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jueves, 17 de octubre de 2024

El mejor seminario

 


El tema de la formación sacerdotal y del seminario ideal despierta, como siempre, mucho interés, y no solamente por parte de los sacerdotes sino también de los laicos. A riesgo de ser repetitivo, republicaré un par de post que en su momento generaron una discusión interesante. Y comienzo con uno que titulé El mejor seminario, y fue publicado en este mismo blog el 3 de junio de 2007. Luego de más de diecisiete años, refrendo lo que dije en ese momento con dos excepciones: matizaría mis críticas al Concilio de Trento y, también, mis afirmaciones acerca de la no-existencia de la vocación. Las lecturas y el paso del tiempo me llevan a pensar que, en esos momentos, tenía una postura demasiado extrema sobre estas cuestiones. 


Estimado Sr. Anónimo:

Me ha solicitado Ud., con manifiesta temeridad, mi opinión acerca del mejor seminario de Argentina. Yo puedo opinar pero no sé qué valor puede tener la opinión de un simple seglar que observa e intenta pensar en lo que observa.

Creo que el mejor seminario es el seminario que no existe. Es decir, en absoluto, ningún seminario es bueno, ni puede ser bueno pues todos los seminarios son un mal, quizás necesario o quizás el menor de todos, pero un mal al fin. Reconozco que es una afirmación osada, pero basta repasar el origen y evolución de los seminarios para entenderla y, eventualmente, justificarla.

Los seminarios son una invención reciente de la iglesia católica. Surgen como uno de los frutos del Concilio de Trento en la segunda mitad del siglo XVI. Como Ud. verá, la institución como tal tiene poco más de cuatrocientos años lo que, para la doblemente milenaria historia de la iglesia, no es mucho tiempo. Establecidos definitivamente por voluntad del papa San Pío V, fueron creados en muchas diócesis europeas, y luego también americanas, con la ayuda de algunas congregaciones religiosas, entre ellas, y como no podía de ser de otro modo, por los jesuitas, siempre prestos a colaborar con la introducción de la modernidad en la Iglesia.

No es un dato menor que los seminarios hayan sido creados por Trento. Es una acción que responde con claridad al espíritu cristalizador de ese concilio que es visto por muchos como la cumbre del tradicionalismo y que, sin embargo, fue la oficialización del espíritu moderno en el seno de la Esposa de Cristo. Los padres conciliares, ante la tremenda amenaza protestante, optaron por la solución que creyeron más adecuada: cristalizar lo que la Iglesia poseía en ese momento, con toda la carga de racionalismo que esa situación estática implicaba. Y así entonces, surge el Catecismo Romano, donde se cristaliza la doctrina; surge la así llamada Misa Tridentina, donde se cristaliza la liturgia latina según el rito romano, aboliendo de hecho muchísimos ritos particulares que poblaban las diversas diócesis de Occidente, perdiéndose de ese modo enormes riquezas que habían sido, ciertamente, expresión del Espíritu a lo largo de los siglos; y surgen también los seminarios con el fin de cristalizar la formación de los clérigos según normas doctrinales únicas y, justo es decirlo, para garantizar un cierto nivel de conocimientos y de moralidad que el antiguo sistema no siempre era capaz.

Hasta el concilio tridentino no existían seminarios. El joven, terminado sus estudios iniciales, asistía a la universidad donde cursaba las artes liberales, es decir, estudios filosóficos en sentido amplio, y luego hacía sus estudios teológicos. Si en algún momento consideraba que el estado clerical podía ser una elección de vida, buscaba un obispo quien, luego de conocerlo durante algún tiempo, le confería las ordenes menores y, cuando lo consideraba apto, lo ordenaba sacerdote. Es por esto que la mayor parte de los estudiantes de las universidades medievales eran clérigos, pero no seminaristas. Este modo mucho más natural y libre de acceder a la clericatura comportaba también algunos problemas. Por ejemplo, no era fácil conocer las condiciones morales del candidato, pero lo medievales estaban lejos de ser donatistas y, por otro lado, los jóvenes pobres difícilmente podían acceder al sacerdocio puesto que sus escasos medios no les permitían acceder a los estudios universitarios.

La evolución de los seminarios no fue, según me parece, adecuada. Poco a poco fueron cayendo en una incurable infantilización. Infantiles eran sus lecciones, consistentes en muchos casos en poco más que un catecismo. Infantil su disciplina: recuerdo que un sacerdote anciano que se había formado en los años ´30 en el seminario de Devoto, regenteado por los jesuitas, me contaba que tenían prohibido, entre otras cosas escuchar tango y que hasta que eran ordenados diáconos, es decir, hasta los 24 o 25 años, los hacían formar en filas en los pasillos y así dirigirse a las aulas. Infantiles en la vida moral y afectiva, con una espiritualidad mostrenca basada en el cumplimiento de ejercicios piadosos que culminaba en una aproximación exclusivamente voluntarista de la vida de perfección. Infantil era el método de estricto encierro durante más de siete años a que sometían a los estudiantes, quienes sufrían además una estrecha vigilancia y continua sospecha, y que, luego de la ordenación, y de un día para otro, los soltaban en medio del salvaje mundo real. (Nunca entendí bien por qué ese empeño de que el cura secular se forme en tal apartamiento del mundo cuando su vida transcurrirá inmersa en el mundo). Como esto, tantas otras cosas provocaron que, con el tiempo, la institución seminaril fuera degenerando hasta llegar a la decadencia de la que nos hablaba el Padre Castellani.

Si me pregunta cuál es la solución, sinceramente no sabría qué decirle. Estaría tentado en sugerir que se cerrarán todos los seminarios y mandar a los que quieran ser curas a la universidad como cualquier hijo de vecino, mientras vive con su familia, o con quien quiera, pero la experiencia holandesa al respecto significó la desaparición total de los candidatos al sacerdocio en ese país.

En mi humilde opinión, sin embargo, me atrevería a sugerir dos medidas:

1) Recibir candidatos al sacerdocio que hayan completado ya una carrera universitaria. Con eso se aseguraría una cierta madurez que un adolescente de 18 años hoy no posee. Al pobre muchachito se lo embarca en una carrera no exenta de presiones que finaliza a los 24 años con la imposición de manos sin que muchas veces el joven haya podido tomar una decisión completamente libre, y sin saber con claridad a lo que renuncia y a lo que se compromete. Hace cincuenta años un joven de 18 años podía ser un buen padre de familia; hoy apenas si tienen madurez para elegir el color del buzo que lo identifica a él y a sus compañeros como egresados, y esto sucede aún en los mejores y más católicos colegios.

2) Poner como formadores a personas idóneas. Y ser idóneo para formar jóvenes en un compromiso existencial como el del sacerdocio no significa solamente ser un curita piadoso. Se necesitan condiciones intelectuales, morales y de equilibrio psicológico y afectivo que no siempre se tienen en cuenta. Conozco un seminario, que pasa por ser el más conservador del país, pero que, desde sus inicios fue regenteado por improvisados. Hoy, todos sus superiores son muy buenitos, rezan el rosario todos los días, hablan de Santo Tomás y hasta se animan a decir algún latinazgo en las Misas, pero como formadores, ¡Dios nos libre y guarde!, el daño que hicieron y siguen haciendo en las almas de los jóvenes que allí buscan formarse.

Una medida que sí tomaría sin dudar un instante, si eso estuviera en mi poder, sería la de abolir definitivamente los seminarios menores. Se trata, sin más, de una aberración. Y esto por muchos motivos. Veamos:

1) Los adolescentes que allí viven durante todo el año son, en su gran mayoría, hijos de buenas familias católicas. ¿Qué sentido tiene entonces sacarlos de ese ámbito, que es el suyo natural, para llevarlos a vivir todos amuchados, durante años, con la enorme fragilidad afectiva y psicológica propia de cualquier chico de esa edad? Ud. me dirá que se los aparta de los peligros del mundo, de la televisión, de Internet, de las amiguitas descocadas, y de muchos más. Pero ¿pensó Ud. en los peligros a los que los expone?

2) Si en los seminarios mayores los formadores difícilmente son aptos, en los menores lo son muchos menos. En general, se busca para esos puestos al curita joven y muchachero, recién salido del seminario, a fin de que entienda la problemática del adolescente. ¡Terrible error! Ese curita es apenas un poco menos adolescentes que sus alumnos. ¿Qué experiencia tiene en el trato con almas? ¿Qué conocimientos de psicología humana? Es enorme el daño que puede hacer metiéndose en las profundidades del alma inmadura de esa criatura en las largas sesiones de dirección espiritual. Ud. me dirá: “Ese curita posee la gracias de estado”. Y yo le respondo: “!Un cuerno!” La gracia supone la naturaleza (y no la crea, como pretendía un cura que conozco) y un pibe de 25 años, por más cura que sea, sigue siendo un pibe de 25 años del siglo XXI, un poco más maduro y estable, en el mejor de los casos, que sus pares del mundo. Y, muchas veces, con tortuosidades afectivas y psicológicas, fruto de la malformación que soportó durante sus siete u ocho años de formación, que lo hacen el menos idóneo para aventurarse en tamaña empresa. Ya nos advertía el Señor acerca de lo ocurre cuando un ciego guía a otro ciego.

3) Ud. me dirá que si ese adolescente no va al seminario corre el peligro de perder su vocación. Y yo le respondo, estimado lector, que el tema de la vocación es un macaneo de los curas. La única vocatio o llamada que existe es la que hace la Iglesia, a través del obispo, el día de la ordenación: “Acérquense el que va a ser ordenado presbítero: Juan Pérez”. Ese el llamado o vocación, y no hay otra. Lo que hay, en todo caso, es un acto de la voluntad plenamente libre de la persona que decide consagrarse por entero al servicio del altar y, como consecuencia de esa decisión, el Buen Dios le da las gracias que necesitará para llevar a cabo ese proyecto de vida. Me preguntará Ud., quizás con escándalo, de dónde saco yo tamaña herejía. En primer lugar, la saco de los Padres de la Iglesia. Concretamente, San Benito es muy claro en su regla cuando dice que la llamada a la vida de perfección evangélica es universal, es decir, es para todos. “Todos pueden ser monjes”, asegura. Sólo es necesario tomar la decisión y ser recibidos por el abad y aceptados luego por la comunidad monástica. En ningún lugar de la Regla aparece ese supuesto “llamado” que Dios haría a algunas almas privilegiadas. Dios nos llama a todos a ser perfectos como es perfecto su Padre, y cada uno decide de qué modo llevará a cabo esa perfección: como seglar, como religioso o como sacerdote.

En segundo lugar, por una cuestión histórica. La idea de “vocación” o de “discernimiento vocacional” es muy reciente. El lenguaje católico habló durante siglos de “elección de estado”. Y la diferencia es fundamental: la elección es la proairesis de la que hablaba Aristóteles, es decir, la elección de los medios que llevarán a la consecución del fin último. Esta elección surge esencialmente de un acto voluntario, esto es, aquel que es originado por mí y en el que yo estoy envuelto; un acto del que yo tengo el principio y del que yo soy señor. Se trata de “elegir estado”, de un actuar voluntario y concreto, y no de “descubrir la vocación”, lo cual implica más bien un passio, en tanto que la vocación estaría allí y yo no tendría más que develarla. El que elige soy yo, porque Dios me hizo libre, y en virtud de tal elección seré merecedor del premio o del castigo.

Como Ud. verá, Sr. Anónimo, no he respondido su pregunta. No creo que haya algún seminario bueno en Argentina. Desde las cartas de Castellani las cosas cambiaron, para peor.

21 comentarios:

  1. Faltan "El seminario de Hobbes" y "Miles y miles"

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    1. ¿Dónde puedo leer "Miles y miles"? Muchas gracias.

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  2. Don Wanderer: entonces ¿Se podría decir que la imposición que hizo el Concilio de Trento del rito latino romano, aboliendo los ritos particulares, fue un acto antidradicional, contra la tradición de la Iglesia?

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    1. No, de ninguna manera. En primer lugar, porque la imposición del rito romano no la hizo el Concilio del Trento sino el Papa San Pío V. Y en segundo lugar, porque este pontífice sólo abolió los ritos que tenían menos de 200 años de antigüedad, lo cual era una medida muy sensata. Los ritos más viejos podían seguir existiendo pero, a la larga, fue una medida que los terminó extinguiendo también a ellos, por varios motivos, entre ellos, el económico y práctico: era más barato comprar misales del rito romano que se imprimían de a miles, que hacer imprimir poco ejemplares. de un misal de un rito diocesano.

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    2. Sigue la lucha por el Poder
      .
      https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=50703

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  3. Sin duda, eso de la "no-existencia de la vocación" se ha, más que matizar, retractar. La concepción de la gracia y de su relación con el libre arbitrio que está detrás de la concepción de la no-existencia de la vocación, por lo demás, no parece católica.

    En cuanto a los seminarios menores, parece que al respecto cabe considerar, mutatis mutandis, lo que dice santo Tomás sobre si los niños han de ser recibidos en la religión: S. Th., II-II, q. 189, a. 5.

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    1. Y los niños espartanos también se iban de la casa a los 7 años. Pero no se puede mutar lo mutando, porque las diferencias son abismales: en ningún seminario menor se vive como en un monasterio, sino como en un colegio internado. Es otro modelo, sin relación ni comparación con lo que dice Santo Tomás.

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    2. ¿Tendría usted la caridad, y honestidad intelectual, de indicarme por qué motivo "mi" concepción de la libertad no parece católica?
      En cuanto a la afirmación de Santo Tomás, dice: "No obstante, aunque los niños no pueden profesar antes de la pubertad, pueden, con el consentimiento de sus padres, ser recibidos en la religión para ser educados en ella". Yo no cuestiono esa afirmación; lo que cuestiono es que en las condiciones actuales de la Iglesia, existan lugares donde ser recibidos.
      Por otro lado, Santo Tomás se está refiriendo a "entrar en religión", es decir, a la vida religiosa. Y hasta donde sé, los únicos que recibían niños eran los monjes, y no las órdenes mendicantes y mucho menos los obispos que no tenían seminarios, ni menores ni mayores, donde enviarlos. Consecuentemente, la opinión del Aquinate no se aplica a mi postura.

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    3. IHS

      Estimado Wanderer:

      Voy primero al punto de los niños, dado que el Anónimo de las 16.12 también cuestiona la oportunidad de la referencia a santo Tomás que he hecho.

      Una cosa es criticar la institución del seminario menor en cuanto tal, otra es criticarlo en las realizaciones del mismo que actualmente existen o se presume que podrían llegar a darse en el contexto actual. En su comentario dice que cuestiona que pueda darse una institución idónea para recibir y formar niños en las condiciones actuales (en lo cual no me meto: es una cuestión de hecho, y de hecho pienso que, en general, parece tener bastante razón), pero en el post parece referirse a la cuestión «simpliciter», de modo absoluto, llegando a decir respecto de los seminarios menores: «se trata, sin más, de una aberración».

      Ahora bien, da Ud. tres supuestas razones de esa su aserción. La segunda parece ser más circunstancial, no alcanzando a la institución en sí. La tercera va al tema de la vocación al sacerdocio, como si esta prácticamente no existiera (sobre este punto diré luego algo más, Deo volente, por caridad y honestidad intelectual). La primera razón parece que iría contra lo que dice santo Tomás, en cuanto no parece que no se pueda argüir lo mismo contra el recibir a los niños en religión, lo cual defiende el Angélico como laudable.

      Lo que sostengo es que una institución que reciba, para su formación temprana, a niños, con el consentimiento de sus padres, niños que se plantean con alguna seriedad la posibilidad de ser sacerdotes, no tiene en sí nada de reprensible, sino que más bien es laudable, como dice el Angélico del recibir a los niños en religión. Que la vida monástica benedictina, en la que fueron recibidos de niños los santos Plácido y Mauro, a cuya recepción expresamente se refiere el Aquinate, difiera de un seminario, que se ordena a la formación sacerdotal, es algo bastante obvio, pero no parece tener mayor relevancia en cuanto a este punto. Más bien la vida monástica es más rigurosa y exigente, en general: incluso bastante más que un seminario mayor. El que los niños estén en un ambiente en el que se encuentran más resguardados del mundo, sus peligros y sus preocupaciones, es algo positivo en orden a su formación moral e intelectual, e incluso en orden al discernimiento de su «vocación» (supuesto que esta exista…). Lo mismo, pienso que se puede aplicar la defensa que hace dom Delatte de la institución de la oblación de niños, en su comentario a la R.B., a los seminarios menores. En todo caso, el sacerdote, como colaborador del obispo, ha precisamente de colaborar con él en el perfeccionamiento de los fieles mediante el «triple munus»: mediante la doctrina, el gobierno y la administración de los sacramentos. De allí la suma conveniencia de una vida que semeje, en cierto sentido, a la religiosa, la cual se ordena a adquirir la perfección. De allí la suma conveniencia, en el mismo sentido, de órdenes religiosas clericales. [Sigue en otro comentario].

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    4. IHS

      [Continuación]. En todo caso, que el seminario menor sea en sí «una aberración» exige una demostración, la cual no se ha dado (supuesto que sea ello posible): «adhuc probandum est».

      Y en cuanto a santo Tomás, si no convence lo que he dicho, pues véase lo que él mismo dice: «Hoc etiam ex communi hominum consuetudine manifeste apparet, secundum quam homines a pueritia applicantur illis officiis vel artibus in quibus vitam sunt acturi: sicut qui futuri sunt clerici, mox a pueritia in clericatu erudiuntur». Con esto que acabo de referir en manera alguna se me puede objetar el haber traído la referencia al Doctor Común, como si no hiciera al caso. «Thomas interpretatur Thomam, a Thoma dilucidatur Thomas». Por cierto, es de su obra «Contra doctrinam retrahentium a religione», cap. 3, que no conviene descuidar al tratar estos temas. Aunque si se tacha de racionalista al Concilio de Trento, cuya doctrina rebosa tomismo y agustinismo…

      Me queda por responder a lo de la vocación, respecto de lo cual hasta una referencia a la Regula Benedicti pienso que vale. Trataré de hacerlo mañana, en cuanto buenamente pueda, Deo iuvante. Sigo sosteniendo que su planteo no parece católico, por lo mismo que parece más bien molinista. Y si se objeta que el molinismo no está condenado, pues eso no lo exonera de no implicar un error, como desde el siglo XVI lo viene observando el tomismo, contra la doctrina católica. Bueno, antes lo vio ya san Agustín, de quien Tomás es discípulo, sobre todo en las cuestiones de la gracia. Y todavía antes san Pablo: «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (2 Cor 4, 7). O, mejor que san Pablo, el mismísimo Dios, Nuestro Señor, autor principal de la SE.

      Dios lo bendiga.

      F.M.

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    5. P. S. Creo que se me coló una errata: la cita bíblica debe ser 1 Cor 4, 7.

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    6. Wanderer fue muy amable con su concepción de "vocación", yo la definiría como una palabra estúpida que usan curas imprudentes como anzuelo para captar bobos y condenarlos de por vida a una responsabilidad para la cual no están listos ni la han pensado bien, y luego terminar peor.
      Pero esto lo digo en mi resentimiento por mis errores, Wanderer lo dice en base a sus estudios sobre la fe cristiana y la historia de la Iglesia.

      Kyrie eleison.

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  4. Que buenos Datos.
    El mas relevante, los seminarios son inventos "medio modernos".
    El Sentido de la Familia en la formación del Consagrado es esencial.
    El dominio de SI y el hogar como escuela de virtudes.
    Me pregunto y le pregunto Mister Wanderer, mirando los hechos pasar con los Jesuitas y el Jesuita en Roma, la compañía dio mas frutos buenos o malos en la historia de la Iglesia?
    Y segunda cuestión, los grupos Parroquiales son inventos de la modernidad ?
    Hoy parece que todos se olvidaron de la Primera Vocación, la de la Santidad y tal vez CAEMOS en el error de pensar que sin Grupos no podemos salvarnos y evangelizar.

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  5. La única vocación universal es a la santidad. El resto de vocaciones no existen como tales (sacerdotal, matrimonial, etc.) sino la vocación individual de cada uno, la misión que a cada cual le otorga Dios para realizar(se) en este mundo y a la cual otorga todas las gracias necesarias ora por los sacramentos o por otros medios. Es aquí donde fallan en esencia los seminarios pues no se puede fabricar sacerdotes en cadena mediante presuntas técnicas espirituales. El cura de Ars tuvo la gracia de tener un maestro individual como De Bellay que fue quien le enseñó a ser sacerdote, no el seminario y D.Bosco y compañeros tuvieron a S. José Cafasso.

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  6. Buenas, amigo Wanderer.
    En su segunda medida para enderezar seminarios usted sugiere la idoneidad de sus formadores; y escribe: "Se necesitan condiciones intelectuales, morales y de equilibrio psicológico y afectivo que no siempre se tienen en cuenta." Mi pregunta es: Dichas condiciones, ¿están expuestas en orden de importancia o guardan el mismo rango?
    Quizás dependa de las circunstancias, claro. Pero, entonces, aquí y ahora, si no fuese posible encontrar todas aquellas condiciones reunidas en una sola persona, ¿dónde pongo el acento?
    Yo no sé, Don Wanderer, pero estimo que habría opiniones distintas... y el buen criterio no es moneda corriente, digamos.
    Gracias,

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    1. Señor capitán, yo creo que todas ellas son necesarias y todas ellas guardan un rango similar. ¿De qué sirve tener un intelectual de fuste si moralmente es malo? Valga el ejemplo de cierto y fenecido seminario cuyano, que supo tener un rector que era doctor en filosofía y de un día para otro dejó su cargo y el sacerdocio y se amancebó con su dirigida espiritual? Y al revés, tener alguien moralmente intachable y piadoso pero de pocas luces que lo único que logra es exasperar a los seminaristas. Sucedió también hace algunas décadas en otro seminario argentino ubicado en zonas puntanas. Y puede darse el caso de un formador con capacidad intelectual e integridad moral pero loco, o casi. Es capaz de hacer un enorme estropicio. Y también conozco un caso cuyo protagonista, entre otras cosas, impidió que Castellani fuera ampliamente conocido en nuestro país.
      Por eso mismo, un seminario no se improvisa.

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  8. En el contexto cultural actual la única forma de que alguien entre a un seminario es que sea un casi adolescente con las características mencionadas: "Infantiles en la vida moral y afectiva, con una espiritualidad mostrenca basada en el cumplimiento de ejercicios piadosos que culminaba en una aproximación exclusivamente voluntarista de la vida de perfección"
    La otra, es hacer sacerdotes con hombres que ya vienen de vuelta en la vida, de 50 años para arriba, con temperamento firme y la cabeza bien amueblada.

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  9. Como Ud. mismo dice ahora, lo que escribió en su día sería matizable. Y la primera matización es que en esto, como en tantas otras críticas que hace a la Iglesia endurecida 'corporativa-organizativa-escolástico-jurídicamente' tras la Reforma, no parece tener en cuenta el clima de asedio. Son medidas ultradefensivas con las que la Iglesia respondió como supo a su nueva situación, que era la de defenderse a perpetuidad. Neurosis muy justificada: ya no tenía la iniciativa, el mundo corría por otros cauces y se trataba pura y simplemente de contener la avalancha. No de que sonasen los ecos cantarines del Espíritu, sino de que no se cegase el Espíritu. Aquello que traducía Castellani de la Iglesia de Sardes: "conserva lo que tienes, que de todas formas va a morir". Tampoco lo haría tan mal cuando a la Iglesia de Filadelfia se le dice: "aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre"; y se reitera: "retén lo que tienes". Agarrarse los machos, vamos. Y sobre todo, contener la fórmula de la victoria enemiga: la infiltración, de ideas y de personas. Una infiltración que, como nosotros hemos podido ver muy bien, acabó ganando la partida.
    Emplea Ud. el término "cristalizar", y es de lo más adecuado. Porque en ese momento la Iglesia se volvió como uno de esos lamasus asirios. Los asirios vivían en un terror incrustado, existencial, a los famosos "espíritus que están en los aires", de los que ya quisiéramos nosotros ser tan conscientes. Y los lamasus, guardianes del umbral, eran un exorcismo petrificado. Todo en la iglesia se volvió, de un modo un otro, apotropaica: Lamasu formativo, organizativo, ritual, doctrinal. Los listos llamaron luego a eso "baluartes".
    ¿En serio cree que se podía seguir dejando la formación sacerdotal al albur del paisano de la esquina en un momento en que la herejía estaba organizada en ligas de naciones-estado? ¿En que bullían las sociedades secretas? ¿En que cada mes se requisaba un cargamento de bilias protestantes en los puertos? Ya se vio lo que paso luego cuando se "arrasaron los baluartes", como pedía el literato de la teología aquel, el paredro de la vidente Speyr, de inmunda memoria.
    Ciertamente, tales medidas desencadenaron una reacción en cadena de gangrena progresiva, de estancamiento, de oxidación. Hasta la fusión del núcleo de la manualística y la endogamia. Pero es que, a partir del XVI, ya sólo se trataba de retrasar la muerte. El mundo moderno había ganado de fondo, vaya si lo sabemos nosotros hoy. Y en último término, como decía aquel, ¿qué hubieras hecho tu?

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  10. Estimado Caminante:
    Tanto el anterior como el presente post me han dejado una ambivalente sensación. Encuentro en ellos un sinnúmero de aciertos, coincido 100% en varios juicios, pero al mismo tiempo no puedo dejar de percibir en sus palabras un tinte autobiográfico, que usted mismo corroboró en algunos de los comentarios.

    Yo también seré algo autobiográfico en tres pequeñas referencias iniciales, y al final expondré un intento de propuesta.

    1. Yo y muchos otros sacerdotes que conozco vivimos en algunos seminarios de Argentina momentos de gran calidad humana, intelectual y espiritual. De amistad verdadera, de una fraternidad no fingida, de estar junto a y en relación con personas íntegras, humanamente maduras. También, lógicamente (como en cada comunidad humana) había compañeros, profesores y formadores que no eran tales. Pero era cuestión de elegir adecuadamente lo tiempos, los vínculos, las afinidades. Y lo mismo podría decir de la dimensión intelectual (excelentes profesores junto a otros mediocres) y espiritual (auténtico anhelo de santidad junto a lamentables ficciones y dobles vidas). Los seminarios están compuestos por personas. Los horarios, las normas, los estilos, tienen un impacto real, pero -en mi experiencia- la dimensión personal prevalece. Yo no viví -y me consta que muchos sacerdotes que conozco tampoco- esa suerte de "despersonalización" que usted denuncia.
    2. Seré más breve en el dos y en el tres... Me consta que en al menos algunos seminarios de Argentina -ninguno perfecto- existe un clima humanamente aceptable en pleno siglo XXI (bastante madurez y sentido común); un nivel intelectual también aceptable (habría mucho para decir, porque los actuales seminaristas suelen venir muy complicados de la secundaria, y darles clases es casi empezar de cero en algunos temas); y en lo espiritual, en al menos algunos seminarios, existe una verdadera aspiración a la santidad sacerdotal, enmarcada en una espiritualidad equilibrada. Esto lo digo no solo como observador externo y lejano, sino porque soy testigo directo.
    3. Los numerosos curas que dejan actualmente el ministerio podrán -si así lo desean- descargar la entera responsabilidad en las "falencias del Seminario", pero eso no es del todo honesto. Las causas de la defección son múltiples, pero en casi todas hay al menos dos factores que se reiteran: inmadurez afectiva -y por ende, inmadurez sexual, una vivencia del celibato o rígida o solo meramente externa pero no convencida- y el abandono de la vida de oración, un enfriamiento general de la fe, la esperanza y la caridad. A eso le podríamos sumar la ausencia de acompañamiento adecuado a los nuevos sacerdotes recién ordenados y la falta de tacto de algunos obispos para elegir los primeros destinos.

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  11. CONTINÚO

    Yo personalmente creo que siendo realistas no podemos encontrar un modo que sustituya la institución de los Seminarios. Pero pienso que se pueden mejorar a través de algunas reformas. Varias de ellas ya han sido pedidas en los documentos de la Iglesia, aunque no siempre atendidas: idoneidad de los formadores, cuidado de todas las dimensiones en un adecuado equilibrio, etc. Otras son observaciones de sentido común, y de mi propia cosecha:
    + No a los seminarios demasiado pequeños ni tampoco demasiado grandes: en los demasiado pequeños, hay muchos elementos que se resienten (las clases, la justa y necesaria riqueza de personalidades) pero sobre todo la Liturgia tiende a perder belleza y decoro. Tampoco seminarios demasiado grandes, salvo que simultáneamente haya formadores en directa proporción.
    + Más contacto con las familias, la comunidad parroquial o movimiento de origen y con el clero diocesano al que se va a luego incorporar. Esto habrá de adecuarse a las etapas formativas, y así está planteado; pero creo que un excesivo "encierro" genera un clima desnaturalizado y tóxico, irreal e inconveniente.
    + Combatir decididamente la homosexualidad, comenzando por una adecuada selección inicial de los candidatos. Creo que se debe ser mucho más drástico al hablar del tema y en la toma de decisiones. Esto enmarcado en una adecuada comprensión de la sexualidad humana, de lo que implica la masculinidad bien vivida y madura, de la belleza y atractivo de la vocación matrimonial... En positivo, pero con realismo.
    + Equilibrar disciplina, orden y uniformidad, con espacios de libertad, autonomía y autodeterminación. Y acompañar los procesos para que el mismo candidato reconozca si está adhiriendo libremente a una opción de vida, o va subido a un "tren" junto a otros, sin elegirlo.
    + Hacer todo lo posible para propiciar en los candidatos una auténtica vida teologal: que exista un auténtico crecimiento interior, madurez en la vida de oración, anhelo de Dios, deseo de santidad. Para esto no hay fórmulas, y me consta que la mayoría de los ingresantes llegan con esta disposición, al menos incipiente.
    + Un acompañamiento singularizado, integral, sincero, de los nuevos sacerdotes, especialmente cuando empiezan a suceder los primeros fracasos y frustraciones. Esto está recontradicho en los documentos de la Iglesia, el tema que suele ocurrir es que no se encuentra quién puedan realizar esta delicada misión.

    Perdón por la extensión, espero haber dado algo de luz a quienes hayan llegado hasta el final.

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