. Cuando la cristiandad occidental se desgaja con la reforma protestante, los cristianos latinos adoptan de un modo progresivo el apelativo de “católicos”, para distinguirse de los protestantes. Yo creo que fue un error. El nombre de cristianos nos pertenecía; los que se habían ido eran los ellos. Y así, al autodenominarse católicos y expandir el “catolicismo”, aceptaron en los hechos ser una parte más de la gran torta cristiana. La catolicidad dejó de ser una cualidad de la Iglesia para convertirse en un gentilicio.

- Cuestiones semánticas.

- No son sólo semánticas. El catolicismo, muchas veces concentró casi exclusivamente el espíritu contrareformista – tridentino y adoptó como única teología la escolástica, brillante o decadente que fuera. Y así, el catolicismo dejó de ser propiamente católico.

- A ver, explíqueme eso.

- Es claro. La catolicidad, o universalidad, no se da sólo en el espacio sino también en el tiempo. Y, a veces, el catolicismo sesgó la universalidad temporal de Iglesia y se encerró en la parcela temporal cuyos límites eran los que recién le mencioné: la Contra reforma y la escolástica.

- ¿Y qué tiene que ver todo esto con los ortodoxos?

- Que al perder nuestra visión universal y, por tanto, histórica de la fe, nos olvidamos de la base común de la cristiandad oriental y occidental, que duró un milenio y que, a nivel teológico, nunca fue discutida.

- ¿Por qué nos separamos entonces?

- Cuestiones históricas y políticas.

- ¿Y quién tuvo la culpa?

- Eso pregúnteselo al cura neo-barbado.


Nota bene: Siguiendo la sensata sugerencia de Pablo, sólo publicaré comentarios que, efectivamente, contribuyan a la discusión.