Vosotros, humanistas modernos,
que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas,
conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo:
también nosotros—y más que nadie—somos adoradores del hombre.
Pablo VI
Discurso de clausura del Concilio Vaticano II
Pronunciado el 7 de diciembre de 1965 (n. 5).
¿Conferidle? ¿Conferidle mérito? ¿A quién? Falta el sujeto de la frase (y en el párrafo anterior no hay indicación alguna de cuál podría ser… quizás el mismísimo Concilio…, o “la espiritualidad del Concilio” que aparece varios párrafos atrás—pero vaya uno a saber).
Una vez más, como siempre, estos textos procedentes del Vaticano vienen con omisiones, errores, malas interpretaciones y estupideces que uno no sabe si atribuir a la fuente o a los traductores. Habría que ver el texto original en italiano, pero a mí, qué quieren que les diga, me da fiaca.
Igual, sobre el final, aquello de que “somos adoradores del hombre” no hay duda alguna. Y era, claro está, lo que queríamos destacar aquí.
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Ocurre que hace algún tiempo un amigo nos instaba a tratar de jerarquizar, poner por orden de importancia, por orden de gravedad, todos los dichos escandalosos, los faux pas, errores, papelones, bromas, herejías, blasfemias, imbecilidades, contradicciones, inconsistencias y non séquitur de nuestro Papa, infelizmente reinante.
Me dejó pensando. Por lo pronto, por la cantidad incontable de cosas que viene diciendo desde hace casi tres años a esta parte. El sólo número, la sola cantidad de dichos a sopesar de sus discursos, homilías, entrevistas y malhadadas conferencias de prensa (destácanse cuando son a bordo de un avión), son como para intimidar a cualquiera. Y nosotros que—por decir lo menos—no somos papólatras y que en el fino fondo de nuestras pobres almas nos importa un rábano lo que este pardillo pueda decir, no venimos siguiéndolo día a día, paso a paso, ni por pienso.
Eso no le haría bien a nadie. Antes, querríamos leer a Minucio Félix o a Evagrio Póntico, no sé si me hago entender.
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Pero, por la fuerza de los medios masivos de comunicación, por el mal que este sujeto le hace a la pobre gente sin formación, que quiere acertar sino que anda como ovejas sin pastor, algo de atención le hemos prestado, a pesar de todo y muy a nuestro pesar. Por defender a esos pobres cristianos que no tienen por qué saber que tienen por pastor a un lobo disfrazado de tal; sí, algo de atención, alguito de eso, le hemos prestado, sí señor.
¿Por dónde empezar, pues? ¿Qué es lo más grave, qué es lo peor de este Pontífice? ¿Qué cosas son las peores? Y entre otros asuntos: ¿lo que hizo o lo que dijo? ¿Cuál es la nota distintiva de su pontificado, qué cosa hay que señalar en primerísimo lugar, de dónde emanaría todo lo demás?
Como ven, la cuestión no es nada fácil. Más fácil, mucho más fácil— aunque es tarea, por cierto, en modo alguno desdeñable (ni tampoco tan fácil, no vayan a creer), la que acometen los del Denzinger-Bergoglio, desemenuzando, palabra tras palabra, frase tras frase del Papa Francisco, para luego cotejarla con lo que han dicho nuestros Mayores, con lo que consta en la Tradición, o, por lo menos, en el magisterio quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus.
Pero aquí nuestro amigo pedía síntesis. ¿Qué es, sencillamente, lo peor de este papa, lo más malo de este papado, hacia dónde apuntar para dar en el centro de su tenebroso corazón, cómo acertar con el origen mismo de sus canalladas, de su horrible falta de buen gusto, de sus gestos plebeyos, de sus macabras bromas (como la que le hizo al chico ese que juntaba las manos en clásica pose de oración: “¿Qué, tenés las manos pegadas?”), de los denuestos, insultos e improperios que le encanta dedicar a la mejor gente mientras se goza en la compañía de maricones y lesbianas, de drogadictos impenitentes, delincuentes contumaces, políticos ladrones, frívolos periodistas e incorregibles prostitutas orgullosas de serlo y de ser modelos para centenares de adolescentes; éste que se destaca por sus increíbles omisiones cuando de mártires se trata, que se dedica a insultar a las madres de numerosa prole, que se caracteriza por un odio invencible hacia los que luchan en contra del aborto, que se complace en ejercicios exegéticos bordeando la blasfemia cuando quiere explicar este o aquel otro pasaje de la Escritura… de dónde procede su gusto por infringir cuanta rúbrica litúrgica se le cruza en el camino, incluso negándose a doblar las rodillas frente al Santísimo Sacramento (no así cuando se trata de lavarle los pies a una musulmana)?
Y así podríamos seguir y seguir: pero no hemos dado en el blanco; o bueno, quizás debiésemos decir en el punto negro que es el centro de su pensamiento (pero eso es una estupidez, no lo tiene); o en el centro de su corazón (pero esa es otra estupidez, pues aquí rige aquello de “no juzgar”).
Con todo, don Wanderer, excúseme Ud. (and I speak under correction) aquí lo que provisoriamente creo.
Yo creo que Bergoglio, el Papa Francisco I, es el anti-Mikael.
¿Qué quiero decir con esto? Bueno, resulta relativamente fácil de comprender: si Mikael, el nombre del Primer Arcángel, quiere decir ¿Quién como Dios?, destacando la Omnipotencia, la Gloria, la Majestad, las Prerrogativas, los Privilegios, la Magistratura, la Judicatura de este, el Señor de los Ejércitos con sus carros y caballería, el Esplendor de este Rey de reyes, Juez de jueces, el “totalmente Otro” (Orígenes), el Absoluto, el Trascendente, el que está “más allá de todo” (Agustín), ante el cual cuando aparezca en su Parusía “hasta el justo temblará” (Tomás de Celano, secuencia del Dies Irae), ante ese Dios, ese que le pregunta a Job dónde estaba cuando Él hacía las montañas, ese que le dijo a los fariseos “antes que Abraham fuera, Yo soy”… ese Dios, el Dios de nuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios verdadero de Dios verdadero… ese Dios que ensalza San Miguel Arcángel, que alaban los nueve coros angélicos en compañía de la Comunión de los Santos, de la Iglesia Triunfante en unión con la Purgante y la Militante… ese Dios… el que describe el salmo 28 cuya voz hace estallar al desierto en llamas… el que, como promete el Apocalipsis, regirá las naciones con cetro de hierro…
Es el Dios que nos inspira temor de Dios, el principio de la sabiduría.
Ese Dios es el que esssteee infeliz, este usurpador, este ignorante y Gran Pelafustán no reconoce, no identifica, no alaba, ante el cual no dobla su rodilla y al que se niega a servir, ignorando sus leyes y decretos, menospreciando sus ordenanzas y mandatos y persiguiendo a sus santos servidores.
No sé si me explico.
De aquí emana su relativismo, todas las religiones son iguales, segual.
De aquí que no quiere “proselitismo” (antes se llamaba evangelización) y mucho menos respecto de los judíos.
De aquí su ignorancia de las Escrituras, de la exégesis de los Padres, de aquí su menosprecio de las definiciones de los concilios, de las precisiones de los doctores.
De aquí su absoluto desprecio por las indicaciones litúrgicas, por los modos indicados para adorar, alabar y servir a Nuestro Señor.
De aquí procede su resentimiento e inclinación “democrática” en el sentido que decía C.S. Lewis, que nunca la chica linda le dice a la fea “te quiero decir que soy igual que vos”. No, es la fea, la que dice cosas así…
Este tipo odia la Jerarquía: odia la Verdad, el Bien y la Belleza.
Es el plebeyo por excelencia.
Y por eso es el anti-Mikael.
De aquí procede su indiferentismo, su increíble falta de gusto, su irremediable cursilería, sus preferencias en materia estética…
De aquí también, su Papolatría (“¡No seas egoísta!”), su afán por las tapas de las revistas de moda, su sistemática pesca por el reconocimiento del mundo, por el premio Nobel (y si no, ¿por qué ir a Suecia? Allí no quedan ya Luteranos…), su deseo de que el día de mañana, a él también lo canonicen (como a casi todos sus predecesores).
A lo mejor sueña con una calle que lleve su nombre, o una estatua que presida alguna plaza… qué sé yo (“Caído de Dios, te caerás de ti mismo” decía, otra vez, San Agustín).
Pero, ¿qué era lo que pedía Pablo VI, hace cosa de 50 años atrás?
¡Ah sí! Que los “humanistas modernos” reconozcan que nosotros (nosotros, los de la Iglesia Conciliar, claro está) somos—más que ellos—“adoradores del hombre”.
Adoradores del hombre que aprendimos de Satanás una lección allá por los principios de su historia y que hoy constituye nuestro lema: Non serviam.
Ante ellos, ante nosotros y ante el Papa actual, ruge San Miguel Arcángel con toda su voz:
¿Quién como Dios?
¿Qué, no oyen su voz? Pues entonces lo siento mucho.
No hay peor sordo que el que no quiere oír.
Jack Tollers