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domingo, 29 de agosto de 2021

El Papa Francisco, la piedad y la fe

 


En las últimas semanas se han levantado nuevamente voces acerca de la validez de la renuncia del Papa Benedicto XVI, de la consecuente ilegitimidad de Jorge Bergoglio y de la posterior ilegitimidad del cónclave que en algún momento vendrá. El siempre recomendable blog de Specola da cuenta diaria, cum mica salis, de todos estos devaneos periodísticos y clericales, pues sus conocimientos de los entresijos vaticanos le permiten ese aderezo. 

En mi opinión, todo esto no es más que una comprensible expresión de deseos. Cada vez son más los católicos que se siente disgustados y escandalizados por las palabras y las decisiones pontificias y, claro está, la solución más fácil es negar la validez de su elección. 

Por otro lado, se da el hecho extraño de tener dos Papa viviendo casi juntos. Y al Papa en ejercicio desdiciendo al emérito y rectificando sus decisiones, y ya no asombran sus maldades y cuasi-herejías diarias. Y a todo este desbarajuste se añaden los escándalos sexuales y financieros de los miembros del clero, cualquiera sea su jerarquía. Desde cardenales a simples curas, nos enteramos de robos de cientos de millones de euros del Óbolo de San Pedro, o de la utilización de aplicaciones  en el celular diseñadas para concretar furtivos encuentros homosexuales. 

En resumen, estamos en medio de la tormenta perfecta, en la que no solamente la Iglesia está gobernada por pecadores públicos y contumaces, sino también por cuasi herejes, o herejes solapados. Y creo que yo que tamaña situación nunca se había vivido con anterioridad. Siempre la Iglesia tuvo clérigos pecadores, aún entre los puestos más encumbrados, y en ocasiones también los tuvo herejes, pero la conjunción de ambos, en la escala en que se ve en la actualidad, creo que nunca había ocurrido.

Es conveniente entonces, repasar la relación entre orthodoxia y orthopraxis, es decir, la dependencia que existe entre la profesión de la recta doctrina con la práctica de la piedad. Dicho de otro modo, nadie puede ser piadoso si no profesa la verdadera fe en su integridad. Que el Papa y los obispos nos propongan una liturgia desgajada del misterio y del culto católico, o que relativicen, omitan o nieguen algún elemento integrante de la verdadera fe, no es una cuestión de detalle o un bizantinismo del que solamente se percatarán los teólogos o los intelectuales. Es una cuestión que atañe a la pietas o a la santidad de los fieles, porque nadie puede ser santo (orthopráctico) si no es orthodoxo.

San Ireneo, que había recibido su formación cristiana de San Policarpo quien, a su vez, fue discípulo del apóstol San Juan, tenía claro en esos primerísimos tiempos del cristianismo que los principios y la doctrina de la fe son únicos y universales, y no deben ni pueden ser manipulados. Pero este cuidado y preocupación, que para el hombre moderno parecen extremos e infundados, y que coartan la libertad personal, se orientan a la vida de santidad. Los griegos distinguían entre la eusébeia de la disébeia, es decir, la piedad de la impiedad, y los impíos eran reconocidos no tanto por sus desórdenes morales o sus falta de virtudes, sino por su negación del dogma. Enseñar, sostener y adherir a la verdadera fe está relacionado de modo directo con vivir una vida piadosa, es decir, de santidad. San Cirilio de Jerusalén dice en sus Catequesis:

La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las virtudes de la fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosa visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos o a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualesquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales (Catequesis 18, 23).

San Cirilo está dando las notas de la verdadera Iglesia: la que enseña de modo universal y sin defecto la verdadera fe, la que induce el verdadero culto y la que cura todos los pecados. El espectáculo al que hoy asistimos es más bien el inverso: los principios y dogmas de la fe se ponen en duda, adaptándose a los tiempos y lugares; el verdadero culto ha sido suplantado por una liturgia que no es más que un espectáculo social y se alientan varios pecados, desde el adulterio a la sodomía.

Que un Papa siga siendo Papa a pesar de sus deslices doctrinales y sus inconsistencias teológicas no significa que todo esté bien en la Iglesia, pues los deslices doctrinales y las inconsistencias teológicas son disébeias, es decir, impiedades. La fe defectuosa y en algunos casos hasta falsificada que recibimos a diario por parte de nuestros pastores, tiene sus consecuencias en todos los planos, incluso en el de la santidad de sus miembros. No le ha salido gratis a la Iglesia sus coqueteos con el mundo y sus intencionales oscurecimientos del dogma, pues los efectos de esta impiedad no se han dado sólo en el ámbito intelectual; se dan, sobre todo, en el moral. Y ahora lo estamos viendo. 


viernes, 27 de agosto de 2021

Un intercambio epistolar quince años después del Concilio (III y último)

 

Yves Congar, o.p, creador cardenal por Juan Pablo II


Jean Madiran vs. Yves Congar O.P.

(un intercambio epistolar quince años después del Concilio)


por Jack Tollers 



(viene del post anterior)

Hay también, una referencia de Madiran en su segunda carta, a la liturgia en la misa de San Pío V, que cobra especial actualidad, sobre todo cuando se pregunta por qué los protestantes se niegan a concelebrar cuando de este ritual se trata.

La cuestión se planteó públicamente hace siete años en Taizé. La falta de respuesta sobre el fondo de todo esto, desde hace siete años, constituye un hecho significativo (pág. 62). 

Eso, en 1977, seguimos sin respuesta en 2021.


*


Congar se niega también a hablar sobre el nuevo catecismo francés, promulgado después del Concilio. Y dice que no puede expedirse sobre el particular porque no sabe de “Catequesis”, que de eso no puede hablar “por falta de competencia” (pág. 35), sino que lo suyo es la “Eclesiología”, como si se tratara de especialidades. Madiran se lo come crudo:

Pero ¿acaso es asunto de especialistas y no de generalistas la promulgación oficial de un catecismo de ahora en más sin explicación del Pater ni del Credo? 

[…] He aquí que van diez años que venimos protestando, reclamando y luchando por eso. Ud. no es competente. No está al tanto (págs. 36/37). 


*


¿No está al tanto? Esta ignorancia de Congar versa sobre más de un asunto, pero ninguna me parece más notable, más subrayada, más elocuente, más estúpida, más incontestable que la que profesa acerca de “la Iglesia del Silencio” que, como bien denunció el Cardenal Wydzinky, no existe: la que existía, dijo, es “la Iglesia de los sordos”. Ninguno más que Congar, me parece.

Igual que el Concilio: que, ostensiblemente queriendo tratar la “problemática actual del mundo contemporáneo”, ha hablado un poco de todo, mas del comunismo, nada (pág. 104). 

El mismo tipo que durante décadas enteras (a partir de los años ’30) promovió reuniones ecuménicas con los ortodoxos y que sabría de primera mano qué pasaba detrás de la Cortina de Hierro, el mismo que no podía ignorar los acuerdos de Metz entre el Patriarca Nikodim (de la KGB) y el Cardenal Tisserant para que no se mencionara al comunismo durante el Concilio, el mismo que no podía ignorar la vasta literatura occidental que desde los albores de la Revolución de Octubre venía denunciando los horrores del comunismo en la Unión Soviética o en la China, las interminables denuncias acerca de la persecución religiosa, del totalitarismo (que él, Congar, se supone que tanto abomina). Es como si no hubiese habido persecución durante la Guerra Civil española y que de los Cristeros mexicanos no tuviese idea… Piensen que “El cero y el infinito” de Arthur Koestler fue un best-seller mundial… en 1940… ¿Congar no lo leyó? ¿No se enteró de la revolución que produjo en Francia Victor Kravchenko con su libro Yo elegí la libertad de 1948? Piensen que el famoso Ni Marx ni Jesús de Jean-François Revel, es del año 1972, y que dos años antes le dieron el Premio Nobel de Literatura a Solzhenitsyn, que el Archipiélago Gulag se había publicado en París en 1973. Es como decir que no había leído ni a Boris Pasternak ni visto Dr. Zhivago que se estrenó en 1965. Es como decir que no sabía a quiénes se refería Orwell con su famosísima Rebelión en la granja y 1984, que no conocía la obra de Raymond Aron, ni a Jacques Soustelle, ni a ex-comunistas como Arthur Koestler o Jules Monnerot, por citar autores franceses nomás. 

¡Oh, la ignorancia de esta gente! Es como si no hubiesen oído hablar siquiera de Fátima, él, Congar, y con él Juan XXIII y la gente del Concilio que no quería saber nada sobre los “profetas de calamidades”. 

Gente que, como nuestro ignorante presidente, Alberto Fernández, no sabía qué pasaba en Cuba. 

Pero, en 1976, sí había oído hablar de otro país:

Pero, en la Argentina, un poder de puño sanguinario suprime físicamente a sus oponentes (pág. 87). 

Claro que, como buen progre que es, para él esa represión surgió ex-nihilo y de las diversas facciones guerrilleras y de sus lindezas el buen dominico carece de noticias. Como también del asesinato de Carlos Alberto Sacheri, “nuestro amigo”, dice Madiran,

Asesinado a la edad de 41 años, de una bala de pistola en la cabeza, volviendo de misa, en la puerta de su casa, bajo los ojos de su mujer y de sus hijos (págs. 88/89).  


*


Hay bastante más, pero don Wanderer, ya me excedí para lo que cabe en un blog, disculpe la osadía. Baste con decir, que al final, en un brevísimo billete de marzo del ’78, Congar se queja:

Ayer recibí Itinéraires. ¿Qué tienen contra mí? (pág. 143)

No quiere más sopa. Y no es tan viejo, tampoco, entonces tenía 74 años, que no se queje así, después de todo lo que hizo, después de todo lo que escribió, después de todo…

¿Que qué tenemos contra él? Pues, como contra todos los progresistas del Concilio, es una lista larga la de las cosas que tenemos contra él y contra ellos, pero como ellos no quieren dialogar…

Quedará pues para el Juicio Final. 


Fuente: Jean Madiran, “Le Concile en Question, Correspondance Congar-Madiran sur Vatican II et sur la crise de l’Eglise”, en Itinéraires 296/4 (1985).

martes, 24 de agosto de 2021

Atmósfera enrarecida


 


El ambiente, en la Iglesia y en el mundo, está cada vez enrarecido. En los últimos días, los medios italianos —que son los especialistas históricos en la temática— están meneando el tema de la renuncia del Papa Francisco al pontificado, afirman que el cónclave se huele ya en los aires vaticanos y han renovado las dudas acerca de la legitimidad de la renuncia del Papa Benedicto XVI. Si pudiera establecerse la seriedad de tal presunción, provocaría que de ese eventual cónclave  participaran ochenta cardenales inválidos, aquellos nombrados por el inválido Papa Francisco. Un embrollo medieval que nos llevaría, quizás, a tener dos o tres papas. Me auguro que en tal caso, aparezca un Pedro de Luna que reclame su legitimidad desde el épico bastión de Peñíscola. 

El enrarecimiento del clima católico no queda en estas cuestiones de la gran política. Hace pocos días el Pontífice aceptó la renuncia del joven obispo de Solsona, Mons. Xavier Novell Gomá , y nadie sabe los motivos. Los medios más conservadores afirman que el motivo fueron ciertas afirmaciones homofóbicas del prelado, y de es manera prueban que Francisco es un hiper-progresista, y los medios progresistas coinciden en que ese fue el motivo, para probar que el Papa es de los suyos. Yo no creo que haya sido ese el motivo. Será otro, que no conocemos, y no sería extraño que no se tratara más que del enésimo capricho pontificio. 

Y aparecen también hechos más sutiles y minúsculos que contribuyen al desconcierto y, sobre todo, sacan a la luz el estado de profunda y casi irremontable descomposición en el que se encuentra la Iglesia. Pongo aquí un ejemplo mínimo. Pasé unos días de descanso en Ushuaia que, además de proclamarse con justicia la ciudad más austral del mundo, es una de las más bella e imponentes que tiene Argentina debido a la majestuosidad de las montañas que la circundan y al feerico canal de Beagle que lame sus orillas. Lamentablemente, la Tierra del Fuego como toda la Patagonia, pareciera que recibieron la belleza y majestuosidad de la mano de Dios y que, luego, las abandonó. Es por todos conocido que la vida religiosa y la devoción de los patagónicos es bajísima, o casi inexistente, y que, cuando aparece, corresponde a la línea más modernista que pensarse pueda.


La iglesia de Ushuaia, dedicada a Nuestra Señora de la Merced, está a cargo de los salesianos y al visitarla me llamó la atención lo siguiente: al fondo, en la puerta que da paso a una pequeña sala, aparecen los carteles que ilustran este post. “Sala de la escucha”, que es el nuevo nombre que recibe el confesionario, y una serie de consejos que pareciera que han sido ubicados allí a fin de establecer una suerte de filtro para quienes pretenden ir a ser “escuchados” con minucias que hacen perder el valioso tiempos del sacerdote escuchador: “¿Estás bajoneado? Mirá y escuchá a André Rieu. ¿Te interesa la Biblia? Andá a Ariel Álvarez Valdez. ¿Qué te significa Jesús? Andá a Pagola”. Lamento que el pobre André Rieu haya sido ubicado en tal mala compañía: es cuestión de googlear quiénes son Álvarez Valdez y Pagola. 

Es relevante recordar que fue en esa misma iglesia donde hace pocos meses se simuló el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, como dimos cuenta aquí, y el sacerdote responsable sólo mereció una suave advertencia del obispo. 

Por las manifestaciones públicas de esta comunidad de salesianos fueguinos, resulta evidente que no creen en el sacramento de la confesión —es apenas una “escucha”, análoga a la que realiza un terapeuta—, no creen en la revelación divina de las Escrituras —nadie que recomiende a Álvarez Valdez puede hacerlo—, no creen en la divinidad de Jesucristo —nadie que recomiende a Pagola puede hacerlo—, y no creen en el sacramento del matrimonio —nadie que “casa” a dos personas del mismo sexo tiene fe en él. Es sensato albergar dudas acerca de su fe en la Eucaristía y en el resto de los sacramentos y verdades de la fe católica. Y lo más notable es que sobre estas cuestiones de tanta  gravedad no hay ningún pronunciamiento, ni episcopal ni pontificio. Los fieles continúan siendo escandalizados y la poca fe católica que queda en poco tiempo se perderá en esa vasta región argentina.

Paralelamente, el famoso “magisterio” pontificio tiene tiempo y voluntad para dedicarse a explicar y señalar a los fieles la conducta que deben observar con respecto a cuestión que caen totalmente fuera de su competencia. En pocas palabras, el “magisterio” se dedica a banalidades y minucias. Como bien lo ha expresado Stefano Fontana, el “magisterio” ha  caído en el ridículo. El Papa Francisco se desentiende de la custodia de la fe del rebaño que le fue confiado, siendo esa la función principal de su cargo, y prefiere instarlos a que se vacunen contra el Covid, inmiscuyéndose en una decisión que es prudencial y que cae totalmente fuera de su función. Como lo he expresado en otras ocasiones, yo sostengo que es necesario vacunarse, no solamente para prevenirse de modo personal del contagio, sino por una cuestión de contribución al bien común, y veo con preocupación la deriva demencial que está tomando la posición anti-vacunas en los medios tradicionalistas. Pero eso no significa que la decisión de vacunarse deje de ser una cuestión libre y prudencial y, consecuentemente, que ni el Papa ni los obispos puedan decir nada al respecto invocando su cargo, y mucho menos la estupidez radical de calificar el vacunarse como un “acto de amor”. 

El refrán dice que “No hay mal que por bien no venga”, y creo que en este caso se cumple al detalle. Más aún, sería bueno que el Papa continuará twitteando enseñanzas magisteriales del mismo tono. Será ese el mejor modo de acabar con la patraña del magisterio elevado a “fuente de la revelación”, como siguen sosteniendo algunos, y contribuirá a desenmascarar la ficción del papado romano elaborada en el último siglo y medio, y que tanto daño ha causado a la Iglesia. 


A fuer de ser honestos, debo decir, y recordarle al Sr. Fontana, que la intrascendencia del magisterio no es un invento de Bergoglio. Pío XII fue quien inició la moda de hablar, como Sumo Pontífice, de absolutamente de toda cosa conocida o por conocer. Por caso, a los asistentes a un congreso sobre la cerámica les decía en 1954: “A los materiales refractarios, que se utilizan principalmente con fines industriales, se les exige que resistan temperaturas muy elevadas, que tengan un bajo coeficiente de dilatación y que soporten sin fallos la acción mecánica o química de las sustancias con las que entran en contacto. Pensamos en particular en los servicios que prestan como revestimiento de los altos hornos”. Y en 1956, a quienes fueron a un congreso sobre pesticidas, les recordaba: “Los avances de la química orgánica y la fabricación de productos sintéticos permitieron aprovechar la acción fungicida de ciertos compuestos de zinc”. Hay que ser honestos: el disparate y la disolución de la Iglesia viene de lejos; no es patrimonio de Bergoglio, ni  del Vaticano II. 

lunes, 23 de agosto de 2021

Un intercambio epistolar quince años después del Concilio (II)


 


Jean Madiran vs. Yves Congar O.P.

(un intercambio epistolar quince años después del Concilio)


por Jack Tollers 


(viene del post anterior)

Todo este asunto empezó con la publicación por parte de Congar de un opúsculo intitulado La crisis en la Iglesia y Mons. Lefebvre, aparecido en el otoño europeo de 1976. El puntapié inicial pertenece pues, a Congar. Y Madiran le escribe una primera carta objetando varias cosas de su libro, invitándolo a que responda para que, si le parecía se publicase todo eso. 

Madiran arranca con una cosa fundamental, y es el modo en que Congar y otros vivillos utilizaron la gran tarea de ressourcement de Daniélou, de Henri de Lubac y otros que habían rescatado del olvido y publicado multitud de textos de la Iglesia Primitiva y de la primera Patrística. Montado en ese movimiento, Congar aprueba, como dice Madiran,

…la exhumación de una tradición más antigua que la de la Edad Media y que la de la época moderna.

La idea, claro está, se las trae, pero a Madiran no lo engañan: 

¿Una tradición más antigua? Se puede predicar de una tradición que es más antigua que otra cuando ambas son tradiciones vivas. Ud. por el contrario, no invoca una tradición más antigua sino una tradición muerta: una tradición que ya no se transmite, una tradición que ya no es tradición. Ud. desliza dulcemente hasta los confines del sofisma en el que hemos visto caer tantos obispos con tanto estrépito: el sofisma según el cual la más antigua sería la más tradicional (pág. 15).

Y luego Madiran pone en boca de estos progresistas la chanza de que si los tradicionalistas queremos una lengua tradicional para la liturgia haríamos bien en recurrir al griego, o, mejor aún, al arameo (y luego, del otro lado, los que sostienen que cuando la Pasión de Nuestro Señor, nadie cantaba gregoriano...). 

Claro que Madiran sabe perfectamente lo que estos tipos piensan:

Uds. sin embargo lo saben: lo tradicional no es lo más antiguo; sino lo antiguo transmitido.      

A esto Congar contestará, sin que se le mueva un pelo:

El ideal de la Ecclesia primitiva ha inspirado todas las épocas. Está claro que un texto litúrgico de comienzos del s. III tiene un valor incomparable (en cuanto se le reconoce como católico) como testimonio de la fe de “la Iglesia de siempre” (pág. 40). 

Pero, claro, Congar se pasa de vivo. Desde luego—argumenta Madiran—es perfectamente posible que por ejemplo existan preciosas plegarias eucarísticas de los primeros siglos de la Iglesia que por alguna razón se dejaron de rezar en los siglos IV, V o VI y no necesariamente sería ilícito querer restaurarlas; ahora

…eso no puede hacerse en nombre de la tradición puesto que, justamente, ha sido la tradición la que las ha descartado […] Pretender como Ud. lo hace, o como la insinúa […] que la tradición de la Iglesia ha estado equivocada durante mil quinientos años por no haber transmitido ciertos “elementos e inspiraciones” anteriores al s. V, no constituye un acto tradicional, sino de anti-tradición, de revolución (págs. 16/18).

Pero, luego Madiran se dirige directamente a la cuestión del Concilio aferrándose como perro de presa (después de todo, es el autor de Nosotros, los perros) a la desafortunada frase de Pablo VI en su desafortunada carta a Mons. Lefebvre del 29 de junio de 1975 en donde afirmó que

El Vaticano II no tiene menos autoridad, sino que es, incluso bajo ciertos aspectos más importante aún que el de Nicea (págs. 21/22). 

Sic. Con esto, (¡Vaticano II es más que Nicea!) Madiran, claro está, se va a hacer una fiesta además de sugerir que posiblemente no sea Congar el que refleja el pensamiento de Paulo VI sino que probablemente sea al revés, no sólo en esto, sino también en la cuestión de las “tradiciones” antiguas: y cita como autoridad el libro de Jean Guitton, Paul VI secret (véase la nota al pie de la pág. 18, libro difícil de conseguir y cómo me gustaría…). 

Sí, claro, Congar se enoja porque los “integristas” no entienden cómo un concilio que se ha querido y declarado pastoral puede tener tanta autoridad y más importancia que un concilio dogmático. Y la verdad es que sí, ni Madiran, ni nadie se explica semejante cosa. Y de nada sirve que por tal razón se nos acuse de “deshonestos” (pág. 23). Pero no se nos explica por qué se ha llegado a sostener semejante cosa:

Ud. invoca dos argumentos para colocar la pastoral del Vaticano II por encima de la dogmática de los otros concilios. En primer lugar “como ningún otro ha reunido a la Iglesia toda en la persona de sus pastores”; y en segundo lugar, “ha estado, más que Vaticano I, atento a las minorías” (pág. 26).

Pero, claro, Madiran disiente, más que nada porque la universalidad de Vaticano II sólo puede considerarse ventajosa respecto de otros concilios, numéricamente, una consideración que cualquier católico de veras desestimará sin más (y seguro que Congar nunca leyó a Guénon). 

Pero más interesante es esto de que el Concilio le prestó especial atención a los que en las votaciones disentían con lo votado por la mayoría, y eso, por ejemplo, merced a la Nota Explicativa Praevia que Paulo VI incluyó en la Lumen Gentium, a propósito de la colegialidad de los episcopados. Madiran tampoco dejará pasar esto:

La Nota praevia explicativa no tenía una función de verdad: corregir o prevenir falsas interpretaciones respecto del cuerpo episcopal. Tenía una función táctica: apaciguar las inquietudes de la minoría, [y así] obtener un voto unánime (pág. 27). 

Y es que Madiran, en 1977 ya lo veía todo con luminosa inteligencia: 

Los textos conciliares han sido redactados (o completados) de un modo lo suficientemente tradicionales como para resultar votados por una cuasi-unanimidad, y con todo, de una manera lo suficientemente astuta como para permitir desarrollos ulteriores que en el tiempo de los padres conciliares habrían resultado rechazados […] y ahora, cada vez que la Santa Sede dice no, respecto del aborto, de la ordenación de mujeres, del casamiento de los sacerdotes, o de no importa qué cosa, los post-conciliares, con los obispos a la cabeza, interpretan y traducen: no todavía (pág. 28).

*

En cuanto a la cuestión de que algunas de las constituciones del Concilio cuentan con un contenido dogmático, Madiran aclara rápidamente que eso las vuelve materialmente dogmáticas en la medida en que evocan o invocan dogmas anteriormente definidos. 

El sermón de un predicador puede incluir todos los dogmas definidos que quiera sin que por eso su sermón, por exacto que fuera, se convierta en infalible (pág. 30).  

Pero no, jamás se aclara qué parte del magisterio conciliar se entiende como infalible y qué parte podría ser objeto de discusión. No señor, 

En la Iglesia de Vaticano II, toda crítica, por lo menos cuando parte del tradicionalismo, se asimila a una desobediencia; y toda desobediencia se asimila a un cisma (pág. 33).

Sí, lo sabíamos y los argentinos teníamos sobrada noticia de este proceder mucho antes del Concilio en las tribulaciones del pobre P. Castellani, el “desobediente” por excelencia...

Y es que Congar no se va a privar de formular, negro sobre blanco, el parecer de todos los progresistas porque les resulta insoportable la idea de

Un rechazo del Concilio todo, o hacerlo objeto de una suspicacia global, suspicacias sobre las reformas que de él han nacido, sobre el pontificado de Paulo VI (pág. 46). 

¿Ah no? ¿Y por qué no? Congar se apresura a responder: 

Existe una santidad de la vida en la comunión concreta de la Iglesia que exige una cierta simpleza, un fondo de confianza (pág. 47). 

En su respuesta, Madiran contesta con una elegancia que el furor que me suscita esto último me sería imposible emular: 

Ud. ha contestado a mis preguntas como si fueran un pedido de informes dirigidas desde mi ignorancia a su erudición de Ud. En este debate, esta actitud, este artificio, no le queda bien; por no hablar de su imprudencia: con eso haría suponer que ni su persona, ni su causa, merecían algo mejor (vous laisseriez supposer que ni votre personne, ni votre cause n’était capables de mieux—pág. 51). 

viernes, 20 de agosto de 2021

Un intercambio epistolar quince años después del Concilio (I)

 




Jean Madiran vs. Yves Congar O.P.

(un intercambio epistolar quince años después del Concilio)

por Jack Tollers 


Hace más de 50 años, durante el verano del ’66 me tocó en suerte ir a vivir a París. El episcopado francés en pleno acababa de condenar a la revista Itinéraires dirigida por Jean Madiran identificada como órgano de expresión de “una minoría que con audacia pone en duda, en nombre de una fidelidad al pasado, los principios de renovación en curso”. Se referían a “los principios” del Concilio Vaticano II porque todavía no les había dado por hablar del “espíritu” del Concilio, eso vendría después. 

Hace más de 50 años. Y, en efecto, entonces Madiran, en compañía de una “minoría” (¡pero qué minoría, ya veremos!) formulaba sus críticas al Concilio Vaticano II en diversas polémicas con las demás revistas progresistas de entonces (señaladamente Esprit, dirigida por Emmanuel Mounier y Témoignage chrétien, entre otras). Claro, mi padre se abonó inmediatamente a la revista, que seguimos recibiendo en casa hasta que finiquitó, a principios de los años ’90 (algunos dicen que la revista perdió muchos lectores porque Madiran no quiso acompañar a Mons. Lefebvre en su decisión de ordenar cuatro obispos, allá por 1988).  

Lo cierto es que me pasé buena parte de mi juventud leyendo este mensuario, familiarizándome con muchísimos intelectuales católicos que luego seguí en innumerables artículos o libros, entre tantos otros, gente de la talla de Gustave Thibon, Louis Salleron, Marcel Clément, los hermanos Henri y André Charlier, Hughes Kéraly, Henri Massis, Marcel de Corte, Michel de Saint Pierre, Thomas Molnar, Charles De Koninck, Louis Jugnet, Gustavo Corcao, Maurice Bardèche (el cuñado de Brasillach), Jacques Ploncard d’Assac y, claro está, el propio Jean Madiran. 

Y como digo, pasaron 50 años cuando el otro día fui a almorzar a casa de mi yerno y (¿cuándo no?) empecé a inspeccionar su biblioteca, topándome con una separata de Itinéraires del año 1985 en el que se publica un intercambio epistolar entre el propio Madiran e Yves Congar O.P. acerca del Concilio, ocurrido casi diez años antes. Se me había pasado, o por lo menos, no recordaba esta separata, Le Concile en question.

- De dónde sacaste esto? -le pregunté a mi yerno.

- ¡Ah! Del seminario (imaginarán uds. cuál) … Tenían varios ejemplares y lo regalaban… y bueno, yo agarré uno -me dijo.

- Pero si vos no sabés francés -le dije. 

- Sí, bueno, pero pensé que un día lo aprendería y luego…

Luego, nada. No aprendió francés y ahora lo tengo yo al opúsculo este, “El Concilio en cuestión”, aquí, delante de mí, sin saber qué hacerme con este espléndido ejemplo de lo que ha pasado inmediatamente después de esa malhadada reunión: cómo han jugado la partida los progresistas y cómo ya en los años ’60 tenían perfectamente en claro qué iban a hacer: un concilio pastoral (¿y qué concilio no lo fue?), con textos redactados imprecisamente sin incluir definiciones dogmáticas (a diferencia de los veinte concilios precedentes), para ir dándoles a esos textos, con el paso del tiempo, una interpretación cada vez más, ¿qué diremos?, cada vez más audaz, cada vez más heterodoxa, cada vez más escandalosa. Textos redactados en un lenguaje deliberadamente ambiguo, como reconoció no hace mucho el mismísimo Hans Küng.  

Después de leer esta separata que digo, pensé en traducirla y hacerla publicar, pero luego recapacité y pensé que lo mejor que podía hacer es hacerle una pequeña recensión para este blog porque si hay algún interesado, siempre podrá buscar el original en francés y darle el uso que quiera (las referencias necesarias van al pie). 

Aquí pues mi informe.  

Y antes que nada una confesión: cuando me abalancé sobre este librito pensé que iba a encontrarme realmente con las razones, argumentos y fundamentos de Fray Yves Congar O.P., en su topada con Jean Madiran. Pero imbécil de mí, ¿cuándo aprenderé? No señor, son cuatro extensas cartas del segundo: Congar se contenta con responder a la primera en unas nueve suscitas páginas y con una sola página despacha la tercera de Madiran. En fin, que el librejo tiene 167 páginas de las cuales sólo 10 pertenecen a Congar. Claro que no estaba solo en mi ingenuidad: en 1985, cuando Madiran publicó una introducción a esta correspondencia, se mostró algo optimista sobre la posibilidad de un gran debate sobre el Concilio a propósito de la publicación del Informe sobre la fe, aquel extenso reportaje en el que Ratzinger elaboró largas respuestas a las incisivas preguntas de Vittorio Messori. Parecía que algo podía pasar y eso creía el propio Madiran:

Este debate, hasta ahora oficialmente descartado, se convertirá así en algo oficialmente inevitable. Para eso habrá que comenzar por reconocer finalmente que Vaticano II en modo alguno fue seguido de la “renovación” anunciada, sino que, al contrario, desencadenó una descomposición cuasi-universal de la Iglesia Militante. Ese primer paso (¿el que más cuesta dar?) parecería en ciernes, veinte años después de finalizado el Concilio (pág. 11). 

¿De veras? Tu abuela. Y nada, es lo de siempre y Congar no es ninguna excepción. Madiran se encarga de enfatizarlo al finalizar todo el ejercicio:

En cuanto al diálogo entre nosotros, podemos entonces darlo por fracasado. No por eso quedaré eternamente desconsolado. No profeso como Ud. y los suyos aquel fetichismo del diálogo. Fetichismo sobre todo teórico, por cierto; Ud. también hallará rápidamente consuelo—ya se ha repuesto, mejor así. Pero es una lástima para la Iglesia que decididamente no haya escuchado nada de lo que le he dicho. Y luego temo por Ud. que esa sordera suya no sea enteramente inocente (pág. 140).

Diálogo, sí, claro, te la debo (me trae a la memoria lo que cuenta Bouyer en sus memorias que una vez Karl Rahner se explayó interminablemente sobre las virtudes del diálogo y Ratzinger le comentó por lo bajo: “Ahí va Rahner otra vez, con sus monólogos sobre el diálogo”, je).


*


En su prólogo a esta correspondencia (si así se puede llamar), Madiran advierte:

Este debate con el P. Congar ha constituido una excepción, y, hasta donde sé, la única: el debate de fondo sobre Vaticano II nos ha sido habitualmente negado, con una simulada distracción y un evidente desprecio (pág. 10). 

Eso, en 1985. Ahora, casi cuarenta años después y como bien sabemos, la cosa sigue igual. No hubo libros, ni congresos, ni revistas, ni ámbito alguno donde se pudo, alguna vez, en algún país, en algún tiempo, dialogar sobre Vaticano II, ni siquiera en tiempos de Benedicto XVI. Y entonces, no es nada raro que la palabra “diálogo” misma, tan cara a los progresistas, para nosotros es mentira: no, miento, es mierda… es equivalente a “el debate que nos debemos” que dicen los periodistas de cuarta de los medios de comunicación.

Pero, dejemos ese fetiche de lado.

(Sigue)

miércoles, 18 de agosto de 2021

Nuevos libros

 

Edición argentina

A fines del mes de agosto estará disponible la edición argentina de El nacimiento de la cultura cristiana, de Rubén Peretó Rivas, editado por Lectio, la editorial cordobesa.

Podrá conseguirse en las librerías católicas que figuran más abajo.

Presentación: ¿Cuáles fueron los hitos fundamentales que marcaron el nacimiento de la cultura cristiana en el mundo Occidental? Este libro muestra a los personajes decisivos y los hechos culturales centrales en torno a los cuales Europa llegó a ser lo es, o lo que era. 

Se trató de personajes que, a partir de los acontecimientos que se desplegaban frente a ellos, tomaron las decisiones adecuadas para hacer de un mundo caído un mundo más agradable a los ojos de Dios, en el que los frutos de la redención de Cristo pudieran crecer con vigor y lozanía.

No se trató de personajes portentosos. En la cotidianidad de una vida marcada por la oración, el amor a Dios y al prójimo y la conciencia clara del fin último, ellos fueron capaces de construir, con paciencia y a los largo de décadas y siglos, una cultura floreciente en el saber y en las artes, marcada con el sello de Cristo y que pervivió en Occidente hasta los albores de la Revolución Francesa.

Todo lo que hacemos, todo lo que decimos, todo lo que vivimos permanece en nosotros; nos va, poco a poco, esculpiendo y finalmente somos esa escultura. Herederos y legítimos poseedores del pasado que dio nacimiento a la cultura que forjó Occidente, la cultura cristiana que se construyó puede volver a construirse con todos y cada uno de los cristianos, pues cada uno de ellos, a su modo, tiene algo que aportar. Conocer ese pasado y ese proceso es cada vez más necesario.


Tristeza y acedia. Aportes de la sabiduría cristiana a dos problemas de nuestro tiempo, Cefim - Lectio, Córdoba, 2021.

Las pasiones humanas, eternas como el mismo hombre, han escapado siempre a cualquier intento reduccionista que pretenda circunscribirlas a sólo una época o a un determinado periodo histórico. Sin embargo, sí es posible observar que ellas han hallado en determinados momentos de la historia, particulares condiciones que han hecho prosperar unas más que otras. Basta pensar en las guerras mundiales para comprenderlo.

Nuestro tiempo no ha dejado de convenir con esto. Las recientes observaciones de la OMS sobre la profunda incidencia de la depresión en la vida humana parecen sugerir que quizás no sea el gozo y la alegría lo que signa nuestro mundo sino la tristeza y la acedia.

Es a estos temas a los que se consagra el presente estudio, donde se analiza la acedia desde la aguda mirada de Evagrio Póntico y se considera la tristeza a partir de las cuidadosas observaciones de Tomás de Aquino. La vitalidad de ambos pensamientos arrojará una exquisita y esperanzadora luz sobre nuestros oscurecidos tiempos.

Puede conseguirse en las librarías católicas argentinas que figuran más abajo y en formato Kindle e impreso en Amazon (sitio americano).



Rubén Peretó Rivas, Acedia, la atonía del alma. La enseñanza de Evagrio Póntico, Lectio, Córdoba, 2020, 190 pp.

Evagrio Póntico es uno de los autores de la Antigüedad Tardía cristiana más relevantes pero que, por diferentes circunstancias históricas, comenzó a ser estudiado en profundidad a partir de los últimos cincuenta años, al publicarse la edición crítica de sus obras y numerosos estudios dedicados a su doctrina. Nacido en Asia Menor, fue discípulo de San Basilio Magno y compañero y amigo de San Gregorio Nacianceno, a quien sirvió como diácono cuando aquél fue obispo de Constantinopla. Residió largos años esa ciudad imperial hasta que, luego de una profunda experiencia espiritual, decide retirarse al desierto egipcio y compartir allí la vida de los primeros monjes cristianos que, tras la huella de San Antonio, abandonaban las ciudades para dedicarse completamente a Dios.

Evagrio Póntico es uno de los maestros de la espiritualidad cristiana aunque su nombre no aparezca con frecuencia. La conocida doctrina de los siete pecados capitales, por ejemplo, surge de sus escritos, como también la descripción de las tres etapas de la vida interior. 

En lengua española, son escasos los libros consagrados a Evagrio y es el lugar que ocupa el este trabajo que no solamente se dedica a presentar extensamente al autor, su obra y su enseñanza, sino que se detiene de modo particular en uno de los temas sobre los cuales es autoridad indiscutible: la acedia. Se trata de un fenómeno espiritual que tiene manifestaciones psicológicas propias que lo asemejan, en ciertos casos, a algunos desórdenes que la psicología contemporánea se ha dedicado a estudiar en profundidad tales como la depresión, la ansiedad o la distimia. 

Este libro es cuidadoso en distinguir lo que pertenece a la esfera estrictamente espiritual de los procesos psicológicos de la persona pero, a la vez, busca establecer puntos de contacto a fin de propiciar relaciones entre dos disciplinas que no siempre gozan de simpatías mutuas.

Disponible en las librerías católicas que figuran al final, y en formato Kindle y impreso en Amazon (sitio americano).




sábado, 14 de agosto de 2021

La Tradición devorada por el Magisterio

 


Quiero proponer una tesis: en el curso de los siglos y, sobre todo a partir del posconcilio de Trento, se ha pasado de una noción objetiva de la Tradición como depósito revelado a una noción subjetiva, que insiste sobre todo en el órgano que propone la verdad, o sea el Magisterio. En términos escolásticos, se ha dado un tránsito del quod al quo.

Quien estudia la Suma de Teología, verá que el método teológico que Santo Tomás aplica no es el que según los manuales modernos debe seguirse para probar una proposición teológica. Este consistiría en prueba por el Magisterio, prueba por la Escritura y prueba por la Tradición. En Santo Tomás no existe la prueba por el Magisterio; para él las auctoritates son la Escritura y los Padres. Las citas de Papas o Concilios son escasas. 

Si tomamos el Denzinger, veremos que los primeros trece siglos de la Iglesia, es decir, hasta la muerte de Santo Tomás, sólo cubren un quinto del total de las intervenciones del Magisterio. Y podríamos seguir añadiendo datos significativos: la palabra magisterium no aparece en el Concilio de Trento sino que tal noción comienza a tomar forma a partir de Stapleton a fines de siglo XVI, y sobre todo en los tratados teológicos del siglo XVIII como los de Mayr, Gotti y Billuart.

Todo esto no significa —y es importante aclararlo—, que se ponga en duda el primado de la Sede Romana, sino simplemente notar que antes de la época moderna ésta no ejerció el magisterio activo de definiciones dogmáticas y formulación constante de la doctrina católica que sí ejerce desde el pontificado de Gregorio XVI y, sobre todo, de Pío IX. En la antigüedad, la Sede Romana funcionaba más bien como una corte suprema de última apelación, y que sólo actuaba una vez que la cuestión en disputa había sido estudiada y desmenuzada por doctores, escuelas teológicas, universidades y concilios locales.

Podemos decir a grandes rasgos que en los primeros siglos y hasta bien entrado el segundo milenio, la Regula fidei era objetiva, o sea, era la misma doctrina recibida de los Apóstoles, y los papas, concilios y obispos cumplían una función de conservación y de testificación del hecho de que una doctrina había sido siempre mantenida, que se remontaba a los orígenes y pertenecía por tanto a dicha Regula fidei.

Lo que se observa es que se ha ido produciendo lentamente luego del comienzo del segundo milenio y más aceleradamente en los últimos siglos, una especie de reducción de la Tradición al Magisterio. Se fue produciendo la transición de una concepción de la Tradición como contenido del Depósito apostólico, a la de Tradición considerada desde el punto de vista del órgano transmisor, estimado como residente en el Magisterio de la Iglesia. El siguiente paso fue hablar, a partir probablemente del siglo XIX, de la Tradición y la Escritura como reglas remotas de la fe, mientras que el Magisterio sería la regla próxima. Los teólogos de principios del siglo XX ya hablan del Magisterio como desempeñando una función formal en relación con el depósito objetivo. Finalmente, se critica la noción de regla remota y se concluye por atribuir exclusivamente al Magisterio viviente la calidad de regla de fe. Con este proceso se ha introducido al Magisterio en la definición misma de la Tradición. Dicho en forma exagerada, los católicos de hoy creen en la Tradición porque así lo manda el Magisterio. Y por eso, los fieles en la actualidad esperan que el Papa se expida sobre tal o cual asunto, para saber a qué atenerse. Y obedecen de modo servil en absolutamente todo lo que al Papa de turno se le ocurre proponer, incluso sus gestos o gustos personales. 

Esto no es lo que ocurrió durante los quince primeros siglos de la Iglesia. Cuando el Papa, o el Concilio con el papa, hablaban era porque la situación era verdaderamente crítica, por ejemplo, la crisis arriana, o el nestorianismo, monofisismo, protestantismo, jansenismo, modernismo, etc.

La posiciones más ultramontanas podrían aducir que el Concilio Vaticano I definió, y es de fe, que el Romano Pontífice posee potestad universal, suprema e inmediata incluso en materia jurisdiccional y disciplinaria, y quien no quiera aceptarlo, anatema sit. (Denzinger 1821-1831), por lo que la tesis arriba expuesta podría estar atentando contra este dogma de fe. 

Definitivamente no es así, porque lo que se cuestiona no es la potestad universal sino el absolutismo papal del segundo milenio. Potestad suprema no es equivalente a absolutismo, que es esa misma potestad llevada al exceso.

Por otro lado, hay que ser precisos sobre qué se entiende por “potestad suprema y universal”, puesto que muchos consideran que ella habilita al Romano Pontífice para hacer lo que quiera. Y no es así. Hay muchas cosas que el papa no puede hacer: no puede suprimir instituciones de derecho divino, no puede suprimir el orden episcopal, no puede abrogar sacramentos, no puede modificar o anular los mandamientos, no puede admitir a alguien en pecado mortal a la comunión sacramental, no puede bendecir actos moralmente malos.

Y sobre todo, hay un principio general de derecho natural que compete a cualquier autoridad: las órdenes tienen que ser racionales. Si un mandato no está ordenado a la razón no es ley sino fuerza y violencia. Y si bien el Papa no puede ser juzgado por nadie bajo la luna, sus leyes o mandatos manifiestamente irracionales pueden ser resistidos. Por ejemplo, aunque al Papa no le gustaran las personas de color, no podría suprimir las diócesis africanas; tampoco podría ordenar obispos a todos los varones de su familia para darle lustre a los Bergoglio; si no le gusta el kepe y las safijas, no podría suprimir el rito maronita, y podríamos poner otros ejemplos de irracionalidades que un papa no podría hacer y que, si las hiciera, sería lícito cuando no obligatorio, resistirlo.

Finalmente, un argumento de autoridad. Cuando asumió Benedicto XVI como obispo de Roma en la basílica de San Juan de Letrán, dijo en su homilía: “El Papa no es un monarca absoluto cuyo pensar y querer son ley”. Y siendo aún prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió: “El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley. Él es más bien el guardián de la auténtica Tradición y de ese modo el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que se le ocurra y, de esa manera es capaz de oponerse a aquellas personas que, por su parte, quieren hacer lo que se les viene a la cabeza. Sus reglas no son las de un poder arbitrario, sino las de la obediencia en la fe” (Prólogo al libro de Alcuin Reid, The Organic Development of the Liturgy, Ignatius Press, San Francisco, 2004, p. 18.).

A la luz de la tesis planteada y de las palabras del Papa Ratzinger, vale pena preguntarse, una vez más, hasta qué punto debe ser obedecido el acto despótico con el cual Francisco ha asfixiado a la liturgia tradicional a través de Traditiones custodes, dejando de ser de esa manera, el “guardián de la auténtica tradición” para convertirse en su verdugo. 

miércoles, 11 de agosto de 2021

El Movimiento Litúrgico y la reforma del Vaticano II - Parte VI y última

 


Mons. Annibale Bugnini

por Rubén Peretó Rivas


Conclusión II

3. Los cambios fueron misteriosa e incomprensiblemente abruptos

El nuevo espíritu que adoptó el Centro de Pastoral Litúrgica y que contagió a todo el Movimiento, no hizo más que profundizarse con el paso de los meses y de los días. El dominico Henri Desroches, que luego dejaría la orden, pronunció una conferencia en el Centre de corte marxista que anunciaba lo que Bernanos llamaba “la confusión del apostolado con la apostasía”. El mismo P. Mortimort se plegó a este movimiento de progresismo extremo que, desde el inicio del Concilio Vaticano II, tomó un rumbo definidamente “revolucionario”. Bouyer, afirma que los “equívocos se desarrollaron de una manera absolutamente galopante. Ya no se trataba de investigar para reencontrar el camino auténtico de la liturgia transmitido por la tradición sino su sustitución por una pseudoliturgia sin raíces y que confundía la adaptación con un simple mimetismo absolutamente mortal” (Louis Bouyer, Le métier de theólogien. Entretiens avec Georges Daix, Ad Solem, Genève, 2005, p. 66.).

Estos cambios se dieron no solo en instituciones sino también en las personas, sobre todo en aquellas que tenía responsabilidades en la reforma. Cuenta Bouyer que, en los comienzos del Concilio se encontró en un avión hacia Roma con el obispo francés encargado de todo lo que tenía que ver con la liturgia en su país, y allí le expresó su opinión que era necesario obtener del Vaticano la autorización para que las lecturas de la misa pudieran leerse en francés. El prelado le respondió secamente: “No me hable de eso. Se trata un tema que está totalmente fuera de discusión”. Poco tiempo después, ese mismo obispo fue uno de los que más presionó para la desaparición total del latín en la misa (Bouyer, Le metier..., p. 82.).

Recordemos aquí un caso que toca de cerca a los hispanoamericanos: el del obispo chileno Manuel Larrain Errázuriz. No me detendré en relatar su vida pero sí quiero recordar un pequeño librito que escribió en 1932: Piedad y liturgia. Es un texto que hoy llamaríamos de divulgación, sencillo pero muy didáctico y totalmente recomendable. Es llamativo que allí se presenta como algo novedoso que la liturgia sea un acto de piedad comunitaria y un depósito de riquezas espirituales. Para los católicos de esa época, y tal como hemos visto, la liturgia no era más que una obligación que había que cumplir. Así era presentada y así era vivida. Mons. Larrain, que había estudiado en Roma, venía con una nueva mirada y con el entusiasmo que había recibido allí de un sano movimiento litúrgico en pleno auge y proponía a fieles una nueva mirada de piedad litúrgica que no podríamos dejar de compartir.

Y aquí está justamente lo incomprensible. ¿Cómo fue posible que un obispo que tenía las ideas tan claras, una ejemplar vida de piedad y una esmerada formación teológica, haya terminado en una radicalización tan acentuada? Sabemos que estuvo embanderado en los sectores más progresistas del Concilio Vaticano II, que al término de éste firmó junto a otros cuarenta obispos el famoso Pacto de las catacumbas, en el cual se comprometía a luchar de diversos modos a fin de lograr el “advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios” y fue impulsor y protagonista de la reforma agraria en Chile durante el primer lustro de los ’60. Francamente, continúa siendo un misterio para mi este cambio tan brusco y abrupto no solamente de Mons. Larrain Errázuriz, sino de tantos otros obispos y sacerdotes católicos.


4. Buena parte de las reformas fueron apresuradas, improvisadas y se lograron a través de la manipulación y del engaño de algunos protagonistas

Veamos el caso de cómo se redactaron las plegarias eucarísticas, la parte central de la Santa Misa. Ya vimos  las razones por las que el Papa Pablo VI exigió ese cambio radical. Relata el P. Louis Bouyer en sus memorias que nunca pudo comprender “por qué aberración estas excelentes personas, buenos historiadores y espíritus generalmente razonables, habían podido sugerir que un collage de textos y otras plegarias que se decían ‘inspiradas’ en Hipólito de Roma pero que terminaban siendo un pastiche descabellado” pudieran convertirse en las nuevas anáforas en igualdad de condiciones al canon romano. Bugnini, por su parte, dice  refiriéndose a la plegaria eucarística II: "Nos pareció necesaria una anáfora muy breve y de líneas simplicísimas y claras" (La riforma liturgica. 1948-1975, CLV, Roma, 1997; p. 447).  Es decir, a un grupo de especialistas, sentados detrás de un escritorio, les pareció necesario acabar, de hecho, con el Canon Romano, que se remonta al siglo IV. ¿Por qué motivo? Por una cuestión de brevedad y minimalismo. Resulta francamente increíble la liviandad con la que se hicieron las cosas y se manipuló el culto divino. 

Bouyer relata su versión de las circunstancias de la redacción de la que hoy conocemos como Plegaria eucarística II, quizás la más utilizada por el clero: estando él y dom Botte almorzando en una trattoria del Trastevere, recordaron que ese mismo día por la tarde debían presentar a la subcomisión del Consilium un proyecto de plegaria eucarística. Siendo dom Botte el editor del texto de la Tradición apostólica de Hipólito, trabajaron allí mismo, sobre la mesa trastiverina, en la rápida redacción de un breve texto que un rato más tarde depositaron en el Vaticano. Nunca más supieron qué había ocurrido con su proyecto escrito a las apuradas, hasta que Bouyer, horrorizado, lo encontró tal cual ellos lo habían redactado en el nuevo misal promulgado por Pablo VI (Bouyer, Mémoires, p. 198.).

En cuanto a la la Plegaria eucarística IV, la idea original había sido incluir un texto oriental, para lo cual se pensó en la anáfora alejandrina de San Basilio que era, y es, utilizada por los católicos coptos. Sin embargo, el P. Vagaggini objetó que la epíclesis o invocación al Espíritu Santo podía generar problemas de conciencia a los católicos latinos con respecto al momento en el cual se producía la transubstanciación. La comisión se negó a modificar un texto antiguo, que se remontaba a la época patrística y que era aceptado sin problemas por la Iglesia, y decidió mantenerlo. Vagaggini indicó que se opondría y ofrecía como opción que se adoptara una plegaria eucarística que él mismo había compuesto “inspirándose” en textos antiguos. Cuando llegó el momento de la decisión en la reunión plenaria del Consilium, se dio una fuerte discusión entre Bouyer, que defendía el texto de San Basilio, y Vagaggini que defendía el suyo. El resultado fue quince votos a favor y catorce en contra: había ganado la propuesta de mantener la anáfora alejandrina de San Basilio. Sin embargo, el presidente del Consilium, que en ese momento era el cardenal Confalonieri, consideró que el estrecho margen de votos era insuficiente y que, por tanto, debía consultarse al papa. El resultado ya lo conocemos: lo que contiene actualmente el misal romano como Plegaria eucarística IV es el texto elaborado por dom Cipriano Vagaggini.

Con respecto a otras reformas de la misa, comenta Bouyer que se pretendió que el acto penitencial tuviera la sencillez de la liturgia primitiva y, para ello, se siguió la propuesta de Jungmann que aún siendo un eminente historiador, nunca en su vida había celebrado una misa solemne. Además, considera que la peor de las reformas fue la del ofertorio, que se transformó en un rito “de estilo Acción Católica sentimental-obrerista”, y que fue obra del P. Jacques Cellier, quien “manipuló con argumentos a su favor al despreciable Bugnini, a fin de lograr la aprobación de su producto a pesar de una oposición casi unánime” (Bouyer, Mémoires, p. 199). Algo análogo ocurrió con la reforma del calendario, “obra de tres maniáticos” que suprimieron sin ningún motivo serio la Septuagésima y la Octava de Pentecostés y cambiaron las tres cuartas partes de las fiestas de los santos porque se les ocurrió (Bouyer, Mémoires, p. 200).

Todos estos ejemplos, relatados por sus protagonistas, confirman el apresuramiento y la improvisación con que se hizo la reforma litúrgica. Y también —es necesario señalarlo—, la irresponsabilidad con la que estos personajes actuaron, manipulando de ese modo lo que había  recibido de la tradición.

Pero no solamente eso fue grave. Lo fue también el modo en  el cual se manipuló y se mintió a fin de conseguir los objetivos que se habían propuesto. Bouyer relata otro caso que afirma que era el modo más o menos habitual de proceder de Mons. Annibale Bugnini, quien encontró una oposición casi unánime dentro del Consilium cuando propuso eliminar o expurgar los salmos “políticamente incorrectos” del Oficio. Su respuesta frente al rechazo fue: “Pero es lo que el Papa quiere...”. Frente a esto, y en una cultura eclesial en la que el Sumo Pontífice debía necesariamente tener razón en todo, nadie quiso discutir. Este era el proceder habitual de Bugnini. Ocurrió un día en que había recurrido a este argumento, que el P. Bouyer acudió a almorzar con su amigo Mons. Del Gallo que era en ese momento camarero participante y, como tal, tenía sus habitaciones justo debajo de los apartamentos pontificios. Cuando salía, se cruzó en el ascensor con Mons. Bugnini que subía a entrevistarse con el Papa: el obispo no solamente empalideció repentinamente sino que se dibujó una expresión de terror en su rostro. Bouyer, con su agudeza característica, supone que, sabiendo Bugnini que él era amigo personal de Pablo VI, pensó que había estado con el pontífice comentando los supuestos deseos papales sobre la reforma litúrgica, con lo cual su estrategia quedaba desbaratada. Algunas semanas más tarde, Bouyer acudió a entrevistarse esta vez sí con el Papa y, en su conversación, surgió el tema de un punto concreto de la reforma litúrgica, frente a los que Montini expresó: “¿Cómo es que ustedes se han embarcado en esta reforma tan poco satisfactoria?”, a lo que el oratoriano respondió: “Simplemente, porque Bugnini nos ha dicho que esa es vuestra voluntad...”. La reacción de Pablo VI fue inmediata: “¿Pero cómo es posible? Él me ha dicho que ustedes eran unánimes en la reforma (Bouyer, Memoirs, p. 201).

Estos son los vergonzosos orígenes de la liturgia que celebra la Iglesia católica en la actualidad. 


Nota: Habitualmente se dice que Pablo VI destituyó a Mons. Bugnini de su puesto en la Curia y lo envió como pronuncio a Irán porque descubrió que era masón. Esta versión surge del libro de Tito Casini Nel Fumo di Satana. Verso l'ultimo scontro, y para probarlo recurre al siempre oportuno maletín encontrado con documentos incriminadores (pareciera que todos los masones son distraídos y propensos a perder documentación). En realidad, no hay evidencia documental de que esto fuese efectivamente así. Otro posibilidad, en mi opinión más probable, es que el papa Montini haya finalmente descubierto las manipulaciones de las que fue objeto por parte del lazarista Bugnini.