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miércoles, 30 de diciembre de 2009
Curioso
martes, 29 de diciembre de 2009
Inmunodeficiencia litúrgica
Yo no entiendo mucho de liturgia. Entiendo más bien poco, adquirido casi a los ponchazos y por necesidad. Por lo tanto, tome mis consejos como de quien vienen, y no más que eso.
Qué hacer, me pregunta Ud., ahora que la vecindad bellavistense se quedará sin misa según el uso antiguo hasta febrero. Lo primero que debo decirlo es que eso queda en su conciencia, y no me parece que haya que establecer normas de conductas universales. En principio, creo que hay que asistir a misa igualmente, y Ud. verá cuáles son las opciones que se le ofrecen. Puede ir a una misa novus ordo que se celebre con cierta dignidad, o puede ir a alguna liturgia oriental, que en capital hay varias, y de ese modo cumpliría con el precepto y podría comulgar.
Si planteamos la pregunta de otro modo, podríamos cuestionarnos cuándo no hay que ir a misa. Como sabrá, son muchos, principalmente los lefes, que afirman que, en caso de no tener misa tradicional, no hay que ir a misa los domingos, porque el novus ordo es siempre peligroso, sacrílego, y algunas cosas más. No estoy de acuerdo. Ciertamente, en muchas veces ese es el caso; pero muchísimas otras veces no lo es. Creo que uno está liberado de asistir a misa cuando ese acto le hace, positivamente, algún daño. Sin embargo, no me parece que haya que tener la piel de tal modo sensibilizada que cualquier misa novus ordo le haga daño, a menos que posea una enfermedad de inmunodeficiencia litúrgica.
Pensándolo bien, creo que aquí radica uno de los problemas de algunos lefes y de muchos otros: no distinguen. Algo así como sucede en algunos tipos de enfermedades de inmunodeficiencia, cuando el sistema inmunitario responde excesivamente y rechaza no sólo a los antígenos verdaderos sino también a otras sustancias que no lo son.
Pongámoslo en otros términos. ¿La liturgia es importante? Sí, es importante. ¿Es muy importante? Sí, es muy importante. ¿Es lo más importante? No. Lo más importante es Dios.
Nuestro fin en la tierra, como decía el catecismo, es “conocer, amar y servir a Dios”. No es ir a la misa tradicional, aunque ir a la misa tradicional es un elemento muy importante para conocer, amar y servir a Dios. El peligro está en hacer consistir la fe en la liturgia tradicional. La fe no sería otra cosa, entonces, que el cumplimiento exterior de un rito, muy bello, santo y tradicional ciertamente, pero nada más que eso. Y eso tiene un nombre: fariseísmo. Recordemos que los fariseos eran los tradicionalistas de la época de Jesús, y es a quienes Él más ataca. La fe es otra cosa. La fe es vida, y no práctica ritual.
El problema está, me parece, en la cuestión del tradicionalismo, que es algo bastante peligroso, al menos en la versión afrancesada que profesan algunos de nuestros connacionales. La tradición, como pomposamente la llaman muchos, termina siendo una remedo del verdadero cristianismo. Estoy pensando el tema, y espero poder escribir un post al respecto dentro de poco.
Le propongo, para finalizar, dos argumentos muy sencillos para responder, al menos parcialmente, a su pregunta. El primero me lo dio un amigo cura, hace ya más de diez años, una tarde de verano en una casa solariega, bajo un gigantesco roble:
- Mirá, la liturgia es para dar culto a Dios. Si Él no se preocupa de tener una liturgia digna, no nos hagamos tanta mala sangre nosotros.
El segundo, mucho más piadoso que el anterior, nos lleva a poner los ojos en la eternidad, que cada día está más cerca de nosotros: allí tendremos la oportunidad de participar, para siempre, de una liturgia sin fin, celebrada por los ángeles. Es cuestión, solamente, de esperar un poquito.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Kalendas de Navidad
La Kalenda, también llamado Pregón de Navidad, es un antiguo texto con el cual se anunciaba con pompa inusitada, en los coros de las catedrales y monasterios durante el oficio de Prima del 24 de Diciembre, la proximidad de la Natividad del Señor.
Die 25 Decembris. Octavo Kalendas Januarii.
Anno a creatione mundi, quando in principio Deus creavit caelum et terram, quinquies millesimo centesimo nonagesimo nono; a diluvio autem, anno bis millesimo nongentesimo quinquagesimo septimo; a nativitate Abrahae, anno bis millesimo quintodecimo; a Moyse et egressu populi Israel de Ægypto, anno millesimo quingentesimo decimo; ab unctione David in Regem, anno millesimo trigesimo secundo; Hebdomada sexagesima quinta, juxta Danielis prophetiam; Olympiade centesima nonagesima quarta; ab urbe Roma condita, anno septingentesimo quinquagesimo secundo; anno Imperii Octaviani Augusti quadragesimo secundo, toto Orbe in pace composito, sexta mundi aetate, Iesus Christus, aeternus Deus aeternique Patris Filius, mundum volens adventu suo piissimo consecrare, de Spiritu Sancto conceptus, novemque post conceptionem decursis mensibus (Hic vox elevatur, et omnes genua flectunt), "in Bethlehem Iudae nascitur ex Maria Virgine factus Homo". Nativitas Domini nostri Iesu Christi secundum carnem.
sábado, 19 de diciembre de 2009
Tres ideas sueltas
Tres ideas sueltas para este sábado, vísperas del cuarto domingo de adviento, y cuando la liturgia comienza a mostrar ya su ansiedad por la inminente llegada del Señor.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Misa solemne ad usum anglicanorum
viernes, 11 de diciembre de 2009
Clarísimo Ratzinger
Un amigo e impecable anglófilo, ha traducido el prólogo que el entonces cardenal Ratzinger escribiera el excelente libro de Alcuin Reid The Organic Development of the Liturgy: The Principles of Liturgical Reform and Their Relation to the Twenthieth-Century Liturgical Movement Prior to the Second Vatican Council.
En estos tiempo de descalabro y de orfandad, viene bien leerlo. Y lo más consolador es que, quien lo escribió, es ahora Papa.
En las últimas décadas, la cuestión acerca del modo correcto de celebrar la Liturgia se ha convertido progresivamente en uno de los puntos en torno de los cuales se ha centrado mucho de la controversia concerniente al Vaticano II, el modo en que debe ser evaluado y su recepción en la vida de la Iglesia. Están los implacables partidarios de la reforma, para los cuales el hecho de que, bajo ciertas circunstancias, se haya nuevamente permitido la celebración de la Eucaristía de acuerdo con la más reciente versión del misal antes del Concilio – aquella de 1962, representa un intolerable retroceso. Por supuesto que al mismo tiempo la Liturgia es vista como “semper reformanda” de tal modo que a la postre, cualquier “congregación” involucrada es la que hace “su” Liturgia, en la cual se expresa a sí misma. Un “Compendio Litúrgico” Protestante (editado por C. Grethlein [Ruddat , 2003]) presenta al culto como un “proyecto para la reforma” (pags 13-41) y por consiguiente expresa lo que muchos liturgistas Católicos piensan acerca del tema. Por otro lado, están los ácidos críticos de la reforma litúrgica, críticos no sólo de su aplicación en la práctica, sino también de su fundamento en el Concilio. Ellos sólo ven la salvación en el total rechazo de la reforma. Entre estos dos grupos, los reformistas radicales y sus opositores radicales, frecuentemente no son escuchadas las voces de aquellos que contemplan la Liturgia como algo viviente y que, en consecuencia, crece y se renueva a sí misma tanto en su recepción como en su forma final. Estos últimos, sin embargo, sobre la base del mismo argumento, insisten en que el crecimiento no es posible a menos que la identidad de la Liturgia sea preservada, e incluso enfatizan que el desarrollo apropiado sólo es posible si se presta la debida atención a la lógica estructural interna de este “organismo”: así como un jardinero cuida de una planta a medida que ésta se desarrolla, teniendo muy en cuenta el poder de crecimiento vital intrínseco de la planta y sus leyes propias, del mismo modo la Iglesia debe cuidar de modo reverente la Liturgia a lo largo de los siglos, distinguiendo las acciones que son benéficas y curativas de aquellas que son violentas y destructivas.
Si así es como las cosas son, entonces debemos tratar de determinar cuál es la estructura interna de un rito, y las leyes que gobiernan su vida, en orden a encontrar el modo correcto de preservar su fuerza vital en tiempos de cambio, para fortalecerlo y renovarlo. El libro de Dom Alcuin Reid se ubica en esta perspectiva. Recorriendo la historia del Rito Romano (Misa y Breviario), desde sus comienzos hasta las vísperas del Concilio Vaticano II, busca establecer los principios del desarrollo litúrgico y en consecuencia extraer de la historia –de su altos y bajos, las normas sobre las que toda reforma debe basarse. El libro se divide en tres partes. La primera, muy breve, investiga la historia de la reforma del Rito Romano desde sus comienzos hasta finales del siglo XIX. La segunda parte está dedicada al Movimiento Litúrgico hasta el año 1948. La tercera parte, por mucho la más extensa, está dedicada a la reforma litúrgica desde Pío XII hasta las vísperas del Vaticano II. Esta parte es sumamente útil pues la mayor parte no guarda recuerdo de esa particular fase de la reforma litúrgica, y es precisamente en ese período – como por supuesto en la historia del Movimiento Litúrgico, donde vemos reflejadas todas las cuestiones concernientes al recto modo de realizar una reforma, de tal modo que podemos de todo esto extraer criterios en los cuáles basar nuestros juicios. El autor ha tomado la sabia decisión de detenerse en los umbrales del Vaticano II. En consecuencia evita entrar en la controversia asociada a la interpretación y recepción del Concilio. No obstante ello, exhibe su puesto en la historia y nos muestra la interacción de las diversas tendencias en las que las normas de una reforma deben basarse.
Al final del libro el autor enumera algunos principios para una recta reforma: debe mantener un adecuado equilibrio entre la apertura al desarrollo y la continuidad con la Tradición ; debe ser consciente de la existencia de una tradición litúrgica objetiva y en consecuencia tener cuidado en asegurar una continuidad substancial. En consecuencia el autor concuerda con el Catecismo de la Iglesia Católica que enfatiza que “aún la autoridad suprema de la Iglesia no puede cambiar la Liturgia arbitrariamente, mas solo en la obediencia de la fe y con religioso respeto por el misterio de la Liturgia ” (CIC 1125). Entre los criterios subsidiarios podemos mencionar la legitimidad de las tradiciones locales y la preocupación por la eficacia pastoral.
Desde mi punto de vista personal desearía dar un particular énfasis a algunos de los criterios para la renovación litúrgica recién mencionados. Comenzaré con los dos últimos. Me parece de la mayor importancia que el Catecismo, al mencionar la limitación de los poderes de la autoridad suprema de la Iglesia con relación a la reforma trae a la memoria lo que es la esencia del Primado tal como fue delineado por los Concilios Vaticanos Primero y Segundo: el Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley; antes bien, él es el guardián de la auténtica Tradición y por lo tanto el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que le plazca, lo que en consecuencia lo habilita para oponerse a aquellos que, por su parte, quieren hacer todo lo que le pasa por la cabeza. Su regla no es la del poder arbitrario sino la de la obediencia en la fe. Esa es la razón por la que en lo que respecta a la Liturgia , su labor es la de un jardinero, no la de un técnico que construye nuevas máquinas y arroja las viejas a la basura. El “rito”, o sea aquella forma de celebración y de plegaria que ha madurado en la fe y en la vida de la Iglesia , es una forma condensada de la Tradición viviente en la cual la esfera que utiliza dicho rito expresa la totalidad de su fe y su oración, y en la cual se puede experimentar la comunión de las generaciones una con otra, vinculación con aquellos que nos precedieron y con los que nos sucederán. En consecuencia el rito es un beneficio dado a la Iglesia , una forma viviente de paradosis, la entrega de la Tradición.
Es importante en esta relación interpretar correctamente la “continuidad substancial”. El autor nos advierte expresamente acerca del camino erróneo por el que nos podría derivar una teología sacramental Neoescolástica desconectada de la forma viviente de la Liturgia. Sobre esta base alguien podría reducir la “substancia” a la materia y la forma del sacramento y decir: el pan y el vino son la materia del sacramento, las palabras de la institución son su forma. Sólo estas dos cosas son realmente necesarias; todo lo demás es cambiable. En este punto tanto modernistas como tradicionalistas están de acuerdo: mientras los dones materiales estén presentes, y se pronuncien las palabras de la institución, todo lo demás es libremente descartable. Lamentablemente muchos sacerdotes hoy en día actúan de acuerdo con esta máxima, y las teorías de muchos liturgistas están desgraciadamente moviéndose en la misma dirección. Quieren superar los límites del rito, como si fuese algo fijo e inmóvil, y construir los productos de su fantasía, supuestamente “pastorales” en torno a este remanente, a este núcleo que ha sido preservado, y que en consecuencia o es relegado al reino de la magia o pierde cualquier tipo de significado. El Movimiento Litúrgico había de hecho tratado de superar este reduccionismo, producto de una teología sacramental abstracta, y de enseñarnos a comprender la Liturgia como una malla viviente de Tradición que ha tomado una forma concreta y que no puede ser descompuesta en pequeños pedazos sino que debe ser vista y experimentada como un todo viviente. Cualquiera que, como yo, hubiese sido movido por esta concepción al tiempo del Movimiento Litúrgico en las vísperas del Concilio Vaticano II, sólo puede detenerse profundamente afligido ante las ruinas de todo aquello que más nos importaba.
Quisiera comentar brevemente otras dos percepciones presentes en el libro del Dom Alcuin Reid. El entusiasmo arqueológico y el pragmatismo pastoral –que en cualquier caso no es otra cosa que una forma pastoral de racionalismo, son ambos erróneos. Podrían ser descritos como gemelos perversos. La primera generación de liturgistas estuvo compuesta en su mayor parte de historiadores. En consecuencia estaban inclinados al entusiasmo arqueológico: procuraban desenterrar las formas más antiguas en su pureza original; estimaban que los libros litúrgicos en uso, junto con los ritos que ofrecían, eran la expresión de la desenfrenada proliferación a través de la historia de desarrollos secundarios, producto de las equivocaciones y de la ignorancia del pasado. Trataban de reconstruir la más antigua Liturgia Romana y de purificarla de todos los añadidos posteriores. Mucho de esto era cierto; sin embargo la reforma litúrgica es algo distinto de la excavación arqueológica, y no todos los desarrollos de un ser viviente tienen por qué estar en concordancia lógica con una regla histórica o racionalista. Esta es la razón por la cual –como el autor muy acertadamente señala, no se le debería permitir a los expertos tener la última palabra en lo referente a la reforma litúrgica. Los expertos y los pastores tienen cada uno un papel que desempeñar (del mismo modo que en política, los especialistas y los gobernantes representan dos planos distintos). El saber de los estudiosos es importante pero no puede trasladarse directamente a las decisiones de los pastores, puesto que éstos tienen sus propias responsabilidades escuchando a los fieles, acompañando con comprensión a aquellos que realizan las cosas que nos ayudan a celebrar el sacramento con fe hoy día, distinguiendo aquellas que no ayudan. Una de las debilidades de la primera fase de la reforma luego del Concilio fue que prácticamente sólo se escuchó a los especialistas. Hubiese sido deseable una mayor independencia de los pastores.
Puesto que en general es demasiado obvio que el conocimiento histórico no puede ser elevado inmediatamente al rango de nueva norma litúrgica, este entusiasmo arqueológico fue muy fácilmente combinado con pragmatismo pastoral: primero de todo se decidió eliminar todo lo que fuese reconocido como original y que no fuese parte de la “substancia”, y luego se añadieron los “restos arqueológicos” de acuerdo a “criterios pastorales”. Pero, ¿qué es “pastoral”? Los juicios acerca de estas cuestiones realizados por profesores eruditos frecuentemente se vieron influidos por presupuestos racionalistas y no fue infrecuente que errasen acerca de lo que realmente sostiene la vida de los fieles. De este modo actualmente, luego de que la Liturgia fuese extensamente racionalizada durante la fase inicial de la reforma, los fieles buscan ávidamente formas solemnes, una atmósfera “mística” y sacralidad. Sin embargo, -y esto es cada vez más claro, puesto que los juicios acerca de la eficacia pastoral son grandemente divergentes, el aspecto “pastoral” es el punto en el que la “creatividad” ha irrumpido, destruyendo la unidad de la Liturgia y reduciéndola a algo deplorablemente banal. Esto no significa negar que la Liturgia Eucarística , así como también la Liturgia de la Palabra , es a menudo celebrada reverente y “bellamente” en el mejor sentido de la palabra, sobre la base de la fe del pueblo. Pero, puesto que estamos buscando los criterios de reforma, tenemos que mencionar los peligros, que en las últimas décadas, desafortunadamente no han consistido en meras imaginaciones de los tradicionalistas opuestos a la reforma.
Quisiera volver por último a la cuestión acerca del modo en que el culto era presentado en un compendio litúrgico como un “proyecto para la reforma”, o sea como un taller en el que siempre se está ocupado trabajando en algo. Diferente, y sin embargo relacionada con esto, es la sugestión de algunos liturgistas católicos acerca de que debemos finalmente adaptar la reforma litúrgica al “giro antropológico” de los tiempos modernos y construirla en un estilo antropológico. Si la Liturgia aparece en primer lugar como el taller para nuestras actividades, esto significa que se ha olvidado lo esencial: Dios. Puesto que la Liturgia no se refiere a nosotros, sino que se refiere a Dios. El olvido de Dios es el más grande peligro de nuestra época. Contra esto, la Liturgia debería levantar una señal de la presencia de Dios. Pero, ¿qué ocurre si el hábito del olvido de Dios sienta sus reales en la misma Liturgia y si en ella sólo estamos pensando en nosotros? En toda reforma litúrgica y en toda celebración litúrgica la primacía de Dios debe ser mantenida por encima de todo.
Con esto he ido más allá del libro de Dom Alcuin. Pero pienso que ha quedado claro que este libro, el cual ofrece un abundante material, nos enseña algunos criterios y nos invita a una ulterior reflexión. Estas son las razones por las que lo recomiendo.
Joseph Cardinal Ratzinger
26 de julio del 2004
lunes, 7 de diciembre de 2009
Continuidad asegurada
sábado, 5 de diciembre de 2009
Piedra Libre
Página 12 los descubrió. A los católicos fascistas y homófobos argentinos, representados por un grupillo de abogados pertenecientes al elenco estable de cuanta causa reaccionaria haya estallado el país en los últimos treinta años.
En fin, una de las periódicas diatribas del Pasquinete 12, esta vez con información de baja, o bajísima, calidad. En efecto, cualquiera puede conocer los “asombrosos” datos que descubre con sólo tipear los nombres propios que allí aparecen en el Google. No me explico por qué, si todo responde a un pequeñísimo número de trasnochados, le dedican al tema la nota de tapa y cuatro subnotas. Aunque, pensándolo bien, es fácil de explicar. Saben exactamente dónde poner el objeto de su odio.
Pero me voy a dedicar a una de las subnotas, firmada por Sergio Kiernan, quien es el titular en Argentina de la Jewish Telegraphic Agency, titulada Redes y cajas chinas. El autor demuestra que, en realidad, los católicos reaccionarios argentinos, no son más que cuatro pelagatos que, utilizando sellos de goma y apelativos diversos, pretenden aparecer como multitud. El impresionante listado de asociaciones católicas busca “disimular la escasez de gente y hacer pensar que los proverbiales cuatro gatos locos son legión”.
El autor pasa lista a un buen número de nombres, todos ellos conocidos por nosotros y, como corresponde, todos ellos enemigos del Wanderer, y desenmascara a las instituciones, asociaciones, librerías y sellos de gomas desde los que operan. En fin, nada que no sepamos.
Pero hay algo verdaderamente preocupante en la nota: todo lo que dice es verdad. Es decir, los católicos reaccionarios argentinos somos cuatro gatos locos. Y menos mal que no se ha enterado que estamos irreconciliablemente peleados entre nosotros. Una innegable realidad trágica.
No vamos a discutir ahora si son convenientes o no las acciones realizadas por los abogados católicos. Lo cierto es que nadie había hecho nada frente a la putimonio. JB, desde su oculta sede cardenalicia, se había limitado a señalar el problema legal que ese acto acarrearía. No era cuestión de hablar de orden natural, por ejemplo; no sea lo confundieran a él también con los reaccionarios. Pero la realidad es que los católicos, y no hablemos ya de reaccionarios o progresistas porque este tema no admite esas divisiones, no tenemos una think tank respetable. O, dicho de otra manera, no tenemos intelectuales católicos.
En verdad creo que la escasísima especie de los intelectuales católicos argentinos se extinguió hace ya varios años. Repasemos un poco lo que hay.
No quedan casi revistas católicas serias, canal casi natural de expresión de esa intelectualidad. Criterio apostató hace rato (basta ver su misión) y Cristo Hoy cumple más bien que mal una función pastoral y masiva, pero del todo ineficaz en cuanto a influencia en la opinión pública. Queda Gladius, un limitado órgano de divulgación con un poquito más de nivel que la antiguo Esquiú. Muchos se enojarán por esta afirmación pero a las pruebas me remito, y los invito a hojear el último número (74), deteniéndonos en los artículos.
1) Un relato de Nicolás Kasanzew de su encuentro con Solyenitzin. Interesante, pero es divulgación.
2) Un artículo acerca de las fuentes de la ley natural en Tomás de Aquino. En el primer párrafo, la autora hace referencia a la “filosofía de la acción” de Santo Tomás de Aquino, algo que, por cierto, no existe, y las únicas referencias comprobables que aporta, fuera de obra de Tomás de Aquino, es a Cicerón. Ni una sola referencia a la autoridad mundial en ese tema preciso que, casualmente, es una investigadora católica argentina (Laura Corso de Estrada), ni a ninguna otra bibliografía. Es decir, el articulito es solamente una divulgación del tema o, si quieren, una reflexión bienintencionada de la autora sobre los textos tomasianos.
3) Un artículo sobre el sentido de la educación en Tomás de Aquino. Como dice en el acápite, se trata de una conferencia pronunciada en el colegio Catherina de Fasta. Es decir, divulgación, y de la mejor.
4) La ¡cuarta! parte de un artículo sobre el excelente libro de Marie-Christine Ceruti-Cendrier sobre la desmitologización de los Evangelios que es, como el autor dice, una “enumeración de los argumentos identificados por la autora”. Es decir, divulga un libro escrito en francés para los que nos saben francés.
5) Un artículo sobre la psicología moderna a partir de la Veritatis Splendor. Ya de entrada, de científico no tiene nada cuando se pretende juzgar una ciencia experimental a partir de una encíclica polaca, pero todo se resuelve en las palabras que encabezan la conclusión: “La psicología moderna es limitada. Son sus bases una filosofía antimetafísica, una satánica psicología y una herética teología”. Toda una declaración de principios que eximen cualquier comentario.
6) Un muy breve comentario a Macbeth de Shakespeare.
Luego vienen comentarios al paso sobre noticias que al redactor le parecieron relevantes y termina con la reseñas a libros escritos por amigos y, cuando no es el caso, libros de divulgación altamente conocidos como los de Régine Pernoud.
En definitiva, Gladius es una revista de divulgación con cierto nivel. ¿Y eso está mal? No, al contrario, está muy bien. Y esperemos que siga saliendo por muchos años. Pero no nos confundamos, Gladius no es una revista de la intelectualidad católica argentina. Y, si lo fuera, estaríamos peor de lo que creo.
Y si pasamos a los libros católicos argentinos, nos encontramos con un panorama similar. Excelente divulgadores que publican en buenas ediciones (nobleza obliga reconocer la excelente edición que realizó el IVE al libro de divulgación sobre el Ché Guevara de Díaz Araujo), pero nada más que eso.
¿Existieron los intelectuales católicos argentinos alguna vez? Yo creo que sólo tuvimos dos: Leonardo Castellani y Carlos Di Sandro. Dejo abierta la lista. Es para discutirla.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Protestantes
Carlos V, imperial comentador de este blog, descalificó recientemente al teólogo Louis Boyer con esta argumentación: “Era pastor protestante, se convirtió al catolicismo pero parece que no dejó de protestar. El obrar sigue al ser: los protestantes protestan”. Un modo muy fácil y elemental de resolver los problemas y, además, falacia que pretende probar la verdad o falsedad de las conclusiones de acuerdo a quién es el que las afirma. Es muy fácil matar al mosquito de un cachetazo, tan fácil como callar a Bouyer recurriendo a su pasado protestante. Claro que no es válido, que es poco inteligente y, sospecho, Carlos V es lefe.
Pero no caigamos en la misma falacia imperial, y analicemos a fondo lo que subyace en la argumentación. No puede negarse la realidad: Louis Bouyer fue pastor luterano, párroco de una iglesia de esa denominación ubicada en las cercanías de las galerías Lafayette y de la estación parisina de St. Lazare, desde donde salen los trenes que van a Normandía. Se convirtió a la Iglesia católica e ingresó al Oratorio de Francia, donde fue ordenado sacerdote. Ejerció su ministerio pastoral en colegios y, fundamentalmente, en la educación universitaria en los buenos tiempos del Institut Catholique de París, y en otras universidades inglesas y americanas.
Carlos V ontologiza el protestantismo original de Bouyer. En efecto, introduce en su argumento un principio filosófico - El obrar sigue al ser – por el cual adjudica al ser de Bouyer el ser protestante de un modo sustancial, pareciera, porque no acepta en él la conversión al catolicismo. Es decir, Bouyer era sustancialmente protestante y, por tanto, no pudo convertirse en católico, como un perro no puede convertirse en gato. Carlos V no acepta la posibilidad de redención, y corta la cizaña antes del tiempo conveniente, cortando junto con ella al trigo, y al trigo de la mejor especie. Quizás le convendría leer un poco más de filosofía y, también, los pasajes evangélicos en los que se aconseja no aplicar una medida demasiado estrecha a los otros, porque con esa misma medida seremos juzgados nosotros.
Pero dejemos de lado las zopenquerías y veamos la otra cara de esta argumentación falaz. Pareciera que el buen católico no protesta. Es decir, hay que callarse, disimular, mirar para el otro lado pero no protestar. Si hay curas pedófilos, hay que callar; si hay monjas díscolas, hay que disimular; si hay obispos herejes, no hay que levantar la perdiz. “Le damos letra al enemigo”, argumentan. La cuestión es obedecer calladitos al superior de turno, y no protestar. ¡Qué ejemplo más grande de humildad!, piensan.
No sé si callar es un signo de humildad. Sí tengo por cierto que callar es mucho más cómodo que protestar. No se corren riesgos de ningún tipo. Y no me refiero aquí al riesgo de perder el trabajo o de ser asesinado (que a veces existen también), sino al riesgo que implica la fidelidad a uno mismo o, dicho de otro modo, al riesgo de ser testigos fieles de lo que vemos. Aquí me parece que está la clave: algunos vemos cosas que los otros o los muggles no ven.
¿Y por qué vemos? Porque somos profetas. Es este el sentido propio del profeta: ver lo que está delante.
¿Y por qué somos profetas? Porque en el momento de nuestra unción bautismal hemos sido hechos sacerdotes, profetas y reyes.
¿En qué sentido? Puesto que, al recibir el don de la fe, somos capaces de ver lo que quienes no tienen fe no pueden ver.
Admito que mi argumentación, tal como está expuesta, es peligrosa. Es la misma que usaron muchos, o todos, los herejillos e iluminados de la historia del cristianismo. Si pensamos en George Fox, fundador de los Quakers, o en los anabaptistas, habrán seguido seguramente esta idea. Pero, arguyo, es una verdad vuelta loca. Es decir, salida de madre. Tanto Fox como Wesley como cualquier otro, ejercieron su profecía fuera de la Iglesia, aunque no sé hasta qué punto poseían la verdadera profecía. Más bien creo que era puro fundamentalismo alocado. Y, además, no sabían.
Como esa, esta particular profecía, que puede expresarse como una protestar, debe hacerse siempre dentro de la Iglesia, que no es lo mismo que decir dentro de la clerecía. Muchas veces los protestos tendrán como objeto a los mismos clérigos, y no a la Iglesia. El ejemplo cercano y típico es Castellani. Él mismo afirma que vio, y por eso protestó, y así le fue con los obispos y los jesuitas. Kierkegaard también protestó, y así le fue con los obispos daneses. Y San Pablo también protesto contra los judaizantes, y así le fue con San Pedro. Jesús también protestó contra los fariseos, y así le fue con el Sanedrín.
- ¿Y cualquiera que ve puede protestar?
- No. Solamente los que saben.
- Es decir que en nuestro país podrían protestar solamente los intelectuales católicos argentinos que, según Ud. y Ludovico, no existen.
- Así es.
- ¿Y será que Ud., Ludovicus, Tollers, los curas barbados y todos los demás viven protestando porque saben?
- Nosotros no sabemos. Apenas si somos unos pocos poligrillos haciendo pininos. Pero sabemos que si no hacemos esos pininos, probablemente no nos salvaremos.
viernes, 20 de noviembre de 2009
La descomposición del catolicismo
lunes, 9 de noviembre de 2009
Maniqueísmo ingenuo
Hace unos días una lectora del blog, ejecutiva de una importante empresa multinacional, nos alertaba acerca del posible maniqueísmo larvado que podía existir en aquellos que rechazaban el mundo y todo lo que a él pertenece como malo y, por tanto, evitable y, aún más, aborrecible. Para nuestra lectora Aliena, el demonio no es el amo de este mundo, y ganar dinero no es tan malo como lo pintan.
Es sensata la advertencia de Aliena. El maniqueísmo ha sido siempre una tentación en el cristianismo y, al decir de Knox, cualquier entusiasmo cristiano está teñido de algún grado de maniqueísmo. Sin embargo, tampoco hay que ser ingenuos.
Ya Ludovicus advertía que negar que el Demonio sea el amo de este mundo es contradecir la palabra del Señor y la palabra apostólica. Hay que decirlo claramente, este mundo está en poder del Maligno, y ya está condenado, porque Él vino y no lo recibió. El concepto aión (o mundo, o siglo) que emplean San Juan y San Pablo para designar a este mundo, designa toda una economía temporal. “Este siglo” es este que nosotros vemos desarrollarse todavía frente a nuestros ojos, en los acontecimientos de “este mundo” en los que el diablo parece ser el amo.
Los ángeles convertidos en demonios y expulsados del cielo luego de su caída han establecido en este mundo su reinado y en él son como dioses. Y esto es así, a pesar del Opus Dei. Las expresiones de la Escritura no dejan lugar para las entelequias del marqués de Peralta. “¡Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo”, dice el Apocalipsis (12, 12). Y San Pablo tiene dos expresiones extraordinarias: O Theós tou aionos toutou, “el Dios de este mundo” (II Cor. 4,4) y en Efesios 6, 13, habla de cosmoscrátores, es decir, “gobernante del mundo” refiriéndose al demonio.
Los cristianos, excepto el Opus y Aliena, siempre han tenido presente esta realidad. Sin embargo, a veces no resulta tan claro cuando por mundo nos referimos a la creación material. ¿Está también ella bajo el poder del demonio? Yo creo que sí, aunque haya que matizar. Y hay dos argumentos. El primero tiene que ver con lo que la Iglesia hace (o hacía hasta Pablo VI) cuando bendecía o “tomaba posesión” de algo material: lo exorcizaba. “Exorcizo te, creatura salis…”, para la bendición de la sal; “Exorcizo te, creatura olei…”, para la bendición del aceite, y el terrible y largo exorcismo de los fieles cristianos que se hacía durante la bendición del agua en las vísperas de la Epifanía, que comenzaba así: “Exorcizo te, omnis immunde spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis adversarii, omnis legio, omnis congregatio et secta diabólica, in nomine et virtute Domini Nostri Jesu Christi, eradicare et effugare a Dei Ecclesia, ab ómnibus ad imaginem Dei conditis…”. Alguien podrá decir que se trata de interpretaciones propias de la iglesia medieval o de los temerosos hombres primitivos. Sin embargo, la Iglesia hacía en su liturgia solamente lo que hicieron los apóstoles en su primera misión: echar a los demonios para tomar posesión, en nombre de Dios, de las cosas materiales.
El segundo argumento tiene que ver con la actitud de los primeros cristianos. Siempre me he preguntado por qué ellos aborrecían de tal modo quemar incienso frente a los ídolos. Un buen razonamiento podría decir que, si los ídolos son falsos, es decir, madera o bronce o piedra, quemar incienso ante ellos no significa nada, puesto que no es más que hacer humo perfumado delante de algunos elementos naturales. ¿Qué tanto mal habría en ello? La razón es mucho más profunda, y la encontré en Bouyer.
Si el ídolo es un pedazo de madera, de piedra o de metal, rendirle culto a ellos es rendirle culto a Satanás: “lo que sacrifican lo gentiles a los ídolos, lo sacrifican al demonio”, dice San Pablo (I Cor. 10, 19-22). Artemisa, o Baal o Astarté no son fantasías de madera, de piedra o metal; son falsos dioses, es decir, ángeles caídos, pero dotados en la tierra de un poder malvado y demasiado real. Ellos lograron hacerse adorar por los hombres bajo la cubierta de los elementos de la naturaleza que le están momentáneamente sometidos (Col. 2, 8-20). Así entendida, la idolatría de los elementos de este mundo no es otra cosa que la revelación del diablo y de sus ángeles en tanto se han convertido en señores de este mundo.
Demás está decir, claro, que no se trata hoy solamente de adorar madera o bronce o piedra. Es más peligrosa aún la adoración del dinero. Más allá del enigmático poder que tiene este poderoso señor que, a diferencia de cualquier otro bien material, jamás sacia, como explica Santo Tomás en la Summa, se trata nada más, y nada menos, que de adorar al príncipe de este mundo. Sólo así se entienden las palabras del Señor que hablan de la dificultad de que un rico se salve.
Castellánicamente hablando, es como pretender trepar un barranco después de la lluvia, todo barro, los yuyos flojos y un tipo arriba que nos empuja para abajo.
domingo, 1 de noviembre de 2009
Tiempo
Inesperadamente, el comentario de un lector ha dado lugar a una interesante discusión. La cosa es si conviene tener un conchabo en el Estado, más o menos bien rentado (alguien hablaba de $ 10.000 mensuales) o trabajar en un buen estudio particular que permita mayores ingresos.
Cada una de las opciones tiene sus ventajas: el Estado permite la seguridad del salario que llega puntualmente a fin de mes. Con un buen jefe, o si lo somos nosotros, disponemos de tiempos para nosotros mismos durante el trabajo y estamos de regreso temprano en casa. Las desventajas son que la regularidad del estipendio mensual implica, también sus límites y pocas perspectivas de crecimiento y, además, la existencia a veces gris y anodina del funcionario que tan bien describe Dostoiesvsky en varias de sus novelas.
Para el segundo caso, las ventajas son que un ingreso mayor otorga mayor libertad a la hora de decidir cosas bastante importantes como la educación de los hijos o el lugar dónde vivir, además de posibilitar el progreso personal en la propia profesión. La desventaja es no tener tiempo para uno mismo sino estar siempre dependiendo del cliente que no tiene horarios para consultar, y tampoco para pagar. Y, también, el peligro que bien señalaba alguien en el blog de caer en la tentación del dinero que, como dice Santo Tomás, nunca sacia, y siempre exige quiere más.
Sin embargo, me parece que lo que está en el fondo de la discusión es el tiempo. Es decir, cuál de las dos opciones nos da más tiempo para hacer lo único importante. Pieper diría cuál trabajo nos deja más tiempo para no trabajar y estar ociosos. No está de más recordar que trabajamos para no trabajar, y que lo ideal es trabajar lo menos posible, digan lo que digan los opusdeístas.
¿Holgazanería? No, simplemente vacare Deum. Como decía PL – si mal no recuerdo – que no es posible la vida cristiana en serio sin contemplación, es decir, sin theoría. No es cuestión de trabajar poco para hacer otras cosas, por más santas que sean. Por ejemplo, y dicho con brutalidad, no es cuestión de trabajar poco a fin de tener tiempo para hacer apostolado. La cosa es tener tiempo para no hacer nada. La acción se caracteriza siempre por la transitoriedad. En el cielo no habrá acción. Habrá pura contemplación. Y la idea es empezar a tener un poquito de cielo aquí en la tierra.
Cada uno tiene su propio camino espiritual, que se adapta a las circunstancias concretas de su vida. Eso es verdad. Pero me parece bastante difícil avanzar en la perfección del conocimiento de Dios – y me refiero al conocimiento interior que nos enseña el Espíritu- sin espacios diarios de contemplación o, si se prefiere el término, de oración. Y no hablo aquí de fenómenos místicos y mucho menos de meditación ignacianista; hablo, por ejemplo, de la lectio o de la lectura contemplada de
Y, para lograr esto, me parece que es más fácil con el empleo en el Estado. Pero claro, como dice un pensador argentino contemporáneo, puede fallar. Es decir, no siempre funciona, y por muchas razones.
Por ejemplo, la búsqueda del “no hacer nada” puede comenzar a ser motorizada poco a poco por la pereza y, entonces, será cuestión de no hacer nada para hacer cosas que creemos muy importantes, porque son en apariencia apostólicas y porque permite roscas políticas y triunfos pasajeros, casi siempre del orden estrictamente temporal. Y la pereza, insensiblemente enseñoreada de la situación, terminará por justificar ya no el trabajar en el Estado sino medrar en el Estado, lo cual es un vicio tan funesto como el que podría tener el denostado gerente que se pasea en automóviles importados con asientos de cuero.
Otra falla que puede tener, y que he visto en varias ocasiones, es que provoca disgustos familiares. Quiero decir, los hijos no siempre lo entienden y, entonces, o bien rumbean para el lado opuesto, o bien son incapaces no sólo de trabajar en el Estado, sino de trabajar lisa y llanamente, empezando todo sin terminar nada, desembocando al fin en una depresión más o menos disimulada y acusando de por vida a su padres por la educación que le dieron y, sobre todo, por la que no le dieron. Conozco varios casos, y me llaman la atención. Sería bueno tratar el tema algún día en el blog.
La cosa es, en definitiva, de tratar de vivir en la tierra lo más parecido posible al cielo, donde sólo habrá ocio, es decir, nada de acción y pura contemplación. Cada uno verá cuál es el mejor modo que tiene para alcanzarlo.
(Me va a interesar sobremanera el comentario de Ludovicus)