lunes, 29 de abril de 2024

Cristo y la política I: Cristo, el gran Anarca

 


por Eck


Un Obispo estaba enseñando el Catecismo a los chicos para la confirmación; y les dijo: 

“Los cristianos deben respetar y venerar a las autoridades constituidas.” 

Y un chico dijo: “¡Qué lindo es ese crucifijo de oro que tienes colgado al cuello!”

 Obispo:”¿Qué dices?”

Chico: “Nada. ¿Quién lo mató al pobre Jesús?“

Las autoridades constituidas mataron al pobre Jesús.

P. Leonardo Castellani, Psicología Humana, c. VI, "El Carácter".


Introducción

Que al Padre Eterno no le va mucho eso de la política lo podemos ver en un pasaje bíblico muy poco leído, aún menos recordado y muchísimo menos meditado. Fue en tiempos del profeta Samuel cuando al veleidoso pueblo de Israel le dio por ser como las demás naciones en vez de vivir en el gozoso desgobierno de Dios. Como un niño envidioso, quiso jugar a los reyes y principitos por no ser menos que los egipcios, asirios e hititas y exigió tener un monarca con trono, corona y queridas incluidas. Todo el juego completo. Como a cabezones no les gana nadie a los judíos —bien lo sabe el Señor—, Éste les castigó con su arma más temible: darles lo que deseaban y de la manera en que lo anhelaban. “¿Así que quereis rey? Pues bien, lo vais a tener”, les dijo pero antes les reportó de lo que les venía encima, incluida la undécima plaga, el fisco, que el que avisa no es traidor y sarna con gusto no pica:

Samuel refirió al pueblo que le había pedido un rey, todas las palabras del Señor, y dijo: “Éste será el derecho, del rey que va a reinar sobre vosotros: Tomará a vuestros hijos, y los empleará para sus carros, y como jinetes suyos para que corran delante de su carroza. (…) Y de entre vuestras hijas sacará perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará lo mejor de vuestros campos, vuestras viñas y vuestros olivares y los dará a sus servidores. Diezmará vuestras sementeras y vuestras viñas, para hacer regalos a sus cortesanos y servidores. Tomará también vuestros siervos y vuestras siervas, y los escogidos de entre vuestros jóvenes, y vuestros asnos, y los empleará para sus trabajos. Diezmará asimismo vuestros rebaños, y vosotros seréis siervos suyos. Entonces clamaréis a causa de vuestro rey que os habéis escogido: pero en aquel día el Señor no os responderá.”. Samuel I, 8, 10-18.

        Y, claro, les ocurrió como en la fábula esópica de las Ranas que pedían rey. 

El Hijo de tal Padre no pudo ser menos cuando vino a la tierra. Tanto que casi empezó tropezándose con ella en el comienzo de su misión pública como se puede comprobar en los Evangelios. No en balde tuvo que salir por pañales al exilio gracias a la saña del rey Herodes....


Cristo y la política

Una de las pocas veces que dijo la verdad el Padre de la Mentira fue cuando se presentó por sorpresa, como un molesto vendedor a domicilio, al Hijo del Hombre, allá en los andurriales yermos de Jericó. Acostumbrado como estaba a políticos que vendían sus almas por una concejalía mediocre de un poblachón de tercera, con este pez gordísimo y con influencias ante el Altísimo había que lucirse, pensó, para pescarle en sus redes. Y claro, lo hizo a lo grande, con un cebo formidable, una campaña digna de la ONU, con sus gobiernos, ministerios, agencias y miles de sinecuras, subvenciones y mamandurrias por repartir entre amigos, familiares y pelotas. Le subió a la cima de un monte y con la mejor sonrisa de un anuncio de dentistas y ojitos pillos de mercader le mostró toda la gloria de los reinos de la tierra a cambio de una nonada: un rodillazo ante él. ¿Quién se resistiría a este chollo?¿Qué corazón endurecido no se ablandaría ante esta bicoca? Acaso, ¿no hubiésemos caído los demás a la primera?. ¿No era este un hombre, un hijo de Adán como el resto? 

    Chasco, su chasco fue inmenso cuando no dio su voto a su propuesta, no era tan cándido para elegir a semejante candidato como dueño de su ser. Y en vez de entablar un diálogo constructivo entre entes transigentes y tolerantes para encontrar puntos en común en las que las dos partes llegasen a un acuerdo satisfactorio para ambos partícipes, por ejemplo, dejarlo en medio rodillazo, Nuestro Señor con formas periclitadas botó la urna con una frasecilla poco democrática mentando a una autoridad, no elegida además. Como con la expulsión del Templo de los mercachifles y banqueros y la denuncia de la hipocresía santulona a los fariseos, la política no le ha perdonado hasta hoy a Cristo la soberana patada en el trasero que le dio en sus idolillos más queridos. 

Actúo como lo que era, el gran Anarja, en su doble vertiente de esta palabreja griega. No tenia ni principio ni fin al ser Dios, pero tampoco reconocía a las potestades terrestres ni a sus principios políticos de legitimidad: poder, gloria y dinero, ni los acataba sino que los motejaba de ídolos mortales y falsos frente al Dios vivo y verdadero, único Señor. Frente al príncipe de este mundo y su poder sobre los reinos actuaba como un anarquista y un revolucionario (re-volvere, volver a antes de la Caída), el único que lo es verdaderamente porque los demás son sólo reaccionarios que intentan volver a las cadenas y la servidumbre del Pecado Original, la arjé de nuestro mundo. Y lo que no aceptamos en nuestra vida privada, humana, lo admiramos cuando se viste con el mando del Poder.


Cristo condenado por los tres regímenes políticos.

Contaba S. Agustín un cuentecillo sobre Alejandro Magno y un pirata. Capturado este último y llevado a la presencia del gran macedón, éste le preguntó: “¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?” Con la arrogante libertad que le daba el tener la razón le contestó: “Lo mismo que a ti el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, mientras que a ti, que lo haces con toda una flota, te llaman rey”. (De Civitate Dei, IV, 8). Y se preguntaba el santo “Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones?, ¿y qué son las bandas de ladrones sino pequeños reinos?” Pues bien, ¿qué hicieron con la Justicia cuando estuvo en la tierra sino condenarla a muerte tras un juicio? Y lo hicieron todos los regímenes y todas las clases sociales para que no quedara duda de que nuestra salvación no procede de aquí, y que contra Dios y sus leyes no se puede edificar nada sino el infierno por muchos bellos motivos y deseos que se aleguen con hermosa y floreada retórica. Ante el Anarca, todas las mascaras se caen.


Cristo condenado por la aristocracia

El sanedrín judío estaba formado por toda la aristocracia reconocida por los mortales: el Saber (los escribas), la Ley (los fariseos), el Sacerdocio (los levitas), la Sangre (los saduceos) y el Dinero (los mercaderes). Todos a la gresca por la predominancia sobre el pueblo, pero llega el Otro y rápidamente se ponen de acuerdo en lo que hoy llaman consenso de las fuerzas políticas para asesinarlo. Pusieron el seso y la ley para justificarlo en nombre del bien común, usaron el sacerdocio para cazarlo y, finalmente como venganza de la expulsión del Templo, utilizaron el dinero como arma definitiva del crimen al comprar a Judas el Traidor. En vez de salvar a la Nación y al Templo de los soldados romanos como decían pretender, los llamaron al matar al Único que mostraba el camino de la Paz. La aristocracia se había convertido en oligarquía y condenó al más noble, sabio, legal y rico de los hombres.


Cristo condenado por la democracia

Tras la entrada triunfal en la Ciudad Santa en medio de palmas y vítores pareciera que Cristo tenía el amor y la protección del pueblo pero fue una vana esperanza para los discípulos, que ya se veían ministros en sus poltronas repartiendo carguitos a sus paisanos. Las turbas se inclinaron rápidamente por Barrabás, terrorista y asesino, llevadas por la influencia de la oligarquía, por el nacionalismo del pueblo elegido y por la mano fuerte del insurrecto. Cuarenta años más tarde no tendrían motivos de queja cuando su soberano aclamado, el Cesar, aplastó sus rebeliones con un mar de sangre que cayó sobre ellos y sus hijos, la sangre del inocente inmolado que vino a salvarles del desastre de sus ambiciones pero que no fue escuchado y no conocieron el día en que fueron visitados. La democracia se había convertido en oclocracia y condenó al más trabajador, humilde y defensor de los pobres de los hombres.


Cristo condenado por la monarquía

Desde hace varios siglos se recita la frase con la que dicen que Felipe II recibió al virrey Mendoza tras sus largos años en América: “Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a servir reyes, no a matarlos”Lo mismo pudo decir Tiberio a un Pilatos que por interés, cobardía y conveniencia condenó a un inocente por razón de gobernante; que, para que no se le rebelase la masa y no le acusasen de poco celo en defensa de su amo, mandó matar a un rey reconocido por él mismo. Ya pudo lavarse las manos y justificarse ante sí mismo, pero nada puede limpiar la frase con que despidió a Cristo: Irás a la Cruz. La monarquía se había convertido en tiranía y condeno al más regio, al hijo de reyes y señor de señores entre gritos de: No tenemos más rey que el Cesar. Entonces se apareció la sombra alargada de Samuel y el rey Cesar cumplió de sobra la amenaza del profeta.


Conclusión 

Desde hace un par de siglos hemos centrado las críticas en atacar algunos regímenes políticos, cosa que está bien para eliminar la idolatría, pero no hemos visto que todos mataron a Cristo y mucho menos ese adelanto del Anticristo que es el Estado Moderno, el dios en la tierra. A lo largo de todas las edades sigue resonando la frase del Enemigo: Seréis como dioses. La ambición de poder es la raíz del Pecado Original y afecta a ese territorio tan cercano a la labor de Dios como es el gobierno de los hombres. En la condena a Cristo todos los regímenes políticos se condenaron a sí mismos y destrozaron su legitimación por erigirse en señores del bien y el mal cuando el poder es un cargo y una carga por el bien de los otros, un servicio como demostró el Mesías al lavar los pies a sus discípulos, sello del amor divino que quiere lo mejor para lo que ama y confirmado con su muerte y muerte de cruz.


jueves, 25 de abril de 2024

Cosas que perdimos I: la duración de la misa

 


Es notable la rapidez con la que las sociedades pierden la memoria y, por eso, es notable también como en la Iglesia perdimos la memoria de cómo “eran las cosas” hasta hace pocas décadas. Un ejemplo que todos entenderán: en la actualidad, salvo excepciones, se considera que un fiel que asiste a la misa tradicional es particularmente tradicionalista cuando es capaz de responder con voz clara y distinta a lo que dice el sacerdote (salmo Iudica, confíteor, Dominus vobiscum, etc). Lo cierto es que esa es una práctica que comenzó en la década de 1940 y fue adoptada por el progresismo más acérrimo, que la denominó "misa dialogada". Y así, los fieles que respondían en voz alta al sacerdote eran considerados muy de avanzada y solían causar escándalo a los demás. Lo normal era que se siguiera la misa en los misalitos (que comenzaron a existir a fines del siglo XIX) sin responder nada. El único que respondía al sacerdote era el monaguillo.

La semana pasada surgieron en el blog varios comentarios acerca de la homilía y la duración de la misa. Los sacerdotes están obligados a predicar los domingos y fiestas de precepto (canon 1344 / canon 767.2). Sin embargo, la legislación de la Iglesia no obliga ni recomienda predicar los días de semana, y tampoco se expide acerca de la duración de las homilías. Últimamente, hubo recomendaciones de Benedicto XVI y de Francisco proponiendo que no superen los 8 minutos. Pero, ¿qué hay sobre la duración de la misa?

El inefable Escrivá de Balaguer dice en su libro Camino: “La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto”. Y yo me animo a corregirlo: “La Misa es larga, dices, y añado yo: eres una persona sensata”. La misa no es primariamente un acto devocional del sacerdote ni tampoco de los fieles. Es el rito con el cual se rinde culto público a Dios y, porque es un rito, todas sus palabras, movimientos y ritmos están normados. A veces se piensa que cuanto más lentamente diga el sacerdote las palabras de la misa, más devoto es. Y es falso. O se piensa que cuanto más tiempo tenga la Sagrada Hostia elevada luego de la consagración más pío y santo es, y es falso. El misal romano promulgado por San Pío V dice: “…statim Hostiam consecratam, genuflexus adorat: surgit, ostendit populo, reponit super Corporale…”. Es decir: “Inmediatamente después [de la consagración], hace genuflexión para adorar a la Hostia consagrada, se levanta, la muestra al pueblo, y la vuelve a colocar sobre el corporal…”. Se trata de mostrar la Hostia, y el Cáliz, al pueblo, y no de hacer una adoración al Santísimo, ni de arrobarse en alta contemplación. Si el sacerdote es particularmente devoto de la eucaristía, podrá quedarse después de misa arrobándose todo el tiempo que quiera frente al sagrario, pero cuando celebra la misa, celebra un rito y, consecuentemente, debe hacer lo que está prescrito en ese rito y no lo que su devoción le indica.

Y todo esto viene a cuento por la duración de la misa, sobre lo cual nada se dice en el Código de Derecho Canónico, pero sí fue dicho y estipulado por los santos y doctores. San Alfonso María de Ligorio, en su libro Misa y oficios atropellados, que pueden consultar aquí y bajar desde aquí, dice en la p. 37-38 lo siguiente: “[…] el cardenal Lambertini [futuro Papa Benedicto XIV] concluye, según general opinión de los demás autores, que no debe durar la misa más de media hora, ni menos de veinte minutos; porque, dice, no puede celebrarse con la reverencia debida en menos de veinte minutos, y si emplea en ella más de media hora, podría aburrir a los que la oyen”, y continúa citando las reglas de varias órdenes y congregaciones religiosas que dicen lo mismo: la misa no debe durar más de media hora.  ¡Qué buenos pastores eran esos que se preocupaban porque los fieles no se aburrieran en la misa! Ahora resulta que el aburrimiento es “amor corto” o falta de devoción. O, peor aún, hay curas que creen que cuanto más se aburran los fieles en misa mejor es, porque ayuda a su santificación. 

Por supuesto, San Alfonso se refiere a la misa rezada y en la que no hay comunión de los fieles. La misa cantada o la misa solemne tendrán, obviamente, una duración mayor. Y si, como sucede desde principio del siglo XX, hay comunión de los fieles todos los días, la misa se extenderá más tiempo según sea la cantidad de fieles que se acerque a comulgar.

Debemos tener en cuenta, además, que en la Cristiandad la práctica religiosa regía todo el obrar humano y se iba adaptando a las circunstancias de cada sociedad. Muchas actividades litúrgicas estaban pensadas para monasterios, catedrales o iglesias con canónigos. Las parroquias eran meras capillas rurales, en las que habían pocos sacerdotes y, por ende, pocos ministros. Por este motivo, Benedicto XIII (1394-1403) había creado el Memoriale Rituum, que regía 6 grandes celebraciones para “iglesias menores”: Candelaria, Cenizas, Ramos y el Triduo pascual. Es decir, pensando en la falta de clérigos, se adaptaban los grandes ritos. Y así la misa baja, o misa rezada, es la misa solemne si ministros, y por eso el Evangelio se lee en diagonal del lado del evangelio que es lo más “al norte” que se puede poner el misal sin que se caiga del altar.

Otra cuestión que influía profundamente en el momento de la celebración de la misa era el ayuno. Desde la época de los primeros Padres, todas las Iglesias cristianas ordenaban que debía guardarse el ayuno para recibir la eucaristía desde la medianoche anterior. Fue con motivo de la Segunda Guerra Mundial que Pío XII permitió que los soldados y capellanes militares en el campo de batalla, pudieran acortar este tiempo de ayuno. Luego, por presión de los progresistas, este permiso se redujo a tres horas para toda la Iglesia y, finalmente, a una hora, que es lo que dispone la legislación actual y que, en la práctica, significa la desaparición del ayuno. Este era uno de los motivos por los cuales las misas hasta mediados del siglo XX se celebraban en horas mucho más tempranas de lo que ocurre en la actualidad. 

Lo que pasó con el ayuno es la prueba de cómo se hizo la reforma litúrgica: de una excepción por un motivo real (la "misa dialogada" comenzó como una excepción otorgada por Pío XII), se hace una ley universal. El argumento que utiliza el progresismo es si se puede una vez, se puede siempre, y dirán que favorece a la devoción. En vez de instar a que el fiel (y el sacerdote) frene un poco su aceleración mundana moderna y se adentre en el Sacrificio de la Misa con una penitencia que cuesta, pero que purifica y "espiritualiza", se adapta el ayuno a los gustos y facilidades del mundo moderno,  y entonces sacerdotes y fieles viven al ritmo de esa aceleración y en ese espíritu moderno van a misa. Y el sayo nos cabe a todos. ¿Cuántos somos los católicos que guardamos la abstinencia de carne todos los viernes del año? En Argentina, al menos, son pocos, muy pocos. Ni siquiera en los ámbitos para tradicionalistas. 

martes, 23 de abril de 2024

Campaña internacional por la plena libertad de la liturgia tradicional

 




Lutetiae parisiorum, die XXI mensis aprilis, dominica III post Pascha.



Ser católico en 2024 no es fácil. La descristianización masiva continúa en Occidente hasta tal punto que el catolicismo parece estar desapareciendo de la escena pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe sigue creciendo. Además, la Iglesia parece sumida en una crisis interna, que se refleja en una disminución de la práctica religiosa, un descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una menor práctica sacramental e incluso disensiones entre sacerdotes, obispos y cardenales impensables en el pasado. Sin embargo, entre los elementos que pueden contribuir al renacimiento interno de la Iglesia y a la reanudación de su desarrollo misionero, está en primer lugar la celebración digna y santa de su liturgia, para lo que el ejemplo y la presencia de la liturgia romana tradicional pueden ser una poderosa ayuda.

    A pesar de todos los intentos que se han hecho para acabar con ella, especialmente durante el actual pontificado, sigue viviendo, difundiéndose, santificando al pueblo cristiano que tiene acceso a ella. Produce frutos evidentes de piedad, vocaciones y conversiones. Atrae a los jóvenes, es la fuente del florecimiento de muchas obras, sobre todo en las escuelas, y va acompañada de una sólida enseñanza catequética. Nadie puede negar que es un vehículo para preservar y transmitir la doctrina católica y la práctica religiosa en medio de un debilitamiento de la fe y una hemorragia de creyentes. Entre las demás fuerzas vivas que siguen actuando en la Iglesia, la que representa el culto es particularmente relevante por la estructuración que le confiere una lex orandi continua.

    Ciertamente, se le han concedido, o más bien tolerado, algunos ámbitos de la vida eclesial, pero con demasiada frecuencia se le ha retirado con una mano lo que se le había concedido con la otra. Sin conseguir nunca hacerla desaparecer.

Desde la gran crisis inmediatamente posterior al Concilio, se ha intentado de todo en numerosas ocasiones para reavivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y consagradas e intentar preservar la fe del pueblo cristiano. Se ha intentado todo, excepto permitir la "experiencia de la tradición", dar una oportunidad a la llamada liturgia tridentina. Sin embargo, el sentido común exige hoy con urgencia que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, especialmente a aquella que goza de un derecho que se remonta a más de mil años.

    Que no haya malentendidos: este llamamiento no es una petición de nueva tolerancia, como en 1984 o 1988, ni siquiera de que se restablezca el estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que en principio reconocía un derecho, pero de hecho lo reducía a un sistema de permisos concedidos con reticencia.

    Como laicos, no nos corresponde juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la doctrina anterior de la Iglesia, la validez o no de las reformas que de él se derivaron, etcétera. En cambio, nos corresponde defender y transmitir los medios que la Providencia ha utilizado para que un número creciente de católicos conserve la fe, crezca en ella o la descubra. La liturgia tradicional ocupa un lugar esencial en este proceso, por su trascendencia, su belleza, su intemporalidad y su certeza doctrinal.

    Por eso simplemente pedimos, en nombre de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.


Jean-Pierre Maugendre, Presidente de Renaissance Catholique, París



El presente llamamiento no es una petición para ser firmada, sino un mensaje para ser difundido y retomado bajo cualquier forma que parezca oportuna, y para ser presentado y explicado a los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal.

Si Renaissance catholique ha tomado la iniciativa de esta campaña, es únicamente para hablar en nombre del amplio deseo que se expresa en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la retransmitirán y la amplificarán, cada uno a su manera.


[Es importante que todos difundamos, en la medida de los posible, este pedido, sobre todo entre nuestros obispos y sacerdotes. Pueden bajar el archivo PDF para hacerlo desde aquí]


lunes, 22 de abril de 2024

África y el tercio de bloqueo en el próximo cónclave

 





Debemos pensar que el Sínodo será instrumentalizado por quienes, bajo el pretexto de escucharse unos a otros y de “conversar en el Espíritu”, sirven a una agenda mundana de reforma. Todo sucesor de los apóstoles debe tener el valor de tomarse en serio las palabras de Jesús: “Que vuestro discurso sea: 'Sí, sí', 'No, no'; lo más es del Maligno…".

” (Mt 5,37).

Cardenal Robert Sarah, a los obispos de Camerún, 9 de abril de 2024.



El cónclave se acerca junto con la muerte de Bergoglio. Será en meses o en muy pocos años, pero será pronto. Y todos en Roma y en las curias episcopales del mundo entero se preparan para la elección del próximo Papa que será crucial para el futuro de la Iglesia. En caso de que fuera elegido un continuador de la obra de Francisco, es decir, empeñado en dejar tierra arrasada, la Iglesia entrará en un estado de postración del que ya no podrá recuperarse. 

Todos sabemos que Dios actúa, y mucho más actúa en su Iglesia; le dejamos a Él entonces esos menesteres. Sin embargo, nosotros tenemos todo el derecho de utilizar la razón para anticipar lo que puede ocurrir, y los protagonistas del cónclave tienen el deber de hacer todo lo humanamente posible para que no ocurra la catástrofe. Y es que la catástrofe pareciera inevitable porque así lo dicen los números. Al día de hoy, hay 127 cardenales electores, de los cuales 92 han sido creados por Francisco. Debido a que la elección del Papa exige los dos tercios de los votos —en este caso 85 votos—, una lógica simplista diría que está asegurada la elección de un bergogliano. Pero las cosas no son tan simples por muchos motivos, y uno de ellos es que el bergoglianismo morirá con la muerte de Bergoglio: “Muerto el perro se acabó la rabia”. El cadáver de Francisco liberará a muchos obispos y cardenales del terror de verse expulsados de sus sedes o despojados de sus capelos. 

Tal como ocurre en cualquier otro sistema electivo de las mismas características, un tercio de los cardenales, es decir 43, constituyen el “tercio de bloqueo”. Es decir, los bergoglianos necesitarían superar los 85 votos para tener un Papa de ellos, lo que equivale a decir que si no lo consiguen, es el tercio de bloqueo el que tendrá la llave para determinar quién es el próximo pontífice. 

Hablando hace pocas semanas con un respetadísimo intelectual y conocedor no sólo del mundo vaticano sino de la historia de la Iglesia, me hacía notar que ese tercio de bloqueo estaría “casi” completado. Se refería, claro, a cardenales que en términos generales podríamos denominar “conservadores”, algunos conocidos y otros no tanto. Pero esta conversación ocurría antes del viaje del cardenal Sarah a África, donde se encuentra desde hace varios días y seguirá allí algunas semanas más, visitando varios países, ordenando sacerdotes y reuniéndose con obispos. Las palabras del epígrafe son representativas del tono del discurso que Sarah está teniendo en esas tierras. Y creo que nadie —probablemente ni siquiera él— esperaba que algún día hubiera debido hablar con semejante franqueza. Destaco el siguiente párrafo:

Queridos hermanos obispos de Camerún, con vuestra valiente y profética declaración del 21 de diciembre sobre el tema de la homosexualidad y la bendición de las “parejas del mismo sexo”, recordando la doctrina católica sobre esta cuestión, habéis prestado un gran y profundo servicio a la unidad de la Iglesia. Habéis realizado una obra de caridad pastoral recordando la verdad. […]

Algunos en Occidente han querido hacer creer que ustedes han actuado en nombre de un particularismo cultural africano. ¡Es falso y ridículo atribuirle tales intenciones! Algunos han afirmado, en una lógica de neocolonialismo intelectual, que los africanos no estaban “todavía” preparados para bendecir a las parejas del mismo sexo por razones culturales. Como si Occidente estuviera más adelantado que los atrasados africanos. Ustedes hablaron en nombre de toda la Iglesia “en nombre de la verdad del Evangelio, de la dignidad humana y de la salvación de toda la humanidad en Jesucristo”. […]

Pero nosotros, sucesores de los apóstoles, no fuimos ordenados para promover y defender nuestras culturas, ¡sino la unidad universal de la fe!

El cardenal Sarah no solamente está defendiendo de un modo embravecido la verdad de la fe católica frente a los ataques que recibe de quienes debieran defenderla —el cardenal Tucho Fernández (detestado por toda la Curia romana) y el mismo Francisco—, sino que está apelando a la responsabilidad y hasta al orgullo bien merecido de los obispos africanos. Y digo bien merecido porque muchos de los grandes doctores y defensores de la fe fueron africanos: San Agustín era de raza bereber; San Atanasio era egipcio; San Cipriano era magrebí, como también lo fueron Santa Perpetua y Santa Felicitas, y tantísimos otros santos y mártires africanos. 

En la actualidad hay 29 cardenales africanos, 17 de los cuales son electores. Algunos de ellos ya están incluidos en el tercio de bloqueo pero otros no lo están. Sin embargo, luego de esta campaña de “Sí, sí; no, no” del cardenal Sarah, convertido en líder indiscutible de los católicos africanos, ¿no se sumarán varios más? Y más aún, ¿no se sumarán a los africanos algunos cardenales de países “periféricos” que se identifican con ellos? Si así fuera, el tercio se alcanzaría fácil y sobradamente. 

Sin embargo, y aún cuando ese tercio lograra formarse, son necesarias dos condiciones: que ese grupo tenga un liderazgo definido, es decir, un cardenal que los aglutine y que defina las estrategias; una especie de cardenal Pietro Gasparri, hacedor de dos papas (Benedicto XV y Pío XI) pero de afiliación conservadora. Y ese tercio será presionados sobre todo con la aparente necesidad de no dar al mundo la imagen de una Iglesia dividida, para el cual el nuevo Papa debería ser elegido en dos o tres días. Es decir, a ese tercio de cardenales les debe importar un rábano lo que piense el mundo, y deben estar dispuestos, a todo o nada, a bloquear en el sentido más propio del término cualquier elección que no sea de un cardenal católico. Y esto significa no ya solamente no elegir a un bergogliano sino tampoco a elegir a un candidato de compromiso, como ha ocurrido tantas veces en la historia de la Iglesia, y así nos fue. Y eso significa un cónclave largo. 

Eminencias, ustedes tienen la llave del cónclave. No la entreguen. No importa que deban estar allí reunidos y debatiendo durante semanas o durante meses. Mucho se jugará en esos días; nada menos que el futuro de la Iglesia. No cedan. Los fieles, del otro lado de las puertas, rezaremos por ustedes y esperamos de ustedes la valentía y el arrojo de los buenos pastores que dan la vida por sus ovejas. 

jueves, 18 de abril de 2024

Sacerdotes ad nauseam

 


[Hace ya casi un años, como respuesta a un artículo que yo había escrito, recibí un mail de un lector italiano en el que desarrolla una larga reflexión sobre ese escrito. Me pareció interesante publicarlo para continuar con la discusión, pero el tiempo fue pasando y terminé olvidando ese mail. Al releerlo, me doy cuenta que vale la pena pensarlo en lo que dice. Estoy en desacuerdo con varias de sus afirmaciones, que me parecen un poco extremas. Sin embargo, reconozco que sus argumentos son interesantes, y que merecen ser considerados y discutidos].


Gentilísimo Wanderer,

Soy un ávido lector de su blog. Aprecio enormemente su libertad de criterio que le permite no adoptar nunca posiciones prejuiciosas o partidistas.

Sin embargo, he leído su último artículo “La militancia y los conservadores” y, esta vez, debo discrepar.

Nuestra pobre Iglesia está desgarrada por facciones aparentemente opuestas pero en realidad unidas para negar la legítima libertad de los fieles católicos.

1. Por un lado está el actual Papa Francisco y su catolicismo main stream. Para ellos, el enemigo número uno a derrocar es el clericalismo. Sin embargo, no se trata de clericalismo en el sentido clásico, sino de algo muy distinto y particular. Para el Papa Francisco, el clericalismo es una “cultura de la santidad” desbalanceada hacia las obras, lo que él llama “mundanidad espiritual”. Se trata de una especie de pelagianismo eclesial que sólo existe en su cabeza y en la serie de televisión de Sorrentino. El Papa y sus compinches han aplicado esta etiqueta a todo aquel que en la Iglesia predica la así llamada “lucha ascética”, el “combate espiritual”, o que considera el apostolado como un deber. Todas estas cosas para el Papa Francisco son necesariamente fruto de la ideología, la dureza de corazón, el formalismo y el fanatismo. El Papa no concede a quienes profesan estas principios ni siquiera el beneficio de la duda sobre su humildad y sinceridad

2. En el otro lado están los llamados “progresistas”, convencidos de que la Iglesia debe adaptarse a los nuevos tiempos, sobre todo desde el punto de vista ético. Están ingenuamente convencidos de que bajando el listón muchas ovejas estarían dispuestas a volver al redil. A ninguno de ellos se les ocurre la idea de que la gente hoy no va a la Iglesia no porque ésta sea demasiado rígida, sino simplemente porque no tiene nada que dar. Además, están convencidos de que el “poder de los sacerdotes” debe repartirse de varias maneras: ordenando mujeres sacerdotes, eliminando el celibato sacerdotal, promoviendo la participación de los laicos en las decisiones parroquiales, etc. En definitiva, para ellos la solución es 'clericalizar' a los laicos promoviéndolos a la condición de “medio sacerdotes”.

3. Por último, están los amantes de la tradición. Para ellos, todo el mal viene del Concilio Vaticano II, del Papa Francisco, del nuevo orden mundial y del nuevo rito de la misa. Están convencidos de que reseteando todo y volviendo las manecillas de la historia a 1950 se solucionaría todo. Un verdadero cuento de hadas.

¿Qué tienen en común estas tres corrientes culturales? Sencillo: la idea de que si todo el mundo hiciera lo que ellos quieren, entonces sí todo iría bien. ¡Menuda sarta de tonterías!

Este razonamiento es verdaderamente pelagiano y clerical y esconde una idea verdaderamente anticristiana de la Iglesia, la idea de que a la Iglesia la salvan los sacerdotes o los ‘semisacerdotes', y no a Nuestro Señor.

Sacerdotes 'misericordiosos' a lo Papa Francisco, sacerdotes 'progresistas' con su procesión de mujeres sacerdotisas, sacerdotes casados y laicos promovidos al diaconado, o finalmente sacerdotes que respetan la tradición y aman el decoro litúrgico.

En definitiva, curas, curas y siempre curas. Sacerdotes ad nauseam.

En cualquiera de estas ideas de Iglesia no cabe la posibilidad de que el Espíritu Santo pueda actuar a través de los fieles comunes y de su legítima libertad de conciencia para renovar el mundo. ¡Qué Iglesia más risible!

¿Es tan difícil a estas alturas comprender que los obispos y sacerdotes deben dar un paso atrás respecto a la vida religiosa de la gente común?

¿Tan difícil es comprender que no se trata de implicar a los laicos en el gobierno de las parroquias o de las diócesis? No se trata de establecer “ministerios” abiertos también a los laicos. Mucho menos se trata de cambiar nada en la doctrina o en los sacramentos o de volver a los viejos tiempos. Se trata sólo de “dejar hacer”, de dejar que los laicos vivan su fe responsabilizándose de ser auténticos testigos de ella ante sus semejantes, declinándola libremente en la concreción de sus vidas.

        La Iglesia, como buena madre, sólo debe desear que sus hijos sean autónomos, que vivan su propia vida, limitándose a proporcionarles valores de referencia, la gracia de los sacramentos y consejos adecuados.

Qué difícil es, sin embargo, para obispos y sacerdotes “darse por vencidos”, qué difícil es para ellos comprender que la evangelización es una vida que escapa a sus bellos pero inútiles planes pastorales. No se puede reducir el mundo a una parroquia.

    Sí; este cambio de perspectiva es realmente difícil, y sinceramente no tengo ninguna esperanza de que se produzca.

Pero, afortunadamente, la Providencia se ocupa de ello. La reforma de la Iglesia está en marcha a pesar del Papa, de los obispos, de los sacerdotes y de los llamados laicos “comprometidos”. La Historia sigue su curso. Amén

Así, por ejemplo, gracias al Papa Francisco el atractivo de la jerarquía se está derrumbando por completo.

Y lo que es aún más interesante, es que ahora hay muchos católicos que ya no pueden “besar el anillo” de un hombre como ellos. Es el fin de la jerarquía como poder. La historia está bajando al clero del pedestal en el que se había subido. Amén

Una última cosa. A los queridos clérigos me gustaría decirles: “Si dejarais de intentar dirigir nuestra vida espiritual, os amaríamos aún más. No tengáis miedo, nadie quiere negar vuestro papel de defensores de la verdad revelada, administradores de los sacramentos y consejeros autorizados, simplemente no queremos delegar nuestra vida espiritual en nadie, ni siquiera en vosotros. Sólo queremos venir a la parroquia para la Misa, la confesión, los demás sacramentos y para buscar consejo. Nada más. Para el resto, cada uno en su casa. Y una última cosa: considerad muy seriamente la posibilidad de suprimir las homilías. Se han convertido en una de las principales razones por las que la gente ya no asiste a misa”.

En conclusión, el Papa Francisco no es la causa de los males de la Iglesia y tampoco lo son los católicos que usted llama “militantes”, o los progresistas, o los que aman el Vetus Ordo. Todos ellos no son más que el resultado de una Iglesia autorreferencial y cerrada sobre sí misma.

Afortunadamente ninguno de estos dirige la historia. Y la barca de Pedro la dirige el Señor. Así que veremos cosas buenas. El Señor siempre nos sorprende y rompe moldes.

Con estima,


Bruno Iadaresta