La traducción de un texto de Mons. James Byrnes, del clero de la arquidiócesis de New York, es más que interesante. Ha aparecido en otros blogs católicos y vale la pena difundirlo:
Casi 30 años atrás, en Abril de
1985, Coca Cola Company anunció su plan de cambiar la fórmula del
"refresco más popular del mundo"; lo cual se hacía, como contó
después la empresa, porque Coca estaba perdiendo posiciones frente a Pepsi en
el mercado mundial, y con el objeto de hacerla más atractiva para el gusto
moderno (por lo tanto, más rentable). La decisión implicó cambiar la fórmula de
su producto estrella, luego de 99 años de éxito.
Hay que aclarar que el cambio se
hizo tomando ciertas providencias. Se realizaron pruebas de sabor a 200.000
consumidores que se definían a sí mismos como "tomadores de Coca".
Mientras muchas de estas pruebas dieron resultados positivos, entre un 10 y un
12 % de los "tomadores de Coca" dijeron que no comprarían el nuevo
producto, para el caso de que reemplazara al tradicional.
Siguiendo el resultado positivo
de la prueba, Coca Cola siguió adelante con lo planeado y efectuó el cambio.
En ese momento, no había nadie en la compañía que pudiera predecir lo que
iba a pasar en los próximos 79 días.
La gente llamó a la empresa a un
ritmo tres veces mayor que el normal, para manifestar su indignación por la
alteración de la fórmula tradicional. Algunos incluso comenzaron a acaparar
envases de la "vieja" Coca en sus hogares. Llegaron cartas al
Edificio Central de Coca Cola que insultaban a los directivos que habían
aprobado tan tonta idea. ¡Y esto antes de que el nuevo producto hubiera sido
comercializado fuera de los Estados Unidos!
Es interesante puntualizar lo que
Coca Cola piensa ahora de aquella situación, y qué es lo que no se tuvo en
cuenta: "la legendaria fórmula secreta de la Coca, fue cambiada por
otra que había sido la preferida en las pruebas de degustación realizadas a
cerca de 200.000 consumidores. Lo que estas pruebas no mostraron, por supuesto,
es el vínculo que sentían los consumidores con su Coca Cola, algo que no
deseaban ver manipulado por nadie, ni siquiera por la empresa que la
fabricaba".
Luego de estos movidos 79 días,
Coca Cola anunció que continuaría fabricando la versión tradicional. La gente
había hablado y los gerentes escuchado. Se continuaría vendiendo la nueva
fórmula bajo el nombre de "New Coke", mientras la fórmula tradicional
sería llamada "Coke Classic". Sin embargo, a principios de los años
90 la "Nueva Coca Cola" fue retirada del mercado, y la "Coca
Cola Clásica" volvió a ser llamada simple y llanamente "Coca
Cola".
Dignas de mención son las
lecciones que Coca Cola dijo haber aprendido de este fracaso: "Los
acontecimientos de la Primavera y del Verano de 1985 -las lumbreras de la mayor
metedura de pata del marketing del siglo XX, el acaparamiento de la vieja Coca
por parte de los consumidores, las llamadas de protestas de miles de personas-
cambiaron para siempre el pensamiento de la empresa". Como mencionamos
arriba, sus directivos recibieron el mensaje y lo recordarían por largo tiempo.
Otro punto interesante son los
comentarios realizados por los adictos a la vieja Coca Cola. Según la misma
empresa "Grupos de protesta, como la Sociedad para la Conservación
del Verdadero Sabor y Bebedores Americanos de la Vieja Coca Cola (que se
arrogaba haber conseguido el apoyo de 100.000 personas a su campaña), surgieron
por todo el país. Se escribieron canciones en honor al viejo sabor. En una
protesta realizada en el centro de Atlanta en Mayo del 85, se vieron carteles
con leyendas como: "Queremos el verdadero sabor" y "Nuestros
hijos nunca conocerán un refresco"" .
Hoy día, aunque en la compañía
traten de darle una interpretación diferente, casi todo el mundo está de
acuerdo en que éste probablemente haya sido el mayor fiasco en la historia de
la empresa y del márketing.
Mientra Coca Cola sostiene que
cambiar la fórmula fue un "riesgo inteligente", la mayoría acuerda
que si bien fue un riesgo, estuvo lejos de ser inteligente. Es también más que
probable que la empresa nunca vuelva a tomar un riesgo como ese.
Como en este punto es probable
que estén pensando por qué les cuento este acontecimiento de la historia
empresarial norteamericana, voy a ir al grano. Las similitudes entre los
pensamientos y las acciones de la empresa Coca Cola en aquellos meses de 1985,
tienen una semejanza que asusta con el cambio ocurrido en la práctica litúrgica
de la Iglesia luego del Concilio Vaticano II.
Como es sabido, luego del
Concilio, un grupo de expertos fue llamado a implementar el Decreto sobre la
Sagrada Liturgia (Sacrosanctum Concilium). Este grupo, denominado Concilium (ad
exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia), tomó la Liturgia de la Iglesia
que había permanecido sustancialmente invariable por cerca de 1500 años, y
desarrolló un nuevo producto (el Novus Ordo Missæ o Misa Nueva), el cual creían
se ajustaría mejor al gusto del hombre moderno.
Hicieron algunas "pruebas de
sabor" encontrando que a muchos de los integrantes de los grupos de prueba
les agradaba, aunque a un número bastante significativo no. De todas formas,
siguieron adelante con el cambio e introdujeron, bajo la autoridad del Papa
Pablo VI, la Nueva Misa en el Adviento de 1969; removiendo con eficacia el
"viejo" producto de los anaqueles (aunque el Papa Benedicto XVI nos
ha recordado que la Misa antigua nunca ha sido abrogada).
La introducción de la Nueva Misa
fue seguida por una ola de protestas proveniente de muchos sectores, mientras
muchos católicos se preguntaban por qué el cambio.
Y aquí es donde, lamentablemente,
las similitudes entre la Coca Cola y la Iglesia Católica llegan a su fin.
Mientras la empresa se dio cuenta de que se había ido demasiado lejos al
reemplazar la venerada fórmula tradicional, la Iglesia Católica Romana (al
menos en las palabras y las obras de la mayoría de su jerarquía y presbiterio)
sólo ignora o trata de reprimir a los que claman por la Misa Tradicional. Gente
que frecuentemente ha sido ridiculizada por hacer comentarios similares a los
de los que protestaban por la Coca Cola: "Queremos el verdadero
sabor", "Nuestros hijos no conocerán el refresco".
Durante los últimos 40 años no
han disminuido las protestas, pero tampoco ha disminuido el ridículo y la
opresión de que son objeto los que buscan la Misa Tradicional (no obstante la
Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI).
Esto sería comprensible si la
Nueva Misa hubiera logrado lo que fue llamada a hacer, a saber: incrementar la
devoción y la fe, y hacer ésta más clara para el católico actual.
Desgraciadamente ha ocurrido lo
contrario: el número de católicos que asisten a la Nueva Misa ha disminuido de
manera constante, al igual que las vocaciones al sacerdocio y a la vida
religiosa, por no mencionar la disminución del conocimiento que de la fe tiene
una amplia mayoría de los católicos que todavía asisten a la Misa dominical.
¿No les parece que, al
confrontarse con estos hechos, la jerarquía de la Iglesia debería cuestionar el
valor de "la nueva fórmula", y comenzar a preguntarse si este
experimento no ha sido un fracaso en todos los niveles?
En su lugar, se nos dice
constantemente que el problema no es del producto, sino más bien de la forma
como se lo comercializa o como se lo consume (haciendo una analogía
empresarial).
En términos más eclesiásticos, se nos dice que el problema no es el Novus Ordo
Missæ sino de la mala forma en que fue implementado durante los años 70; o que
aquellos que habitualmente hacen caso omiso de sus rúbricas, son los culpables
de que no haya logrado los frutos que de él se esperaban. Se nos dice hasta el
cansancio que de ninguna manera el Novus Ordo pueda ser el causante de todo
esto.
Por favor, no me malentiendan,
así como la "Nueva Coca" era Coca como la "Clásica", la
Misa Nueva es Misa, válida y legítima, pero al igual que en la "Nueva
Coca", hay algo que se ha perdido de la fórmula tradicional, y ese algo no
puede ser ignorado, y es deseado por muchos que han "probado" la
fórmula tradicional.
Sólo 79 días les llevó a los
ejecutivos de Coca Cola darse cuenta de que habían cometido un error, y eso
antes de que hubiera una declinación apreciable en sus ventas o en la
participación en el mercado.
¿Por qué, oh por qué, la
jerarquía de la Iglesia Católica, luego de 40 años de ver declinar sus números
en casi todas las categoría mensurables, y de aparecer, al menos en los Estados
Unidos, más y más como una empresa, no comienza a preguntarse si el problema no
estará en el producto más que en el consumidor?