por Eck
Un Obispo estaba enseñando el Catecismo a los chicos para la confirmación; y les dijo:
“Los cristianos deben respetar y venerar a las autoridades constituidas.”
Y un chico dijo: “¡Qué lindo es ese crucifijo de oro que tienes colgado al cuello!”
Obispo:”¿Qué dices?”
Chico: “Nada. ¿Quién lo mató al pobre Jesús?“
Las autoridades constituidas mataron al pobre Jesús.
P. Leonardo Castellani, Psicología Humana, c. VI, "El Carácter".
Introducción
Que al Padre Eterno no le va mucho eso de la política lo podemos ver en un pasaje bíblico muy poco leído, aún menos recordado y muchísimo menos meditado. Fue en tiempos del profeta Samuel cuando al veleidoso pueblo de Israel le dio por ser como las demás naciones en vez de vivir en el gozoso desgobierno de Dios. Como un niño envidioso, quiso jugar a los reyes y principitos por no ser menos que los egipcios, asirios e hititas y exigió tener un monarca con trono, corona y queridas incluidas. Todo el juego completo. Como a cabezones no les gana nadie a los judíos —bien lo sabe el Señor—, Éste les castigó con su arma más temible: darles lo que deseaban y de la manera en que lo anhelaban. “¿Así que quereis rey? Pues bien, lo vais a tener”, les dijo pero antes les reportó de lo que les venía encima, incluida la undécima plaga, el fisco, que el que avisa no es traidor y sarna con gusto no pica:
Samuel refirió al pueblo que le había pedido un rey, todas las palabras del Señor, y dijo: “Éste será el derecho, del rey que va a reinar sobre vosotros: Tomará a vuestros hijos, y los empleará para sus carros, y como jinetes suyos para que corran delante de su carroza. (…) Y de entre vuestras hijas sacará perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará lo mejor de vuestros campos, vuestras viñas y vuestros olivares y los dará a sus servidores. Diezmará vuestras sementeras y vuestras viñas, para hacer regalos a sus cortesanos y servidores. Tomará también vuestros siervos y vuestras siervas, y los escogidos de entre vuestros jóvenes, y vuestros asnos, y los empleará para sus trabajos. Diezmará asimismo vuestros rebaños, y vosotros seréis siervos suyos. Entonces clamaréis a causa de vuestro rey que os habéis escogido: pero en aquel día el Señor no os responderá.”. Samuel I, 8, 10-18.
Y, claro, les ocurrió como en la fábula esópica de las Ranas que pedían rey.
El Hijo de tal Padre no pudo ser menos cuando vino a la tierra. Tanto que casi empezó tropezándose con ella en el comienzo de su misión pública como se puede comprobar en los Evangelios. No en balde tuvo que salir por pañales al exilio gracias a la saña del rey Herodes....
Cristo y la política
Una de las pocas veces que dijo la verdad el Padre de la Mentira fue cuando se presentó por sorpresa, como un molesto vendedor a domicilio, al Hijo del Hombre, allá en los andurriales yermos de Jericó. Acostumbrado como estaba a políticos que vendían sus almas por una concejalía mediocre de un poblachón de tercera, con este pez gordísimo y con influencias ante el Altísimo había que lucirse, pensó, para pescarle en sus redes. Y claro, lo hizo a lo grande, con un cebo formidable, una campaña digna de la ONU, con sus gobiernos, ministerios, agencias y miles de sinecuras, subvenciones y mamandurrias por repartir entre amigos, familiares y pelotas. Le subió a la cima de un monte y con la mejor sonrisa de un anuncio de dentistas y ojitos pillos de mercader le mostró toda la gloria de los reinos de la tierra a cambio de una nonada: un rodillazo ante él. ¿Quién se resistiría a este chollo?¿Qué corazón endurecido no se ablandaría ante esta bicoca? Acaso, ¿no hubiésemos caído los demás a la primera?. ¿No era este un hombre, un hijo de Adán como el resto?
Chasco, su chasco fue inmenso cuando no dio su voto a su propuesta, no era tan cándido para elegir a semejante candidato como dueño de su ser. Y en vez de entablar un diálogo constructivo entre entes transigentes y tolerantes para encontrar puntos en común en las que las dos partes llegasen a un acuerdo satisfactorio para ambos partícipes, por ejemplo, dejarlo en medio rodillazo, Nuestro Señor con formas periclitadas botó la urna con una frasecilla poco democrática mentando a una autoridad, no elegida además. Como con la expulsión del Templo de los mercachifles y banqueros y la denuncia de la hipocresía santulona a los fariseos, la política no le ha perdonado hasta hoy a Cristo la soberana patada en el trasero que le dio en sus idolillos más queridos.
Actúo como lo que era, el gran Anarja, en su doble vertiente de esta palabreja griega. No tenia ni principio ni fin al ser Dios, pero tampoco reconocía a las potestades terrestres ni a sus principios políticos de legitimidad: poder, gloria y dinero, ni los acataba sino que los motejaba de ídolos mortales y falsos frente al Dios vivo y verdadero, único Señor. Frente al príncipe de este mundo y su poder sobre los reinos actuaba como un anarquista y un revolucionario (re-volvere, volver a antes de la Caída), el único que lo es verdaderamente porque los demás son sólo reaccionarios que intentan volver a las cadenas y la servidumbre del Pecado Original, la arjé de nuestro mundo. Y lo que no aceptamos en nuestra vida privada, humana, lo admiramos cuando se viste con el mando del Poder.
Cristo condenado por los tres regímenes políticos.
Contaba S. Agustín un cuentecillo sobre Alejandro Magno y un pirata. Capturado este último y llevado a la presencia del gran macedón, éste le preguntó: “¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?” Con la arrogante libertad que le daba el tener la razón le contestó: “Lo mismo que a ti el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, mientras que a ti, que lo haces con toda una flota, te llaman rey”. (De Civitate Dei, IV, 8). Y se preguntaba el santo “Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones?, ¿y qué son las bandas de ladrones sino pequeños reinos?” Pues bien, ¿qué hicieron con la Justicia cuando estuvo en la tierra sino condenarla a muerte tras un juicio? Y lo hicieron todos los regímenes y todas las clases sociales para que no quedara duda de que nuestra salvación no procede de aquí, y que contra Dios y sus leyes no se puede edificar nada sino el infierno por muchos bellos motivos y deseos que se aleguen con hermosa y floreada retórica. Ante el Anarca, todas las mascaras se caen.
Cristo condenado por la aristocracia
El sanedrín judío estaba formado por toda la aristocracia reconocida por los mortales: el Saber (los escribas), la Ley (los fariseos), el Sacerdocio (los levitas), la Sangre (los saduceos) y el Dinero (los mercaderes). Todos a la gresca por la predominancia sobre el pueblo, pero llega el Otro y rápidamente se ponen de acuerdo en lo que hoy llaman consenso de las fuerzas políticas para asesinarlo. Pusieron el seso y la ley para justificarlo en nombre del bien común, usaron el sacerdocio para cazarlo y, finalmente como venganza de la expulsión del Templo, utilizaron el dinero como arma definitiva del crimen al comprar a Judas el Traidor. En vez de salvar a la Nación y al Templo de los soldados romanos como decían pretender, los llamaron al matar al Único que mostraba el camino de la Paz. La aristocracia se había convertido en oligarquía y condenó al más noble, sabio, legal y rico de los hombres.
Cristo condenado por la democracia
Tras la entrada triunfal en la Ciudad Santa en medio de palmas y vítores pareciera que Cristo tenía el amor y la protección del pueblo pero fue una vana esperanza para los discípulos, que ya se veían ministros en sus poltronas repartiendo carguitos a sus paisanos. Las turbas se inclinaron rápidamente por Barrabás, terrorista y asesino, llevadas por la influencia de la oligarquía, por el nacionalismo del pueblo elegido y por la mano fuerte del insurrecto. Cuarenta años más tarde no tendrían motivos de queja cuando su soberano aclamado, el Cesar, aplastó sus rebeliones con un mar de sangre que cayó sobre ellos y sus hijos, la sangre del inocente inmolado que vino a salvarles del desastre de sus ambiciones pero que no fue escuchado y no conocieron el día en que fueron visitados. La democracia se había convertido en oclocracia y condenó al más trabajador, humilde y defensor de los pobres de los hombres.
Cristo condenado por la monarquía
Desde hace varios siglos se recita la frase con la que dicen que Felipe II recibió al virrey Mendoza tras sus largos años en América: “Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a servir reyes, no a matarlos”. Lo mismo pudo decir Tiberio a un Pilatos que por interés, cobardía y conveniencia condenó a un inocente por razón de gobernante; que, para que no se le rebelase la masa y no le acusasen de poco celo en defensa de su amo, mandó matar a un rey reconocido por él mismo. Ya pudo lavarse las manos y justificarse ante sí mismo, pero nada puede limpiar la frase con que despidió a Cristo: Irás a la Cruz. La monarquía se había convertido en tiranía y condeno al más regio, al hijo de reyes y señor de señores entre gritos de: No tenemos más rey que el Cesar. Entonces se apareció la sombra alargada de Samuel y el rey Cesar cumplió de sobra la amenaza del profeta.
Conclusión
Desde hace un par de siglos hemos centrado las críticas en atacar algunos regímenes políticos, cosa que está bien para eliminar la idolatría, pero no hemos visto que todos mataron a Cristo y mucho menos ese adelanto del Anticristo que es el Estado Moderno, el dios en la tierra. A lo largo de todas las edades sigue resonando la frase del Enemigo: Seréis como dioses. La ambición de poder es la raíz del Pecado Original y afecta a ese territorio tan cercano a la labor de Dios como es el gobierno de los hombres. En la condena a Cristo todos los regímenes políticos se condenaron a sí mismos y destrozaron su legitimación por erigirse en señores del bien y el mal cuando el poder es un cargo y una carga por el bien de los otros, un servicio como demostró el Mesías al lavar los pies a sus discípulos, sello del amor divino que quiere lo mejor para lo que ama y confirmado con su muerte y muerte de cruz.