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viernes, 11 de diciembre de 2009

Clarísimo Ratzinger


Un amigo e impecable anglófilo, ha traducido el prólogo que el entonces cardenal Ratzinger escribiera el excelente libro de Alcuin Reid The Organic Development of the Liturgy: The Principles of Liturgical Reform and Their Relation to the Twenthieth-Century Liturgical Movement Prior to the Second Vatican Council.

En estos tiempo de descalabro y de orfandad, viene bien leerlo. Y lo más consolador es que, quien lo escribió, es ahora Papa.

En las últimas décadas, la cuestión acerca del modo correcto de celebrar la Liturgia se ha convertido progresivamente en uno de los puntos en torno de los cuales se ha centrado mucho de la controversia concerniente al Vaticano II, el modo en que debe ser evaluado y su recepción en la vida de la Iglesia. Están los implacables partidarios de la reforma, para los cuales el hecho de que, bajo ciertas circunstancias, se haya nuevamente permitido la celebración de la Eucaristía de acuerdo con la más reciente versión del misal antes del Concilio – aquella de 1962, representa un intolerable retroceso. Por supuesto que al mismo tiempo la Liturgia es vista como “semper reformanda” de tal modo que a la postre, cualquier “congregación” involucrada es la que hace “su” Liturgia, en la cual se expresa a sí misma. Un “Compendio Litúrgico” Protestante (editado por C. Grethlein [Ruddat , 2003]) presenta al culto como un “proyecto para la reforma” (pags 13-41) y por consiguiente expresa lo que muchos liturgistas Católicos piensan acerca del tema. Por otro lado, están los ácidos críticos de la reforma litúrgica, críticos no sólo de su aplicación en la práctica, sino también de su fundamento en el Concilio. Ellos sólo ven la salvación en el total rechazo de la reforma. Entre estos dos grupos, los reformistas radicales y sus opositores radicales, frecuentemente no son escuchadas las voces de aquellos que contemplan la Liturgia como algo viviente y que, en consecuencia, crece y se renueva a sí misma tanto en su recepción como en su forma final. Estos últimos, sin embargo, sobre la base del mismo argumento, insisten en que el crecimiento no es posible a menos que la identidad de la Liturgia sea preservada, e incluso enfatizan que el desarrollo apropiado sólo es posible si se presta la debida atención a la lógica estructural interna de este “organismo”: así como un jardinero cuida de una planta a medida que ésta se desarrolla, teniendo muy en cuenta el poder de crecimiento vital intrínseco de la planta y sus leyes propias, del mismo modo la Iglesia debe cuidar de modo reverente la Liturgia a lo largo de los siglos, distinguiendo las acciones que son benéficas y curativas de aquellas que son violentas y destructivas.

Si así es como las cosas son, entonces debemos tratar de determinar cuál es la estructura interna de un rito, y las leyes que gobiernan su vida, en orden a encontrar el modo correcto de preservar su fuerza vital en tiempos de cambio, para fortalecerlo y renovarlo. El libro de Dom Alcuin Reid se ubica en esta perspectiva. Recorriendo la historia del Rito Romano (Misa y Breviario), desde sus comienzos hasta las vísperas del Concilio Vaticano II, busca establecer los principios del desarrollo litúrgico y en consecuencia extraer de la historia –de su altos y bajos, las normas sobre las que toda reforma debe basarse. El libro se divide en tres partes. La primera, muy breve, investiga la historia de la reforma del Rito Romano desde sus comienzos hasta finales del siglo XIX. La segunda parte está dedicada al Movimiento Litúrgico hasta el año 1948. La tercera parte, por mucho la más extensa, está dedicada a la reforma litúrgica desde Pío XII hasta las vísperas del Vaticano II. Esta parte es sumamente útil pues la mayor parte no guarda recuerdo de esa particular fase de la reforma litúrgica, y es precisamente en ese período – como por supuesto en la historia del Movimiento Litúrgico, donde vemos reflejadas todas las cuestiones concernientes al recto modo de realizar una reforma, de tal modo que podemos de todo esto extraer criterios en los cuáles basar nuestros juicios. El autor ha tomado la sabia decisión de detenerse en los umbrales del Vaticano II. En consecuencia evita entrar en la controversia asociada a la interpretación y recepción del Concilio. No obstante ello, exhibe su puesto en la historia y nos muestra la interacción de las diversas tendencias en las que las normas de una reforma deben basarse.

Al final del libro el autor enumera algunos principios para una recta reforma: debe mantener un adecuado equilibrio entre la apertura al desarrollo y la continuidad con la Tradición; debe ser consciente de la existencia de una tradición litúrgica objetiva y en consecuencia tener cuidado en asegurar una continuidad substancial. En consecuencia el autor concuerda con el Catecismo de la Iglesia Católica que enfatiza que “aún la autoridad suprema de la Iglesia no puede cambiar la Liturgia arbitrariamente, mas solo en la obediencia de la fe y con religioso respeto por el misterio de la Liturgia” (CIC 1125). Entre los criterios subsidiarios podemos mencionar la legitimidad de las tradiciones locales y la preocupación por la eficacia pastoral.

Desde mi punto de vista personal desearía dar un particular énfasis a algunos de los criterios para la renovación litúrgica recién mencionados. Comenzaré con los dos últimos. Me parece de la mayor importancia que el Catecismo, al mencionar la limitación de los poderes de la autoridad suprema de la Iglesia con relación a la reforma trae a la memoria lo que es la esencia del Primado tal como fue delineado por los Concilios Vaticanos Primero y Segundo: el Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley; antes bien, él es el guardián de la auténtica Tradición y por lo tanto el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que le plazca, lo que en consecuencia lo habilita para oponerse a aquellos que, por su parte, quieren hacer todo lo que le pasa por la cabeza. Su regla no es la del poder arbitrario sino la de la obediencia en la fe. Esa es la razón por la que en lo que respecta a la Liturgia, su labor es la de un jardinero, no la de un técnico que construye nuevas máquinas y arroja las viejas a la basura. El “rito”, o sea aquella forma de celebración y de plegaria que ha madurado en la fe y en la vida de la Iglesia, es una forma condensada de la Tradición viviente en la cual la esfera que utiliza dicho rito expresa la totalidad de su fe y su oración, y en la cual se puede experimentar la comunión de las generaciones una con otra, vinculación con aquellos que nos precedieron y con los que nos sucederán. En consecuencia el rito es un beneficio dado a la Iglesia, una forma viviente de paradosis, la entrega de la Tradición.

Es importante en esta relación interpretar correctamente la “continuidad substancial”. El autor nos advierte expresamente acerca del camino erróneo por el que nos podría derivar una teología sacramental Neoescolástica desconectada de la forma viviente de la Liturgia. Sobre esta base alguien podría reducir la “substancia” a la materia y la forma del sacramento y decir: el pan y el vino son la materia del sacramento, las palabras de la institución son su forma. Sólo estas dos cosas son realmente necesarias; todo lo demás es cambiable. En este punto tanto modernistas como tradicionalistas están de acuerdo: mientras los dones materiales estén presentes, y se pronuncien las palabras de la institución, todo lo demás es libremente descartable. Lamentablemente muchos sacerdotes hoy en día actúan de acuerdo con esta máxima, y las teorías de muchos liturgistas están desgraciadamente moviéndose en la misma dirección. Quieren superar los límites del rito, como si fuese algo fijo e inmóvil, y construir los productos de su fantasía, supuestamente “pastorales” en torno a este remanente, a este núcleo que ha sido preservado, y que en consecuencia o es relegado al reino de la magia o pierde cualquier tipo de significado. El Movimiento Litúrgico había de hecho tratado de superar este reduccionismo, producto de una teología sacramental abstracta, y de enseñarnos a comprender la Liturgia como una malla viviente de Tradición que ha tomado una forma concreta y que no puede ser descompuesta en pequeños pedazos sino que debe ser vista y experimentada como un todo viviente. Cualquiera que, como yo, hubiese sido movido por esta concepción al tiempo del Movimiento Litúrgico en las vísperas del Concilio Vaticano II, sólo puede detenerse profundamente afligido ante las ruinas de todo aquello que más nos importaba.

Quisiera comentar brevemente otras dos percepciones presentes en el libro del Dom Alcuin Reid. El entusiasmo arqueológico y el pragmatismo pastoral –que en cualquier caso no es otra cosa que una forma pastoral de racionalismo, son ambos erróneos. Podrían ser descritos como gemelos perversos. La primera generación de liturgistas estuvo compuesta en su mayor parte de historiadores. En consecuencia estaban inclinados al entusiasmo arqueológico: procuraban desenterrar las formas más antiguas en su pureza original; estimaban que los libros litúrgicos en uso, junto con los ritos que ofrecían, eran la expresión de la desenfrenada proliferación a través de la historia de desarrollos secundarios, producto de las equivocaciones y de la ignorancia del pasado. Trataban de reconstruir la más antigua Liturgia Romana y de purificarla de todos los añadidos posteriores. Mucho de esto era cierto; sin embargo la reforma litúrgica es algo distinto de la excavación arqueológica, y no todos los desarrollos de un ser viviente tienen por qué estar en concordancia lógica con una regla histórica o racionalista. Esta es la razón por la cual –como el autor muy acertadamente señala, no se le debería permitir a los expertos tener la última palabra en lo referente a la reforma litúrgica. Los expertos y los pastores tienen cada uno un papel que desempeñar (del mismo modo que en política, los especialistas y los gobernantes representan dos planos distintos). El saber de los estudiosos es importante pero no puede trasladarse directamente a las decisiones de los pastores, puesto que éstos tienen sus propias responsabilidades escuchando a los fieles, acompañando con comprensión a aquellos que realizan las cosas que nos ayudan a celebrar el sacramento con fe hoy día, distinguiendo aquellas que no ayudan. Una de las debilidades de la primera fase de la reforma luego del Concilio fue que prácticamente sólo se escuchó a los especialistas. Hubiese sido deseable una mayor independencia de los pastores.

Puesto que en general es demasiado obvio que el conocimiento histórico no puede ser elevado inmediatamente al rango de nueva norma litúrgica, este entusiasmo arqueológico fue muy fácilmente combinado con pragmatismo pastoral: primero de todo se decidió eliminar todo lo que fuese reconocido como original y que no fuese parte de la “substancia”, y luego se añadieron los “restos arqueológicos” de acuerdo a “criterios pastorales”. Pero, ¿qué es “pastoral”? Los juicios acerca de estas cuestiones realizados por profesores eruditos frecuentemente se vieron influidos por presupuestos racionalistas y no fue infrecuente que errasen acerca de lo que realmente sostiene la vida de los fieles. De este modo actualmente, luego de que la Liturgia fuese extensamente racionalizada durante la fase inicial de la reforma, los fieles buscan ávidamente formas solemnes, una atmósfera “mística” y sacralidad. Sin embargo, -y esto es cada vez más claro, puesto que los juicios acerca de la eficacia pastoral son grandemente divergentes, el aspecto “pastoral” es el punto en el que la “creatividad” ha irrumpido, destruyendo la unidad de la Liturgia y reduciéndola a algo deplorablemente banal. Esto no significa negar que la Liturgia Eucarística, así como también la Liturgia de la Palabra, es a menudo celebrada reverente y “bellamente” en el mejor sentido de la palabra, sobre la base de la fe del pueblo. Pero, puesto que estamos buscando los criterios de reforma, tenemos que mencionar los peligros, que en las últimas décadas, desafortunadamente no han consistido en meras imaginaciones de los tradicionalistas opuestos a la reforma.

Quisiera volver por último a la cuestión acerca del modo en que el culto era presentado en un compendio litúrgico como un “proyecto para la reforma”, o sea como un taller en el que siempre se está ocupado trabajando en algo. Diferente, y sin embargo relacionada con esto, es la sugestión de algunos liturgistas católicos acerca de que debemos finalmente adaptar la reforma litúrgica al “giro antropológico” de los tiempos modernos y construirla en un estilo antropológico. Si la Liturgia aparece en primer lugar como el taller para nuestras actividades, esto significa que se ha olvidado lo esencial: Dios. Puesto que la Liturgia no se refiere a nosotros, sino que se refiere a Dios. El olvido de Dios es el más grande peligro de nuestra época. Contra esto, la Liturgia debería levantar una señal de la presencia de Dios. Pero, ¿qué ocurre si el hábito del olvido de Dios sienta sus reales en la misma Liturgia y si en ella sólo estamos pensando en nosotros? En toda reforma litúrgica y en toda celebración litúrgica la primacía de Dios debe ser mantenida por encima de todo.

Con esto he ido más allá del libro de Dom Alcuin. Pero pienso que ha quedado claro que este libro, el cual ofrece un abundante material, nos enseña algunos criterios y nos invita a una ulterior reflexión. Estas son las razones por las que lo recomiendo.

Joseph Cardinal Ratzinger

26 de julio del 2004

5 comentarios:

  1. Excelente la idea del post, gracias al traductor, y el libro es buenísimo y súper recomendable, sumamente ponderado, claro, documentado, y abre un panorama muy claro y matizado sobre todo el tema de la reforma litúrgica, sin caer en extremismos, ni ideologismos, ni juicios "a priori".

    Y qué gráfica y bella la metáfora del jardinero.

    Alain de Longe

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  2. Maravillosas palabras. Y pensar que el análisis del Panser no es muy escolástico que digamos no?

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  3. ¡Qué suerte que Ratzinger sigue siendo Ratzinger!

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  4. Cuando hay discusiones sobre si fulano dijo o no dijo algo, hay 23987 comentarios. Cuando hay algo profundo como este texto, no comenta nadie...
    Todo un síntoma,
    Don Pelayo

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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