En muchas ocasiones he escuchado expresiones como estas vertidas por jóvenes de ambos sexos:
- Mi director espiritual me dijo que me pusiera de novio.
- Mi director espiritual me dijo que tengo vocación
- Mi director espiritual me dijo que siguiera tal carrera universitaria
- Le consulté a mi director espiritual y me dijo que me convenía ponerme de novia con Tal chico.
- Mi director espiritual no me deja ir a Tal lugar.
e così via...
Cuando indago un poco más, en casi todos los casos, descubro que los “directores espirituales” son jóvenes sacerdotes que no superan los 30 o 35 años. Reconozco que he quedado asombrado por tamaña audacia de los jóvenes presbíteros y por tamaña ingenuidad de los jóvenes dirigidos. Así las cosas, se presentan dos problemas para discutir. Empecemos entonces por el más fácil, aunque previamente conviene hacer una aclaración fundamental. Cuando se habla en esta ocasión de Director Espiritual y de Dirigido no hago referencia, por cierto, a la dirección espiritual tal como tradicionalmente la entendió la espiritualidad cristiana y que, paradigmáticamente, podríamos verla reflejada en los Padres del Desierto. No es al caso de abba Antonio o abba Arsenio ni de sus discípulos del éremo egipcio, ni de los starets o “padres” en el sentido más pleno del término que poblaron los siglos posteriores. De modo tal que mi crítica no es a esta venerable institución sino a su deformación.
Por parte de los dirigidos, si son jóvenes, es bastante comprensible la actitud de pasiva sumisión a los graves dictámenes presbiterales. Consiste, ni más ni menos, en el lógico y natural proceso de evitar la angustia de la libertad de la que tan bien escribió Kierkegaard. Toda situación de libertad, es decir, de saberse causa sui, de ser dueño de los propios actos y de las propias decisiones, lo cual implica no sólo una elección puntual sino, en cierto modo, una elección de vida y una elección de sí mismo, produce angustia. Es mejor, en ese sentido, no ser libre. No sólo nos ahorraríamos el temor al fracaso sino también el pecado, como bien decía Simone Weil. Toda decisión lleva consigo, inexorablemente, la sombra del fracaso, y la posibilidad del fracaso angustia. En cambio, si puedo liberarme de elegir, es decir, si otro elige por mí, la responsabilidad del posible fracaso correrá por su cuenta. Yo, aunque víctima, quedaré liberado de esa carga y con ella, de la angustia.
Y es así que el dirigido, más allá de los lícitos intereses sobrenaturales que lo motivan, se acerca el director por razones más prosaicas y psicológicas, aunque plenamente humanas.
Es este el lugar de preguntarse, además, acerca de la necesidad de la dirección espiritual. Resulta claro que no es en absoluto necesaria para la salvación. Si así lo fuera, los Evangelios y los otros escritos revelados nos lo dirían. La salvación es obra del Espíritu, y éste, en el actual orden querido por Dios, necesita para obrar en las almas solamente de los sacramentos. Y la dirección espiritual no es un sacramento. Ergo,...
Sí podemos decir que la dirección espiritual es muy conveniente para la salvación en algunos casos. Los autores espirituales de tradición monástica consideran que estos casos particulares son: elección de estado de vida, escrúpulos y fenómenos místicos. En otras circunstancias podrá ser conveniente desde lo espiritual y desde lo afectivo. Habrán personas que son más propensas a la figura de un pater supervisor, otras que atraviesas situaciones particulares y necesitan consejo y apoyo. Pero, en general, una vida sacramental y de oración ordenada, es suficiente para la salvación que, insisto, no es obra mía ni se debe a mis actos de piedad, sino que es obra exclusiva del Espíritu.
Por parte del Director: No sería demasiado complejo trazar un perfil de estos “directores”. Se trata de curitas de formación más bien conservadora, egresado de seminarios del tipo de los que ya hemos hablado en estas páginas, que se lanzan con entusiasmo a la tarea apostólica, dirigida preferentemente hacia sus pares por motivos sobrenaturales (“hay que salvar almas”), institucionales (“los jóvenes son prioridad para la Iglesia), naturales (“los jóvenes son quienes se encuentran en mayor peligro espiritual”) y hasta psicológicos (¡cuántas cosas, en parte ciertas, podría decir Freud al respecto!). En su haber cuentan con la imposición de manos que les confiere una real gracia de estado, algunos años de vida espiritual más o menos mostrenca, y algunas lecturas. Seguramente habrán leído lo siguiente: 1) La “Vida” y “Las siete Moradas” de Santa Teresa; 2) la mitad de “La subida al Monte Carmelo” de San Juan de la Cruz; 3) la totalidad de la “Teología de la Perfección Cristiana” de Royo Marín, lectura ésta realizada con detenimiento y hasta con fruición (lo cual constituye un caso de perversión propia de los estudios de Erich Fromm); 4) Un pedazo de las “Tres edades de la vida interior” de Garrigou-Lagrange, porque es muy largo y complicado; 5) Algunas obritas espirituales de tono menor y de fuerte sabor contrareformista como las de Alonso Rodriguez.
Este bagaje, por cierto, no es suficiente. Ya hice referencia en otro post a la mentada “gracia de estado”. La gracia supone la naturaleza, y la naturaleza del curita es la de un joven de 26 o 27 años del siglo XXI: no más que eso. La gracia no crea una naturaleza distinta. Los años de vida espiritual podrán ser más o menos intensos pero rara vez serán suficiente para aconsejar ex abundantia cordis. En efecto, ya hemos hablado de las condiciones deplorables que posee la formación espiritual, afectiva e intelectual en los “mejores” seminarios de Argentina. Podrían darse casos extraordinarios, es verdad. No es cuestión de negar aquí a San Luis Gonzaga, a San Estanislao de Kostka o a San Gabriel de la Dolorosa, pero no creo que estos santos, y otros similares, hubiesen aceptado fácilmente ser directores espirituales apenas terminado su periodo de formación (¡y mucho menos de doncellas!). Las lecturas podrán ser más o menos, pero el abba no enseña por lo que leyó sino por lo que vivió. Lo contrario engendra monstruos. Por lo que el bagaje con el que pretenden hacer frente al venerable oficio de director espiritual es tan apropiado y efectivo como el del Dr. Frankenstein.
Pero ¿cuáles son las motivaciones profundas de estos buenos curitas? Convengamos que el poder de manipulación espiritual y psicológica que adquiere un director es enorme, y que tocar esas profundidades humanas no es tarea para neófitos. Es casi como que un recién egresado de la Facultad de Medicina se largara a hacer complejas neurocirugías. ¿No son conscientes, acaso, de su temeridad?
No tengo dudas de que el primero motivo es el lícito y laudable afán pastoral. En definitiva, para eso se hicieron curas, para colaborar en la salvación de las almas. Pero se trata de curas del siglo XXI infectados, algunos más, otros menos, por la modernidad. La modernidad en el mundo, y la modernidad en la Iglesia, que comenzó con la Contrarreforma y que es más peligrosa que aquella.
El cura se ve impelido, por ineludible necesidad espiritual, a obrar, y obrar obras concretas. Él puede tener claro teóricamente, si ha recibido una formación más o menos clásica, que su principal obrar sacerdotal es la celebración de la Santa Misa y de los demás sacramentos, y que tarea suficiente pero, en la práctica, necesita obrar obras concretas, palpables, que justifiquen su existir. Los curas egresados de seminarios progres tienen la cosa más clara: su justificación viene de un obrar que se traduce en prácticas de promoción social y se convierten entonces, en transformadores de la sociedad como los más eficaces agentes de cualquier ONG. Los curas conservadores, en cambio, con buen criterio rechazan esa vida sacerdotal, pero igualmente necesitan de concreciones palpables que les asegure que el gran sacrificio que han realizado se justifica. La dirección espiritual es una de ellas.
Hay otros motivos que provienen de la siempre presente naturaleza humana. En primer lugar, el natural deseo de fecundidad. Un dirigido espiritual es un hijo, y tener muchos dirigidos es casi como ser padre de una familia numerosa similar, quizás, a la de ellos mismos. Y cuánto más si entre esos dirigidos encuentra muchas vocaciones sacerdotales y religiosas. Le será difícil al curita resistirse a la tentación en la que cayó el jesuita Alberto Hurtado: colocar en su habitación las fotografías de todas sus vocaciones, que eran muchas y todas de la Compañía (¿tendremos que discutir nuevamente el tema de la infalibilidad de las canonizaciones? Claro que el canonizador fue el Santo subbito...).
En algunos casos, además, me animaría a decir que hay motivaciones inconscientes, surgidas de las profundidades ignotas de la psicología humana. Pero en ese tema no me meto.
¿Qué actitud tener entonces frente a la dirección espiritual? ¿Qué consejo podemos dar al respecto a nuestros hijos, parientes o amigos? Habrá que evitar, claro, el escándalo y ser cautos en los consejos. Pero habrá que evitar también el daño, a veces irreparable, que un curita metiche puede hacer al alma tierna de un niño o de un joven, o no tan tierna pero igualmente valiosa de un adulto.
Si un ciego guía a otro ciego...
gibelino@hotmail.com
- Mi director espiritual me dijo que me pusiera de novio.
- Mi director espiritual me dijo que tengo vocación
- Mi director espiritual me dijo que siguiera tal carrera universitaria
- Le consulté a mi director espiritual y me dijo que me convenía ponerme de novia con Tal chico.
- Mi director espiritual no me deja ir a Tal lugar.
e così via...
Cuando indago un poco más, en casi todos los casos, descubro que los “directores espirituales” son jóvenes sacerdotes que no superan los 30 o 35 años. Reconozco que he quedado asombrado por tamaña audacia de los jóvenes presbíteros y por tamaña ingenuidad de los jóvenes dirigidos. Así las cosas, se presentan dos problemas para discutir. Empecemos entonces por el más fácil, aunque previamente conviene hacer una aclaración fundamental. Cuando se habla en esta ocasión de Director Espiritual y de Dirigido no hago referencia, por cierto, a la dirección espiritual tal como tradicionalmente la entendió la espiritualidad cristiana y que, paradigmáticamente, podríamos verla reflejada en los Padres del Desierto. No es al caso de abba Antonio o abba Arsenio ni de sus discípulos del éremo egipcio, ni de los starets o “padres” en el sentido más pleno del término que poblaron los siglos posteriores. De modo tal que mi crítica no es a esta venerable institución sino a su deformación.
Por parte de los dirigidos, si son jóvenes, es bastante comprensible la actitud de pasiva sumisión a los graves dictámenes presbiterales. Consiste, ni más ni menos, en el lógico y natural proceso de evitar la angustia de la libertad de la que tan bien escribió Kierkegaard. Toda situación de libertad, es decir, de saberse causa sui, de ser dueño de los propios actos y de las propias decisiones, lo cual implica no sólo una elección puntual sino, en cierto modo, una elección de vida y una elección de sí mismo, produce angustia. Es mejor, en ese sentido, no ser libre. No sólo nos ahorraríamos el temor al fracaso sino también el pecado, como bien decía Simone Weil. Toda decisión lleva consigo, inexorablemente, la sombra del fracaso, y la posibilidad del fracaso angustia. En cambio, si puedo liberarme de elegir, es decir, si otro elige por mí, la responsabilidad del posible fracaso correrá por su cuenta. Yo, aunque víctima, quedaré liberado de esa carga y con ella, de la angustia.
Y es así que el dirigido, más allá de los lícitos intereses sobrenaturales que lo motivan, se acerca el director por razones más prosaicas y psicológicas, aunque plenamente humanas.
Es este el lugar de preguntarse, además, acerca de la necesidad de la dirección espiritual. Resulta claro que no es en absoluto necesaria para la salvación. Si así lo fuera, los Evangelios y los otros escritos revelados nos lo dirían. La salvación es obra del Espíritu, y éste, en el actual orden querido por Dios, necesita para obrar en las almas solamente de los sacramentos. Y la dirección espiritual no es un sacramento. Ergo,...
Sí podemos decir que la dirección espiritual es muy conveniente para la salvación en algunos casos. Los autores espirituales de tradición monástica consideran que estos casos particulares son: elección de estado de vida, escrúpulos y fenómenos místicos. En otras circunstancias podrá ser conveniente desde lo espiritual y desde lo afectivo. Habrán personas que son más propensas a la figura de un pater supervisor, otras que atraviesas situaciones particulares y necesitan consejo y apoyo. Pero, en general, una vida sacramental y de oración ordenada, es suficiente para la salvación que, insisto, no es obra mía ni se debe a mis actos de piedad, sino que es obra exclusiva del Espíritu.
Por parte del Director: No sería demasiado complejo trazar un perfil de estos “directores”. Se trata de curitas de formación más bien conservadora, egresado de seminarios del tipo de los que ya hemos hablado en estas páginas, que se lanzan con entusiasmo a la tarea apostólica, dirigida preferentemente hacia sus pares por motivos sobrenaturales (“hay que salvar almas”), institucionales (“los jóvenes son prioridad para la Iglesia), naturales (“los jóvenes son quienes se encuentran en mayor peligro espiritual”) y hasta psicológicos (¡cuántas cosas, en parte ciertas, podría decir Freud al respecto!). En su haber cuentan con la imposición de manos que les confiere una real gracia de estado, algunos años de vida espiritual más o menos mostrenca, y algunas lecturas. Seguramente habrán leído lo siguiente: 1) La “Vida” y “Las siete Moradas” de Santa Teresa; 2) la mitad de “La subida al Monte Carmelo” de San Juan de la Cruz; 3) la totalidad de la “Teología de la Perfección Cristiana” de Royo Marín, lectura ésta realizada con detenimiento y hasta con fruición (lo cual constituye un caso de perversión propia de los estudios de Erich Fromm); 4) Un pedazo de las “Tres edades de la vida interior” de Garrigou-Lagrange, porque es muy largo y complicado; 5) Algunas obritas espirituales de tono menor y de fuerte sabor contrareformista como las de Alonso Rodriguez.
Este bagaje, por cierto, no es suficiente. Ya hice referencia en otro post a la mentada “gracia de estado”. La gracia supone la naturaleza, y la naturaleza del curita es la de un joven de 26 o 27 años del siglo XXI: no más que eso. La gracia no crea una naturaleza distinta. Los años de vida espiritual podrán ser más o menos intensos pero rara vez serán suficiente para aconsejar ex abundantia cordis. En efecto, ya hemos hablado de las condiciones deplorables que posee la formación espiritual, afectiva e intelectual en los “mejores” seminarios de Argentina. Podrían darse casos extraordinarios, es verdad. No es cuestión de negar aquí a San Luis Gonzaga, a San Estanislao de Kostka o a San Gabriel de la Dolorosa, pero no creo que estos santos, y otros similares, hubiesen aceptado fácilmente ser directores espirituales apenas terminado su periodo de formación (¡y mucho menos de doncellas!). Las lecturas podrán ser más o menos, pero el abba no enseña por lo que leyó sino por lo que vivió. Lo contrario engendra monstruos. Por lo que el bagaje con el que pretenden hacer frente al venerable oficio de director espiritual es tan apropiado y efectivo como el del Dr. Frankenstein.
Pero ¿cuáles son las motivaciones profundas de estos buenos curitas? Convengamos que el poder de manipulación espiritual y psicológica que adquiere un director es enorme, y que tocar esas profundidades humanas no es tarea para neófitos. Es casi como que un recién egresado de la Facultad de Medicina se largara a hacer complejas neurocirugías. ¿No son conscientes, acaso, de su temeridad?
No tengo dudas de que el primero motivo es el lícito y laudable afán pastoral. En definitiva, para eso se hicieron curas, para colaborar en la salvación de las almas. Pero se trata de curas del siglo XXI infectados, algunos más, otros menos, por la modernidad. La modernidad en el mundo, y la modernidad en la Iglesia, que comenzó con la Contrarreforma y que es más peligrosa que aquella.
El cura se ve impelido, por ineludible necesidad espiritual, a obrar, y obrar obras concretas. Él puede tener claro teóricamente, si ha recibido una formación más o menos clásica, que su principal obrar sacerdotal es la celebración de la Santa Misa y de los demás sacramentos, y que tarea suficiente pero, en la práctica, necesita obrar obras concretas, palpables, que justifiquen su existir. Los curas egresados de seminarios progres tienen la cosa más clara: su justificación viene de un obrar que se traduce en prácticas de promoción social y se convierten entonces, en transformadores de la sociedad como los más eficaces agentes de cualquier ONG. Los curas conservadores, en cambio, con buen criterio rechazan esa vida sacerdotal, pero igualmente necesitan de concreciones palpables que les asegure que el gran sacrificio que han realizado se justifica. La dirección espiritual es una de ellas.
Hay otros motivos que provienen de la siempre presente naturaleza humana. En primer lugar, el natural deseo de fecundidad. Un dirigido espiritual es un hijo, y tener muchos dirigidos es casi como ser padre de una familia numerosa similar, quizás, a la de ellos mismos. Y cuánto más si entre esos dirigidos encuentra muchas vocaciones sacerdotales y religiosas. Le será difícil al curita resistirse a la tentación en la que cayó el jesuita Alberto Hurtado: colocar en su habitación las fotografías de todas sus vocaciones, que eran muchas y todas de la Compañía (¿tendremos que discutir nuevamente el tema de la infalibilidad de las canonizaciones? Claro que el canonizador fue el Santo subbito...).
En algunos casos, además, me animaría a decir que hay motivaciones inconscientes, surgidas de las profundidades ignotas de la psicología humana. Pero en ese tema no me meto.
¿Qué actitud tener entonces frente a la dirección espiritual? ¿Qué consejo podemos dar al respecto a nuestros hijos, parientes o amigos? Habrá que evitar, claro, el escándalo y ser cautos en los consejos. Pero habrá que evitar también el daño, a veces irreparable, que un curita metiche puede hacer al alma tierna de un niño o de un joven, o no tan tierna pero igualmente valiosa de un adulto.
Si un ciego guía a otro ciego...
gibelino@hotmail.com