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lunes, 29 de febrero de 2016

Zelus domus tuae

Nevó la mañana siguiente a mi arribo, durante la Semana Santa. Nos levantábamos para Maitines cuando aún era de noche, envueltos en nuestros abrigos porque el frío era glacial, y nos deslizábamos semidormidos escaleras abajo hacia la iglesia abacial, una enorme caverna gótica, en oscuras absolutamente salvo por la roja luz de la lámpara del sagrario que brillaba al fondo. Lo único que podía ver era mi respiración, como algo blanco y fantasmal. Y luego aparecieron los monjes en fila, casi sin hacer ruido salvo por el suave sonido del arrastrar de su hábitos, negro sobre negro en la oscuridad. Entonces se encendieron algunas pequeñas lámparas que parecían incluso aumentar el silencio, si esto fuera posible. Los monjes permanecieron de pie en sus sitiales que descendían como tribunas a ambos lados del altar mayor. Apenas podía verlos como sombras silenciosas mientras se encendían las quince velas de un gran candelabro. Escuchamos un ruido e, inmediatamente, los monjes cayeron de rodillas. Luego, todos se levantaron. Y escuché nuevamente esa voz que no pertenece al tiempo y que se elevaba en las sombras, alta y clara como un grito:

Zelus domus tuae comedit me et opprobia exprobrantium tibi ceciderunt super me.

El celo de tu casa me consume, y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí. 

John Senior, en La restauración de la cultura cristiana, describiendo su primera visita a la abadía de Fontgombault.

jueves, 25 de febrero de 2016

En el fondo...

Vosotros, humanistas modernos, 
que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, 
conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: 
también nosotros—y más que nadie—somos adoradores del hombre.
Pablo VI
Discurso de clausura del Concilio Vaticano II
Pronunciado el 7 de diciembre de 1965 (n. 5). 


¿Conferidle? ¿Conferidle mérito? ¿A quién? Falta el sujeto de la frase (y en el párrafo anterior no hay indicación alguna de cuál podría ser… quizás el mismísimo Concilio…, o “la espiritualidad del Concilio” que aparece varios párrafos atrás—pero vaya uno a saber). 
Una vez más, como siempre, estos textos procedentes del Vaticano vienen con omisiones, errores, malas interpretaciones y estupideces que uno no sabe si atribuir a la fuente o a los traductores. Habría que ver el texto original en italiano, pero a mí, qué quieren que les diga, me da fiaca.
Igual, sobre el final, aquello de que “somos adoradores del hombre” no hay duda alguna. Y era, claro está, lo que queríamos destacar aquí. 

* * *

Ocurre que hace algún tiempo un amigo nos instaba a tratar de jerarquizar, poner por orden de importancia, por orden de gravedad, todos los dichos escandalosos, los faux pas, errores, papelones, bromas, herejías, blasfemias, imbecilidades, contradicciones, inconsistencias y non séquitur de nuestro Papa, infelizmente reinante. 
Me dejó pensando. Por lo pronto, por la cantidad incontable de cosas que viene diciendo desde hace casi tres años a esta parte. El sólo número, la sola cantidad de dichos a sopesar de sus discursos, homilías, entrevistas y malhadadas conferencias de prensa (destácanse cuando son a bordo de un avión), son como para intimidar a cualquiera. Y nosotros que—por decir lo menos—no somos papólatras  y que en el fino fondo de nuestras pobres almas nos importa un rábano lo que este pardillo pueda decir, no venimos siguiéndolo día a día, paso a paso, ni por pienso. 
Eso no le haría bien a nadie. Antes, querríamos leer a Minucio Félix o a Evagrio Póntico, no sé si me hago entender.

* * *

Pero, por la fuerza de los medios masivos de comunicación, por el mal que este sujeto le hace a la pobre gente sin formación, que quiere acertar sino que anda como ovejas sin pastor, algo de atención le hemos prestado, a pesar de todo y muy a nuestro pesar. Por defender a esos pobres cristianos que no tienen por qué saber que tienen por pastor a un lobo disfrazado de tal; sí, algo de atención, alguito de eso, le hemos prestado, sí señor. 
¿Por dónde empezar, pues? ¿Qué es lo más grave, qué es lo peor de este Pontífice? ¿Qué cosas son las peores? Y entre otros asuntos: ¿lo que hizo o lo que dijo? ¿Cuál es la nota distintiva de su pontificado, qué cosa hay que señalar en primerísimo lugar, de dónde emanaría todo lo demás?
Como ven, la cuestión no es nada fácil. Más fácil, mucho más fácil— aunque es tarea, por cierto, en modo alguno desdeñable (ni tampoco tan fácil, no vayan a creer), la que acometen los del Denzinger-Bergoglio, desemenuzando, palabra tras palabra, frase tras frase del Papa Francisco, para luego cotejarla con lo que han dicho nuestros Mayores, con lo que consta en la Tradición, o, por lo menos, en el magisterio quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus.
Pero aquí nuestro amigo pedía síntesis. ¿Qué es, sencillamente, lo peor de este papa, lo más malo de este papado, hacia dónde apuntar para dar en el centro de su tenebroso corazón, cómo acertar con el origen mismo de sus canalladas, de su horrible falta de buen gusto, de sus gestos plebeyos, de sus macabras bromas (como la que le hizo al chico ese que juntaba las manos en clásica pose de oración: “¿Qué, tenés las manos pegadas?”), de los denuestos, insultos e improperios que le encanta dedicar a la mejor gente mientras se goza en la compañía de maricones y lesbianas, de drogadictos impenitentes, delincuentes contumaces, políticos ladrones, frívolos periodistas e incorregibles prostitutas orgullosas de serlo y de ser modelos para centenares de adolescentes; éste que se destaca por sus increíbles omisiones cuando de mártires se trata, que se dedica a insultar a las madres de numerosa prole, que se caracteriza por un odio invencible hacia los que luchan en contra del aborto, que se complace en ejercicios exegéticos bordeando la blasfemia cuando quiere explicar este o aquel otro pasaje de la Escritura… de dónde procede su gusto por infringir cuanta rúbrica litúrgica se le cruza en el camino, incluso negándose a doblar las rodillas frente al Santísimo Sacramento (no así cuando se trata de lavarle los pies a una musulmana)?      
Y así podríamos seguir y seguir: pero no hemos dado en el blanco; o bueno, quizás debiésemos decir en el punto negro que es el centro de su pensamiento (pero eso es una estupidez, no lo tiene); o en el centro de su corazón (pero esa es otra estupidez, pues aquí rige aquello de “no juzgar”).
Con todo, don Wanderer, excúseme Ud. (and I speak under correction) aquí lo que provisoriamente creo. 
Yo creo que Bergoglio, el Papa Francisco I, es el anti-Mikael. 
¿Qué quiero decir con esto? Bueno, resulta relativamente fácil de comprender: si Mikael, el nombre del Primer Arcángel, quiere decir ¿Quién como Dios?, destacando la Omnipotencia, la Gloria, la Majestad, las Prerrogativas, los Privilegios, la Magistratura, la Judicatura de este, el Señor de los Ejércitos con sus carros y caballería, el Esplendor de este Rey de reyes, Juez de jueces, el “totalmente Otro” (Orígenes), el Absoluto, el Trascendente, el que está “más allá de todo” (Agustín), ante el cual cuando aparezca en su Parusía “hasta el justo temblará” (Tomás de Celano, secuencia del Dies Irae), ante ese Dios, ese que le pregunta a Job dónde estaba cuando Él hacía las montañas, ese que le dijo a los fariseos “antes que Abraham fuera, Yo soy”… ese Dios, el Dios de nuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios verdadero de Dios verdadero… ese Dios que ensalza San Miguel Arcángel, que alaban los nueve coros angélicos en compañía de la Comunión de los Santos, de la Iglesia Triunfante en unión con la Purgante y la Militante… ese Dios… el que describe el salmo 28 cuya voz hace estallar al desierto en llamas… el que, como promete el Apocalipsis, regirá las naciones con cetro de hierro…
Es el Dios que nos inspira temor de Dios, el principio de la sabiduría.
Ese Dios es el que esssteee infeliz, este usurpador, este ignorante y Gran Pelafustán no reconoce, no identifica, no alaba, ante el cual no dobla su rodilla y al que se niega a servir, ignorando sus leyes y decretos, menospreciando sus ordenanzas y mandatos y persiguiendo a sus santos servidores.
No sé si me explico.  
De aquí emana su relativismo, todas las religiones son iguales, segual. 
De aquí que no quiere “proselitismo” (antes se llamaba evangelización) y mucho menos respecto de los judíos.
De aquí su ignorancia de las Escrituras, de la exégesis de los Padres, de aquí su menosprecio de las definiciones de los concilios, de las precisiones de los doctores. 
De aquí su absoluto desprecio por las indicaciones litúrgicas, por los modos indicados para adorar, alabar y servir a Nuestro Señor.  
De aquí procede su resentimiento e inclinación “democrática” en el sentido que decía C.S. Lewis, que nunca la chica linda le dice a la fea “te quiero decir que soy igual que vos”. No, es la fea, la que dice cosas así…
Este tipo odia la Jerarquía: odia la Verdad, el Bien y la Belleza. 
Es el plebeyo por excelencia.
Y por eso es el anti-Mikael.
De aquí procede su indiferentismo, su increíble falta de gusto, su irremediable cursilería, sus preferencias en materia estética…
De aquí también, su Papolatría (“¡No seas egoísta!”), su afán por las tapas de las revistas de moda, su sistemática pesca por el reconocimiento del mundo, por el premio Nobel (y si no, ¿por qué ir a Suecia? Allí no quedan ya Luteranos…), su deseo de que el día de mañana, a él también lo canonicen (como a casi todos sus predecesores).
A lo mejor sueña con una calle que lleve su nombre, o una estatua que presida alguna plaza… qué sé yo (“Caído de Dios, te caerás de ti mismo” decía, otra vez, San Agustín). 
Pero, ¿qué era lo que pedía Pablo VI, hace cosa de 50 años atrás?
¡Ah sí! Que los “humanistas modernos” reconozcan que nosotros (nosotros, los de la Iglesia Conciliar, claro está) somos—más que ellos—“adoradores del hombre”. 
Adoradores del hombre que aprendimos de Satanás una lección allá por los principios de su historia y que hoy constituye nuestro lema: Non serviam.
Ante ellos, ante nosotros y ante el Papa actual, ruge San Miguel Arcángel con toda su voz: 
¿Quién como Dios?
¿Qué, no oyen su voz? Pues entonces lo siento mucho.
No hay peor sordo que el que no quiere oír. 
Jack Tollers



  

martes, 23 de febrero de 2016

La era de Hooper

Varios lectores del blog preguntaron, al leer la entrada anterior, quién era Hooper. Y la pregunta es razonable, ya que nadie está obligado a leer Retorno a Brideshead y, aún habiéndola leído, es posible que se les haya pasado desapercibido.
Hooper es un personaje periférico de la novela pero, a la vez, es un personaje central. Como acotó Ludovicus en su comentario, Hooper es el arquetipo del hombre común que introduce la nueva era del mundo que se abrió con el fin de la Primera Guerra Mundial, y en la que aún vivimos: la era del hombre común y del hombre plebeyo.
Hooper, en la novela de Waugh, es un hombrecillo que tiene un marcado acento vulgar y su vocabulario y modismos son equivalentes al que hoy denominaríamos el “lenguaje tinellizado”, y así representa el autor al homúnculo que hoy puebla, no solo las páginas de Retorno a Brideshead, sino mundo entero. Refiriéndose a los millones de jóvenes que murieron durante la Gran Guerra, dice Waugh en boca de Charles Ryder: “Esos hombres debían morir a fin de construir un mundo para Hooper; eran aborígenes, una plaga según lo establecía la ley, destinados a ser tranquilamente fusilados a fin de que las cosas fueran más seguras para el viajante de comercio, con sus anteojos ajustados, su apretón de manos húmedas y rechonchas y su sonrisa de dentadura postiza”. Los Hoopers son hombres que conocen el precio de todo pero el valor de nada, y cuya única progenie es la religión secular del comercio. 
Por eso, Hooper hace pareja con otro de los personajes de la novela: Rex Mottram, el marido de Julia Flyte. Ella misma lo describe como alguien “tan absolutamente moderno y actualizado que solamente pudo ser producido por esta horrorosa época. Un hombre pequeño e insignificante que pretende ser todo”. Tal como el hombre contemporáneo, es alguien incapaz de ver la vida en su aspecto espiritual, y tampoco la ve en el material. Todo en Mottram se reduce a la razón y a la actividad incesante, a calcular y a hacer cosas, muchas cosas. En él no hay espacio para la contemplación ni para la vida intelectual. 
Los Hooper y los Mottram no son hombre malvados. Simplemente, les falta curiosidad o deseo intelectual y piedad natural, y esta carencia los transforma en “hombres pequeños e insignificantes”, es decir, en hombres comunes.
¿Qué es, en definitiva, un “hombre común”? Es el hombre del montón, que no se distingue de otro. Por eso, nuestra época es la época del hombre común en la que no hay espacio para el “hombre distinguido”. Y con esta expresión no me refiero a un hombre refinado y ni siquiera a un hombre culto, sino al hombre que se “distingue” de los demás hombres por lo que es y por lo que tiene, lo cual, en la actualidad, es una empresa casi imposible. Más aún, vivimos en una época que ha enseñoreado al hombre común en los pináculos del poder, proponiéndolo como el paradigma a seguir. ¿Qué impresión causa en los hombres comunes que son nuestros vecinos la patética imagen del papa Francisco subiendo las escalerillas del avión con un portafolios negro en la mano? Que es un hombre común, que viaja por trabajo, como viaja por trabajo el viajante de comercio que hoy se hace llamar “ejecutivo de ventas”. Éste viaja para intercambiar baratijas; aquel para vender la fe a precio de misericordia. No se distinguen, ni quieren distinguirse.
El hombre de antaño -y me refiero al que vivió antes de la Primera Guerra Mundial-, era un hombre distinguido, aunque fuera pobre. Se distinguía de los demás hombres porque vivía en una pequeña aldea que tenía sus costumbres propias, sus fiestas propias, sus santos propios y hasta su propio lenguaje y modos de hablar. También las cosas que tenía en su pobre casa lo distinguían del resto, porque las cuatro sillas, la mesa y el arcón estaban hechos de la madera de un árbol que un leñador que él conocía había talado en un bosque cercano, y un carpintero, con nombre y apellido, pacientemente, había construido y tallado. Por eso, su silla, su mesa y su arcón eran distintos y se distinguían de los de su vecino. 
Hoy, todo es lo mismo y todo es común. La perversidad de las comunicaciones destruyó la distinción en el habla y en los modismos del lenguaje, como también en las modas del vestir. Todos los hombre se visten iguales y hablan iguales. Comen los mismos platos que compran en las mismas cadenas de supermercados, sea que el hombre común viva en Buenos Aires, La Rioja, París o Moscú. Los hombres comunes tienen las mismas sillas y las mismas mesas, que ya no están hechas de madera por un artesano, sino de plástico por el autómata de una fábrica. Despersonalizado, festeja las mismas fiestas que el resto de los hombres comunes y venera a los mismos santos que ya no figuran en el calendario y se llaman Shakira, Messi y Francisco.
Este es Hooper y esta es la era de Hooper.

Nota bene: Aunque no es obligatorio leer Retorno a Brideshead, es muy recomendable, como también es recomendable ver la serie que se filmó en 1981 y que es puntillosamente fiel al texto de de Evelyn Waugh. Son once capítulos y está en Youtube. No es recomendable, en cambio, la película del mismo nombre que se estrenó en 2008. Distorsiona la novela y destruye lo que el autor quiso transmitir.

Recomiendo también la película El árbol de los zuecos, de Ermanno Olmi, que no tiene un argumento consistente por la sencilla razón que relata la vida diaria en una pequeña aldea italiana de  fines del siglo XIX. Es un excelente y rápido modo de entender lo que era un hombre distinguido, en el sentido que le he dado a la expresión en esta entrada. 

domingo, 21 de febrero de 2016

Vientos de cambio

La nueva cabecera del blog es una fotografía de las ruinas de la abadía de Whitby. Se trata de un lugar mágico, situado en la cima de un acantilado que se asoma al Mar del Norte, en las costas de Yorkshire, y que carga con una historia de casi mil quinientos años. Durante siglos, entre sus muros de piedra resonaron diariamente estas palabras: Pro Ecclesia tua sancta catholica, quam pacificare, custodire, adunare et regere digneris toto orbe terrarum. En las frías noches de invierno, en las madrugadas, cuando el sol se levantaba y sus rayos  luminosos atravesaban el rosetón, y en los atardeceres, cuando las olas golpeaban con fuerza los riscos de la costa, las voces unánimes de los monjes se levantaban cantado: “Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto”. 
Pero a medidos del siglo XVI, en Inglaterra se levantó un viento helado que barrió con Whitby y sus monjes. Sólo quedaron en pie algunos muros, pocas ventanas despojadas de sus vitrales y claustros vaciados de sus cantos. La abadía quedó desierta, y hoy no es más que un sitio que recorren con asombro las manadas de Hoopers que, una vez terminada la visita, corren a comer papas fritas con las manos en el McDonald’s más cercano.
La imagen de las ruinas de Whitby, como la de tantos otros monasterios, es la imagen de la Iglesia de hoy. Es verdad que durante más de un siglo las brisas se habían tornado cada vez más frías, pero a mediados de los ’60, un viento helado se levantó desde el mar y, rápidamente, se convirtió en una tempestad que sopló incontenible, alcanzando en poco tiempo hasta los últimos rincones del orbe católico. Se vaciaron las iglesias, los monasterios y los seminarios; se dejó de escuchar el latín y las alabanzas al Dios Trino y Uno se trocaron en alabanzas a la humanidad; los obispos dejaron de enseñar el Evangelio, como sal que deja de salar, y los sacerdotes abandonaron el santuario para dedicarse a la promoción del hombre. 
Rápidamente llegaron también los Hoopers, que se instalaron en el lugar de los santos, manchando con sus manos grasientas la belleza construida con el paso de los siglos y destruyendo en pocas décadas lo que había tardado más de un milenio en ser construido. Finalmente, como coronación de la desgracia, el arquetipo de los Hoopers se sentó en el trono más elevado de la Cristiandad. Y allí está, destrozando lo poco que aún queda en pie, solazando al mundo con sus ocurrencias y monerías y ofreciendo a Moloch los despojos de la Ciudad Santa.
Las ruinas de Whitby evocan esta triste situación. Y las palabras de Evelyn Waugh la describen con poesía: 
“Hasta que una escarcha repentina vino con la época de Hooper, el lugar quedó desolado y todo la obra reducida a la nada”.
Sin embargo, las ruinas de Whitby evocan también otra cosa. Porque es posible sentir nostalgia por tierras y por épocas que nunca experimentamos por nosotros mismos. Tierras o épocas reales o imaginarias. Whitby despierta la añoranza por lo que fue y nunca conocimos pero que sabemos que, en algún sitio, aún existe. Es la experiencia de la “nostalgia divina” de la que habla el Poeta, o del San Ireneo de Arnois de la Señorita Prim. Y, a la vez, es el deseo de regresar al lugar del cual salimos y el cual nos atrae como la piedra de Magnesia atrae a los metales.


La nueva portada del blog pretende mostrar con una imagen ambas caras de nuestra época: la melancolía y tristeza, pero también la nostalgia que encierra en sí una extraña alegría que no reside en los ruidos del mundo ni en las esperanzas seculares, sino que se proyecta al hiperuránios tópos, el “lugar más allá de los cielos”, donde la abadía de Whitby aún conserva intactos sus muros, la luz del sol la inunda interminablemente a través del rosetón y sus monjes cantan con los ángeles el himno perenne al Tres veces Santo.

viernes, 19 de febrero de 2016

Francisco y el hemorroíso



El miércoles se conoció el video con la destemplada reacción que tuvo el Santo Padre, en el Año de la Misericordia, hacia uno feligrés mexicano.
Sin embargo, ayer se corrieron algunas versiones según las cuales el audio del video habría sido trucado. Según estas especies, los que en realidad dijo el Papa durante el incidente fue:

Versión 1:
"No sea egoísta. Disfrúteme, pero con moderación. Yo soy un regalo para todos, y todos tiene el derecho de poder tocarme y reverenciarme. Los tesoros son para ser compartidos. No sea egoísta".

Versión 2:
"¿Quién me tocó? Hemorroíso de mierda y la re puta madre que te parió".

Señores, ese que ustedes ven en el video es el verdadero Bergoglio. Las sonrisas paternales y el tono suave con el que habla cuando se encienden las cámaras es una farsa, como siempre dijimos en este blog.
El Berogoglio que conocimos los argentinos, el que sufrieron los obispos de la CEA, los sacerdotes de Buenos Aires y los jesuitas durante sus provincialato, es el hombre destemplado, cruel y furioso que vimos en Morelia.
Y, para los que quieran, un ejemplo más: vean en este video, minuto 3, 13, el modo brutal en el que cambia el rostro del papa Francisco cuando los jóvenes mexicanos comienzan a vivar a Cristo Rey.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Santidad, ¿Dónde están los 6 millones?

El Santo Padre ha dedicado muchas de sus homilías en la misa diaria de Santa Marta y en sus viajes apostólicos a alertar a los obispos y sacerdotes acerca del enorme peligro de la corrupción económica. Él mismo se ha presentado como un adalid en el intento -hasta ahora inútil-, de limpiar la Curia Romana, eliminando de ella a todos los prelados que tuviesen las manos manchadas con manejos espurios de dinero. 
Pero, ¿no habría que empezar por casa? Un lector del blog me mandó un interesante artículo aparecido en 2010 en un diario de circulación nacional y que ahora, misteriosamente, ha sido olvidado por los medios. Como verán, el texto reproduce el testimonio directo de una de las tantas víctimas del P. Jorge Bergoglio cuando era provincial de los jesuitas, en este caso, mostrando su voracidad económica que no se detenía ante nada.
Curiosamente, la víctima de Bergoglio es coincidente con el P. Kolvenbach en su apreciación sobre la salud mental del ahora Sumo Pontífice. 


Domingo, 2 de mayo de 2010

LAS CUENTAS DE BERGOGLIO
Fama, dinero y poder
La administración de Bergoglio dejó un faltante de unos seis millones de dólares en la contabilidad de la Compañía de Jesús, provenientes de aportes y donaciones que no se registraron en los libros. Un testimonio de primera mano. El acto político para el Bicentenario.
Por Horacio Verbitsky

Los buenos tiempos. El provincial Bergoglio sonriente con el joven novicio Mom Debussy.
Miguel Ignacio Mom Debussy ingresó al noviciado jesuita en 1973 y Bergoglio lo ordenó sacerdote en 1984. Dos años después se alejó de la Compañía de Jesús y recién en 1990 el provincial Víctor Zorzín firmó el decreto de dimisión como jesuita. En ese momento quedaron en evidencia los manejos económicos de Bergoglio en la administración de la Compañía de Jesús, donde se detectó un faltante equivalente a seis millones de dólares. Así lo relata el ex sacerdote:
“Cuando murió mi abuelo, la herencia se repartió entre mis dos hermanas y yo. Le entregué mi parte a Bergoglio, en su despacho del Colegio Máximo, en billetes, y ni siquiera me dio un recibo”, dice. Cuando se retiró de la Compañía supo por el provincial Zorzín que tampoco lo registró en los libros contables de la Curia Provincial. Entre 1988 y 1989, Zorzín le devolvió 7300 dólares, en tres entregas. Ese monto correspondía a la actualización calculada por el sacerdote Vicente Pellegrini, Ecónomo de la Provincia en esos años. Mom Debussy entiende que esa fue una estimación muy conservadora, ya que lo que él le había entregado a Bergoglio equivalía al valor de un departamento de tres ambientes en Recoleta. Además de devolverle el dinero, Zorzín y el ex provincial Hipólito Salvo, quien era doctor en Derecho Canónico, le explicaron que Bergoglio debería haber depositado ese dinero en una cuenta bancaria a nombre del novicio, hasta que terminara su formación y pronunciara los votos solemnes o se le negaran. “En cualquiera de los dos casos, al llegar a esta instancia está prescripta la redacción de un testamento y la libre disposición de los fondos (siempre desprendiéndome de ellos, en virtud del solemne voto de pobreza) a favor de la Compañía, o de mis familiares, o de los Bomberos voluntarios de la Boca, pero siempre según la exclusiva voluntad del testador”. En el momento de la dimisión debería haberle restituido íntegro ese y cualquier otro dinero que hubiese sido depositado en la cuenta. “De haberlo sabido y existido la cuenta y los fondos, no hubiera esperado casi cuatro años para dimitir”, dice Mom Debussy, quien vivió con mucha angustia su regreso al mundo. Cuando dejó la Compañía fue pintor de brocha gorda, empleado en la Caja de Previsión para abogados de la Provincia de Buenos Aires, profesor de filosofía en los Colegios Andersen y Lincoln de Belgrano y director de estudios de un colegio en Patricios. También se casó y ahora trabaja como acompañante terapéutico.
Mientras estaba en el Noviciado también vendió un departamento de un ambiente y medio, grande, con baño y cocina completos, alfombrado y con aire acondicionado, en Juncal entre Uriburu y Azcuénaga, para pagar los gastos médicos y de alimentación de su madre, hasta que murió en noviembre de 1975. Zorzín y Salvo le dijeron que la Provincia jesuita debería haberse hecho cargo de esos gastos y que también el dinero de ese departamento debería haberse depositado en la cuenta bancaria que nunca existió. “Bergoglio, como jesuita profeso y, más aún, como Provincial, no podía ignorar el normado y correcto modo de proceder (que yo no tenía por qué conocer, como jesuita novel que era)”. También le comentaron que la administración de Bergoglio dejó una contabilidad “plagada de omisiones y ocultamientos de ingresos (donaciones de particulares y aportes de la Curia General de la Compañía, de la Iglesia alemana y del Estado Nacional destinados al sostenimiento de los novicios y estudiantes jesuitas). Por auditorías internas y recolección de datos entre donantes y aportantes, calculaban un faltante de casi seis millones de dólares”.
La carta manuscrita en la que Mom Debussy pidió al papa que lo dispensara del celibato sacerdotal y a la Compañía de Jesús de sus votos de pobreza, castidad y obediencia, en febrero de 1989 contiene observaciones categóricas sobre el ex Provincial. Escribió que “mi relación con el p. Jorge Mario Bergoglio me despersonalizó, me impidió madurar y acabó con la poca autonomía que me quedaba”. Mom Debussy escribe que debió soportar “opresión, falsedad y desprecio”. Su ingreso a la Compañía y su ordenación sacerdotal fueron errores influenciados por “mi falta de libertad y la opresión ‘paternal’ y ‘lavado de cerebro’ provocados con el consentimiento de mi debilidad, confusión y temor a la soledad y el desprecio por el p. Bergoglio”, a quien “considero un demente en el mejor de los casos y una mala persona en muchos otros”. Luego de dos años de alejamiento, en los que “he podido conocerme mejor, sentirme un ser humano y un ser libre”, Mom Debussy dice que “prefiero este mundo pecador, donde los corruptos no pasan por virtuosos, o al menos, buscando fama, dinero y poder, no se camuflan detrás de profesiones de pobreza ni proclaman la virtud suprema de la caridad, mientras impunemente destruyen a otros seres humanos, tan hijos de Dios como ellos. Fuera de la isla eclesiástica las cosas son llamadas por su nombre y finalmente nadie engaña a nadie”. Luego de consignar que guarda un amable y afectuoso recuerdo de muchos jesuitas, concluye que “a los otros, a los mentirosos y los hipócritas, los indignos y los cobardes, ya es hora de olvidarlos”. Para Mom Debussy, “Bergoglio es un sociópata que no titubeó en someter psicológicamente a todos los jesuitas que pudo, empezando por los novicios y escolares (entre los cuales me contaba). Logró su cometido, en general. Varios de los damnificados terminamos dimitiendo de la Compañía. También, me consta, actuó sin ningún escrúpulo contra otros jesuitas (del Centro de Investigaciones y Acción Social, CIAS) y laicos allegados a la Compañía, especialmente en la Universidad del Salvador”. Cuando Ubaldo Calabresi sucedió como nuncio a Laghi, en 1981, Bergoglio lo llevó al Máximo y lo invitó a celebrar la misa en latín. “Nadie entendió nada”, dice Mom Debussy. Cuando su compañero Jorge Seibold fue designado Rector de Filosofía de la sede San Miguel de la Universidad del Salvador, Bergoglio lo hizo arrodillarse en la capilla del Máximo y decir el juramento contra el modernismo que Pio X estableció en 1910 y que estaba en completo desuso. (El contenido de ese juramento es muy similar a los cuestionamientos del cardenal Antonio Caggiano al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo). “Bergoglio se jactaba de haberlo obligado a ese juramento, y uno de sus libros de cabecera era El Príncipe”, recuerda Mom Debussy.

Pueden consultar el artículo original aquí.

Los resaltados son míos. 

lunes, 15 de febrero de 2016

Cuaresma

Aunque no nos guste demasiado, creo que hay que poner las cosas en claro con respecto a lo que realmente significa la cuaresma. Nosotros, que presumimos de católicos tradicionales o conservadores en liturgia, dogma, moral y muchas cosas más, somos bastante remisos a la hora de enfrentarnos con prácticas que implican algún tipo de renuncia física. Y yo el primero. En esos momentos, no tenemos ningún problema en adherir a cualquier argumento que nos asegure comodidad, y así, nos convertimos en devotos fieles neocones. Nos justificamos diciendo, por ejemplo, que el ayuno consiste fundamentalmente en privarse del pecado, como si ese tal ayuno no debiera extenderse a toda la vida; o que la amistad es un apostolado, lo cual está por encima de la penitencia y, por tanto, podemos ir a cuanto asado o comilona nos inviten; o que hay que ser muy cuidadoso con el ayuno y la penitencia porque el jansenismo, ese monstruo difuso que supieron crear los jesuitas, siempre está al acecho para lanzarse contra nuestras pobres almas.  
Seamos claros y sinceros. La cuaresma es un tiempo consagrado a la penitencia, y esta penitencia es fundamentalmente la práctica del ayuno, y ayunar consiste en pasar hambre. Cualquier otra cosa es modernismo o mariconería. 
“Vendrán días en los que el Novio les será quitado, y deberán ayunar”, dijo el Señor a los discípulos de Juan Bautista (Mt. 9, 14-15), y esos días llegaron. Por eso, la cuaresma fue instituida por la Iglesia en los inicios mismos de la cristiandad. Los Hechos y las Cartas recomiendan constantemente el ayuno a los primeros fieles. San Jerónimo, San León, San Cirilo de Alejandría y San Isidoro aseguran que fueron los Apóstoles quienes establecieron que la solemnidad de la Pascua debía ser precedida por un ayuno universal, que duraría cuarenta días para imitar de ese modo al Señor en el desierto.
Según muchos Padres de la Iglesia (por ejemplo, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo y San Gregorio Magno), durante los milenios que precedieron al Diluvio, los hombres solamente se alimentaban de verduras y frutas, que obtenían con el duro trabajo de labrar la tierra. Pero cuando Dios, en su misericordia, decidió acortar la vida las hombres para que no tuvieran tanto tiempo y poder para pecar, les permitió comer carne de animales, como algo adicional debido a la debilidad de sus cuerpos. Y fue también entonces cuando Noé fabricó por primera vez el vino. 
Por eso, el ayuno se entendió como la abstinencia de esos alimentos adicionales (carne y alcohol) que fueron permitidos por Dios solamente debido  a la debilidad de nuestra carne pero que no son absolutamente necesarios para la vida. Esta privación, en sus diversos grados según lo regula la Iglesia, es esencial para cualquier noción de ayuno. Dicho de otro modo, no hay ayuno sin hambre.
Durante muchos siglos, durante los cuarenta días de cuaresma no se podía comer carne, ni lácteos ni huevos ni vino. Pero, poco a poco, la práctica comenzó a mitigarse y se terminó entendiendo que ayunar consistía en tomar una sola comida al día, después de vísperas, y esto era observado durante toda la cuaresma. Con el tiempo, también está práctica se fue suavizando, adelantando la comida a hora de Nona -las 3 de la tarde-, tal como lo aceptan en el siglo XIII Santo Tomás y Alejandro de Hales. Y algunas décadas más tarde, también esto pareció demasiado, y se permitió a los fieles tomar su comida diaria a la hora de Sexta, es decir, el mediodía. 
Pero esto trajo un nuevo inconveniente: los fieles no podía resistir sin comer la segunda parte del día, por lo que la Iglesia decidió permitir una “colación” que podía ser tomada al anochecer, y consistía en un vaso de vino. Pero aún esta concesión pareció insuficiente, y se permitió acompañar la bebida con un poco de pan o frutas, pero en una cantidad tal que no implicara una segunda comida. Y algo análogo sucedió con la posibilidad de comer lácteos o huevos 
Pero la práctica de ayunar en cuaresma -tomar una sola comida-, permanecía firme. Veamos un ejemplo. El rey de Bohemia Wenceslao, solicitó al papa Bonifacio VIII en 1297 una dispensa para poder comer carne durante la cuaresma debido a una enfermedad que padecía. El pontífice envió a dos abades cistercienses para que averiguaran acerca de la naturaleza de la enfermedad real. Terminada la investigación, se le concedió al monarca lo que solicitaba con las siguientes condiciones: que debía mantener la abstinencia durante los días viernes y sábado de todo el año y en la vigilia de San Matías, que no debía comer en presencia de otros y que debía hacerlo con moderación. 
Poco a poco, y a lo largo de los siglos, fueron varios los reyes católicos que comenzaron a sufrir la misma enfermedad que el rey bohemio. Y los papas romanos comenzaron a aflojar las riendas, primero para el rey, después incorporaron a la reina, después al cocinero y después a la corte. Y nosotros, los hispanoamericanos, nos acogimos junto a los españoles, a la famosa Bula de Cruzada, que consistía en algunas gracias -entre ellas el levantamiento del ayuno y abstinencia todos los viernes del año- que concedía el Papa al rey de España y a sus súbditos a cambio de una cuantiosa limosna. En pocas palabras, se le pagaba al Papa para no ir a pelear contra los moros y protestantes y para no hacer penitencia.
Pero la penitencia cuaresmal entre los católicos no se reducía al ayuno. Durante ese tiempo, en las ciudades no habían funciones de teatro o espectáculos públicos, no se podía cazar y tampoco casar, o casi, puesto que, si alguien quería casarse en cuaresma, debía resignarse a tener una ceremonia muy sencilla y desprovista de cualquier solemnidad. Y esta disposición era coherente con lo que primero fue un mandato, y más tarde una recomendación: los esposos debían abstenerse del acto conyugal durante los cuarenta días cuaresmales. Esta recomendación permaneció elípticamente presente en los textos de las misas cuaresmales hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía en el canon 1252, que la abstinencia debía observarse todos los viernes del año, y el ayuno y abstinencia el miércoles de Ceniza, los viernes y sábados de Cuaresma, los tres días de las Cuatro Témporas, las vigilias de Pentecostés, de la Asunción de la Madre de Dios, de la fiesta de Todos los Santos y de la Natividad del Señor. El papa Pío XII -¡cuando no!, y algunos todavía lo siguen considerando un papa tradicional-, mitigó "paternalmente", en 1941 y 1949, la mayoría de estas disposiciones. 
El Código actual, en su canon 1251, dice: “Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo”. En la práctica, en nuestro país muy pocos observan la abstinencia de todos los viernes del año y, en el mejor de los casos, la reemplazan por un Avemaría o por un cigarrillo menos de lo habitual. En resumen, no queda nada de nada de las prácticas penitenciales tradicionales de la Iglesia por una sola razón: afeminamiento de las costumbres.
Las iglesias orientales en cambio, tanto católica como ortodoxa, mantienen aún las primitivas prácticas. Durante toda la cuaresma, los fieles deben abstenerse de lácteos, carnes, huevos e incluso pescado. Los únicos alimentos permitidos son el pan, las verduras, la miel y, para quienes viven cerca del mar, los mariscos. Y tengamos en cuenta que tienen cuatro cuaresmas en el año: la Gran Cuaresma, preparación para la Pascua; la de los Apóstoles, desde la octava de Pentecostés hasta la fiesta de San Pedro y San Pablo; la de la Virgen María, que comienza el 1 de agosto y termina en la vigilia de la Asunción, y la de Navidad, que dura cuarenta días. 
Y nosotros, que nos consideramos católicos de ley, no somos capaces de privarnos siquiera del asado de los viernes, aún en tiempo cuaresmal, como si la amistad supliera la obligación de la penitencia, y del hambre. Vergonzoso. 

Aclaraciones necesarias:
1. No es mi intención crean conciencia errada o escrúpulos en los lectores del blog. La obligación es cumplir con lo que la Iglesia hoy nos manda. El post simplemente pretende ser una reflexión para que veamos dónde estaba la vara hasta hace algunos años, y dónde está ahora.

2. El desarrollo histórico de la cuaresma que expuse lo he tomado de “El Año Litúrgico”, de Dom Guéranger. El dato no es menor, porque el venerable benedictino fue el principal opositor al jansenismo, no sea que alguien comience a excusarse diciendo que lo que digo no es más que jansenismo larvado. No lo es. Es sólo historia. 

viernes, 12 de febrero de 2016

El derechismo gramsciano de la Dra Pignata

(Para quienes no conocen a la Dra. Alcira Pignata, aquí pueden ver una semblanza)
Que la única batalla cultural ganada en esta década perdida por la derecha sea el éxito del blog de la Dra. Pignata es un índice de lo mal que estamos.
El kirchnerismo, parido entre miasmas cleptocráticas y clientelistas, inventó un dispositivo fabuloso para robar tranquilo: blindarse por izquierda. Néstor, agudo observador del gobierno de Menem, advirtió que el gran déficit de su gestión fue la permanente hostilidad de la izquierda argentina. Este hecho no hubiera tenido mayor importancia si el 80 % o más de los periodistas argentinos –no los medios- no fuera de izquierda. Asegurarse el flanco izquierdo es asegurarse la tropa del periodismo y consecuentemente de la opinión pública. Cuenta Ceferino Reato en su último libro que ante la requisitoria de Ramón Puerta a Kirchner respecto de por qué se inclinaba tanto a posiciones sobreactuadas de izquierda cuando habían estado toda la vida con Cavallo, el gran cleptócrata le contestó: “Ramón, la izquierda te da fueros”.
Prevemos la objeción del lector, el Lugar Común por excelencia de la menguada cultura política argentina: “la distinción izquierda-derecha está superada”. Pues para nada. Aunque sea provisoriamente, arriesgamos esta definición: derecha es la afirmación de una naturaleza humana, sustancialmente la misma a lo largo del tiempo. En consecuencia, existen derechos inmutables, valores objetivos como la justicia y la libertad, tradiciones y costumbres válidas como modo de decantarse la experiencia de los siglos. Y una Voluntad superior a la humana que ha diseñado esa naturaleza, que debe desarrollarse en su línea de perfección. El buen sentido, el sentido común, es respetar ese orden.
Izquierda es lo contrario: la afirmación de la relatividad de todo valor, la mutabilidad permanente y caótica de lo humano, carente de una esencia determinada. La guerra a toda costumbre por el mero hecho de ser tradición, la afirmación de que no existe voluntad ni ley superior a  la voluntad humana, el desdén por el sufragio callado de los muertos. El sentido común es una trampa burguesa, la red que atrapa las conciencias en el bloque cultural, afirma Gramsci.
Para decirlo de otra manera, existe el tradicionalismo o conservadurismo por un lado, el progresismo por el otro. Cuanto más se afirme un orden objetivo y una ley natural más de derecha será la persona; cuanto más se diga que el hombre tiene el derecho de darse su propia ley y orden, sin respetar naturaleza u orden alguno, más izquierda. En esta línea, por supuesto, el nazismo no deja de ser un progresismo con toques reaccionarios, inscripto en la línea de la exaltación del hombre y de su voluntad prometeica.
El kirchnerismo, que descubrió paulatinamente la coartada de la corrección política progre, fue consecuencia y a la vez causa de la modificación del bloque hegemónico cultural, como diría Gramsci. El desprecio de la cultura del trabajo, la combinación de idiotización cultural y obscenidad televisiva con sobreactuaciones varias en materia de derechos humanos, el establecimiento de una Inquisición Progre corporizada en el INADI, la increíble adopción de una ley que sólo exige inventarse oralmente el sexo para cambiar la documentación, la idea de que una minoría de personas productivas pueda mantener a una mayoría tiránica de mantenidos, entre otros cientos de delirios, permitió correr por izquierda a la sociedad argentina, a los medios y sobre todo a una pálida oposición que sólo atinaba a acompañar la mayoría de las iniciativas progres y oponerse nada más que a los más lancinantes latrocinios, privada de una crítica ideológica sistémica, de un pensamiento conservador robusto, de una orgullosa valoración de las tradiciones. La campaña progre dirigida contra los valores, llevó a votar por virtual unanimidad un Código Civil que ya no contempla la obligación de fidelidad como elemento esencial del matrimonio (cabe preguntarse entonces qué es ahora el matrimonio), habla de “personas humanas”- dicho sea de paso, no fueron kirchneristas los que interpusieron un habeas corpus por un orangután-, o exige pedir la opinión a los hijos antes de adoptar (la progresía no estableció todavía análoga exigencia a la hora en que los padres se disponen a cumplir el “officium naturae” al modo tradicional).
Ante este panorama desolador, ante este espectáculo de pluralistas uniformados por el doble pensar, en el que se podía presenciar una orgía en una universidad pública como actividad extracurricular o burlarse de las religiones,  pero se prohibía expresar dudas sobre la cantidad de desaparecidos, o de pobres, o cuestionar la enseñanza de la  homosexualidad o del uso de la marihuana a los niños, surge el fenómeno de la Dra Pignata, un desafío desaforado a la represión del pensamiento y a la soberanía intelectual de la izquierda progresista. Esta soberanía se basaba en una pretendida superioridad moral del kirchnerismo, que identificaba a la derecha con la represión, el latrocinio y la explotación, llevando a los propios derechistas a avergonzarse siquiera de proclamarse "de centro". Lo sorprendente del kirchnerismo es que aunaba un absolutismo del poder ("vamos por todo") con un relativismo radical y disolvente.
Toda represión totalitaria (y el kirchnerismo lo fue) genera reacción y humor, como réplicas lúcidas y a la vez demenciales generaba en el bufón la conducta caprichosa del Rey Lear. “Es una linda tarde para recordarles que Néstor sí se murió y que no vive en ningún pueblo”, es el twitt más repetido de la Doctora, desmintiendo la apoteosis del hombre más prosaico y vulgar que se haya intentado divinizar en la historia argentina.
Su sarcasmo desacraliza el dogma progre, delata los pliegues del ladriprogresismo,  destruye los tabúes sexuales del Estado Sacerdote y las hipocresías de nuestros periodistas bienpensantes de sueldos de diez mil dólares y de nuestros estadistas hoteleros. Lo hace con un mecanismo ingenioso: a través de la parodia de una vieja retrógrada, ninfómana y fascista que entre exabruptos varios, critica a la izquierda con fundamentos reales, desnudando su costado hipócrita, disolvente y delincuencial, su locura patológica, su alteración del orden lógico y natural. La Doctora Pignata está loca, pero el kirchnerismo está más loco, parece decir. Y el mecanismo resultó eficaz, y horadó la monolítica caradurez del Modelo y seguramente contribuyó a su derrota política y –ojalá- cultural. Conocemos sólo un ensayo análogo, el facebook de Carlos Maslatón, otra cumbre de la incorrección política, pero esa es otra historia. Wanderer, para los happy few, también ha resistido en la contracultura de derecha, pero sería irreverente comparar su exquisita línea doctrinal con la goliarda Doctora. Esperemos que haya otras iniciativas, cuanto más masivas mejor, que restauren el sentido común en la inteligencia argentina.
Bajo la máscara de una burla a la reacción-porque nadie cree en serio que la Doctora o su autor postula fusilar a los negros o exaltar a Videla y al falcon verde-, se esconde una sátira aún más revulsiva al progresismo. En la prosa falstaffiana de la Doctora, de entre la ganga y la morralla de mil disparates brutales, surge la verdad inconfundible: el kirchnerismo es una estafa, caricatura de otra, el progresismo, que a su vez es la muerte del hombre y de la civilización. Por eso los intentos de censura, porque el humor dio bajo la línea de flotación de la Inquisición Progre.  Si hasta quisieron yugular el twitter con un proyecto de ley de la inefable Diana Conti. Si buscaron su identidad bajo las piedras, acusando a un ministro macrista que respondió, con picardía pignatesca, delatando como furiosos derechistas a Patoruzú, a Isidoro, a Boggie el Aceitoso y a Susanita.
A no engañarse: la Argentina no es Inglaterra, con su vieja tradición orwelliana, ni la Doctora Pignata Paul Johnson. Pero a pesar y también con la ayuda de sus excesos y procacidades -que son un índice de la decadencia moral del pueblo argentino y que no podemos aprobar-, la Dra Pignata, con una inteligencia inédita en la derecha, desgasta, esmerila, corroe las bases del bloque hegemónico cultural progre, haciendo gramscismo de derecha. Impone el sentido común a través de la transgresión, de lo que no se puede decir, rompiendo con su declamado autoritarismo la paradoja de que los más autoritarios en este país sean los progres: de ahí su éxito. Sólo una vieja loca puede aportar cordura a un país que la ha perdido. 



Ludovicus

miércoles, 10 de febrero de 2016

Carta al Papa Francisco

A Su Santidad, el Papa Francisco
Ciudad del Vaticano
S.          /            D.
Miami, enero de 2016.

Querido Santo Padre: 
Soy judío. Cuento con la certeza, tal como la tenía Menachem Mendel Scheerson, del barrio de Crown Heights en Brooklyn, de que soy descendiente directo por vía paterna, del rey David; (también se me ha asegurado que por vía materna, desciendo del Rabino Hillel). 
Cuanto con 74 años de edad. Me convertí a la Iglesia Católica de Roma a los 17 durante el último año del pontificado del Papa Pío XII. Lo hice convencido de que tenía la obligación de aceptar y creer que Jesucristo era mi salvador; y creí precisamente eso mismo. También creí que, si quería tener alguna posibilidad de salvarme, debía bautizarme para pertenecer a la Iglesia. 
De manera que me convertí y fui bautizado en la Iglesia Católica para luego ser confirmado. 
A lo largo de los años he contribuido con decenas de miles de dólares al “Óbolo de San Pedro” (la tesorería personal del Papa que, desde luego, Vuestra Santidad debe conocer perfectamente), además de limosnas varias para mi parroquia y diócesis. Durante ese tiempo he asistido a miles de misas, concurrido a cientos de Horas Santas y novenas, rezado miles de rosarios, aparte de confesarme centenares de veces. 
Ahora bien, resulta que en los años 2015 y 2016 he leído aquellas palabras de su “Comisión Pontificia” de usted: Ahora Ud. enseña que porque soy judío de raza, la Antigua Alianza conmigo nunca se rompió. En ninguna parte se aclara que yo podría hacer algo que comprometiera esa Alianza, la que, según Vuestra Santidad, Dios estableció para mi beneficio por el sólo hecho de ser judío. Vuestra Santidad enseña que se trata de una Alianza inquebrantable. Ni siquiera dice que depende de que yo sea una buena persona. Hablando en pura lógica, si la Alianza de Dios conmigo es irrompible, entonces eso significa que un judío de raza como yo puede hacer lo que le venga en gana y aun así Dios mantendrá vigente su Alianza conmigo y me iré al cielo igual.
Vuestra “Comisión Pontificia” declaró en el mes de diciembre pasado: “La Iglesia Católica no lleva a cabo ni respalda ninguna actividad misionera dirigida hacia los judíos… no hay por qué creer que los judíos han sido excluidos de la salvación de Dios porque no creen en Jesucristo como el Mesías de Israel y el Hijo de Dios.” 
Usted es el Pontífice. Creo que su Comisión enseña bajo su bandera y en su nombre, además de lo que usted mismo declaró durante su visita a la sinagoga en el mes de enero. Por consiguiente, a partir de ahora no veo que tenga sentido alguno levantarme temprano todos los domingos para ir a misa, rezar el rosario o confesarme los sábados a la tarde. A partir de ahora todo eso resulta superfluo. Basado sobre vuestras enseñanzas ahora he cobrado conciencia de que a los ojos de Dios pertenezco a una raza superior, y que por tanto, no necesito de nada de eso.
Y ahora no entiendo por qué diablos me bauticé en 1958. No había ninguna necesidad. Tampoco veo a cuenta de qué Jesús vino a la tierra, ni para qué predicó a los judíos, a los hijos de Abrahán de su tiempo. Tal como vuestra santidad lo declara, ya estaban salvados por el sólo hecho de ser descendientes raciales de los Patriarcas del Antiguo Testamento. 
¿Para qué lo necesitarían a Él?
A la luz de lo que me ha enseñado vuestra Comisión Pontificia, parecería que el Nuevo Testamento constituye una estafa, por lo menos en lo que se refiere a los judíos. Todas esas predicaciones y disputas con los judíos no cuentan para nada. Jesús debía saber esto y sin embargo, insistió en causarles muchos dolores de cabeza a los judíos al insistir en que debían nacer de nuevo, que debían creer que Él era el Mesías, que debían dar de mano con las tradiciones de los hombres, y que no podrían entrar al Cielo a menos que creyesen que Él era el Hijo de Dios. 
Vuestra Santidad, usted y su Comisión me han instruido en lo que concierne al verdadero camino para mi salvación: mi raza. Es todo cuanto necesito y todo cuanto necesitaré. Dios ha establecido una alianza con mis genes; son mis genes los que me salvarán. Ahora veo claro, me han abierto los ojos.
Por tanto, muy pronto tendrá noticias de mi abogado. Estoy presentando una demanda contra el papado y la Iglesia Católica Romana. Quiero que me devuelvan mi dinero, con intereses, y también plata en compensación por razón del daño psicológico producido por vuestra Iglesia al hacerme creer que necesitaba algo más que mi privilegiada identidad racial para salvarme e ir al Cielo después de muerto.
También estoy litigando en razón del lucro cesante y tiempo perdido que hubiese podido aprovechar trabajando en mis negocios en lugar de desperdiciarlo inútilmente en el culto a Jesús que ahora vuestra Iglesia dice que no necesito -porque me salvo igual. Vuestros prelados y clérigos me dijeron cosas considerablemente diferentes allá por 1958. ¡Me habéis robado!
Atentamente, 
Pinchus Feinstein
2617646, Ocean View Ave.
Miami Beach, Florida 33239. 


P.D. Transmito esta carta a Hoffman, un periodista de Nueva York que trabajó para la AP, con la esperanza de que haga saber todo esto a quienes debieran enterarse. Se lo transmito en forma de sueño, pero de todas maneras representa los sentimientos más genuinos de muchas víctimas de vuestra iglesia ladrona. Pinch.


Traducción de Jack Tollers

lunes, 8 de febrero de 2016

Tiberius et Franciscus, Pontifices Maximi

[R]esentirse [...] es un veneno y no una coquetería, que no es amor sino odio, o más exactamente es ira ulcerada, a veces mezclada de envidia y ainda mais de soberbia y encima a veces de pereza, puesto que los vicios capitales son amigos de llamarse unos a otros. El “ressentiment” en el sentido técnico y nietzscheano es un veneno psicológico, es un veneno activísimo sutil e invisible, es un veneno que está untado por todas partes hoy día y nosotros nos untamos y untamos a otros, como en la peste de Milán descrita por Manzoni, que el vulgo creía que había untadores de la peste. 


No debe ser casualidad pura que Cristo fuese crucificado  -el crimen más bárbaro y cruel de la Humanidad, aun naturalmente mirado-, bajo el Emperador Tiberio, hombre fríamente cruel que no perdonó ni a su propia madre, y gran inteligencia política por otro lado.

Tiberio nació en una familia toda barajada y con tremendas deshonras familiares. El ambiente familiar alterado que decíamos la otra semana, caldo de neurosis y perversiones, lo volvió resentido incurable.

¡El mal ambiente familiar! Esas desgracias incomprensibles y funestas para el niño, esas desavenencias o discordias o escándalos o vicios sucios de los padres, que se filtran no se sabe cómo hasta su conciencia aunque se trate de ocultarlas, que impregnan las paredes y el aire de una casa; y después, cuando adolescente reflexivo y ya sensibilizado, esas injusticias contra las cuales no hay nada que hacer, situaciones dolorosas o humillantes impuestas por la fuerza sin una palabra de explicación, impuestas por las personas más allegadas [...]

Basta este ambiente familiar deshonrado, entristecido y sin amor para explicar el terrible carácter del futuro Emperador, duro como una piedra, inhumano, tortuoso, hipócrita, refractario al agradecimiento y a todos los “móviles de la liberación”, al afecto, a la ternura, a la unión familiar. El carácter del gran resentido que es intelectual -instintivo sin sentimientos-, como si estuviese amputada toda la parte media del psiquismo; sin corazón, como dice el pueblo con mucha razón; y en el caso del resentido, con mal corazón, con el corazón envenenado.

Las crueldades de Tiberio ¡no hay tiempo para describirlas! y son demasiado conocidas [...] refractario a toda gratitud y aun enconado por los beneficios, como es propio del gran resentido: “En mi juventud viví tristemente bajo la ESCLAVITUD del agradecimiento”, palabra abismática de Robespierre; y no sólo por necesidad política, como Rosas, sino simplemente por gusto, por maldad, por temor al pueblo; porque el resentido, siendo duro, es cobarde [...] Tiberio se reía de las leyes romanas, siendo el Supremo Legislador, y se reía de la religión romana, siendo un Pontifex Maximus; y de toda la humanidad en general cuando estaba en sus accesos de temor morboso y de rabia blanca, y lo estaba siempre.

La más innoble delación, el espionaje de las conversaciones privadas, las venganzas y las insidias clandestinas sembraron por muchos años el temor y la tristeza en Roma [...]

El terror del resentido viene de que no conoce a las personas; y por tanto debe desconfiar de todos como de enemigos. Y no puede conocer a las personas, porque carece de “identificación afectiva”, no puede salir de sí mismo y meterse en otro, EMPATÍA; carece de móviles de liberación y abunda en móviles de retracción. Todos los rasgos del gran resentido campean en él: 1°, el resentido suele ser inteligente; 2°, el resentido es tímido, cobarde y cauteloso; 3°, es taciturno, mistificador; 4°, es escéptico y no se entusiasma por nadie; 5°, es insaciable en su venganza perenne; 6°, es generoso con los lejanos y malo con los próximos; afecta amor a unos, que es simple odio disfrazado a otros: así Tiberio vivía entre sus soldados en Germania y los halagaba demagógicamente para hacer despecho al cuerpo de oficiales, a los generales y a los nobles.

Despreciaba altamente a la religión oficial de la cual era Pontífice Máximo; y vejaba a los sacerdotes, arúspices y adivinos.

Sus actuales panegiristas [...] aducen el hecho de su rehúse a que le erigiesen templos como prueba de su ánimo magnánimo y adverso a la adulación; pero la manera violenta con que rechazaba las adulaciones (pues en verdad las rechazaba) muestra la desconfianza del resentido (que teme le tomen el pelo cuando lo alaban) más bien que la modestia del magnánimo.


La moral de Tiberio, reconozcámoslo, tenía las virtudes de su clase y sobre todo las virtudes del resentido, las virtudes de Robespierre y de Torquemada: el puritanismo, la regularidad y la corrección burocrática, la disciplina, la sobriedad y la castidad del soldado (castidad que se explica por su frigidez, no es raro encontrar castos entre los crueles, antes nombré a dos), la observancia legal del fariseo y la FILANTROPÍA, que no es lo mismo que la caridad: hacía donaciones ostentosas cuando el incendio del Monte Cello, o en las hambres que pasó Roma; pero era tacaño para la caridad individual e incluso escatimaba el viático a sus servidores; ¡la filantropía! que justamente como sustituto de la caridad en nuestra época, Max Scheler denuncia como uno de los frutos más típicos del resentimiento. La filantropía es la beneficencia de la cantidad; la caridad es la beneficencia del corazón. Sus soldados lo idolatraban; pero su camaradería con el soldado es sospechosa ante la falta de camaradería con su “staff”, con sus iguales. Él pertenecía a la más rancia aristocracia de Roma; pero aborrecía a la aristocracia, no solamente a la aristocracia advenediza y corrompida de los Herodes Agripa y los Mesalino Cota, sino a toda la aristocracia, por ser aristocracia [...]

Leonardo Castellani, Psicología Humana.